Como ya he relatado en 2004 estuve en Barcelona para participar en el “Foro Universal de las Culturas” que se desarrolló en esa ciudad entre mayo y septiembre de ese año.
Las temáticas centrales del Foro fueron “la cultura de paz”, “el desarrollo sostenible” y “la diversidad cultural”. Un conjunto de conferencias llamadas "Diálogos" fueron el atractivo central del Foro; más de setenta mil personas participaron en esos debates sobre temas de actualidad e interés, junto a numerosas personalidades y expertos de todo el mundo.
Yo fui invitado como ponente a los diálogos que se estructuraron sobre el tema “El agua: vida y seguridad”. Mi ponencia versó sobre “una visión integral para una nueva gestión del agua”.
El Foro se desarrolló en un recinto especialmente construido y adecuado para este macro evento mundial en la desembocadura del río Besós. En ese espacio se organizaron un sinnúmero de exposiciones, espectáculos, conferencias y otras numerosas y variadas actividades artísticas, de comunicación y creatividad. El complejo incluye también un puerto deportivo y dos grandes parques que integran varios auditorios al aire libre.
Ese enorme recinto está conformado por dos grandes edificaciones el “Edificio del Foro” y el “Centro de Convenciones Internacional” y varios espacios menores.
Luego de los edificios se extiende una gran plaza que cubre una planta depuradora de aguas servidas y a continuación, se encuentra un enorme graderío para espectáculos, cubierta por un sistema de paneles solares que proveen fluido eléctrico a todo el complejo. Luego del Foro todas esas instalaciones han quedado como parte del patrimonio cultural y recreativo de la ciudad.
Luego de los edificios se extiende una gran plaza que cubre una planta depuradora de aguas servidas y a continuación, se encuentra un enorme graderío para espectáculos, cubierta por un sistema de paneles solares que proveen fluido eléctrico a todo el complejo. Luego del Foro todas esas instalaciones han quedado como parte del patrimonio cultural y recreativo de la ciudad.
Una tarde en la que las conferencias a las que estaba asistiendo estaban particularmente aburridas, salí a dar una vuelta con mi amigo Gustavo Riofrío. Ya de regreso, de improviso me vi frente a grupo de personas que apresuraban el paso hacia una de las salas. Entre ellas alcancé a reconocer al escritor portugués José Saramago, sin pensarlo dos veces me junté al grupo y entré con ellos a la sala. Casi de inmediato se cerraron las puertas y la mayoría de seguidores se quedó a fuera.
Ya sentado en uno de los pocos asientos libres, me enteré que me había colado en el “diálogo” titulado “El escritor como referente moral de la sociedad”, en el que Saramago iba a debatir sobre ese tema con el escritor español Arturo Pérez-Reverte y dos otros autores, un mexicano y otro español cuyos nombres he olvidado.
José Saramago desmitificó la figura del autor como “referente moral de la sociedad…” Me encantó cuando dijo "el escritor es sólo un pobre diablo que trabaja"... muchas veces, dijo: -“la gente piensa que los escritores no trabajan, que las palabras les salen solas y son fruto de la inspiración”. Reivindicó que la escritura es el “resultado de una dura elaboración racional, en la que se debe calibrar y medir cada palabra”.
Admitió que, para algunos de sus lectores, él podría -sin saberlo ni desearlo- ser considerado “un referente” pero eso sólo significa que "coincidimos en ciertas preocupaciones, ideas o críticas a la sociedad”. Eso significa sólo que "tenemos una comunión de ideas y de principios" pero de ninguna manera puede entenderse como que, voluntariamente, un escritor aspire a ser un referente ético, moral, ni siquiera literario, de ninguna persona.
Saramago reconoció que él “ha tenido referentes”, pero eso es algo íntimo, privado, de cada quien. "Yo no soy referente moral de ninguna sociedad, yo no soy referente moral ni en mi propia casa", concluyó.
Aplaudimos a rabiar luego de su sincera y fresca exposición y pudimos luego deleitarnos con las palabras de Arturo Pérez-Reverte.
Pérez-Reverte coincidió con Saramago en rechazar el calificativo de “referente moral”.
Con gran sentido del humor y con tono irreverente, aseguró que no pretende ser "referente moral de nadie". Ustedes pueden imaginarme frente al espejo al despertarme en las mañanas, diciéndome a mi mismo, antes de afeitarme o de lavarme los dientes: -“Hoy voy a ser un referente moral de estas personas…, imposible”.
Pérez Reverte se desmarcó también de la figura de escritor comprometido, muchas veces dijo: -“los autores se ven obligados a dar demasiadas explicaciones sobre el porqué de sus obras”, ello debe llevarnos “a sospechar sobre su verdadera capacidad literaria”. A menudo “el presunto compromiso sirve para ocultar la carencia de talento”.
En literatura, concluyó “las únicas reglas son el sujeto, el verbo y el predicado", por ello, dijo “hay perfectos hijos de puta, que son extraordinarios escritores”.
También aplaudimos a rabiar.
Debo reconocer que hasta ese día, yo no había leído nada de Pérez-Reverte y me sentí un bruto de siete suelas por ese motivo, así que apenas concluido el debate, salí corriendo en busca de una librería y me compré el primer libro de este autor, que se cruzó ante mis ojos. Comencé a leerlo sentado en una banca de un parque, no lejos de mi hotel y en la noche ya me había devorado más de la mitad. Se trataba de “La piel del tambor”.
Luego he leído casi toda la extensa producción de Pérez-Reverte. Mal que le pese... se ha convertido en un referente -no sé, si moral o inmoral- de este ciudadano del otro lado del mundo.
Al día siguiente...
Como ya lo dije en mi anterior relato, "todo era posible en medio de ese gigantesco evento universal de las culturas, en el que se podían suceder improvisados encuentros -casi mágicos- en medio del gotear continuo y despreocupado del tiempo".
...iba a atravesar la avenida para ingresar al Edificio del Foro, cuando, del otro lado, alcancé a divisar nada menos que a mi hermano Jaime. Yo no sabía que él también había sido invitado a participar en el Foro y no teníamos, ninguno de los dos, la menor idea de que uno y otro estábamos en Barcelona al mismo tiempo.
Cuando éramos muchachos usábamos un silbido especial para ubicarnos en medio de las multitudes, en el patio del recreo del colegio o cuando asistíamos a algún partido de futbol o de básquet o cuando derrocábamos gobiernos en los años universitarios.
Usando la lengua doblada hacia la comisura derecha de mis labios emití el silbido con la máxima intensidad y el tono más alto y agudo posible. El milagro fue inmediato. Mi hermano identificó ese estridente llamado en medio de la multitud y el tránsito de Barcelona, se detuvo, regresó a ver hacia atrás y me vio en el otro lado de la abarrotada avenida haciéndole señas con las manos.
Sonrió levemente, como si ese tipo de casualidades y de encuentros fuesen pan de todos los días y volvió a cruzar la calle desandando el camino. Yo crucé la calle en sentido contrario y nos dimos un abrazo en el parterre central de la avenida.
Volvimos a desandar el recorrido entero y fuimos en busca de un café donde poder relatarnos las andanzas de esos días. Con la información ya al día, en cuanto a las generalidades: - cuándo habíamos llegado, - a qué diálogos habíamos sido invitados y - hasta cuándo nos quedábamos en Barcelona; topamos algunos puntos más específicos: le conté por supuesto de los mucho que me había gustado el diálogo sobre el escritor como “referente moral de la sociedad…”.
Le comenté sobre lo expresado por Saramago y cuánto también me había agradado Pérez-Reverte. Le conté que ya estaba casi acabando la novela comprada la tarde anterior y le ofrecí que iba a prestarle apenas concluyera la lectura.
Le comenté sobre lo expresado por Saramago y cuánto también me había agradado Pérez-Reverte. Le conté que ya estaba casi acabando la novela comprada la tarde anterior y le ofrecí que iba a prestarle apenas concluyera la lectura.
Mi hermano, reservado y de pocas palabras como es. No dijo nada, se inclinó hacia su maletín y busco algo, saco un libro y me dijo que él también estaba leyendo un libro que -de seguro me iba encantar-, me comentó que lo compró en el aeropuerto de Bogotá camino a Barcelona y que se lo había leído, casi por completo, esa noche en el avión.
Me ofreció que me lo iba a prestar apenas lo terminase de leer. Me lo entregó para poder hojearlo. Se trataba de “La Reina del Sur” de Arturo Pérez-Reverte.
Me ofreció que me lo iba a prestar apenas lo terminase de leer. Me lo entregó para poder hojearlo. Se trataba de “La Reina del Sur” de Arturo Pérez-Reverte.
No me dirán que no es verdad que “todo podía suceder en ese macro evento universal de las culturas”, no sólo encuentros inesperados, sino también ese tipo de cosas “casi mágicas”.
Mi hermano también se volvió fanático de Pérez-Reverte quién, mal que le pese, es ahora un referente (no se, si moral o inmoral) ya no de uno, sino de dos sujetos, en este otro lado del mundo.
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