
El viaje en este vehículo fue una experiencia deliciosas, inolvidable para grandes y chicas.
En territorio francés hicimos varias paradas para visitar a queridos amigos.
La primera estación fue en Marigny-Laillé donde estuvimos con Etienne Henry, su esposa Paca, sus hijos Celia y Manuel y coincidimos con Andrea y Carolina, hijas de Diego Carrión, que hacían un tour europeo en aquel año. Pasamos una tarde maravillosa en compañía de todos ellos.
Luego fuimos a Luigné, un pequeño poblado en la región de Anjou para visitar a nuestros amigos Jean Pierre y Evelyne Guillon y sus hijas Chloe y Albane que eran compañeras de clase y muy amigas de nuestras hijas.
Nuestro plan de recorrido incluía una rápida visita al país vasco francés y luego al país vasco español, para conocer los pequeños puertos y la serie de hermosos pueblos de esa zona. Pasamos por “Biarritz” y “Saint-Jean de Luz” y entramos a España por “Ondarroa” y “Lequeitio”.
Del país vasco español enfilamos hacia Castilla y León. Recorrimos una zona de pueblos casi fantasmas, sin niños y sin jóvenes, con casas muy pobres de piedra con mortero de tierra y techos de teja.
En esa zona visitamos el antiguo monasterio de Santo Domingo de Silos y un pequeño pueblo llamado Covarrubias. Parece ser que el primer Vásconez, llegó al actual territorio ecuatoriano en el siglo XVII provenía de ese pequeño poblado en la provincia de Burgos.
De la región de Burgos fuimos al sur, hacia Toledo, capital de la provincia del mismo nombre, conocida como la ciudad de las tres culturas, por haber estado poblada durante siglos por cristianos, judíos y árabes. Se la conoce también como "Ciudad Imperial", por haber sido la sede principal de la corte de Carlos I.
La ciudad está situada en la margen derecha del Tajo, en una colina que domina una curva del río conocida como el “Torno del Tajo”. La ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987 y fue el lugar de residencia del célebre pintor “Domenico Theotocopoulos” conocido como “El Greco” quien a los 36 años se estableció en Toledo, donde trabajó el resto de su vida.


Ya he relatado que así conocí a Claude y Christine Finel; al regreso de Toledo coincidimos en el bus con esta pareja de alsacianos. Les invité a tomar una cerveza y pudimos conversar de todo un poco. Al despedirnos esa noche intercambiamos direcciones y números de teléfono y nos comprometimos a tratar de visitarnos en la primera ocasión que fuese posible, ellos a nosotros en Ecuador y nosotros a ellos en Alsacia, propósito que pudimos cumplir dos años más tarde, en 1991.
De Toledo nos trasladamos a Segovia, capital de la provincia homónima situada en la confluencia de los ríos Eresma y Clamores al pie de la sierra de Guadarrama.

De Segovia partimos para visitar Salamanca. Esta hermosa ciudad, capital de la provincia del mismo nombre; tiene una población de 150.000 habitantes y está situada junto al río Tormes. En 1988, también fue declarada Patrimonio de la humanidad por la UNESCO.


Con mis hijas reímos mucho buscando en la fachada de la Universidad la rana tallada sobre una de muchas calaveras que la decoran.



La muralla de Ávila se inició en el año 1090 encierra un espacio urbano de 31 hectáreas al que se accede por nueve imponentes puertas. Tiene un perímetro de dos mil quinientos metros y está compuesta por 88 torres de planta semicircular; incluye 2.500 almenas. Su espesor medio es de tres metros y su altura promedia es de doce metros.
La ciudad alberga un gran número de iglesias románicas y góticas, de muy buena factura y una variedad de claustros y conventos; fue igualmente, declarada Patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO, en 1985.
Con mis hijas disfrutamos de las conocidas Yemas de Santa Teresa, dulce típico fabricado en diversas pastelerías de la ciudad también conocidas como “Yemas de Ávila”.
Nuestra siguiente escala fue Pamplona. Llegamos a esa ciudad luego de un agotador recorrido con el sol siempre encegueciéndome mientras conducía pues la carretera, en esa época del año, se dirige hacia el poniente y, como estábamos todavía en verano, tuve el sol frente a mis ojos desde las cinco hasta las nueve de la noche.
Pamplona es la capital de Navarra, cuanta con una población cercana a los doscientos mil habitantes y su estructura urbana está atravesada por varios ríos: el Arga, el Elorz y el Sadar, lo que le da un sabor muy especial.
Su patrimonio histórico y monumental, así como diversas celebraciones que tienen lugar a lo largo del año, la convierten en un importante destino turístico nacional e internacional. Destaca la famosa fiesta de los Sanfermines del 6 al 14 de julio con sus célebres corridas. Cuando llegamos estas fiestas apenas habían concluido y todavía se veían saldos de las barreras que se disponen en las calles para canalizar a toros y corredores hacia la plaza y proteger de accidentes involuntarios a los numerosos espectadores.
Al llegar a Pamplona, recordé que allí vivía mi buen amigo César Viteri, con quien fuimos compañeros y amigos en la escuela y el colegio. En 1970 cuando comenzamos los estudios en la Universidad Central, él en la facultad de medicina y yo en arquitectura, el doctor José María Velasco Ibarra que fungía por quinta ocasión como presidente de la república, se declaró dictador como era su costumbre y, entre otros decretos urgentes, emitió uno cerrando “hasta nueva orden” nuestra casa de estudios.
Como consecuencia de ese hecho, algunos compañeros se fueron a recorrer el mundo, otros dejaron los estudios, otros como yo entramos a la Politécnica para “no perder el tiempo” (absurda decisión pero, así éramos, tontamente responsables) y otros como César hicieron maletas para seguir sus estudios fuera de los confines de la patria.
Huelga decir que yo aprobé el pre-politécnico… pero apenas se volvió a abrir la Universidad Central, boté la regla de cálculo y volví al tablero de dibujo. Para mi el asunto era claro, lo mío era la arquitectura y no la ingeniería.
César en cambio, no regresó a “la Central” ni al país. Hizo toda su carrera de medicina en Pamplona en la Universidad de Navarra y luego, su especialidad en neurología en esa reputada casa de estudios. Trabaja desde joven en la Clínica Universitaria dependiente de esa Universidad y hoy es un prestigioso docente e investigador en temas de neurología.
Mientras estudiaba en Navarra, César había venido un par de veces a Quito para visitar la su familia y siempre tuvo la amabilidad de llamarme para encontramos, charlar y ponernos al día en nuestras mutuas experiencias académicas. Sin embargo en los últimos años no nos habíamos visto ni habíamos tenido contacto por carta, desde hacía un buen tiempo.
Cuando llegamos a Pamplona, le dije a mi mujer, voy a llamar a César, nos detuvimos en un café y solicité la guía de teléfonos, no fue difícil dar con su nombre y conseguir el número telefónico de su casa.
Llamé del mismo sitio. Cuando respondió, traté de hacer una entonación española y pregunté si podía hablar con el doctor César Viteri Torres… no nos habíamos visto en al menos ocho años pero él de inmediato me reconoció: -¡Mario!, dijo, y añadió -¿de dónde estás llamando, estás en España? Cuando le respondí que no solo estaba en España, sino en Navarra y posiblemente a pocos minutos de su casa, me insistió en que fuera de inmediato para allá. Le comenté que estábamos en un “camping car” y que bastaría con que pudiésemos vernos y darnos un abrazo, pero que no queríamos molestar.
Me comentó que desgraciadamente Magdalena, su esposa y sus hijos no estaban en casa pues habían viajado para visitar a sus suegros, en cambio él tenía en casa a sus papás que habían venido a pasar unos días con ellos y estaban ya por regresar al Ecuador, la única opción de verlos sería, toparnos esa noche. Le dije que ya íbamos para allá pues sería un gran gusto poder saludar a don César ya doña Alicita a quienes tampoco había visto en muchos años.

Su mamá preparó una deliciosa comida y nos quedamos charlando hasta muy tarde. Luego bajamos a nuestro aposento rodante que habíamos aparcado en el estacionamiento de en frente y nos dispusimos a pasar allí el resto de la noche.
A la mañana siguiente César nos acompañó a conocer algunos lugares de los innumerables atractivos de Pamplona y desgraciadamente, antes del medio día, tuvimos que dejarle pues nos quedaba todavía un buen trayecto hasta la frontera y luego un largo camino hacia Paris, a donde debíamos llegar en dos días para devolver el vehículo sin penalidad alguna.

Saint-Jean-Pied-de-Port es un pueblo por demás pintoresco, su casco antiguo fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Se entra a la ciudad por la puerta de “Saint-Jacques”, abierta en las murallas que datan del siglo XV. Del “Pont Neuf” (Puente Nuevo), se pueden admirar las antiguas casas, con sus balcones de madera, construidas sobre en río Nive.


Fue muy lindo el poder recorrer esas viajas callejas y familiarizarse con esos históricos lugares.
Era imposible hacer nuestro viaje hacia Paris en una sola jornada pues debíamos recorrer más de ochocientos kilómetros atravesando Bordeaux, Niort, Poitiers y Tours; así que decidimos romper el trayecto en dos tramos.

De Bordeaux nos dirigismo hacia el noreste, en dirección de Limoges y aprovechamos para visitar a nuestros amigos Arturo y Martine Nafarrate. Su hija Alexandra había sino muy amiga de Manuela cuando vivieron en Quito y queríamos conocer a su segunda hija, Olivia, que nació cuando Martine trabajaba en el liceo francés de Bogotá.
Estos queridos amigos nos recibieron con afecto y nos hicieron conocer la ciudad de Limoges y varios pueblos de los alrededores. La pena fue que no pudimos quedarnos con ellos mucho tiempo por la premura en la entrega del vehículo.
Salimos al día siguiente a media mañana y llegamos a la casa de mi cuñado Michel; él estaba todavía casado con su primera esposa Anne Marie y vivían en la región de Mennecy, no lejos de Fontainebleau. Allí hicimos una limpieza general del “camping car”, por dentro y por fuera y Michel nos acompañó a devolverlo al final de la tarde como habíamos acordado en el contrato.
Este viaje fue fantástico para todos nosotros. Siempre pensamos en repetirlo en algún otro lado del mundo, pero nunca se presentó la oportunidad. Como lecciones aprendidas, nos quedó claro que seleccionamos un vehículo demasiado grande, que resultaba lento en las vías rápidas, y difícil de operar en las pequeñas calles de las ciudades y pueblitos históricos.
De otro lado, tampoco fue realmente necesario todo su equipamiento interior (cocineta, refrigeradora, baño) pues la mayoría de los sitios de camping brindan una serie de facilidades: acometida eléctrica y de agua para cada vehículo e instalaciones sanitarias (lavabos, excusados y duchas provistas con agua caliente).
En muchos de estos sitios se dispone de pequeños micro-mercados, lavadoras y secadoras para la ropa, así que quienes se lanzan a una aventura turística en casa rodante, tienen todas las facilidades para disfrutar de esa opción, con todo confort y sin pasar ningún tipo de penurias.
De todas formas… como dice el dicho, “lo comido, lo bebido y lo bailado nadie nos podrá quitar”; ese viaje fue una maravillosa experiencia para toda la familia.
Gracias por compartir esta muy interesante experiencia y hacernos conocer en pocos minutos todas esas localidades españolas y francesas. Saludos
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