martes, 23 de junio de 2015

Ecuador 75 El señor Escandón



Viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981 pues cursé allí una maestría en la Escuela de Arquitectura de la UNAM.


Una de las primeras cosas que hice al llegar fue buscar a Jorge Escandón, arquitecto y amigo de larga data que también había viajado a ese país unos meses antes para iniciar un posgrado en el “Colegio de México”. 


Ocho años atrás, cuando inicié mis estudios en la facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Quito, Escandón estaba en cuarto año de la carrera y era una verdadera institución en la Facultad. Era el presidente de la asociación escuela, amigo del decano, del personal administrativo, de la gente de la limpieza, de todos los estudiantes y de la mayoría de los profesores.


Cuando mi promoción inició clases, “Escandalón” como muy bien lo bautizó algún compañero, se encargó de organizar una fiesta de bienvenida a los “nuevos” y llenó de ritmos, canciones e ingeniosos versos, nuestros primeros días en las aulas universitarias. 


Emma, su esposa, era una de las recién llegadas. Aunque luego se graduó de socióloga en la misma universidad, fue compañera nuestra en primer año de arquitectura hasta que Velasco Ibarra clausuró esa casa de estudios luego de declararse dictador allá por el año 1970.


Escandón ya estaba en México cuando llegué a esa ciudad. Unos pocos días después de nuestro arribo, llegaron los demás integrantes de la familia: Emma, quien iba a hacer una maestría en la FLACSO y sus hijos: Jorge Alberto de once años y María Belén de nueve. 


Como ya he relatado, viví con ellos el primer año de mi permanencia en México y consolidamos una hermosa amistad que perdura hasta ahora.


Los Escandones se quedaron en México, sus hijos se casaron, tienen lindas familias. Jorge y Emma son abuelos. La familia se aposentó en México desde 1978 y viven allí algo más de 37 años. 



Si bien en los últimos años, Escandón ha vendido al Ecuador tres o cuatro veces (acaba de visitarnos hace un par de semanas) en un primer período, luego de su viaje a México, no le fue factible regresar a tierras ecuatorianas por cerca de diez o doce años. 


No recuerdo bien las fechas (debe haber sido a fines de los ochenta o en los primeros años de los noventa) pero el asunto es que CIUDAD en conjunto con el HIC y la GTZ, organizaron un encuentro latinoamericano de experiencias en vivienda popular y gestión social de hábitat. Jorge había trabajado con Enrique Ortiz en las acciones desarrolladas por el INFONAVIT luego del terremoto de México de 1985, así que fue uno de los expositores invitados.


Pronto se corrió la voz de que Escandón iba a regresar a Quito.


Los participantes extranjeros en ese evento se iban a alojar en el Hotel Chalet-Suisse y varias semanas antes del seminario, las recepcionistas del hotel comenzaron  a recibir llamadas de los numerosos amigos, parientes, amigos, allegados y cognados de Jorge que preguntaban de forma amable:


-  “Buenos días, disculpe, ¿habrá llegado el señor Escandón que debe estar alojado en ese hotel?”, o

-  “Buenas noches señorita, ¿podría hablar con el arquitecto Escandón que tiene reservación en su hotel?”, o

-  “Muy buenas tardes, soy amigo de Jorge Escandón, que viene para un seminario sobre vivienda… ¿podría informarme si ya habrá llegado?”...

Igual cosa acontecía en la recepción del hotel, el personal de turno recibía sin descanso las visitas de una cantidad de personas de todo tipo, género, edad, color, condición y estatura que preguntaban por Jorge Escandón.

Las llamadas y las visitas al hotel se repetían de forma incesante. Todo el mundo quería saber si Escandón ya estaba en Quito. Todo el mundo dejaba tarjetas y números telefónicos.

Hernán Valencia, su esposa Marianita (sobrina de Emma) y sus hijas Tania y Varinia se turnaban para llamar o pasaban por el hotel para preguntar si Jorge se habría registrado.

Beto Noboa, Sergio Lemarie, Fausto Andrade, Fausto Moreno, Alfonso Ortiz, Enrique Romero y algún otro colega que fueron compañeros de Escandón en la famosa tesis “Planificación urbana y preservación del patrimonio edificado de Zaruma”, también llamaban insistentemente al hotel para informarse si el arquitecto Escandón ya habría llegado.

Fernando y Memé Carrión, Marquito Herrera y su esposa Margarita, Jaime Idrovo, Marco Jaramillo, Rubén Moreira, Mario Solís, Gonzalo Bustamante, Alberto Viteri, Chalo Estupiñán, Guido Díaz, Carlos Arcos… llamaban también a cada rato.

En el hotel todos los empleados estaban medio batidos el coco por las insistentes llamadas y el desfile de innumerables visitantes que solicitaban información y dejaban recados para el “señor Escandón”.

Hasta que un día por fin vieron luz al final del túnel. A las 10 o 10h30 de la mañana ingresó al hotel un personaje de pelo ensortijado, un colmillo de jaguar engarzado en una cadena que portaba alrededor del cuello y una pequeña barba -tipo candado- cubriéndole el mentón.

Saludó atentamente con acento pastuso al muchacho de la recepción y se presentó:

-  “Muy buenos días, mi nombre es Escandón…”, añadiendo enseguida: 

- “¿tendrá usted una reservación a mi nombre?…”

El joven recepcionista exclamó a viva voz, entre contento y aliviado:

-  “¡Señor Escandón!..., ¡por fin!...”, añadiendo luego con voz más compuesta y atildada: - “Bienvenido al Hotel”…

Le informó que en efecto, había una reservación a su nombre pero que en ese instante el huésped precedente no había realizado aún el “check-out”… mencionándole que, cuando eso aconteciera, la camarera debería realizar la limpieza y arreglo de la habitación y que eso tomaría más o menos, una hora o algo más.

Escandón -todo él amable- le respondió que eso no era problema pero le pedía verificar si podría dejar encargado su equipaje y unos paquetes con libros, en algún lugar seguro pues tenía que salir de inmediato para asistir al seminario.

Luego se le ocurrió preguntar si no le podrían facilitar otra habitación para ducharse y rasurarse antes de ir al seminario pues como había viajado toda la noche estaba realmente molido.

El chico de la recepción le estaba explicando que desgraciadamente eso no era factible, cuando se abrieron las puertas del ascensor e hizo su ingreso al lobby nuestro común amigo Gustavo Riofrío, colega peruano que también iba a participar en el Seminario.

Apenas vio a Jorge en la recepción abrió los brazos y exclamó de forma estridente:

-  “¡¡¡ Escandón !!!”

Cuando finalizó un largo y palmeado abrazo. Explicó que estaba atrasado y que debía salir corriendo para el lugar donde se desarrollaba el evento.

Escandón alcanzó a preguntarle si podía dejar sus pertenecías y si se podía duchar en su habitación…

Gustavo respondió desde la puerta del hotel:

-  “¡Por supuesto hermano!”, y dirigiéndose al muchacho de la recepción, exclamó desde la puerta del taxi:

-  “¡Préstale la llave de mi habitación!, estoy en la 305”… 

Escandón recibió la llave, tomo el ascensor, llegó a la habitación de Gustavo, desempacó su maleta, dejó los libros junto a la televisión se dio un buen duchazo, se afeitó, se secó con la toalla de Gustavo y se acostó un rato en la cama para echarse una siesta reconfortante, antes de salir para el seminario…

Los amigotes le molestaban luego, afirmando que de seguro se había limpiado los dientes con el cepillo de Gustavo y que se había acostado en su cama, desnudo y sin secarse, para “echarse una pestaña”… pero eso no nos consta… así que dejamos esa información consignada en estos párrafos como una posibilidad no verificada…

El asunto es que Escandón llegó al seminario a la hora del almuerzo y de inmediato recibió la bienvenida de todos los participantes -de los que le conocían y de quienes le veían por primera vez- pues todos estaban enterados en el hotel de la llegada del “señor Escandón”… y ya era más popular y conocido que el agua de Güitig.

Participó del evento en la tarde y al llegar al hotel en la noche, recibió la llave de su habitación…, antes de dirigirse hacia ella, le pidió a Gustavo que le dejara sacar la maleta y los libros de la suya.

Subieron juntos y ¡oh sorpresa!: del cuarto de Gustavo habían desaparecido todas las pertenencias de Escandón. Buscaron bajo la cama, en el ropero, detrás del mueble de la tele, en el baño… ¡nada!... No había ni trazas de la maleta ni de los paquetes de libros…

Supusieron que los empleados del hotel podían haber llevado todas las cosas a la habitación de Jorge, así que fueron para allá, y… ¡no encontraron nada…!

Cuando comenzaron a atar cabos, verificaron con terror que Gustavo no estaba en la habitación 305 sino en la 306.

¡¡Jorge se había duchado y había dejado sus cosas en el cuarto de otro huésped!! 

Y si el resto de las hipótesis resultaban ciertas: ¡se había limpiado los dientes con el cepillo de un desconocido y había dormido mojado y empelotado en la cama de ese prójimo…”!

Fueron de inmediato a la 305 y golpearon la puerta… les abrió un alemán viejo, alto y desgarbado… descalzo, en pijamas y medio dormido… 

Supongo que algo preguntó en  su lengua… pues Gustavo le respondió enérgico y a viva voz:
-  “¡Guten tag!”…, añadiendo luego: (en español, supongo)

-  “Venimos por los libros”…

A continuación se abalanzaron sobre las pertenecías de Escandón -maleta y libros- y salieron tal como habían entrado; como una exhalación.

Hasta ahora el pobre turista está tratando de explicarse lo sucedido… y los empleados del hotel respiran tranquilos pues el señor Escandón regresó a México pocos días después y la calma volvió de inmediato al Chalet-Suisse. 

1 comentario:

  1. Es totalmente cierto, excepto en un detalle. El Escandón no desempacó ni dejó sus cosas en mi supuesta habitación. Usó todo lo del alemán (incluso cepillo de dientes), pensando que era mio y dejó en la mesita el libro que le habían encargado que me trajera desde México. Como no encontré el libro se lo pregunté y allí vimos en la que nos habíamos metido. Tocamos la puerta para pedirle al alemán alelado que me entregara el libro que habñian depositado en la mesita del cuarto... Abrazo a los dos.

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