En estos días en que la ciudad de
Guayaquil acaba de celebrar sus “fiestas julianas”, por el aniversario de su
fundación, he recordado una historia de locos que viví a raíz de esas festividades
hace más de cuatro décadas.
Mi abuela materna, Agripina Chacón, a quién todos conocíamos cariñosamente como “Pinita” tuvo un hermano y dos hermanas mayores. Ella se refería a ellos como, “mi hermano Ernesto”, “mi hermana Leonor” y “mi hermana Lucía”.
“Mi hermana Leonor” fue casada
con don Carlos Morales y tuvo cuatro hijos: Carlos, Gustavo, Beatriz y Laura.
“Mi hermana Lucía” a quién todos
conocíamos como “Mamamita” estuvo casada con don Enrique Holguín y tuvo tres
hijos: Enrique, Mary y Lucía (Lucha) a quién todos conocemos como Luchi.
A mediados de julio de 1972 -yo
tenía en esa época 21 años- recibí una llamada de doña Laura Morales, sobrina
de mi abuela Pinita (hija de “mi hermana
Leonor”).
Laurita estaba casada con Rafico
Romolereux y según numerosas referencias fue una mujer extraordinariamente
bella. Al momento de la llamada a la que hago referencia, ella debía haber
superado los sesenta años de edad, tenía una tez bronceada muy marcada por
profundas arrugas -fruto de su afición a las caminatas al aire libre y al golf-
y una voz grave y ronca, casi masculina -fruto de su afición al ron y a los
cigarrillos sin filtro-.
Apenas respondí la llamada, se identificó y fue al grano, sin darme tiempo para ninguna pregunta de familiaridad o de cortesía.
Apenas respondí la llamada, se identificó y fue al grano, sin darme tiempo para ninguna pregunta de familiaridad o de cortesía.
Según me dijo, su ex-cuñada
Cecile, quien estuvo casada con su hermano Carlos, también sobrino de mi abuela
Pinita (el hijo mayor de “mi hermana
Leonor”), le había anunciado visita.
- “Viene
de chaperona de una gringuita, candidata a miss no sé qué cosa”…, me explicó.
El asunto es que doña Cecile
Paulet, a quién ya he mencionado en otro relato anterior, le había pedido
posada -después de aquel certamen de belleza que se iba a desarrollar en
Guayaquil-, para que la gringuita en cuestión, pudiera conocer también nuestra
ciudad y que a su chaperona le fuera factible visitar a su antigua familia
política.
Laurita me explicó que ella podía
encargarse de su ex-cuñada, con quién siempre hizo muy buenas migas… pero pedía
mi apoyo para “encargarme de la gringuita”… me dijo que debía “atenderla, hacerle conocer la ciudad y
llevarle a todas esas cosas de jóvenes…”
- “Si
le gustan las discotecas y los bares…”, me dijo, - “yo ya no estoy en edad para
esas lides”…
- “Por
eso te llamé…”, recalcó.
Añadiendo enseguida, en un tono
tal que no admitía réplica alguna: -“Apenas estén aquí, te llamaré para que te
hagas cargo de esa chica”.
- “De
acuerdo”… alcancé a balbucear…
Cortó la comunicación casi sin
despedirse… y yo me quedé con el auricular en la mano sin saber en qué mismo me
había metido.
El 24 de julio de ese año (según
reseñó la prensa en esos días) “con ocasión de las fiestas de Guayaquil y con
el auspicio de la “Cámara Junior”, “Ecuatoriana de Aviación” y “Diario El
Universo” se llevó a cabo en el teatro Nueve de Octubre de esa ciudad el
concurso de belleza “Perla del Pacífico - Internacional”, con la participación
de 9 hermosas candidatas de Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador, Estados
Unidos, México, Panamá y Perú”.
Susan Nelson, la candidata de
Estados Unidos, quien viajó al Ecuador acompañada por doña Cecile Paulette (ex-nuera
de “mi Hermana Leonor”) resultó electa “Perla del Pacífico” y participó junto a
María del Lourdes Medina “la perla ecuatoriana y a las otras siete bellezas, en
el pregón y en el magno desfile previstos por los 434 años de la fundación de
Santiago de Guayaquil”, así como en otros variados programas organizadas por
las festividades guayaquileñas: retretas, desfiles de modas, exhibiciones
populares, festivales, exposiciones y serenatas.
A los pocos días de todas esas manifestaciones y festejos recibí nuevamente una llamada de Laurita Morales.
- “Mañana
llegan la Cecile y esta chica americana”, dijo.
- “Yo
voy a buscarlas en el aeropuerto pero te pido que vengas por la casa después de
almuerzo para presentarte a la muchacha y que programen lo que vayan a hacer…”
- “Ah,
otra cosa…, van a venir con otras tres chicas candidatas a este concurso de
‘miss no sé qué cosa…’ así que sería bueno que puedas venir con tu hermano y
los hijos de la Lucha para que puedan hacerles conocer Quito a la gringuita y esas otras muchachas…”
Le respondí que así lo haría.
Llamé a mis primos Pollo y Pepe Correa (nietos de “mi hermana Lucía”, hijos de
su hija Lucha) e involucré también a mi hermano Jaime en esta aventura.
No nos arrepentimos de habernos
inmiscuido en ese enredo. Pasamos realmente bien.
Susan, la chica americana a quien
todos llamaban Soozi, vino acompañada por “las perlas” de Chile, El Salvador y
Costa Rica y si bien Cecile y Soozie se iban a quedar en Quito casi una semana,
las otras chicas vinieron apenas por dos o tres días; así que planificamos todo
para que pudieran sentirse a gusto en estas tierras ecuatoriales.
Mientras Laurita y Cecile se
ponían al día en los temas de su interés, fumando como bomberos y vaciando uno
tras de otro, decenas de vasos de ron con hielo, limón y coca cola; los cuatro
jóvenes galanes nos desvivimos por atender a las guapísimas “misses”; las
llevamos a conocer las iglesias y conventos del centro histórico, la mitad del
mundo, las antenas del Pichincha y todas las noches salimos a divertirnos en
las discotecas que existían en Quito en esa época: “El Candil” de Eduardo
Zurita, “Luis XVl”, “El Rolls Royce”…
Las invitamos a comer cebiche,
hornado, humitas, tamales y quimbolitos.
Yo era el que más inglés hablaba,
era el mayor de todos los integrantes de esa jorga y por añadidura fui el
contacto de “doña Laura” así que me vi -casi de forma natural- involucrado con
la “Perla del Pacífico”… los otros tres implicados se turnaron para que las
demás integrantes de la “corte de honor” se llevaran la mejor impresión de la
ciudad y claro, de sus “guíos turísticos”…
A más de guapa, Soozi era una
muchacha realmente encantadora, dueña de una gran personalidad y de una
simpatía desbordante; su sonrisa generosa y expresiva y sus ojos llenos de
vivacidad e inteligencia daban cuenta de esas cualidades. Supongo que ninguno
de los asistentes al teatro Nueve de Octubre el día de la elección, habrá estado
en desacuerdo cuando el maestro de ceremonias con voz de misterio y acompañado
de un prolongado redoble de tambores anunció: -“... y la Perla del Pacífico -
1972 es…”, antes de pregonar el nombre de “Susan Nelson de los Estados Unidos”….
Soozi nos dejó un par de fotos
autografiadas, una para Jaime y para mí y otra, para Pepe y Pollo; en ellas se
la ve guapísima, mostrando su estupenda figura, su natural simpatía y su linda
sonrisa. Esas imágenes -en blanco y negro- fueron tomadas en el desfile que se
realizó en Guayaquil por las fiestas Julianas. Cada una de las nueve “perlas”
desfiló en su respectivo carro alegórico, con decorados florales y temas
alusivos a la fundación de la ciudad.
Recuerdo que llevé a Soozi al
estadio Atahualpa para presenciar por primera vez un encuentro de fútbol (“soocer”
en el léxico anglosajón)… Jugaba la Liga contra el Nacional y fue un partido
realmente apasionante… Ganó el cuadro universitario por tres goles a dos en
noventa minutos llenos de alternativas y emociones. No creo que haya entendido
mucho de los pormenores de este deporte, pero le encantaron el ambiente del
estadio, los gritos de la gente y las empanadas de morocho. Me habría encantado
llevarla a “general” para que probara las “patitas de cerdo emborrajadas” y las
“papas de la María” acompañadas con ají
de pepa de zambo y Orangine de mora, pero me pareció más adecuado invitarla a
“tribuna”… allí solo pude convidarle las ya mentadas empanadas y no esas otras
delicias de la gastronomía local.
El día en que tomaba el avión
rumbo a Miami y luego a la ciudad de Pensacola donde vivían tanto ella como su
chaperona doña Cecile, los cuatro galanes desembarcamos temprano en casa de
doña Laura para acompañar a Soozi al aeropuerto.
Doña Laura nos despidió con su
tosco afecto: - “Vendrán guambras cuando quieran, para tomarnos un ron…”
Pocos días después de su partida,
ya en agosto, Soozi apareció magnífica, en la portada de la revista Vistazo; esa
imagen a “todo color” -muy semejante a aquellas en blanco y negro que nos había
dejado de recuerdo- era realmente estupenda… se la veía preciosa con su traje
de cowgirl, botas blancas y una reducida minifalda que resaltaba sus bien
formadas piernas.
Con Soozi continuamos escribiéndonos por varios meses, cuando salió la revista Vistazo con su foto, por supuesto compré un ejemplar y se lo envié por correo.
Yo nunca guardé una copia de
aquella revista.
A fines de junio de 1973 recibí una carta de Soozi muy emocionada… los organizadores del concurso “Perla del Pacífico” le habían contactado para invitarla a la elección de la nueva soberana… iba a venir nuevamente al Ecuador para entregar su corona… Según me explicó el viaje estaba previsto para mediados de julio… venía con la nueva candidata americana y la chaperona de las dos iba a ser nuevamente doña Cecilie…
A los pocos días recibí una
llamada de doña Laura Morales… con su voz
ronca me dijo lo que yo ya sabía: su ex-cuñada Cecile le había anunciado
visita.
- “Viene
de chaperona de la gringuita del otro año y de otra nueva, que viene de
candidata a ese concurso de miss no sé qué cosa”…, me explicó.
Me volvió a pedir que por favor
me hiciera cargo de las muchachas…
- “Yo
puedo ocuparme de atender a Cecile”… me dijo
- “Pero
de las gringas te vas a tener que ocupar tú…”, “Yo ya no estoy en edad para
esos trotes”… enfatizó.
- “De
acuerdo…” respondí (con una sonrisa de oreja a oreja)...
En esos días yo estaba acabando
un proyecto de la facultad que hacíamos -en equipo- con un compañero de clases,
Apolo Salvador… forzamos la finalización de ese trabajo “a paso de vencedores”
para acabar de dibujarlo cinco o seis días antes de la fecha de entrega, para
poder liberarme de responsabilidades y poder dedicarme a conciencia a atender a
Soozi y a su compatriota, cuyo nombre desgraciadamente he olvidado.
Como en esta segunda visita el número de “perlas” era tan sólo de dos, involucré como “guía turístico adjunto” sólo a mi hermano Jaime. En esta ocasión también llevamos a las dos guapísimas muchachas al centro histórico, a las iglesias, al Panecillo y a la Mitad del Mundo.
La primera noche que salimos con ellas las invitamos a comer en algún restaurante para que pudieran probar algo de la comida local y nos topamos allí con nuestro primo Pancho Holguín y su esposa Francine que habían invitado a cenar a Bárbara (hermana de Pancho) y a su esposo Alain. Pancho y Bárbara eran hijos de Enriquito, sobrino de mi abuela Pinita (hijo de “mi hermana Lucía”).
Soozie y la otra chica americana,
también muy agradable y cordial, les cayeron super bien a los Holguín así que decidimos que
esa amena charla debía continuar…
Pancho invitó a toda esa tropa a cenar en su
casa la noche siguiente, pues los ocho congeniamos enormemente.
Nosotros -Jaime y yo- llevamos
una par de botellas de vino y Francine nos atendió a cuerpo de reyes. Fue una noche magnífica.
A una hora determinada, pasada ya la medianoche, propusimos continuar la fiesta en alguna discoteca. Pancho y Francine se disculparon pues debían trabajar al día siguiente, pero Barbara y Alain se sumaron al grupo para continuar la rumba…
Fuimos a la discoteca “Rolls Royce”.
Una vez allí, apenas habíamos acabado de tomar asiento y aún ni siquiera habíamos pedido nuestros tragos, cuando se aproximaron a nuestra mesa Fausto Merello y Guillermo Ortega, esos dos corredores de autos que fueron famosos en nuestro medio en los años sesenta y setenta.
Merello y su compañero de equipo “Palito”
Ortega estaban en el apogeo de la fama pues habían competido en las “24 Horas
de Daytona”, amén de una serie de éxitos dentro y fuera del país en esa época.
(Un par de años después su fama aumentó pues participaron con relativo éxito en
las 24 horas de “Le Mans”).
Llegaron con la pretensión de “cruzarnos” a las rubias… Las invitaron a bailar… nuestras acompañantes desconcertadas, rechazaron la propuesta dejándoles con el brazo extendido… Alcancé a ver que uno de ellos pretendía jalar a una de las gringuitas hacia la pista de baile, aún en contra de su voluntad y me interpuse enérgico, impidiendo el desafuero…
La cosa comenzó a ponerse tensa… así que Barbara sugirió que más bien nos fuéramos a otro sitio. Como todavía no habíamos consumido nada… recogimos nuestros abrigos y bufandas y dejamos esa discoteca para ir en busca de otra donde los parroquianos fueran menos audaces y agresivos…
Yo conocía una pequeña discoteca en los bajos del Banco de Préstamos en la esquina de la avenida 10 de Agosto y Patria… No recuerdo su nombre pero era agradable y la música era buena…
Una vez allí, apenas habíamos acabado de tomar asiento y aún ni siquiera habíamos pedido nuestros tragos, cuando vimos entrar a Fausto Merello y a Guillermo Ortega con otros dos amigos…
¡Nos habían seguido…!
Mientras yo y mi hermano tratábamos de conversar con estos energúmenos para hacerles desistir de sus propósitos… Bárbara se levantó y se acercó a la barra… En esa época no existían los teléfonos celulares… Felizmente le prestaron el teléfono y ella pudo llamar a su hermano Patricio.
A los pocos minutos el barman se acercó a Ortega para pedirle que atendiese una llamada telefónica…
Cuando “palito” tomó el teléfono en la mano y lo acercó a la oreja derecha, vimos como este personaje alto y flaco empalidecía y se achicaba…
El “chino” Holguín, hermano de Bárbara, también corredor de autos y conocido por ser “loco de remate” le acababa de mentar la madre a Ortega… conminándole a abandonar el local ese mismo rato con sus amigos, so pena de presentarse allí para “sacarles a bala”…
Oí que Ortega balbuceaba algo a Merello en el oído… entendí que le explicaba: - “nos estamos metiendo en un lio del carajo… han sido la ñaña y los primos del chino Holguin”… así que sugirió, prudente: - “mejor, nos vamos”…
Esta vez fueron ellos quienes tomaron
sus chompas y bufandas y desaparecieron del predio…
Luego de eso pudimos pedir nuestros tragos, comenzamos a rumbear y se prendió la fiesta…
A los pocos minutos llegó el
chino… venía a verificar si todo estaba bien…
Felizmente su puteada telefónica fue suficiente… Por el chino pudimos saber algunos detalles de su conversación con “palito Ortega”, el calibre de las palabras que usó, así como el calibre de las municiones que habría sacado a relucir si estos astros del automovilismo no se hubieran retirado rapidito con el rabo entre las piernas.
En esta ocasión Cecile y “las
Perlas” sólo estuvieron en Quito unos tres días… terminado ese cortísimo tiempo
de jarana, las acompañamos al aeropuerto y terminó la fiesta…
Con Soozi continuamos escribiéndonos un poco tiempo más de forma irregular… pero las comunicaciones se fueron espaciando… En algún momento me escribió para contarme que se iba a casar con Jerry Pate, un golfista profesional que años más tarde llegó a ser figura de ese deporte en los Estados Unidos... y luego claro, se cortó el carteo…
Como mencioné, yo nunca guardé
una copia de la revista Vistazo en la que Soozi apareció en la portada…
Sin embargo, hace algunos días luego de que comencé a escribir esta historia, pude dar con un amable caballero de Cuenca que ofrecía por Internet (Mercado Libre.com) revistas usadas a buen precio. Le contacté dándole una idea aproximada de las fechas y describiendo la carátula de la revista que me interesaba. A vuelta de correo me mandó una foto de las revistas Vistazo de 1972… seleccioné aquella en la que aparecía Soozi y luego de negociar el precio ($9,00 por el ejemplar y $ 4,00 para el envío) pude tener nuevamente en mis manos aquella revista, cuarenta y dos años más tarde.
Sin embargo, hace algunos días luego de que comencé a escribir esta historia, pude dar con un amable caballero de Cuenca que ofrecía por Internet (Mercado Libre.com) revistas usadas a buen precio. Le contacté dándole una idea aproximada de las fechas y describiendo la carátula de la revista que me interesaba. A vuelta de correo me mandó una foto de las revistas Vistazo de 1972… seleccioné aquella en la que aparecía Soozi y luego de negociar el precio ($9,00 por el ejemplar y $ 4,00 para el envío) pude tener nuevamente en mis manos aquella revista, cuarenta y dos años más tarde.
Los recuerdos salieron hacia el
teclado y a la pantalla y me ha sido factible estructurarlos en estas líneas…
¡qué cosa de locos…!