Como he relatado en Diciembre de 1999 viajé con Raymond Jost de Paris a Bretaña, a un lugar donde sus hijas le habían inscrito en una cura de talasoterapia, cerca de “Carnac” para “relajarse y bajar de peso”.
Una vez instalados en este centro de terapia con agua marina, tuvimos la oportunidad y el tiempo suficiente para conversar con calma y detalle de todos los proyectos que estábamos previendo para la participación del SIA en el “Segundo Foro del Agua” que el “Consejo Mundial del Agua” estaba preparando para marzo del año 2000 en La Haya.
En medio de las conversaciones, Raymond telefoneaba a numerosos contactos, personas e instituciones para comprometer su apoyo, invitarles a sumarse a nuestras iniciativas o para realizar todo tipo de consultas. Una de esas llamadas fue a una agencia de cooperación francesa llamada PS-EAU – “Programme Solidarité Eau” (Programa Solidaridad Agua), una red sobre agua y saneamiento en los países del Sur. Raymond debía hablar con su director, nuestro buen amigo Pierre Marie Grondin, pero con quien logramos comunicarnos fue con nuestro común amigo y colega Christophe Le Jallé, también colaborador del PS-EAU.
Cuando Christophe supo que estábamos en Bretaña, casi da un salto de alegría, sus padres vivían no lejos de “Carnac” y nos hizo prometer que iríamos a visitarlos. Así que el segundo día de nuestra estancia en tierras bretonas, luego de que Raymond cumplió todos los rituales de su terapia: baños de inmersión en agua de mar helada, jets de agua salada a presión, masajes con algas y… no sé cuantas otras cosas; en la tarde, luego del almuerzo, enfilamos hacia el pequeño pueblito donde vivían los esposos Le Jallé, Marcel y Thérèse, padres de Christophe.
En el camino le conté a Raymond de los apuros que habíamos pasado en Quito meses atrás debido a la erupción del volcán Guagua Pichincha en el mes de octubre. Le conté del gran hongo de vapor y ceniza que todos los habitante de la ciudad pudimos observar con el fondo de un cielo profundamente azul, en un día soleado, claro y despejado. Le conté de la suerte que tuvimos pues el hongo se elevó a gran altura, no descargó su contenido sobre casas y calles, sino que continuó su camino hacia las selvas orientales llevado por el viento. Le hizo mucha gracia que mientras todavía muchos de los espectadores, conversábamos aún del bello espectáculo y del peligro del que nos habíamos librado…en las calles, docenas de vendedores ambulantes vendían fotos, afiches y pósters del volcán en erupción. Comentamos del ingenio popular que reacciona de inmediato para ganarse unos centavos cuando puede… y le mostré varias fotos que había traído para poder regalar a los amigos.
Llegamos a casa de la familia Le Jalle sin previo aviso. Al principio les cogimos como de sorpresa y se notaba un cierto recelo en la pareja ante la presencia de un gordo de dos metros venido del Canadá y su barbudo amigo sudamericano. Cuando supieron que éramos amigos de su hijo y les dimos detalles de todas las ocasiones en las que habíamos estado con él, en reuniones, viajes, foros y eventos sobre el agua, alrededor de todo el mudo, se tranquilizaron bastante y fuimos ganando su confianza.
La casa, de paredes de piedra clara y techos de pizarra muy inclinados, estaba ubicada cerca de la carretera. Como muchas viviendas de esa región, estaba rodeada casi completamente por grandes macizos de hortensias con flores azules ya algo afectadas por la presencia del invierno, pero todavía muy hermosas. Las hortensias, nos explicó el papá de Christophe, pueden tener también flores blancas o rosadas dependiendo del Ph del suelo. En suelos ácidos como los de Bretaña las flores se hacen azules, en suelos más alcalinos las flores adquieren un color rosado intenso y en suelos neutros las flores son más bien blancas.
Antes de entrar a su casa dimos una vuelta por su pequeña propiedad, Nos enseñó que tenía una buena cantidad de árboles de manzana de una variedad que es usada para fabricar “Calvados”, el famoso licor típico de Normandía que se obtiene por destilación de la sidra.
El Calvados se consume generalmente solo, como aperitivo, como digestivo o para flambear carnes, crêpes y tartas. También se lo suelo beber mezclado con café. Su uso más popular es para el “trou normand ” (hueco normando) que consiste en tomar una copa de Calvados entre los platos más copiosos de una comida para facilitar la digestión. En la actualidad se suele servir un helado de manzana o de pera, acompañado de Calvados, entre la entrada y el plato fuerte de una recepción.
El papá de Christophe nos contó que él produce un muy buen Calvados pero que su permiso no podrá ser renovado luego de sus días, a favor de sus herederos, pues hay ahora, un cada vez mayor control, de la producción artesanal de alcohol. De otro lado el nombre “Calvados” es un aguardiente con AOC (“Appellation d'origine contrôlée”) exclusivo de Normandía. Por tanto los productores bretones deberán cambiar el nombre o simplemente dejar de fabricarlo. Visitamos las dependencias donde almacena la fruta, donde prepara la sidra, las bodegas donde reposan las botellas y toneles y el alambique donde destila el Calvados.
Nos explicó que hay manzanas dulces, amargas y ácidas. Algunas variedades incluso no son comestibles pero sirven para producir sidra y calvados. Generalmente se usan para este fin manzanas ricas en taninos. De la fermentación de la fruta, previamente picada, se obtiene sidra de entre cinco y seis grados. De su destilación se obtiene un aguardiente de entre cuarenta y cuarenta y dos grados. Una vez destilado, el Calvados es guardado en toneles de roble durante dos años. Aunque puede dejárselo envejecer o añejar por diez o veinte años.
Comenté que sería formidable tener la oportunidad de probar un Calvados viejo, añejado tantos años en esas grandes barricas de roble… No bien había acabado de hacer mi comentario, cuando Monsieur Le Jalle, tomándome del brazo, me dijo: -“¡por supuesto!... ¡vamos a degustar un buen Calvados!”, pero primero me van a aceptar un café… y nos condujo hacia su casa.
Nos sentamos alrededor de la mesa del comedor, nos brindó una buena taza de café recién colado y un vaso de sidra. Sacó luego una vieja botella de Calvados que según relató, era - “un buen producto de sus manzanas, luego de un año excepcional". Su esposa trajo tres pequeñas copas barrigonas y redondas como las que se usan para servir coñac, mencionando que ella no iba a tomar pero que por supuesto nos acompañaría. Era un “gusto enorme”, dijo, poder recibir en su mesa a los amigos extranjeros de su hijo.
Ya instalados con la copa en la mano, agradecimos su hospitalidad y ellos nos preguntaron a qué nos dedicábamos. A Raymond no le resultó fácil explicar y hacerse entender que él era alsaciano, pero que vivía en Quebec, que no era ingeniero sino sicólogo y que trabajaba en el tema del agua pero no en los tubos, bombas o canales, sino en la comunicación y en la organización de eventos… Cuando me preguntaron a mí, qué es lo que hacía, iba a comenzar a responder más o menos con la misma dificultad, cuando Raymond se adelantó y dijo categórico: -“mi amigo Mario es vulcanólogo”… añadiendo luego, muéstrales las fotos y relátales la experiencia de la erupción del volcán…
Yo me quedé helado, pues no sabia si lo había dicho por broma o por cambiar el tema de la conversación… pues no era fácil trasmitir a personas muy concretas y terrenas las locas ideas en las que andábamos metidos en este asunto del agua, las ONGs, los Foros Internacionales, la cooperación y el desarrollo… Opté pues por comenzar a explicar seriamente el tema de la erupción del Guagua Pichincha, su ubicación tan cerca de la ciudad y la amenaza permanente de los volcanes en nuestra atormentada geografía. Di nombres de volcanes, alturas, fechas de las erupciones y otros datos. Hablé de la publicación que habíamos hecho en CIUDAD en relación a “cómo reaccionar frente a una erupción” y “cómo organizar a la comunidad para atacar ese tipo de emergencias”. Trajeron un viejo atlas y sobre el plano de Sudamérica enseñé donde estaba el Ecuador, atravesado por la cordillera de los Andes y dónde estaba Quito en medio de todos esos volcanes.
Saqué las fotos de la erupción y se las enseñé... como Raymond había sugerido. Les impresionó enormemente ver la gigantesca explosión con la ciudad pequeñita abajo. Creí que seria un gesto cordial de mi parte el regalarles una o dos fotos. Así lo hice y, para mi espanto, me pidieron que se las dedicase en la parte posterior, pues nunca habían conocido a un vulcanólogo. Escribí; «Quito-Equateur. Éruption du volcan Pichincha» y marqué la fecha. Me pidieron que ponga mi nombre. Luego me solicitaron que firme y señale que era vulcanólogo. Escribí pues" "Mario Vásconez, volcanologue" y firmé.
Nunca antes nadie se ha graduado de "volcanologue" en tan corto tiempo.
No querían dejarnos partir, insistieron enormemente en que nos quedáramos a cenar con ellos. Pero Raymond no podía romper su terapia y su dieta, así que muy a nuestro pesar no aceptamos y tuvimos que despedirnos. Al salir nos regalaron a cada uno de nosotros, una botella de un excelente Calvados Artesanal “fait maison”, que lo he tomado en pequeñas dosis, con gran complacencia, con el recuerdo de esa rápida especialización en vulcanología, pero sobre todo, recordando a esta pareja de bretones tan afectuosos.
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