Debe haber sido a mediados de 1993. Recibí una llamada de mi amiga Graciela Schneier colega argentina, arquitecta y geógrafa que, desde los años de la violencia en el cono Sur, vive en París y se desempeña como investigadora del CNRS.
Cuando la conocí en Francia, acababa de publicar un libro formidable titulado “Buenos Aires”.
“Buenos Aires” es un libro-collage de textos y de imágenes, de épocas y de gentes, de criollos y migrantes, de bifes y de pasta, de tangos y malambos, de botas y corbatas. Una joya que muestra la creatividad de su autora y a la vez la compleja realidad de esa ciudad (que podría ser cualquiera de las nuestras) en la que se enmarañan las raíces locales, los rezagos de lo colonial, los arcaísmos de lo provinciano y los atropellos de la modernidad, la posmodernidad y las vanguardias (de todo lo imaginable).
Cuando recibí la llamada de Graciela, ella estaba empeñada en estudiar una singular manifestación de la cultura urbana en todo el mundo: estaba estudiando -en cuanto a formas y a contenidos- el asunto de los grafitis y de los grafiteros.
Se había enterado que en nuestra ciudad había comenzado a manifestarse con fuerza la creatividad de una serie de grupos y de jóvenes que expresaban sus ideas, sus críticas a la sociedad, su cuestionamiento a la política, a la “moral y a las buenas costumbres” a través de grafitis llenos de humor, irreverencia, ingenio y al mismo tiempo, de gran profundidad.
Me pidió que le buscase un “buen exponente” de los jóvenes grafiteros quiteños para poder convidarle a un encuentro que estaban organizando en París sobre el tema de esta forma de comunicación y de arte de las calles. Le pedí que me diera dos o tres horas para poder mover los contactos y tratar de conseguir a un personaje que encajara con su demanda. Le ofrecí tenerle una respuesta para esa misma tarde, así que me puse en acción de inmediato.
Llamé a Ileana Almeida quien, supuse, debía saber algo de este tema por su interés en la semiótica y la filología y por el vínculo que ella y Lenin Oña, su marido, tienen con el mundo de la cultura y de las artes.
No me equivoqué.
Ileana me mencionó que un hijo de nuestros amigos Pepe Ron y Maricela Melo, era miembro de uno de los grupos más finos de grafiteros, que firmaban sus creaciones con un pequeño triángulo equilátero.
Ofreció buscarme su número telefónico. A los pocos minutos me llamó para darme todo la información requerida, nombre, edad, dirección y teléfono.
Al medio día contacté con el grafitero en cuestión y cuando alrededor de las tres de la tarde, Graciela Schneier volvió a llamarme, no sólo tenia la información que ella me había pedido sino que tenía a Alex Ron sentado a mi lado, esperando la oportunidad de auto-presentarse y poder concertar los detalles del posible viaje a París, sueño de todo grafitero.
Finalmente Graciela tuvo algún problema de financiamiento y el encuentro no se pudo organizar, Alex no viajó a Paris, pero se instaló en mi oficina.
No se si fue una suerte de venganza por el viaje frustrado o porque le caí bien, pero el hecho fue que, “con la tenacidad de un grafitero”, comenzó a visitarme, a pedirme apoyo, a conversar de cualquier cosa, a pedirme consejo para hacer algún proyecto, a proponerme hacer algún otro de manera conjunta, a que le ayude a conseguir financiamiento, a contarme sus ideas, a contagiarme sus preocupaciones… que sé yo…
No se si fue para sacármelo de encima o porque me cayó bien, pero lo cierto fue que, a más de escucharle por horas todas sus locuras, terminé apoyándole en un montón de cosas.
Diego Carrión que era director de CIUDAD en esa época, sugirió que le diéramos algo de recursos para que realizara un registro fotográfico de todos los grafitis de Quito. Nos parecía que una forma de expresión tan efímera como la de los grafitis debía registrase adecuadamente para evitar que cayesen en el olvido al poco tiempo.
Armado de una cámara que consiguió quien sabe de donde y provisto con los pocos rollos que le pudimos proporcionar con los recursos de algún proyecto de CIUDAD, Alex y sus amigos, salieron a fotografiar sus propias obras y las de sus colegas en las frías madrugadas de Quito. De paso, pintaban nuevas paredes y “de una vez”, registraban sus ingeniosas frases por medio del ojo crítico de su aparato fotográfico.
Regresó a los pocos días con cuatro o cinco cajas de diapositivas que hasta ahora tenemos en el Centro de Documentación de CIUDAD que guardan la memoria histórica de los grafitis quiteños de esos años.
En esa época se estaba ya comenzando a preparar “HÁBITAT II”, la Segunda Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos, que se iba a desarrollar en Estambul en junio de 1996.
La primera reunión del Comité de Preparación de ese evento fue convocada en el “Palacio de las Naciones” de Ginebra del 12 al 22 de abril de 1994. Uno de los eventos previstos para esa reunión fue una exhibición internacional titulada: "El medio ambiente urbano en el arte en las calles”.
CIUDAD fue invitado a preparar un cartel que mostrase “el arte y el medio ambiente urbano de Quito” para esa exhibición. Con Diego pensamos que sería formidable llevar a Ginebra algo que muestre la producción de los grafiteros quiteños. Teníamos las fotos que había tomado Alex y,,, muy poco tiempo para preparar algo de calidad.
Recurrimos a nuestros amigos de TRAMA. Rolando Moya se entusiasmó con la idea. Fui a conversar con él, llevé las dispositivas de los grafitis, desgraciadamente no todas eran de buena calidad (pues una cosa es ser “buen grafitero” y otra muy diferente, ser “buen fotógrafo”).
Rolando me puso en contacto con sus hijos, Rómulo y Juan Cruz; me entrevisté con ellos y convenimos en que presentaríamos el afiche como una contribución conjunta de CIUDAD y de TRAMA para “HABITAT II”... Con la calidad y profesionalismo que han demostrado en los años posteriores, estos dos fantásticos diseñadores sacaron un afiche maravilloso de 0,80 x 0,80 m que podía reproducirse en una simple copiadora de planos, en papel fotosensible tipo ozalid.
Ese afiche dio la vuelta al mundo y llegó dos años después a Estambul. Lo encontramos, con Diego, en uno de las exhibiciones montadas en medio del barullo de HABITAT II. Fue un gran gusto que nuestra contribución a la preparación de ese gigantesco evento se haya logrado preservar y exhibir ante tantos participantes de todo el mundo, mostrando que Quito era una ciudad de grafitis y de grafiteros.
A fines de 1993 o principios de 1994 (casi al mismo tiempo, de cuando los Moya preparaban el afiche), Alex Ron vino por la oficina cargado de nuevas ideas, fruto de su mente en constante ebullición.
Se le había ocurrido que iba a publicar un libro sobre los grafitis en Quito. Quería que le financiáramos la iniciativa, traté de explicarle que para CIUDAD resultaba difícil financiar publicaciones que no fuesen fruto de nuestros convenios y contratos, de nuestro propio trabajo de investigación o de cooperación… pero Alex -“con la tenacidad de un grafitero”- siempre volvía a la carga: -“los grafiits”, decía, “son arte urbano por excelencia; la ciudad es el objeto de trabajo de ustedes…tienen que encontrar el medio para invertir en esta idea…”
Desaparecía un par de días y volvía a la carga… le daba dos o tres pistas de instituciones y de gentes a las que podía visitar para tratar de editar su libro… pero no… apenas le fallaban, regresaba.
Por fin, trajo la maqueta del libro… No sé si para sacarme de encima o para ayudarle en sus empeños, ofrecí apoyarle con una parte del financiamiento, comprándole por anticipado unos cincuenta libros y prestándole las fotos que él había tomado, para que pudiera ilustrar la publicación.
En abril de 1994 sacó un libro modesto, en blanco y negro, más bien feo; auspiciado por el Consejo Nacional de la Cultura, el Instituto de Investigaciones de la Cultura y la Casa de la Cultura Ecuatoriana que lo imprimió con el título “Quito: una ciudad de Grafitis” y con un tiraje de 1000 ejemplares.
Al poco tiempo regresó nuevamente, iba a sacar una segunda edición, corregida y aumentada. Venía a proponerme que le apoyase de una forma semejante. Le expliqué que los libros anteriores que le habíamos comprado, todavía seguían guardados pues no teníamos tantos amigos a quien regalar. En realidad eran un muy lindo obsequio para los colegas de otros países que de tanto en tanto nos visitaban. A todos les encantaba el libro que reproducía los grafitis de Quito, clasificados en varias categorías: “los más buscados”, “críticos al sistema”, “políticos”, “existenciales”, “humorísticos” y “poéticos”. El libro comenzaba con una aproximación histórica a los grafitis de Quito, presentaba seis o siete ensayos y artículos de intelectuales y gente de cultura sobre el tema del grafiti y concluía con entrevistas, opiniones y manifiestos de los principales grupos de grafiteros de la ciudad.
No pude apoyarle para la segunda edición, pero le ofrecí comprar -ya no cincuenta- pero si unos veinte ejemplares, para usarlos igualmente como obsequio. En septiembre de 1994 cumplió su cometido. Logró publicar el libro; esta vez, mejor presentado, con una carátula a color y un tiraje de 3000 ejemplares. Alex no olvidó mi oferta y al poco tiempo vino para venderme los libros que le prometí adquirir.
Se repitieron las vistas, las negociaciones, las negativas, la tenacidad de su presencia vendedora y el “convencimiento posterior” pues, como dice mi hermano, yo tengo el “no”, “dañado”. Sacó la tercera edición en noviembre de 1995, la cuarta en febrero de 1998 y la quinta en abril de 2001, Siempre me visitó y logró venderme al menos diez o doce ejemplares.
A mediados de 1995 apareció por la oficina; tenía una nueva propuesta. Quería sacar una agenda que se iba a titular “Naufragios”, con poemas suyos y fotos de su “pana” Carlos Villalba.
No hubo fuerza humada capaz de convencerlo de que era un poco tarde para preparar la edición, imprimir, sacar a la venta y distribuir una agenda de 1996. Yo sospechaba que una agenda de un año cualquiera, debe salir al mercado y ser vendida máximo en el primer trimestre del año precedente, le sugerí que no imprima una agenda para 1996, con los días y las fechas marcadas en su páginas, sino una suerte de libreta, con hojas a manera de agenda, con las fotos y los poemas (que me parecían sensacionales), pero estructurándola de manera tal que no caduque. Que pueda venderse y usarse en cualquier momento, sin estar atada a la efímera condición de “agenda”.
Pero “con la testarudez de un grafitero”, me convenció de financiarle y sacó una agenda a todo color, muy atractiva, en noviembre de 1995 para ser usada en 1996, cuando todas las empresas y las gentes ya habían adquirido las suyas. Bonito ejemplo de la inclusión del arte en un objeto utilitario, pero un fracaso como emprendimiento y como negocio. Por supuesto perdió dinero y nosotros, los financistas, también.
En 2007 fue publicada la sexta edición de su libro “Quito: una ciudad de Grafitis”, muy bien presentada y con el sello editorial de “El Conejo”.
En la contraportada, Abdón Ubidia señala con acierto que “…desde su aparición, en los noventas, los grafitis transformaron el alma de Quito: la ciudad nunca volvió a ser la misma”.
En la contraportada, Abdón Ubidia señala con acierto que “…desde su aparición, en los noventas, los grafitis transformaron el alma de Quito: la ciudad nunca volvió a ser la misma”.
“AIex Ron…captura la violencia iconoclasta, los avatares y esplendores de una ciudad secreta y nocturna. Toda esa peripecia de leyendas pintadas en aerosol ha crecido y hechizado a miles de transeúntes huérfanos de poesía y de razones para despertar a una sociedad secuestrada por el tedio y el desencanto.
Más de una década de adrenalina y trazos firmes en paredes prohibidas son la mejor carta de presentación de este multifacético escritor. Su habilidad para mimetizarse usando colores audaces, sintetizando euforia y agonía, hambre y esperanza, lo convierten en un referente importante de una generación marcada por la caída de los muros colectivos y la construcción de nuevos muros individuales; una generación amenazada por el vacío pero hastiada de él.
Este libro no sólo recoge la subversión estética de un movimiento de jóvenes creadores. También su ingenio y trascendencia. Mientras la globalización fabrica nuevas adicciones al poder, el libro de AIex nos muestra un mundo en donde otro poder existe: el de la imaginación y el afán lúdico”.
En estos últimos años Alex no ha vuelto a visitarme, supe que estaba viviendo fuera del país; pero ha sido evidente que nuestro vínculo que nació hace tanto tiempo tras esa llamada de Graciela Schneier, en algo contribuyó a que se conozca a Quito como una ciudad llena de grafitis y de tenaces grafiteros, como él.
Aunque, cabe mencionarlo, lo más reciente del grafiti quiteño es evidentemente más burdo. El ingenio y la creatividad de Alex y sus colegas, han sido sustituidos por agresiones sin fundamento y por “tags” importadas de otros contextos y culturas. Cosas de la globalización.
interesante historia mario. algunas veces me he topado con ese libro, y sobretodo me he topado con esos graffitis, recuerdo haberlos leido en mi adolescencia y en los primeros años de universidad. tu texto me trae a la mente el recuerdo de como veia a quito en esos años.
ResponderEliminarsobre lo que pones al final, no estoy tan de acuerdo, si bien el graffiti (texto) poetico de los 90´s y principios de los dosmiles a desaparecido, en los últimos años ha aparecido, a parte del graffiti y los tags, asociados a la cultura hip hop, una serie de graffiteros que trabajan bastante bien la imagen y la estetica, su poetica ya no es el texto, sino la imagen y la ilustración, el lienzo sigue siendo la ciudad.
ahi unos pocos links que recogen esas imagenes:
http://belenbike.blogspot.com/2011/07/colgadazo.html
http://belenbike.blogspot.com/2011/05/volando-entre-las-nubes.html
http://www.flickr.com/photos/dirtylandvera/
saludos
Señor Dueño de casa, su pared tiene un no sé qué.
ResponderEliminarEloy Alfaro y Andrade Marín
El fin del grafiti en esa pared.