En 1989 viajamos a Europa con mi mujer y mis hijas para visitar a la familia y disfrutar de unos días de vacaciones tanto en Francia como en España.
Con nuestra experiencia de la vuelta a Francia en “Estafette” que ya relaté anteriormente, decidimos que sería fantástico poder hacer una vuelta a España con nuestras hijas, visitando los pequeño caminitos y sus hermosos pueblo y ciudades; deteniéndonos, en cada caso, en el camping más cercano para pasar la noche y hacer de ese sitio el punto de operaciones para las visitas y recorridos turísticos. Manon a la época tenía nueve años y Manuela seis, así que ya podían disfrutar de un recorrido de ese tipo.
Alquilamos en Francia una casa rodante que nos promocionaron -en correcto francés- como un “Camping Car” (mis hijas siempre se refirieron a este vehículo de esa forma, así que no puedo dejar de usar esa denominación en este relato).
Una vez instalados en el aquel sofisticado carromato, emprendimos en él – como las aves migratorias- nuestro viaje hacia el sur. El vehículo tenía todas las comodidades imaginables; a más de los asientos del conductor y el copiloto, contaba con asientos para cuatro personas alrededor de una mesa de comedor y dos puestos adicionales junto a una mesita auxiliar.
Disponía de refrigerador, cocina, lavaplatos y baño completo. En la noche, esos espacios se transformaban, moviendo astutos mecanismos de manipulación muy simple, en dos camas matrimoniales y una pequeña cama auxiliar complementaria.
En territorio francés hicimos varias paradas para visitar a queridos amigos.
La primera estación fue en Marigny-Laillé en la región de Le-Mans, en casa de la familia de Françoise Raimbault, en esa época casada todavía con Etienne Henry. Allí pasamos una noche, pudimos ver a Celia y a Manuel, los hijos de Etienne y Paca que tenían casi la misma edad de nuestras hijas y coincidimos con Andrea y Carolina, hijas de Diego Carrión, que hacían un tour europeo en aquel año. Pasamos una tarde maravillosa en compañía de todos ellos.
Luego fuimos a Luigné, un pequeño poblado cerca de Brissac-Quincé en la región de Anjou para visitar a nuestros amigos Jean Pierre y Evelyne Guillon.
Jean Pierre era director de la primaria y Evelyne profesora, del Liceo La Condamine donde trabajaba Marie Theérèse y estudiaban Manon y Manuela. Las hijas de los Guillon, Chloe y Albane eran compañeras de clase y muy amigas de las nuestras.
Fue un gusto encontrar a estos amigos en cancha propia, nos llevaron a recorrer los campos de su región y a hacer una visita muy interesante por la zona vinícola en donde se produce el famoso vino Rosé-d'anjou.
Bajo los viñedos en la región de Anjou es frecuente encontrar viviendas subterráneas, granjas e incluso pueblos, trogloditas. Desde el siglo XII, los habitantes de esta región cavaban el suelo para extraer la piedra blanca, el “tuffeau” usada para la construcción de muchos de los castillos del Loira. Hay miles de kilómetros de galerías en el corazón de esa región; Anjou está considerada como la concentración troglodita más importante de Francia. La gente vive en habitaciones acondicionadas como tales, en esas galerías. Hoy en día es posible visitar esas construcciones que se usan no sólo como alojamiento sino también para cultivos de champiñones, cavas y bodegas de vinos, instalaciones agroindustriales, restaurantes e incluso museos.
Fue muy interesante conocer ese tipo de arquitectura caracterizada por la construcción únicamente de espacios habitables casi sin fachadas exteriores. Aunque esta afirmación última, no siempre es real pues a veces, las casas trogloditas se estructuran alrededor de un patio cuyo piso está a tres o cuatro metros bajo el nivel de los viñedos y si bien las habitaciones son excavadas en la tierra, las casas tiene fachadas con portales, puertas y ventanas que se abren hacia ese patio subterráneo.
Fue muy interesante conocer ese tipo de arquitectura caracterizada por la construcción únicamente de espacios habitables casi sin fachadas exteriores. Aunque esta afirmación última, no siempre es real pues a veces, las casas trogloditas se estructuran alrededor de un patio cuyo piso está a tres o cuatro metros bajo el nivel de los viñedos y si bien las habitaciones son excavadas en la tierra, las casas tiene fachadas con portales, puertas y ventanas que se abren hacia ese patio subterráneo.
Recuerdo que visitamos una casa de varios niveles que estaba totalmente edificada debajo de un viñedo. En la parta superior, en medio de las vides, solo se veía un pozo con borde de piedra y el típico techito semejante al de las imágenes del “pozo de los deseos”. Desde allí se podía extraer agua con una cuerda y un cubo de madera. Lo curioso era que se podía hacer lo mismo de cualquiera de los niveles inferiores de la casa. Del primer piso se podía sacar agua del mismo pozo para la cocina, del nivel inferior para el baño y de uno más abajo para las bodegas de vinos del “sótano”.
La iluminación y ventilación de las habitaciones en muchas de estas casas se logra por pozos semejantes que se inician con una pequeña construcción que sobresale en medio de las plantaciones y atraviesan verticalmente varios niveles de las casas. Las habitaciones disponen de ventanas que se abren a esos pozos, semejantes a los que se construyen en los edificios adosados de cualquier ciudad contemporánea.
Luego se aquella interesante visita, regresamos a casa de Jean Pierre y Evelyne donde pasamos una deliciosa tarde y noche, con un rico aperitivo y una formidable cena, todo bien regado por los deliciosos vinos de la región. Al día siguiente desayunamos tarde pues la noche se prolongó bastante. Así que recién al medio día emprendimos viaje hacia el sur para continuar nuestro periplo.
Nosotros habíamos hecho un plan de recorrido que incluía una rápida visita al país vasco francés y luego al país vasco español, para conocer los pequeños puertos y la serie de hermosos pueblos de esa zona, donde además de poder deleitarse con fantásticos paisajes, se puede comer tan bien.
Pasamos por “Biarritz” y “Saint-Jean de Luz” magníficos puertos del cantábrico francés y entramos a España por “Ondarroa” y “Lequeitio”, bellos puertos -de una rivalidad histórica- los dos maravillosos, acogedores y cordiales. Allí pudimos disfrutar de la magnifica comida vasca: los famosos pinchos de anchoas, chuletas de “bonito” asadas a la parrilla y el deliciosa “marmitako”, un guiso de atún blanco con papas, cebollas, pimientos y tomates cuyo origen se remonta a las tradiciones culinarias de los pescadores vascos.
En nuestra primera noche en españa nos instalamos en el pequeño camping de "Saturraran" cerca de Mutriku (Gipuzkoa). Fue una maravillosa experiencia. Después pasamos otras muchas noches en campings más modernos y acogedores pero el recuerdo de esa primera noche en tierra ibérica lo guardamos con un particular afecto hasta ahora.
En nuestra primera noche en españa nos instalamos en el pequeño camping de "Saturraran" cerca de Mutriku (Gipuzkoa). Fue una maravillosa experiencia. Después pasamos otras muchas noches en campings más modernos y acogedores pero el recuerdo de esa primera noche en tierra ibérica lo guardamos con un particular afecto hasta ahora.
Del país vasco español enfilamos hacia Castilla y León. Recorrimos una zona de pueblos casi fantasmas, sin niños y sin jóvenes, nos impresionó que los pocos habitantes que quedaban eran sólo viejos. Era también evidente la pobreza, las plantas bajas de todas las casa eran de piedra con mortero de tierra y las plantas altas de bahareque, sin enlucir, de color terroso y con techo de teja.
En esa zona visitamos el antiguo monasterio de Santo Domingo de Silos. Fue increíble descubrir que ese recinto estaba en nuestro recorrido. Años atrás habíamos comprado un disco magnífico de canto gregoriano; en su carátula se puede leer que “siete veces al día, todos los días del año, desde hace más de mil quinientos años, los monjes benedictinos de ese coro, entonan esos cantos para elevar el espíritu y agradar a Dios”. Coincidencia o no, esas canciones verdaderamente sublimes eran entonadas por los monjes de “Santo Domingo de Silos”. Recorriendo esos claustros austeros e impactantes, se puede entender de dónde proviene la inspiración y la fuerza de esas melodías y su nexo con lo divino.
Años antes, en 1986, Fernando Jurado Noboa había publicado su libro “Los Vásconez en Ecuador” y a mi me interesaba conocer la región de donde provenían una parte de mis ancestros, pues del otro lado desciendo de Francisca-Coya, hermana de Atahualpa, el último gobernante Inca antes de la llegada de los españoles.
El primer Vásconez, que se apellidaba Bascones, llegó al actual territorio ecuatoriano en el siglo XVII y provenía de un pequeño pueblo llamado Covarrubias en la provincia de Burgos, así que nos dirigimos allá para conocer ese singular poblado cuna de mi familia paterna.
Sin embargo no encontramos allí ningún vestigio de la familia Vásconez. De mi apellido lo único que quedaba en la región de Covarrubias era una explotación agrícola industrial denominada Granja Bascones que incluía una pequeña capilla con elementos de arquitectura vasca (esto, según certificación de mi mujer, que vivió varios años en el país vasco español y estaba familiarizada con esos detalles).
En Covarrubias si bien no encontramos Vásconez por ningún lado, pudimos conocer en cambio, una magnífica colegiata de piedra, llena de historia y tradiciones, pues está vinculada con doña Urraca, los infantes de Carrión y los remotos orígenes del reino de Castilla.
Pero sobre todo, y esto pagó la visita a este poblado, tuvimos la ocasión de visitar una singular edificación en Covarrubias: la casa que perteneció a don Alonso de la Peña y Montenegro, segundo obispo de la villa de San Francisco de Quito (1563-1538) autor del famoso “incunable” titulado: “Para párrocos de indias”, instructivo para los curas doctrineros que venían a América.
Ya he mencionado que el destino es cosa de locos. Yo tengo un ejemplar de ese libro en casa y siempre me intrigó su contenido y la compleja temática que desarrolla su autor. Poder conocer su pueblo, la residencia a la que regresó a pasar sus últimos años una vez concluida su labor como “párroco de indias” y saber que vino a Quito desde mismo pueblo de donde supuestamente llegaron mis ancestros no deja de ser bastante loco.
De Covarrubias emprendimos viaje a Toledo, pero eso será motivo de un relato posterior.