Como ya he relatado, a principio de 1996 recibí en mi oficina la visita de mi buen amigo Gaitán Villavicencio y de su tío, don Luis Portaluppi, a quien afectuosamente llamaban el “Picudo Portaluppi”.
El “tío Picudo” nos contó que una vez que se encontraba gozando de su jubilación, se había instalado desde hace algún tiempo en las inmediaciones de Vinces y se hallaba disfrutando de las bondades de la tercera edad en medio del maravilloso clima, los magníficos paisajes y la amabilidad de los vecinos de ese acogedor cantón de la Provincia de Los Ríos.
Había adquirido una “casa de hacienda” en las cercanías de la ciudad (posiblemente una de las más hermosas); la casa del que fue uno de los más importantes enclaves cacaoteros de la región, conocida como la “Isla del Bejucal”.
El “tío Picudo” me entusiasmó con sus relatos sobre Vinces y sobre el “boom cacaotero” así que cuando nos despedimos, le prometí que apenas pudiera le visitaría en su refugio de la “Isla del Bejucal”.
Meses después, en agosto de 1996 con mi esposa Marie Thérèse y mi hija Manuela decidimos cumplir la promesa y dar una vuelta por esa región de la patria que no habíamos visitado nunca. Mi hija Manon no pudo ser de la partida pues se hallaba de viaje.
Al saber que nos dirigíamos hacia allá, Gaitán se sumó al periplo. Nos dimos cita en Babahoyo donde nosotros le esperamos con varias botellas de jerez y de vodka para llevar como obsequio al “tío Picudo”; Gaitán llegó acompañado por su hermano Solón y de su chofer el señor Bravo, compañero de aventuras de los célebres hermanos Villavicencio Loor y todos juntos, nos trasladamos hacia la “Isla del Bejucal”.
Luego del aperitivo en el que dimos cuenta de las botellas de jerez, las bellas “ahijadas” del “tío” nos ofrecieron un delicioso almuerzo con caldo de gallina criolla, arroz y patacones todo acompañado de varias botellas de cerveza “bien fría” que como por arte de magia salían de la nevera y asomaban sobre la mesa para que nunca nos faltara “combustible”.
La sobremesa se prolongó indefinidamente pues el “tío” nos tenía a todos embobados con sus historias y sus anécdotas. A media tarde Gaitán propuso que nos “pasáramos al fuerte”. Puse a disposición de los presentes, una botella de vodka y otra de jugo de manzana y también -como por encanto- los vasos de cerveza desaparecieron y fueron sustituidos por otros limpios junto a un baldecito lleno de hielos y un plato con rodajas de limón.
Las ahijadas del tío se desplazaban de forma imperceptible casi sin tocar el suelo y todo se sucedía eficientemente sin interrumpir y sin que nadie se diese cuenta de los cambios. Participaban de la conversación, atendían a las visitas y llenaban el espacio con su sonrisa y su fina presencia, Walt Disney debe haber pasado por la “Isla del Bejucal” para inspirarse cuando dibujó a “Campanita” y a las demás hadas.
En la noche aparecieron unos platos con deliciosos tamales de gallina acompañados, para los que quisieron, de una taza de consomé con picadillo de cilantro y cebolla blanca, todo eso nos volvió el alma al cuerpo y atacamos con vigor la conversación y las botellas restantes… cuyo contenido al descender de forma pausada, moderada, elegante…iba inspirando los relatos, los sazonaba con algo de ingenio y picardía y aumentaba el interés de nosotros los atónitos visitantes de ese paradisíaco lugar al que habíamos llegado guiados por cosas inexplicables del destino.
El tío y las muchachas relataron una serie de anécdotas sobre los moradores inmateriales de la casa. Contaron que en las noches de luna llena, al llegar hasta la vieja edificación desde el puente de acceso, se podían distinguir a elegantes personas de ambos sexos que parecían desplazarse, conversar o bailar en la planta alta, ataviados con galas de otras épocas, vestidos largos, sombreros y collares “como los de los cuadros” que colgaban en las paredes. Cuando se prendía la luz, todos desaparecían de inmediato.
En otras ocasiones el tío o las chicas veían o sentían que se cruzaban con personas elegantes que se dirigían hacia los dormitorios y en no pocas ocasiones, podían oler el delicado aroma de sus perfumes… que dejaban un estela perceptible aun luego de varios minutos luego del encuentro.
Nos relataron que tanto en el salón, cuanto en el comedor donde nos encontrábamos, era también bastante usual que luego de un imperceptible movimiento de una silla se viera que el cojín se hundía un poquitín, como si “alguien” hubiera decidido hacer uso de ese asiento… Mi hija Manuela, me tomó la mano, no dijo nada pero parecía en extremo asustada. Una de las chicas se dio cuenta y le dijo como para tranquilizarle: -“hay harto fantasma en la casa…pero son buenos, no hacen nada…”
Las chicas comenzaron a recoger los platos y mi mujer y mi hija se levantaron para ayudar; comenzaron a llevar todo a la cocina… al poco rato oímos un grito… mi mujer salió despavorida con los ojos desorbitados… Una de las chicas le dijo como para tranquilizarle: -“aquí duerme…pero es muy bueno, no hace nada…”, añadiendo luego como para corroborar lo dicho: -“ya va a ver…ahorita se va…”
Era una enorme zarigüeya, una “raposa” como las llamamos en la Sierra o “zorro” como le dicen en la Costa… Salió muy oronda, con su larga cola enhiesta, nos miró un instante con sus ojos enormes, subió por uno de los postes del corredor y se descolgó luego hacia el patio, para dar inicio a sus correrías nocturnas. Mi mujer explicó luego que, cuando entró a la cocina, sintió que algo se movía debajo del fregadero, ella creyó que era un gato o un perro pequeño, luego vio que era un bicho raro que se levantó, se desperezó y luego se quedó mirándola con curiosidad… contó que -en un principio- no tuvo miedo… incluso cuando comenzó a olisquear sus pies, moviendo su puntiagudo hocico…; gritó cuando su nariz fría y sus finos bigotes le rozaron la pierna…
Reímos y nos tranquilizamos poco a poco, pues el grito nos hizo saltar como resortes a todos los presentes…las historias de los elegantes fantasmas de la casa combinadas con ese susto originado en la fauna nativa de la zona… fue mucho para nuestra cansada humanidad… así que más bien optamos por retirarnos a descansar para poder recuperarnos y poder estar en forma al día siguiente.
Despertamos ya bien entrada la mañana…llegamos al comedor guiados por el maravilloso aroma de un excelente café recién colado y el olor de unos deliciosos bolones de verde con chicharrón. Allí nos esperaba el “tío” impecablemente vestido con guayabera y pantalón de color celeste, junto a la deliciosa sonrisa de sus “ahijadas” que nos acogían junto a la mesa con la misma amabilidad y cordialidad del día anterior.
Todos fuimos llegando hasta allí con deplorables caras, el cuerpo adolorido y el espíritu agobiado por el “guayabo”, la “resaca”, la “cruda”, el “chuchaqui” o la “gueule de bois” como seguramente debían llamar -en francés- nuestros vecinos los fantasmas al malestar que todos sentíamos luego de un día entero de conversación, acompañado por una que otra copita de jerez, de cerveza y de vodka con jugo de manzana… líquido éste que, como es ampliamente conocido, no es necesariamente bueno para la salud.
El café y los bolones obraron milagrosamente… al poco tiempo todos estábamos, repuestos, bañados, bien peinados y listos para un nuevo día de aventuras.
Salimos a dar una vuelta por las inmediaciones de la casa, el “tío” explicó que pensaba trasformar ese lugar en un santuario natural y en un vivero para producir árboles nativos para contribuir a la reforestación de la zona. Por lo pronto tenía problemas de liquidez, pera estaba buscando alternativas para conseguir financiamiento que pudiesen llevar a buen puerto, todas esas ideas.
Luego nos propuso ir a dar una vuelta por la ciudad para que las “francesitas” pudieran conocer el “Paris chiquito”.
Al recorrer la ciudad de Vinces nos dio mucha pena que luego de la crisis del cacao las bellas edificaciones de la ciudad se habían deteriorado enormemente, todo parecía en ruinas, muchas casas de madera estaban cayéndose y no pocas había sido demolidas para sustituirlas por esas horribles construcciones seudo modernas de hormigón, ventanería de aluminio y vidrios de colores que ahora se ven por todo lado en las ciudades de la Costa.
Incluso el magnífico edifico del Municipio de Vinces, una extraordinaria edificación neoclásica en madera, con decorados y detalles, ventanería, celosías y puertas dignas de la mejor arquitectura tropical del siglo XIX, se hallaba en estado ruinoso en plena plaza principal… y si bien se salvó de ser demolido por alguna protección celestial… las autoridades habían construido, para sede del cabildo, un espantoso edificio contemporáneo del que supongo se sentían muy orgullosos… mientras tanto… habían dejado abandonado y destruyéndose uno de los edificios más emblemáticos de la época que dio al pueblo el apelativo de “pequeño Paris”…
Al mismo tiempo, orgullosas de ese remoquete, pero no necesariamente de su verdadero patrimonio, las distintas autoridades no han hecho nada para impedir su destrucción y se han dado a la tarea de llenar la ciudad de caricaturescas réplicas de la capital francesa.
En un pequeño parque hay una réplica de la Tour Eiffel confeccionada con varillas corrugadas de construcción (que ahora ha sido sustituida por una versión un tanto más elaborada) y en el malecón se ubica un lamentable castillo llamado “la Bastille” donde funciona la cárcel de la ciudad.
Comentamos esta preocupación con el “tío Picudo” y nos relató algo espantoso (que pudimos corroborar más tarde cuando regresamos a su casa). En algún momento el tejado del viejo municipio se derrumbó parcialmente por efecto de las goteras, afectando a la biblioteca municipal… los libros se mojaron y en vez de reparar los daños y de tratar de salvar el patrimonio de la ciudad, alguien mandó a botar los libros al río. El “tío Picudo” recogió en sacos de yute lo que más pudo… varias docenas de volúmenes se salvaron pero centenares de magníficos ejemplares empastados se fueron flotando hacia el olvido al fondo del río Vinces.
En la tarde, en la “Isla del Bejucal”, pudimos ojear parte de la biblioteca rescatada por don Luis Potaluppi. Muchos libros eran de literatura, pero también había libros de historia, geografía, política y religión, la mayoría en español, pero también encontramos ejemplares en francés, inglés y alemán…en todos se leía: “Donado por la biblioteca de Madrid a la biblioteca de Vinces” o “canje con la biblioteca de Barcelona”; “Cadeau de la Bibliothèque Nationale – Paris/France”; “Donated by the London Library”,,, vimos libros provenientes de Viena, Buenos Aires o México; todos bellamente encuadernados y empastados en cuero. La biblioteca de Vinces fue -en su momento- una de las bibliotecas más ricas y dinámicas del continente… ahora sus libros nadaba en el río junto a las lanchas y motos de agua que compiten todos los años en las famosas regatas que se organizan en Vinces posiblemente para satisfacción de las mismas personas que hinchan el pecho porque su pueblo es calificado de “París chiquito” y, al mismo tiempo, tiran la cultura por la borda.
Terminamos el recorrido por Vinces con unas cervecitas en un bar del pueblo en compañía de un buen número de personajes de la localidad que se acercaron a saludar a “Don Lucho“, como llamaban al “tío” de forma respetuosa… y continuamos con la conversación y las anécdotas.
Hacia el medio día, alguien propuso ir a comer un buen ceviche. Pensé que iríamos a algún restaurante de la localidad pero don Joaquín Flor nos condujo a su casa. Su familia compartió con nosotros los platos que tenían para el almuerzo: unos tamales de choclo fenomenales, ceviche y bollos de pescado acompañados de cerveza helada. Nosotros nos sentimos mal de llegar así, de improviso, invadir el hogar de este amigo y acabar con toda la comida… pero no hubo nada que hacer… así es la generosidad y la hospitalidad de la gente de ese Paris del trópico ecuatoriano.
En la noche luego de haber visto los libros rescatados de las aguas, como ya he referido anteriormente… las ahijadas del “tío” nos propusieron pasar a la mesa para disfrutar de un plato de “guatita” que les había entregado la señora de don Joaquín para nuestra cena de esa noche.
Ahí, en la mesa, le pregunté al “tío” sobre su relación con estas chicas… con mucha sabiduría me contó lo siguiente: -“Mira Marito, a mi edad se vería hasta feo que yo pueda decir que son mis novias o mis amantes… y se vería peor que cuando asome por ahí un pretendiente o un novio de estas chicas… se comience a contar por todo lado que le han puesto los cuernos a Don Luis Portaluppi… por eso, más bien digo que son mis ahijadas. Yo mismo las hago casar cuando los pretendientes me parecen responsables… las conduzco al altar y les doy alguna cosita para que inicien su vida de casadas. A veces regresan porque se han peleado o han tenido problemas…Me reúno con ellos, les aconsejo, propicio los reencuentros… y si no funciona la cosa les traigo de regreso a la casa, por un tiempo…Cuando tienen familia soy casi siempre el padrino… tengo docenas de ahijados por toda la provincia”.
Mencionó luego que todas las ahijadas vienen felices a vivir a su casa. –“Tengo cola de muchachas que quieren venirse para acá”. Y aclara luego: -“cuando llegan acá, les permito estudiar, les trato bien, les enseño cosas: de música, de literatura, de cocina; pueden vestirse bien, les encanta escuchar mis anécdotas”. ¡Además!, dijo: - “Se libran de estar pastoreando animales, trabajando en el campo, lavando ropa en los ríos y cuidando a los hermanos pequeños… y encima, ¡maltratadas por sus padres!”… “Acá son felices”…
Esa noche nos acostamos temprano. Antes de dormir me quedé un buen rato escuchando la selva y pensando en todo lo que habíamos visto y escuchado en el día. Vinces, el Bejucal, el tío Picudo… ¡Qué historia de locos!
Al día siguiente fuimos a visitar una gigantesca hacienda bananera de un sobrino auténtico del “tío”, pero eso será motivo de otro relato. En la tarde nos embarcamos hacia Guayaquil para tratar de que Gaitán fuese perdonado por su señora pues se había venido a la “Isla del Bejucal” apenas dejándole un mensaje en el que le decía que “salía para toparse conmigo en Babahoyo”. A Solón en cambio le votaron de la casa y al señor Bravo le costó varios días de ruegos y explicaciones para le recibieran nuevamente en la suya…
En 1996 yo colaboraba, escribiendo crónicas de viajes, con una publicación llamada AQUADOR, un informativo cultural y turístico de cobertura nacional, que dirigía Liliana de Dávila. En el ejemplar de octubre de ese año, luego de la visita a Vinces, escribí un artículo que titulé “Vinces: Andanzas por París-Chiquito”, lo reproduzco ahora pues da cuenta del ingenio del “Tío Picudo” y de una serie de detalles que he relatado anteriormente.
VINCES: Andanzas por “París-Chiquito”
“El Picudo Portaluppi es un conversador insigne; capaz de contagiar su humor a media humanidad y mamar-gallo al resto. Cuando se mudó a la “Isla del Bejucal” para establecer allí sus cuarteles de invierno los vecinos de Vinces le cuestionaron el haberse recluido en una casa vieja, de madera, semidestruida por los años y plagada de avispas y murciélagos; el tío Picudo adoptando un aire de empresario post-moderno replicó de inmediato con tono enérgico: -“los murciélagos constituyen uno de los rubros de exportación más importantes en el mercado global contemporáneo”. Y continuó su elocuente explicación -ante la mirada atónita de sus interlocutores-: -“la piel de murciélago tiene una gran demanda, sobre todo en Europa y en los Estados Unidos... -¿no se han fijado que es más fina que el más fino de los terciopelos y más fina que la más fina de las pieles?”.
Cuando algún analítico vecino se atrevió a exponer algún argumento respecto a la rentabilidad del negocio de las pieles debido al insignificante tamaño de sus iniciales portadores... el Tío clavó su mirada penetrante en los ojos del osado y replicó categórico: - “¡bien!, en realidad la talla del murciélago criollo es un problema que nos ha traído muchos dolores de cabeza a los exportadores ecuatorianos… pero felizmente encontramos una formidable solución; hemos importado un lote selecto de padrillos de Transilvania para mejorar la raza”.
Proporcionó a continuación, convincentes explicaciones sobre procedimientos y contactos y si todavía pudiera quedar alguna duda flotando en el ambiente, sacó de la manga un dato adicional para demostrar que ninguno de los presentes conocía un ápice de ese prometedor negocio: -“¡este momento!”, dijo: -“un equipo de biólogos de Miami University me está haciendo unos estudios para ver la posibilidad de cruzar los murciélagos con perro dálmata para obtener pieles moteadas”… aclarando a renglón seguido: -“¡tienen gran demanda en el Vaticano para la confección de estolas para los obispos!”.
Don Luis Portaluppi goza del aprecio, la admiración y la confianza de todos los moradores de Vinces. No pocos también le guardan una mal disimulada envidia pues vive en compañía de dos jóvenes y bellas ahijadas en la Casa de Hacienda de una de las más grandes propiedades de la dorada época cacaotera.
“El Picudo” tiene intenciones de convertir su acogedor refugio en la sede en una Fundación para preservar la naturaleza, propiciar la reforestación de la zona con especies nativas, devolver la vida al canal que otrora bordeaba la casa y promover acciones tendientes a evitar la total destrucción de las magníficas edificaciones de madera que se levantaron durante el siglo pasado en las haciendas y el casco urbano de Vinces adjudicándole el apelativo de “París-Chiquito” que ostenta orgulloso aún hoy en día.
Un ejemplo de la necesidad de apoyo del gobierno y la empresa privada para evitar la desaparición de ese importante patrimonio edificado es el estado de total abandono en el que se halla el viejo Municipio. Ojala se pueda levantar una campaña para salvar no sólo este edificio sino otros muchos que todavía luchan por tenerse en pie a pesar de la acción de las termitas y los años.
Vale la pena visitar Vinces, deleitarse con la conversación del “tío Picudo”, el paisaje del río, las casas de madera y el aroma y sabor de los tradicionales bollos de corvina o de mondongo, los tamales de choclo, los ceviches de camarón y la guatita que prepara -con manos de ángel- la esposa de Don Joaquín Flor en la Sucre y Bolívar”.
Con satisfacción vi hace poco, una noticia que mostraba una foto del viejo municipio de Vinces que fue restaurado con calidad y buen gusto.
Me sentí conmovido de que quince años después alguna autoridad nacional o local haya tenido la iniciativa de comenzar a rescatar el patrimonio que se ha podido salvar del abandono y el descriterio de las autoridades de turno.
Me sentí conmovido de que quince años después alguna autoridad nacional o local haya tenido la iniciativa de comenzar a rescatar el patrimonio que se ha podido salvar del abandono y el descriterio de las autoridades de turno.
Y hace pocas semanas he leído en una información de prensa que por el gran valor histórico y social que representa el parque central de Vinces, el Ministerio Coordinador de Patrimonio, el Municipio de Vinces, el Banco del Estado y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, a través del plan “Vive Patrimonio”, ejecutarán el proyecto de rehabilitación de ese espacio público con el objeto de mejorar el entorno urbano de la ciudad, recuperar su historia y contribuir a que pueda ser un referente de identidad cultural en el futuro.
Vinces, el Bejucal, el tío Picudo… ¡Qué historia de locos!