El tema del seminario fue:”Experiencias de financiamiento de operaciones habitacionales -en los países desarrollados y en vías de desarrollo- y cómo esas experiencias pueden aportar a políticas para conseguir una vivienda adecuada para todos”.
HÁBITAT me invitó a este seminario y ofrecí preparar una ponencia sobre el Programa “Paso a Paso” que CIUDAD estaba impulsando y comenzaba a mostrarse como una experiencia exitosa.
En realidad las lecciones aprendidas de esa experiencia, que han sido muchas y muy positivas, serían mucho más fácil estructurarlas hoy -luego de diez años de acción- pero ya en esa época despertaba interés y daba mucho que hablar.
Desembarqué en Estocolmo y tomé de inmediato un tren para Gävle.
Esta pequeña ciudad se encuentra situada cerca del mar Báltico junto a la desembocadura del río Dalälven, es la capital del condado de Gäyleborg y tiene una población cercana a los noventa mil habitantes de los cuales, más de doce mil son estudiantes de la conocida “Universidad de Gävle” que recibe a numerosos estudiantes suecos y extranjeros de muchas proveniencias.
Gävle fue por mucho tiempo un pueblo pequeño con viviendas y edificaciones de madera, incluso con casas flotantes a la orilla del río. Por el tipo de materiales usados en sus construcciones, sufrió tres grandes incendios a lo largo de su historia. El último y mayor incendio tuvo lugar en 1869 y casi toda la ciudad fue arrasada por el fuego; sin embargo, su museo y biblioteca lograron salvarse y constituyen ahora parte de los atractivos del centro histórico, el barrio llamado Gamla Gefle (Gefle viejo).
Para detener la propagación de posibles incendios en el futuro, el pueblo adoptó un trazado urbano con calles rectas y anchas, grandes explanadas, generosas áreas verdes y bloques de edificios construidos con piedra y ladrillo.
Por todas estas circunstancias el seminario al que fui invitado se desarrolló precisamente en Gävle pues esa ciudad en un muy buen ejemplo de la llamada “tercera vía sueca” para enfrentar el problema habitacional: las “cooperativas de vivienda en alquiler” que los suecos llaman "arrendamiento-propiedad". Esta alternativa es una opción intermedia, entre las tradicionales formas de tenencia de la vivienda: el alquiler y la propiedad individual.
En las “cooperativas de vivienda en alquiler” los edificios son propiedad de sus asociados pero éstos no pueden "comprar o vender" sus departamentos; disfrutan del derecho a alojarse “en arrendamiento” en su vivienda.
Cualquier ciudadano puede inscribirse en una cooperativa con una pequeña cuota de entrada y el pago de una cuota mensual libre que se va acumulando en su "cuenta-vivienda” en la cooperativa. El monto de ahorro acumulado, le sirve como "puntuación" para tener prioridad en el acceso y elección de una vivienda. Esos aportes de los asociados permiten que las cooperativas puedan financiar, en parte, la construcción de las edificaciones de vivienda. Una vez adjudicada la vivienda, el cooperativista tiene derecho a permanecer allí el tiempo que desee –a condición de pagar cumplidamente su alquiler-. Además tiene derecho a participar en la gestión de la cooperativa.
En Suecia, con este sistema, casi cualquier persona puede optar por una vivienda en alquiler a un precio razonable. La “participación en la cooperativa” se puede vender o heredar y cuando el inquilino ya no necesita la vivienda, porque requiere una más amplia o en otra ubicación, puede recuperar el valor de su “participación en la cooperativa” -a valor real actualizado- con los rendimientos que ha generado la explotación de la cooperativa.
Estas "cuentas vivienda" que custodia la Cooperativa son una garantía para que todos sus miembros puedan llegara disponer de una vivienda y para evitar morosidad y mal uso o deterioro de las viviendas. Como las gestoras de cooperativas están agrupadas en grandes corporaciones, la movilidad para los inquilinos también está asegurada: pueden pasar de una a otra vivienda de la misma corporación sin grandes problemas.
Este sistema participativo ha sido muy útil para proveer de alojamiento adecuado a toda la población sin comprometer grandes recursos públicos, salvo los requeridos para la habilitación de suelo urbanizado y provisión de servicios básicos.
Fue muy interesante conocer estos detalles en las diversas charlas y visitas que las autoridades suecas de los ministerios de finanzas y de la vivienda habían previsto para difundir esta alternativa entre los participantes en el seminario al que fui invitado.
De nuestra región me acompañaron mi amigo mexicano Gustavo Romero Fernández de FOSOVI que presentó una ponencia sobre las “Experiencias de cofinanciación entre organizaciones no gubernamentales - ONGs, organizaciones comunitarias - CBOs y el gobierno local en la ciudad de México”
y el colega venezolano Jacobo Rubinstein de la Fundación “Vivienda Popular” que hizo una lectura regional referida al tema del “Financiamiento de la vivienda en América Latina”.
Antes de mi viaje a Suecia preparé dos ponencias; una conceptual sobre la problemática de la vivienda y otra, descriptiva e informativa, sobre lo que habíamos comenzando a impulsar en el interesante programa binacional llamado “Paso a Paso” que gracias a un financiamiento de la Unión Europea estábamos ejecutando dos ONGs andinas; DESCO en el Perú y CIUDAD en el Ecuador, merced a un convenio con varias ONGs europeas: Kate de Alemania, IEPALA y ASDE de España.
Sin embargo, al llegar al hotel descubrí con terror que los tomacorrientes suecos no coincidían con el enchufe de mi máquina.
En la actualidad los enchufes así como los tomacorrientes de pared se han estandarizado en la mayoría de los países europeos, sin embargo el Reino Unido mantiene un tipo de enchufe y tomacorriente diferente al resto de países de Europa.
También hay problemas de estandarización en algunos países del Este, aunque son menores.
En la mayoría de los países de América Latina al igual que en los estados Unidos es frecuente el uso de los enchufes de dos patas planas
En los últimos años, desde que se extendió en la región el uso de equipos electrónicos, se han hecho comunes también los enchufes con una pata adicional que sirve para la conexión a tierra. En Europa acontece lo propio pero las patas de estos adminículos son casi siempre de sección redonda.
En 2001 los enchufes y tomacorrientes variaban de un país a otro. Había de dos patas planas, de dos patas redondas, de tres patas planas, de tres redondas... en fin, un verdadero muestrario... En Suecia era común el uso de enchufes de tres patas -muy diferentes a los nuestros-, parecidos -aunque tampoco iguales- a los ingleses.
No tuve pues ninguna posibilidad de conectar mi computadora al tomacorriente en el hotel.
Cuando vi que la batería estaba a punto de agotarse, guardé la información y salí en busca de algún almacén de insumos de electricidad para tratar de conseguir un adaptador. ¡Misión imposible!
Recorrí varios supermercados, ferreterías y tiendas de artefactos eléctricos en el centro de Gävle tratando de encontrar el bendito adaptador y no fue posible conseguir nada que se le pareciera.
Por más que explicaba a todos los vendedores el problema del enchufe de dos patas planas de mi computador y la necesidad de conectarlo al tomacorriente de la pared por medio de un simple adaptador, no conseguí ayuda alguna.
Al principio pensé que podía ser un problema de idioma, así que regresé al hotel y volví con el cargador y todos los cables del dichoso aparato, pero tampoco eso fue de gran ayuda. En Suecia no existen los “adaptadores”
Surgió entonces ese foquito que se prende sobre la cabeza cuando comienza a desenrollarse de su letargo la “viveza criolla”.
Regresé a una de las ferreterías que ya había visitado anteriormente y, esta vez, sin preguntar nada a ningún dependiente, fui llenando un canasto con todo lo que iba a necesitar para solucionar mi problema: dos metros de "alambre gemelo”, un enchufe sueco de tres patas, un rollo de cinta aislante (de “taipe” como se diría por acá), una pequeña navaja y un destornillador.
Llegué a la caja con una sonrisa de oreja a oreja. La “viveza criolla” iba a triunfar sobre las “insuficiencias del mercado de insumos eléctricos” en ese “subdesarrollado país del primer mundo”, que ni siquiera había escuchado hablar de los adaptadores.
La cajera comenzó a pasar mis adquisiciones por el lector de códigos de barras, la máquina sacó la cuenta y ella me dijo muy amablemente: - “son tantas coronas” (el equivalente de unos veinte dólares)…
Cuando iba a pagar se acercó un supervisor y me preguntó de sopetón: - “¿Qué va usted a hacer con todas estas cosas?”…
Muy orgulloso de la solución que mi “viveza criolla” había encontrado para el problema de los enchufes no estandarizados y la inexistencia de objetos tan sencillos como los adaptadores en esos confines del mundo… le explique que iba a fabricarme un “enchufe sueco”, “entorchando” los alambres de mi "cable gemelo” a las patitas del enchufe de mi computador y que “por supuesto” usaría el “taipe” para forrar ese "invento” evitando el riesgo de un eventual cortocircuito.
El hombre abrió la boca y los ojos desmesuradamente y tomando la bolsa con mis “compras” me pidió que le acompañe para hablar con el ingeniero encargado de la “asesoría técnica al cliente”.
Seguí al dependiente hasta el segundo piso y me presenté ante un sueco de dos metros y de unos cincuenta años a quién también repetí con detalle, mi problema y la solución que había encontrado… (gracias a mi agudo ingenio, pensé…).
Este segundo personaje también quedó boquiabierto mientras me miraba con una admiración digna de mejor causa…
Luego de unos minutos atinó a preguntarme: -¿es usted ingeniero eléctrico, o electricista?”.
Ante mi respuesta negativa. El hombre me consultó si en mi país trabajaba en una empresa de electricidad o de instalaciones eléctricas.
Le respondí que no era así. Le expliqué que se me había ocurrido esa solución al no haber podido encontrar un adaptador en todas las ferreterías y tiendas de insumos de electricidad que había visitado.
Con mucha calma el hombre me explicó que lo que me proponía hacer no sólo era “sumamente peligroso” sino “absolutamente ilegal” pues transgredía diversas ordenanzas, varias regulaciones de seguridad, el código de prevención de incendios y, no sé cuantas, normas para el uso de artefactos eléctricos. Me dijo que por ser un turista no iba a denunciarme a las autoridades… pero que no me podía vender todo lo que estaba tratando de comprar, en salvaguarda de la seguridad ciudadana.
Puso un sello y una firma en el vale de caja y me pidió que le pida a la cajera la devolución de mi dinero.
No le discutí pero traté de pedir su consejo para que me ayudase a encontrar una solución al lío del enchufe americano en esas tierras nórdicas.
Abrí la maleta de la computadora y le mostré los cables, el cargador y el ya famoso enchufe americano de dos patas.
Me miró un buen rato con cierta compasión y me preguntó si había ido a los almacenes de venta de computadores. Le dije que si había visitado dos o tres en busca de un adaptador pero que no tenían tal objeto…
Me dijo que por supuesto allí no conseguiría algo así, pero que en todas esas tiendas vendían el sistema completo (enchufe -sueco- de tres patas, cable, transformador/cargador y cable de conexión al computador)… Esta vez fui yo quien le quedó mirando con cara de bobo… la “viveza criolla” se replegó con el rabo entre las piernas y sólo atiné a preguntar: - y… ¿ese sistema no será muy caro?....
El tipo me contestó que seguramente no era caro, me preguntó la marca de la computadora y me dio la dirección de dos tiendas cercanas donde distribuían equipos de computación.
Fui caminando hasta la más próxima. Enseñe mi máquina y pregunté si tenían a la venta los cables. Me respondieron que si.
El transformador/cargador y los cables venían en una presentación de fábrica de plástico transparente, sobre un cartón con la marca de mi equipo, la información técnica y las instrucciones de utilización.
El vendedor verificó que el conector de entrada a la computadora era la misma que la de mi equipo y una vez comprobado ese pequeño detalle, me acompaño a la caja.
Pagué por todo cinco veces menos que lo que iba a pagar por la canasta llena de insumos de “viveza criolla” que no pude comprar en la otra tienda.
El transformador/cargador y los cables venían en una presentación de fábrica de plástico transparente, sobre un cartón con la marca de mi equipo, la información técnica y las instrucciones de utilización.
El vendedor verificó que el conector de entrada a la computadora era la misma que la de mi equipo y una vez comprobado ese pequeño detalle, me acompaño a la caja.
Pagué por todo cinco veces menos que lo que iba a pagar por la canasta llena de insumos de “viveza criolla” que no pude comprar en la otra tienda.
Armado con mis “insumos de marca” (que incluía el enchufe sueco de tres patas), llegué al hotel y pude acabar en mi computador la presentación en Power Point para mi charla del día siguiente.
Ese computador cayó en desuso al poco tiempo… pero en CIUDAD tenemos todavía el transformador y los cables suecos… los guardamos pensando que en algún momento, yo mismo o alguno de nosotros, podía regresar a Suecia y… tal vez… podrían ser de utilidad. Ahora me he enterado que en ese país los enchufes se han estandarizado con los redondos muy usados en otros países europeos y esa precaución fue absolutamente innecesaria. (Otro golpe bajo a la “viveza criolla”…).
Al igual que Eduardo Galeano que escribió un delicioso artículo sobre este asunto, yo también soy de una generación en la que nada se botaba, todo se reparaba y tratábamos de ser inventivos para solucionar los problemas. En la actualidad hasta los helados y chupetes traen instrucciones para su uso, todo es desechable y cualquier aparato nuevo vale menos que los repuestos necesarios para repararlo. ¿Será que vivimos los últimos días de la “viveza criolla” que tantas veces nos sacó de apuros?