martes, 23 de junio de 2015

Ecuador 75 El señor Escandón



Viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981 pues cursé allí una maestría en la Escuela de Arquitectura de la UNAM.


Una de las primeras cosas que hice al llegar fue buscar a Jorge Escandón, arquitecto y amigo de larga data que también había viajado a ese país unos meses antes para iniciar un posgrado en el “Colegio de México”. 


Ocho años atrás, cuando inicié mis estudios en la facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Quito, Escandón estaba en cuarto año de la carrera y era una verdadera institución en la Facultad. Era el presidente de la asociación escuela, amigo del decano, del personal administrativo, de la gente de la limpieza, de todos los estudiantes y de la mayoría de los profesores.


Cuando mi promoción inició clases, “Escandalón” como muy bien lo bautizó algún compañero, se encargó de organizar una fiesta de bienvenida a los “nuevos” y llenó de ritmos, canciones e ingeniosos versos, nuestros primeros días en las aulas universitarias. 


Emma, su esposa, era una de las recién llegadas. Aunque luego se graduó de socióloga en la misma universidad, fue compañera nuestra en primer año de arquitectura hasta que Velasco Ibarra clausuró esa casa de estudios luego de declararse dictador allá por el año 1970.


Escandón ya estaba en México cuando llegué a esa ciudad. Unos pocos días después de nuestro arribo, llegaron los demás integrantes de la familia: Emma, quien iba a hacer una maestría en la FLACSO y sus hijos: Jorge Alberto de once años y María Belén de nueve. 


Como ya he relatado, viví con ellos el primer año de mi permanencia en México y consolidamos una hermosa amistad que perdura hasta ahora.


Los Escandones se quedaron en México, sus hijos se casaron, tienen lindas familias. Jorge y Emma son abuelos. La familia se aposentó en México desde 1978 y viven allí algo más de 37 años. 



Si bien en los últimos años, Escandón ha vendido al Ecuador tres o cuatro veces (acaba de visitarnos hace un par de semanas) en un primer período, luego de su viaje a México, no le fue factible regresar a tierras ecuatorianas por cerca de diez o doce años. 


No recuerdo bien las fechas (debe haber sido a fines de los ochenta o en los primeros años de los noventa) pero el asunto es que CIUDAD en conjunto con el HIC y la GTZ, organizaron un encuentro latinoamericano de experiencias en vivienda popular y gestión social de hábitat. Jorge había trabajado con Enrique Ortiz en las acciones desarrolladas por el INFONAVIT luego del terremoto de México de 1985, así que fue uno de los expositores invitados.


Pronto se corrió la voz de que Escandón iba a regresar a Quito.


Los participantes extranjeros en ese evento se iban a alojar en el Hotel Chalet-Suisse y varias semanas antes del seminario, las recepcionistas del hotel comenzaron  a recibir llamadas de los numerosos amigos, parientes, amigos, allegados y cognados de Jorge que preguntaban de forma amable:


-  “Buenos días, disculpe, ¿habrá llegado el señor Escandón que debe estar alojado en ese hotel?”, o

-  “Buenas noches señorita, ¿podría hablar con el arquitecto Escandón que tiene reservación en su hotel?”, o

-  “Muy buenas tardes, soy amigo de Jorge Escandón, que viene para un seminario sobre vivienda… ¿podría informarme si ya habrá llegado?”...

Igual cosa acontecía en la recepción del hotel, el personal de turno recibía sin descanso las visitas de una cantidad de personas de todo tipo, género, edad, color, condición y estatura que preguntaban por Jorge Escandón.

Las llamadas y las visitas al hotel se repetían de forma incesante. Todo el mundo quería saber si Escandón ya estaba en Quito. Todo el mundo dejaba tarjetas y números telefónicos.

Hernán Valencia, su esposa Marianita (sobrina de Emma) y sus hijas Tania y Varinia se turnaban para llamar o pasaban por el hotel para preguntar si Jorge se habría registrado.

Beto Noboa, Sergio Lemarie, Fausto Andrade, Fausto Moreno, Alfonso Ortiz, Enrique Romero y algún otro colega que fueron compañeros de Escandón en la famosa tesis “Planificación urbana y preservación del patrimonio edificado de Zaruma”, también llamaban insistentemente al hotel para informarse si el arquitecto Escandón ya habría llegado.

Fernando y Memé Carrión, Marquito Herrera y su esposa Margarita, Jaime Idrovo, Marco Jaramillo, Rubén Moreira, Mario Solís, Gonzalo Bustamante, Alberto Viteri, Chalo Estupiñán, Guido Díaz, Carlos Arcos… llamaban también a cada rato.

En el hotel todos los empleados estaban medio batidos el coco por las insistentes llamadas y el desfile de innumerables visitantes que solicitaban información y dejaban recados para el “señor Escandón”.

Hasta que un día por fin vieron luz al final del túnel. A las 10 o 10h30 de la mañana ingresó al hotel un personaje de pelo ensortijado, un colmillo de jaguar engarzado en una cadena que portaba alrededor del cuello y una pequeña barba -tipo candado- cubriéndole el mentón.

Saludó atentamente con acento pastuso al muchacho de la recepción y se presentó:

-  “Muy buenos días, mi nombre es Escandón…”, añadiendo enseguida: 

- “¿tendrá usted una reservación a mi nombre?…”

El joven recepcionista exclamó a viva voz, entre contento y aliviado:

-  “¡Señor Escandón!..., ¡por fin!...”, añadiendo luego con voz más compuesta y atildada: - “Bienvenido al Hotel”…

Le informó que en efecto, había una reservación a su nombre pero que en ese instante el huésped precedente no había realizado aún el “check-out”… mencionándole que, cuando eso aconteciera, la camarera debería realizar la limpieza y arreglo de la habitación y que eso tomaría más o menos, una hora o algo más.

Escandón -todo él amable- le respondió que eso no era problema pero le pedía verificar si podría dejar encargado su equipaje y unos paquetes con libros, en algún lugar seguro pues tenía que salir de inmediato para asistir al seminario.

Luego se le ocurrió preguntar si no le podrían facilitar otra habitación para ducharse y rasurarse antes de ir al seminario pues como había viajado toda la noche estaba realmente molido.

El chico de la recepción le estaba explicando que desgraciadamente eso no era factible, cuando se abrieron las puertas del ascensor e hizo su ingreso al lobby nuestro común amigo Gustavo Riofrío, colega peruano que también iba a participar en el Seminario.

Apenas vio a Jorge en la recepción abrió los brazos y exclamó de forma estridente:

-  “¡¡¡ Escandón !!!”

Cuando finalizó un largo y palmeado abrazo. Explicó que estaba atrasado y que debía salir corriendo para el lugar donde se desarrollaba el evento.

Escandón alcanzó a preguntarle si podía dejar sus pertenecías y si se podía duchar en su habitación…

Gustavo respondió desde la puerta del hotel:

-  “¡Por supuesto hermano!”, y dirigiéndose al muchacho de la recepción, exclamó desde la puerta del taxi:

-  “¡Préstale la llave de mi habitación!, estoy en la 305”… 

Escandón recibió la llave, tomo el ascensor, llegó a la habitación de Gustavo, desempacó su maleta, dejó los libros junto a la televisión se dio un buen duchazo, se afeitó, se secó con la toalla de Gustavo y se acostó un rato en la cama para echarse una siesta reconfortante, antes de salir para el seminario…

Los amigotes le molestaban luego, afirmando que de seguro se había limpiado los dientes con el cepillo de Gustavo y que se había acostado en su cama, desnudo y sin secarse, para “echarse una pestaña”… pero eso no nos consta… así que dejamos esa información consignada en estos párrafos como una posibilidad no verificada…

El asunto es que Escandón llegó al seminario a la hora del almuerzo y de inmediato recibió la bienvenida de todos los participantes -de los que le conocían y de quienes le veían por primera vez- pues todos estaban enterados en el hotel de la llegada del “señor Escandón”… y ya era más popular y conocido que el agua de Güitig.

Participó del evento en la tarde y al llegar al hotel en la noche, recibió la llave de su habitación…, antes de dirigirse hacia ella, le pidió a Gustavo que le dejara sacar la maleta y los libros de la suya.

Subieron juntos y ¡oh sorpresa!: del cuarto de Gustavo habían desaparecido todas las pertenencias de Escandón. Buscaron bajo la cama, en el ropero, detrás del mueble de la tele, en el baño… ¡nada!... No había ni trazas de la maleta ni de los paquetes de libros…

Supusieron que los empleados del hotel podían haber llevado todas las cosas a la habitación de Jorge, así que fueron para allá, y… ¡no encontraron nada…!

Cuando comenzaron a atar cabos, verificaron con terror que Gustavo no estaba en la habitación 305 sino en la 306.

¡¡Jorge se había duchado y había dejado sus cosas en el cuarto de otro huésped!! 

Y si el resto de las hipótesis resultaban ciertas: ¡se había limpiado los dientes con el cepillo de un desconocido y había dormido mojado y empelotado en la cama de ese prójimo…”!

Fueron de inmediato a la 305 y golpearon la puerta… les abrió un alemán viejo, alto y desgarbado… descalzo, en pijamas y medio dormido… 

Supongo que algo preguntó en  su lengua… pues Gustavo le respondió enérgico y a viva voz:
-  “¡Guten tag!”…, añadiendo luego: (en español, supongo)

-  “Venimos por los libros”…

A continuación se abalanzaron sobre las pertenecías de Escandón -maleta y libros- y salieron tal como habían entrado; como una exhalación.

Hasta ahora el pobre turista está tratando de explicarse lo sucedido… y los empleados del hotel respiran tranquilos pues el señor Escandón regresó a México pocos días después y la calma volvió de inmediato al Chalet-Suisse. 

lunes, 22 de junio de 2015

Ecuador 74 Las carteras y los buses de doña Corina



Buscando unos viejos papeles en una caja de cartón, he dado con un texto escrito a máquina y un diploma arrugado que me trajeron un conjunto de añoranzas y recuerdos.

La historia es la siguiente:

En junio de 1984 ILDIS y CIUDAD convocaron a un concurso barrial de ensayos, leyendas, testimonio y tradiciones.

El concurso se llamaba “Construyamos nuestra historia” y contó con el auspicio de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y de la editorial “El Conejo”.

Yo había concluido para esas fechas mi investigación sobre la Movilidad Urbana en los barrios populares de Quito que emprendimos en CIUDAD con el apoyo del IRT de Francia.

Como disponía de varios estudios de caso bastante entretenidos decidí participar en el concurso con uno de ellos que daba cuenta de lo complicado que era el tema del transporte cotidiano para una madre de familia que se ganaba la vida fabricando y vendiendo carteras de mujer.

Las bases del concurso señalaban que los textos que se podían presentar a la confrontación, no debían rebasar las diez cuartillas, escritas a un solo espacio. Adapté mi estudio de caso a esas condicionantes y me inscribí en el grupo “testimonios”. Titulé el trabajo: “Las carteras y los buses de doña Corina” y cambié los nombre de los protagonistas para proteger el anonimato de mis informantes.

El texto presentado a ese concurso decía lo siguiente:

Las carteras y los buses de doña Corina

Doña Corina Crespo confecciona carteras desde hace veinte años. Ac­tualmente tiene treinta y nueve años de edad y seis de ellos ha vi­vido con sus hijos en el Comité del Pueblo.

El barrio se encuentra ubicado en el sector denominado Carretas, al Nororiente de la ciudad de Quito en los terrenos de la hacienda que antiguamente se denominaba "La Eloísa". En el Comité del Pueblo se han construido hasta hoy unas 2.900 viviendas que albergan aproximadamente a 13.000 habitantes, la mayoría de los cuales habitan en "La Eloísa" menos de cinco años pues, a pesar de que la organiza­ción inició sus actividades en 1970 y consiguió los terrenos en 1973, el barrio empezó a consolidarse recién a partir de 1978. La exten­sión del conglomerado es de aproximadamente unas 120 hectáreas y la dotación de infraestructura, sumamente precaria; tan solo dispone del servicio de electricidad, en tanto que la canalización está parcialmente en proceso de construcción y el servicio de agua potable es inexistente. Los pobladores deben abastecerse de los tanqueros que distribuyen el líquido en el sector a un costo considerable (25 sucres la pipa de 200 litros).

Doña Corina y sus seis hijos viven en una casa de paredes de blo­que, techumbre de asbesto-cemento y pisos entablados. La casa tiene un aspecto de inacabada pues las paredes no están enlucidas y, al igual que las puertas y ventanas de maderas, nunca fueron pintadas.

La vivienda consta de tres habitaciones: una utilizada como cocina y comedor que tiene el piso de cemento alisado y dos usadas como dormitorios, en las que se puede observar un cierto raso de madera contrachapada clavado a las vigas que soportan la cubierta. En el ex­terior junto a las pipas que sirven para almacenar el agua que distribuyen los tanqueros, existe una lavandería de cemento y un poco más alejada, una pequeña construcción de madera que alberga la letrina. Ninguno de estos dos elementos funciona con agua corriente y ambos desaguan a un pozo que funciona simplemente como receptor de las aguas servidas.

En una de las habitaciones comparten una cama Doña Corina y su hija Ana de seis años y otra cama pequeña sus hijos, Juan de 8 años y Ricardo de cinco. Junto a las camas, sobre una pequeña mesita de madera se observa un radio, que con una plancha y una licuadora que se guardan en la cocina, son los únicos artefactos eléctricos de la casa. El otro dormitorio es compartido por los hijos mayores, todos varones: Hernán, Jaime y Alberto de 18,16 y 11 años respectivamente.

En la cocina, a un costado de la cocineta de gas que sirve para preparar los alimentos, y junto a la mesa de comer, se observan las herramientas y materiales que le sirven a Doña Corina para ganarse la vida: una máquina de coser industrial, una remachadora, pinzas, alicates y otros instrumentos, así como una variedad de cue­ros sintéticos, cierres relámpago e hilos de los más diversos co­lores, con los que ella confecciona carteras y bolsos de mujer. Con la ayuda de reglas especiales que le sirven de moldes, produce esos objetos en los diferentes modelos y tamaños que le son solicitados por sus clientes.

Doña Corina nació en Puembo, principal poblado de la parroquia del mismo nombre, perteneciente al Cantón Quito. No conoció a su padre. Fue criada por sus abuelos maternos con quienes vivió desde los 6 u 8 meses hasta los 12 años, cuando, a raíz del matrimonio de su madre con el que fue su padrastro, tuvo que ir con ellos a Tulcán: - "como el esposo de mi mamá era militar, le dieron el pase... allá vivimos un año... luego fuimos al oriente.

-  “Allí tuve un fracaso, ¡digamos!..., en una palabra: tuve una niña a la edad de catorce años. Hoy mi hija tiene 25 años, está casada, y vi­ven en el sector de la Alameda"....

Cuando la niña nació fue reconocida como hija de la madre y el padrastro de Doña Corina, y según relata, ellos vivían en Milagro mientras ella trabajaba en Quito:

-   "Remataba sacos en una fábrica… no sabía nada de mi hija y... ¡sufría mucho! Luego parece que tuvieron alguna desavenencia y se separaron, se dividieron los muchachos y me devolvieron a mi hija... ¡de esa forma pude recuperarla!  (En esa épo­ca ella tenía dos años...)''

-  "Luego se volvieron a unir y quisieron nuevamente quitarme a la chica... Entonces opté por huir... (se puede decir)... con mi hija. Me fui a Milagro.

-  Allí trabajé al  principio como empleada doméstica en la casa de una familia... pero como me llegaron a querer mucho me dieron un cuarto y me consiguieron un trabajo en un almacén como costurera.  (Como desde chica me ha gustado mucho coser: me fue bien...).Me llegaron a considerar como parte de la familia... allí viví cuatro años... Estuve a punto de casarme pero por no darle padrastro a mi hija, regresé nuevamente a Quito. Vine por vacaciones y me quedé. Viví con mi mamá más o menos un año".

-  "Por insinuación de una amiga entré a trabajar en una fábrica de carteras... Al principio el dueño me puso a prueba… ¡Yo era intuitiva!, se puede decir... Con retazos de material practicaba.., remachaba, en fin. Había otras chicas pero como no practicaban, no pasaron la prueba; quedamos dos. ¡El dueño me preguntó si había trabajado en otra parte cosiendo carteras!; le dije que no (el todo es que yo me interesé y practicaba mucho...) Entonces me dijo que había pasado la prueba y que me quedara..."

"Pero como yo estaba en Quito sólo de vacaciones le dije al señor que no me podía quedar. Le dije: - Yo trabajo en la costa... Mi jefe me preguntó cuánto ganaba... Le dije: -¡Quinientos! (Allá siempre el sueldo es un poco mejor, acá pagaba trescientos como costurera). Me dijo: - ¡no se vaya!... le voy a subir el sueldo... Me gusta su trabajo. Me hizo una proposición: - Le pago adelantado las vacaciones y con eso se va a Milagro a recoger sus cosas y cuando venga le pago los mismos quinientos.  - Bueno, le dije: - iYa! (me gustó a mi también la confección de carteras... ¡esa es la verdad!). Me dio lo de las vacaciones y medio sueldo adelantado... Ahí aprendí a coser carteras".

"En esa fábrica trabajé un poco más de un año; salí por un disgusto con el jefe.  Luego fui a otra fábrica, con mejor salario. Ahí aprendí a modelar, la dueña me quería mucho; igual a mis hijos... (En ese tiempo nacieron mis dos mayores). La señora se fue a los Estados Unidos y me dejó herramientas y algo de mate­rial; así comencé con mi negocio que tengo actualmente".

II

En esa época Doña Corina, vivía con el que fue su esposo, en el sector de La Magdalena al sur de la Ciudad. Por un disgusto se separaron y ella se fue a vivir en el Camal: -"Quise independizarme pero, al poco tiempo retorné con él. Era fotógrafo, trabajaba en la Foto Toral".

En el Camal vivieron un año. Luego se mudaron a vivir a San Marcos, en la calle Jijón.  (Ese sector les convenía a ambos por la cercanía)…

-  "Entré al Comité del Pueblo por insistencia de una amiga...de una vecina. Al principio yo no quería...ella me decía: - ¡vamos!; (para ir juntas a las sesiones, a las concentra­ciones, a las manifestaciones). Mi marido era bastante celoso... a él no le gustaba.   Yo decía: si entro, ha de ser para no salir... ¡Yo soy decidida...!, ¡si por ahí meto los pies por ahí saco la cabeza!  (Yo soy así...)... ¡Y así, fue!... Luego de tanta insistencia de esta señora, un día fui con ella y pagué la inscripción: treinta sucres, me acuerdo. Yo trabajaba ya indepen­dientemente.  (En San Marcos: vivimos 12 años... ahí nacieron mis cuatro últimos hijos)".

Doña Corina participó activamente en las luchas del Comité del Pueblo por conseguir un terreno para el conjunto habitacional: "a base de manifestaciones se consiguieron primero los terrenos de la Mena (La Hacienda "Mena" al Suroccidente de Quito) y luego este señor Vaca del Banco de la Vivienda (se refiere al Coronel Vaca Lara, antiguo presidente de la JNV y el BEV) dijo que se responsabilizaba y que nos iban a dar las casas a todos...Yo fui a hacerme la encuesta... (iba pasando un día) pero finalmente no me salió ahí….

-  Yo seguí en el Comité... ¡mi marido insistía en que me retire! pero ¡no!, yo seguí.  ¡No retiré la plata ni nada! Luego se consi­guieron los terrenos de acá de La Eloísa...a mí me entregaron el lote hace... unos siete años (1974)...me tocó por sorteo".

-  "Para la construcción de la casa mi marido no me ayudó en nada: él quería que me retire a todo trance: ¡no me ayudó en nada!”  Pero como yo manejaba mi dinero aparte, trataba de aho­rrar lo que más podía… de mi trabajo, digamos. Tenía una libreta en el Banco (ahora la tengo vacía). Entonces... reunía... reunía, con entusiasmo... ¡A fin de hacer la casa!  ¡Aunque sea de adobe, yo la hago!, decía. Porque ya la situación se iba poniendo un poquito difícil;  entonces... logré reunir unos 20.000 sucres: ¡con eso construí! ¡Mi marido no quería ni conocer!... pero después, ya vino... El era fotógrafo pero trabajaba asalariado no tenía ninguna garantía ni le afiliaron al Seguro... ¡nada! Cuando le despidieron se quedó en la calle: ¡salía a buscar trabajo y regresaba chumado!  Entonces logré que comience a trabajar conmi­go ¡a Dios gracias, le gustó! Trabajábamos los dos...nos iba bien. Hasta...hace dos años que falleció.

Doña Corina estudió únicamente hasta quinto grado de primaria en la época en que vivía con sus abuelos…, pero está decidida a que sus hijos lleguen a tener una mejor capacitación. A excepción del pequeño Ricardo que asiste a la guardería, todos los demás estudian. Ella considera que estudiando "podrían defenderse mejor en el futuro.".

Sus hijos menores estudian en el Centro de la ciudad en la escuela Jorge Washington de La Loma. - "Los mayores estudiaron en la Escuela Sucre… ahorita están ya en el colegio. El mayor está en cuarto curso del Central Técnico, ya debería estar en quinto sino que se cargó un año (Le entró la mona de esos juegos electrónicos... eso fue la causa). Pero bueno, reflexionó a tiempo y ahora está muy dedicado al estudio. El otro muchacho está en el SECAP (Servicio Ecuatoriano de Capacitación Profesional). No quiso entrar a ningún colegio; ¡él quería trabajar! pero yo de­cía: tiene que prepararse bien  (sobre todo porque el hermano estaba estudiando… no valía que el uno se supere y el otro no) entonces… averigüé y le gustó el SECAP… Está especializándose en maquinaria agrícola, ya está en tercer semestre y le faltan otros tres. (El mayor viendo que los estudios son buenos, también va a entrar al SECAP… de día va a estudiar ahí y en la noche en el Central Técnico)

Doña Corina lleva el mayor peso del trabajo doméstico pero los chicos le ayudan bastante: - "el uno arregla el cuarto, el otro ba­rre, el otro lava los trastes... (Cuando pasan en la casa). Los grandes lavan la ropa de ellos, son bien organizados. El mayor es muy responsable, se puede decir…, desempeña las veces de un padre: ordena, dice por ejemplo: a ver, tú: sábado y domingo cocinas, al otro: tú lavas los trastes, así…

III

Doña Corina dice que gana más o menos entre seis u ocho mil su­cres al mes, pero eso es muy irregular. No tiene un presupuesto familiar elaborado: - "me parece que soy desordenada...a ve­ces no me doy cuente..., dice.

Las carteras que fabrica, las entrega a las "cajoneras de la Marín, en el Ipiales, en uno que otro almacén del centro. Trabaja sólo a pedido. Compra los materiales que utiliza en diversos lu­gares, de preferencia en las distribuidoras grandes donde puede obtener un mejor precio al comprar los diversos artículos al por mayor.

La jornada diaria de Doña Corina es sumamente intensa. A más de su trabajo artesanal, ella se encarga de las labores domésticas de la casa, compra diariamente los víveres y cocina para sus hijos; debe movilizarse varias veces en el día para entregar las carteras a sus clientes, cobrar su dinero y recibir nuevos pedidos. Entre recorridos en bus, tiempo de espera y caminatas ella invierte diariamente cuatro horas cuarenta y cinco minutos en movilización.

Sale de su casa a las seis de la mañana y se dirige al centro en un bus de la línea Comité del Pueblo - La Marín; el re­corrido dura más o menos una hora. Al llegar se dedica a entregar su trabajo, y con el dinero que cobra hace las compras para el almuerzo en el Mercado Central.  Allí espera otro bus y regresa a su casa para trabajar un poco y preparar la comida; llega aproximadamente a las 10, luego de una hora de viaje.

La comida compra al diario. - "En eso se me van unos 300 sucres. De unos ocho meses acá la situación se ha puesto bien difícil. A veces les digo a mis hijos: ¡Ya mismo tiro la toalla!" (Cuando hace las compras de otros artículos para la casa, gasta unos 300 a 400 sucres a la semana).

En la tarde, alrededor de las 14h00 vuelve a salir. Hace el mismo trayecto hasta el Centro. Recoge otros pedidos, realiza entregas y cobra a las personas que no pudo encontrar en la mañana. Con ese dinero, realiza las compras para la comida y para el desayuno del día siguiente, reservando una cantidad para los pasajes de  sus hijos y el suyo de la mañana. Para estos recorridos necesita, igualmente, más de dos horas. Aproximadamente a las 17:15 cuando ha regresado a su hogar, inicia de inmediato la con­fección de las carteras que deberá entregar al día siguiente. Trabaja hasta las 9 ó 10 de la noche.

Doña Corina menciona que últimamente no ha podido ahorrar ni un centavo, ni siquiera para comprar material; y explica el mecanismo del que se vale para no verse desprovista: - "para poder hacer algo, saco dinero, hago un préstamo, a una señora a quien conocí a través de una amiga, me presta, por ejemplo, cinco mil y en 56 días debo pagarle cien sucres diarios.  O sea, pago 600 de in­terés por los cinco mil que me presta, lodos los días, paso a pagarle... entrego las carteras y paso a dejarle los cien sucres. La señora cobra a todos así (diariamente). La primera vez que saqué, pagaba cincuenta diarios. Me prestó dos mil quinientos. Prácticamente, ella presta sólo a las personas que como yo, tienen algún negocio, que ve que pueden pagarle diariamente".

-  "Cada vez que necesito material o para cualquier necesidad de mis hijos... vuelvo a sacar así.  Cuando compro material distribuyo para el trabajo en el mes o los dos meses.  A veces no puedo comprar al diario porque... ¡por ejemplo!: cuando tengo que comprar los útiles escolares... ahora que está todo tan caro, vendo las carteras y todo se me va en los útiles. Entonces se me acaba el material sin haberle repuesto.., no me queda otra que sacar la plata, así... a crédito."

Doña Corina cuenta que cosa semejante sucede cuando debe adqui­rir ropa para sus hijos. Les compra una mudada completa al inicio del año escolar y otra en Navidad.

La distancia de su vivienda en relación al centro le causa problemas sobre todo por el tiempo que pierde en movilizarse. En San Marcos vivía más estrecha pero estaba más cerca de los lugares donde entrega su mercadería y compra los materiales. Doña Corina calcula que el tiempo que pierde en movilizarse le representa unos doscientos sucres diarios de pérdida por las carteras que deja de hacer en ese lapso. De todas formas dice:

-  "Antes pagaba quinientos sucres de arriendo por una pieza y cocina, (hoy día debe estar siquiera dos veces más caro), entonces siempre hay ahorro por lo que la casa es propia..."

-  “Por mi trabajo, dice, - "no tengo mayores relaciones con los veci­nos.  Nunca he sido mujer de muchas amistades. Asiste cuando puede a las reuniones del Comité o envía a su hijo.  No es, se­gún dice, "fanática", pero, sabe reconocer que, "malo o bueno, por ello tiene su casita". -"Asisto a las reuniones, porque ese es mi deber…, mantengo relaciones normales, se podría decir, con el Comité..."

El transporte le resulta sumamente caro. A más del gasto suyo, ella tiene un egreso fijo mensual bastante elevado para el transporte de sus hijos. - A Alberto y Juan "antes les daba 12 sucres a los dos (seis a cada uno) ahora les he liquidado los dos, les doy solamente diez  (todo ha subido y yo más bien les he disminuido: pierden la colación los pobres...)  Es por la situación que se ha puesto un poco dura y mis hijos tienen que comprender  (¡así les digo!). Como todavía son chicos, les cobran dos sucres y les queda un sucre a cada uno para algún antojo".

Debido a que anteriormente vivían en San Marcos, sus hijos si­guen estudiando en ese sector. La distancia desde El Comité al centro de la ciudad es un problema que preocupa a la madre aun que según dice "ya están en edad de viajar solos" (tienen 11 y 8 años respectivamente) y, a pesar de que la distancia encarece el costo de movilización, - "he resuelto que mis hijos terminen en esa escuela. La educación ahí me gusta y como dicen: ¡más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer!..."

-  "Al mayor antes le daba quince sacres, pero ahora le doy diez, también le eliminé los cinco sucres. (Aunque él se ayuda haciendo unas pocas carteras, él mismo compra el material y lo que vende le queda para sus gastos). Al otro muchacho, así mismo le doy diez sucres para el SECAP" (En los pequeños gasta cuatrocientos sucres mensuales: 250 en el transporte escolar de Ana y 150 en el de Ricardo que asiste a la guardería).

Doña Corina gasta veinte sucres diarios en movilización y mu­chas veces aún un poco más: - "a veces ya me hago tarde y todavía tengo que ir a tal o cual almacén en el mismo centro. Veo que pasa el bus y me embarco...ya son otros tres sucres"

En los meses en que Doña Corina logra ganar unos siete mil sucres, los gastos fijos de su familia en transporte, representan el 20% de sus ingresos, pero en ocasiones, cuando las ventas disminuyen, ese porcentaje aumenta considerablemente.

Hernán, el hijo mayor de Doña Corina requería para movilizarse un poco más de una hora, todos los días. Actualmente que ha iniciado los cursos en SECAP ese tiempo casi se le ha duplicado. Sus actividades eventuales, de esparcimiento o recreación, son muy restringidas. Diariamente asiste a clases y los fines de semana, realiza diferentes actividades en la casa, para ayudar a su madre en las tareas domésticas. Nunca va al cine o a espectáculos deportivos. Una o dos veces por mes se da un tiempo, los sábados, para hacer deporte en el colegio y cada dos o tres meses visita a su hermana casada que vive en la Alameda.

Lo propio acontece con todos sus hermanos, aunque Jaime y Al­berto mencionan que cada tres o cuatro meses se dan una escapadita al cine.

Ningún miembro de la familia practica la religión, aunque to­dos confiesan ser católicos. Tan solo Doña Corina asiste a misa, pero no de una manera regular; cada dos o tres meses toma el bus y se dirige a la Iglesia de la ciudadela Rumiñahui que le queda relativamente cerca.

La casa de Doña Corina está en el extremo occidental del lote, junto a la calle, Al fondo se observan unas pocas plantas de col, un pequeño sembrío de maíz y otro de fréjol. Detrás de la cocina, en dos jaulas de madera, una media docena de conejos esperan, sin saberlo, la llegada de un día de fiesta.

El 19 de julio de 1984 en la sala “Jorge Icaza” de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, fue la lectura del veredicto. Los organizadores entregaron diplomas a quienes habían obtenido el primero, segundo y tercer premio de las categorías Ensayos, Leyendas, Tradiciones y Testimonios. El maestro de ceremonias iba llamando a cada uno de los participantes cuyos trabajos se habían hecho merecedores a los diversos premios, para entregarles su diploma y un lote de libros.

Al llegar a la lectura del veredicto de la categoría Testimonios, tuve la grata sorpresa de que mi texto sobre buses y carteras había obtenido el primer premio. La historia de vida y el batallar diario de mi amable informante a quien bauticé como doña Corina, resultó interesante para el jurado. Fue una grata satisfacción. Un par de días después le entregué copia del texto y le obsequié los libros que me dieron como premio. Era a ella a quien verdaderamente correspondía.

Era a esa mujer “…ejemplo vivo de pobreza y dignidad”, parafraseando a Carlos Mejía Godoy, a quién debían llegarle todos los méritos.