miércoles, 22 de junio de 2011

Suiza 4: Ginebra, las cervezas y los chugchas.


Como ya he relatado, hace algunos años viajaba frecuentemente a Ginebra para participar de las reuniones de coordinación del Consejo de Concertación sobre Agua Potable y Saneamiento (WSSCC). 

Esas reuniones se desarrollaban en la sede de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cuya sede está en esa ciudad suiza.

Cuando íbamos a esas reuniones, la OMS nos alojaba en un pequeño hotel situado frente a la estación de trenes de Ginebra, la “Gare Cornavin” y a pocos pasos de la cervecería “Les Brasseurs” situada en la misma cuadra que el hotel.

Fui invitado a  una de esas reuniones en octubre de 2002. Todavía no nevaba pero el clima otoñal estaba ya bastante frío.

A pesar de ello, en la tarde cuando regresábamos al hotel luego de las reuniones en la OMS, salíamos a caminar por las agradables calles peatonales del centro de Ginebra o cerca de las orillas del lago.  

En aquella ocasión habíamos salimos para dar una vuelta en grupo y fuimos a visitar el célebre reloj confeccionado con flores, que cambia de imagen, año a año. Este atractivo ha llegado a ser tan conocido como el chorro de agua del lago. Todo el mundo desea tomarse una foto frente al célebre reloj.

Esas caminatas terminaban siempre en “Les Brasseurs” donde podíamos comer algo y disfrutar de una cerveza.

Esa noche no fue la excepción

Como ya he contado en otros relatos “Les Brasseurs” ofrece cuatro tipos de cervezas una “rubia”,  una “ámbar”, una “blanca” y cervezas espaciales de temporada de colores y sabores  muy diversos. Si alguien no sabe qué cerveza elegir puede probar la llamada “selección de degustación” que consiste en cuatro pequeños vasos, uno con cada tipo de cerveza.

Pero, para quienes amamos la cerveza “Les Brasseurs” ofrece la cerveza en “canettes” de 600 mililitros o grandes jarros de un litro.

Yo había descubierto “Les Brasseurs” en mi primer viaje a Ginebra…. Y, por supuesto, en esta ocasión también, propuse a los colegas que me acompañaban, ir a esa cervecería para disfrutar de "une canette de blanche”…

Como suele acontecer en esas ocasiones luego de conversar de todo un poco alguien comenzó a contar chistes.

Como ya relaté en otra ocasión, en general, soy un buen contador de chistes, tengo buena voz, hago mímica, expreso mucho con ojos y manos, imito dialectos y modulo la voz. Cuando cuento un chiste la gente casi siempre ríe de buena gana.

En mis múltiples viajes he descubierto que aun traduciendo nuestros chistes, puedo obtener los mismos resultados, la gente disfruta cuando cuento un buen chiste.

En todos los países latinoamericanos las personas ríen cuando el chiste es bueno. En casi todos los países europeos, sobre todo en los mediterráneos acontece lo propio. Aun si he debido traducir e improvisar la expresión del chiste en francés o en español de España, la gente también ríe. Tengo más dificultades con el inglés, así que más bien por esa limitación, improviso menos en ese idioma; pero cuando he contado ciertos chistes en ingles, parece que si soy capaz de trasmitir la parte cómica de la historia y la gente también ríe.
  
En donde he tenido total éxito para los chistes es en África. En los países anglófonos un poco menos, por mis propias limitaciones en el manejo del inglés; pero en los francófonos, éxito total. Supongo, porque la traducción del español al francés es más fácil y directa y porque me desenvuelvo mejor en ese idioma. Casi siempre los chistes que he podido contar a colegas africanos de habla francesa, han tenido un tremendo éxito y casi siempre, con ellos, las veladas de chistes son largas y amenas como acontece en nuestros países.

En esa ocasión en “Les Brasseurs” el grupo era un tanto complicado, un inglés, dos búlgaras, una brasilera, una rusa, uno de Barbados, una bielorusa y un ecuatoriano.

Pero felizmente el sentido del humor de todos era semejante y pudimos todos, contar chistes y disfrutar de las historias contadas por los demás al igual que de las cervezas.


Anna Virginia Machado contó un chiste de gallegos y todos relatamos que en nuestros respectivos países a los habitantes de una ciudad o región específica se les achacaba ese tipo de chistes que corresponden a sujetos medio bobalicones o de carburación lenta…

Me causó mucha gracia que esas cualidades -que entre nosotros se suelen atribuir a los “pastusos”- en Rusia les son atribuidas a unos sujetos a los que llaman los “chukchas”.

En nuestro medio un “chucha” es un tipo más bien despierto, capaz de engañar al prójimo y de sacar provecho de cualquier situación. En el hablar coloquial de la sierra y de los quiteños en particular, se ha añadido una g imperceptible en la mitad de esa palabra y se suele decir  -ese tipo es un “chugcha” o - ¡no seas tan chugcha!...

Nuestra amiga rusa, Ganna Tsvetkova, nos aclaró que los “chukchas” de por allá, llamados también chukchis  son un pueblo siberiano que habita una zona muy extensa y casi despoblada entre el mar de Bering y el mar de Chukchi, en el extremo nororiental de la Federación Rusa.

Los chukchas tienen su propio idioma, hablan el chucoto y su población se dedica a la pesca y al pastoreo de renos. 

Debido al largo invierno y a las bajas temperaturas de la zona en que viven, las mujeres chukchis son expertas en la confección de prendas de vestir con pieles y tejidos de lana de bellos colores.

Nos relató que el número total de chukchis es de apenas 15.000 en todo el mundo y que físicamente se parecen mucho a los coreanos.

Allí aprovechamos para hacer bromas a nuestra colega de Bilorusia por sus rasgos orientales, le preguntamos si ella era chukcha y nos aclaró que no… 

Ella era nacida en Minsk -a miles de kilómetros de la tierra de los chukchis; aunque, obviamente nos dijo: -“algunos chukchis  residen actualmente en otras partes de Rusia, en Europa e incluso en Norteamérica”.

Fue muy interesante esa improvisada lección de geografía y de historia de las culturas.

Terminamos tomando una cerveza adicional… y brindamos por la salud de todos los presentes… representantes de los chugchas y chukchas del mundo entero.

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