En un relato anterior que titulé “La cámara de video, Mahikari y ECO-92”
conté con detalles un hecho por demás curioso: la pérdida y posterior
recuperación de una cámara de vídeo que olvidé en un taxi en Río de Janeiro
durante la Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente.
Mi esposa Marie Thérèse le había trasmitido energía a la cámara, antes
de mi viaje al Brasil, con el argumento de que así evitaría que la pierda o que
me la roben.
Ella trasmitía energía a las personas (y a las cámaras) pues siguió un
seminario de una práctica de origen japonés llamada Mahikari.
Mi mujer había conocido Mahikari a mediados de 1991 y pudo asistir al
seminario que he mencionado, en enero de 1992.
Quién le puso en contacto con esta disciplina que se conoce también como
el “arte de Mahikari” fue una amiga belga, Hilde Buys, madre de familia del
colegio La Condamine, donde trabajaba Marie Thérèse. Allí estudiaban los cuatro
hijos de la familia Buys: Sven, Sara (compañera de mi hija Manon), Samuel y
Sigfrid (compañero de mi hija Manuela).
Hilde y su esposo Jos, arqueólogo de profesión, vinieron a América
Latina enviados por la cooperación belga. Su primer destino como cooperantes fue
el Perú; la joven pareja de recién casados residía en el Cuzco; allí Jos se
encargaba de una serie de tareas referidas a su profesión y tuvo a su cargo
importantes excavaciones arqueológicas y otras actividades académicas.
Jos había conocido Mahikari en New York años atrás e Hilde, en esa época
su novia, pudo asistir a un seminario (semejante al que asistió mi mujer) en
Bruselas, antes de casarse y partir para el Perú acompañando a su esposo.
Los primeros hijos de la pareja nacieron en el Perú y los dos menores en
el Ecuador pues, luego de algunos años de permanecer en territorio peruano, Jos
fue transferido a Quito donde vivieron también por varios años.
Un día, mi mujer estaba con una gripe terrible… a pesar de ello, fue a trabajar al colegio… allí se topó con Hilde
y ella le ofreció una dosis de energía para ayudarle con su catarro, su tos y el
malestar general…
Cuando regresó a casa al medio día para el almuerzo, me admiré al verla
totalmente restablecida… en la mañana, la había visto salir casi sin poder
tenerse en pie y cuatro o cinco horas después, la encontré como nueva…
Me comentó que Hilde Buys le había hecho una especie de imposición de
manos y que los síntomas de la tremenda gripe que le aquejaban, prácticamente
habían desaparecido de inmediato… ya no tosía, ni moqueaba y se sentía
perfectamente bien…
Esa mejoría casi instantánea no dejó de parecerme extraordinaria, le
pedí que me explique algo más, pero no pudo contarme gran cosa… sólo recordaba
que durante el recreo, Hilde le había pedido que cerrara los ojos, dijo unas
frases incompresibles (que después supimos, eran en japonés) y le trasmitió
energía con las manos por unos diez minutos… cuando abrió los ojos ya se
encontraba mejor, pero no pudo pedirle más detalles pues tenía que volver al
trabajo…
Nosotros teníamos una perra setter irlandesa llamada Ashca que estaba
preñada y a punto de traer al mundo a su descendencia; nos preocupaba sin
embargo, que en esa semana le había aparecido una especie de tumor cerca de la
vulva, una bola con ramificaciones semejante a una coliflor, de color rosáceo,
bastante desagradable de observar y que crecía a ojos vista de un día al otro...
Como Marie Thérèse se sentía cargada de energía llamó a la perrita, hizo
que se tendiera a su lado, le alzó la cola y comenzó a trasmitirle energía como
Hilde había hecho con ella.
Parece cuento… pero al llegar a casa en la noche, mi mujer me salió a
recibir para contarme: primero, que ya no tenía nada de gripe y, segundo, que
la bola de Ashca se había reducido a la mitad. Le volvió a dar un dosis antes
de irnos a dormir… créanlo o no, a la mañana del día siguiente, Ashca no tenía
rastro de aquel extraño apéndice.
Mi mujer contaba estas historias curiosas, a todo el mundo…. Una amiga
nuestra, Sylvie Esquerré, también profesora de La Condamine, que padecía de
insomnios, fue a ver a Hilde, recibió su “famosa energía” y en cuatro o cinco
sesiones se mejoró de aquel problema…
Varios meses después, en enero de 1992, Hilde les comentó que un
profesor japonés iba a venir a Quito para dictar un seminario de Mahikari.
Marie Thérèse y Sylvie naturalmente, se inscribieron y aprendieron a trasmitir
energía con sus manos.
En los meses siguientes se abrió en Quito un “dojo” para la práctica de
Mahikari. Pude conocer que “dojo” en japonés significa “lugar de práctica”, por
eso los lugares donde se practica cualquier tipo de arte marcial, también se
denominan así. Existen “dojos” de karate, de aikido, de judo, de jujitsu, de taekwondo,
etc.
Maité y Sylvie iban con frecuencia al dojo de Mahikari. El concepto era
que “sólo a través de la práctica”, las personas pueden avanzar en cualquier
tipo de arte, mejorar su técnica, adquirir experiencia y verificar sus
progresos y adelantos. Las dos me hablaban permanentemente de las bondades de esta
disciplina, de las maravillosas experiencias de la gente y de las enseñanzas
que habían recibido.
Maité también me trasmitía energía esporádicamente y yo relataba a mis
colegas y amigos lo que ella me contaba sobre Mahikari pero no quería saber
nada de asistir al Dojo ni aventurarme en una estructura que me parecía próxima
a las prácticas rituales y religiosas que había abandonado hace tanto tiempo.
La experiencia que
viví en Río en junio de 1992 cuando perdí y luego recuperé mi cámara durante la
Conferencia ECO-92 (que he contado en un relato anterior) contribuyó a
modificar mi visión -cerrada e intolerante- respecto a Mahikari. Esta anécdota
se incorporó a las historias que yo contaba sobre Mahikari pero, seguía sin
pisar el dojo, ni conocer a sus habitantes.
Unos meses después,
en enero de 1993, se organizó en Quito un nuevo seminario de Mahikari.
Como yo hablaba con
convencimiento de aquella práctica y de sus asombrosos resultados, dos de mis
colegas de trabajo se inscribieron para aquel seminario. Sin embargo a último
momento decidieron no asistir. Me pareció raro que hubiesen desistido de ese
propósito, me sentí mal por ello, pensé que alguien de la oficina debía
aprovechar esa oportunidad… así que, simplemente, fui y me inscribí. Era un
jueves en la tarde. Al día siguiente asistí al primer día del seminario y el
domingo salí con una serie de conocimientos novedosos y un montón de energía a
cuestas.
El profesor nos
advirtió al iniciar el seminario que tratáramos de escuchar con espíritu abierto y no con la racionalidad de la
cabeza, que evitásemos oponer ideas, creencias u opiniones a lo que íbamos a
escuchar. Creo que así lo hice; tanto a que no tuve problema alguno, dudas o
cuestionamientos respecto a temas que podían ser opuestos o chocantes con todo
lo que había vivido, aprendido o conocido hasta ese rato.
Dejé de lado visiones
occidentales y racionalmente cartesianas de una serie de cosas y escuché con
mente abierta como un niño. Todo me pareció natural y coherente. Así lo sigo
creyendo hasta ahora.
Creo que dos cosas
adicionales me han ayudado a mantener esa posición hasta ahora. Primero el
haber vivido una serie de experiencias inexplicables que me han conducido a
constatar que, aunque no se la pueda ver, una fuerte energía, sale de nuestras
manos y puede direccionarse y ser usada para limpiar todo (al igual que el
chorro de agua que sale por el pitón de una manguera) y de otra parte, el
convencimiento de que esa energía puede ser útil para ayudar a los demás, tema
que siempre fue una preocupación mía desde ámbitos tan variados como la
política o la práctica profesional.
Es
curioso pero ese convencimiento que en cierta forma lo sentí desde que asistí al
seminario de Mahikarí, fue impulsado y apoyado por dos personas muy distinta.
La primera fue una vidente que conocí en medio de una serie de extrañas
circunstancias que relataré en otra ocasión y la segunda fue la propia Hilde
Buys.
En
esta ocasión voy a contar cómo ella me dio ánimos para trasmitir energía a una
prima mía que había sufrido tres aneurismas cerebrales y se encontraba en coma por
más de quince días.
Hilde
me relató una experiencia personal semejante y me empujó para concurrir al hospital,
entrar a la sala de terapia intensiva donde se encontraba mi prima y
trasmitirle energía con el convencimiento de poder ayudarla.
Debo comenzar
relatando que el 29 de octubre de 1993 recibimos una noticia penosa, mi prima
Maricarmen acababa de sufrir un derrame cerebral; ella que tenía un hijo de
un primer matrimonio, se había casado nuevamente y acababa de dar a luz a su
segunda hija… ya estaba en su casa, aparentemente sin ninguna complicación,
cuando de improviso en la mañana de ese día, simplemente se desplomó.
Entró a
cuidados intensivos en el Hospital Metropolitano; fue internada por
emergencia, no teníamos en un principio, informes precisos pero aparentemente,
el cuadro era bastante grave. Mi primo Juan José, es médico y se trasladó de
inmediato al hospital para atender a su hermana.
Mis otros dos primos
Pablo y Lucho -sus otros hermanos- estaban en los Estados Unidos con sus
familias, cursaban cada uno de ellos una maestría, en diferentes ciudades de
ese país. Juan José les comunicó lo que acontecía y también yo les escribí un
par de veces para mantenerles al tanto de la evolución de su hermana.
El 3 de Noviembre (4 días después del derrame cerebral) Maricarmen seguía
en estado de coma, no había ningún tipo de modificaciones alentadoras en su
estado de salud. El neurólogo que la atendía sugirió que siga en cuidados
intensivos sólo hasta ese día. No había nada más que se pudiera hacer; iba a seguir
recibiendo suero y oxígeno pero en una habitación normal.
Según el doctor, lo
único que se podía hacer es seguir esperando y “confiando en Dios”. Fue duro escucharle
decir eso… Él añadió –“Ante estas cosas, el "más allá" es el único
sitio a donde podemos voltear los ojos”. Uno se siente verdaderamente pequeño
ante esas situaciones.
Yo no sabía por qué,
pero, todavía esperaba algo... ¿podría decirse, un milagro?... No sé... (En los
últimos tiempos había recuperado o me ha renacido algo parecido a la fe). Hay cosas que uno siente como pistas...
quién sabe... Simplemente parecía que debíamos esperar...
Sin embargo desgraciadamente hasta el 10 de noviembre (11 días después
del derrame), no habíamos recibido ninguna noticia halagadora respecto a la
salud de mi prima. La familia decidió trasladarla a la unidad de terapia
intensiva del Hospital Carlos Andrade Marín del Instituto Ecuatoriano de
Seguridad Social (IESS). El doctor no dio falsas esperanzas pero recomendó
totalmente el traslado a ese hospital
pues en cuidados intensivos tenían los mejores equipos y el personal más
capacitado.
El 15 de Noviembre (16 días después) ya en el hospital del IESS, el
estado de Maricarmen no presentaba síntomas alentadores (seguía sin ningún tipo
de movimiento, no hablaba, aparentemente no escuchaba y no reaccionaba al
dolor ni a otros estímulos). Juan José nos comentó que en su ficha clínica, donde
en días anteriores decía “grave”, se podía leer la palabra “estable”. No sabíamos
cuan alentador podía ser el cambio de esas dos palabras pero, según los
médicos, se debía seguir "esperando y confiando".
En una cena a la que asistimos con nuestros amigos Buys, Hilde me
preguntó por el estado de mi prima, le comenté que no había evolución y no
teníamos mayores esperanzas. Incluso su hermano estaba bajando los brazos y
trató de preparar a su mamá para un desenlace inevitable.
Hilde me dijo
categóricamente: -“Tienes que ir al hospital y trasmitirle energía a tu prima”…
añadiendo a continuación: -“Voy a contarles algo que no me gusta recordar pues
fue muy impactante para mi, pero creo que debes oírlo…”
Hilde contó que
cuando llegaron al Cuzco, Jos salía todos los días, desde muy temprano, a sus
actividades arqueológicas y ella permanecía en la casa dedicada a labores
domésticas… como ya había seguido el seminario de Mahikari, de vez en cuando
trasmitía energía a la empleada doméstica, a la señora de la tienda, al guardia
de la esquina y a cualquier otra persona que lo requiriera… Parece que como los
resultados siempre eran interesantes, se corrió la voz y muchos vecinos y
amigos también le pedían que les ayudara trasmitiéndoles una “dosis” de energía
que, en japonés se suele decir trasmisión de “okiyome”.
Un día, una de estas
personas vino a verle pues tenía un pariente que había sufrido algún percance
de salud y se encontraban en “estado de coma”; le pedía que fueran juntas al
hospital para que Hilde pudiese dar una “dosis de okiyome” al enfermo.
Según Hilde ese
pedido no le hizo mucha gracia, pues ella estaba a apocas semanas de dar a luz
a su primer hijo, se movía con dificultad y el médico le había recomendado no
hacer esfuerzos, ni subir o bajar gradas…
Sin embargo sucumbió
al pedido de su visitante y terminó aceptando hacer el desplazamiento hacia el
hospital público del Cuzco donde se hallaba el paciente.
Dice que su visita a
aquel hospital fue muy impactante… el enfermo no estaba en una habitación
individual sino en una sala común de cuidados intensivos rodeado de todo tipo
de pacientes críticos y de enfermos terminales… cada caso, más dramático que el
otro…
Estuvo a punto de
abandonar su firme decisión de ayudar y en varios momentos sólo pensó en salir
corriendo de ese sitio…. Sin embargo su acompañante insistía y prácticamente la
halaba hasta el lecho de su pariente enfermo…
Llegó hasta allí
cerró los ojos para medio olvidar la terrible experiencia de su paso por un
corredor interminable con camas de enfermos críticos de lado y lado… y se
concentró en lo que había venido a hacer…
Según nos contó, ella
comenzó a entonar las palabras previas en japonés y curiosamente el enfermo
reaccionó de inmediato, moviéndose un
poco y repitiendo la última sílaba de cada frase que Hilde iba recitando….
A ella no le pareció
nada extraño ese asunto…
Hilde le trasmitió
“okiyome” con la mano derecha sobre su frente, por cerca de veinte minutos y
cuando iba a retirarse, dijo unas palabras finales con las que se suele
anunciar que la trasmisión concluye…
Para asombro de
todos, el paciente se incorporó, frotándose la cabeza con las dos manos y
bostezando al mismo tiempo… parece que con voz cansada dijo simplemente: -“ay… qué
rico he dormido…”
Hilde casi se desmaya
cuando, después de gritos y llantos de todos los presentes (incluidos médicos y
enfermeras)… le contaron que esta persona no había hablado, ni había hecho
ningún movimiento por meses… había estado en coma profundo por más de un año…
Hilde todavía
temblaba al contarnos esta experiencia impactante… Pero me alentó a ir al hospital y tratar de
trasmitir Okiyome a mi prima.
Al día siguiente me
armé de valor y aunque en el hospital son muy estrictos en esto de las visitas
a las personas internadas en el área de cuidados intensivos, pedí autorización
y entré hasta donde estaba Maricarmen para trasmitirle okiyome.
Esa primera visita fu
muy dura para mí. Ella estaba totalmente rapada, lívida como un cadáver,
entubada y llena de sondas, cables y sueros y con un diente roto que supongo,
se fracturó al caer desmayada. Lo más duro era que sus ojos, aunque abiertos,
estaban volteados hacia atrás; las pupilas se escondían detrás de los párpados
y solo se podían observar dos bolas blancas vidriosas, sin signos de vitalidad
ni expresión…
Temblando por esa
visión y por el ambiente tétrico de aquel espacio, le trasmití okiyome por algo
más de quince minutos. Estaba en eso cuando sonó una alarma en los monitores de
la cama adyacente, llegaron corriendo médicos y enfermeras y me desalojaron de
la sala.
Llegue muy golpeado
a la oficina… me tomé un trago doble de
whisky pero aun así, no paraban de temblar por la visión tan impactante que
tuve que sobrellevar esa tarde.
Al principio no supimos
qué resultados se pudieron haber producido luego de mi trasmisión de okiyome…
sin embargo ese momento era todo lo que se podía hacer…. Curiosamente yo seguía
manteniendo una especie de esperanza, una suerte de fe. Creía que mi prima debía
estar luchando por vivir y no abandonar a sus hijos. Debíamos esperar.
Volví a trasmitirle
okiyome en dos ocasiones más. Sin embargo no hubo ninguna mejoría ni signo
esperanzador.
El 22 de Noviembre (23 días después del derrame) volví nuevamente al
hospital le trasmití okiyome, pero no aconteció nada. En la tarde tuvimos noticias
-no se si excesivamente alentadoras- pero si bastante significativas; parece
que en algún momento, ella emitió un quejido. Para los médicos, ese
"ayayay" era un indicador positivo pues mostraba por una parte que
sentía el dolor y, por otra, que podía expresarlo verbalmente, ligando lo que
estaba sintiendo con una necesidad de comunicación y expresión. Oswaldo el esposo de mi prima me llamó para comentarme esta informaciòn y pedirme que vuelva a trasmitirle okiome a su esposa.
Eso me dio nuevos animos y el 25 de Noviembre (26 días después del derrame) fui nuevamente al hospital.
Me metí de colado como las otras veces y me topé con que la habían trasladado
de terapia intensiva a la sección de neurología. Si bien no había síntomas de
mejoría, la temperatura que algún momento se presentó debido a un proceso
infeccioso había sido controlada y estaba respirando normalmente sin necesidad
de respirador artificial. Entré a neurología y pasé a verla en su habitación. Repetí
con voz firme las palabras en japonés que se suelen entonar antes de trasmitir la energía y, mientras lo hacía, le
hablaba, le explicaba lo que estaba haciendo, le conté que ya lo había hecho en
otras oportunidades cuando se hallaba en terapia intensiva. Le dije algo
respecto a que me alegraba que estuviese en otra sección porque ello mostraba
que estaba recuperándose. Noté que sus ojos se movía, pude ver sus pupilas… su
mirada era diferente, expresiva. Me veía.
Seguí hablándole y
trasmitiéndole okiyome; le hablé de su mamá, de su marido, de sus hijos, de sus
hermanos, del cariño que le tenían, de lo preocupados que estaban y de lo
contentos que se pondrían al saber que la había visto mejor. (Y era cierto, ya
no tenía una mirada inexpresiva, perdida. Me estaba viendo).
Le repetí lo mucho
que la queríamos. Soltó dos gruesas lágrimas. Le tomé la mano y sorprendentemente,
apretó la mía. ¡Casi me desplomé, tenía un nudo en al garganta y por varios minutos
no pude decir nada!
Logré controlarme y seguí
hablándole; le dije que esas lágrimas eran un síntoma de que se recuperaría;
que todos sabíamos que estaba luchando por vivir: por sus hijos y por todos los
que la queríamos. Le hablé de que debía tener fe. Le conté que en su familia
desde que ella cayó enferma, todos habían adquirido la costumbre de pedir por
ella y por sus hijos.
Seguí trasmitiéndole okiyome
unos veinte minutos más… al finalizar y despedirme, débilmente me dijo: -“¡gracias!”...
y, haciendo un gran esfuerzo como para incorporarse, me dijo débilmente pero
con claridad: -“¡saluda a la María Teresa y a las guagua!”…
Lloré. Ella se dio
cuenta y también lloró. Le volví a tomar la mano y le dije que me despedía para
comunicar a todos que estaba mejor, que se iba a recuperar.
A los pocos días
Maricarmen dejó el hospital. Había logrado salir de su estado tan delicado.
El 23 de Diciembre
(52 días después del derrame) la llamé para tener noticias y desearle feliz
navidad. Conversaba con normalidad… me contó que experimentaba una lenta y
paulatina mejoría general, tenía solo un pequeño problema de movilidad en uno
de sus brazos y en una pierna, todavía los movía con cierta dificultad; pero en
el resto de su organismo todo estaba bien.
Luego de esa terrible
experiencia, mi prima pudo retomar su vida doméstica casi con total normalidad;
no quedó del todo bien de su pierna, camina con ayuda de un caminador y tiene
una dificultad en uno de sus brazos que mantiene pegado contra el cuerpo, pero
en los años siguientes recuperó el resto de sus funciones vitales, tuvo una
segunda niña y un varoncito que ahora ya son adultos y por supuesto adoran a su
madre.
Esa es la historia,
Los médicos hicieron lo suyo y yo puse algo de buenas vibras, supongo que las
cosas se “alinearon” como los planetas y todo aconteció como debía acontecer.
Asuntos
inexplicables, con los que es mejor no meterse. Como decían las abuelitas,
“¡por algo será!”… Mejor no buscar explicaciones… Lo más seguro es que quién
sabe…