Como ya he relatado, viví en México desde fines de 1978 hasta
principios de 1981. Viajé a ese país con mi amigo Hernán Burbano para cursar
una maestría en la Escuela de Arquitectura de la UNAM.
En esa época el Embajador del Ecuador en México era el doctor José
Ricardo Martínez Cobo, tío de mis primos Suárez y muy amigo de mi padre y de mi tío Juan, su
cuñado.
Yo le había visitado en septiembre de 1978, cuando fui a verle con
Hernán para recuperar los papeles de una beca a la que habíamos aplicado en
Quito y que el IECE remitió a la UNAM a través de la cancillería y la embajada.
En la sede de la Embajada en la colonia Polanco, el embajador nos
entregó una copia de esa documentación y al despedirme me hizo jurar y re-jurar
que le llamaría y le iría a visitar para poder recibirme en su casa. Le ofrecí
que así lo haría pero no
cumplí el ofrecimiento sino hasta fines de junio de 1979.
Hernán y yo vivíamos en casa de los Escandón, no teníamos teléfono pero
yo había dejado en la Embajada la dirección y el teléfono de mi amigo Carlos
Arcos, así que un día lunes (según recuerdo) recibí un recado que me dejó allí
una secretaria de la Embajada; Carlos me informó que el Embajador nos invitaba
a un almuerzo formal en su casa el sábado siguiente. El motivo lo he olvidado,
pero recuerdo que tuve que comprarme un terno y una corbata pues no podía ir
con blue jean y zapatos tenis a una recepción de ese tipo.
Curiosamente Hernán tenía un terno de pana que le habían regalado para
su graduación pero yo no tenía nada que pudiera parecer un atuendo formal.
Fui hasta “Suburbia”, una tienda de ropa situada
en la esquina de Miguel Ángel de Quevedo y Avenida Universidad, lugar no muy
distante de nuestro departamento y me gasté buena parte de la beca de ese mes en un atuendo que me permitiera asistir a esa invitación.
Compré un traje de dos piezas de casimir príncipe de gales, una corbata de un solo
color, chocolate obscuro, una camisa blanca y un par de zapatos elegantes.
Con ese “equipamiento” estaba listo para asistir a aquel almuerzo en la
sede diplomática…
Sin embargo nunca me imaginé que me tocaría llevar un invitado
inesperado….
El miércoles -apenas había regresado de hacer esas compras, cuando Carlos
me buscó para comentarme que había
recibido otra llamada… esta vez quien me había llamado me dijo, era un señor
Luis Suárez, había dejado un número telefónico así como el nombre y dirección
del hotel en el que se encontraba.
Se trataba de mi primo “Lucho” que había terminado su bachillerato en
Quito (en el colegio Benalcázar, igual que yo) y había venido con sus
compañeros a México para disfrutar del típico “paseo” que suelen organizar los
recién graduados.
Llamé a Lucho de inmediato, el jueves le fui a buscar con Hernán y
disfrutamos de un par de días en los que fungimos de guías turísticos de mi
“primo chiquito”.
Con sus compañeros ya había visitado las pirámides, el museo de
antropología, el parque de Chapultepec y acababa de regresar de Taxco y
Acapulco… así que nosotros le llevamos a conocer el Centro Histórico y el sur
de la ciudad, visitamos la UNAM y le hicimos conocer el departamento de Avenida
Universidad que compartíamos con los Escandón. Por supuesto le llevamos a comer
tacos en la “Tacoteca”, a tomar cerveza por “yardas” en la Avenida Juárez y a
escuchar salsa en el Bar León en la calle Brasil No.5 (temas éstos, que ya
fueron motivo de otro relato).
El viernes en la tarde, luego de algún recorrido “turístico cervecero” le pregunté a Lucho si ya había visitado o si
al menos había llamado a su tío el embajador Martínez. Lucho me respondió que
no le había llamado, ni se había comunicado… El problema era que el domingo
tenía su vuelo de regreso al Ecuador…. Casi me da un soponcio… Me imaginaba a
mi tía Maruja preguntándole a su hijito por noticas de su hermano y al Lucho
respondiéndole que no le había visto y que ni siquiera le había llamado….
A esa hora no tenía forma de comunicarme con la embajada y no tenía conmigo el número de la casa del
embajador.
Tomé la decisión de llevar a un invitado inesperado a la recepción de
la Embajada al día siguiente.
¡No teníamos otra opción!... Lucho tendría que venir a esa fiesta, a
como diera lugar…
Era la única forma de que pudiera visitar aunque sea unos minutos a su
tío y evitar que su mamá le colgara de un poste de alumbrado si regresaba a
Quito con la noticia de que no se había reportado y ni siquiera había
telefoneado a su hermano.
Felizmente este irresponsable de diecisiete años tenía consigo el
uniforme del colegio, saco azul marino, pantalón gris, camisa blanca y corbata
de color “concho de vino” (como se conoce a ese tono obscuro, sanguíneo, del
color rojo…) así que él también podría asistir a la recepción, bañado, trajeado
y perfumado.
A la mañana siguiente, muy temprano salimos con Hernán elegantísimos en
medio de las mofas de la familia Escandón en pleno. Caminamos hasta la parada
del bus, luego tomamos el metro y fuimos hasta el hotel de Lucho. Cuando él se
sumó al grupo, tomamos un taxi y llegamos a la residencia de la familia
Martínez, en la colonia “Lomas de Chapultepec”, unos pocos minutos antes del
mediodía, la hora exacta de la invitación.
El embajador Martínez a quién yo desde chico, al igual que sus propios
sobrinos, llamaba afectuosamente “tío Pepe”, recibía a los invitados en la
puerta; a todos los saludaba con fuertes y sonoras palmadas en la espalda (un
gesto muy suyo), les agradecía su presencia y les invitaba a pasar para
disfrutar de la recepción.
Hernán saludó con un respetuoso “Buenos días, embajador” y el “tío
Pepe” le devolvió el saludo casi apachurrándole a palmadas… luego le dijo - “bienveniiiiido,
mucho gusto”…
Cuando yo saludé, despistado como era, hizo lo propio conmigo… luego de
repetir casi mecánicamente las palmadas y el clásico –“bienveniiiiido, mucho gusto”… me dio un
pequeño empujón para hacerme pasar… yo le miré a los ojos y le volví a saludar…
apenas ese momento me reconoció y agarrándome la barba con las dos manos me
dijo a viva voz: -“¡ingraaaaato!...”, añadiendo enseguida: - “¡¿por qué no has
veniiiido?!....
Me dio un fuerte abrazo, me preguntó cómo me iba… y me invitó a pasar -
“¡Bienvenido, Marito querido!, pasa, pasa…
Luego le tocó el turno a Lucho que esperaba en la fila… Cuando saludó,
el “tío Pepe” le devolvió el saludo de manera idéntica… le apachurró a
palmadas… y repitió - “bienveniiiiido, mucho gusto”…
Yo me volví y le dije: - “Pepe, es Luis Ernesto, tu sobrino…”
Cuando le reconoció le dijo casi gritando: - “¡otro ingraaaaato!...”,
añadiendo enseguida: - “¡la Maruja me dijo que ibas a venir a México… ¿por qué
no has veniiiido, por qué no has llamado?!....”
El Lucho medio atrancado, casi tartamudeando, le dio alguna excusa… y
Pepe le invitó a pasar, diciéndole al calor un abrazo largo y envolvente: - “¡qué
gusto que hayas asomado por fin, Luchito querido… pasa, pasa…, no sabíamos
dónde localizarte!…”
Fuimos atendidos a cuerpo de rey y compartimos gratos momentos con
Pepe, con Maria Elena su esposa y los demás invitados.
Al despedirnos volvieron a hacerme prometer que llamaría y no me
desaparecería tanto tiempo.
Unos pocos meses después volví a recibir una llamada a la casa de
Carlos Arcos. Me invitaba a una recepción en la Embajada del Ecuador, el 10 de
agosto, por la celebración de la fiesta patria que en esa fecha conmemora el
primer grito de la independencia.
Marie Thérèse ya había llegado para vivir conmigo en México, así que
volví a llevar conmigo a esa invitación de la Embajada a un nuevo invitado no
previsto.
Exactamente igual que la ocasión anterior, el embajador Martínez
recibía a los invitados en la puerta… a todos los saludaba con fuertes y
sonoras palmadas en la espalda, les agradecía su presencia y les invitaba a
pasar para disfrutar de la recepción.
Le presenté a mi novia y él la saludó muy atento… le dio un beso en
cada mejilla y encantador y galante le
dijo: - “bienvenida, guapa… que gusto conocerte”… y dirigiéndose a los dos, nos
hizo un gesto de cordial bienvenida señalando hacia el interior con las manos,
a la par que repetía: - “¡Bienvenidos!... pasen, pasen”…
Saludamos con María Elena, a ella también le presenté a Marie Thérèse y
nos sumamos a un grupo que departía en medio de la sala. En ese grupo se
encontraban Hernán Izurieta, que cursaba
un posgrado en cardiología en México y su esposa Maria Isabel Sevilla, que
resultó pariente mía pues ella era también de Ambato (como mis padres y los
esposos Martínez, nuestros anfitriones).
En ese momento mientras saludábamos a las demás personas de ese
círculo, se presentó en la puerta un hombre alto, negro, elegantísimo,
acompañado de una mujer alta, guapa, negra también elegantísima… Pepe volvió a
repetir su saludo… con fuertes y sonoras palmadas en la espalda, casi deja sin
aire al recién llegado… -“¡Querido Embajador!”… le dijo… y haciendo una
reverencia muy atenta a la dama, complementó el saludo, añadiendo: -“¡Cuánto
les agradezco que hayan podido venir!” y tomando su mano la invitó a pasar hacia
donde nos encontrábamos los demás invitados.
Pepe se acercó al grupo en el que yo me encontraba con Marie Thérèse y
con un gesto de sus manos señaló a los recién llegados: –“El embajador de Haití
y su señora”…
Nos dejó con la pareja y se excusó para poder recibir a algún otro
invitado que llegaba ese instante…
El caballero se acercó al grupo y se fue plantando frente a cada uno de
nosotros de manera sucesiva para saludarnos y presentarnos a su señora…
Cuando llegó frente a mí, casi me caigo de espaldas… muy formal me miró
a los ojos, hizo una breve reverencia, me extendió la mano y me dijo: - “El
Embajador de Etiopía, mucho gusto!..., añadiendo a continuación -a la par que
tomaba del brazo a su esposa, de manera delicada: -“Mi señora”…
Ella hizo una educada sonrisa y una pequeña venia, yo hice también una
leve venia y balbuceé: -“Mucho gusto”…
Cuando terminó de presentarse y de saludarnos, hizo un breve reverencia,
- “Nos van a disculpar”, dijo, y se
encaminaron hacia otro círculo en el que estaban algunos otros diplomáticos a
los que supuse, conocía…
Todos comentamos de la “metedura de pata” de Pepe y reímos de buena
gana, pero casi de inmediato comenzamos a conversar de otras cosas…
En el grupo estaban también dos personas de edad, el doctor Alejandro
López Saá y su esposa Teresita Valdiviezo, con quienes congeniamos de inmediato.
El doctor López, al enterarse por Hernán y Maria Isabel que yo era también de
origen ambateño, me preguntó mi nombre…
Cuando se enteró que yo era Vásconez Suárez y que era nieto del doctor
Pablo Arturo Suárez, me atrajo hacia sí y me abrazó de forma efusiva….
-“¡Nieto de mi maestro”, de mi querido Pablo Arturo!”…, dijo. - “¡Increíble!”…
–“¡Cómo es pequeño el mundo!”… añadió.
Nos contó que había sido alumno de mi abuelo en la Facultad de Medicina
de la Universidad Central y luego su colaborador y colega… los dos fueron creadores
del departamento médico del Instituto de Previsión Social, de la antigua Caja
del Seguro, el actual IESS.
Me preguntó por mi abuela, por mi tío Juan y por mi mamá a quienes él conoció
de niños…
Se apenó mucho cuando le conté que mi mamá había fallecido en 1965…
Me comentó que había vivido muchos años en América Central y luego en
México trabajando para la Oficina -luego Organización- Panamericana de la
Salud, la actual OPS.
Le tenía mucha gratitud a mi abuelo pues él le había recomendado para
el primer trabajo que tuvo en la OPS. Allí hizo carrera y laboró para ese
organismo internacional prácticamente toda la vida.
Ahora estaba jubilado y vivía seis meses en México y seis en Ecuador,
aunque de tanto en tanto se daba con su esposa Teresita una escapadita a
diferentes confines del mundo.
Me preguntó qué desde cuando estaba en México y qué hacía en esa
ciudad… le expliqué de mi posgrado y de la decisión que habíamos tomado con
Marie Thérèse de vivir juntos a partir de septiembre luego del viaje que
habíamos previsto realizar a Francia.
Me preguntó si ya teníamos departamento y le respondí que no lo
habíamos conseguido aún pero que íbamos a buscar uno a nuestro regreso.
-“¡Pues no tienen que buscar!”, dijo…
- “¡Nosotros vamos a salir de viaje por seis meses, justamente en
septiembre y será un gusto dejarles nuestro departamento!”…, complementó con
entusiasmo.
Le pregunté si el monto del arriendo no era muy elevado… pues nosotros
estábamos buscando algo no muy caro.
-“De eso no se preocupen”, dijo.
Al principio insistió en que quería dejarnos su departamento prestado,
sin pago alguno…
Yo le agradecí, pero le repliqué que no podía aceptar un arreglo de ese
tipo… le mencioné que valoramos su gentileza y confianza, pero que no podíamos
aceptar el no pagar nada como él proponía.
Nos propuso que pagásemos los servicios (agua, electricidad, teléfono)…
Yo volví a agradecer pero insistí en que deberíamos fijar un canon de
arriendo justo para ellos…
Por fin acordamos que le pagaríamos un monto mensual, más el pago de
los servicios y los gastos de condominio.
A fines de octubre, antes de nuestro viaje y del suyo, nos invitaron a
almorzar, para conocer el departamento,
presentarnos al conserje, dejarnos copias de las llaves y de las facturas de
pago de los servicios.
Compartimos un delicioso almuerzo, y una conversación muy agradable
repleta de anécdotas y detalles de su trabajo con mi abuelo
El doctor López me regaló varios ejemplares -que hasta ahora conservo-
del boletín del departamento médico-social de
la Caja del Seguro del antiguo Instituto Nacional de Previsión en los
que tanto él como mi abuelo habían publicado varios artículos sobre temas por
demás interesantes:
Estos documentos fueron escritos en 1937 - 38 cuando apenas se
iniciaba la seguridad social y la ausencia de información y estudios sobre la
población trabajadora era verdaderamente significativa; por tanto su contenido
y enfoques resultaban verdaderamente pioneros:
- Dr. Pablo
Arturo Suárez: “Informe de la gira de estudio verificada a las ciudades de
Guayaquil, Loja, Portoviejo, Manta y Bahía; y a los asientos mineros de Ancón y
Portovelo”.
- Dr.
Alejandro López Saá: “Estudio sobre las condiciones biológicas, económicas y
sociales del campamento Minero de Portovelo”.
- Dr.
Alejandro López Saá, Dr. Cornelio Donoso, Dr. Pablo Arturo Suárez: “Estudio numérico y económico-social
de la población de Quito”
- Dr. Pablo Arturo Suárez: “La nocividad del trabajo industrial”.
En una reseña histórica del hospital "Carlos
Andrade Marín", el eminente cardiólogo Dr. Eduardo Villacís Meythaler
relata que la “Caja del Seguro Social se creó en 1936 y en 1937 el Departamento
Médico de la Seguridad Social. El iniciador de la prestación médica en la
Seguridad Social fue el ilustre médico Pablo Arturo Suárez. El doctor Carlos Andrade Marín fue Director
del Departamento Médico desde 1937 hasta 1966; gracias a su labor, se instalaron
clínicas, y se dio impulso a la creación de hospitales. Por eso el principal
hospital del Seguro, lleva su nombre. El Subdirector del Departamento Médico de
entonces, fue el doctor Alejandro López Saá. A los doctores Andrade Marín y
López Saá se les atribuye la expansión del Servicio Médico del Seguro Social Ecuatoriano”.
Pero volvamos al tema del departamento del Dr. Alejandro López Saá y su esposa Teresita Valdiviezo...
El departamento de esta gentil pareja era magnífico, muy bien ubicado,
luminoso, totalmente amoblado y lleno de facilidades para la vida diaria.
Teresita nos hizo recorrer los diversos ambientes y nos dio
una serie de recomendaciones, nos dejaba todo: muebles y enseres de todo tipo, adminículos de cocina, cubiertos, vasos, copas... (se reservaban sólo un closet en
el que dejarían algo de ropa y diversos artículos personales).
En la tarde nos despedimos llenos de gratitud por sus
amabilidades. En pocos días ellos saldrían para disfrutar de su viaje por el Asia y nosotros para el
nuestro por Europa.
Nunca pensé que jamás volvería a ver al Dr. López.
Falleció repentinamente creo que en Tailandia, casi al finalizar su viaje por diversos
países asiáticos.
Mucho tiempo después ya en el Ecuador tuvimos la
ocasión de visitar a su esposa, a quién a más de darle nuestras condolencias,
le volvimos a reiterar nuestros agradecimientos por sus amabilidades y gentilezas,
pues al arrendarnos su departamento nos ayudaron enormemente a poder instalarnos
en México sin complicaciones.
Nosotros, efectivamente, al regreso de Francia disfrutamos
de su lindo departamento por varios meses e iniciamos allí nuestra vida de
pareja.
Comentario de Lucho Suárez:
ResponderEliminarNuestra recordada recepción en la Embajada del Ecuador ocurrió el 10 de agosto de 1979, aprovechando mi viaje de graduación del muy ilustre Colegio Municipal Sebastián de Benalcázar que, por primera ocasión, cambió el tradicional destino de Cali pachangero por un paseo histórico-bohemio a México, Tasco y Acapulco, sustituyendo también el ron viejo de Caldas por tequila y mezcal.
Luego del paseo colegial me quedé unas semanas en ciudad de México visitando al primo Marito y al tío Pepe, gozando del afecto de uno y otro, y operándome la ñata en el Instituto Mexicano de Seguridad Social, para regresar hecho un galán a estudiar biología en la PUCE.
En 1985 tuve el gusto de visitar al tío Pepe en el hotel Roma (durante mi visita a Lorena) y vimos juntos el partido Ecuador-Argentina, el árbitro boliviano de apellido Ortubé extendió el tiempo del partido más de 10 minutos hasta que Argentina nos empate, luego de un glorioso gol de Lupo Quiñonez. Fue un robo descarado que casi provoca el infarto de Pepito, que gritaba indignado "ladrón" al pícaro "juez" del altiplano.
Otro comentario de Lucho Suárez:
ResponderEliminarEl tío Pepe fue embajador del Ecuador durante el mandato de Luis Echeverrría, Presidente de México entre 1970 y 1976, quien popularizó el uso de la guayabera entre sus colaboradores y visitantes. Pepito contaba que en las recepciones ofrecidas por Echeverría, el presidente repartía guayaberas a sus invitados y les "obligaba" a cambiar de atuendo.
De esta manera la colección de guayaberas del tío Pepe aumentó considerablemente durante su primera misión diplomática como Embajador de Ecuador en México.
Pepito iría por segunda ocasión como Embajador a México durante la presidencia de José López Portillo (1976-1982) y luego regresó a mediados de los ochentas, como Secretario General de la OPANAL.