Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios
de 1981. Viajé a ese país para cursar una maestría en “investigación y
docencia”, en la Escuela de Arquitectura de la UNAM. Durante el primer año viví
con la familia Escandón: Jorge, Emma, Jorge Alberto y María Belén, compartimos
con ellos un departamento en la Avenida Universidad 1900, en el “Conjunto
Altillo-Universidad”, Colonia Copilco, al sur del D.F., no lejos de la UNAM.
En agosto de 1979 con Marie Thérèse, la novia que había dejado en Quito,
decidimos que íbamos a continuar la vida juntos, ella renunció a su trabajo en
la Embajada de Francia en el Ecuador y se vino a México para comenzar nuestra
aventura mexicana de pareja. Cuando Marie Thérèse llegó, arrendamos un
departamento en la calle Culiacán en la Colonia Hipódromo Condesa, al centro
del D. F., no lejos del Zócalo.
En diciembre de ese año fuimos a visitar a los Escandón para darles un
abrazo por las fiestas de navidad; cuando llegamos a su departamento
descubrimos que también estaba de visita nuestro amigo Vicente Pólit.
“Viche” Pólit había sido compañero de Emma en la escuela de Sociología
de la Universidad Central de Quito y ahora eran compañeros en la maestría que
ambos cursaban en la Flacso.
Estábamos charlando de diversos temas y disfrutando de un café con
empanadas de queso que no convidó Emma, cuando los niños nos contaron que Jorge
les había regalado por navidad una linda tienda de campaña para ocho personas.
No acabaron de contar la buena nueva cuando “Viche” casi saltando sobre
la silla y gesticulando de manera enérgica y expresiva, nos propuso hacer un
viaje para pasar el fin de año en los bosques de pino que rodean las faldas del
volcán Popocatépetl.
-“¡Se imaginan!”, dijo… -“¡”Podremos ver el último atardecer de la
década en el Popo!”…, añadiendo casi a gritos -¡”Qué maravilla”!...
Casi enseguida salió disparado hacia su departamento que también estaba
en “El Altillo” y regreso en cinco minutos con libros y planos para mostrarnos
fotos a color del “Popo” y del “Iztaccíhuatl” los dos magníficos volcanes
nevados ubicados al suroriente de la ciudad de México.
Nos enseñó fotografías y nos habló del Parque Nacional “Izta-Popo-Zoquiapan”,
reserva natural protegida ubicada en la Sierra Nevada, en la que se hallan
estos dos volcanes mexicanos. Nos enteramos que se podían visitar, recorrer y
acampar en las laderas de los volcanes… en medio de ese gigantesco parque de más
de 19000 hectáreas, cubierto de bosques de coníferas y lleno de hermosas caídas
de agua, barrancas y desfiladeros.
Viche sacó luego un mapa y nos enseñó como llegar hasta allí. Sabía qué
buses debíamos tomar, el costo del pasaje y dónde tomarlos… nos explicó que
deberíamos dirigirnos a Chalco y luego a Amecameca, para desde allí poder
internarnos en el Parque. Nos habló de tiempos y distancias, trazó un plan de
desplazamiento lleno de detalles, enumeró todo lo que podríamos ver y todo lo
que podríamos comer…, en fin…, estaba tan emocionado que nos transfirió a todos
su entusiasmo… decidimos que aceptábamos su propuesta y que iríamos en grupo a
pasar el fin de año en las faldas del “Popo” en la carpa amarilla de los
Escandón.
Llegado el día previsto, el 30 de diciembre de 1979 nos reunimos todos
en el Altillo con nuestras mochilas y provisiones; todos muy bien abrigados. Los implicados en aquel
viaje fuimos: Jorge, Emma y María Belén (no recuerdo por qué no nos acompañó
Jorge Alberto), Vicente Pólit (el promotor de aquel desplazamiento), Marie
Thérèse y yo.
Tomamos primero un camión (como
llaman en México a los autobuses) hasta la parada más próxima del tranvía que,
según el plan detallado que había preparado Vicente Polít, debía conducirnos a
la Estación Terminal de Xochimilco. Una vez allí nos desplazamos a la estación
de camiones para tomar un bus hasta Chalco.
Chalco es una ciudad del estado de México cuya población bordea
actualmente los 300.000 habitantes; se ubica a 2240 msnm y su nombre completo era
Chalco-Atenco. Las dos palabras son de origen náhuatl. Chalco viene los
vocablos “chāl-li” (o “xāl-li”) = "arena" y "-co"
desinencia que se usa para expresar “lugar de”; la palabra Clalco significa por
tanto, "lugar arenoso". Atenco en cambio, vienen de las voces “ā-tl” = "agua" y “tēn-tli”
= "borde u orilla" y “-co”, "lugar de"). Desde antes de la
conquista, aquel poblado se localizaba a orillas del gran lago del mismo
nombre. Por ello el significado completo de "Chalco-Atenco", es: "lugar
arenoso en la orilla o borde del agua". Actualmente su nombre oficial es “Chalco
de Díaz Covarrubia”.
Llegamos a Chalco y averiguamos por el autobús que teníamos que tomar
para dirigirnos a Amecameca. Nos informaron que el próximo pasaría en una hora
más, así que tuvimos la oportunidad de dar una vuelta por el “zócalo” (como
llaman en México a la plaza principal de cualquier ciudad o poblado) y vistamos
la iglesia principal del pueblo, la Parroquia de Santiago Apóstol, una de las
primeras iglesias fundadas en la zona por los misioneros franciscanos. Su
construcción data del siglo XVI y se realizó en estilo barroco.
Tomamos luego un bus hacia Amecameca, cabecera del municipio del mismo
nombre. El poblado pertenece también al estado de México y se halla a 2.420
msnm; verdaderamente a los pies de los dos volcanes: el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl.
La palabra Amecameca, que originalmente fue “Amaquemecan”, proviene del
idioma náhuatl y estaría conformada, por los vocablos “amatl”, que quiere decir
“árbol de papel”; “queme”, que se interpreta como “señal o característica” y “can”
que se traduce como “lugar”.
El
Amate o amatl (en náhuatl) es un árbol del género Ficus. Las culturas del
altiplano de México recolectaban la corteza de este árbol, la maceraban y
elaboraban láminas delgadas, semejante al papel, que eran usadas para escritura,
pinturas o para elaborar adornos. A estas láminas actualmente se las conoce
como “papel amate”.
“Amaquemecan” significaría por tanto: “lugar caracterizado por estar
cubierto de árboles de papel”.
Su población es de alrededor de 50.000 habitantes y sus principales
actividades económicas son la agricultura, la ganadería y el comercio; aunque en
las últimas décadas se han desarrollado de manera importante una serie de
servicios para el turismo, en particular para quienes buscan ascender al Popocatépetl
o al Iztaccíhuatl y recorrer el parque nacional en el que se ubican estos volcanes.
Tuvimos que esperar un largo tiempo en el “zócalo” de aquel poblado en
espera de un microbús de la línea que hacía el servicio de traslado de los
turistas desde la ciudad hasta el acceso al parque nacional. Nadie nos aseguró
con precisión una hora de salida de ese medio de transporte, así que no armamos
de paciencia y esperamos sin movernos en el lugar indicado por algún vecino
comedido. No queríamos correr el riesgo de perder el turno así que nos
instalamos en una banca del parque con todo nuestro equipaje para estar listos
a la llegada de la primera unidad que pudiese llevarnos a nuestro destino.
Por esa razón no vimos de lejos y no pudimos darnos una escapadita para
poder visitar la iglesia principal del pueblo, el “Templo de la virgen de la Asunción”, construida por los dominicos entre 1554
a 1562 en estilo manierista.
Cuando por fin llegó nuestro transporte instalamos nuestros bártulos en
el techo y copamos los asientos de la unidad. Se trataba de un viejo bus como
los que daban el servicio urbano en Quito, allá por la década de los años
cincuenta, a los que conocíamos como “paperos”; ancho, desvencijado y ruidoso,
cuyos incómodos asientos de madera habían sido sustituidos por sillas de
plástico rígido, todavía más incomodas. Cuando se llenó de turistas -que al
igual que nosotros iban hacia el parque nacional- y de campesinos que se
dirigían hacia sus casas con todo tipo de compras que habían adquirido en el
poblado, el ayudante colgado de la puerta gritó con energía: –“órale”, y el
conductor -un viejo mostachudo con cara de sueño-, pisó el embrague y jaló
hacia atrás la palanca de cambios, haciéndola chirrear… el viejo autobús dio un
par de saldos, un quejido metálico e inició el recorrido hacia el parque “Izta-Popo-Zoquiapan”,
destino al que queríamos llegar antes de la caída de la noche.
El Popocatépetl, nombre del nevado a cuyas faldas pensábamos pasar el
fin de semana, es un volcán activo localizado en el centro de México a unos 55
km al sureste del D.F. (el “Distrito Federal”, como se conoce a la capital del
país). El nombre del volcán de origen náhuatl, significa: “”montaña o monte que
humea”. Todos los pobladores de México lo conocen como “Popo” y se caracteriza
por la forma cónica simétrica de su cumbre, casi siempre cubierta de nieve.
El “Popo” y el otro volcán de esta zona, el Iztaccíhuatl, o “Mujer
Blanca” se encuentran separados por un zona boscosa muy bella, un paso
montañoso conocido como el “Paso de Cortés”. El “Popo” y el “Izta” tienen
glaciares perennes en la parte alma de su cima. El “Popo” es el segundo volcán
más alto de México, con una altura máxima de 5458 metros sobre el nivel del
mar, superado sólo por el “Pico de Orizaba” que llega a los 5610 metros,
mientras que el Iztaccíhuatl es la tercera cumbre, con una altura de 5284 msnm.
El Parque Nacional “Izta-Popo-Zoquiapan” es parte de la Sierra Nevada y
está cubierto por extensos bosques de coníferas que se preservaron como “parque
nacional” desde 1935. El parque cubre un territorio protegido de 19.400
hectáreas y es el hábitat de numerosas especies como ardillas, zorros, coyotes,
gatos de monte, conejos y roedores, algunos de ellos en peligro de extinción
como el teporingo y el ratón de los volcanes.
La Universidad de Chapingo tiene allí una estación forestal experimental
para la enseñanza, investigación, conservación, difusión y manejo sustentable
de los recursos naturales.
Sus magnificas áreas boscosas constituyen un sitio ideal para realizar paseos
por el campo, senderismo, campamentos y admirar el paisaje. Al llegar a los
bosques, comprendimos el porqué de la insistencia de Viche Polit para llevarnos
a ese extraordinario lugar. El parque en las faldas del “Popo” es un sitio
sencillamente magnífico.
Al llegar al lugar que nos apreció más adecuado para acampar, luego de
un largo ascenso por encantadores rincones del bosque, nos sentarnos a
descansar para recuperarnos de la fatiga de la caminata y el ascenso, cargados
como estábamos de todos nuestros aperos: carpa, hamacas y mochilas con bolsas
de dormir, provisiones, ropa de recambio y todo tipo de cacharros de cocina y
aseo.
Armamos la carpa y colocamos las hamacas en varios árboles cercanos y
salimos a dar una vuelta por los alrededores antes de hacer un fueguito e
iniciar nuestras labores culinarias.
Emma y Maria Thérèse prepararon
una reconfortante sopita de legumbres con la ayuda de todos nosotros e hicieron
hervir agua para poder cocinar un par de papas con cáscara y un huevo duro por
cráneo… y pusimos luego un paquete de choricillos sobre las brazas para comerlos
con pan a manera de emparedados.
Luego, a la luz de la fogata… y gracias al entusiasmo que nos trasmitió
el transparente contenido de una botella de tequila que había llevado escondida
entre su ropas, don Viche Polit, cantamos hasta no sé que horas de la noche.
Cuando las lumbres se apagaron y ya no quedaban choricillos, tequila, ni
canciones sin haber sido entonadas, decidimos pasar a la carpa para enfrentar
la primera noche en las faldas del “Popo”.
María Belén dormía desde hace un par de horas, pero cuando los demás
entramos en la carpa, Vicente se durmió de inmediato y no paró de roncar en
toda la noche. A las dos parejas nos fue
más difícil conciliar el sueño por los bramidos de nuestros co-habitante y por
la sed que nos produjeron aquellos embutidos, más la sopa, las papas y los
huevos, aderezados con sal, limón y tequila.
Los cuatro, Jorge, Emma, Maité y yo, no paramos de gatear por la carpa
en busca de alguna bebida que nos calmara la sed. Desgraciadamente teníamos sólo
un poco de agua que apuramos casi de inmediato y… nada más: ni refrescos, ni
leche, ni jugos, ni ninguna otra cosa para la endiablada y desgarradora sed que
se iba incrementando cada vez con más intensidad.
Ya en la madrugada, Emma recordó que en Amecameca habíamos comprado
mandarinas. Comenzamos nuevamente a gatear para buscar debajo de todas las
pertenencias las dichosas mandarinas…. Luego de largos minutos de infructuosa búsqueda
que rayaba casi en la desesperación… por fin… descubrimos que Vicente estaba
usando como almohada la funda llena de esas frutas. Sacamos el paquete con todo
cuidado para no despertarlo y comenzamos a saciar nuestra sed con los dulces
gajos de aquellos cítricos que nos supieron verdaderamente a gloria. Supongo
que sólo las personas extraviadas en el desierto que llegan a clavar la cabeza
en las deliciosas aguas de un oasis, deben experimentar el alivio y la paz que
aquellas mandarinas lograron trasmitir a nuestras atormentadas gargantas y a
nuestro cuerpo entero.
Entre los cuatro dimos fin de todo el paquete, no sé cuantas mandarinas
habremos consumido por persona, pero para el día siguiente no dejamos ninguna.
Calmada la desesperante sed, pudimos por fin cerrar los ojos y comenzar
a descansar luego de aquella desesperante experiencia.
Un poco antes del amanecer, la sopa, el tequila y las mandarinas hicieron
su efecto y me desperté apremiado por la vejiga que estaba reclamando por
liberarse de su contenido para reposar también ella en total tranquilidad.
Salí de la carpa, me alejé unos metros y procedí… bajo el cobijo
tranquilizador de un enorme árbol de pino. Al salir al exterior me abrigué con bufanda
y con un poncho de alpaca pero, al regresar a la carpa, sentí un vientecillo
gélido que se colaba por debajo de esa prenda hacia mi espalda.
Al amanecer, traté de incorporarme pero sentí que me faltaban las
fuerzas, volaba en fiebre y respiraba con dificultad. Todas las imágenes se
desvanecían y me tambaleaba como borracho. Tenía mareo, dolor de cabeza y náusea.
Salí de la carpa y vomité…luego volví al interior y me acosté preso de
un total agotamiento.
Vicente, concluyo que tenía soroche. Yo que nací en Quito a 2800 msnm,
enfermo de soroche a los 3000 metros, me parecía increíble. Nunca había tenido “mal
de altura” en el Ecuador, ni siquiera en alturas superiores y ahora me
encontraba allí semi-moribundo en una
altura apenas superior a la de mi casa natal.
El Soroche es la denominación con la que en el Ecuador conocemos al denominado
“mal agudo de montaña”; llamado vulgarmente también “mal de altura”, “mal de
páramo” o “apunamiento”. Comienza a manifestarse sobre los 2400 metros y es la dificultad
de adaptación del organismo a la falta de oxígeno de las alturas. Los síntomas
normalmente desaparecen al descender a cotas más bajas.
Luego de beber un té bien caliente y bastante azúcar para devolverme la
energía, comencé a sentirme algo mejor; sin embargo tenía un dolor de cabeza
que no menguaba y tenía los pies extremadamente fríos, casi helados.
Nosotros habíamos previsto salir de excursión en aquel segundo día de
campamento y no quise privar a mis compañeros de ese placer… les pedí que me dejaran
en la carpa abrigado y que fueran a recorrer los senderos de la montaña como
fue la intención original. Marie Thérèse decidió quedarse a acompañarme y lo
propio hizo Emma.
Jorge, Vicente y María Belén salieron de excursión por aquellas
inmensidades boscosas.
Mientras tanto, mis dos “geishas” -como se autocalificaron las dos damas- se ocupaban del “enfermito”… me tenían bien provisto de bebidas calientes y con paños de agua caliente me daban masajes en los pies y en la espalda…. Hacia el medio día me encontraba mejor y en la tarde luego de un frugal almuerzo ya me encontraba totalmente recuperado.
Mientras tanto, mis dos “geishas” -como se autocalificaron las dos damas- se ocupaban del “enfermito”… me tenían bien provisto de bebidas calientes y con paños de agua caliente me daban masajes en los pies y en la espalda…. Hacia el medio día me encontraba mejor y en la tarde luego de un frugal almuerzo ya me encontraba totalmente recuperado.
Había superado un soroche en el Popocatépetl.
En la tarde descansamos en las inmediaciones del campamento y al atardecer
salimos hacia una elevación no muy distante para ver la puesta del sol.
Al acercarnos a esa pequeña colina el cielo se despejó y apareció el
volcán en todo su esplendor… Íbamos a poder ver “el último atardecer de la
década con la presencia protectora del Popo como telón de fondo”… como nos había
prometido don Vicente Pólit…
Y así fue, vimos la caída del sol en medio de ese bosque de pinos, con
el Popo al fondo observándonos tranquilo… (pues… supongo, debe haber estado
algo preocupado de haberme causado involuntariamente aquel soroche, sus laderas
son normalmente acogedoras y cordiales, pero ¿a quién se le ocurre abusar del
chorizo y tequila en esos páramos?).
En la noche volvimos a hacer un acogedor fuego y recibimos al año 1980
con alegría, besos y abrazos… sopita de vegetales y mucho afecto, pero sin
excesos.
Al día siguiente teníamos caminos largos por recorrer -a pie y en buses
viejos- y teníamos que regresar a México en buenas condiciones para continuar
la brega. Se iniciaba una nueva década que traería importantes cambios para
todos. Bendiciones de las montañas, supongo.