Viví en México
desde fines de 1978 hasta principios de 1981 pues cursé allí una maestría en la
Escuela de Arquitectura de la UNAM.
Una de las
primeras cosas que hice al llegar fue buscar a Jorge Escandón,
arquitecto y amigo de larga data que también había viajado a ese país unos meses
antes para iniciar un posgrado en el “Colegio de México”.
Ocho años
atrás, cuando inicié mis estudios en la facultad de Arquitectura de la
Universidad Central de Quito, Escandón estaba en cuarto año de la carrera y era
una verdadera institución en la Facultad. Era el presidente de la asociación
escuela, amigo del decano, del personal administrativo, de la gente de la limpieza,
de todos los estudiantes y de la mayoría de los profesores.
Cuando mi
promoción inició clases, “Escandalón” como muy bien lo bautizó algún compañero,
se encargó de organizar una fiesta de bienvenida a los “nuevos” y llenó de
ritmos, canciones e ingeniosos versos, nuestros primeros días en las aulas
universitarias.
Emma, su
esposa, era una de las recién llegadas. Aunque luego se graduó de socióloga en
la misma universidad, fue compañera nuestra en primer año de arquitectura hasta
que Velasco Ibarra clausuró esa casa de estudios luego de declararse dictador
allá por el año 1970.
Escandón ya
estaba en México cuando llegué a esa ciudad. Unos pocos días después de nuestro
arribo, llegaron los demás integrantes de la familia: Emma, quien iba a hacer
una maestría en la FLACSO y sus hijos: Jorge Alberto de once años y María Belén
de nueve.
Como ya he
relatado, viví con ellos el primer año de mi permanencia en México y
consolidamos una hermosa amistad que perdura hasta ahora.
Los Escandones
se quedaron en México, sus hijos se casaron, tienen lindas familias. Jorge y
Emma son abuelos. La familia se aposentó en México desde 1978 y viven allí algo
más de 37 años.
Si bien en los últimos años, Escandón ha vendido al Ecuador tres o cuatro veces (acaba de visitarnos hace un par de semanas) en un primer período, luego de su viaje a México, no le fue factible regresar a tierras ecuatorianas por cerca de diez o doce años.
No recuerdo
bien las fechas (debe haber sido a fines de los ochenta o en los primeros años
de los noventa) pero el asunto es que CIUDAD en conjunto con el HIC y la GTZ,
organizaron un encuentro latinoamericano de experiencias en vivienda popular y
gestión social de hábitat. Jorge había trabajado con Enrique Ortiz en las
acciones desarrolladas por el INFONAVIT luego del terremoto de México de 1985,
así que fue uno de los expositores invitados.
Pronto se
corrió la voz de que Escandón iba a regresar a Quito.
Los
participantes extranjeros en ese evento se iban a alojar en el Hotel
Chalet-Suisse y varias semanas antes del seminario, las recepcionistas del
hotel comenzaron a recibir llamadas de
los numerosos amigos, parientes, amigos, allegados y cognados de Jorge que
preguntaban de forma amable:
- “Buenos
días, disculpe, ¿habrá llegado el señor Escandón que debe estar alojado en ese
hotel?”, o
- “Buenas
noches señorita, ¿podría hablar con el arquitecto Escandón que tiene reservación
en su hotel?”, o
- “Muy
buenas tardes, soy amigo de Jorge Escandón, que viene para un seminario sobre
vivienda… ¿podría informarme si ya habrá llegado?”...
Igual cosa acontecía en la
recepción del hotel, el personal de turno recibía sin descanso las visitas de
una cantidad de personas de todo tipo, género, edad, color, condición y estatura
que preguntaban por Jorge Escandón.
Las llamadas y las visitas al hotel
se repetían de forma incesante. Todo el mundo quería saber si Escandón ya
estaba en Quito. Todo el mundo dejaba tarjetas y números telefónicos.
Hernán Valencia, su esposa Marianita
(sobrina de Emma) y sus hijas Tania y Varinia se turnaban para llamar o pasaban
por el hotel para preguntar si Jorge se habría registrado.
Beto Noboa, Sergio Lemarie, Fausto
Andrade, Fausto Moreno, Alfonso Ortiz, Enrique Romero y algún otro colega que
fueron compañeros de Escandón en la famosa tesis “Planificación urbana y
preservación del patrimonio edificado de Zaruma”, también llamaban
insistentemente al hotel para informarse si el arquitecto Escandón ya habría
llegado.
Fernando y Memé Carrión, Marquito
Herrera y su esposa Margarita, Jaime Idrovo, Marco Jaramillo, Rubén Moreira,
Mario Solís, Gonzalo Bustamante, Alberto Viteri, Chalo Estupiñán, Guido Díaz, Carlos
Arcos… llamaban también a cada rato.
En el hotel todos los empleados
estaban medio batidos el coco por las insistentes llamadas y el desfile de innumerables
visitantes que solicitaban información y dejaban recados para el “señor
Escandón”.
Hasta que un día por fin vieron luz
al final del túnel. A las 10 o 10h30 de la mañana ingresó al hotel un personaje
de pelo ensortijado, un colmillo de jaguar engarzado en una cadena que portaba
alrededor del cuello y una pequeña barba -tipo candado- cubriéndole el mentón.
Saludó atentamente con acento
pastuso al muchacho de la recepción y se presentó:
- “Muy
buenos días, mi nombre es Escandón…”, añadiendo enseguida:
- “¿tendrá usted una reservación a mi nombre?…”
- “¿tendrá usted una reservación a mi nombre?…”
El joven recepcionista exclamó a
viva voz, entre contento y aliviado:
- “¡Señor
Escandón!..., ¡por fin!...”, añadiendo luego con voz más compuesta y atildada:
- “Bienvenido al Hotel”…
Le informó que
en efecto, había una reservación a su nombre pero que en ese instante el
huésped precedente no había realizado aún el “check-out”… mencionándole que,
cuando eso aconteciera, la camarera debería realizar la limpieza y arreglo de
la habitación y que eso tomaría más o menos, una hora o algo más.
Escandón -todo
él amable- le respondió que eso no era problema pero le pedía verificar si
podría dejar encargado su equipaje y unos paquetes con libros, en algún lugar
seguro pues tenía que salir de inmediato para asistir al seminario.
Luego se le
ocurrió preguntar si no le podrían facilitar otra habitación para ducharse y
rasurarse antes de ir al seminario pues como había viajado toda la noche estaba
realmente molido.
El chico de la
recepción le estaba explicando que desgraciadamente eso no era factible, cuando
se abrieron las puertas del ascensor e hizo su ingreso al lobby nuestro común
amigo Gustavo Riofrío, colega peruano que también iba a participar en el
Seminario.
Apenas vio a
Jorge en la recepción abrió los brazos y exclamó de forma estridente:
- “¡¡¡
Escandón !!!”
Cuando
finalizó un largo y palmeado abrazo. Explicó que estaba atrasado y que debía
salir corriendo para el lugar donde se desarrollaba el evento.
Escandón
alcanzó a preguntarle si podía dejar sus pertenecías y si se podía duchar en su
habitación…
Gustavo
respondió desde la puerta del hotel:
- “¡Por
supuesto hermano!”, y dirigiéndose al muchacho de la recepción, exclamó desde
la puerta del taxi:
- “¡Préstale
la llave de mi habitación!, estoy en la 305”…
Escandón
recibió la llave, tomo el ascensor, llegó a la habitación de Gustavo, desempacó
su maleta, dejó los libros junto a la televisión se dio un buen duchazo, se
afeitó, se secó con la toalla de Gustavo y se acostó un rato en la cama para
echarse una siesta reconfortante, antes de salir para el seminario…
Los amigotes
le molestaban luego, afirmando que de seguro se había limpiado los dientes con
el cepillo de Gustavo y que se había acostado en su cama, desnudo y sin
secarse, para “echarse una pestaña”… pero eso no nos consta… así que dejamos
esa información consignada en estos párrafos como una posibilidad no
verificada…
El asunto es
que Escandón llegó al seminario a la hora del almuerzo y de inmediato recibió
la bienvenida de todos los participantes -de los que le conocían y de quienes le
veían por primera vez- pues todos estaban enterados en el hotel de la llegada
del “señor Escandón”… y ya era más popular y conocido que el agua de Güitig.
Participó del
evento en la tarde y al llegar al hotel en la noche, recibió la llave de su
habitación…, antes de dirigirse hacia ella, le pidió a Gustavo que le dejara
sacar la maleta y los libros de la suya.
Subieron
juntos y ¡oh sorpresa!: del cuarto de Gustavo habían desaparecido todas las
pertenencias de Escandón. Buscaron bajo la cama, en el ropero, detrás del
mueble de la tele, en el baño… ¡nada!... No había ni trazas de la maleta ni de
los paquetes de libros…
Supusieron que
los empleados del hotel podían haber llevado todas las cosas a la habitación de
Jorge, así que fueron para allá, y… ¡no encontraron nada…!
Cuando
comenzaron a atar cabos, verificaron con terror que Gustavo no estaba en la habitación
305 sino en la 306.
¡¡Jorge se
había duchado y había dejado sus cosas en el cuarto de otro huésped!!
Y si el resto
de las hipótesis resultaban ciertas: ¡se había limpiado los dientes con el
cepillo de un desconocido y había dormido mojado y empelotado en la cama de ese
prójimo…”!
Fueron de
inmediato a la 305 y golpearon la puerta… les abrió un alemán viejo, alto y desgarbado…
descalzo, en pijamas y medio dormido…
Supongo que
algo preguntó en su lengua… pues Gustavo
le respondió enérgico y a viva voz:
- “¡Guten
tag!”…, añadiendo luego: (en español, supongo)
- “Venimos
por los libros”…
A continuación se abalanzaron sobre las
pertenecías de Escandón -maleta y libros- y salieron tal como habían entrado;
como una exhalación.
Es totalmente cierto, excepto en un detalle. El Escandón no desempacó ni dejó sus cosas en mi supuesta habitación. Usó todo lo del alemán (incluso cepillo de dientes), pensando que era mio y dejó en la mesita el libro que le habían encargado que me trajera desde México. Como no encontré el libro se lo pregunté y allí vimos en la que nos habíamos metido. Tocamos la puerta para pedirle al alemán alelado que me entregara el libro que habñian depositado en la mesita del cuarto... Abrazo a los dos.
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