Como ya he relatado asistí en 1996 a la “III Conferencia Mundial sobre Transporte Urbano en los Países en Desarrollo” que tuvo lugar en El Cairo. Allí conocí a dos amigas argelinas, Rabea Boukris y Halima Saharaoui.
Con mis amigos Ettiene Henry, francés y Oscar Figueroa, chileno residente en Francia, habíamos decidido que luego de la Conferencia, permaneceríamos unos días en Egipto para conocer sus maravillosos atractivos culturales y turísticos. En una conversación con Rabea y Halima me dijeron que ellas tenían la misma intención y que nosotros podríamos aprovechar un descuento especial que tenían los paquetes turísticos para los visitantes que venían a Egipto desde los países del Magreb. Amablemente me propusieron que ellas con su pasaporte argelino podrían comprar también para nosotros un paquete que habían identificado y que incluía viaje en tren de El Cairo a Luxor, visitas guiadas a los Valles de los Reyes y de las Reinas, en Luxor mismo, en Karnak, en la represa de Aswan, en la zona de los Colosos de Memnón y claro, reservación de hotel, tres comidas al día, transporte local, travesía en barco, paseos en felucca, propinas, en fin… todo completo y a muy bajo precio.
Muy contento con esta propuesta informé de sus detalles a Ettiene, a Oscar y a un colega del IRT, cuyo nombre no recuerdo, que había decidido sumarse al viaje. Todo coincidía con lo que nosotros habíamos planificado y previsto. Sin embargo mis amigos se enfrascaron en una discusión interminable sobre si lo adecuado era embarcarse en un Tour organizado o tener la libertad de hacer todas esas visitas por cuanta propia y con libertad de acción y movimiento.
A pesar de todos mis argumentos no pude convencerlos de que éramos extranjeros, que no hablábamos el idioma, que si pagábamos todo por separado, transporte, entradas, comidas, etc., era evidente que el viaje nos iba a salir más caro, sin contar con que, en los lugares turísticos, muchas veces los precios son más altos para los foráneos. Nada que hacer. Como habían sido mochileros en Europa y en Sudamérica, se creían expertos en estas lides y para ellos era absurdo pagar un Tour organizado, eso era atentatorio contra todos sus principios. No hubo fuerza humana que les hiciera desistir, así que decidimos partir el grupo, yo iba a tomar el Tour con las amigas argelinas y ellos emprenderían el viaje por sus propios medios.
Desde el primer día se evidenció que tomaron la decisión equivocada. Al dejar el hotel de El Cairo para dirigirnos a la estación de ferrocarril, a Rabea, Halima y a mí nos esperaba un amable guía que se encargó de nuestras maletas antes de embarcarnos en su auto; al llegar a la estación hizo lo propio y luego de conducirnos por los laberintos de la estación nos dejó instalados en un cómodo compartimento del tren.
Ettiene, Oscar y el otro acompañante, tuvieron que sufrir para encontrar un taxi, cargar ellos mismo las mochilas, buscar desesperadamente en medio de la caótica y bulliciosa estación dónde comprar los pasajes y tratar de alguna forma, de llegar a la plataforma de la que salía el tren hacia Luxor.
Casi pierden el tren y cuando por fin, sudorosos y estresados, pudieron llegar a sus asientos descubrieron que estaban en un vagón de segunda, sin derecho a cama para la larga travesía nocturna.
Al legar a Luxor al día siguiente, la historia se repitió como calcada, a nosotros nos esperaba un guía que nos condujo en auto a un confortable hotel a orillas del Nilo, ellos tuvieron que pelear para encontrar un taxi en medio de la batahola de turistas y locales recién llegados en el tren esa mañana. Buscaron alojamiento en varios sitios, algunos resultaban muy caros, otros ya tenían reservaciones previstas y otros estaban totalmente llenos. Varias horas más tarde, les vimos llegar a nuestro hotel donde por suerte quedaba una habitación libre y la tomaron pagando por ella con alivio, casi el triple de lo que habíamos pagado nosotros. En la noche, para la cena, tuvieron también la sorpresa que debían ordenar platos a la carta y pagarlos como un adicional pues en su tarifa solo se incluía el desayuno. En cambio nosotros éramos siempre atendidos a "cuerpo de rey" y de inmediato, pues nuestros alimentos eran parte de paquete contratado.
En las visitas se repetía la historia, en cada lugar nos esperaba un guía que en perfecto francés nos contaba la historia del sitio y su contexto y hablaba con gran conocimiento de la arquitectura, la religión, la sociedad, la economía, el arte y otros temas en tiempo de los faraones. Nuestros amigos debían conseguir un taxi, no sin antes averiguarnos previamente a dónde íbamos, para poder seguirnos; llegaban luego de un tiempo, transpirando, para realizar el mismo recorrido, allí pagaban entradas a precio de extranjeros y realizaban las visitas sin ningún tipo de explicación.
El colmo se produjo cuando, una noche, nos condujeron en coche tirado por caballos al espectáculo de luz y sonido en el templo de Karnak, tuvimos asientos VIP reservados para nosotros, mientras mis pobres amigos debieron comprar las entradas a precio de oro y casi no llegan a tiempo pues debieron optar por ir hasta el templo caminando, al no haber podido encontrar un taxi a ningún precio. Al buscar su ubicación descubrieron que tenían reservaciones en lugares realmente secundarios, bastante distantes y con poca visibilidad pues dos enormes columnas prácticamente obstruían su campo de visión.
Aparte de esta parte anecdótica que contrasta dos formas de hacer turismo, debo mencionar que todos disfrutamos enormemente de este periplo a tierras del antiguo imperio. Las edificaciones son impactantes al igual que los esfuerzos y los resultados de las obras de preservación y restauración. La escala de los monumentos es inimaginable y claro, observar cómo los antiguos moradores del Nilo, pudieron edificar esas obras, todas ellas construcciones gigantescas, hechas con piedras traídas de distancias inverosímiles, montadas con técnicas admirables aún para nuestra época, talladas y esculpidas con un preciosismo que deja al espectador sin aliento; conduce, todo ello, a un sentimiento de profunda admiración y respeto por una civilización ahora cambiada, no diría venida a menos, pero mutada hacia otra cosa.
Sin embargo al ver los enormes esfuerzos que los campesinos egipcios hacen para mantener la producción en un mínima franja que lucha por mantenerse verde enfrentándose todos los días al inexorable avance del desierto, ver la dura vida en las ciudades donde todo debe cubrirse pues la arena movida constantemente por el viento, lija y cubre todo a su paso, lleva a desarrollar otra forma de respeto también hacia los habitantes del Egipto contemporáneo.
En estas apreciaciones coincidimos todos y lo comentamos con Ettiene y Oscar, cuando una vez terminado el sueño de estas vacaciones, regresamos a Paris, ellos para retomar su trabajo cotidiano y yo para cambiar de avión y atacar el salto del Atlántico, llegar a casa y poder re-descubrir que éste, el nuestro, es un continente bendecido por los dioses.
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