Buscando unos viejos papeles en una
caja de cartón, he dado con un texto escrito a máquina y un diploma arrugado
que me trajeron un conjunto de añoranzas y recuerdos.
La historia es la siguiente:
En junio de 1984 ILDIS y CIUDAD
convocaron a un concurso barrial de ensayos, leyendas, testimonio y
tradiciones.
El concurso se llamaba “Construyamos
nuestra historia” y contó con el auspicio de la Casa de la Cultura Ecuatoriana
y de la editorial “El Conejo”.
Yo había concluido para esas fechas mi
investigación sobre la Movilidad Urbana en los barrios populares de Quito que
emprendimos en CIUDAD con el apoyo del IRT de Francia.
Como disponía de varios estudios de
caso bastante entretenidos decidí participar en el concurso con uno de ellos
que daba cuenta de lo complicado que era el tema del transporte cotidiano para
una madre de familia que se ganaba la vida fabricando y vendiendo carteras de
mujer.
Las bases del concurso señalaban que
los textos que se podían presentar a la confrontación, no debían rebasar las
diez cuartillas, escritas a un solo espacio. Adapté mi estudio de caso a esas
condicionantes y me inscribí en el grupo “testimonios”. Titulé el trabajo: “Las
carteras y los buses de doña Corina” y cambié los nombre de los protagonistas
para proteger el anonimato de mis informantes.
El texto presentado a ese concurso
decía lo siguiente:
Las
carteras y los buses de doña Corina
Doña
Corina Crespo confecciona carteras desde hace veinte años. Actualmente tiene
treinta y nueve años de edad y seis de ellos ha vivido con sus hijos en el
Comité del Pueblo.
El
barrio se encuentra ubicado en el sector denominado Carretas, al Nororiente de
la ciudad de Quito en los terrenos de la hacienda que antiguamente se
denominaba "La Eloísa". En el Comité del Pueblo se han construido
hasta hoy unas 2.900 viviendas que albergan aproximadamente a 13.000
habitantes, la mayoría de los cuales habitan en "La Eloísa" menos de
cinco años pues, a pesar de que la organización inició sus actividades en 1970
y consiguió los terrenos en 1973, el barrio empezó a consolidarse recién a
partir de 1978. La extensión del conglomerado es de aproximadamente unas 120
hectáreas y la dotación de infraestructura, sumamente precaria; tan solo
dispone del servicio de electricidad, en tanto que la canalización está
parcialmente en proceso de construcción y el servicio de agua potable es
inexistente. Los pobladores deben abastecerse de los tanqueros que distribuyen
el líquido en el sector a un costo considerable (25 sucres la pipa de 200
litros).
Doña
Corina y sus seis hijos viven en una casa de paredes de bloque, techumbre de
asbesto-cemento y pisos entablados. La casa tiene un aspecto de inacabada pues
las paredes no están enlucidas y, al igual que las puertas y ventanas de
maderas, nunca fueron pintadas.
La
vivienda consta de tres habitaciones: una utilizada como cocina y comedor que
tiene el piso de cemento alisado y dos usadas como dormitorios, en las que se
puede observar un cierto raso de madera contrachapada clavado a las vigas que
soportan la cubierta. En el exterior junto a las pipas que sirven para
almacenar el agua que distribuyen los tanqueros, existe una lavandería de
cemento y un poco más alejada, una pequeña construcción de madera que alberga
la letrina. Ninguno de estos dos elementos funciona con agua corriente y ambos
desaguan a un pozo que funciona simplemente como receptor de las aguas
servidas.
En
una de las habitaciones comparten una cama Doña Corina y su hija Ana de seis
años y otra cama pequeña sus hijos, Juan de 8 años y Ricardo de cinco. Junto a
las camas, sobre una pequeña mesita de madera se observa un radio, que con una
plancha y una licuadora que se guardan en la cocina, son los únicos artefactos
eléctricos de la casa. El otro dormitorio es compartido por los hijos mayores,
todos varones: Hernán, Jaime y Alberto de 18,16 y 11 años respectivamente.
En la
cocina, a un costado de la cocineta de gas que sirve para preparar los alimentos,
y junto a la mesa de comer, se observan las herramientas y materiales que le
sirven a Doña Corina para ganarse la vida: una máquina de coser industrial, una
remachadora, pinzas, alicates y otros instrumentos, así como una variedad de
cueros sintéticos, cierres relámpago e hilos de los más diversos colores, con
los que ella confecciona carteras y bolsos de mujer. Con la ayuda de reglas
especiales que le sirven de moldes, produce esos objetos en los diferentes
modelos y tamaños que le son solicitados por sus clientes.
Doña
Corina nació en Puembo, principal poblado de la parroquia del mismo nombre,
perteneciente al Cantón Quito. No conoció a su padre. Fue criada por sus
abuelos maternos con quienes vivió desde los 6 u 8 meses hasta los 12 años, cuando,
a raíz del matrimonio de su madre con el que fue su padrastro, tuvo que ir con
ellos a Tulcán: - "como el esposo de mi mamá era militar, le dieron el
pase... allá vivimos un año... luego fuimos al oriente.
- “Allí tuve un fracaso, ¡digamos!..., en una palabra:
tuve una niña a la edad de catorce años. Hoy mi hija tiene 25 años, está
casada, y viven en el sector de la Alameda"....
Cuando
la niña nació fue reconocida como hija de la madre y el padrastro de Doña
Corina, y según relata, ellos vivían en Milagro mientras ella trabajaba en
Quito:
- "Remataba
sacos en una fábrica… no sabía nada de mi hija y... ¡sufría mucho! Luego parece
que tuvieron alguna desavenencia y se separaron, se dividieron los muchachos y
me devolvieron a mi hija... ¡de esa forma pude recuperarla! (En esa época ella tenía dos años...)''
- "Luego se volvieron a unir y quisieron nuevamente
quitarme a la chica... Entonces opté por huir... (se puede decir)... con mi
hija. Me fui a Milagro.
- Allí trabajé al
principio como empleada doméstica en la casa de una familia... pero como
me llegaron a querer mucho me dieron un cuarto y me consiguieron un trabajo en
un almacén como costurera. (Como desde
chica me ha gustado mucho coser: me fue bien...).Me llegaron a considerar como
parte de la familia... allí viví cuatro años... Estuve a punto de casarme pero
por no darle padrastro a mi hija, regresé nuevamente a Quito. Vine por
vacaciones y me quedé. Viví con mi mamá más o menos un año".
- "Por insinuación de una amiga entré a trabajar en
una fábrica de carteras... Al principio el dueño me puso a prueba… ¡Yo era
intuitiva!, se puede decir... Con retazos de material practicaba.., remachaba,
en fin. Había otras chicas pero como no practicaban, no pasaron la prueba;
quedamos dos. ¡El dueño me preguntó si había trabajado en otra parte cosiendo
carteras!; le dije que no (el todo es que yo me interesé y practicaba mucho...)
Entonces me dijo que había pasado la prueba y que me quedara..."
"Pero
como yo estaba en Quito sólo de vacaciones le dije al señor que no me podía
quedar. Le dije: - Yo trabajo en la costa... Mi jefe me preguntó cuánto
ganaba... Le dije: -¡Quinientos! (Allá siempre el sueldo es un poco mejor, acá
pagaba trescientos como costurera). Me dijo: - ¡no se vaya!... le voy a subir
el sueldo... Me gusta su trabajo. Me hizo una proposición: - Le pago adelantado
las vacaciones y con eso se va a Milagro a recoger sus cosas y cuando venga le
pago los mismos quinientos. - Bueno, le
dije: - iYa! (me gustó a mi también la confección de carteras... ¡esa es la
verdad!). Me dio lo de las vacaciones y medio sueldo adelantado... Ahí aprendí
a coser carteras".
"En
esa fábrica trabajé un poco más de un año; salí por un disgusto con el
jefe. Luego fui a otra fábrica, con
mejor salario. Ahí aprendí a modelar, la dueña me quería mucho; igual a mis
hijos... (En ese tiempo nacieron mis dos mayores). La señora se fue a los
Estados Unidos y me dejó herramientas y algo de material; así comencé con mi
negocio que tengo actualmente".
II
En
esa época Doña Corina, vivía con el que fue su esposo, en el sector de La
Magdalena al sur de la Ciudad. Por un disgusto se separaron y ella se fue a
vivir en el Camal: -"Quise independizarme pero, al poco tiempo retorné con
él. Era fotógrafo, trabajaba en la Foto Toral".
En el
Camal vivieron un año. Luego se mudaron a vivir a San Marcos, en la calle
Jijón. (Ese sector les convenía a ambos
por la cercanía)…
- "Entré al Comité del Pueblo por insistencia de
una amiga...de una vecina. Al principio yo no quería...ella me decía: - ¡vamos!;
(para ir juntas a las sesiones, a las concentraciones, a las manifestaciones).
Mi marido era bastante celoso... a él no le gustaba. Yo decía: si entro, ha de ser para no
salir... ¡Yo soy decidida...!, ¡si por ahí meto los pies por ahí saco la
cabeza! (Yo soy así...)... ¡Y así,
fue!... Luego de tanta insistencia de esta señora, un día fui con ella y pagué
la inscripción: treinta sucres, me acuerdo. Yo trabajaba ya independientemente. (En San Marcos: vivimos 12 años... ahí
nacieron mis cuatro últimos hijos)".
Doña
Corina participó activamente en las luchas del Comité del Pueblo por conseguir
un terreno para el conjunto habitacional: "a base de manifestaciones se
consiguieron primero los terrenos de la Mena (La Hacienda "Mena" al
Suroccidente de Quito) y luego este señor Vaca del Banco de la Vivienda (se
refiere al Coronel Vaca Lara, antiguo presidente de la JNV y el BEV) dijo que
se responsabilizaba y que nos iban a dar las casas a todos...Yo fui a hacerme
la encuesta... (iba pasando un día) pero finalmente no me salió ahí….
- Yo seguí en el Comité... ¡mi marido insistía en que me
retire! pero ¡no!, yo seguí. ¡No retiré
la plata ni nada! Luego se consiguieron los terrenos de acá de La Eloísa...a
mí me entregaron el lote hace... unos siete años (1974)...me tocó por
sorteo".
- "Para la construcción de la casa mi marido no me
ayudó en nada: él quería que me retire a todo trance: ¡no me ayudó en
nada!” Pero como yo manejaba mi dinero
aparte, trataba de ahorrar lo que más podía… de mi trabajo, digamos. Tenía una
libreta en el Banco (ahora la tengo vacía). Entonces... reunía... reunía, con
entusiasmo... ¡A fin de hacer la casa!
¡Aunque sea de adobe, yo la hago!, decía. Porque ya la situación se iba
poniendo un poquito difícil; entonces...
logré reunir unos 20.000 sucres: ¡con eso construí! ¡Mi marido no quería ni
conocer!... pero después, ya vino... El era fotógrafo pero trabajaba asalariado
no tenía ninguna garantía ni le afiliaron al Seguro... ¡nada! Cuando le
despidieron se quedó en la calle: ¡salía a buscar trabajo y regresaba
chumado! Entonces logré que comience a
trabajar conmigo ¡a Dios gracias, le gustó! Trabajábamos los dos...nos iba
bien. Hasta...hace dos años que falleció.
Doña
Corina estudió únicamente hasta quinto grado de primaria en la época en que
vivía con sus abuelos…, pero está decidida a que sus hijos lleguen a tener una
mejor capacitación. A excepción del pequeño Ricardo que asiste a la guardería,
todos los demás estudian. Ella considera que estudiando "podrían defenderse
mejor en el futuro.".
Sus
hijos menores estudian en el Centro de la ciudad en la escuela Jorge Washington
de La Loma. - "Los mayores estudiaron en la Escuela Sucre… ahorita están
ya en el colegio. El mayor está en cuarto curso del Central Técnico, ya debería
estar en quinto sino que se cargó un año (Le entró la mona de esos juegos
electrónicos... eso fue la causa). Pero bueno, reflexionó a tiempo y ahora está
muy dedicado al estudio. El otro muchacho está en el SECAP (Servicio Ecuatoriano
de Capacitación Profesional). No quiso entrar a ningún colegio; ¡él quería
trabajar! pero yo decía: tiene que prepararse bien (sobre todo porque el hermano estaba
estudiando… no valía que el uno se supere y el otro no) entonces… averigüé y le
gustó el SECAP… Está especializándose en maquinaria agrícola, ya está en tercer
semestre y le faltan otros tres. (El mayor viendo que los estudios son buenos,
también va a entrar al SECAP… de día va a estudiar ahí y en la noche en el
Central Técnico)
Doña
Corina lleva el mayor peso del trabajo doméstico pero los chicos le ayudan
bastante: - "el uno arregla el cuarto, el otro barre, el otro lava los
trastes... (Cuando pasan en la casa). Los grandes lavan la ropa de ellos, son
bien organizados. El mayor es muy responsable, se puede decir…, desempeña las
veces de un padre: ordena, dice por ejemplo: a ver, tú: sábado y domingo
cocinas, al otro: tú lavas los trastes, así…
III
Doña
Corina dice que gana más o menos entre seis u ocho mil sucres al mes, pero eso
es muy irregular. No tiene un presupuesto familiar elaborado: - "me parece
que soy desordenada...a veces no me doy cuente..., dice.
Las
carteras que fabrica, las entrega a las "cajoneras de la Marín, en el
Ipiales, en uno que otro almacén del centro. Trabaja sólo a pedido. Compra los
materiales que utiliza en diversos lugares, de preferencia en las
distribuidoras grandes donde puede obtener un mejor precio al comprar los
diversos artículos al por mayor.
La
jornada diaria de Doña Corina es sumamente intensa. A más de su trabajo artesanal,
ella se encarga de las labores domésticas de la casa, compra diariamente los
víveres y cocina para sus hijos; debe movilizarse varias veces en el día para
entregar las carteras a sus clientes, cobrar su dinero y recibir nuevos
pedidos. Entre recorridos en bus, tiempo de espera y caminatas ella invierte
diariamente cuatro horas cuarenta y cinco minutos en movilización.
Sale
de su casa a las seis de la mañana y se dirige al centro en un bus de la línea
Comité del Pueblo - La Marín; el recorrido dura más o menos una hora. Al
llegar se dedica a entregar su trabajo, y con el dinero que cobra hace las
compras para el almuerzo en el Mercado Central.
Allí espera otro bus y regresa a su casa para trabajar un poco y
preparar la comida; llega aproximadamente a las 10, luego de una hora de viaje.
La
comida compra al diario. - "En eso se me van unos 300 sucres. De unos ocho
meses acá la situación se ha puesto bien difícil. A veces les digo a mis hijos:
¡Ya mismo tiro la toalla!" (Cuando hace las compras de otros artículos
para la casa, gasta unos 300 a 400 sucres a la semana).
En la
tarde, alrededor de las 14h00 vuelve a salir. Hace el mismo trayecto hasta el
Centro. Recoge otros pedidos, realiza entregas y cobra a las personas que no
pudo encontrar en la mañana. Con ese dinero, realiza las compras para la comida
y para el desayuno del día siguiente, reservando una cantidad para los pasajes
de sus hijos y el suyo de la mañana.
Para estos recorridos necesita, igualmente, más de dos horas. Aproximadamente a
las 17:15 cuando ha regresado a su hogar, inicia de inmediato la confección de
las carteras que deberá entregar al día siguiente. Trabaja hasta las 9 ó 10 de
la noche.
Doña
Corina menciona que últimamente no ha podido ahorrar ni un centavo, ni siquiera
para comprar material; y explica el mecanismo del que se vale para no verse
desprovista: - "para poder hacer algo, saco dinero, hago un préstamo, a
una señora a quien conocí a través de una amiga, me presta, por ejemplo, cinco
mil y en 56 días debo pagarle cien sucres diarios. O sea, pago 600 de interés por los cinco mil
que me presta, lodos los días, paso a pagarle... entrego las carteras y paso a
dejarle los cien sucres. La señora cobra a todos así (diariamente). La primera
vez que saqué, pagaba cincuenta diarios. Me prestó dos mil quinientos.
Prácticamente, ella presta sólo a las personas que como yo, tienen algún
negocio, que ve que pueden pagarle diariamente".
- "Cada vez que necesito material o para cualquier
necesidad de mis hijos... vuelvo a sacar así.
Cuando compro material distribuyo para el trabajo en el mes o los dos
meses. A veces no puedo comprar al
diario porque... ¡por ejemplo!: cuando tengo que comprar los útiles
escolares... ahora que está todo tan caro, vendo las carteras y todo se me va
en los útiles. Entonces se me acaba el material sin haberle repuesto.., no me
queda otra que sacar la plata, así... a crédito."
Doña
Corina cuenta que cosa semejante sucede cuando debe adquirir ropa para sus
hijos. Les compra una mudada completa al inicio del año escolar y otra en
Navidad.
La
distancia de su vivienda en relación al centro le causa problemas sobre todo
por el tiempo que pierde en movilizarse. En San Marcos vivía más estrecha pero
estaba más cerca de los lugares donde entrega su mercadería y compra los
materiales. Doña Corina calcula que el tiempo que pierde en movilizarse le
representa unos doscientos sucres diarios de pérdida por las carteras que deja
de hacer en ese lapso. De todas formas dice:
- "Antes pagaba quinientos sucres de arriendo por una
pieza y cocina, (hoy día debe estar siquiera dos veces más caro), entonces
siempre hay ahorro por lo que la casa es propia..."
- “Por mi trabajo, dice, - "no tengo mayores
relaciones con los vecinos. Nunca he
sido mujer de muchas amistades. Asiste cuando puede a las reuniones del Comité
o envía a su hijo. No es, según dice,
"fanática", pero, sabe reconocer que, "malo o bueno, por ello
tiene su casita". -"Asisto a las reuniones, porque ese es mi deber…,
mantengo relaciones normales, se podría decir, con el Comité..."
El
transporte le resulta sumamente caro. A más del gasto suyo, ella tiene un
egreso fijo mensual bastante elevado para el transporte de sus hijos. - A
Alberto y Juan "antes les daba 12 sucres a los dos (seis a cada uno) ahora
les he liquidado los dos, les doy solamente diez (todo ha subido y yo más bien les he
disminuido: pierden la colación los pobres...)
Es por la situación que se ha puesto un poco dura y mis hijos tienen que
comprender (¡así les digo!). Como
todavía son chicos, les cobran dos sucres y les queda un sucre a cada uno para
algún antojo".
Debido
a que anteriormente vivían en San Marcos, sus hijos siguen estudiando en ese
sector. La distancia desde El Comité al centro de la ciudad es un problema que
preocupa a la madre aun que según dice "ya están en edad de viajar
solos" (tienen 11 y 8 años respectivamente) y, a pesar de que la distancia
encarece el costo de movilización, - "he resuelto que mis hijos terminen
en esa escuela. La educación ahí me gusta y como dicen: ¡más vale lo malo
conocido que lo bueno por conocer!..."
- "Al mayor antes le daba quince sacres, pero ahora
le doy diez, también le eliminé los cinco sucres. (Aunque él se ayuda haciendo
unas pocas carteras, él mismo compra el material y lo que vende le queda para
sus gastos). Al otro muchacho, así mismo le doy diez sucres para el SECAP"
(En los pequeños gasta cuatrocientos sucres mensuales: 250 en el transporte
escolar de Ana y 150 en el de Ricardo que asiste a la guardería).
Doña
Corina gasta veinte sucres diarios en movilización y muchas veces aún un poco
más: - "a veces ya me hago tarde y todavía tengo que ir a tal o cual
almacén en el mismo centro. Veo que pasa el bus y me embarco...ya son otros
tres sucres"
En
los meses en que Doña Corina logra ganar unos siete mil sucres, los gastos
fijos de su familia en transporte, representan el 20% de sus ingresos, pero en
ocasiones, cuando las ventas disminuyen, ese porcentaje aumenta
considerablemente.
Hernán,
el hijo mayor de Doña Corina requería para movilizarse un poco más de una hora,
todos los días. Actualmente que ha iniciado los cursos en SECAP ese tiempo casi
se le ha duplicado. Sus actividades eventuales, de esparcimiento o recreación,
son muy restringidas. Diariamente asiste a clases y los fines de semana,
realiza diferentes actividades en la casa, para ayudar a su madre en las tareas
domésticas. Nunca va al cine o a espectáculos deportivos. Una o dos veces por
mes se da un tiempo, los sábados, para hacer deporte en el colegio y cada dos o
tres meses visita a su hermana casada que vive en la Alameda.
Lo
propio acontece con todos sus hermanos, aunque Jaime y Alberto mencionan que
cada tres o cuatro meses se dan una escapadita al cine.
Ningún
miembro de la familia practica la religión, aunque todos confiesan ser
católicos. Tan solo Doña Corina asiste a misa, pero no de una manera regular;
cada dos o tres meses toma el bus y se dirige a la Iglesia de la ciudadela
Rumiñahui que le queda relativamente cerca.
La
casa de Doña Corina está en el extremo occidental del lote, junto a la calle,
Al fondo se observan unas pocas plantas de col, un pequeño sembrío de maíz y
otro de fréjol. Detrás de la cocina, en dos jaulas de madera, una media docena
de conejos esperan, sin saberlo, la llegada de un día de fiesta.
El 19 de julio de 1984 en la sala
“Jorge Icaza” de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, fue la lectura del
veredicto. Los organizadores entregaron diplomas a quienes habían obtenido el
primero, segundo y tercer premio de las categorías Ensayos, Leyendas,
Tradiciones y Testimonios. El maestro de ceremonias iba llamando a cada uno de
los participantes cuyos trabajos se habían hecho merecedores a los diversos premios,
para entregarles su diploma y un lote de libros.
Al llegar a la lectura del veredicto
de la categoría Testimonios, tuve la grata sorpresa de que mi texto sobre buses
y carteras había obtenido el primer premio. La historia de vida y el batallar
diario de mi amable informante a quien bauticé como doña Corina, resultó interesante
para el jurado. Fue una grata satisfacción. Un par de días después le entregué
copia del texto y le obsequié los libros que me dieron como premio. Era a ella
a quien verdaderamente correspondía.
Era a esa mujer “…ejemplo vivo de pobreza y dignidad”, parafraseando a
Carlos Mejía Godoy, a quién debían llegarle todos los méritos.