martes, 15 de marzo de 2011

Senegal 1: Invitación a casa de un amigo

Estuve en Senegal en Noviembre de 2004 invitado al 4to Foro Mundial del agua organizado por el Consejo de Concertación sobre Agua potable y Saneamiento (WSSCC).

El Secretariado  Internacional del Agua (SIA) presentó en ese Foro una propuesta de principios para la formulación de un convenio marco en relación al “Derecho al agua”. 

Yo era miembro del Consejo de Administración del SIA, al igual que Damme Salle, un querido colega senegalés. Damme era presidente de la “Red Africana para el Desarrollo Integral” - RADI, una ONG panafricana con sede en Dakar. Fue un gusto encontrarme con él en el Foro del WSSCC y poder ponernos al día en nuestras mutuas actividades en los meses que no nos habíamos visto.

Cuando supo que era la primera vez que visitaba Senegal, muy amablemente me dijo que quería hacerme conocer Dakar e invitarme a almorzar en su casa. Le agradecí y acepté complacido su propuesta.

Aprovechando que teníamos libre la tarde del viernes, al acabar la jornada de la mañana, salimos en su auto a dar una vuelta por la ciudad. Damme es un gran conocedor de los procesos sociales y políticos del país y con mucha claridad me fue ilustrando sobre la historia, la estructura económica de Senegal y el desarrollo urbano de Dakar.

Me relató que Senegal obtuvo la independencia de Francia en 1959 y Dakar pasó a ser la capital de la nueva república en 1960. La actual ciudad de Dakar, fue un desarrollo urbano creado en la época de la colonia francesa en 1887; tiene hoy día más de un millón de habitantes y su área Metropolitana casi dos millones y medio. Tiene una privilegiada ubicación en el punto extremo del continente africano, hacia el Atlántico, lo que le ha favorecido para desarrollar una muy importante actividad portuaria, sobre todo para el comercio entre África y Europa.

Dakar anteriormente dependía de la comuna de Gorée en la isla del mismo nombre, uno de los más antiguos municipio de tipo europeo implantados en el África. En los siglos XVI y XVII, la Isla de Gorée situada a menos de tres kilómetros de la costa de Dakar fue un verdadero “mercado mayorista” del comercio de esclavos. A esa pequeña isla llegaban los barcos de los traficantes, allí se compraba y vendía su carga humana y desde ahí salían los barcos en busca de compradores en las diversas colonias españolas, portuguesas, inglesas, holandesas y francesas en América.

Senegal restauró y transformó en museo el llamado “Fuerte Estrées” una edificación en la que se compraron y vendieron más de veinte millones de hombres, mujeres y niños, raptados de sus aldeas en diversos territorios africanos, para surtir la demanda que provenía de las plantaciones coloniales de Estados Unidos, Brasil y muchos otros países de América del Sur y del Caribe.

Con Damme pude apreciar desde las costas de la ciudad el perfil de la isla y del actual museo, sin embargo no quise visitarlo pues años atrás me había espeluznado el relato de mi amigo Carlos Guerrero, en relación al maltrato a los esclavos, las duras condiciones en las  que permanecían en el fuerte, los calabozos y los métodos de castigo y de tortura que allí se aplicaban. El Fuerte era manejado en base al terror, para evitar cualquier acto de sublevación o intento de fuga; Incluso las aguas cercanas se mantenían pobladas de tiburones, cebados con carne humana, como un obstáculo adicional para detener intentos desesperados de evasión a través del mar.

Damme me mostró dos edificios simbólicos del Senegal contemporáneo: 

El primero, la Gran Mezquita de Dakar, construida en 1964 como evidencia de la preponderancia religiosa islámica frente al catolicismo asociado con la época colonial.

Y el Segundo, el Banco Central de los estados de África del Oeste, construido en 1978 para evidenciar la independencia de ese organismo de los países europeos, ya que el Banco anteriormente tenia su sede principal en París. El Franco CFA, emitido por esa institución, es la moneda común de ocho países del África occidental: Senegal, Benin, Burkina Faso, Costa de Marfil, Guinea Bissau, Malí, Níger y Togo.
 
El recorrido incluyó los elegantes distritos de la ciudad colonial, zona en la que se aprecian enormes residencias y edificaciones de estilo europeo en medio de bien cuidados jardines y amplias avenidas adornadas con gráciles palmeras y gigantescos árboles tropicales de flores amarillas, rosadas y anaranjadas. Recorrimos las zonas centrales, llenas de comercios y negocios de todo tipo, en las que se suceden edificaciones adosadas, unas más antiguas de origen colonial y otras más modernas muy semejantes a las que se pueden ver en cualquier ciudad tropical de América Latina. 

Recorrimos también muchos barrios recientes de clase media con casas más pequeñas, rodeadas de jardines más modestos y muchas barriadas populares con calles de tierra y pequeñas casas muy precarias, parecidos también a los asentamientos pobres de las ciudades de nuestro lado del mundo.

Damme vive en un edificio de dos plantas ubicado en un barrio en donde la mayoría de las edificaciones lucen sólidas, construidas en hormigón y con buenos acabados. Sin embargo en el contexto urbano se evidencia la falta de atención municipal en cuanto a pavimentación de calles, acabados de aceras, señalización y ornato público.

Al llegar a su casa, Damme estacionó junto al edificio de en frente, preocupándose de adosar el vehículo hasta casi topar la pared, pues las calles del vecindario son tan estrechas que un vehículo mal estacionado impediría la circulación de cualquier otro que intentase pasar. Las edificaciones están todas en línea de fábrica y las calles deben tener máximo seis metros de ancho, lo que explica la inexistencia de veredas.

Una puerta ubicada al centro de la fachada, entre dos  locales comerciales que a esa hora permanecían cerrados por cortinas metálicas enrollables, permitía el acceso a la vivienda. Damme la abrió hacia afuera y me invitó a pasar hacia una grada de un solo tramo, sin descanso, que se dirigía a la planta alta. Llegamos a una especie de terraza cubierta, que daba hacia la calle. Allí una media docena de mujeres y algunas jóvenes, ataviadas con Boubous, los típicos trajes senegaleses confeccionados con llamativas telas multicolores, rayadas o con motivos florales y grandes turbantes del mismo color, trabajaban sentadas en el suelo, sobre una gran estera redonda, en la preparación de diversos tipos de alimentos. Saludé…y seguí a mi anfitrión, sin que ninguna haya respondido el saludo.

Damme me guió hacia un cuarto de baño y me preguntó si deseaba lavarme las manos; cuando lo hice, me proporcionó una toalla limpia para secármelas. Cuando él terminó de lavarse, me invitó a pasar a una gran habitación próxima a la terraza. El espacio se sentía fresco aun en el calor del medio día, pues las persianas de madera de la única ventana que daba hacia la calle, estaban cerradas envolviendo a la habitación en una tenue penumbra. Cuando mis ojos se acostumbraron al cambio de iluminación, pude ver que estábamos en un espacio de sala/comedor con muebles de tipo occidental.

Damme me  insinuó que debíamos sacarnos los zapatos, él se despojó de los suyos y yo hice lo propio. Dejamos nuestro calzado junto a la puerta. El dejó junto a sus zapatos también sus calcetines, sin embargo yo mantuve los míos sobre mis pies. Me extendió la mano invitándome a tomar asiento en uno de los cómodos sillones y volvimos a comentar algo sobre los diversos sitios que visitamos y las edificaciones que pudimos observar durante nuestro recorrido.

A los pocos minutos se abrió la puerta y una joven entró con una bandeja con dos jarras con jugo de frutas y varios vasos. Damme me preguntó si prefería mango o papaya. Acepte una de las opciones y continuamos charlando. Aproveché para preguntarle si él era musulmán practicante y me dio una larga explicación sobre la situación religiosa en Senegal.

La mayoría de la población del país, más del ochenta y cinco por ciento, profesa la religión musulmana; los cristianos, sobre todo católicos, pueden llegar apenas a un  cinco o seis por ciento y muchas otras religiones conforman el porcentaje restante. Sin embargo el país es conocido por su tolerancia religiosa. Casi todo el mundo observa el ritual de las abluciones, así como las oraciones diarios y no consume alcohol, pero muy pocos utilizan vestidos tipo “jellaba” y casi ninguna mujer usa velo. 

El peso de la cultura local es muy fuerte en cuanto a la vestimenta. La situación cambia entre el campo y las ciudades; pues en éstas, las mujeres sobre todo las jóvenes, prefieren vestir a la usanza occidental…aunque para las festividades y otras ocasiones especiales dan mucha importancia al uso del “boubou” y los tocados para la cabeza, confeccionados con llamativas telas de colores.

Estábamos enfrascados en esa interesante conversación cuando, nuevamente se abrió la puerta y entraron dos muchachas que depositaron frente a nosotros, sobre una mesa baja en el centro de  la sala, una gran bandeja con una preparación deliciosa tanto para la vista, cuanto por los delicados aromas que desprendía. Hice un leve movimiento en el sillón pero casi de inmediato me quedé estático cuando mi amigo se dirigió a las chicas con voz autoritaria; casi indignado les increpó por presentar la comida en esa forma y les ordenó que pusieran platos y cubiertos sobre al mesa del comedor.  Las muchachas salieron apresuradas y casi en seguida otras dos mujeres de más edad regresaron para cumplir la disposición del jefe del hogar. Hicieron a un lado un conjunto de papeles y una computadora que estaban sobre la mesa y nos prepararon dos puestos con platos, tenedor y cuchillo tal como había pedido Damme.

Las chicas más jóvenes regresaron para  colocar la humeante fuente sobre la mesa para que pudiéramos servirnos. Damme se disculpó explicándome que tradicionalmente se sirve la fuente a los hombres y éstos van tomando los alimentos con la mano, añadiendo luego, que ellas debieron darse cuenta que el invitado era extranjero y que debían por tanto servirnos de otra forma.

Para romper la tensión que había originado esta incompatibilidad cultural, pregunté sobre la preparación que estaba frente a nosotros, que tan rico olía. Damme me explicó que Senegal cuenta con una deliciosa y variada gastronomía, casi siempre en base a pescado pero también a pollo, preparados con una diversa variedades de verduras y legumbres. En esta oportunidad estábamos frente a un plato llamado “tieboudienne”, que se pronuncia algo así como tchey-bou-jen, un arroz guisado en una salsa de pescado y verduras (thièbou= arroz y dieune=pescado). ¡Una verdadera  delicia! Hice mil elogios del sabor de este plato; me amigo me indicó que, si me apetecía podía servirme más, pero que me proponía probar otros platos típicos locales que vendrían a continuación. Opté por no llenarme con el arroz, aunque la tentación era grande pues el sabor era refinado y delicioso.

Las chicas trajeron luego un plato de “mafé”, un guiso en base a maní y especies muy sabroso igualmente y, luego, el plato principal, una enorme fuente de “yassa”, un gigantesco pescado entero cocinado a la parrilla y marinado en una salsa estupenda con muchas verduras y yuca. La imagen del pez rojo, parecido a un pargo, humeante en medio de una salsa -también roja- deliciosa, es una imagen que guardo hasta ahora como una cosa casi celestial, superada sólo por el sabor y delicadeza del pescado y sus acompañantes. Nos servimos dos veces pero el bicho quedó casi intocado por lo grande que era.

Damme me preguntó si quería un poco más de jugo y cuando iba a acepar, entró a la habitación una señora muy elegante vestida con un elegante traje y blusa a la usanza occidental; Damme me presentó a su esposa. Yo agradecí la hospitalidad, elogié la calidad de la comida y añadí algo respecto de que estaba contento de conocer su país. Ella también mencionó que era un gusto poder conocerme y saludarme pero se disculpó por tener que despedirse pues, explicó, debía volver al trabajo de inmediato.

Damme me explicó que trabajaba en un Banco, que la apertura, en el horario de la tarde era casi de inmediato y que si no se apresuraba llegaría con retraso. Hice un gesto como insinuando que comprendía la situación, di un sorbo al jugo de mango que había quedado sobre la mesa y casi en seguida Damme me preguntó si quería dormir la siesta. Iba a comentarle que nunca lo hago, cuando vi que se extendía cuan largo es, en uno de los sofás de la sala y señalado el otro me indicó que podía tomar posesión de él. Se durmió casi de inmediato. Yo no sabía qué hacer. Jamás duermo después del almuerzo. Me senté en uno de los sillones pero al poco tiempo comencé a sentirme incómodo, sobre todo cuando Damme comenzó a roncar como una Harley Davison a punto de arrancar. No había una revista ni un libro a la mano; no tenía nada que hacer.

Toqué algo metálico en uno de mis bolsillos y me acordé que llevaba conmigo una caja de cigarros “Café Creme”. Se me ocurrió que la opción para el tedio era fumar un cigarro, pero no quería hacerlo en la habitación mientras mi amigo dormía, tampoco me atreví a abrir la puerta por miedo a que despertara por el ruido, así que me dirigí a las entreabiertas persianas de la ventana y muy delicadamente comencé a abrir una, tratando de no hacer sonido alguno. Apenas logré tener una abertura suficientemente amplia como para dejarme pasar, me deslicé por ella hacia el balcón y con un suspiro de alivio encendí un pequeño cigarro.

El balcón daba a la calle y desde allí se veía el vehiculo estacionado  frente  a la casa. No había casi nadie en la calle pues el calor de esa hora era realmente agobiante. El balcón era estrecho y no había ningún objeto o mueble para poder sentarme, se sentía el calor casi de lleno y cuando había comenzado a arrepentirme por haber salido, de pronto descubrí que se prolongaba hacia la derecha hacia un espacio más amplio. Encaminé mis pasos hacia allá de forma decidida y volteé, se podría decir, casi apresuradamente, en busca de un espacio más amplio y ventilado.

¡Oh sorpresa! caí sin anunciarme y de improviso, en medio del círculo de mujeres que preparaba la comida cuando llegamos. Seguían allí, posiblemente ahora eran más numerosas. Estaban todas sentadas alrededor de la estera redonda, en el suelo y comían los deliciosos platos que nos habían servido al interior. Todas conservaban sus bellos turbantes de colores pero por el calor, se habían despojado de la parte superior de sus vestidos. Era una hermosa exhibición de torsos femeninos que se me presentó de golpe… como diría un amigo, ¡de golpe y porrazo, sin anestesia!

Supongo que me habré quedado atónito con el tabaco quemándome la mano, sin saber qué hacer, ni qué decir… Sintiéndome un invasor en fiesta ajena, hice un giro parsimoniosamente lento y volví sobre mis pasos al refugio tranquilizador y temporal del otro sector del balcón por donde había llegado hasta ese turbador banquete femenino.

Di una o dos pitadas al resto del cigarro y volví a colarme a la penumbra de la sala, para esperar en silencio, que mi amigo despertara. Cuando esto aconteció, una media hora más tarde, se desperezó, bostezó un par de veces y me propuso salir a dar nuevamente una vuelta por la ciudad antes de acompañarme al hotel. Cuando nos calzamos y salimos de la habitación, toda la escena anterior había desaparecido como por arte de magia. No quedaba en el lugar ni siquiera la estera.

Así concluyó mi rápido contacto con una cultura tan diferente, No pregunté si el grupo numeroso de mujeres estaba constituido por empleadas domesticas, si trabajaban para la familia de mi amigo, si eran parte de una comunidad con nexos de parentesco, si eran allegadas o trabajadoras sin remuneración y solo compartían el techo y un plato de comida. Tampoco pregunté si su presencia era temporal, o casual, si estaban allí solo por esa ocasión y menos aún, si hacían parte de una empresa local de catering. Soy un mal antropólogo. Las cosas que no entiendo me dejan con la boca abierta. Aunque en esa ocasión, fue por otras causas.



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