lunes, 28 de febrero de 2011

Kenia 3: Safari fotográfico

Como ya he relatado, en abril de 1991 llegué por primera vez a Nairobi para contribuir a la estructuración de una entidad que promueva el diálogo entre los diversos actores implicados en la temática “del agua y el saneamiento”. A esa reunión había sido invitado mi amigo peruano Gustavo Riofrío, quien se excusó de asistir mencionando que en nuestra región era yo el encargado del tema “agua y saneamiento” y muy amablemente proporcionó mis coordenadas a los organizadores, para que pudieran invitarme.

En Nairobi conocí a Raymond Jost, alsaciano residente en Montreal que impulsaba la idea de crear ese organismo. Raymond ha demostrado ser un personaje con una creatividad impresionante y una capacidad de invención realmente fuera de serie. En esa oportunidad en Kenia, luego de interminables discusiones entre los participantes, acordamos la constitución de lo que luego se concretó en el Secretariado Internacional del Agua.

Raymond habla francés, alemán y alsaciano y, si bien ahora se defiende en inglés, en esa época casi no podía pronunciar una palabra en esa lengua. Ese fue uno de los factores que hicieron más difícil la comunicación en aquella reunión. Raymond lograba trasmitir sus iniciativas a los francófonos pero los invitados ingleses, holandeses, de la India, Bangladesh o del África del este, no entendían su mensaje ni su propuesta. Fue muy duro.

Previendo esas limitaciones de la lengua, Raymond había enganchado a un asistente filipino residente en Quebec, que hablaba francés, inglés y un poquito de español.

“Arnel Gallenero”, así se llama el colega filipino, demostró ser un tipo centrado y ponderado; expresaba con claridad sus ideas y era capaz de traducir o explicar en otra lengua lo que unos y otros expresaban en la propia. Fue de enorme ayuda para el éxito de las deliberaciones. Sin embargo muchas veces, en la vehemencia del debate, su rol de traductor pasaba a segundo plano y todos, él también, hablábamos en cualquier lengua en medio de una cacofonía absurda. Así debió ser la vida cotidiana en la Torre de Babel.

Cuando los acuerdos se lograron por la voluntad de los presentes, que hicieron un esfuerzo por entender y acercarse a los otros, superando los recelos y las diferencias culturales e  idiomáticas que más bien nos separan; todos convenimos en que el rol de “Arnel” fue muy importante, su sentido del humor, su aspecto de niño explorador, con sus ojitos achinados y su sonrisa permanente, mostrando dos grandes incisivos con el aspecto de un castor, hacían de él un sujeto amigable y cordial que infundió confianza en los demás.

Hice una buena amistad con “Arnel”. Él también era una persona interesada en los animales  y  todas las manifestaciones de la vida silvestre que se pueden observar en el África. En un momento determinado, convencimos a varios colegas que asistían a la reunión, de tomar un guía y visitar el “Parque Nacional Nairobi” en las inmediaciones de la ciudad; esta pequeña reserva de alredor de ciento veinte km², permite observar en libertad rinocerontes negros, leones, leopardos y muchas variedades de herbívoros. Es el viaje típico de los turistas que visitan Nairobi para poder tener un mínimo contacto con la fauna africana.

A mi me pareció una experiencia formidable y al finalizar la reunión, me entraron las ganas de conocer una verdadera reserva de ese hermoso país. Comencé a indagar entre los colegas, si alguno quería quedarse unos días más en Kenia para poder emprender un auténtico safari fotográfico. No todos podían hacerlo, pero convencí a “Arnel”  de incorporarse a la aventura.

Hicimos las averiguaciones del caso y nos embarcamos en un recorrido de tres días y dos noches en el Parque Nacional “Masai Mara”.

Masai Mara” es una reserva natural ubicada a doscientos setenta kilómetros al sudoeste de Kenia, al oeste del valle del Rift. La reserva debe su nombre a la famosa tribu de los “Masai” que en ella habitan y al río “Mara” que lo cruza de norte a sur. Ocupa un área de mil quinientos  km². La mayor parte del territorio es una extensa sabana, prolongación natural de la gran reserva de Serengueti, que se inicia en Tanzania; cubierta de acacias y tupidos pastizales y es famoso por gran su población de leones, rinocerontes negros, hipopótamos, hienas manchadas y guepardos. Pero los verdaderos dueños de la reserva son los herbívoros: la población de ñus, gacelas de Thomson, impalas, cebras y jirafas se estiman en varios cientos de miles. El parque es también el hogar de más de 450 especies de aves.

Salimos temprano en una pequeña combi con un chofer, un guía y un total de seis fotógrafos aficionados: una pareja de franceses, un matrimonio canadiense, mi amigo filipino y yo. La primera impresión increíble es la vista desde lo alto de la meseta a la que se llega desde  Nairobi, del monumental valle del Rift, un paisaje para cortar el aliento. Luego viene el descenso al gran valle y uno tiene un primer contacto con la fauna: grandes tropas de babuinos y macacos intentan acercarse al vehículo en busca de alguna golosina. A medida que se desciende, la temperatura aumenta mientras se atraviesa esta gran área semidesértica, En las paradas técnicas se aprecian en los árboles los nidos y miles de ejemplares de bulliciosas aves tejedoras.

En la tarde nos acercamos a las inmediaciones del parque “Masai Mara”, éste se ubica en una gran meseta a 1.500 m.s.n.m., su clima es suave y bastante más húmedo y está lleno de grandes pastizales muy atractivas para los grandes rebaños de animales silvestres. Hicimos un primer recorrido en las inmediaciones del Mara; este gran río es la barrera que año a año, las manadas de herbívoros deben atravesar entre el parque nacional Serengueti  en la frontera con Tanzania y los pastizales del norte del “Masai Mara”. Millones de ñús y miles de cebras y gacelas, se desplazan en busca de la hierba que ha crecido con las lluvias y luego regresan con idéntico fin hacia el sur, en búsqueda de los mejores pastos. En el cruce del río, muchos mueren ahogados, otros aplastados, y no pocos, en las fauces de los grandes cocodrilos que esperan ese período con hambres atrasadas.

La primera noche acampamos en una región protegida por pequeños árboles, ayudamos a armar una empalizada hecha con ramas y arbustos espinosos, comimos alrededor de una fogata y nos distribuimos muy cerca en cuatro pequeñas carpas: una para cada una de las parejas, una que compartí con mi colega filipino y una para el chofer y el guía, que también fungía de cocinero. Nos advirtieron que debíamos dormir vestidos y nos recomendaron tener los zapatos siempre a la mano en caso de tener que correr o protegernos ante la presencia de cualquier animal. Yo pensé que esas precauciones y lo que nos contaban, eran parte del “show” para que los “ingenuos turistas” tuviésemos la sensación de estar acampando en medio de las “salvajes estepas africanas”. Sin embargo dos veces en la noche nos despertaron ruidos de animales realmente cerca; en el primer caso nos dijeron, se trataba de una manada de búfalos que se alimentaba en las inmediaciones y en la segunda, nos hicieron salir de las carpas y lentamente subir al vehículo, pues un grupo grande de elefantes, cuyos ojos vimos brillar con la luz de la fogata, estaba atravesando el bosquecillo.

A la mañana siguiente muy temprano salimos en busca de los elefantes pues según nos dijeron en esa época no era fácil encontrar otro rebaño, recorrido inmensas planicies; nuestro guía de tanto en tanto subía al techo del vehiculo y oteaba el paisaje… en un determinado momento señaló hacia al derecha y gritó, allá. 
El chofer aceleró y aun cuando nos íbamos acercando, nosotros no veíamos nada. Solo cuando estuvimos a pocas decenas de metros vimos las grandes sombras grises alimentándose entre los árboles. Era, según nos explicaron, una manada pequeña, un gran macho colmilludo y varias hembras, muchas de ellas seguidas de crías de diferentes tamaños. Fue una experiencia formidable. Nos acercamos un poco más y a pesar de que a los grandes paquidermos no parecía importarles nuestra presencia, el guía nos explicó que era mejor no molestarles, -“nunca se sabe”, dijo; -“los elefantes de repente se alocan y atacan a cualquier cosa que se mueve”, en esos casos, explicó –“ni siquiera la combi brindaría seguridad, la harían pedazos en segundos”.

Tomamos otro rumbo y cuando el día ya se puso más calido, el guía y el chofer deslizaron el techo de la combi para permitirnos fotografiar de pié, apoyándonos en el marco superior del vehículo, todo tipo de animales a nuestro antojo. Vimos jirafas por docenas, listadas cebras, búfalos negros con su gran cornamenta, antílopes y gacelas, elegantes ónix e impalas y, en una ocasión, nos topamos con una presurosa piara de horribles facoceros, esos jabalíes africanos provistos de filudos colmillos que sobresalen de su hocico como los colmillos en los elefantes. Creíamos que con eso, el viaje estaba más que pagado. Pero todavía no habíamos visto nada. Sobre todo en cuanto a número de animales.  

Comimos al medio día un improvisado picnic a orillas del camino y enrumbamos el vehículo por un camino polvoriento en busca de las grandes manadas. 
Tuvimos las suerte de encontrar una familia de leones que venía en sentido contario por el camino, supongo que de una excursión fallida de caza; nos detuvimos y siguieron caminando hacia nosotros. El guía nos advirtió permanecer inmóviles y no hacer ruido. Simplemente debíamos dejarlos pasar. Se dirigían hacia la sombra de unas grandes rocas que acabábamos de dejar atrás. Al llegar al vehiculo no abandonaron la carretera, el grupo se bifurcó y sus integrantes pasaron junto a  nosotros a cada lado; habría sido posible tocar su lomo extendiendo apenas nuestras manos.

En la tarde llegamos a una zona menos árida. La presencia de la hierba verde y alta en un territorio tan amplio que parecían no tener fin, hacia factible la presencia de manadas y rebaños inverosímilmente gigantescos que tampoco parecían tener límite en el horizonte. Uno no puede creer que puedan verse tantos ñus, cebras, búfalos, gacelas y antílopes, todos juntos pastando en medio de esos parajes prodigiosos. El chofer enrumbó el vehículo directo a la  multitud y los animales nos dejaban pasar casi sin inmutarse.  Dos o tres veces vimos a los carroñeros, hienas y chacales, compitiendo por los restos de algún animal, con gallinazos,  buitres y marabús. Nos sorprendimos por lo alerta que están sobre todo, las pequeñas gacelas, sus orejas se mueven todo el tiempo y escapan dando grandes saltos ante el menor ruido o sensación de peligro.

En al noche llegamos a un hotel muy rústico en medio del Parque y allí nos alojamos. Pudimos tomar alimentos calientes y una buena ducha que nos estaba haciendo falta. Creo que caí en al cama,  como si hubiese recibido un garrotazo en al cabeza y dormí de un solo lado toda la noche, tan agotado estaba.

A la mañana desayunamos rápidamente y nos embarcamos en el vehículo para dirigirnos a territorio “Masai”. Atravesamos una zona con vegetación baja en la que cientos de avestruces se alimentaban y cuidaban a sus pequeños. Los machos, de plumaje negro y blanco, extendían sus alas y se acercaban agresivos a la combi en actitud de defensa, no deseaban que molestásemos a sus hembras ni a su prole. Los pequeños al igual que las hembras son de plumaje marrón terroso, pero todos los adultos son muy grandes, sus cabezas superaban en altura a nuestra camioneta. El guía nos advirtió que debíamos tener cuidado pues en ocasiones pueden picar a los turistas o arrebatarles su cámaras o cualquier otro objeto que brille con el sol. Recuerdo que nos impresionó y reímos hasta más no poder, cuando un gran macho, casi junto a nosotros, alzó la cola, abrió sus esfínteres como suelen hacer las gallinas y defecó estrepitosamente. Nos impresionó el tamaño del producto, mucho más grande que la bosta de una vaca; no esperábamos ver esto, ni nunca no hubiéramos imaginado. Fue realmente hilarante.

Al final de la mañana llegamos donde los “Masai”, la célebre tribu de pastores nómadas, verdaderas esculturas humanas, giacomettis vivientes, delgados y altísimos guerreros, bellas mujeres ataviadas con ropas de colores en las que predomina el rojo sanguíneo y el dorado de colares y pulseras.

Antes los adolescentes debían cazar un león con un mazo en forma de fémur para convertirse en guerreros, hoy esa costumbre es apenas parte de la leyenda, los guerreros han devenido exclusivamente en pastores. Los muchachos Masai, al igual que sus padres, cuidan grandes rebaños de cornudas vacas blancas y barrosas; salen al pastoreo en el día y regresan a su hogar en la noche. Viven en pequeños pueblos temporales de chozas redondas construidas dentro de amplias empalizadas que sirven para proteger a los pastores y al ganado del acecho de los grandes carnívoros.

Las chozas son circulares, con techo y paredes construídas con ramas y paja recubiertas por una especie de barro amasado con tierra y majada del ganado. Los villorrios son circulares y todas las puertas de las chozas dan hacia el centro en donde, en las noches, se recogen el ganado.

Los Masai no comen carne de sus animales, consumen su leche y una especie de cuajada que obtienen mezclando leche con sangre vacuna que obtienen mediante una certera incisión de un canuto de caña en la yugular del animal, sin matarlo.

Ese día visitamos un pueblito Masai y yo que soy dado a probar todo tipo de alimentos no me atreví a probar ese yogurt sanguíneo, no por temerle al sabor o por saber que los hacen con sangre. Me dio repugnancia la cantidad de moscas. Todo en el pueblo está cubierto de ellas, las ubres de las vacas, las caras de los niños, las manos de quienes ordeñan y de quienes sacan la sangre, el recipiente donde cae la leche y aun de aquel que se bate para coagular la mezcla. Moscas de establo en cantidades industriales; humanos y animales casi no se mueven para no perder energía espantando a las moscas. Solo cuando los insectos topan las comisuras de los labios o el lagrimal de los ojos, un lento movimiento, hace volar al intruso.

Tengo fotos magníficas de estos guerreros de ébano, sus vestidos multicolores, sus humildes moradas, sus vacas y sus moscas.

El regreso fue lento y agotador, llegamos a Nairobi ya entrada la noche y nos recogimos al hotel para descansar un poco, pues al día siguiente debíamos tomar el avión para nuestros hogares en Montreal y en Quito, tan diferentes a todo aquello que pudimos vivir en aquel extraordinario contacto con la realidad africana.    

viernes, 25 de febrero de 2011

Kenia 2: El mejor chiste y sus consecuencias.

En general soy un buen contador de chistes, tengo buena voz, no he hecho teatro pero al contar un chiste aplico en lo posible lo poco que conozco de las artes escénicas: hago mímica, expreso mucho con ojos y manos, imito dialectos y modulo la voz. Cuando cuento un chiste la gente casi siempre ríe de buena gana.

En mis múltiples viajes he descubierto que aun traduciendo nuestros chistes puedo obtener los mismos resultados, la gente disfruta cuando cuento un buen chiste.

Lo que no he podido hasta ahora, es romper las barreras culturales en relación a este tema.

En todos los países latinoamericanos las personas ríen cuando el chiste es bueno. En casi todos los países europeos, sobre todo en los mediterráneos acontece lo propio. Aun si he debido traducir e improvisar la expresión del chiste en francés o en español de España, la gente también ríe. Tengo más dificultades con el inglés, así que más bien por esa limitación, improviso menos, en ese idioma; pero cuando he contado ciertos chistes en Estados Unidos, en Inglaterra o en los países europeos del norte, parece que si soy capaz de trasmitir la parte cómica de la historia y la gente también ríe.

En Asia en cambio, el asunto es terrible. Puede ser que mi inglés sea insuficiente y si el del auditorio es igualmente precario, eso hace mucho más difícil la expresión y la compresión de la broma; pero estoy convencido que a eso se añade la dificultad cultural de poder entendernos.

A chinos y japoneses, con quienes me ha sido factible conversar en ingles sobre temas serios, me ha sido en cambio totalmente difícil hacerles reír. Aun en los casos en que el chiste ha sido contado en un contexto de diversas nacionalidades, los no-asiáticos ríen estrepitosamente, lo que muestra que fue bien contado y se entendió, en tanto que los asiáticos me miran con una cierta ternura y una leve sonrisa casi de compasión. Penetrar en sus personalidades a través del humor es casi impensable. Prácticamente he desistido. Me da la impresión que nunca podré hacerlo.

Naturalmente hay excepciones. Tengo buenos amigos japoneses que disfrutan de los chistes. Han vivido en América Latina y hablan español, claro.
  
En otros lugares donde las barreras culturales hacen inmanejable el tema de los chistes es en India, Pakistán, Bangladesh y afines. Su sentido del humor es otro; pero además tienen una complicación adicional; a nuestros gestos de afirmación o asentimiento cuando movemos la cabeza de de arriba hacia bajo de forma reiterativa y de negación cuando lo hacemos de izquierda a derecha varias veces, ellos han sumando cosas complicadísimas.

Cuando alguien habla, ellos mueven la cabeza de izquierda a derecha para expresar que entienden o que están de acuerdo; la persona de algún otro confín del mundo que les está dirigiendo la palabra, siente incomprensión total y rechazo del auditorio.

Cuando están de acuerdo con algo, alzan la cabeza y hacen un gesto leve y un mínimo chasquido con al lengua y, en cambio cuando quieren mostrar que han entendido y desean alentar a quien habla para que siga adelante con el relato, hacen movimientos de la cabeza, balanceándola de un hombro al otro sucesivamente como cuando nosotros queremos expresar una duda. A eso se añaden dos o tres movimientos complementarios como describiendo pausadamente un número ocho o una clave de sol con la cabeza, que significan “podría ser”, “quizás” o “no estoy tan seguro”.

¿Se imaginan lo complicado que resulta contar un chiste en ese contexto?

En cambio en donde he tenido total éxito para los chistes es en África. En los países anglófonos un poco menos, por mis propias limitaciones en el manejo del inglés; pero en los francófonos, éxito total. Supongo, porque la traducción del español al francés es más fácil y directa y porque me desenvuelvo mejor en ese idioma. Casi siempre los chistes que he podido contar a colegas africanos de habla francesa, han tenido un tremendo éxito y casi siempre, con ellos, las veladas de chistes son largas y amenas como acontece en nuestros países.

El chiste que más éxito ha tenido, recuerdo hasta ahora, lo conté en Nairobi a un grupo de colegas de varias nacionalidades cuando creamos el “Secretariado Internacional del Agua”. Entre los presentes en una noche de confraternidad, la mayoría hablaba francés, comenzamos a contar chistes y yo conté uno que hizo reír casi hasta desfallecer a nuestro colega senegalés  Ibrahima Cheikh Diong.

El chiste es muy simple: Son dos jóvenes que están sin hacer nada, fumando un cigarrillo en una esquina del barrio y ven pasar a una muchacha verdaderamente atractiva, con un cuerpo escultural, largas piernas, caderas cimbreantes cubiertas apenas por su minifalda y un gran escote que deja entrever su bien dotada delantera. Uno de ellos menciona: -¡mira viejo…!, ¡cómo no atraparla y.. ¡pun! Y, al decirlo, hace al mismo tiempo un gesto con los dos codos pegados a su cuerpo, lo antebrazos en ángulo recto extendidos hacia delante, las manos con las palmas hacia arriba con los dedos cerrados y, con un movimiento como que jala algo hacia el tronco, acerca ese objeto imaginario hacia el bajo vientre. El otro le mira indignado y le dice, - ¡cómo…!, ¡fíjate que es mi hermana!.  El primero saca los ojos, como expresando que ha metido la pata con su amigo y hace un gesto lento regresando los brazos a la posición original al mismo tiempo que gira las muñecas para que las palmas queden hacia abajo, como en el movimiento inverso de un tirabuzón y exclama al mismo tiempo: - ¡Ups!, ¡perdón!.

Ibrahima reía hasta más no poder. Repetía con sus brazos los movimientos descritos en el chiste y volvía a reír. Volvía a hacerlo… repitiendo con hilaridad: -“¡Ups!, ¡perdón!”, y volvía a reír sin descanso. Por supuesto todos reíamos más, al verle reír de esa manera y el asunto se prologó hasta que todos lagrimeábamos y jadeábamos por falta de aire.

De todos los chistes que he contado, nunca ningún otro ha tenido tanto éxito para una persona. ¿No se por qué? Pero esa historia casi acaba con mi amigo de tanto reír.

Unos pocos meses después, el Consejo de Concertación sobre Agua Potable y Saneamiento (WSSCC) organizó el “Primer Foro Global del Agua” en Oslo, la capital de Noruega. Yo fui invitado a esa reunión como representante de América Latina y mi amigo Ibrahima Sheik Diong como representante de África Occidental Francófona en el SIA.

Debido a la dificultad de los vuelos y conexiones aéreas desde esta región del mundo, llegué a Oslo el lunes al final de la mañana, cuando el evento ya se había iniciado. Me registré en el hotel y me dirigí de inmediato al lugar donde transcurría el Foro. Llegué cuando los participantes habían concluido la sesión de la mañana y estaban reunidos en un gigantesco salón restaurante en espera de que se les sirviera el almuerzo. El local albergaba varias decenas de mesas redondas, cada una para ocho o diez personas; y cuando legué estaban completamente, lleno.

Como no conocía prácticamente a nadie, comencé a desplazarme entre las mesas, queriendo pasar desapercibido con cara de despistado, con la esperanza de que por ahí, por casualidad, asomara algún amigo. Estaba en eso cuanto, a una buena distancia, un gigante africano de casi dos metros se levantó y gritando mi nombre me hizo señas de  que me acercara hacia su mesa.

Cuando llegué, Ibrahima se abalanzó a abrazarme, como buen francófono me besó tres veces en las mejillas; luego me palmeó la espalda con fuerza y casi de inmediato, con los dos codos pegados a su cuerpo, los antebrazos en ángulo recto extendidos hacia delante, las manos con las palmas hacia arriba con los dedos cerrados y, con un movimiento como jalando algo hacia el tronco, acercó ese objeto imaginario hacia el bajo vientre. Luego describió con sus brazo el camino inverso, diciendo al mismo tiempo: -“¡Ups!,¡perdón!”.

Reía estrepitosamente y seguía palmándome la espalda invitándome a tomar asiento.

Imposible pasar desapercibido. No sabía donde meterme. En pocos segundos, los dos representantes del “Secretariado Internacional del Agua” habíamos pasado del total anonimato al protagonismo total en ese Foro.

Felizmente, ya en las sesiones, los dos dijimos cosas relativamente coherentes y no quedamos tan mal. Yo por supuesto tuve que contar a cuanto participante quiso escuchar, el famoso chiste de mi amigo Ibrahima. Me han referido posteriormente que los japoneses siguen sin entenderlo.

jueves, 24 de febrero de 2011

Kenia 1: La creación del Secretariado Internacional del Agua

En 1985, luego del Seminario “Transporte y Servicios Urbanos en América Latina”, un grupo de colegas de diversos países organizamos en Quito la “Red de Estudios de los Servicios Urbanos en América Latina” que bautizamos con el nombre de “REDES”.

En 1990 Oxfam-Quebéc organizó en Montreal el Foro Internacional “Las organizaciones no gubernamentales en interacción por el agua y el saneamiento”, evento en el que los participantes redactaron la famosa “Carta de Montreal, sobre agua potable y saneamiento” para contribuir con ese documento de reflexión y de referencia, a las actividades de cierre de la década Internacional del Agua. A ese evento, en el que participaron delegados de diversos países de todo el mundo, fue invitado mi amigo peruano Gustavo Riofrío Benavides, quién es uno de los firmantes de la Carta.

En ese mismo año, nos reunimos en Quito varios investigadores de “REDES” para conformar una estructura organizativa más clara y con responsabilidades compartidas. Nos planteamos una serie de metas y estructuramos un comité de coordinación; a mi me encargaron la coordinación del tema “agua y saneamiento y a Gustavo Riofrío la del tema “desechos sólidos”,

Con el fin de facilitar la aplicación concreta de los principios de la “Carta” varios de los colegas implicados en la organización del Foro de Montreal, decidieron reunirse un año después, para esbozar la estructura de una entidad que promoviera el diálogo entre los diversos actores implicados en la temática “del agua y el saneamiento” y promovieron una reunión en Nairobi, para discutir puntos de vista y alternativas en relación a ese reto. De esa iniciativa nació lo que posteriormente fue el Secretariado Internacional del Agua – SIA.

A esa reunión fue invitado Gustavo, quien de manera excesivamente amable, a más de  profesional y seria, se excusó de asistir, mencionando que en nuestra región era yo, el encargado del tema “agua y saneamiento” y les proporcionó mi dirección y teléfono para que pudiesen contactarme y cursarme la invitación respectiva.

Así pues en abril de 1991 desembarqué en Kenia provisto de una visa otorgada por el consulado británico en Quito y la representación de mis colegas latinoamericanos de “REDES”.

Quien nos recibió y condujo todo el proceso de dialogo en Nairobi, fue Raymond Jost que un año atrás había colaborado en el comité organizador del Foro de Montreal. Este personaje alto y corpulento con una personalidad cautivante me pareció al principio absolutamente audaz, pues proponía crear un organismo, una ONG internacional, para promover acciones de concientización, información, comunicación y dialogo entre actores en el mundo del agua y el saneamiento, para lo cual nos quería involucrar a los presentes. Un organismo que tendría una misión un tanto ambigua, objetivos y metas de difícil realización pues no estaban clarificadas en absoluto las respuestas a interrogantes básica tales como: ¿para qué?, ¿por qué? y, menos aún, ¿cómo? y ¿con qué recursos?.

Esta iniciativa para muchos colegas africanos y asiáticos era absolutamente sospechosa y poco clara; primero, por provenir de un sujeto llegado del “norte”, que hablaba sólo francés, que jamás había hecho un proyecto de irrigación o de fosas sépticas “en el terreno” y, segundo, porque quería “respuestas inmediatas” a las preguntas: ¿con quiénes? y ¿cuándo?.

¿Con quiénes?, pues con nosotros, los “chinos”, “negros” e “indios” llegados de quien sabe dónde y que -parecía incuestionable- “debíamos colaborar” como impulsores de la propuesta… ¿Cuándo?, ¡ese instante!... la premura era tal que parecía como que no teníamos tiempo para perder, ¡teníamos que suscribir un documento constitutivo en esa semana…!

Las discusiones eran interminables, algunos colegas europeos apoyaban a Raymond, los tercer mundistas cerraban filas en una suerte de oposición, casi de boicot. Las tensiones se acentuaban, el aire, ya denso y cálido de Nairobi, se hizo cada vez más pesado, casi era factible rebanarlo con cuchillo, tan denso se lo sentía. Supongo que las diferencias culturales no favorecían en absoluto el debate y menos, algún tipo de concertación. Se sentía una cierta visión etnocéntrica -de lado y lado- y una muy difícil voluntad y nula capacidad de entender a “los otros”.

Felizmente en la tarde y la noche, luego de que las sesiones se cerraban sin resultados… la luna, los grillos y luciérnagas, -y un par de cervezas, claro- evacuaban tensiones y reinstalaban la calma. En grupos pequeños era más fácil hablar, conocerse, compartir experiencias, contar chistes y anécdotas y de a apoco, se sembraba complicidad y confianza.

Interrogado por algún preguntón de entre nosotros, Raymond nos relató que era francés, alsaciano, que había emigrado joven a  Montreal y allí terminó la carrera de sicología e hizo un posgrado en sicología social y comunicación. Tuvo varios empleos y llegó a ser una suerte  de viceministro-asesor, ligado al tema de la juventud y específicamente de los niños de la calle y la delincuencia juvenil, en lo que podría ser en nuestros países un “Ministerio de Asuntos Sociales”.

Nos contó varias historias que parecen de cuento. En mi caso me golpearon tanto que cambiaron radicalmente mi forma de percibir al personaje, de esa molesta sensación de desconfianza, a una suerte de complicidad, admiración y confianza total; que, en años posteriores pude ir complementando merced a todo lo que hemos emprendido juntos, al comprobar la creatividad de sus iniciativas y la seriedad en su trabajo. Esa complicidad, admiración y confianza total han perdurado como sustento de una gran amistad hasta la fecha.

Uno de los relatos fue el siguiente: Raymond había recibido el encargo del gabinete ministerial  de organizar un programa de rehabilitación para jóvenes con problemas. Le dieron el mandato, un magro presupuesto y casi ningún colaborador. Así pues, a su propia cuanta y riesgo, giró un cheque por la totalidad de su presupuesto del año y compró centenares de metros de cable, varios miles de bombillas eléctricas, un generador a diesel y contrató decenas de electricistas. Con ellos iluminó una noche el gran puente metálico que cruza el San Lorenzo en la autopista  que une Montreal y Ottawa.


Con la complicidad de la prensa, la radio y la televisión, comenzó a explicar el nombre que en gigantescas letras luminosas se prendía y apagaba en el gigantesco puente: “Cap Espoir”, “Cabo Esperanza”, “Esperaza para los jóvenes con discapacidades”. Habló ante los medios de la importancia de un programa en el que en vez de recluirlos, se pudiese verdaderamente ayudar a salir adelante a los jóvenes delincuentes y a los centenares de muchachos y chicas que padecían de alguna deficiencia en el cuerpo, la mente o el espíritu.

Nos explicó que los québécoises no son diferentes de los demás norteamericanos; en general muy dados, a hacer generosas donaciones si una causa les parece interesante. Como resultado de la “luminosa acción de comunicación colectiva”, Raymond salió con el presupuesto que le habían otorgado multiplicado por diez. Todos los amigos le felicitaban por el éxito del emprendimiento. Ahora, le decían, - “podrás comprar una casa, en medio de un bosque, y establecer allí, ya no un programa, sino un centro de rehabilitación para los jóvenes…“.

Raymond cogió la plata y efectivamente comenzó a buscar en el periódico la mejor forma de invertir las ganancias de  su alocada idea. Al poco tiempo encontró lo que buscaba. ¡Compró un  velero! Si, un barco velero de tres mástiles…. lo bautizó con el nombre marino de  “Cap Espoir”, “Esperaza para los jóvenes con discapacidades”, y comenzó a recorrer el mundo con ellos a bordo. 

Aquel que había perdido un brazo y se sentía el ser más miserable del mundo por ese hecho, ayudaba al otro que sentía lo mismo, porque había perdido las dos piernas; y éste cuando, a pesar de esa circunstancia, recuperaban todas las ganas “por vivir”, ayudaba a la chica que había sido violada; y ella, al pequeño delincuente que robaba porque no era amado por sus padres; o el niño de la calle, que había aprendido a vivir de la basura, a la chica anoréxica que rechazaba la comida…y así, en una cadena interminable… de apoyo, de comprensión, de compañerismo, de crecimiento colectivo, de perdón, de borrar el pasado y enfrentar el futuro.

El programa llegó a ser tan importante que en pocos años tenia “su sede en el bosque”, tres veleros y dos avionetas en los que los jóvenes viajaban -tomados de la mano- hacia múltiples sueños y opciones de vida.

Llegó a ser tan prestigioso que en 1996 durante las celebraciones del centenario de la colocación de la Estatua de la Libertad en la bahía de Nueva York, el “Cap Espoir” fue invitado a echar anclas en “Staten Island”. Una delegación de jóvenes depositó allí una ofrenda de flores, tendiendo un puente de ternura entre ese importante símbolo de la libertad de los americanos y ese velero que les había devuelto la suya.

Supongo que los presentes en aquella reunión en Nairobi, debíamos tener los ojos abiertos enormemente, al escuchar incrédulos esta historia… pero pude sentir los míos y ver los ojos de todos, saliendo literalmente de su órbitas, cuando Raymond, abrió una carpeta y nos enseño, desplegándola, la primera página del “New York Times” del día de la celebración del centenario, en la que se veía una sola foto gigante, a color, de la Estatua y en su base anclado a las rocas el “Cap Espoir” con la velas recogidas y las bandera de Quebec y de Alsacia, ondeando al viento.

Raymond tuvo que renunciar de su cargo años más tarde, cuando en una ocasión le pidieron el “organigrama funcional” del organismo… él envió un gráfico en el que los niños estaban arriba, los funcionarios y políticos abajo…y todavía más abajo, en niveles inferiores, el ministro y el consejo de ministros.

Nos contó que luego se dedicó a la comunicación para acciones dirigidas a conglomerados y en eso estaba cuando fue enganchado para co-organizar el Foro de Montreal. Allí descubrió que, en el mundo del agua, las necesidades, las carencias y los requerimientos de solución, eran enormes… y quienes debían hacer algo se enfrascaban en su discurso, técnico, económico o político y en la practica, hacían poco o casi nada.

Viniendo de un país donde el agua abunda y las carencias sociales no son necesariamente extremas, Raymond pudo tomar conciencia que en donde la situación era dramática, era en los países y en las comunidades carenciadas de todos los demás continentes. Trabajó con verdadera pasión en la estructuración de la Carta de Montreal y en su difusión; y comenzó a inventar el concepto de un organismo que actúe en la gestión del conocimiento y de la información, en la sensibilización y en el establecimiento de lazos entre las necesidades de la gente y quienes toman las decisiones, proporcionan los recursos o ejecutan las acciones. Allí nació la idea de crear, lo que luego fue el Secretariado Internacional del  Agua, cuyos propósitos estaba tratando de trasmitírnoslos en esos días, con tan poca comprensión y apoyo de nuestra parte.

Creo que jugué un rol importante, tendiendo puentes entre las utopías de este soñador y el pragmatismo y desconfianza de mis colegas de los países “en vías de desarrollo”. Pienso que uno de los problemas era la presencia en esa reunión de ONGs, redes y asociaciones, sobre todo africanas y asiáticas, muy vinculadas al trabajo comunitario y de terreno, incluso técnico; pero, no necesariamente, al mundo de la construcción de políticas, la comunicación y el debate participativo entre actores que en América Latina, estaba ya tan avanzado.

Hablé y concerté con muchos y respaldé la idea de Raymond, tanto en los grupos de trabajo cuanto en los debates plenarios. Traté de interpretar la importancia de un ente que haga cabildeo y comunicación y sirva de nexo, entre los que actúan “con la gente” y los que “toman decisiones”, supuestamente, “para la gente”.

No fue fácil, ayudaron una serie de ejemplos y, nuestra propia experiencia, en América Latina. El rol de las ONGs como organismos que pueden propiciar el diálogo, desarrollar experiencias  que pueden ser generalizables y transformarse en políticas públicas, les pareció novedoso y rescatable. Descubrí que sobre todo en África, las ONGs hacen proyectos como una opción a un Estado inexistente o de una extrema debilidad. Las ONGs dan soluciones pero no conversan, no proponen, no suman ni multiplican.

Finalmente las posiciones extremas se fueron atenuando y pudimos llegar a acuerdos. Esbozamos entre todos, objetivos y estructura. No todos se juntaron a la propuesta pero la mayoría de los presentes decidimos crear un organismo con la visión que allí se estructuró. La idea se concretó meses más tarde y en agosto de 1991, en Montreal, suscribimos la constitución del Secretariado Internacional del Agua al amparo de las leyes canadienses.

En Nairobi le dije a Raymond que le iba a apoyar, no porque su propuesta fuese totalmente lógica o porque allí estuviesen todos los que debían estar, ni porque representásemos a nadie,  sino por una suerte de intuición… porque me parecía que los creadores, los soñadores, los generadores de ideas efervescentes merecen apoyo de los demás… porque juntos podemos hacer más y porque me parecía un tipo confiable. Fue un reto importante, una apuesta de locos, pero los impresionantes logros e iniciativas desarrolladas por este colectivo hasta ahora, muestran que Raymond tenía razón y que los que nos sumamos a su idea, nos jugamos por algo que valió la pena. 

miércoles, 23 de febrero de 2011

Egipto 7: Las inexplicables e inentendibles diferencias culturales

Como ya relaté en otra ocasión, el Secretariado Internacional del Agua (SIA) organizó en El Cairo, en marzo de 1996, una reunión de planificación de las actividades del Grupo de Trabajo sobre “Agua, Gestión Comunitaria y relaciones con la Sociedad Civil”. Yo era en esa época vicepresidente del SIA y fui invitado a esa reunión como representante de America Latina. Regresé así a Egipto, diez años después de mi primera visita.

El SIA se había esbozado como una iniciativa colectiva varios años atrás en Montreal, al finalizar el decenio internacional del agua, se estructuró más formalmente en Nairobi y luego, ya legalmente, en Montreal bajo las leyes canadienses.

En el SIA actúan personas de diversas nacionalidades y de todos los continentes: representantes de varias ONGs, asociaciones, redes, instituciones académicas, empresas, en fin, actores de muchas diferentes vertientes vinculadas al sector del agua, al saneamiento y al desarrollo. La cabeza visible y el motor del SIA era, y sigue siendo, Raymond Jost, un alsaciano residente en Montreal desde hace mucho tiempo, de dos metros de alto, dos de ancho y una cabeza en constante proceso de ebullición en lo que tiene que ver con la generación de ideas e iniciativas siempre novedosas e interesantes.

Cuando el SIA organizaba un encuentro, seminario, conferencia o cualquier otro evento en un país determinado, Raymond recurría al socio local para encargarle el apoyo logístico indispensable: averiguaciones de tarifas y reservas de hotel, selección de salas de reuniones, restaurantes, proveedores de catering, insumos, equipos y personal de secretaría y oficina, reserva de transporte, información sobre impuestos de aeropuerto, reservas de vuelos, citas con autoridades y otros actores locales, etc. etc. Así lo habíamos hecho siempre. Cada uno de nosotros los miembros del SIA, cuando el evento se había planificado en nuestro respectivo país, colaboraba recabando información, buscando que los proveedores no fuesen excesivamente costosos, buscando incluso opciones y alternativas para economizar recursos, y armábamos un presupuesto tentativo según lo planificado que enviábamos a la sede del SIA para su revisión y aprobación definitiva. Con Raymond cotejábamos la información, analizábamos la manera de reducir costos cuando éstos parecían muy elevados o se salían de lo presupuestado y luego procedíamos a comprometer contratos, reservaciones y a realizar compras o adquisiciones. Para ello generalmente el SIA enviaba con la debida anticipación una parte del dinero y el resto se liquidaba durante o al final, del evento.

Un colega egipcio llamado Magdi Sidhom formaba parte del Consejo de Administración del SIA como representante de una ONG llamada “Juventud de Egipto por el Desarrollo”. Como habíamos procedido en otras ocasiones, Raymond le pidió su apoyo para la organización de la reunión del Grupo de trabajo en El Cairo. Según pude enterarme más tarde, Magdi llamó a Raymond para decirle que no podía encargarse de esas actividades, debido precisamente a “la relación de amistad y respeto que tenía con él” pero que le iba a recomendar a una persona que podría encargarse de todo los solicitado de manera eficiente. Días después, según pude también enterarme posteriormente, Magdi envió una comunicación en al que daba el nombre y coordenadas de esa persona y recomendaba a Raymond “negociar con él para que todo saliese de la mejor forma para las partes”.

Este personaje recomendado por Magdi, se comunicó con Raymond y acordó enviar la información solicitada, básicamente un presupuesto con tarifas de hotel y costos de todo lo requerido para el desarrollo del evento. Este ciudadano egipcio envió al SIA la información pedida, Raymond verificó que los costos no excedían los recursos disponibles y dio luz verde para seguir adelante; envió una parte del dinero y le informó que lo demás sería pagado y liquidado durante el evento.

Al llegar al hotel que este personaje nos había reservado vimos que no se trataba de un hotel convencional sino de un hotel ubicado dentro de un recinto militar con un sinnúmero de restricciones de accesibilidad, de horarios de atención y de servicios. Lo propio sucedía con las salas donde debía desarrollarse la reunión que estaban no lejos de allí en un complejo perteneciente a la fuerza aérea egipcia; en este espacio no se podía circular por todas las instalaciones, se debía llegar a una hora fija con una especie de pase y abandonar el recinto siempre en grupo y a una hora determinada cuando todo debía cerrarse y las luces y el aire acondicionado se apagaban. Algunos días más tarde cuando este individuo hacía cuentas con Raymond, él pudo verificar que lo que decía que se debía pagar por los taxis que nos habían buscado en el aeropuerto para conducirnos al hotel, o por los que nos conducían de éste al lugar de las reuniones, era mucho más caro que la tarifa que todos habíamos pagado para desplazarnos en la ciudad para recorridos y distancias equivalentes. 

Raymond entró en sospechas y averiguó que el hotel costaba muchísimo menos de lo que este señor nos estaba haciendo pagar; es más, según averiguamos había una tarifa para civiles y una tarifa menor cuando al reservación era hecha por militares. Según creíamos ese debía ser el caso, posiblemente el caballero había conseguido un precio muy módico a través de algún amigo militar y a nosotros no cobraba sumado y multiplicado.

Allí ardió Troya. Raymond se sintió estafado, reclamó airadamente al intermediario y reclamó a nuestro colega Magdi por habernos puesto en manos de ese estafador. El diálogo se hizo insostenible y los acuerdos no llegaban por ningún lado, Raymond hacía cuentas de que, lo que había enviado como adelanto, pagaba con creces lo que se debía pagar por los servicios contratados y se negaba a pagar el saldo adeudado. El otro decía que “lo convenido era lo convenido”, y requería el pago del saldo, pues adeudaba, él también, un saldo a los proveedores. Incluso llegó a afirmar que él -“podía perder una parte” pero que se debía pagar al hotel, a los transportistas y otros servicios brindados por terceros.

Raymond no entendía, no pudo y no podrá entender jamás, todo este enredo. Yo intervine tratando de calmar los ánimos y poder llegar a alguna solución. Pude darme cuenta que el problema no era de idioma, pues Magdi hablaba perfectamente francés y tenía un buen nivel de inglés, el intermediario hablaba un aceptable inglés y se defendía en francés. El problema era cultural a más no poder. Al tratar de desentrañar el galimatías de esta complicada situación, pude verificar que muchas ocasiones las diferencias culturales son inexplicables para unos e inentendibles para otros.

-          Magdi no entendía el reclamo de Raymond, pues “por ser su amigo y tenerle mucho respeto, no había aceptado hacer negocios con él”.

-          El intermediario no entendía por qué Raymond quería ahora, pagarle menos del valor acordado, “si cuando le envió el presupuesto él aceptó y dio su visto bueno”.

-          Magdi insistía en que Raymond no podría echarle la culpa de lo acordado con el intermediario pues “él se había excusado de participar en el negocio” y simplemente había dado el nombre de la otra persona pero recomendando a Raymond que “negociase con él para que quedasen claros y justos, los intereses de las dos partes”.

-          Raymond se sentía traicionado por Magdi “por habernos puesto en manos de un estafador”.

-          Yo trataba  infructuosamente de que Raymond comprendiera que Magdi se había hecho a un lado de un “potencial negocio” porque no podía aprovecharse de “un amigo” y si bien había recomendado al otro, enfatizaba todo el tiempo en que “había insistido que negociara con él”.

-          Raymond no entendía, no pudo y no podrá entender jamás que “negociar” significaba “regatear hasta llegar a un acuerdo, justo para las dos partes” y que cuando dio su visto bueno, había “aceptando pagar un precio, a sabiendas de que el otro tendría una ganancia en el negocio, alta o de poca monta, eso no importaba”, él había dado su visto bueno y punto.

-          Para Raymond era inaceptable que el apoyo que siempre habíamos dado los miembros del SIA para organizar eventos en cualquiera de nuestros países, en lugar de entendérselo como un acto solidario, de compromiso y de trabajo en red, fuese concebido como un potencial negocio o de beneficio para el asociado local.

Fue imposible mediar para que unos y otros pudiesen entender las lecturas que cada quién hacia de este asunto desde sus propia perspectiva cultural. Todos se cerraban a la banda. Raymond a regañadientes aceptó pagar algo más al intermediario. Este regateó y regateó hasta llegar a una cantidad que no le dejase pérdidas porque supongo que efectivamente debía pagar por aquí y por halla los montos que él mismo había acordado con sus proveedores y si bien debía haberse dispuesto de algún dinero sacado del anticipo, no iba tampoco a perder o a dejar de ganar aunque fuese poco.

Creo hasta ahora que Magdi era sincero al no sentirse comprometido en el problema, él caballerosamente se había hecho a un lado del “potencial negocio” por las razones explicitadas de “amistad y respeto”; sin embargo Raymond no pudo comprender esas sutilezas. No le acusó de nada, no le agredió, no le reclamó. Pero dejó de confiar en él. Dejó de involucrarlo en las actividades del SIA y cuando el Consejo de Administración debió renovarse simplemente fue sustituido. No le he vuelto a ver y me apena. Creo que era un valioso colega y no fue culpable de las incomprensiones culturales que he relatado.  

martes, 22 de febrero de 2011

Egipto 6: El botadero de basura de El Cairo

Regresé a Egipto en 1996, diez años después de mi primera visita

En del “Tercer Foro Mundial del Agua” organizado por el Consejo de Concertación sobre Agua potable y Saneamiento (WSSCC) en Barbados (Oct./95), se creó un Grupo de Trabajo sobre “Gestión Comunitaria y relaciones con la Sociedad Civil” que coordinaba el Secretariado Internacional del Agua (SIA).

Raymond Jost, cabeza del SIA, organizó en El Cairo, en marzo de 1996, una reunión de planificación de las actividades de ese Grupo de Trabajo. A más de los colegas del WSSCC y del SIA se invitó a esa reunión a representantes de redes, ONGs y organizaciones de la Sociedad Civil de: África (Oriental y Occidental), de Asia, de Europa (Central y Oriental), del Magreb y el Oriente Medio (Machreq) y de America Latina.

Yo era en esa época vicepresidente del SIA y fui invitado a esa reunión como representante de America Latina..

El Cairo no había cambiado mucho, posiblemente había crecido pero seguía siendo una ciudad enormemente bulliciosa y activa, Hay dos cosas que llaman enormemente la atención en esa metrópoli: la utilización incontrolada del claxon que incrementa el ruido general de la ciudad hasta hacerlo casi insoportable y el uso de cobertores de tela que colocan los propietarios para cubrir sus vehículos mientras están parqueados, evitando que la pintura y los vidrios sean lijados y rayados por la arena que permanentemente lleva el viento del desierto.

A la reunión estaban invitados también representantes de algunas agencias de cooperación que podían estar interesadas en apoyar al Grupo de Trabajo, entre otras el Comité Católico de lucha contra el Hambre y por el Desarrollo (CCFD). La reunión estaba prevista para el lunes y varios de los participantes llegamos al hotel el sábado en la noche, así que invitados por dos colegas del CCFD aprovechamos el domingo para visitar un proyecto que ellos apoyaban en El Cairo.

Se trataba de una iniciativa de unas monjas francesas que genera trabajo e ingresos para jóvenes mujeres de las barriadas populares de la ciudad, a través del reciclaje de los residuos limpios de la industria textil. Las muchachas tejen diversos modelos de bolsos y carteras trenzando y entramando hábilmente, los retazos multicolores de telas que desecha la industria de confección luego de los cortes necesarios para hacer vestidos de toda índole (incluso los cobertores de los carros).  

Fue muy interesante visitar las grandes bodegas, las áreas de clasificación y sobre todo las mesas de tejido y las áreas de almacenamiento de los productos terminados. El trabajo se hacía todo a mano y las bolsas se vendían como sacos de playa, fundas para el mercado, carteras para damas, bolsos para deportistas y muchos otros usos. Lo interesante era que tenían salida no solo en Egipto sino que se exportaban a Europa en el marco del llamado “Comercio Justo”.

El proyecto se encontraba en una zona no muy distante del botadero de basura de la ciudad, donde también trabajaba el CCFD en otro proyecto de apoyo a jóvenes recicladores, así que cuando nos propusieron visitar también esa iniciativa, aceptamos sin dudar. Conseguimos dos o tres taxis para llegar allá con todo el grupo y luego de un breve recorrido, desembarcamos con los responsables del proyecto, que iban a servirnos de guías, en una estrecha callejuela por la que ya era imposible que los vehículos pudiesen avanzar.

Para llegar al botadero recorrimos un laberinto de pasajes y pequeñas calles en muy mal estado, llenas de tierra y de desechos compactados por el paso de carretas tiradas por asnos, pero también por mulas, caballos y camellos, con las que nos topábamos a cada instante. Debíamos pegarnos con la espalda contra los muros de las casas para que estos vehículos pudiesen pasar sin atropellarnos. Lo increíble era que se trataba de callejas con circulación en los dos sentidos. En un sentido salían carretas cargadas de desechos y en el otro, regresaban vacías, en busca de una nueva carga. El polvo y el hedor hacían casi insoportable el recorrido. Al principio pensamos que iba a ser imposible continuar, incluso dos o tres personas se regresaron. Pero, poco a poco, nos fuimos habituando; usamos pañuelos para cubrirnos nariz y boca, tratando de protegernos de ese aire irrespirable, cuyo impacto se acentuaba con el gran calor del medio día.

El Cairo tenía cerca de ocho millones de habitantes y algunos urbanistas pensaban que incluso podía albergar una población mayor ya en esa época. La ciudad generaba entre seis y nueve mil toneladas de basura todos los días. Desde hace más de cien años, la recolección de basura había estado a cargo de los “zabbaleen” (basureros en árabe). Estas personas, la mayoría de religión “Copta” (cristianos ortodoxos), recogen la basura en toda la ciudad. En los últimos años hay un sistema de recolección que lleva todos los desechos al botadero pero aun desde allí, los “zabbaleen” recuperan la basura y la conducen en carretas a sus casas para reciclarla.

El barrio en el que nos encontrábamos se llama “Mokattam”, posiblemente fue un barrio de clase media baja hace muchos años o si se originó como un barrio popular pobre, evidencia ahora que se ha ido consolidando con el pasar del tiempo, pues sus edificaciones son sólidas, muchas de varios pisos. Sin embargo lo inusual y absolutamente extraordinario es que todos sus habitantes y, en todas las casa y edificios, las familias conviven con la basura. Se calcula que más del 80% de la basura de El Cairo se separa, segrega y recicla en ese barrio. 

Las plantas bajas de todas las casas son depósitos de la basura en bruto; en medio de montañas pestilentes hombres y mujeres de todas las edades, separan y llevan hacia otras habitaciones de las plantas altas, al igual que a patios y terrazas, los desechos separados. En unos se acumulan botellas y envases de vidrio, en otras plásticos, más allá cartones, papeles y tejidos, en otro lugar, chatarra y objetos de metal de todo tipo, y en muchos casos, viejos electrodomésticos y material electrónico e informático. Todo se separa y se vende. En muchas casas hay también industria de reciclaje doméstica o comunitaria que da nueva vida a los desechos en objetos utilitarios y artesanías.

En medio de todo ese caos desarrollan su vida las familias. Pudimos visitar algunas casas; en ellas en varios cuartos que también son depósitos, la gente cocina, come y duerme y, por supuesto, en otros, hacen sus necesidades entre la basura. En las plantas bajas de todas las casas hay animales, generalmente cerdos, que se engordan consumiendo los desechos orgánicos que van quedando luego de que las personas recogen los materiales reciclables. Todos estos animales viven y defecan in situ, dentro de las casas.

Todas las casa son adosadas y sin ningún tipo de retiro o espacio abierto, por tanto los animales no viven fuera, sino dentro de las viviendas. No tienen idea del olor, el calor y la nube de vapores que se “respiran” en cada domicilio de la “ciudad de la basura”. Alguno de nuestros guías nos hizo notar que si bien la crianza de cerdos, fuente adicional de ingresos, era característica de las familias coptas, había casas donde en lugar de esos animales, los propietarios criaban cabras, evidenciando el origen musulmán de sus habitantes.
 
Los desechos orgánicos descompuestos, mezclados con el excremento de los animales, es material muy cotizado por los agricultores. Desde que las grandes crecidas del Nilo dejaron de ser el medio de fertilización de las orillas cultivables, la desertificación va ganando terreno a las otrora fértiles vegas del río. Los cultivos demandan más y más abono para evitar que la producción decaiga, así que los “zabbaleen” complementan sus ingresos con la venta periódica de compost fabricado con el método de cerdos y cabras actuando como “digestores vivos” en las propias casas.

La insalubridad, las enfermedades, el desaseo son inimaginables. Pero a la larga, también la pobreza. Hay estudios que muestran, según nos mencionaron nuestros guías, que el ingreso promedio de una persona que vive de estos procesos de recolección, selección y reciclaje de la basura, es del orden de entre un dólar y un dólar cincuenta centavos por día. Si se piensa que hay más de medio millón de personas que viven de la basura en El Cairo, pude uno darse cuenta del tamaño de esta realidad tan impactante.

Pero si impactante fue el recorrido por esos barrios, la visita al botadero casi nos deja sin aliento. Este monumental depósito es algo parecido a esas gigantescas minas a cielo abierto que se ven en diversos confines del mundo. En una especie de cráter, mucho más grande que un estadio de fútbol con graderías incluidas; decenas de camiones y volquetas ingresan por uno de sus costados, depositan permanentemente toneladas de desechos y luego salen por otro lado.  Seis tractores de oruga, tres grandes y tres más pequeños, mueven la basura en toda el área para que ésta no se acumule en la zona de descarga. Seis cargadores de pala frontal recogen la basura y van cargándola en las carretas de tracción animal que se alinean en una interminable fila que ingresa como un gigantesco ciempiés por otro costado, opuesto al del ingreso de los camiones. Cada carreta recibe su carga y sube dificultosamente  hacia una salida que conduce al laberinto de pequeñas calles para enrumbarse a las diversas casas de este gigantesco barrio que rodea al botadero. La escena es muy cercana a una visión infernal: el hedor, el ruido y humo de los motores, los gritos de los carreteros y de quienes reclaman por su turno o protestan cuando un frágil jamelgo obstruye el paso al no poder avanzar por el peso de su carga, sumado a una especie de neblina que se eleva densa en medio del calor, hace de ésta una de las imágenes y experiencias sensoriales más dantescas que he tenido en mi vida.

Hice una entrevista, registrada en más de una hora de video, al responsable del enorme botadero, es un material en bruto realmente fantástico, sin embargo no he podido editarlo y está allí, en espera del momento adecuado. 

Al salir de allí y ver de nuevo, camino al hotel, el cielo azul, las palmeras y flores de otras zonas de la capital de Egipto y luego, al tomar una ducha para sacar una sensación de mugre que se siente en el cuerpo, una especie de alivio se apoderó de mí. Sin embargo, al comentar la experiencia con los demás colegas, frente a una cerveza helada, coincidimos todos en que lo que no pudimos sacarnos luego de la visita era una suerte de extraña sensación de opresión en el alma.

lunes, 21 de febrero de 2011

Egipto 5: El Jeque Mudo


Asistí en 1996, a la “III Conferencia Mundial sobre Transporte Urbano” que tuvo lugar en El Cairo y luego del evento con dos amigas argelinas, Rabea Boukris y Halima Saharaoui realicé un viaje fabuloso a Luxor, el  Valle de los Reyes y el de las Reinas, Karnak y Aswan.

Luego de que un guía nos condujo a la estación y nos dejó instalados en un cómodo compartimento del tren, comenzó la aventura turística que relaté en otra oportunidad de cuyos pormenores he separado esta historia fantástica.

Los trenes egipcios guardan y evidencian en sus materiales, formas y servicio, algunos detalles del antiguo esplendor que alguna vez tuvieron. De origen inglés están tapizados unos con cuero, otros con gruesas telas de un rojo sanguíneo, las agarraderas, manubrios, pomos, pistillos y seguridades de las ventanas, son de bronce todavía bruñido y brillante y las paredes y divisiones de los compartimentos son de exóticas maderas orientales finamente charoladas. El conjunto sigue siendo magnífico aunque en todo es evidente el paso de los años. Los controladores están uniformados con finos casimires de color azul obscuro, camisa blanca, corbata, la típica gorra de visera corta característica del personal de los sistemas rodoviarios europeos, botones dorados y relucientes insignias de bronce tanto en la gorra como en el pecho. El personal de servicio viste pantalón obscuro y chaquetillas blancas de camarero, abotonadas hasta la garganta. Todos los uniformes aunque limpios y planchados muestran que tuvieron mejores días. 

El compartimento que nos asignaron a Rabea, Halima y a mi, lo compartimos con un pasajero oriental con quien no tuvimos forma de comunicarnos, tratamos de hacerlo en ingles, en francés, en árabe y en castellano pero él solo sonreía sin decir palabra, cuando el tren comenzó a rodar abandonó el recinto y solo reapareció, ya entrada la noche, para acostarse y dormir sin dirigirnos la palabra.

Al inicio del recorrido, quedamos pues los tres, en posesión del compartimento. Nos sentamos en la misma banca, viendo todos hacia adelante para no marearnos en el trayecto; Rabea a la izquierda,  junto a la ventanilla, Halima a la derecha junto a la puerta, hacia el pasillo y yo al centro. Estábamos muy alegres por iniciar este viaje a lugares que todos soñamos alguna vez poder visitar. Al principio tuvimos cierta desilusión pues desde la ventanilla era poco lo que se podía contemplar del paisaje pues los vidrios estaban totalmente rayados por la arena del desierto que actúa como una verdadera lija sobre la pintura y los cristales, dando el aspecto desolador  que los trenes tienen exteriormente en Egipto, tal como habíamos podido constatar en la estación antes de embarcarnos en el nuestro.

Al no poder contemplar el paisaje, nos dedicamos a conversar de todo un poco: de Argelia, del Ecuador, de la situación de la mujer en los países del norte de África, de su experiencia de vida en Paris; Halima había vivido allí y Rabea trabajaba y vivía ahora en esa ciudad. Estábamos hablando de las diferencias de clima en todos esos sitios y las formas de adaptarse a esas condiciones en todos los casos, cuando pasamos a hablar de las estrategias para protegerse del sol y el calor en el desierto. Yo les comenté que había comprado un turbante para protegerme del sol durante las visitas que realizaríamos en los días venideros en las inmediaciones de Luxor. Les enseñé mi adquisición y me lo puse, ellas rieron al comentar que parecía realmente un Árabe del Golfo con mi turbante blanco y mi poblada barba negra. Me puse unas gafas obscuras y todos volvimos a reír, realmente tenía el aspecto de un habitante de Arabia Saudita o de los Emiratos.

En eso estábamos cuando luego de un par de pequeños golpes en la puerta entró un joven camarero a preparar nuestro compartimento antes de ofrecernos el servicio de la cena. El muchacho comentó algo en árabe y Halima le respondió algo en esa lengua que por supuesto, tampoco entendí. Ella siguió hablando y el joven palideció, abandonando el compartimento muy turbado. Mis dos compañeras rieron a carcajadas. Pedí las explicaciones del caso y me contaron que el chico al entrar y verme con mi turbante y las gafas, hizo algún cometario en son de broma, burlándose de otro turista que intentaba parecer árabe; para su sorpresa una de de las mujeres le reprendió en su idioma, exigiéndole respeto pues podía ofenderme con su broma. Le dijo que yo era efectivamente un jeque que viajaba con dos de sus esposas por tierras egipcias y que no lo había maltratado  por su insolencia, porque desgraciadamente no gozaba del don de la palabra. Yo, su esposo, era jeque, pero era un jeque mudo.

Varios minutos más tarde el chico regresó e inclinando la cabeza balbuceó un discurso entrecortado que tampoco pude comprender, mis compañeras no parpadeaban y yo, ya advertido del asunto, poniendo mi mano derecha  hacia abajo y con la palma hacia mi pecho  hice hacia él dos o tres movimientos despectivos señalando la puerta; el muchacho agachó la cabeza y salió despavorido del compartimento.  Las dos amigas argelinas no paraban de reír. Yo me desesperaba pidiendo una traducción, ellas comenzaban a hablar y nuevamente estallaban en risas sin poder articular palabra. Finalmente luego de un buen rato pudieron calmarse y me contaron lo que les había producido tal ataque de hilaridad. El joven mesero disculpándose muy arrepentido de su metedura de pata, a manera de excusa y para reivindicarse había  venido a explicar que siendo él soltero, hijo único y sin hermanas, lo único que podía hacer para tratar de desagraviar al jeque era proponer darme a su mamá en matrimonio para limpiar la ofensa. Allí vino mi movimiento, tan oportuno, de la mano y él salió para no regresar; no sabemos si sintiéndose perdonado o con su vida pendiendo de un hilo.

Un mesero viejo le sustituyó. Entró saludando atentamente sin mirarnos, depositó las bandejas con la cena en nuestras respectivas mesas y se las llevó una vez que terminamos de comer. Posteriormente vino para preparar las literas para pasar la noche y nos sirvió el desayuno en la mañana antes de arribar a Luxor. Nuestro vecino oriental solo vino al compartimento para dormir y desapareció temprano antes del desayuno. Del joven mesero no supimos nada más.

En Karnak nos alojamos en un viejo hotel, muy confortable, frente al Nilo. El hotel era también un rezago de una época de gran esplendor. La decoración de estilo victoriano, muebles pesados de madera sólida, charolados y brillantes, con tapizados de tejido grueso con motivos florales rosado y verde pálido, gradas, pasamanos y esquineros protectores de los muros también de fina madera obscura, pomos y seguridades de bronce en puertas y ventanas, grandes lámparas de cristal y alfombras rojas en las gradas y en los pasillos. Daba la impresión que cualquier instante de cualquier rincón del hotel iba uno a toparse con Hércules Poirot o cualquier protagonista de “Muerte en el Nilo”, la novela de Agatha Christie.

Las habitaciones eran enormes, la mía tenía vista al río y pude contemplar desde allí un atardecer maravilloso con infinidad de tonos rojos, naranja, ocres y amarrillos reflejados en el agua. Contra ese fondo resaltaban los perfiles obscuros de las palmeras y las sombras gráciles de las feluccas que dirigían raudas a su lugar de reposo nocturno aprovechando los últimos rayos del sol.

En la noche de nuestra llegada bajamos a cenar y nos topamos con que  luego de atender a los huéspedes del hotel ese recinto iba a ser preparado para la recepción de un matrimonio. En otro relato he contado que nuestros amigos Oscar Figueroa y Ettiene Henry que también se alojaban allí tuvieron que pagar mucho más que nosotros por la cena pues en nuestro caso las tres comidas estaban incluidas en el paquete turístico que habíamos contratado. Pero la discriminación fue mayor cuando los camareros les pidieron que abandonasen la sala luego de cenar para poder preparar el recinto para la recepción de esa noche. En nuestro caso y en medio de risas mis compañeras decidieron volver a aplicar el cuento del jeque mudo.

Yo no me había sacado el turbante durante la cena y cuando el jefe de meseros se acercó a pedirnos que dejáramos el comedor, ellas le explicaron en árabe que yo era un jeque… en fin, la misma historia. Yo ni siquiera lo miraba, mantenía los ojos hacia el frente con una mirada perdida y no movía un músculo. El hombre no sabía qué hacer, por fin luego de un buen rato se acercó y propuso algo también en árabe. Mis compañeras le replicaron algo que no pude comprender y el hombre se retiró. Ellas me explicaron que nos había propuesto quedarnos pero que nos rogaba ubicarnos en una mesa en el extremo de la sala pues todo el local estaba reservado por la familia de los recién casados para sus invitados. Le dijeron que tenían que consultarme y que ya le daríamos una respuesta. Le llamaron y dijeron que yo felicitaba a los novios, que no tenía ningún inconveniente en permanecer en la mesa que nos había sugerido, que no requeríamos de ninguna atención pues ya habíamos cenado y que les pedía no ser molestado. Así fue.

Pudimos asistir como espectadores a una velada de las mil y una noches. El recinto se modificó en pocos minutos; con unas finas telas, transformaron el local en una tienda árabe gigantesca, de la nada salieron cojines de colores, manteles lujosos, arreglos florales y vajillas brillantes; era como estar en medio de actos de magia, haciendo realidad las cosas. Esa noche, luego de breves presentaciones y discursos, tuvimos la oportunidad de presenciar las habilidades de al menos, media decena de bellas, elegantes y habilísimas bailarinas del vientre. Nos llamó mucho la atención una que hacía circular una, luego dos y hasta tres monedas por su vientre desplazándolas, al son de la música, de arriba abajo y luego en el otro sentido sólo con los pliegues de su piel con un total control de sus músculos abdominales. Algo increíble.

Pero también se presentaron formidables músicos que tocaban dulces melodías en rarísimos instrumentos de cuerdas que yo nunca había visto. Pude ver allí, por primera vez en la vida, seis encantadores de cobras que actuaban simultáneamente embobando a las víboras con pequeños tambores y el agudo sonido de unas pequeñas flautas. Todo en medio de manjares inimaginables que circulaban en las manos de elegantes meseros entre las mesas llenas de numerosos invitados elegantemente ataviados para la circunstancia.

A una hora adecuada, el jeque mudo y sus esposas, previendo que al día siguiente tendrían por delante una larga jornada de turismo, optaron por dejar el salón y se dirigieron a sus aposentos. Casi sin hacer ruido, se levantaron y sin molestar a nadie, ni ser molestados, fueron a tratar de dormir. Resultaba difícil por supuesto, dejar de pensar en lo increíble de aquellas aventuras inesperadas.