Coincidimos en Paris en 1993 con mis amigos Diego Carrión y Carlos Guerrero. Diego estaba alojado en casa de Paco Jijón y su esposa Maria Elena, quien cumplía funciones diplomáticas en la Embajada del Ecuador en Francia. Carlos y yo pedimos posada en casa de Marie-Josèphe De-Redon, querida amiga, madrina de mi hija Manon.
Maria Elena y Paco nos invitaron a un aperitivo en su departamento. Caímos ahí con Marie Jo y Carlanga como a las ocho y media de la noche. Cuando entramos, Diego ya se encontraba instalado en una amena charla con los dueños de casa y dos guapas ecuatorianas que estudiaban en Paris: Ana Karina López y Cristina Carrión, hija de mi buen amigo Henry Carrión Willams. Todos estaban elegantísimos pues acababan de salir de una recepción en la Embajada de nuestro país en Paris.
Nos convidaron una serie de sabrosas picaditas: “saucisson”, patés y quesos de diversos tipos, “jambon de Bayonne”, panes y galletas de diversos colores y texturas…y, por supuesto, ricos vinos blancos y tintos, unos que llevamos nosotros y otros que amablemente descorcharon los anfitriones.
Charlamos de todos los temas posibles. Pusimos al día a los “parisinos” de los últimos chismes de la política, contamos la vida y milagros de los amigos comunes, descubrimos e inventamos amistades y parentescos, acabamos con los arquitectos y la arquitectura y despachamos no sé cuantas botellas.
Como a las dos de la mañana, planteamos la posibilidad de retirarnos pero Paco planteó que esa moción “estaba denegada”. En Paris, dijo: -“ninguna fiesta se acaba, sin antes tomar una sopa de cebolla”; añadiendo a continuación: -“¡Vamos al “Pied de Cochon”.
La propuesta tuvo consenso de inmediato, Maria Elena llamó para reservar una mesa pero se disculpó de no poder acompañarnos pues al día siguiente tenía trabajo muy temprano. Todos los demás, nos abrigamos con chompas, abrigos y bufandas y bajamos en busca del carro de Paco para dirigirnos al restaurante. Nos metimos los siete como en lata de sardinas y en pocos minutos llegamos a la conocida “Rue Coquillière”.
“Au Pied de Cochon” es un restaurante tradicional de Paris, ubicado en los alrededores del actual “Forum des Halles”. Nació en el mismo sitio que hoy ocupa, detrás del edificio de la “Bolsa de Comercio” y la iglesia de “Saint Eustache”, junto al viejo mercado de Paris conocido como “Les Halles”; es famoso por la cantidad de artistas y personalidades que se dan cita allí, para terminar una noche de jarana con la célebre “soupe à l'oignon” (sopa de cebolla), pero también para disfrutar de numerosas especialidades de la cocina francesa, buenos vinos y cervezas.
El “Pied de Cochon” tiene abiertas sus puertas las veinte y cuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año desde 1947. A raíz de la Liberación fue el primer restaurante parisino que obtuvo la autorización para operar de esa manera, con gran éxito.
El ambiente y la decoración de “Au Pied de Cochon” son los de una típica “brasserie parisienne”. Se puede degustar allí comida sofisticada pero también los llamados “plats canailles”: patitas de chancho -los célebres “pieds de cochon“-, riñones al coñac y “andouillettes”; servido todo en un ambiente cordial y lleno de humor.
Actualmente sigue siendo visitado por los típicos bohemios parisinos, celebridades de la política, del cine y del mundo del espectáculo pero, naturalmente, atiende por igual a una muy variada clientela de turistas de todas las nacionalidades imaginables. Hasta los vagabundos se dan cita ahí, para recibir en un espacio previsto para ellos, una buena taza de sopa de cebolla para calentar su alma en las frías madrugadas del viejo Paris.
Entramos al restaurante, esperamos muy poco tiempo y, casi de inmediato, luego de que se desocupó una mesa, un amable “garçon” nos condujo hacia allí. Pasamos primero Marie Jo, Diego y yo. Paco, Carlanga y las chicas habían ido al baño. Estábamos apenas tratando de ubicarnos pues, como en toda “brasserie” de Paris, el espacio entre sillas y mesas era verdaderamente minúsculo, cuando llegaron Ana Karina, Cristina y Carlos.
Preguntamos por Paco y nos comentaron que estaba con unos amigos en una mesa un poco más lejos. Les había recomendado que hiciéramos el pedido pues él, según les había dicho, “llegaría más tarde”.
Pedimos pues seis platos de la famosa y tradicional “soupe à l'oignon gratinée” y un “pichet” de vino blanco de la casa.
Estábamos acabando nuestra sopa -riquísima, entre paréntesis- cuando llegó Paco con dos botellas de vino tinto buenísimo. De inmediato comenzó a servirnos generosamente. Pidió una sopa de cebolla y probó el vino. -“¡Estupendo!, dijo. Añadiendo luego: -“Borgoña, buena cepa y excelente cosecha”
Le preguntamos quiénes eran los amigos con los que se había topado. Nos sorprendió su respuesta pues dijo que no eran sus amigos; no les conocía ni les había visto nunca ni en pelea de perros.
Nadie le creyó pues había pasado con ellos más de media hora conversando animadamente. Paco insistió en que jamás les había conocido. Ana Karina y Cristina prácticamente exigieron una explicación veraz; pues no podían creer que alguien se quede a chacotear y a tomar vino con dos perfectos desconocidos.
Luego de unos minutos ya con la sopa humeante frente a sí, en la mesa, Paco comenzó a hablar; supongo, en espera de que el plato se enfriara un poco, antes de poder atacar su contenido con la cuchara que daba vuelta en su mano derecha desde que llegó a la mesa.
Relató que los dos tipos hicieron algún comentario, non-santo y “poco comedido” refiriéndose a las dos muchachas cuando pasaron delante de ellos para dirigirse a nuestra mesa. Paco alcanzó a escucharle porque venía atrás y porque las frases fueron expresadas en español.
En vez de reclamarles o de armar un escándalo decidió darles una lección. Sin consultarles tomó asiento en su mesa y haciéndose el “borrachito simpático” les mencionó que era “fantástico toparse -en Paris- con alguien que hablase español”. Les dijo que él también hablaba español pero que se sentía “solo y agobiado” porque “nadie le comprendía”.
Sin que nadie le convidara, se sirvió una copa del vino de estos sujetos que resultaron ser latinoamericanos -no recuerdo de qué país-. Llenó también las copas de ellos y les obligó a brindar por la amistad y la confraternidad latinoamericana y por el castellano que nos hermanaba. Ellos, parece, que estaban tras una “sopita de cebolla” porque ya venían bastante avanzaditos en copas… Paco volvió a servir más vino y nuevamente brindaron por cualquier cosa: el resultado del último partido de fútbol, el último libro de poesías de cualquier escritor que todos conocían o la victoria de Miss Venezuela en el concurso de Miss Universo.
Al terminar la botella, los tipos ya se dormían sobre la mesa sin haber tocado sus sopas. Paco les sugirió que sería bueno pedir otra botella para continuar con esa “maravillosa conversación” y seguir brindando por la “amistad entre los pueblos” y por “Paris que permitía ese tipo de coincidencias, tan gratas”.
Ellos le preguntaron que cómo se pedía más vino en francés y él, bien mandado, les enseñó y les obligo a repetir hasta que pudiesen pronunciar correctamente: -“Deux bouteilles de vin, s'il vous plaît”.
Cuando uno de ellos logró articular la frase al mesero. Ambos cayeron en un plácido estado de sopor sobre la mesa.
Paco terminó su copa en total calma y cuando el “garçon” trajo las dos botellas, esperó un poco, y vino con ellas a nuestra mesa para brindar con nosotros por la amistad franco-ecuatoriana. Luego de contarnos los detalles de su improvisada amistad con los borrachitos de la otra mesa, probó la sopa, comentó lo buena que estaba, se sirvió una copa de vino y repitió: -“¡Estupendo!. Añadiendo luego: -“Borgoña, buena cepa, excelente cosecha y gratis.”
Al finalizar pedimos la cuenta. Todos nos opusimos a hacer lo que Paco sugería, que era cargar también nuestras sopas a la mesa de sus “amigos”.
La noche terminó escuchando merengues en al auto. Cuando nos dejó a Marie Jo, a Carlos y mí, Paco insistía en que no nos fuéramos... -“Estamos pasando lindo!…”, decía a cada rato…. Pero… ya eran como las cinco de la mañana y yo debía tomar un avión en pocas horas. Nos despedimos con un gran abrazo y con el sabor de esa noche surrealista.
Me quedé eso sí, con la curiosidad de probar, en otra ocasión, los “pieds de cochon“ y otros tentadores platos del menú de ese maravilloso restaurante parisino.
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