jueves, 31 de marzo de 2011

Francia 12: Bretaña: El Festival Intercéltico de Lorient

He estado en Bretaña al menos seis o siete veces. En agosto de 1993 fuimos allá, con mi esposa y mis hijas, invitados por dos buenos amigos Yves y Marie Paule Ménahèze.  

Mi esposa Marie Thérèse conoció a Marie Paule en un seminario para documentalistas y bibliotecarias de los liceos franceses del extranjero, que se desarrolló en Montpellier. Marie Paule era documentalista del liceo de Casablanca y mi mujer del Liceo “La Condamine” de Quito.

Los Ménahèze vinieron al Ecuador un par de años después con sus encantadoras hijas. Se alojaron en nuestra casa. Conocieron innumerables lugares del país e hicimos varios recorridos juntos. Quedaron muy complacidos de su periplo por tierras ecuatorianas. Nos hicieron prometer que si íbamos a Francia durante el verano les visitaríamos en Bretaña donde tenían una linda casita que habían restaurado para las vacaciones, pues su lugar de residencia habitual es Casablanca.

En 1993 habíamos previsto viajar a Francia con mis hijas así que comunicamos a los Ménahèze que les visitaríamos ese verano. Ellos respondieron amablemente manifestando que estaban encantados de esa visita y que nos esperaban para hacernos conocer el sur de Bretaña, sus magníficos pueblos, su cultura, su gastronomía y su música. 

Arrendamos un pequeño auto y emprendimos el periplo hacia Bretaña.  

Para llegar a tierras bretonas desde París hay que descender en dirección sur-oriente por grandes autopistas que pasan por ciudades importantes como “Le Mans”, “Laval”, “Rennes”-la capital de Bretaña-, “Ploërmel” y “Vannes”. De allí para llegar a nuestro destino debíamos pasar por “Auray” y luego enfilar hacia el sur para cruzar el istmo de Penthièvre y llegar, al final de la península de “Quiberon”, al pueblito del mismo nombre donde tenían su casa  nuestros amigos.

El pueblo de Quiberon es pequeño y pintoresco -la población de la comuna no llega a los  cinco mil habitantes- la mayor parte de las casas son construidas con techos de pizarra muy inclinados y muchas están rodeadas de grandes macizos de hortensias de flores azules y rosadas. Los Ménahèze nos recibieron en su linda casa y en esos días hicieron todo lo posible por enseñarnos las bellezas de los alrededores.

Uno de las actividades que había previsto para nosotros era la visita a la ciudad de “Lorient”, célebre por el “Festival Intercéltico” que todos los años se desarrolla del  6 al 15 de agosto.

El famoso “Festival Intercéltico” es un evento que permite el encuentro de la cultura celta presente en diversos países europeos y del resto del mundo. Durante la semana del Festival, Lorient recibe casi a cinco mil músicos, cantantes y bailarines de Bretaña, Escocia, Irlanda, Gales, Galicia, Asturias, Cornualles y la isla de Man. A ellos se juntan representantes de las colonias celtas de Canadá,  Australia, EEUU, Nueva Zelanda y varios otros países.

El Festival de Lorient viene realizándose desde hace más de cuarenta años. Se ha convertido en el evento más importante de la cultura celta. Durante esa semana, más de seiscientos cincuenta mil visitantes participan, viven y gozan de tradiciones milenarias de esta cultura, combinadas con formas contemporáneas de creatividad y experimentación de música, canto y danza.

El festival es básicamente una manifestación popular que se desarrolla en las calles pero tiene varios escenarios más formales: el “Palais de Congrès”, el “Grand Théâtre” y el estadio “Parc de Moustoir” para los eventos masivos.

Desde Quiberon nos trasladamos una tarde a Lorient, en el auto de Yves y logramos conseguir entradas para las presentaciones que se desarrollaban en el “Palais de Congrès”.

El ambiente que se vive es fantástico. Centenares de personas, muchas de ellos que no se pueden comunicar con los vecinos, porque hablan bretón, gallego, inglés, escocés, asturiano o francés, pueden abrazarse, reír, llorar y vivir intensamente sus raíces comunes, a través de la música.

La música de Bretaña se ha transformado considerablemente en los últimos años adaptando melodías y sonidos tradicionales a estilos contemporáneos y mezclándose con otras tradiciones folklóricas. La música es hoy el aspecto más visible de la cultura bretona, gracias al trabajo y creatividad de sus músicos y precisamente al intercambio con las expresiones de otros pueblos celtas, que se da en el Festival de Lorient y en otros semejantes.

En la tradición vocal destaca el "canto-contracanto". En él participan dos intérpretes: uno entona la primera estrofa de la canción y su compañero entona la segunda (o repite la primera). Quién cantó en primer lugar entona la siguiente estrofa y así sucesivamente, alternándose.  

En las interpretaciones instrumentales el esquema de canto y respuesta aparece también en el dúo más común de la música local, conformado por el “biniou”  o gaita bretona y la “bombarda” (una especie de oboe rústico), los dos instrumentos más representativos de la región

Las bandas de gaitas bretonas, inspiradas en las bandas escocesas son un elemento importante de la música bretona. Los festivales han popularizado en la región el uso de la gran gaita escocesa pero sin llegar a reemplazar a la cornamusa vernácula, otro instrumento típicamente bretón.

La danza tradicional bretona se mantiene viva y recientemente ha evolucionado desde una práctica exclusivamente popular hacia espectáculos profesionales cada vez más complejos.

En el festival los solistas y parejas que cantan, bailan o interpretan música celta y bretona hacen delirar a los asistentes. La gente siente en lo profundo de su ser, esas interpretaciones. Es fabuloso como uno se contagia y comienza a sentir esos ritmos y melodías como propios.

Pero donde el asunto llega a límites extraordinarios es cuando los grupos y las bandas interpretan, cantan o bailan la música celta generando tal vibración en el ambiente, que nadie puede permanecer sentado en sus asientos… todos los espectadores se ponen a bailar en su sitio y finalmente, se lanzan a la pista. Como si se tratara de un coliseo de deportes, los graderíos estaban repletos, los músicos actúan en una tarima alta, pero el centro del local, del tamaño de una cancha de básquet, permanece libre, sin sillas, para que la multitud pueda bajar y bailar al ritmo de la música.

La gente forma círculos concéntricos que giran como en una ilusión óptica en diversos sentidos. Todos quienes bailan, agarran las manos o, más precisamente, agarran con sus dedos meñiques los dedos meñiques de sus vecinos y hacen un movimiento colectivo con los brazos, mientra giran sin parar, siempre mirando hacia el exterior del círculo.

Los brazos de todos hacen un par de veces un movimiento hacia adelanta y luego hacia atrás, como que les faltara impulso y luego, cada quien describe simultáneamente dos circunferencias perpendiculares a su pecho, la una con su brazo izquierdo, en coordinada comunión con el brazo izquierdo de su vecino y la otra, con el izquierdo suyo y el derecho de su otro vecino. Este rotar de brazos y girar colectivo se acompaña con un baile rítmico de pequeños saltitos en el que se alternan el pie derecho y el izquierdo todo al son de una música contagiosa y magnifica, aguda y penetrante que llega al alma. 

Nosotros, al principio, tan solo seguíamos el ritmo con las palmas de las manos, pero luego, fue imposible seguir como simples espectadores, la música y la efervescencia colectiva eran tan contagiosas que de repente nos encontramos en la pista danzando como bretones, como celtas, como gallegos, como todos esos seres humanos que compartían y sentían la vida propia y la de todos como una, en ese ritual ancestral casi iniciático.

Bailé y sudé  hasta el agotamiento, al día siguiente tenía las piernas adoloridas, pero felizmente cuando uno vive casi a tres mil metros, bailar desaforadamente a nivel del mar, resulta relativamente fácil; el corazón y los pulmones responden mejor y felizmente,  mi sobrepeso era menor en ese entonces. Así que pude sobrevivir a ess formidables expresiones de la música bretona.




miércoles, 30 de marzo de 2011

Francia 11: Paris: “Saltimbanqui” en Beaubourg

Desde el año 2000 cuando mi hija Manon fue a vivir a Paris, yo aprovechaba cualquiera de mis viajes a Europa para poder visitarle un par de días. Ella vivía en un pequeño departamento de la “rue de Seine”, esquina con “rue Jacobe”, un lugar privilegiando del  Barrio Latino, el famoso “Quartier Latin”.

El “Quartier Latin” se halla en pleno centro de París, en la orilla izquierda del Sena; su nombre proviene del hecho de que allí se concentraban las más reputadas universidades y los estudiantes recibían sus clases en latín y muchos se comunicaban en esa lengua.

Actualmente el barrio está llenos de restaurantes, galerías de arte, bares y cafés. La presencia de turistas es significativa pero la población estudiantil sigue siendo importante debido a la presencia de varias universidades y “Grandes Écoles” en sus inmediaciones. La más importante es la Sorbona que se encuentra en la parte alta del barrio, en la denominada montaña “Sainte-Geneviève”.

El “Quartier Latin” fue el ámbito en el que se dieron los acontecimientos de la célebre revuelta estudiantil conocida como “mayo del 68”. Desde hace muchos años cuenta con una extensa oferta cultural, concentra buena parte de las salas de los cines de arte y teatro-ensayo, pequeñas salas de música en vivo y numerosas librerías.

Entre las obras de renovación realizadas en Paris por el Barón Haussmann a fines del siglo XIX se construyeron dos importantes avenidas que cruzan el “Barrio Latino”: el “Boulevar Saint-Michel” en el sentido  norte-sur  y el “Boulevard Saint-Germain” en el sentido Este-Oeste.

El departamento de mi hija quedaba a pocas cuadras del “Boulevar” y la “Plaza” “Saint-Michel”, muy cerca de los múltiples cines del “Boulevard Saint-Germain” y a contados minutos de cuatro estaciones de Metro (“Saint Germain-de-Prés”, “Odéon”, “Saint Michel” y “Cluny-La Sorbonne”), ella podía ir caminando a la Sorbona, donde estudiaba y podía aprovechar de la vida cultural y bohemia del barrio sin necesidad de grandes desplazamientos.

Cuando yo la visitaba, teníamos un ritual establecido. En la mañana: recorrido a pie por las pintorescas callecitas del “Quartier Latin”, pic-nic a orillas del Sena (con “saucisson”, patés y quesos de diversos tipos, pan baguette y por supuesto, un rico vino tinto); en la tarde: tour obligado por las librerías y almacenes de discos del “Boulevar Saint-Michel” paseo por el “Jardin de Luxembourg” donde generalmente había estupendas exposiciones y en la noche: cena en uno de los simpáticos restaurantes del barrio. Ese ritual lo repetimos luego, con mi sobrina Sole y mi hija Manuela cuando ellas también fueron a vivir en Francia.  

En unos de esos viajes, creo que fue en 2002, yo pasé un fin de semana en París. El Sábado hicimos con Manon el ritual descrito y al día siguiente decidimos cruzar el Sena por el puente “Saint Michel”, atravesar la plaza de la Catedral de “Notre Dame” y luego la del “Hôtel de Ville” (la Municipalidad de Paris) y enrumbar nuestros pasos para ver qué novedades culturales ofrecía el Centro Georges Pompidou.

En ese sector, me encantaba gastar unos minutos en la fuente Stravinsky, particular espacio construido en 1983 como parte de las obras de ese centro de arte y cultura como  homenaje del compositor ruso Igor Stravinsky.

La fuente se compone de un espejo de agua y 16 esculturas multicolores de los artistas Jean Tinguely y Niki de Saint Phalle. Siempre me pareció que estas esculturas se asemejan -en tres dimensiones- a los dibujos de la película “Yellow Submarine “, de los Beatles.

Las esculturas son animadas por artificios mecánicos y se complementan con raros chorros de agua que brotan de cada una de ellas. La movilidad de las esculturas y la riqueza del ambiente generado por el espejo de agua y los variados chorros, ofrece al espectador una imagen mágica siempre cambiante. Pero el conjunto es un remanso de tranquilidad, descanso y encuentro.

Pero lo que me apasionaba y me sigue apasionando, es dar unas vueltas por la plaza “Beaubourg” situada al frente del Centro “Georges Pompidou”. Este espacio es un fantástico hito urbano, lleno de animación, creatividad y vivencias. Su piso es un plano inclinado de piedra donde pueden sentarse los espectadores, para observar y vivir innovadoras propuestas de malabaristas, saltimbanquis, mimos, músicos, bailarines, patinadores y humoristas de toda Europa y del resto del mundo.

Estos espectáculos que se presentan sin parar de manera continua e informal, permanentemente atraen a una multitud de turistas y visitantes. Los espectadores se suceden tanto como los espectáculos, pero a los artistas no les importa, viven su actuación con pasión, seriedad y profesionalismo como si estuvieran ante el más refinado y exigente de los auditorios.

La plaza permite la presentación de artistas callejeros de todo tipo durante todo el año, se los puede encontrar incluso en invierno pero la atmósfera de carnaval de la primavera y el verano son inigualables.

Es formidable como el Centro Pompidou que está dedicado a las artes y a la cultura, estira sus límites físicos y permite que esta plaza sea la sede permanente de una variada oferta de la creatividad, sobre todo de las nuevas generaciones, en un medio tan competitivo como el parisino, en el que el arte no es la excepción.

Yo había visto una parte de un gran documental de Laurent Canches, realizado en 1999, titulado “Hasta el último saltimbanqui”, que da cuenta de todas estas manifestaciones, los sueños y vicisitudes de los artistas de “Beaubourg”. El realizador complementa esos testimonios y escenas de los “actores de la calle”, con una muy interesante entrevista a Renzo Piano, uno de los arquitectos de “Beaubourg”, quien relata lo que fue la “idea fuerza” que les sirvió para diseñar esa plaza… como símbolo, como espacio de vivencias y como lugar de encuentro.

En esa ocasión, llegamos a la plaza con mi hija cuando acababan de finalizar su actuación unos músicos bolivianos; casi de inmediato, saltó a escena un mimo, acróbata y saltimbanqui formidable.  Dio unas vueltas en una pequeña bicicleta y se presentó en francés y luego en inglés. Luego pidió al público si alguno de los presentes quería ser su asistente para la presentación de esa mañana.

No dudé. Me levanté y pasé adelante.

Todos los presentes aplaudieron al osado personaje, no tan joven, algo pelado, con una respetable guata, con su pantalón sujeto con tirantes, que dejando su gorra en el suelo, se lanzó al ruedo para fungir de ayudante de saltimbanqui sin conocer su libreto y sin haber antes actuado en calle alguna.

Supongo que las vivencias tan diversas que pude experimentar en ese espacio en otras ocasiones, sumadas a la fuerza del documental mencionado y a la euforia de estar en Paris con mi hija, me hicieron actuar de manera irreflexiva. Me levanté, pasé hacia la plaza y punto. Me encontré de repente en medio de la explanada de “Beaubourg” -que tanto quiero- ya no como espectador sino como improvisado artista de la calle.
Recuerdo que tuve unos segundos de miedo pero luego dije, -“A lo hecho, pecho”. ‘¡Vamos, ahí...!”


Me fue bien, pase y actué; hice todo lo que me dijo el mimo -con gestos claro-Improvisé mis propios movimientos y gesticulaciones, muchos de los cuales fueron aplaudidos por el público. Felizmente no tuve que cantar ni recitar pues para eso soy nulo.

Al terminar el acto, mi “maestro” me dio un fuerte abrazo, hicimos juntos un montón de reverencias al público, ayudé a guardar los adminículos utilizados en la presentación y  me dirigí hacía el lugar donde se encontraba mi espectadora particular, mi hija… que no paraba de aplaudir. Recogí mi gorra, entregué al titular del acto, las tres o cuatro monedas, que manos caritativas había depositado en ella y nos retiramos complacidos.

Nos enrumbamos hacia el restaurante, “Leon de Bruxelles”, otro lugar de nuestros rituales en Paris, para despachar sendas porciones de  “moulles–frites” y una deliciosa cerveza ámbar belga; en esa ocasión, muy necesaria luego de ese fugaz paso como aprendiz de “saltimbanqui“, en la explanada de “Beaubourg”, que ahora quiero mucho más, la siento mía.

martes, 29 de marzo de 2011

Francia 10: Paris: “Au Pied de Cochon”

Coincidimos en Paris en 1993 con mis amigos Diego Carrión y Carlos Guerrero. Diego estaba alojado en casa de Paco Jijón y su esposa Maria Elena, quien cumplía funciones diplomáticas en la Embajada del Ecuador en Francia. Carlos y yo pedimos posada en casa de Marie-Josèphe De-Redon, querida amiga, madrina de mi hija Manon.

Maria Elena y Paco nos invitaron a un aperitivo en su departamento. Caímos ahí con Marie Jo y Carlanga como a las ocho y media de la noche. Cuando entramos, Diego ya se encontraba instalado en una amena charla con los dueños de casa y dos guapas  ecuatorianas que estudiaban en Paris: Ana Karina López y Cristina Carrión, hija de mi buen amigo Henry Carrión Willams. Todos estaban elegantísimos pues acababan de salir de una recepción en la Embajada de nuestro país en Paris.

Nos convidaron una serie de sabrosas picaditas: “saucisson”, patés y quesos de diversos tipos, “jambon de Bayonne”, panes y galletas de diversos colores y texturas…y, por supuesto, ricos vinos blancos y tintos, unos que llevamos nosotros y otros que amablemente descorcharon los anfitriones.

Charlamos de todos los temas posibles. Pusimos al día a los “parisinos” de los últimos chismes de la política, contamos la vida y milagros de los amigos comunes, descubrimos e inventamos amistades y parentescos, acabamos con los arquitectos y la arquitectura y despachamos no sé cuantas botellas.

Como a las dos de la mañana, planteamos la posibilidad de retirarnos pero Paco planteó que esa moción “estaba denegada”. En Paris, dijo: -“ninguna fiesta se acaba,  sin antes tomar una sopa de cebolla”; añadiendo a continuación: -“¡Vamos al “Pied de Cochon”.

La propuesta tuvo consenso de inmediato, Maria Elena llamó para reservar una mesa pero se disculpó de no poder acompañarnos pues al día siguiente tenía trabajo muy temprano. Todos los demás, nos abrigamos con chompas, abrigos y bufandas y bajamos en busca del carro de Paco para dirigirnos al restaurante. Nos metimos los siete como en lata de sardinas y en pocos minutos llegamos a la conocida “Rue Coquillière”.

Au Pied de Cochon” es un restaurante tradicional de Paris, ubicado en los alrededores del actual “Forum des Halles”. Nació en el mismo sitio que hoy ocupa, detrás del edificio de la “Bolsa de Comercio” y la iglesia de “Saint Eustache”, junto al viejo mercado de Paris conocido como “Les Halles”; es famoso por la cantidad de artistas y personalidades que se dan cita allí, para terminar una noche de jarana con la célebre “soupe à l'oignon” (sopa de cebolla), pero también para disfrutar de numerosas especialidades de la cocina francesa, buenos vinos y cervezas.

El “Pied de Cochon” tiene abiertas sus puertas las veinte y cuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año desde 1947. A raíz de la Liberación fue el primer restaurante parisino que obtuvo la autorización para operar de esa manera, con gran éxito.

El ambiente y la decoración de “Au Pied de Cochon” son los de una típica  “brasserie parisienne”. Se puede degustar allí comida sofisticada pero también los llamados “plats canailles”: patitas de chancho -los célebres “pieds de cochon“-, riñones al coñac y “andouillettes”; servido todo en un ambiente cordial y lleno de humor.

Actualmente sigue siendo visitado por los típicos bohemios parisinos, celebridades de la política, del cine y del mundo del espectáculo pero, naturalmente, atiende por igual a  una muy variada clientela de turistas de todas las nacionalidades imaginables. Hasta los vagabundos se dan cita ahí, para recibir en un espacio previsto para ellos, una buena taza de sopa de cebolla para calentar su alma en las frías madrugadas del viejo Paris.

Entramos al restaurante, esperamos muy poco tiempo y, casi de inmediato, luego de que se desocupó una mesa, un amable “garçon” nos condujo hacia allí. Pasamos primero Marie Jo, Diego y yo. Paco, Carlanga y las chicas habían ido al baño. Estábamos apenas tratando de ubicarnos pues, como en toda “brasserie” de Paris, el espacio entre sillas y mesas era verdaderamente minúsculo, cuando llegaron Ana Karina, Cristina y Carlos.

Preguntamos por Paco y nos comentaron que estaba con unos amigos en una mesa un poco más lejos. Les había recomendado que hiciéramos el pedido pues él, según  les había dicho, “llegaría más tarde”.

Pedimos pues seis platos de la famosa y tradicional “soupe à l'oignon gratinée” y un “pichet” de vino blanco de la casa. 

Estábamos acabando nuestra sopa -riquísima, entre paréntesis- cuando llegó Paco con dos botellas de vino tinto buenísimo. De inmediato comenzó a servirnos generosamente. Pidió una sopa de cebolla y probó el vino. -“¡Estupendo!, dijo. Añadiendo luego: -“Borgoña, buena cepa y excelente cosecha”

Le preguntamos quiénes eran los amigos con los que se había topado. Nos sorprendió su respuesta pues dijo que no eran sus amigos; no les conocía ni les había visto nunca ni en pelea de perros.  

Nadie le creyó pues había pasado con ellos más de media hora conversando animadamente. Paco insistió en que jamás les había conocido. Ana Karina y Cristina prácticamente exigieron una explicación veraz; pues no podían creer que alguien se quede a chacotear y a tomar vino  con dos perfectos desconocidos.

Luego de unos minutos ya con la sopa humeante frente a sí, en la mesa, Paco comenzó a hablar; supongo, en espera de que el plato se enfriara un poco, antes de poder atacar su contenido con la cuchara que daba vuelta en su mano derecha desde que llegó a la mesa.

Relató que los dos tipos hicieron algún comentario, non-santo y “poco comedido” refiriéndose a las dos muchachas cuando pasaron delante de ellos para dirigirse a nuestra mesa.  Paco alcanzó a escucharle porque venía atrás y porque las frases fueron expresadas en español.

En vez de reclamarles o de armar un escándalo decidió darles una lección. Sin consultarles tomó asiento en su mesa y haciéndose el “borrachito simpático” les mencionó que era “fantástico toparse -en Paris- con alguien que hablase español”. Les dijo que él también hablaba español pero que se sentía “solo y agobiado” porque “nadie le comprendía”.

Sin que nadie le convidara, se sirvió una copa del vino de estos sujetos que resultaron ser latinoamericanos -no recuerdo de qué país-. Llenó también las copas de ellos y les obligó a brindar por la amistad y la confraternidad latinoamericana y por el castellano que nos hermanaba. Ellos, parece, que estaban tras una “sopita de cebolla” porque ya venían bastante avanzaditos en copas… Paco volvió a servir más vino y nuevamente brindaron por cualquier cosa: el resultado del último partido de fútbol, el último libro de poesías de cualquier escritor que todos conocían o la victoria de Miss Venezuela en el concurso de Miss Universo.

Al terminar la botella, los tipos ya se dormían sobre la mesa sin haber tocado sus sopas. Paco les sugirió que sería bueno pedir otra botella para continuar con esa “maravillosa conversación” y seguir brindando por la “amistad entre los pueblos” y por “Paris que permitía ese tipo de coincidencias, tan gratas”.

Ellos le preguntaron que cómo se pedía más vino en francés y él, bien mandado, les enseñó y les obligo a repetir hasta que pudiesen pronunciar correctamente: -“Deux bouteilles de vin, s'il vous plaît”.

Cuando uno de ellos logró articular la frase al mesero. Ambos cayeron en un plácido estado de sopor sobre la mesa.

Paco terminó su copa en total calma y cuando el “garçon” trajo las dos botellas, esperó un poco, y vino con ellas a nuestra mesa para brindar con nosotros por la amistad franco-ecuatoriana. Luego de contarnos los detalles de su improvisada amistad con los borrachitos de la otra mesa, probó la sopa, comentó lo buena que estaba, se sirvió una copa de vino y repitió: -“¡Estupendo!. Añadiendo luego: -“Borgoña, buena cepa, excelente cosecha y gratis.”

Al finalizar pedimos la cuenta. Todos nos opusimos a hacer lo que Paco sugería, que era cargar también nuestras sopas a la mesa de sus “amigos”.

La noche terminó escuchando merengues en al auto. Cuando nos dejó a Marie Jo, a Carlos y mí,  Paco insistía en que no nos fuéramos... -“Estamos pasando lindo!…”, decía a cada rato…. Pero… ya eran como las cinco de la mañana y yo debía tomar un avión en pocas horas. Nos despedimos con un gran abrazo y con el sabor de esa noche surrealista.

Me quedé eso sí, con la curiosidad de probar, en otra ocasión, los “pieds de cochon“ y otros tentadores platos del menú de ese maravilloso restaurante parisino.

lunes, 28 de marzo de 2011

Francia 9: Paris: con las Marthitas y Pepe Ordóñez

En junio de 1996 fui invitado a Estambul por el Programa Hábitat de Naciones Unidas a la “Conferencia Mundial sobre los Asentamientos Humanos – HABITAT II”. Al regreso tenía que pasar una noche en Paris para poder tomar el avión de regreso a Quito. En el vuelo de ida, pude leer en la revista de Air France, que en el “Centro Pompidou” había una exhibición por demás interesante: maquetas de viviendas concebidas por jóvenes estudiantes de arquitectura, confeccionadas enteramente con esos pequeños bloques de plástico conocidos como “legos”. Al regreso tomé pues una habitación no lejos de ese famoso Centro de Arte, para poder darme una vuelta por el “Marais”, viejo barrio del centro de Paris, visitar el “Centro Pompidou” y relajarme leyendo en los agradables jardines del “Forum des Halles”

El “Centro Georges Pompidou” o “Beaubourg” como se conoce al “Centro Nacional de Arte y Cultura” que lleva el nombre del ex presidente Georges Pompidou es un controversial icono de la arquitectura moderna inaugurado en 1977, diseñada por los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers, quienes con esa obra ganaron notoriedad internacional pero, al mismo tiempo, fueron motivo de enormes críticas por haber implantado ese enorme edificio muy semejante a una refinería de petróleo en medio de un barrio tan tradicional. “Beaubourg” alberga una gran biblioteca pública, el Centro de investigación musical y acústica, salas de conferencias y eventos, el Museo Nacional de Arte Moderno y grandes salas para exposiciones temporales de pintura, escultura y diseño.

El gigantesco Centro comercial denominando “Forum des Halles” es una verdadera ciudad subterránea que acoge a más de cuarenta millones de clientes al año; alberga la estación de trenes regionales, metro y buses más grande de la ciudad -mueve más  de ochocientos mil personas por día- dispone de infinidad de almacenes y tiendas, 23 salas de cine, piscinas, instalaciones polideportivas, oficinas, restaurantes e incluso el Centro Marino “Jacques-Yves Cousteau” del famoso explorador e investigador francés.

El proyecto original del “Forum des Halles” fue planteado por los arquitectos Georges Pencreac’h y Claude Vasconi., posteriormente la ciudad convocó a un concurso que ganó el catalán Ricardo Bofill, cuyo proyecto se desarrolló parcialmente hasta que Jaques Chirac, en ese entonces alcalde de París, encargó a Jean Willerval la intervención final: los jardines y los “paraguas”. El conjunto fue  inaugurado en 1983.

“Beaubourg” y el “Forum des Halles” fueron construidos en el espacio en el que se ubicaba el antigua y emblemático mercado mayorista de Paris. En ese histórico lugar estuvo el mercado del Paris medieval y posteriormente, en el siglo XIX, las grandes naves metálicas del mercado de la ciudad conocidas como “Les Halles”.

Hasta 1968, cuando se decidió mudar el mercado a otra zona de la ciudad, la actividad comercial del barrio no paraba en las veinte y cuatro horas del día. En la mañana y en la tarde una multitud abarrotaba el mercado y las calles vecinas; el barrio entero operaba como gran centro de compra-venta de productos alimenticios de todo tipo: frutas y verduras, vegetales y granos, carnes y embutidos, pescados y mariscos, quesos y otros productos lácteos, aceites y vinos… así como: ultramarinos, ropa, pan, muebles, objetos usados, abarrotes, licores, jabones y cientos de otros productos. En la noche cuando llegaban los vehículos con la carga,el barrio se llenaba de cargadores, carniceros, panadeos, pasteleros, comerciantes mayoristas y minoristas, prostitutas, prestamistas, vagabundos, borrachitos y trasnochadores que llegaban a los bares y comedores populares en busca de un último trago o de una reconfortante “soupe à l'oignon” (sopa de cebolla) para terminar la noche de jarana. Era un sitio colorido, lleno de contrastes en el que se daban cita todo tipo de personas.

Actualmente “le Marais” y el conjunto “Les Halles” - “Centro Pompidou”, sigue siendo un sitio colorido, lleno de contrastes en el que se dan cita todo tipo de personas: artistas, músicos, vendedores de recuerdos y miles de turistas de toda nacionalidad. En el entorno queda la “Bolsa de Comercio”, la iglesia de “Saint-Eustache” y la iglesia de “St-Merri”. “Beaubourg” y el “Forum des Halles” son dos de los destinos turísticos más importantes de Paris, con más de seis millones de visitantes al año.

Me alojé en un hotel ubicado a menos de media cuadra de todos estos monumentos. Después de desayunar salí a caminar por los amplios jardines de más de cuatro hectáreas de “Les Halles” y cuando abrieron el “Centro Pompidou”, pude visitar la exposición que me interesaba.

La exhibición era promovida por la conocida marca “LEGO”, una empresa danesa que originalmente hacía sólo juguetes de madera, luego dio un salto y es hoy una de las más grandes compañías de juguetes, conocida sobre todo por sus bloques de plástico interconectables. La empresa había promovido un concurso entre estudiantes de arquitectura de diversos países europeos para diseñar, modelos a escala, de viviendas contemporáneas, usando como módulo de diseño las piezas ensamblables de sus productos. El ejercicio incluía el dibujo de planos, dimensionados y acotados, exactamente iguales a los que un arquitecto utiliza para expresar en el papel la concepción de cualquier edificio: plantas, cortes, elevaciones, perspectivas interiores y exteriores, muy bien presentadas y ambientadas como para cualquier concurso de proyectos arquitectónicos. Cada propuesta debía incluir una memoria descriptiva del proyecto y una  breve síntesis de la idea central y de los diferentes partidos adoptados para la solución funcional, formal y constructiva.  Lo interesante era que las maquetas de esos diseños arquitectónicos debían construirse con los famosos “legos”: amarillos, rojos, azules, verdes, grises y blancos y con todas las piezas complementarias producidas por la marca: puertas, ventanas, detalles decorativos y de acabados, así como elementos de jardinería y ornamentación.

La exhibición incluía fotos y videos de las exposiciones similares que se habían organizado en otras ciudades, libros y revistas sobre esos eventos y una preciosa sala interactiva para niños, donde éstos podían hacer sus propias “creaciones” con piezas de “LEGO” luego de haber visitado la sala donde se exponían las propuestas de los estudiante de arquitectura.

Realmente salí muy complacido por la visita, la muestra me pareció una estupenda idea y los resultados eran impresionantes en cuanto a calidad y creatividad.

Comí algo por allí y me enrumbé en busca de una banca para fumar un cigarro y poder leer en medio de la tranquilidad de  los jardines y pequeñas plazoletas del “Forum des Halles”.

A media tarde pensé que podía ser una buena idea tomar una cerveza en uno de tantos simpáticos cafés, con mesas al aire libre, que pululan en esa zona tan turística. Estaba en eso cuando, a dos metros de mi mesa, alcancé a divisar a las dos Marthitas: Martha Rodríguez y Martha Herrera, dirigentes de la “Federación de Barrios Populares del Noroccidente de Quito”, con quienes habíamos ejecutado el Programa “Vida en las Laderas” un interesante proyecto participativo con componentes ambientales, de mejoramiento barrial y fortalecimiento organizativo que nos auspiciaron la “Comisión Europea” e INTERMON de España.

Fue una grata sorpresa toparnos en Paris con estas dos amigas. Me comentaron que habían venido a una reunión -creo que en Holanda- y ellas, al igual que yo, estaban ya de regreso. 

Habían decidido quedarse unos días en Francia para conocer Paris, ya que un amigo de la “Federación” estaba estudiando allí y les invitó a su departamento. Les convidé una cerveza y en la mesa comentamos que verdaderamente era increíble la coincidencia de habernos topado ese día, en la misma esquina y a la misma hora, en una ciudad tan grande como la capital francesa. Martha Herrera, comentó: -“¡Cierto, es increíble… eso muestra que el mundo es como un LEGO!”

Una vez concluidas las cervezas, me ofrecí a acompañarles a la estación del Metro para enrumbarles en aquel que debían tomar para ir a casa de su amigo. Les conduje a “Châtelet-Les Halles” catalogada como la estación intermodal subterránea más grande del mundo. No era fácil orientarse en medio de ese enredo de corredores y niveles. Ellas debían tomar un tren de la Red Expresa Regional – RER, pues su destino era fuera de la ciudad en la llamada “banlieue” norte de Paris. (“Banlieue” es un término con el que se denominan, en Francia, a los suburbios o periferias de las grandes ciudades).

Logramos ubicar la entrada al RER-B y nos pusimos en la fila para poder adquirir sus tickets. Al oírnos conversar en español, la persona que estaba delante en la fila se dio vuelta y, a pesar de que ya quedó demostrado, pudimos comprobar nuevamente que el mundo es un “lego”; era Pepe Ordóñez, colega y amigo, ex Decano de la Facultad de Arquitectura, de la Universidad Central de Quito.

Nos dimos un abrazo afectuoso. El también, estaba de paso por Paris luego de una reunión de docentes de arquitectura, no recuerdo si en Italia o en algún otro país. También comentamos que verdaderamente era increíble la coincidencia de habernos topado ese día, en la misma estación de Metro, en la misma ventanilla, a la misma hora, en una ciudad tan grande como Paris.

Acompañamos a las dos amigas a la puerta-filtro que debían pasar para dirigirse a tomar su tren. Luego salimos juntos a caminar por las calles del viejo “Marais”. Fue muy agradable recorrer esos históricos lugares con un querido amigo, comentando temas de urbanismo, historia y arquitectura.

Pepe tenía una invitación esa noche, así que no pudimos cenar, ni tomarnos un vino, juntos. Sin embargo usamos el poco tiempo que tenía para visitar la “Île Saint-Louis”, ese barrio-isla en medio del río Sena.

En la “Île Saint-Louis”, se fundó Paris. Originalmente fue un pequeño asentamiento celta llamado “Parisii”, desarrollado por marineros y comerciantes 250 años Antes de Cristo. El actual barrio se construyó en la isla en el siglo XVII. La mayor parte de las edificaciones son residencias pero, de tanto en tanto, se pueden encontrar también restaurantes, tiendas de ropa y de arte, cafeterías y heladerías.

Con Pepe rematamos nuestra visita a la pequeña isla y nuestro encuentro casual en Paris, con un rico helado que nos tomamos sentados en la vereda a orillas del Sena.

Le acompañé a tomar el Metro y fui luego a mi hotel a descansar para poder salir temprano, al día siguiente, hacia el aeropuerto. Convencido por supuesto de que llegaría a casa en un abrir y cerrar de ojos, no tenía la menor importancia estar al otro lado del mundo. La siguiente noche dormiría en mi cama. Total, el mundo es pequeño como un “LEGO”.

viernes, 25 de marzo de 2011

Francia 8: París: La usurpación de identidad y sus consecuencias


Como ya he relatado, el Secretariado Internacional del Agua “SIA” organizó en Estrasburgo a fines de Diciembre de 1991 el Forum intercontinental: "ONGs, agua y medio ambiente: Estrategias para el futuro". En ese evento presenté los resultados del Foro Latinoamericano “Forum Quito-H2O: Agua, saneamiento, medio ambiente y desarrollo” que CIUDAD organizó en Quito en los primeros días de ese mes.

Luego de la reunión de Estrasburgo, regresé a París en donde se iba a desarrollar una Conferencia Internacional titulada “ONGs: Medio Ambiente y Desarrollo” organizada por el Ministerio Francés del Medio Ambiente, como actividad preparatoria a la UNCED (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo).

A este evento estaba invitado mi amigo y colega de CIUDAD, Diego Carrión. Habíamos charlado de lo simpático que sería poder toparnos en País, ya que estando en Francia desde la semana anterior, yo podía quedarme una semana más para disfrutar juntos de esa bella ciudad. Conseguir una acreditación  para un representante adicional del Ecuador en la reunión de París no iba a ser tan difícil, así que, antes de dejar el Ecuador, hice los arreglos del  caso para modificar la fecha de mi pasaje de regreso.

Apenas llegué a Paris, me comuniqué con Diego para consultarle dónde estaba alojado y ver si yo podría tomar una habitación en el mismo hotel. Me comentó que no hacía falta ninguna gestión en ese sentido, pues él no iba a utilizar la habitación que los organizadores de la Conferencia le habían asignado pues iba a dormir en caso de nuestro amigo Paco Jijón.

Diego  me contó que esa noche estábamos invitados a cenar en casa de nuestra común amiga Françoise Raimbault, la “Paca”. Me dio la dirección, comentándome que allí me podría dar las coordenadas y la llave del hotel para que yo pudiese tener un lugar donde quedarme esa semana. Caí pues esa noche en casa de Paca y compartimos una buena comida, unos ricos vinos y nos pusimos al día de las noticias y novedades de la familia, el trabajo y los amigos comunes en el tiempo que no nos habíamos visto.

Diego me mencionó que no había podido pasar por el hotel para registrarse pero me dió la carta que le enviaron con la invitación que incluíe el nombre y dirección del hotel. Yo debía presentarme con ella simplemente diciendo que era Diego Carrión… Fácil

En la noche, Paco y Diego me dejaron en el hotel y entré muy orondo jalando mi maleta hasta la recepción. Entregué la carta y dije en francés con el mejor acento quiteño: - “Bonsoir, Je m'appelle Diego Carrión”…y esperé…

No por mucho tiempo.

El elegante personaje encorbatado que recibió la carta, verificó el nombre en la computadora y entregándome un sobre con una pequeña tarjeta me dio la bienvenida: -“Bonsoir, Monsieur Carrion. Bienvenue. Voici votre clé”.

Me dirigí al ascensor, apoyé el dedo en el número que correspondía al piso de mi habitación, esperé que se cerraran las puertas y suspire aliviado. ¡Prueba superada!

Cuando se abrió el elevador, verifiqué lhacia dónde debía dirigirme para llegar a mi cuarto y me encaminé hacia allá. Abrí la puerta con la tarjetita, la empujé con la rodilla al mismo tiempo que tiraba de la maleta. Con la tenue luz del pasillo alcancé a darme cuenta que la habitación tenía dos camas con su veladores, un escritorio a mano derecha, un ropero junto al acceso y luego de éste, la puerta del baño. Pude darme cuenta igualmente de otra cosa: ¡una de las camas ya estaba ocupada! Una persona dormía plácidamente con las cobijas tapándole la cara.

La puerta se cerró y quedé allí, de pie, con la maleta en la mano, en medio de una total obscuridad. Era invierno y el otro huésped había cerrado persianas y cortinas totalmente. No se filtraba ni siquiera un pequeño destello de luz.

No me atreví a prender la luz para no despertar a mi desconocido acompañante

Tratando de recordar la disposición de los muebles luego del breve atisbo que pude dar al recinto el momento de mi llegada, comencé a desplazarme cuidosamente a obscuras. Dejé la maleta junto al escritorio, abrí la puerta del baño y allí me despojé de la ropa, me lavé las manos, me enjuagué la boca solo con agua, pues no osé buscar mis artículos de aseo en la maleta para evitar hacer ruido. 

Salí  desnudo del baño, cerré la puerta con cuidado, dejé mi ropa y los zapatos en un pequeño bulto sobre mi maleta y a tiendas busque la cama libre. Cuando llegué a ella, me deslicé adentro de las cobijas con cuidado. Me acurruqué en posición fetal para superar el frío y al poco tiempo me quedé dormido.

A la mañana siguiente timbró el teléfono. Me tardé un poco en reaccionar, tratando de ubicarme en el tiempo y en el espacio, cuando una voz, respondió en inglés: -“¿Yes?”, dijo... Luego añadió: – “One moment, please”…y, tendiéndome el auricular, dijo:…”¡Diego!”… y, dejando su cama, se dirigió hacia el baño.

Yo me incorporé todavía medio dormido, prendí la luz y respondí. Del otro lado de la línea alguien dijo en francés: “Bonjour Diego, c`est Jean Jaques Guibert”…

Saludé afectuosamente con nuestro común amigo Jean Jaques, explicándole que Diego me había cedido su habitación de hotel y que no se encontraba allí pera que íbamos a tener la oportunidad de vernos durante el evento. Luego seguimos platicando de múltiples cosas pues no nos habíamos visto en varios años.

Estábamos en plena conversación cuando la puerta del baño se abrió y un personaje delgado entró al cuarto. Murmuró, muy turbado, algo así como “¡Sorry…!” y volvió a meterse al baño.

Cuando volvió a entrar, al verificar que no se había equivocado de habitación, pues el baño sólo comunicaba con el cuarto que habíamos compartido... yo seguía hablando en francés, sentado en la cama, barbudo, despeinado, medio dormido y en pelotas…

Mi vecino tomó su ropa, se vistió en el baño, salió luego y, cuando concluí la conversación, se dirigió a mí, en inglés… me explicó que se hallaba un tanto confundido, pues en la recepción le dijeron que iba a compartir la habitación con Diego Carrión, a quién si conocía…y, claro, se topó con otra persona (ese era yo)… Por supuesto se cuidó de mencionar que le asustó el encontrar a un tipo desconocido, con pinta de náufrago, que se había colado en su habitación durante la noche.

Le expliqué, también en inglés que yo era amigo de Diego y que me había dejado ocupar su habitación pues él se iba a hospedar en casa de un amigo. Seguimos hablando, le pregunté cuándo había llegado y a qué se dedicaba. Me comentó que pertenecía a una institución de investigación sobre temas ambientales, le expliqué que yo trabajaba también en investigación pero más bien en temas urbanos y que me había vinculado al tema ambiental por el lado del agua… hablamos de la importancia del agua en los actuales momentos y de otras cosas generales.  El hablaba muy bien inglés, así que me sorprendí cuando, al preguntarle su nombre, me respondió: - “Danilo Silva”.  

Dudé un segundo y le pregunté, todavía en inglés, pero… entonces: -“usted habla español”. Me respondió, también en inglés: - “por supuesto, soy de América Latina”, añadiendo, luego: - “Soy del Ecuador”

Allí se acabó la tensión le dije: -“viejiiito… quessfesss….yo también soy ecuatoriano… ¿por qué estamos como dos pelotudos, hablando inglés?…” 

Danilo empalideció. No entendía nada. Supongo que la cabeza le giraba como un carrusel tratando de desentrañar todo ese enredo.

Nos volvimos a presentar. Descubrimos que era colega de trabajo y amigo de mi primo Lucho en Eco-Ciencia; que teníamos varios amigos comunes y que si bien no habíamos tenido la oportunidad de conocernos, sabía muy bien lo que hacía CIUDAD, conocía a Diego y había oído  de mí.

Me duché, me vestí y salimos a desayunar juntos. Yo me topé con varios amigos y lo perdí de vista. Luego fui a la sesión de la mañana en la Conferencia, me inscribí, participé en los debates y en la tarde regresé al hotel. Encontré a Danilo en la habitación medio pálido y desencajado. Le consulté que le pasaba y me comentó que no se sentía bien. Había pasado con descomposición intestinal todo el día, así que más bien había decidido regresar a Quito. Dejaba ese rato el hotel y se estaba yendo al aeropuerto pues había conseguido una conexión vía Londres.

Me dejó de herencia los tiquetes para desayuno, almuerzo y cena, que le habían dado los organizadores y me dejó en posesión total de la habitación. Siempre me he preguntado si los sustos que le hice pasar no habrán sido la causa de sus dolores de barriga y demás síntomas del cuadro agudo de disentería que tuvo que vivir en ese hotel parisino.

Ahora, siempre que nos topamos, reímos al recordar las “consecuencias de mi usurpación de identidad”.

    


jueves, 24 de marzo de 2011

Francia 7: París: El colchón


En marzo de 1999 los miembros del Consejo de Administración del “Secretariado Internacional del Agua” (SIA) fuimos invitados a Paris por la “Academia del Agua”, al lanzamiento de la “Carta Social del Agua”.

Diez años atrás el SIA había asumido la misión de hacer lo posible para que el acceso al agua fuese reconocido como un derecho fundamental de todos los individuos, particularmente de los más desfavorecidos. En nuestras propuestas siempre privilegiamos la participación de la sociedad civil y el reconocimiento de las competencias locales. Nuestro reto apuntaba a reunir en la misma mesa a todos los actores involucrados en la temática del agua, a efectos de encontrar soluciones y formas de innovación. Asociar a las poblaciones y sus conocimientos, reconocer las potencialidades y los límites de cada uno de los actores, comprender las condiciones y realidades -económicas, culturales, sociales, espirituales- de los diferentes contextos de vida, se convirtieron muy rápidamente en condiciones de nuestras prácticas.

Tuvimos la ocasión de contribuir a la elaboración de diferentes cartas concernientes a la gestión y el derecho al agua como la “Carta de Montreal” y la “Declaración de Estrasburgo” y ahora habíamos participado en el proceso de formulación de la “Carta Social del Agua”, un esfuerzo loable de movilización a escala internacional.

Me trasladé a Paris para asistir a este importante compromiso junto a Raymond Jost y John Ciaccia de Canadá, Bunker Roy de la India, Diana Iskreva de Bulgaria, Lilia Ramos de Filipinas, Damme Sale de Senegal, Stella Goldenstein de Brasil y Houria Tazi-Sadeq de Marruecos.

Habíamos decidido aprovechar la ocasión para poder discutir algunos proyectos que íbamos a ejecutar en Asia, África y America Latina, así que invitamos también a nuestro colega y amigo Carlos Guerrero para que nos diera una mano en la formulación de las propuestas por su gran experiencia en gestión de proyectos en la Comisión Europea y en diversas agencias de cooperación.

Reservamos habitaciones en un pequeño hotel de Paris no lejos de la “Gare Saint-Lazare”. Como los recursos del SIA siempre fueron exiguos, decidimos que nos alojaríamos en habitaciones dobles para economizar algo del presupuesto disponible para esa reunión. Así pues, reservamos con anticipación cinco habitaciones: Raymond y yo nos instalaríamos en una, John y Bunker en otra, Lilia y Diana en una tercera, Stella y Houria en la cuarta y Damme y Carlos en la última.

Cuando llegamos al hotel, Houria que siempre ha sido una “reina”, se nos acercó para expresar su inconformidad por esta fórmula de compartir habitaciones. Nos dijo que ella podía adaptarse a todo, incluso al mínimo tamaño de las habitaciones de ese hotel, pero que ella requería privacidad y no podía compartir su cuarto de hotel con nadie. Nos pedía que busquemos una solución, la que fuere, pero –“no iba alojarse con ninguna otra persona”.  No se trataba en absoluto de un problema personal con Stella, con quién se llevaba muy bien… simplemente quería estar sola.

El problema radicaba en que las habitaciones eran efectivamente mínimas y el hotel tenía disponibles sólo las cinco habitaciones reservadas con anterioridad. Los colegas varones que debíamos alojarnos allí, sumábamos seis, número par que definitivamente -no había otra opción- tenía que distribuirse en tres habitaciones. La cuarta habitación la iban a compartir nuestras amigas de Filipinas y Bulgaria y nos quedaba tan sólo una habitación para una de las damas restantes Houria o Stella.

La alternativa acordada colectivamente fue que el único cuarto un poco más grande lo iban a tomar John, Bunker y Damme; los responsables del hotel estuvieron de acuerdo en colocar en ese cuarto una pequeña cama adicional. Así pudimos dejar a Stella y a Houria en cuartos individuales. Ya veríamos como solucionar el alojamiento de Carlos quien iba a llegar, para trabajar con nosotros, dos días después, una vez concluida la reunión de la “Academia del Agua”.

Como era de esperarse, cuando Carlos llegó dos días después, en el último vuelo proveniente de Barcelona, no teníamos resuelto el problema de su alojamiento. El hotel seguía lleno a reventar, nadie había liberado un cuarto y no pudimos conseguir reservación en ningún otro hotel cercano.

Esta situación dio origen a una de las aventuras más surrealistas que nos haya tocado vivir en nuestros periplos por el mundo.

Carlos arribó casi a media noche, se presentó en la recepción y pidió la llave de la habitación para poder ir a descansar; supongo que debe haberle subido la presión arterial a límites terroríficos cuanto el conserje nocturno le informó que no había ninguna habitación a su nombre y que el hotel estaba totalmente lleno. Hizo que nos llame a nuestra habitación y nos contó lo que ya conocíamos. Raymond y yo bajamos para ver qué podíamos hacer… cuando lo encontramos, él seguía allí junto al mostrador, rojo como un  tomate y echando chispas por los ojos y humo por las orejas, al borde de estallar.

Raymond con su gran poder de convencimiento dialogó con el guardián y consiguió que permita a Carlos acomodarse en nuestra habitación esa noche, le explicó que acababa de llegar del extranjero, que su vuelo se había adelantado y que no le podíamos dejar en media calle esa noche… que al día siguiente Raymond en persona, iba a ocuparse de resolver el asunto y quien sabe cuantas cosas más….. No sé como lo logró, pero convenció al hombre de que deje entrar al hotel a un huésped sin reservación.

Pero la cosa no paró allí. Raymond le explicó que requeríamos que nos preste un colchón, sábanas, frazadas y un par de almohadas para nuestro amigo, porque las camas de nuestro cuarto eran tan pequeñas que resultaba imposible que pudiésemos compartirlas. El pobre guardián comenzó a balbucear su arrepentimiento por haber dado una respuesta afirmativa al primer requerimiento de alojar allí a ese ciudadano que venía de España con pasaporte ecuatoriano, y que no tenía reservación ni nada…, cuando Raymond le cayó encima con su extraordinaria perseverancia y poder de convencimiento.

A los pocos minutos el pobre hombre nos guió al sótano, nos enseñó una puerta cerrada con candado, la abrió y sacamos de allí un colchón y los demás artículos de cama para poder brindar una noche de sueño reparador a nuestro amigo Carlanga.

Nos rogó, nos pidió, nos imploró que a la mañana siguiente –él ya no estaría allí- debíamos dejar todo en su sitio, nos prometió dejar el candado sin llave, para poder guardar colchón, frazadas, sábanas y almohadas en el mismo lugar de donde las habíamos sacado. Nos pintó un panorama terrible pues de nuestra responsable actitud dependía su puesto de trabajo… Lo que estaba haciendo dijo –“era absolutamente irregular, podía perder su empleo”..., nuevamente nos rogó, nos pidió, nos imploró que dejásemos todo “tal cual”, sin que nadie pudiera sospechar o enterarse. Debíamos hacer ese “operativo” sin que nadie nos viera.

Juramos y re-juramos que así sería. Nadie iba a enterarse de su amable y comprometedora ayuda. Le volvimos a agradecer efusivamente. Embarcamos el colchón en el ascensor y subimos a nuestro cuarto en el quinto piso.

La habitación era verdaderamente minúscula, apenas cabían dos camas separadas por una pequeña mesita de noche y, frente a la puerta, en el lado opuesto de la habitación, un pequeño ropero, junto al acceso al baño. 

La única forma de introducir el colchón fue adosar las camas a las paredes, quitar el velador y ubicar el colchón al centro en posición cóncava, como una gran teja. Medio-medio, como dicen en el Ecuador, adaptamos sábanas y cobijas a esa suerte de canoa y Carlos se dispuso a pasar allí la noche.

A la mañana siguiente salimos para ver “cómo podíamos hacer” para llevar el colchón al subsuelo “sin que nadie se diese cuenta”. Nos percatamos que la mejor forma de cumplir nuestro propósito, era bajar este enorme objeto por el ascensor, pues por las estrechas gradas iba a ser una tarea ruidosa y casi imposible. El único problema era que el ascensor solo llegaba al lobby del hotel; para bajar al sótano necesariamente teníamos que usar un tramo de escaleras y para ello debíamos pasar con el colchón casi frente al mostrador de la recepción. Incluso -nos dimos cuenta con terror- frente a un gran espejo que permitía que la persona situada detrás del mostrador tuviese visión y control total de quien entraba o salía del ascensor.

Planeamos la estrategia con sumo cuidado. Primero debía bajar Raymond. Luego Carlos y yo con el colchón. Raymond iba a dirigirse de inmediato a la recepción a preguntar cualquier cosa que distrajera al encargado. Debía, al mismo tiempo, tratar de tapar la visión del espejo para que no se nos viera salir del ascensor, pasar casi a la carrera, cada cual con almohadas y cobijas bajo el brazo, empujando el enorme colchón hacia la puerta, abrirla tratando de no hacer ruido y lanzarnos a las profundidades del subsuelo, incluso antes de buscar el interruptor de la luz. Disponíamos de muy poco tiempo. Teníamos que ser precisos como “James Bond” o como los protagonistas de “Misión Imposible”.  

Raymond se acercó a la señorita del mostrador, pidió cualquier cosa, un mapa, creo, lo dejó caer y cuando la chica se agachó para recogerlo, nos hizo señas de avanzar; cruzamos el  espacio a toda velocidad y cuando la muchacha se irguió con el mapa en la mano, Raymond se plantó delante de ella, muy pegado al mueble, con su enorme espalda tapando su ángulo de vista, para permitirnos entrar al subsuelo, dejar todos aquello bártulos en la bodega y volver a salir sin ser vistos.

Éxito total.

Sin embargo… en la tarde, luego de nuestra reunión, nos dimos cuanta que no habíamos hecho nada para conseguir un cuarto de hotel para Carlanga. Llegamos a la recepción del nuestro y averiguamos si por casualidad no tendrían una habitación libre. Imposible. Todo estaba ocupado o reservado. Salimos en busca de un restaurante. En la noche, luego de una deliciosa cena parisina con paté, quesos y vinos, ya veríamos qué hacer.

La solución acordada en “petit comité” -sólo Carlos, Raymond, Stella y yo- (no teníamos por qué preocupar o involucrar a los demás) fue repetir el operativo de la mañana.

Carlos y yo bajamos al sótano, recuperamos el colchón y los demás adminículos de cama. Desde la puerta entreabierta hicimos una señal y Raymond y Stella se acercaron a la recepción. El guardia nocturno era otro. Nos hicieron pantalla preguntando cualquier cosa mientras  tapaban el espejo -que en complicidad total con nosotros permanecía mudo, pero sin dejar de reflejar a dos personajes que moviéndose con pasos cortos como los de la “pantera rosa” pasaban apresuradamente hacia el ascensor empujando un colchón-.

Éxito total.

A la mañana siguiente repetimos la operación “vuelta al sótano” sin que nadie pudiese sospechar o enterarse. Hicimos ese “operativo” sin que nadie nos viese.

Con la experiencia acumulada en esas pruebas. La gran decisión fue “gastar en vino” lo que habríamos tenido que pagar por una habitación para Carlos. Las siguientes noches repetimos los procedimientos con precisión de relojeros. Incluso cuando el primer conserje nocturno, aquel que nos ayudó la primera noche, estuvo nuevamente de guardia en el mostrador, Raymond y Stella le platicaron de cualquier tema para distraerle, mientras Carlos y yo subíamos con el colchón a nuestro cuarto.

La última noche tuvimos que “hacer tiempo” como se dice en el argot juvenil pues descubrimos, al regresar al hotel luego de una muy buena cena, que un grupo de turistas japoneses esperaban en el lobby, el transporte que les debía llevar al aeropuerto. Con tanta gente allí, con sus maletas y paquetes por todo lado, iba a resultar imposible el ejercicio de nuestras habilidades para despistar al encargado y circular con colchones entre el sótano y el elevador.

Tampoco había espacio ni sillones libres para nosotros en el vestíbulo del hotel, así que más bien optamos por permanecer en el auto que habíamos arrendado para nuestras andanzas por París y dedicarnos a conversar mientras escuchábamos buena música. En esta actividad nos acolitó también Houria, a quien contamos los detalles del “posgrado” en el que estábamos a punto de graduarnos en esto de “mover colchones y alojar clandestinamente a un pasajero adicional en la habitación de un hotel parisino”. 

Cuando lo japoneses se fueron, dejamos pasar unos minutos, entramos al hotel y nuevamente repetimos los pasos -uno a uno- hasta tener a Carlos instalado en su colchón en el quinto piso.

A la mañana siguiente no arriesgamos el pellejo. Solo bajamos el colchón hasta el tercer piso y allí lo abandonamos junto a las habitaciones vacías de los japoneses. Todos regresábamos a nuestros respectivos países ese día y simplemente nos fuimos por distintos medios y a diferentes momentos al aeropuerto.

Yo fui con Raymond a “Charles de Gaulle” donde debía devolver el auto, pues nuestros aviones, el suyo a Montreal y el mío a Quito, vía Bogotá, salían casi a la misma hora.

En el camino fuimos comentando la calidad de los vinos que pudimos tomar gracias al ahorro de esta “aventura del colchón, en París”. Del agua casi no hablamos. En general preferimos el vino.