El 04 de octubre de 2011 recibí un correo de Anaïs Mourey, colega de la ONG “Eau Vive” de Francia, quien está encargada de coordinar y animar la “Coalition Eau”, una agrupación de ONG europeas activas en el sector de la solidaridad internacional, el agua y el saneamiento.
La “Coalition Eau”, junto con el Secretariado Internacional del Agua, FAN (Freshwater Action Network) y WfWP (Women for Water Partnership), impulsan la iniciativa denominada “Effet Papillon” – De lo local a lo global / “Compartiendo nuestras soluciones - Camino al 6to. Foro Mundial del Agua”.
Desde el inicio, yo estoy participando en esa iniciativa, junto con otros colegas de FAN México y FAN Centro América, en representación de las ONG de América Latina.
En su correo Anaïs, nos invitaba a la tercera sesión de coordinación de la movilización “Effet Papillon” que se llevaría a cabo el 31 de octubre y el 01 de noviembre en Londres. Puntualizaba que el objeto de la reunión era intercambiar información y preparar una estrategia para la participación de las ONG en el proceso preparatorio del 6to. Foro Mundial del Agua y planificar las acciones comunes y los mensajes que nos gustaría trasmitir antes, durante y después del Foro.
Un par de días después, recibí una llamada de Raymond Jost y luego un correo de Maggie White del Secretariado Internacional del Agua. Raymond y Maggie me mencionaron que aprovechando mi paso por Europa, querían invitarme a una reunión de trabajo en Lille y al cierre del “Parlamento de la Juventud y el Agua” en Douai, el martes 08 de noviembre y, al día siguiente el miércoles 09, a una reunión de trabajo del Comité de Seguimiento de los “Encuentros Internacionales Agua y Cine” que se llevaría a cabo en Estrasburgo.
Acepté las dos invitaciones, busqué un pasaje no muy caro y una vez que lo pude conseguir, organicé mis tiempos para salir de Quito a Bogotá y luego a París el viernes 28 de octubre. Según mi itinerario llegaría a esa ciudad al día siguiente y debería pasar una noche allí para tomar el tren a Londres el Domingo, así podría asistir a la reunión del “Efecto Mariposa” el lunes y martes; regresaría a Francia el martes 01 de noviembre al final de la tarde, pasaría la noche en París y entre el 02 y el 06 podría visitar a mis hijas en Chevillon y Troyes, donde viven.
El lunes 07 regresaría por tren a París, el martes 08, muy temprano en la mañana, tomaría un tren a Lille para participar en la reunión prevista y me trasladaría con Raymond en carro hasta Douai y al día el siguiente a Estrasburgo para las actividades previstas en el marco de los “Encuentros Internacionales Agua y Cine”. El viernes 11 a las seis de la mañana tenía un pasaje de TGV de Estrasburgo al aeropuerto Charles de Gaulle de París para tomar mi vuelo de regreso a Bogotá y luego la conexión a Quito.
Lo planificado era así. Todo programado, al detalle y al milímetro. Sin embargo entre la reunión de Londres y la de Estrasburgo, hice un nuevo vuelo transcontinental con una escala no programada en Tokio.
Creo que nunca he visitado tantos continentes y tantas ciudades ni he tomado tantos medios de transporte en un lapso tan corto.
Salí de Quito en vuelo de Avianca a Bogotá, cambié allí a un Air France con destino a París. Tuve la sorpresa de que mi vecina de asiento por coincidencia, era mi amiga Margarita Pacheco, colega colombiana que se dirigía a Suiza.
Al llegar al Aeropuerto Charles de Gaulle tratamos de tomar un RER hacia la ciudad pero estaban reparando la ruta y nos tocó tomar un bus del aeropuerto hasta Mitry-Clayé, una estación intermedia para poder tomar el tren.
En París me alojé en el “Maubeuge”, un hotelito no lejos de la Gard du Nord pues debía salir hacia Londres desde esa estación, al día siguiente.
En la tarde salí a dar una vuelta por la ciudad y para ello me movilicé en metro. Quería ir a la FNAC para comprar música de Yael Naim, una cantante israelita cuyas interpretaciones escuché en el avión y me parecieron maravillosas. El metro de París me resulta conocido y no tengo muchos problemas en usarlo para llegar a cualquier lado en poco tiempo.
Al día siguiente tomé el Eurostar, el tren de gran velocidad que une Paris con Londres, a través del túnel construido bajo el Canal de la Mancha. El Eurostar sale de la Gard du Nord en París y llega a la estación St-Pancras en Londres.
De aquella estación debí tomar un metro para dirigirme al sur hacia mi hotel que se hallaba ubicado en un lugar próximo al famoso estadio de críquet conocido como “The Oval”. La reunión se desarrollaba en las instalaciones de Water-Aid en la misma zona, así que desde el hotel nos dirigíamos caminando a las oficinas de aquella institución.
Para el regreso use la misma ruta en sentido contrario, en metro hasta St-Pancras y el tren Eurostar hasta París.
Al llegar a esa ciudad me alojé en el mismo pequeño hotel cerca de la Gard du Nord. Al día siguiente tomé un metro hasta la Gard de Bercy para tomar allí, un tren hacia Joigny, pequeña ciudad ubicada en la región de Borgoña donde viven mi hija Manuela y su esposo Cris. Al llegar a la estación mis hijas Manon y Manuela me estaban esperando y nos trasladamos en auto a la casa de esta última en un pequeño pueblo llamado Chevillon.
Almorcé con mis hijas y mi yerno Cris en su casa y en la tarde, mientras conversábamos, Manuela, quien trabaja como azafata en Air France, me comentó que esa noche salía para el Japón. Usó su computadora para verificar detalles de su vuelo y al ver que no estaba totalmente lleno, me propuso: - papá, ¿no quieres venir conmigo a Tokio?...
Según me explicó, ella tenía derecho de llevar a un familiar cercano en aquellos vuelos que iban a salir sin muchos pasajeros. Había que pagar una suma mínima y nada más… reservó un sitio para mí por internet y en la noche emprendimos el viaje en su auto; nuevamente hacia el aeropuerto Charles de Gaulle.
El vuelo a Tokio salía a la media noche y llegaba alrededor de las siete de la noche del día siguiente al aeropuerto de Narita. Fue un viaje muy agradable, las colegas de mi hija me ubicaron en clase ejecutiva y todo el tiempo me atendieron con gran deferencia. Al llegar pasé migración y aduana y esperé a la salida a la tripulación. Saludé con los pilotos y entregué, a la jefa de cabina, varias tabletas de chocolate ecuatoriano para que los colegas de mi hija pudieran probar el buen cacao de nuestra tierra. Las abrieron en el bus camino al hotel y les encantó el buen gusto de nuestros chocolates. Todos elogiaron su calidad y me preguntaron dónde podían conseguirlos en París. Desgraciadamente no les pude proporcionar esa información. Espero que en un próximo viaje les pueda llevar no sólo los chocolates sino también las coordenadas del lugar donde se comercializan.
En Tokio me alojé en el mismo hotel al que llega la tripulación de Air France. El hotel se llama “Grand Pacific” en un barrio llamado “Le Daiba” situado a más de cuarenta y cinco minutos del aeropuerto. Se trataba de un hotel de primera en el que tampoco pagué nada pues compartí la habitación con mi hija.
Yo había estado antes de Tokio y ya no me sorprendieron, como la primera vez, pero pude nuevamente solazarme con una serie de detalles del confort que proporcionan a los turistas este tipo de hoteles. Los inodoros tienen un aro de material blando, cuya temperatura puede graduarse a voluntad. Un comando situado a un costado de ese aparato sanitario permite hacer uso de pequeñas duchas -tipo bidet- para el aseo personal; la presión del agua su dirección, la forma de aspersión y su temperatura puede graduarse también desde ese tablero electrónico. Otro detalle maravilloso es un recuadro en el espejo de la sala de baño que no se empaña con el vapor de la ducha; permite con ello, que una persona se afeite, se peine o se maquille sin tener que batallar con la humedad del espejo.
Pasé con Manuela dos días deliciosos en Tokio.
El primer día desayunamos en uno de los restaurantes del hotel, un menú típicamente japonés con numerosos pequeños recipientes llenos de manjares extraños, vegetales frescos e encurtidos, salsas de varios colores y sabores, pescado ahumado, arroz, sopa de misoshiru, té verde y quién sabe cuánta otras cosas.
Salimos luego hacia una estación de tren no muy distante y realizamos una serie de transbordos -combinando tren y metro- para ir en busca de maravillosos parques y varios templos sintoístas y budistas verdaderos remansos de paz y equilibrada belleza. En todos vimos fabulosas exhibiciones de crisantemos, la flor símbolo del Japón y magnificas exhibiciones de ikebana el arte japonés de arreglos florales, verdaderas obras de arte de equilibrio, asimetría y simplicidad compositiva en el que se combinan graciosamente, flores, ramas, tiestos y rocas de diversas formas y colores.
Uno de lugares más lindos que visitamos fue el templo de “Meiji Jingu”, rodeado de magníficos jardines, riachuelos encantadores y magníficas instalaciones para eventos especiales. Allí presenciamos un matrimonio tradicional. Los novios y muchos de los invitados lucían vestidos tradicionales. Hice una ofrenda en el templo y recibí un pequeño papel con unas estrofas del poema escrito por el Emperador Meiji: “…el éxito no vendrá a quien se detiene sólo porque lo que debe hacer luce difícil… Si al principio no tienes éxito, trata, trata una y otra vez…”
En la ciudad me dejé llevar, no intenté entender el complicado sistema de líneas de metro, autobús y tren que se combinan en esa metrópoli. Tampoco me preocupé por entender el funcionamiento de las complicadas máquinas que venden los tiquetes. Por primera vez en la vida dejé que mi hija se ocupara de esos detalles complicados. No traté de entender el plano del metro ni me interesé en saber a dónde íbamos o qué debíamos hacer para regresar o para evitar perdernos.... ¡Fantástico!
Los dos días que estuvimos en Tokio, luego de caminar por parques maravillosos sin prisa alguna, salíamos del metro en algún barrio tradicional y comenzábamos a caminar por sus estrechas callejuelas donde una serie de pequeños restaurantes tradicionales ofrecían platos extraños, humeantes y provocativos. Entrábamos, al azar en unos de ellos y pedíamos sopas raras, vegetales exóticos, pescados crudos, sushis, empanadas o raviolis cocidos al vapor, té verde… Todo delicioso y reconfortante.
El segundo día con calma, en paz, visitamos los jardines del Palacio Imperial; un lugar para el recogimiento y la tranquilidad del espíritu. Sin jugar a “quién vista más, en el menor tiempo posible”… dándonos el lujo de “dejar para otra ocasión” todo lo que ofrece esa gran ciudad para el turismo…
Disfrutamos “de poco” pero “en calma”, sentándonos en las bancas de los parques para ver pasar el mundo, para conversar, para fumar un cigarro, escuchar a los pájaros, ver la vegetación y deleitarnos con el sonido del agua al correr entre las piedras, viendo ese fluir desde un pequeño puente de arco rebajado.
Regresamos a Francia en un vuelo también nocturno y llegamos de madrugada al aeropuerto de París. En total dos días de viaje, para dos de permanencia en Tokio. Extraño, pero maravilloso. Valió la pena, por supuesto.
Regresamos en el auto de Manuela hacia Chevillon y luego de una reconfortante ducha en su casa, nos dirigimos a Malicorne, un pequeño poblado donde mi yerno tiene un restaurante llamado “La Ferme de Malicorne”, allí me esperaba también Manon para presentarme a su enamorado un simpático joven llamado Ghislain. Almorzamos delicioso. El almuerzo fue preparado por Cris y lo acompañamos con un rico vino de Borgoña que me regaló Ghislain.
Fue una tarde muy agradable que continuó en la noche frente al fuego de la chimenea en Chevillón. Allí dimos cuenta de otros líquidos espirituosos y nos fuimos a descansar luego de una ronda de abrazos y declaraciones de afectos.
A la mañana salimos en carro hacia Troyes, en donde vive y estudia mi hija Manon; esa ciudad se encuentra al Este de París, en la región de Champagne.
Yo no había estado nunca antes en Troyes; quedé encantado por esta pequeña ciudad. Es una de las estructuras urbanas medievales, más bien preservadas de Francia. Tiene unos ciento treinta mil habitantes y si bien tradicionalmente su economía ha estado vinculada a la agricultura y a los textiles, en la actualidad alberga varias estructuras universitarias que han hecho que la población de la ciudad sea preponderantemente de jóvenes estudiantes; ello ha modificado la tradicional calma de una ciudad de provincia que ha visto cómo una serie de servicios y dinámicas ligadas a la vida juvenil se han ido incorporando a la vida cotidiana de la ciudad.
Almorzamos en un bonito restaurante de la ciudad vieja. Yo pedí un plato regional típico: las célebres “andouillettes de Troyes”, unas salchichas gruesas elaboradas con las tripas y el estómago del cerdo. Tienen un particular gusto y un aroma especial por los condimentos y especias que usan en su preparación. Se asan a la parrilla o al sartén y se acompañan con papas fritas y mostaza francesa picante. ¡Muy rico!
En la tarde Manon tenía clases en su universidad; así que, mientras la esperábamos… con Manuela y Cris dimos una vuelta por el casco viejo de la ciudad y luego entramos al cine para ver “Las aventuras de Tintín”, esta película de animación en 3D dirigida por el famoso Steven Spielberg.
Al final de la tarde y luego de tomar un aperitivo en un simpático bar en las inmediaciones de la estación de tren, tomé un tren hacia París, pues al día siguiente muy temprano debía tomar un TGV para Lille. Como la salida para esa viaje, debía hacerla desde la Gard du Nord, volví nuevamente a mi pequeño hotel en las inmediaciones de esa estación de trenes.
Viajé de París a Lille junto con Maggie, el recorrido dura apenas una hora aunque la distancia entre las dos ciudades es de más de doscientos kilómetros.
Al llegar fuimos caminando hacia el restaurante y cervecería “Les 3 brasseurs” donde nos esperaba Raymond, Stefan Lambrecht, un consultor belga y Roger Lanoue de Quebec, el actual Presidente del Secretariado Internacional del Agua.
Fue una muy interesante reunión que se prolongó desde las 8h30 hasta las 15h00, tanto que desayunamos y luego almorzamos, en ese agradable lugar; nos deleitamos con deliciosos platos de la comida local acompañados por la excelente cerveza de la casa.
En la tarde Roger, Raymond y yo emprendimos en auto la ruta hacia Douai; Stefan debía seguir su camino hacia Bruselas y Maggie tomó un tren de regreso a París.
En Douai se estaba desarrollando el “Parlamento europeo de la Juventud y el agua” así que pudimos hacernos presentes en una de las reuniones de trabajo; sin embargo el verdadero objetivo de esa escala era poder mantener una reunión de trabajo con un colega, educador ambiental, que va a darnos una mano en “El velero de la Solidaridad” uno de los proyectos que Raymond está preparando para el Foro Mundial del Agua de Marsella.
Al día siguiente 09 de noviembre, muy temprano emprendimos viaje a Estrasburgo. Allí estaba prevista una reunión de coordinación de los “Encuentro Internacionales Agua y Cine” (EIAC).
Los miembros del comité de coordinación nos reunimos a media tarde, en la sede de “Solidaridad Agua Europa” bajo la dirección de Pierre-Alain Roche, presidente de los EIAC. Allí tuvimos la oportunidad de conocer a Farida Beriazid, directora y guionista marroquí la nueva presidenta del jurado y a otros miembros del mismo, entre otros, Jean Pierre Rehm, director de la FID de Marsella.
En la noche asistimos todos, a la velada “Agua y Cine” que se llevó a cabo en el teatro y sala de cine “Odyssée” del centro de Estrasburgo. Esa noche se leyó el veredicto del jurado y se entregaron los premios del concurso local de videos sobre el agua, organizado para los jóvenes de esa región, como parte del proceso pre-Marsella. Este concurso fue organizado por el “Secretariado Internacional del Agua”, “Solidaridad Agua Europa”, la “Comunidad Urbana de Estrasburgo”, el “Sindicato del Agua y el Saneamiento” de Bas-Rhin y el “Organismo del Agua” de Rhin-Meuse. Fue un acto emotivo en el que estuvieron los jóvenes premiados y pudimos asistir a la exhibición de los videos ganadores.
En la noche asistimos a una magnífica cena de confraternidad en un restaurante local “Le Gruber”, donde a más de los famosos vinos de Alsacia pudimos disfrutar de la deliciosa gastronomía local. Yo pedí, por supuesto una chucrut alsaciana (no podía ser de otra manera). Fue una noche maravillosa donde compartimos con amigos muy simpáticos y entretenidos.
Al día siguiente los organizadores de la reunión habían previsto una vista de campo para los invitados extranjeros. Fue una experiencia que resultó sensacional. Nos prestaron algunos vehículos y, como nadie quería arriesgarse, tuve la oportunidad de conducir un moderno Mercedes, automático y lleno de sofisticados aditamentos. En seguida del desayuno nos dirigimos en caravana hacia la isla Rohrschollen en el río Rin, en la frontera de Francia con Alemania, una reserva natural donde se ha rescatado la vegetación y la fauna originales de un bosque aluvial. Las explicaciones fueron maravillosas, el paisaje preciso y concluimos con sana envidia al ver todo lo que se puede hacer para preservar la naturaleza -cuando hay voluntad política y recursos, por supuesto.
En la tarde salimos a dar una vuelta por la bella ciudad de Estrasburgo y en la noche Raymond nos invitó a Roger y a mí a cenar en un pueblito precioso llamado Heiligenstein. Allí él conocía un hotel-restaurante y cava de vinos “Domaine Meckert”.
Pedimos una botella de “vendange tardive” (vendimia tardía) de Gewurztraminer para acompañar generosas porciones de “fois gras - fait maçon”. ¡Delicioso y delicado!.
Terminamos la noche con algo ligero, pedimos una “flammekueche”, conocida también como “tarte flambée”, una especie de pizza, de masa muy fina. Pero en esta ocasión en una versión de postre: finísimas rodelas de manzana acaramelada sobre crema batida azucarada. ¡Muy bueno!.
Al día siguiente, luego de la despedida de Raymond y Roger -como siempre llena de afecto-. Emprendí el duro camino de regreso luego de este loco viaje por tantos sitios tan diversos.
Me levanté como a las cinco de la mañana para dejar el hotel media hora más tarde y tomar un tranvía matutino hacia la estación de tren de Estrasburgo. Mi TGV salía a las 06h00 con destino al Aeropuerto Charles de Gaulle a donde llegué más o menos a las 08h30, apenas a tiempo para tomar mi vuelo que salía a las 10h55.
Hice el viaje de regreso en Air France de Paris a Bogotá y luego de varias horas de espera tomé un Avianca hacia Quito. Mi maleta no fue embarcada en ese vuelo y no llegó conmigo. Como tuve que hacer los papeles del caso para poder recuperarla al día siguiente, me demoré una media hora más. Mi esposa que me esperaba en el aeropuerto, creyó que no había llegado en ese vuelo y regresó sin su marido hacia la casa. Yo tuve que tomar un taxi. En camino la vi y luego de hacerle señas para que se detuviese, dejé el taxi e hice con ella el trayecto final hasta nuestra casa.
Conversamos un poco y finalmente pude acostarme a descansar luego de más de 24 horas de haber dejado el hotel de Estrasburgo.
¡Qué viaje loco!
Estaba agotado. Creo que nunca he visitado tantos continentes y tantas ciudades ni he tomado tantos medios de transporte en un lapso tan corto.
Pero valió la pena… no me arrepiento… fue como otras tantas, una linda experiencia.
Lo malo es que ya no tengo veinte años.