miércoles, 13 de junio de 2012

México 10: Viaje a las ruinas mayas (Chiapas, Yucatán y Quintana Roo)


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. Viajé a ese país con mi amigo Hernán Burbano pues nos habían aceptado en una maestría en “investigación y docencia”, en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En marzo de 1979 tuvimos la visita de nuestro común amigo Estuardo Gallegos quien iba a estudiar en la Escuela Nacional de Antropología de México.

Estuardo, cura católico, ingresó a México con visa de turismo, merced a una invitación de monseñor Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, cuya sede apostólica estaba en la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Llegó con la debida antelación para conseguir alojamiento, inscribirse en el curso propedéutico de la ENA y poder hacer los trámites de su visa de estudiante.

En espera de ese trámite que entregó -con toda la documentación del caso- en la Secretaría de Gobernación, decidió viajar a Chiapas para visitar y agradecer al obispo por la invitación que le iba permitir realizar sus estudios de antropología y para poder conocer en la diócesis una serie de pueblitos y caseríos de la región chiapaneca, cuya población mayoritariamente indígena, le interesaba enormemente pues él mismo cumplía sus labores apostólicas en una zona de población indígena en la provincia de Chimborazo.

Nos dijo que iba a estar allí hasta mediados de mayo y no propuso que aprovecháramos para realizar juntos un recorrido por las ruinas mayas. Nos encantó la idea ya que nosotros íbamos a tener un período libre a fines de ese mes, en el que el personal docente, administrativo y los estudiantes de la UNAM podíamos disfrutar de quince días de vacaciones por el fin de semestre.

Luego de tomada esa decisión, como no tendríamos ocasión de comunicarnos ni por teléfono ni por carta, pues Estuardo estaría visitando una serie de comunidades lacandonas de la selva de Chiapas, acordamos solemnemente que -el día 15 de mayo a las 12 en punto del medio día- nos encontraríamos en el “zócalo” de la ciudad de Palenque (así llaman en México a la plaza principal de cualquier pueblo).

Así que sin más trámite, un día antes de la fecha de nuestra cita, Hernán y yo tomamos un autobús en México y luego de viajar todo el día y toda la noche llegamos con las piernas  hinchadas y los riñones adoloridos a Palenque un poco antes de las doce del día.

Palenque está también en el estado de Chiapas. Los choles, habitantes originarios de este lugar, lo llamaban Otolún que, en idioma chol, significa sitio cercado o fortificado.

La ciudad cuenta con muchos hoteles y todo tipo de servicios para poder recibir a quienes visitan los principales atractivos turísticos de sus alrededores: la “zona arqueológica de Palenque” y las hermosas cascadas de “Misol-Ha”, “Agua Azul” y “Agua Clara”.

En medio de un calor abrasador estábamos caminando alrededor de la plaza del pueblo cuando vimos aparecer a Estuardo. Fue una gran satisfacción el toparnos con él en ese recóndito lugar, haciendo honor a una cita establecida casi dos meses atrás.

Estábamos agotados por el viaje y, tanto él como nosotros, muertos del hambre, así que fuimos al mercado para poder comer algo. Nos encontrábamos “atacando” unos deliciosos “tacos de carnita” con “agua de tamarindo” y platicando con la señora del “puesto de tacos”, cuando algunos de sus clientes se interesaron de inmediato en conocer sobre nosotros al enterarse que éramos ecuatorianos.

Nos preguntaron qué hacíamos, les contamos que éramos estudiantes… luego querían saber si nos gustaba el país, los paisajes, la comida… a todo respondimos afirmativamente, claro…

Y… como siempre, en la conversación salió el tema de la de la comida picante… Hernán y Estuardo mencionaron que ciertos platos eran muy fuertes para su gusto y que se cuidaban bastante del chile… Yo cometí el error de mencionar que, en cambio a mí no me había afectado mucho porque en Ecuador comemos mucho ají y que a mí si me gustaba la comida picante…

Uno de los comensales le pidió a la señora que preparara un taco con “chile habanero” para que lo pudiera probar “el amigo ecuatoriano”…

Ese momento me di cuenta que mejor debí permanecer con la boca cerrada… pero “lo dicho, dicho está” y ya no podía dar marcha atrás…  

La señora, como compadeciéndose de lo que me podía pasar, no echó el famoso “chile habanero” a mis tacos, me los ofreció en un pequeño plato y puso a su lado otro, con dos o tres chiles de color amarillo-anaranjado intenso, de forma ovalada, parecidos más bien a un tomate pequeño o al “rocoto peruano” más que al ají largo, que solemos comer en el Ecuador. 


Para probar al retador, se me ocurrió decirle: -¡Ándele, sírvase usted también, uno!...

El tipo no tomó el taco, cogió con la mano uno de esos chiles, se lo levó a la boca y con los dientes desagarró un buen pedazo…

Yo tomé un taco y también otro chile, repetí el gesto y le pegué un buen mordisco…

Hasta allí me acuerdo….

El chile habanero es la cosa más picante que haya probado en la vida… muchísimo más picante que los célebres ajís en miniatura que en Manabí son conocidos como “uña ´e pavo”…

Después de darle un mordisco al habanero, sentí un escozor indescriptible, amortiguamiento y un fuere ardor, en la lengua, los carrillos, el paladar y la garganta… metí el taco entero en la boca para tratar de que me pasara lo picante de ese fruto y luego, otro… pero el escozor seguía… al tragar todo, la mezcla me quemó la laringe y el esófago… así deben sentir los dragones cuando lanzan sus “eructos ígneos”… Me faltaba el aire y comencé a toser… todos los contertulios reían a mandíbula batiente… La señora me dio dos o tres tortillas para atenuar el efecto… Vacié de un trago, el contenido de mi vaso de “agua de tamarindo” y luego el de Hernán…. ¡nada que hacer!...

¡Qué cosa tan fuerte…!

Finalmente me dio hipo… boqueaba  como pez fuera del agua… y las arcadas se repetían sin parar, una tras otra….

El hipo no paró por más de media hora…  

Ese fue mi verdadero bautizo con la comida picante mexicana… el jalapeño, el chipotle y todos los demás chiles son meros aprendices a lado del famoso habanero...

En la tarde, una vez superado este incidente, averiguamos sobre los atractivos de la región. Estuardo nos contó que podíamos alojarnos en un convento ubicado en un pueblito llamado “Playas de Catazajá” a unos 25 kilómetros de Palenque... desde allí todos los lugares turísticos quedaban muy cerca.  Aceptamos la oferta y fuimos allá para dejar nuestras mochilas y hacer de aquel convento nuestro centro de operaciones.

Al día siguiente muy temprano Estuardo recibió un recado telefónico, era absolutamente indispensable que viajara a México por un problema de su visa. Así que decidimos que  visitaríamos juntos sólo las ruinas de Palenque y las cascadas de “Agua Azul, luego de eso Hernán y yo tendríamos que continuar la gira solos.

Un religioso del convento nos acompañó hasta las Cascadas de “Agua Azul” ubicadas en la reserva natural del mismo nombre, un área protegida reconocida internacionalmente situada a 64 km de Palenque. 

Las cascadas se forman gracias a la afluencia de tres ríos y el hermoso color del agua se debe a las sales minerales disueltas que ellos acarrean.

Nosotros no pudimos resistir la tentación y nos dimos un chapuzón en las cristalinas aguas de ese lugar. Las cascadas están rodeadas por un exuberante paisaje tropical muy hermoso. El contraste del azul de las aguas con los múltiples tonos verdes de la vegetación de la selva  montañosa es magnifico.

Al medio día fuimos a la zona arqueológica de Palenque.

Ese sitio arqueológico fue “descubierto” en 1740. Se trata de una ciudad maya cerca del río Usumacinta, uno de los sitios más impresionantes de esta cultura. En comparación con otras ciudades mayas es más pequeña que Tikal o Copán pero son impresionantes sus vestigios arquitectónicos y escultóricos.

El área que actualmente está despejada y se puede visitar abarca una enorme extensión pero se estima que sólo se ha explorado un 10% de la superficie total de la ciudad. En 1981 Palenque fue designado parque nacional por el gobierno mexicano y la Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad en 1987.

Sus estructuras principales son el “Templo de las Inscripciones” construido sobre una gran pirámide escalonada; el “Palacio”, un complejo de edificios interconectados entre sí  en el que destaca la “Torre de observación” y el conjunto de tres magníficos templos denominados “de la Cruz”, “del Sol” y “de la Cruz Foliada”.

En el interior del “Templo de las inscripciones” luego de descender cientos de gradas pudimos observar el famoso monolito labrado en alto relieve que se conoce como “piedra del Astronauta”. Según nos explicaron es en realidad la losa funeraria de la tumba en la que se encontraron la “máscara de jada” y otras importantes piezas arqueológicas que se exhiben en el Museo de Antropología de la ciudad de México. Aquel descubrimiento relativamente reciente, fue uno de los hallazgos más trascendentes para el estudio y conocimiento de las expresiones culturales y artísticas de la cultura maya

Son también muy interesantes obras como: el “Acueducto”, estructura abovedada de tres metros de altura que canaliza al río Otulum por debajo de la plaza principal de Palenque; el “Templo del León”; el “Templo del Conde” y las plataformas del “Juego de pelota”.

Al día siguiente nos despedimos de Estuardo que tomaba un auto bus para México y nosotros tomamos al final de la tarde, un tren hacia la ciudad de Mérida.

Recuerdo que a nosotros y a todos los demás turistas nos recomendaron adquirir un pasaje de “primera clase” un tanto más costoso, con el argumento que así podríamos viajar más cómodos pues en “primera” sólo llevaban pasajeros sentados, en cambio en “segunda” la gente se acomodaba como podía de pie o sentada.

Cuando el tren arrancó efectivamente nuestro vagón iba únicamente con gringuitos de toda nacionalidad, confortablemente sentados, mientras que en los demás vagones la gente se apiñaba como sardinas en una lata, junto con canastos, gallinas, costales y todo tipo de carga.

Todos comentábamos lo acertado del consejo del amable vendedor de pasajes que nos hizo aquella sabia recomendación en la ventanilla.

Sin embargo, la alegría y el confort duraron poco…

A los pocos kilómetros luego de haber dejado Palenque, el tren hizo una primera parada en un pequeño poblado de su ruta. Allí una multitud esperaba ese medio de transporte y una gran cantidad de hombreas, mujeres y niños con sus canastos, sus alforjas, sus costales y una diversidad de recipientes de plástico, latón, vidrio o yute, invadieron como podían los pasillos de todos los vagones, A partir de ese punto carecía de importancia el tipo de pasaje pagado y todos los vagones pasaron a ser vagones de “segunda” o más bien de “tercera”…

La gente invadió nuestro confortable vagón, los recién legados tomaban, sin preguntar nada,  las mochilas, bolsos y carteras y las enviaban hacia atrás, sin consultar a los dueños, muchos gritaban alarmados, preocupados por sus pertenecías, pero nadie les hacía caso… manos ágiles las hacían circular desde sus compartimentos superiores, para remplazarlas por todo tipo la carga… si alguien se levantaba para ir en pos de su mochila, inmediatamente perdía el asiento... uno de los personajes recién llegados se abalanzaba y ocupaba arbitrariamente su lugar…

La invasión se repitió y multiplicó en dos o tres escalas posteriores. En ellas la gente subía y taqueaba el vagón de una forma absurda y peligrosa. El calor y los olores en medio del calor del trópico eran insoportables y del peligro latente de morir aplastados en caso de un descarrilamiento, mejor ni ponerse a pensar… Lo que todos creímos que sería un confortable recorrido, con la agradable temperatura del trópico refrescada por la brisa nocturna, para llegar al día siguiente a nuestro destino con todos los ánimos del mundo… se transformó en una pesadilla. Una noche así es casi un tormento. La llegada, otro tanto, pues todos trataban de salir al mismo tiempo, unos por su prisa por llegar al mercado y otros para evitar que sus equipajes desaparecieran por obra de dedos inescrupulosos.

Llegamos a Mérida como a las ocho de la mañana y tomamos un hotel no muy caro cerca de la plaza principal… aunque nuestra intención fue salir a conocer la ciudad, apenas dispusimos de nuestras blandas camas, caímos dormidos como si hubiésemos recibido un garrotazo. Dormimos hasta bien pasado el medio día, estábamos realmente agotados por la mala noche.          

En la tarde conocimos las principales calles y monumentos del centro de la ciudad y nos informamos de la forma de visitar los principales sitios arqueológicos de la región.

Al día siguiente muy temprano tomamos un autobús que nos condujo a Chichén-Itzá ubicada a 110 kilómetros de Mérida. Esta ciudad maya es uno de los principales sitios arqueológicos de la península de Yucatán.

En la lengua maya “Chichén” se traduce como “Boca del pozo” e “Itzá” como Brujo del agua”.

Chichén-Itzá fue catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1988. La ciudad fue un centro ceremonial, que pasó por diversas épocas constructivas e influencias de los distintos pueblos que la ocuparon y que la impulsaron desde su fundación. Las edificaciones principales que ahí perduran corresponden a la época de la declinación de esa cultura denominada por los estudiosos como período posclásico.

Al conjunto de edificaciones mejor conservadas, más recientes, se la conoce como la “ciudad nueva” y a muy corta distancia, se pueden visitar también las ruinas de la llamada “ciudad vieja”.

Entre las edificaciones más importantes de la “ciudad nueva” se encuentra la “Pirámide de Kukulcán”, llamado también "el Castillo", una edificación magníficamente conservada en cuyo interior se ha encontrado otra pirámide más antigua de origen tolteca. Quienes se arriesgan a bajar y encaminarse por sus numerosos escalones, pueden observar en el reciento principal, una imagen del dios Chac-Mool de origen tolteca y una bella pieza que representa a un jaguar de color rojo, con incrustaciones de jade en sus ojos.

En la base de los balaustradas que confinan de cada lado los casi cien escalones de las cuatro caras de esta pirámide, se aprecian grandes cabezas de serpiente. En los equinoccios, un efecto luminoso de luz y sombras hace que parezca que las serpientes reptan de arriba hacia abajo, simbolizando el mandato superior de acudir a la labor agrícola, ante la inminente llegada de las lluvias.

En otra importante edificación de este sitio arqueológico, en el llamado “Templo de los Guerreros” se precian también enormes cabezas de serpiente ubicadas en cambio en lo alto de las escalinatas. La serpiente emplumada, Quet-zalcoatl, era una importante divinidad para los toltecas, cuando los mayas la adoptaron como suya, la llamaron Kukulcán.

En lo alto de esta edificación, se puede apreciar también una escultura del dios Chac-Mool y columnas ricamente talladas que debieron soportar algún tipo de techo construido con materiales perecederos. Al interior de este templo existe otro de origen tolteca en el cual se pueden apreciar columnas semejantes  que conservan sin embargo, los colores con los que se ornamentaban los alto relieves tallados en la piedra.

Frente al “Templo de los Guerreros” está la llamada “plaza de las mil columnas”. Estos soportes pétreos parece que sostenían algún tipo de techumbre para albergar ciertas actividades bajo la sombra. Sin embargo hasta ahora no se tiene a ciencia cierta, una noción clara del tipo de actividades que allí se daban. 

A un grupo  semejante de columnas que no rodean a ningún templo se le denomina “el Mercado” y es otros de los atractivos importantes que pueden ser visitados en este sitio arqueológico maya.  
  
Entre las principales edificaciones de la “ciudad vieja” destaca el llamado “observatorio astronómico” conocido también  como el “caracol”. Los demás vestigios, a pesar de que por su extensión son bastante significativos, evidencian un deterioro mucho mayor y resultan menos interesantes que los de la “ciudad nueva”.

En Chichén –Itzá pudimos visitar también el llamado “Cenote Sagrado”, enorme pozo a cielo abierto de unos 60 metros de diámetro, con paredes verticales de 15 metros sobre la superficie del agua y otro tanto bajo ésta. En este cenote se realizaban ofrendas al dios Chaac, divinidad de las lluvias: objetos valiosos e incluso vidas humanas.

La visita de este sitio nos tomó todo el día. Al atardecer retornamos a Mérida para poder descansar pues al día siguiente habíamos previsto conocer las ruinas de Uxmal.

Uxmal es un importante sitio arqueológico que corresponde a una antigua ciudad maya del periodo clásico. En la actualidad es uno de los más importantes lugares arqueológicos de la cultura maya junto a Chichén Itzá y a Tikal.

Uxmal se localiza a 62 kilómetros al sur de Mérida. Las principales edificaciones de este sitio destacan por su tamaño y decoración y se encuentran unidas por calzadas empedradas llamadas sacbés.

Las principales construcciones aprovechan el relieve del terreno para ganar altura. Muchas adquieren volúmenes muy importantes como la “Pirámide del Hechicero” de cinco niveles y el “Palacio del Gobernador” que ocupa una extensión de más de mil metros cuadrados.

Otras edificaciones importantes son: el “Juego de Pelota”, la “Casa de las Tortugas” y el  “Cuadrángulo de las Monjas”; este último, ubicado detrás de la “Pirámide del Hechicero”, es un enorme patio situado sobre una plataforma de 120 metros de lado. En cada lado se alzan edificaciones con un gran número de aposentos que se abren al patio.

Sus edificios son de muros bajos, lisos, sobre los que destacan frisos ornamentados con figuras geométricas y trapezoidales (representación de los tejados de paja), serpientes entrelazadas, mascarones de Chaac -el dios de la lluvia- y serpientes emplumadas con las fauces abiertas.

En las construcciones de Uxmal es increíble la finura y la calidad logradas en el tratamiento de la piedra. Uno se queda loco al observar las proporciones de los edificios y sus espacios, tanto interiores como exteriores.

La arquitectura tiene dimensiones y escala que nacen de la utilización de la piedra como elemento constructivo. En la conformación de las cubiertas es usual el uso del korbel o arco falso para lograr alturas mayores y espacios más generosos.

En Uxmal estuvimos en dos ocasiones, una de día y otra de noche para asistir al espectáculo de “luz y sonido” que resulta muy interesante porque te ponen en contacto con muchos elementos de la cultura maya pero sobre todo a través de la luz y las sombras uno puede apreciar con mucho mayor detenimiento innumerables detalles de los frisos y el fino trabajo del labrado de la piedra.

De Mérida nos trasladamos a Cancún, este moderno centro de desarrollo turístico de nivel internacional, ubicado en la costa nororiental del estado de Quintana Roo. Actualmente, junto con Acapulco, son los centros turísticos mexicanos más reconocido en el mundo.

La palabra Cancún (kaan-kun en maya) significa “olla o nido de serpientes”. Era, hasta no hace mucho tiempo, una playa  habitada por pocas familias de pescadores, casi inaccesible y rodeada de selva tropical. En la actualidad es una activa ciudad moderna, llena de grandes hoteles y avenidas, plagada de boutiques, restaurantes, discotecas y todo tipo de servicios para el turismo de altos ingresos. En Cancún sólo estuvimos un día pues todo era enormemente caro para nuestra escuálida economía de estudiantes. Nos alojamos en un hotelito de un pueblo cercano llamado “Puerto Juárez” pero nos interesaba conocer las bellas playas de este balneario frecuentado sólo por turistas mexicanos y extranjeros dispuestos “a gastar” con mayúsculas.

Quisimos acceder a las playas pero nos topamos con la novedad de que los hoteles se “reservaban el derecho de admisión” y con nuestras pintas de mochileros no nos dejaron pasar…   

Optamos por desvestirnos, dejar la ropa y las mochilas encargada en algún lugar y entramos por la puerta principal del “Hotel Presidente” en traje de baño, simulando que hablábamos en francés (elegimos esa fórmula porque estábamos seguros que entre el personal del hotel muchos, de seguro, hablarían inglés y no nos convenía ser descubiertos).

Pasamos el día en la playa y la piscina del hotel. Al medio día nos pegamos un ceviche y una cerveza en unos chozones de esa playa (pagamos una cantidad exorbitante… ese fue el ceviche más caro de  todo nuestro periplo en tierras mayas).

A media tarde luego de haber tomado el sol en las sillas reclinables del hotel, tomamos las toallas que se ofrecía a la clientela y nos trasladamos a las duchas. Nos dimos un largo y reconfortante duchazo con agua caliente, buen jabón y oloroso shampoo. Un tipo del personal vino a tratar de decirnos algo sobre si estábamos allí alojados o qué se yo, pero le hablamos en un supuesto francés, haciéndole entender que no comprendíamos lo que nos estaban diciendo; optó por darse media vuelta y se retiro sin decirnos nada.

No nos volvieron a molestar, nos secamos y salimos por el lobby como si tal cosa… 

Al día siguiente nos embarcamos para “Isla Mujeres”, destino turístico más acorde a nuestros bolsillos, del que nos habían hablado todos los mochileros que cruzamos en el camino.

Esta Isla se ubica en el Caribe muy próxima a la península de Yucatán, a tan sólo trece kilómetros de la ciudad de Cancún. La travesía desde “Puerto Juárez” dura apenas quince minutos. En tiempos prehispánicos la isla estaba consagrada a Ixchel, diosa maya de la luna, el amor y la fertilidad, la cual recibía ofrendas con formas femeninas que la gente depositaba en sus playas. Al llegar los conquistadores españoles y observar las figuras, la bautizaron como “Isla Mujeres”.

“Isla Mujeres” es un lugar pintoresco y encantador, sus aguas tibias y transparentes son el hogar de delfines y tortugas marianas; nadar con ellos es una de las más fabulosas actividades que puede allí realizarse.

Nos alojamos en el hostal Poc-Na un hotelito para jóvenes que ofrece cuartos con cuatro, seis y hasta nueve camas y sus respectivos lockeres… En realidad no son propiamente habitaciones sino espacios que se van conformando por unos muros bajos que acogen a varias camas literas. Cada cierto trecho hay baños y servicios higiénicos previstos para un cierto número de camas (o de hamacas, en otra zona de este peculiar hostal). Quienes viajan con su colchoneta y bolsa de dormir simplemente se instalan en una litera, y quienes no dispones de esos adminículos, como era el caso nuestro, pueden arrendar  un colchón, sábanas e incluso almohada a precios muy módicos.

En el centro hay un espacio comunitario con mesas y bancas; en este espacio, llamado “Palapa”, los huéspedes pueden comer, tomar algo, leer un libro, escuchar música, o ver televisión.

El hotel tiene salida a una playa maravillosa de arena blanca en medio de palmeras… está ubicado en una zona con acceso a bares, pequeños restaurantes y discotecas por tranquilas y concurridas callejas peatonales. Pasamos un par de días maravillosos en “Isla Mujeres” y nos dio mucha pena no disponer de más tiempo para quedarnos a disfrutar de ese pequeño paraíso.

A nuestro regreso, en “Puerto Juárez” tomamos un autobús para el sitio arqueológico de Tulum

Tulum es posiblemente el sitio arqueológico más significativo del estado de Quintana Roo; en la actualidad el sitio y la pequeña ciudad del mismo nombre, ubicada en los alrededores y que ofrece alojamiento y servicios turísticos, se han convertido en un importante destino para visitantes locales y foráneos.

La ciudad maya llamada Tuluum fue una importante ciudad amurallada; los vestigios se encuentran dentro del Parque Nacional del mismo nombre. El sitio arqueológico está rodeado de vegetación tropical y se ubica sobre un farallón colindante con el mar Caribe.

Arrendamos una cabaña muy rudimentaria en una zona próxima a la entrada  al Parque y a las ruinas. Allí sólo proporcionan la cabaña a quién la arrienda (más que cabaña es una empalizada, con techo de hojas de palma, una pequeña repisa, puerta con candado y piso de arena), cada quien debe llevar su hamaca.

Los mochileros más organizados tenían  todo el equipo de camping: mosquiteros, catres, cocinetas de campaña, lámparas, nevera portátil y trastos para hacerse la comida en el interior o en parrillas al aire libre. Nosotros apenas teníamos las hamacas, un par de velas para alumbrarnos las noches y comíamos en unos pequeños kioscos situados en la entrada al parque.

Todo era muy barato, la cabaña costaba apenas dos dólares y medio por noche y comíamos por una cantidad semejante; el único gasto adicional era el repelente para protegernos de los mosquitos que hacían de todo para comernos vivos, durante la noche.

Apenas comenzaba a obscurecer teníamos que refugiarnos en las hamacas como gallinas en su palo, tratábamos de no encender ninguna vela para no atraer a los insoportables insectos. Lo único que debíamos hacer era dormirnos de inmediato en espera del nuevo día.

Las ruinas mayas en este lugar no son tan imponentes como las que tuvimos la oportunidad de visitar antes y están bastante más deterioradas pero, lo que vuelve a Tulum un sitio excepcional es su cercanía al mar. 

El contraste de las piedras blancas de las edificaciones, con el verde de la vegetación tropical y el azul increíble del Caribe es realmente maravilloso y deja sin aliento al visitante.

Recuerdo una anécdota simpática de este sitio. Cuando ya habíamos visitado las ruinas y nos disponíamos a disfrutar de las bellas playas de Tulum, sufrimos una repentina invasión de tábanos (esas moscas grandes que no pican… muerden).

Los tábanos prosperan y son abundantes en el trópico, cuando se presentan como plaga su control es sumamente difícil. Los machos se alimentan de néctar pero las hembras necesitan un alimento más rico en proteínas, les encanta la sangre y para ello disponen de un aparato bucal “picador-cortador” muy fuerte. Su mordida es dolorosa y deja enrojecida la zona afectada, causando inflamación, enrojecimiento y escozor.

Esos días que pasamos en la playa de Tulum tuvimos que luchar contra su desagradable presencia. Cada vez que conseguían posarse sobre nuestros cuerpos o sobre la humanidad de otros turistas, nos hacían gritar… el dolor de sus mordeduras era terrible. Había que tener siempre a mano una hoja para espantarlas y mantenerles alejadas, pero a veces atacaban en grupo… varias a la vez…ahí la solución era lanzase de cabeza al mar y salir cuando estos espantosos insectos hubieran escogido una nueva víctima.

Una mañana estábamos tomando el sol y disfrutando de la arena blanca y fina cuando pasaron dos gringas haciendo striking… Hernán se sacó el traje de baño… alcancé a oír que dijo: -“donde hay dos, hay tres” y salió corriendo tras de ellas… Me levanté y corrí también… cuando los alcancé ya se habían hecho amigos y dialogaban en una suerte de lenguaje de señas y dos o tres palabras en inglés… llegué a tiempo para fungir de traductor, me enteré que eran suecas y estaban también recorriendo las ruinas mayas.

Estábamos apenas en los prolegómenos de un dialogo que pintaba interesante, cuando fuimos atacados por una horda de tábanos hambrientos… Como nosotros habíamos descubierto el remedio para aquel tipo de ataques, corrimos y nos lanzamos sin pensar dos veces a las cálidas aguas del Caribe… sin embargo las gringuitas optaron por otra alternativa, siguieron corriendo por la playa para dejar atrás a los molestosos insectos…

Cuando sacamos la cabeza del agua ya se encontraban lejos y cuando logramos salir a la orilla, todavía más… Parece que las hembras de los tábanos no solo se alimentan de sangre sino que tienen algún tipo de aversión contra los intercambios interculturales… ¡Feos bichos, esos tábanos!....   

De Tulum fuimos a Chetumal capital del estado de Quintana Roo, que se halla ubicada a orillas de la bahía de igual nombre, en la península de Yucatán.

Parece que el nombre de la ciudad proviene de “chaac” que significa "lluvia", “té” que significa "allí", y “emal” que significa "bajar"; la traducción sería entonces: "allí donde bajan las lluvias"… A nosotros no nos tocaron lluvias pero si un calor y una humedad endiablados. Según pudimos informarnos, aquella región tiene un clima cálido y húmedo, con una temperatura media anual de casi 27 °C a la sombra, sin embargo en ocasiones puede subir a 38 y hasta a 42 °C. Creo que cuando nosotros estuvimos allí, la temperatura debió situarse entre esos rangos.

No sé por qué fuimos a Chetumal. Es el lugar más caliente y húmedo que haya visitado jamás. Era imposible salir a conocer la ciudad o a visitar sus edificaciones y su puerto… el pavimento parecía hervir y la cabeza nos daba vueltas… En el hotel nos metíamos con ropa a la ducha, salíamos a la calle chorreando agua y, al poco tiempo, ésta se había evaporado y nuevamente el calor parecía querer acabar con nosotros… La gente salía sólo temprano en la mañana y al atardecer… entre las diez y las seis de la tarde todo estaba cerrado, las persianas de puertas y ventanas trataban de proteger con su sombra, los interiores de negocios y casas… nada se movía… Ni siquiera pudimos conseguir algún puesto de refrescos para rehabilitarnos de la deshidratación que es calor monumental nos generó por tratar de hacer turismo en medio de ese infierno…  

De Chetumal fuimos en bus a Villahermosa capital del Estado de Tabasco, allí nos pareció genial que la palabra “taxi” como se conoce en todo el mundo a esos vehículos de transporte público, no sólo se pronunciaba “tapsi”, sino que así estaba escrita en los clásicos letreritos que se ubican en el techo de esos carros.

De Villahermosa fuimos a Oaxaca, capital del Estado del mismo nombre y, finalmente, a México.

Fueron quince días fabulosos en esos encantadores lugares donde pudimos darnos un baño rápido -pero muy aleccionador- de los incontables elementos de la cultura maya, conocer las bellezas naturales de la zona y regresar con nuevos bríos a nuestras tareas académicas en la UNAM.

viernes, 8 de junio de 2012

México 9: Un perro viajero: el famoso Basil en México


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. En agosto de 1979 decidimos, con Marie Thérèse, que íbamos a continuar la vida juntos, ella renunció a su trabajo en la Embajada de Francia en el Ecuador y se vino a México para comenzar nuestra aventura mexicana de pareja.

Pero no vino sola.

Cuando Marie Thérèse llegó a México, arrendamos un departamento en la calle Culiacán en la Colonia Hipódromo Condesa, no lejos del Zócalo y unas pocas semanas después llegó el famoso Basil.

Luego de una gira por varios países de América -creo que por el año 1975- en un viaje muy singular que realizó –desplazándose en bus- desde Nueva York hasta Bolivia años atrás, al final del cual vivió por algún tiempo en Quito y dio clases en la Alianza Francesa, Maité regresó a Francia. Allá vivió en Pau, en la región de los Pirineos, en una comunidad artesanal haciendo cerámica. Así conoció a Basil.

Basil era un bonachón pastor de los Pirineos, de pelo largo, mirada bondadosa, profundamente desobediente y con una serie de mañas que no logramos corregir en los casi quince años que vivió con nosotros. 

Basil tenía una pasión formidable por el agua, no había charco, piscina, laguna, acequia o pileta que pasara desapercibida para él. En el menor descuido de nuestra parte, Basil se lanzaba al agua. Los resultados siempre eran desastrosos y harto complicados. Si se revolcaba en un charco quedaba apestando a lana mojada. Si se metía en una fuente el resultado era el mismo… pero además –luego de salir del agua- se sacudía como un loco, salpicando a todos y a todo lo que estaba a su alrededor. En varias ocasiones tuvimos que salvarle la vida pues saltó a una piscina o a una acequia, sin medir que con el largo pelaje mojado le iba a resultar terriblemente difícil nadar y comenzaba a hundirse sin remedio. Lo propio acontecía en el mar… apenas llegábamos a la orilla, Basil se lanzaba a las olas con resultados desastrosos, se hundía y la marea le revolcaba en la playa… luego no solo olía a diantres sino que además dejaba un reguero de arena por donde pasaba.

En general era un perro sumamente tranquilo, pero en auto era inmanejable. Apenas veía a otro perro, a un gato, a una vaca e, incluso a un policía, se alocaba, ladraba como un endemoniado y saltaba de una ventana a otra como queriendo lanzarse del vehículo para buscar pelea; el riesgo de originar un accidente por todos eso excesos era, por supuesto, muy grande. En ocasiones Maité le tapaba los ojos cuando íbamos a cruzar a otro perro, para impedir que vea al otro animal desplazándose frente al auto… en aquellas ocasiones en las que  ella no era los suficientemente rápida y Basil comenzaba su circo de saltos y ladridos, había que abalanzarse sobre él y mantenerle aprisionado hasta que el otro viandante hubiese desaparecido de su campo visual.

Era un amante apasionado de la basura. Si un basurero no estaba bien tapado o si una bolsa con desechos quedaba a su alcance, Basil se ingeniaba para desparramar todo, ensuciar varios metros cuadrados a su alrededor y buscar huesos de pollo, cáscaras de queso, sobras de comida o cualquier otra cosa de su agrado. Para él no tenía ninguna importancia si se instalaba a roer sus tesoros en un patio de cemento, en el césped, en un reluciente parquet  encerado o en una alfombra recién lavada. Y qué decir de los pañales usados; Basil adoraba también esos exóticos sabores…

Le encantaba revolcarse en estiércol de vaca o de borrego. Los expertos dicen que los perros actúan así porque afloran sus viejos instintos de cazadores y camuflan su propio olor con olores característicos de otros animales y aún con el de sus mismas presas; eso podrá ser así, pero el resultado de un acto delictivo de esa índole, cuando se comparte un pequeño departamento con aquel predador de pacotilla es sencillamente terrible… Cuántas veces debimos lavar a Basil para sacarle aromas nauseabundos, sin importar la hora del día -o de la noche- y sin importar si teníamos -o no- prisa, pues no le podíamos dejar a que continuara esparciendo “su camuflaje odorífero” en muebles y alfombras.  

Otra impresionante característica de Basil era su habilidad innata para el robo. Al menor  descuido, entraba sigilosamente a la cocina y daba fin de quesos enteros, de paquetes de jamón recién abiertos, jugosos bistecs o pasteles recién sacados del horno. Adoraba robar ollas y sartenes donde se había preparado algo de su agrado para dejarlos relucientes con su rugosa lengua. Todos los platos y adminículos de cocina debían ser lavados de inmediato para evitar que él decidiera encargarse de limpiar todo primero.

Le encantaba armar pelea, cuando le sacábamos para que pudiera hacer sus necesidades, si por casualidad aparecía por allí algún otro perro, de cualquier raza o tamaño, con el dueño o sin él… Basil se lanzaba hacia el intruso; si era hembra, le olía, le daba vueltas por delante y por detrás y orinaba profusamente en todo árbol, en toda cerca, vehículo o bote de basura de los alrededores; si era macho el asunto se complicaba… se lanzaba de inmediato al ataque. Los resultados eran casi siempre deplorables… señoras encopetadas que nos mandaban a la porra por la revolcada que nuestro héroe había dado a su bien peinado “french poodle”, a su “chihuahua” o a su minúsculo “pomerano con abrigo rojo a cuadros”… señores que nos insultaban por la pelea entre iguales que Basil ocasionaba con callejeros de raza indefinida, orejudos “cocker”, manchados “dálmatas” o “chow chows” de lengua negra… y claro, si el agredido era un “pastor alemán”, un “gran danés” o un “dóberman”, el que pagaba las consecuencias era el propio Basil que regresaba herido, sangrante y magullado ante la mirada complacida de los propietarios de los canes más grandes.

Aprendimos a sacarle siempre con traílla y a retirarnos tranquilamente hacia otro sitio si veíamos por allí a algún otro perro, solo o con sus amos. Basil nunca aprendió sociabilidad canina y siempre nos metió en líos con sus ladridos, gruñidos y ataques imprevistos a todo otro ser del género “canis vulgaris”. En definitiva no soportaba a ningún otro perro. No pudimos quitarle aquella tara. Nunca supimos si lo hacía por defendernos o porque se creía el rey de la creación. Como dicen en México lo más seguro es que ¡quién sabe!....

Casa adentro en cambio, Basil era un sujeto adorable, tranquilo, solidario, acolitador y buen acompañante. Se tendía a nuestros pies (a los de Maité si estábamos allí los tres, o a los míos si ella estaba fuera)…permanecía allí hasta que nos cambiábamos de lugar o de habitación; si eso acontecía, él también se levantaba, nos seguía y volvía a acostarse en el nuevo lugar. A horas regulares pedía que le sacáramos para cumplir sus necesidades fisiológicas o que atendiéramos sus demandas de comida.

Tenía actitudes de afecto y de dulzura casi humanas… quizás fuera por eso que le pasábamos por alto sus otros comportamientos alocados y delincuenciales…

Un par de meses después de la llegada de Maité a los Pirineos franceses, Basil decidió adoptarla y dejó de ser un perro solitario de las montañas, sin rebaños de ovejas de que ocuparse, solterón y desocupado. Cuando con su proverbial testarudez decidió que su original dueño no era tal y que él se iba a pasar a vivir con Marie Thérèse, así lo hizo. Dejó de preocuparse por los otros humanos y por los demás perros y se convirtió en la sombre de mi mujer.

Cuando Maité dejó la zona de los Pirineos para venir por segunda vez al Ecuador, Basil ya era parte de su vida. Imposible pensar en dejarle. Aun sin empleo fijo en el Ecuador y sin enorme disponibilidad de recursos, Maité compró su pasaje de avión para Quito y pagó las vacunas, los permisos y el valor del envío del famoso Basil por carga aérea para que se reuniera con ella unas pocas semanas después de su salida hacia tierras ecuatorianas.

Alguna amiga de buena voluntad quedó encargada de enviar el peludo paquete en una jaula y después de un viaje larguísimo, no se por qué ruta, llegó al aeropuerto “Charles de Gaulle” y cruzó luego el Atlántico para desembarcar en el aeropuerto “Mariscal Sucre” de Quito.

¡De los Pirineos a los Andes, por Air France!… (se imaginarán por qué, yo siempre he sonreído cuando alguien dice “¡qué vida de perros!” para referirse a una existencia dura y complicada).

Cuando con Maité decidimos embarcarnos en aventuras matrimoniales en México, uno de los temas a resolver era el de Basil y el de otra perrita que ella había adoptado, llamada Ashca.

Ashca era una dulce pastora alemana que perteneció a dos buenos amigos, Jean-Yves e Isabelle Hulet. Ellos eran voluntarios de la cooperación belga y cuando terminaron su misión en el Ecuador regresaron a Bruselas, Marie Thérèse ocupó su departamento y se quedó con sus plantas y su perrita, así Basil tendría buena compañía durante el día mientras ella salía a trabajar.

Ashca era todo lo contrario de Basil, inteligente, atenta, obediente, respetuosa de la comida ajena, no se lanzaba al agua, ni armaba bronca con nadie.

Sin embargo, venir a México con dos perros, habría sido una locura…

Marie Thérèse escribió a los Hulet y ellos estuvieron totalmente de acuerdo en recuperar a su perrita.

Maité embarcó a Ashca hacia Bruselas y contribuyó al rencuentro de esa familia en el país de la cerveza. Cuando Jean-Yves e Isabelle vinieron a México en 1979, nos contaron que Ashca era feliz con ellos; se había adaptado sin problema a la vida en un departamento y supongo que aprendió a hablar flamenco de inmediato. (Cuando los visitamos años después en Bruselas, Ashca reconoció a Maité, le hizo muchas fiestas, pero inmediatamente fue a ponerse al lado de su dueño).

Unas pocas semanas después del viaje de Marie Thérèse a México, alguna otra amiga de buena voluntad quedó encargada de enviar el peludo paquete en una jaula y Basil emprendió su segundo largo viaje por avión… Se embarcó en el aeropuerto “Mariscal Sucre” de Quito y luego de varias horas de vuelo sobre Colombia y el Caribe, llegó al aeropuerto “Benito Juárez” de la capital mexicana.

¡Del Pichincha al Popocatéptl, por vía aérea!… (…repito lo dicho: “¿de qué vida de perros me hablan?”…

En esas épocas no había Internet, ni e-mails, ni escáner, ni DHL, así que la amiga solo pudo llamarnos para avisarnos la fecha y el vuelo por el que Basil iba a llegara México.

En la fecha prevista salimos para el aeropuerto sin ningún papel que amparara el retiro del “paquete”.

Basil iba a llegar en un vuelo nocturno de Ecuatoriana de Aviación que, si no me equivoco, llegaba coma a las ocho de la noche. Nos presentamos en las oficinas de la compañía con suficiente antelación, pero nos informaron que no tenían ninguna información previa sobre la “carga” antes de la llegada del vuelo. Tendríamos que esperar el arribo de la aeronave para poder obtener una copia de la “guía aérea” que nos serviría para cumplir todas las formalidades que exigían las “autoridades mexicanas” para el retiro de cualquier “envío” que hubiera llegado por vía aérea.

Fuimos a la zona de llegada de pasajeros pero una vez que todos salieron y nadie nos dio ninguna información sobre el animalito volvimos a las oficinas de “Ecuatoriana”… Tuvimos que esperar allí como una media hora y por fin cerca de las nueve y media llegó un funcionario con la documentación de la “carga” que había llegado en ese vuelo. Trataron de convencernos de regresar al día siguiente, pues todavía debían ordenar y registrar toda esa documentación; felizmente atendieron nuestro pedido de entregarnos los papeles esa noche pues nuestra “carga” era un perro que ya había estado encerrado en una estrecha jaula todo el día y no podíamos dejarle sin comida y agua un día más.

Nos enteramos que todo tipo de “carga” (incluyendo “equipajes no acompañados” y “animales vivos, no acompañados”) no ingresaba a la terminal de pasajeros sino que era trasladado de inmediato al edificio de la aduana situado en otro sector del aeropuerto.

Tomamos un taxi y nos dirigimos hacia esa dependencia de inmediato. Al llegar ya eran como las diez de la noche y teníamos miedo que las oficinas estuvieran cerradas. Sin embargo había atención nocturna para ciertos casos como el nuestro y luego de unos quince minutos de espera un malhumorado funcionario nos atendió en un viejo escritorio repleto de todo tipo de documentos y papeles.

Explicamos a este ciudadano que el animal motivo de los trámites estaría en México solo el tiempo que me faltaba para finalizar los estudios y que luego nos lo llevaríamos de regreso para el Ecuador. Nos recomendó llenar una forma para “internación temporal de la mercadería”. Nos prestó una vieja máquina de escribir y nos pusimos a rellenar un largo formulario (con copias celeste, amarilla, verde agua y rosada) en el que se detallaba pormenorizadamente el tipo de “carga” que deseábamos ingresar al país. Felizmente mucha de la información solicitada constaba en la guía cuya copia nos habían entregado en la aerolínea y pudimos llenar sin problema datos como el peso y las “dimensiones” del “envío”… también pudimos transcribir ciertos tecnicismos que constaban en ambos documentos; siguiendo lo que decía la guía, pusimos “animal vivo” en vez de “perro” en el formulario… en la casilla “descripción del contenido” pusimos “mascota doméstica”, como constaba en el papel de la aerolínea y “sin valor comercial” en el espacio previsto para “valor declarado”…

Cuando terminamos de llenar todas las casillas, firmamos en el original y en las copias de colores y adjuntamos fotocopias de mi pasaporte, de mi FM9, del pasaporte de Marie Thérèse que por suerte habíamos llevado con nosotros y de la guía de la compañía aérea.

El adormilado burócrata estampó varios sellos y trazó enérgicamente su firma en todos los papeles y sin inmutarse nos dijo que debíamos cancelar una cierta cantidad que no recuerdo…. Le dije que en el formulario mencionaba que ese trámite no tenía costo, pero me replicó -casi exigiéndome- que no tendría costo en horario normal, pero él nos había atendido en “horario nocturno”… Sin decir nada saqué el dinero y pagué, se quedó con la copia rosada y nos devolvió los demás papeles, instruyéndonos que teníamos que ir a la oficina del “vista aforador” para que estableciera el valor a pagar por la “internación temporal” de la carga. Intenté protestar explicándole que no se trataba de un bien comercial, sino de una mascota, pero me hizo entender que eso debería discutirlo con el “vista”…

Nos dirigimos a la puerta de la oficina de este otro funcionario pero nos topamos con la novedad de que estaba cerrada. Regresé a donde el primero y le informé ese particular para preguntarle qué debía hacer. Sin mirarme respondió entre dientes: –“a esta hora debe esta comiendo”… añadiendo -ya de salida- antes de cerrar la puerta y desaparecer por el pasillo: -“espérale, ya vendrá”…

Entre éstas y las otras, ya eran como las once de la noche…

Como de la nada, se materializó a nuestro lado un segundo personaje que, abriendo la puerta de la oficina junto a la cual nos encontrábamos esperando, nos invitó a pasar: -“Adelante”, dijo, añadiendo enseguida: - “En qué puedo ayudarles”…

Le expliqué la llegada de Basil, le mostré los papeles y le solicité que estableciera el “aforo” de aquella “internación temporal”, no sin antes mencionarle que no se trataba de una importación lucrativa… y le mostré la guía aérea y el formulario que habíamos rellenado en los que se señalaba “sin valor comercial” en las casillas correspondientes…

De inmediato argumentó que si habíamos traído desde otro país al animalito y además por vía aérea, debía ser un “ejemplar valioso”, de “pura raza”, que posiblemente se trataba de un “reproductor” y que sin duda podríamos lucrar con él, alquilándolo como semental durante el tiempo que iba a permanecer en México. Maité se metió en la conversación, explicó que Basil era su perro, que no pensaba hacer negocio con él, que lo había traído porque lo quería, que no por ser un perro podía haberlo abandonado… y, qué se yo, cuantos otros alegatos.

El tipo permanecía inmutable…

Se me prendió la chispa y tímidamente dije: -“pero, ¿supongo que habrá alguna manera de llegar a un acuerdo, verdad?...

Allí cambió la expresión del funcionario…

-“Pos claro, mano”, dijo… añadiendo: -“Ahí si… comenzamos a entendernos”…

-“Su amigo dijo que iba ir a comer”…, mencioné… -“¿Será posible que podemos invitarle la cena?”, pregunté…

-“Te acepto porque efectivamente no he cenado”, dijo…-“y mi amigo, tampoco”, añadió.

-“¿Cuanto será el valor de las dos cenas?”, pregunté…

Me dio una cifra y al ver que metía la mano en el bolsillo en busca del dinero, como arrepintiéndose, complementó su demanda: -“y le añades el doble por los gasto de aforo nocturno”…

-“De acuerdo”, dije y le presenté los papeles.

Marcó “sin coste” en la casilla respectiva, estampó su firma y un sello en el original y en las copias, desprendió la de color verde, la guardó en su escritorio, se enfundó el dinero y entregándonos la documentación nos dijo: -“Ahora deben pasar por la revisión de “sanidad animal”.

Cuando nos dimos cuenta, el hombre había desaparecido y la puerta donde se leía “Secretaría de Agricultura y Ganadería – Oficina de Sanidad Vegetal y Animal”, se encontraba, por supuesto, cerrada.

Ya no quedaba nadie en esas dependencias, recorrimos varios corredores y nos topamos con docenas de puertas cerradas. Llegamos por fin a una puerta que daba hacia el exterior; estaba abierta, salimos…y nos encontramos en una especie de patio de carga que comunicaba con la pista del aeropuerto y con varias bodegas -algunas cerradas y otras abiertas-. Nos dirigimos a una en la que había luz y se apreciaba alguna actividad y descubrimos a un grupo de trabajadores que desembarcaban cajas y paquetes de los típicos carritos de aeropuerto. Luego de saludar les consultamos si sabían dónde podía encontrar al funcionario de sanidad animal que estaba de turno. Señalaron un edificio anexo ubicado a cierta distancia, al otro lado del patio, que tenía también las luces prendidas y denotaba actividad en el interior. Nos encaminamos hacia allá  y entramos en una especie de sala en la que un grupo de personas, todos hombres, tomaban cerveza y veían un programa de lucha libre en la televisión.

Dejé a Maité en la puerta y me encaminé hacia el grupo, saludé y pregunté si por casualidad estaría por allí la persona encargada de “sanidad animal”. Un personaje chaparrito, barrigón, con un arrugado traje gris que apenas le cerraba, una camisa a punto de explotar, la corbata corrida y un cuello almidonado -que posiblemente fue blanco- abierto para dejar en libertad varios pliegues de su cuello húmedo y grasoso, se levantó y dijo: -“Soy yo… ¿qué se le ofrece?”…

Le expliqué la llegada de Basil, le mostré los papeles y le solicité que me habían dicho que debíamos someter al animal a una inspección de “sanidad” para poder retirarle de la aduana…

De inmediato comenzó a rezongar y a mencionar -en una interminable perorata- todo tipo de inconvenientes y problemas… Por último mencionó que no podía atendernos y que debíamos regresar al día siguiente…

Como yo ya había aprendido la lección, le repliqué de inmediato que el pobre animal ya no podría pasar otro día sin agua ni alimento y le mencioné que estábamos al tanto que para ese tipo de trámites debía haber una “tarifa especial nocturna”, y que no teníamos ningún problema en cancelarle de inmediato si tenía la amabilidad de ayudarnos… Regresó a ver al “vista” que también se encontraba en el grupo y éste le hizo una seña afirmativa con la cabeza…

El gordo dijo: –“de acuerdo” y se encaminó a la puerta…

Le seguimos a través del patio y se dirigió sin dudar hacia una bodega que se encontraba abierta y en plena actividad. A la entrada había una pequeña oficina en la que otro personaje revisaba una cantidad de papeles y los iba acomodando en pequeñas pilas sobre un minúsculo escritorio; daba la impresión que todo se tenía allí en equilibrio precario y que el rato menos pensado aquella papelería caería irremediablemente al piso acabando con el trabajo del día.

El inspector de sanidad entró en aquel reducido espacio, enseñó nuestra documentación y habló con su colega… luego de unos segundos salieron los dos, dirigiéndose sin decir palabra, hacia el interior del gran galpón. Se apilaban allí, centenares de cajas y bultos de todo tipo, en embalajes de madera, de cartón o forrados de plástico. Caminamos detrás de los dos personajes por diversos pasillos que daban acceso a esos grandes rimeros de la carga llegada de todos los confines del mundo.

Al poco tiempo llegamos al lugar donde se encontraba Basil; al oler y oír la voz de Maité comenzó a aullar y a llorar, raspando los barrotes de su jaula de forma desesperada. Abrimos la puerta que venía con unas cintas de seguridad de la aerolínea y el pobre animal salió de su cautiverio… temblaba y seguía llorando de la emoción…. Improvisé una traílla con mi cinturón y le pasé alrededor del cuello par evitar que fuera a marcar territorio en todos los bultos de la bodega.

Maité le abrazaba y trataba de tranquilizarlo hablándolo suavemente, pero los llantos y muestras de afección continuaron por varios minutos… preguntó si podía llevarlo al exterior para que orine y darle un poco de agua… uno de nuestros dos acompañantes hizo una señal afirmativa y sin esperar respuesta del otro, Maité tiro de mi cinturón y se llevó a Basil de la bodega.

Nos dirigimos a la oficina… allí el gordo de sanidad revisó la guía y los papeles anexos que incluían las vacunas y certificado veterinario de salud, con sellos y firmas del funcionario equivalente que había permitido la salida del animal de Quito, dijo algo así como: -“parece que todo está en regla”…y añadió. –“van a ser… (y mencionó una cifra en pesos)”…, añadiendo casi de inmediato: -“por tarifa nocturna, claro”… y enseguida: “aquí, el señor jefe de bodega, nos va a ayudar… para él, será una cantidad igual por la entrega de la mercadería en horario nocturno”….

Manifesté mi acuerdo con el planteamiento, saque el dinero y se los entregué. El gordo puso un sello y su firma en los papeles, desprendió la copia amarilla y envolvió en ella su dinero, guardó todo en el bolsillo de su chaqueta y abandonó de inmediato la oficina sin agradecer ni despedirse….

El jefe de la bodega, me hizo firmar y añadir la palabra “recibido” en el espacio que decía entrega-recepción, estampó un sello y también firmó a un costado. Se quedó con el original y todos los anexos y me entregó la copia celeste.

Doblé la jaula -que felizmente era plegable- y con cierta dificultad salí cargándola, en busca de mi mujer y de su mascota.

Como conocíamos el camino de regreso entramos nuevamente al edificio de la Aduana, recorrimos sus desiertos corredores y nos dirigimos a la puerta principal. Allí nos topamos con un adormilado guardia que se sorprendió al vernos… Nos costó trabajo convencerle que habíamos acabado recién ese momento, el trámite para recuperar a Basil (eran como las 12 y media de la noche). El hombre explicó que nadie le había dicho que todavía había atención a esa hora… y que no tenía autorización para dejarnos salir… le dije que también podríamos  recurrir a la “tarifa nocturna” pero que no pensábamos pasar la noche en la aduana… Finalmente, al sacar algo de dinero del bolsillo, el hombre accedió y nos dejó salir, no sin antes retirarnos el papel celeste, único comprobante de nuestra aventura nocturna en ese edificio… -“para mi descargo”, dijo… y se guardó el papel, junto con el dinero.

Salimos de la Aduana y nos encontramos en un parqueadero exterior desierto… al fondo se veían un cerramiento de malla y una puerta cerrada… ninguna luz y por supuesto ningún movimiento y menos aún la presencia de un taxi.

Volví a la puerta del edificio, estaba ya cerrada… golpeé con vigor y luego de unos minutos se presentó el guardia con cara de pocos amigos… le expliqué la situación y me dijo que no tenía forma de ayudarnos, no tenía la llave de la puerta, ni teléfono para llamar un taxi.

Se me ocurrió que la única solución era volver al patio donde habíamos recuperado a Basil para ver si alguna de esas personas disponía de un vehículo para llevarnos hasta un lugar seguro donde conseguir un taxi. Me costó otra “tarifa adicional” el volver a pasar con perro y jaula al interior de la Aduana, salimos al patio y me dirigí hacia la sala de la lucha libre… planteé la interrogante a los presentes pero nadie movió un dedo… ni siquiera me miraron cuando hice la pregunta…

Me dirigí al “vista” y al gordo de sanidad, mis “viejos conocidos”… ninguno de ellos podía ayudarnos… el “vista” fue el único que masculló  un imperceptible: -“nadie tiene coche”… y se enfrascó nuevamente en la tele…

Salí totalmente abatido… no sabía qué hacer…

Me dirigí hacia donde aguardaban Maité y Basil, junto a la jaula… en ese momento pasó a mi lado un pequeño tractor tirando de varios carritos de carga cuyo contenido había sido descargado en una de las bodegas. Hice señas al conductor para que se detuviese, me acerqué y le expliqué la situación en la que nos encontrábamos… Le propuse que nos llevara en su convoy hasta la terminal del aeropuerto para poder salir a tomar un taxi… 

Al principio argumentó que no podía… que eso era absolutamente prohibido, que si lo descubrían podía perder su trabajo… pero al final pudo más el ofrecimiento de una “tarifa nocturna” que saqué a relucir como fruto de mi experiencia en ese tipo de negociaciones…

Recorrimos una considerable distancia en el primer carrito de carga que él tiraba con su tractor, al principio de pie y luego agachados para no ser descubiertos, junto a Basil que sacaba la cabeza para recibir el aire fresco, sentado sobre su jaula plegada. Al acercarnos a la terminal pasamos por debajo de las alas de una considerable cantidad de gigantescos aviones de diversas compañías… el tipo nos dejó en una zona de penumbra, advirtiéndonos de no hacer ruido o salir, hasta que él se hubiera alejado.

Ya allí nos vimos en una situación dramática… si nos descubrían no teníamos forma de probar qué hacíamos en esa zona restringida ni cómo habíamos llegado allí…

Tampoco podíamos entrar a la terminal por una puerta cualquiera como si desembarcáramos de un avión pues no teníamos ningún papel -ni nuestro ni del perro-, además éste y la jaula nos hacían perfectamente identificables como sujetos extraños y sospechosos…  De otra parte ninguna puerta estaba abierta a esas horas de la noche…

¿Qué hacer?

Llegamos caminando hasta la zona donde los cargadores recibían las maletas de las bandas móviles que salen de los mostradores de las diversas aerolíneas, para colocarlas en los carritos que sirven para conducirlas al respectivo avión. Subí por una de esas bandas y llegué, a una pequeña abertura que estaba abierta, me asomé por ella -desplazando una suerte de cortina conformada por elementos verticales de caucho color negro- y vi una serie de mostradores y luego una sala vacía del otro lado… no había nadie a la vista… Bajé nuevamente me eché la jaula al hombro  e hice señas a Maié de seguirme con Basil…

Salimos de forma solapada, primero tras el mostrador y luego al vestíbulo de esa zona del aeropuerto… De inmediato comenzamos a caminar de forma segura y sin mirar atrás. Dos turistas con su perro y una jaula ya no llaman mayormente la atención en la zona de salida internacional… ¡Estábamos salvados!

Con toda confianza nos dirigimos hacia la zona de llegada internacional, saqué dos tiquetes para una combi -taxi colectivo-, pregunté si tenía que pagar algo por la jaula y el perro, la despachadora me preguntó si teníamos más equipaje, le respondí que no y me dijo que no era necesario pagar nada adicional, Basil podía incluirse en nuestra tarifa considerándolo como “nuestro equipaje”.

Llegamos a la casa como a las dos de la madrugada sin poder creer la loca aventura de esa noche.  
Basil vivió con nosotros todo el tiempo que permanecimos en México. Fue parte de todo tipo de aventuras.


Nos acompañó en diciembre de 1979 cuando recibimos en casa a nuestros amigos David Parra y su esposa Anita.

Le llevamos a Guadalajara con Patricio Valencia, su esposa Juanita y su hijo Alex cuando fuimos a visitar a nuestros amigos Joaquim Morales y su esposa Dominique, hermana de Patricio, que vivían en esa ciudad. Joaquín era director de la Alianza Francesa y tenían dos hijos pequeños, Joaquim y Fanette. Los tres niños jugaban con Basil… y Maité no le quitaba la vista de encima porque al menor descuido saltaba a la piscina u orinaba sobre el perejil que cultivaba Dominique en un rincón del jardín.     

Basil fue también parte de una expedición a Guanajuato con Patricio, Juanita y Alex junto con Alexis Mosquera y su esposa Rocío, cuando estos amigos vinieron a visitarnos en México en agosto de 1980. 

Maité esperaba a Manon y Rocío a su hijo Roberto.

Cuando dejamos el departamento de la calle Culiacán, nuestra amiga Bertha García nos dio posada en su departamento y nos trasladamos nuevamente, con todos nuestros aperos, al conjunto habitacional “El Altillo”, cerca de la UNAM.

Bertha tenía un gatito llamado “Negro” pero aun así, nos dio posada en su departamento. Los dos animales se hicieron íntimos y no tuvieron problemas de convivencia. El gato dormía en las patas de Basil e incluso se hicieron cómplices de ciertas fechorías: el gato aprendió a abrir la nevera y Basil hacía caer al piso su contenido; así, los dos malhechores, daban fin de quesos, jamones, restos de comida y de los saldos de las latas de comida para animales con las que se alimentaban…

Al acabar nuestra permanencia en México regresamos a Quito.

Basil hizo su tercer largo periplo por vía aérea… Vivió con nosotros y fue el juguete vivo de nuestras hijas: Manon, nacida en México y Manuela nacida en el Ecuador.

Ellas lo adoraban y él las trataba con enorme dulzura.

Siguió sin embargo, robando la comida, vaciando los basureros, ladrando a todo perro que pasara y desobedeciendo cualquier intento de disciplinar su comportamiento testarudo y arbitrario… 

Total era un perro “viajado”, se sentía bien amado y hacia todo lo que le daba la regalada gana…