miércoles, 30 de octubre de 2013

Uruguay 3: Rodillas y manos furtivas


Como ya he relatado, a principios de 1986 recibimos en CIUDAD la visita de Jean Marie Tetart, secretario adjunto de la Federación Mundial de Ciudades Unidas (FMCU); esta organización que agrupaba a gobiernos locales de todo el mundo, estaba interesada en impulsar un Coloquio América Latina - Europa en relación a la problemática del agua y el saneamiento.

Jean Marie se había enterado de la constitución de la “Red de Estudios de los Servicios Urbanos en América Latina” y vino a proponernos que REDES tuviera un rol protagónico en esta iniciativa.

Así que a inicios de 1987, emprendí en CIUDAD la investigación titulada “Agua y saneamiento en los barrios populares de Quito” y como coordinador de REDES facilité otros estudios sobre la problemática del agua en otras cinco ciudades de nuestra región realizados por colegas de “REDES”.

Con los resultados de las investigaciones, organizamos con la FMCU un gigantesco coloquio llamado CIUDAGUA 88 - “Encuentro América Latina – Europa sobre el acceso de la población a los servicios de agua y saneamiento en las ciudades de América Latina”, al que invitamos a 350 personas, de 100 ciudades de 20 países de nuestra región, a más de numerosos invitados europeos.

El Comité de Organización de este gigantesco encuentro estuvo integrado por Fernando Brunstein del CEUR (Buenos Aires); Luis Mauricio Cuervo del CIDER (Bogotá); Néstor Espinoza del CIDAP (Lima); Pedro Jacobi del CEDEC (Sao Paulo); Alfredo Rodríguez de SUR (Santiago); Mario Vásconez de CIUDAD (Quito); junto a Daniel Faudry, Marcelo Nowersztern y Jean-Marie Tetart de la FMCU y Jorge Caviglia, Margot Agosta y Ana María Ruggia de diversas entidades uruguayas.

Antes del Coloquio, los miembros del Comité de Organización nos reunimos en Montevideo en dos oportunidades, a fines de 1987 y a inicios de 1988. En esos talleres -de una semana de trabajo- pudimos avanzar en las tareas de coordinación y planificación y verificar los avances de la logística relativa a la puesta en marcha de esta enorme cita intercontinental. A través de este trabajo todos pudimos consolidar amistades y confianzas. Fue una maravillosa experiencia que nos unió y fortaleció. 

Como he ofrecido estoy ahora relatando un conjunto de anécdotas referidas a nuestra participación en CIUDAGUA 88.

Así pues mi siguiente relato será uno muy entretenido que he titulado “rodillas y manos furtivas”.


En esa época viajar de Quito a Montevideo era una verdadera odisea. No había vuelos directos. Recuerdo que para esos viajes debí siempre tomar un vuelo de Ecuatoriana de Aviación de Quito a Lima y de allí otro, de Aerolíneas Argentinas, a Buenos Aires, con escala intermedia en Santiago. Para ello salía muy temprano de Quito y luego de un agotador periplo de todo el día aterrizaba en el aeropuerto de la capital argentina pasada la media noche. 

El aeropuerto Internacional de Buenos Aires se encuentra ubicado en la localidad de Ezeiza, a unos 35 km al sudoeste de la ciudad. En realidad se llama Aeropuerto “Ministro Pistarini” pero prácticamente nadie usa ese nombre; se lo conoce normalmente como “Aeropuerto Internacional de Ezeiza”. 

En mis andanzas por el mundo he podido verificar que a muchos aeropuertos se les conoce por el nombre del lugar donde se ubican más que por el nombre que se les ha dado por razones políticas o en homenaje a algún personaje de la historia nacional.

Al llegar a Buenos Aires, luego de ese complicado viaje desde Quito, ya no era posible encontrar una conexión a Montevideo de inmediato. En mis dos viajes previos y en aquel que realicé para asistir al Coloquio CIUDAGUA-88 siempre debí pasar la noche en Buenos Aires.

A la mañana siguiente muy temprano debía tomar un taxi al aeropuerto local llamado “Aeroparque Jorge Newbery” (aunque nadie usa ese nombre y todo el mundo se refiere a este aeródromo tan solo como “Aeroparque”, lo cual confirma mi teoría).

Aeroparque era usado para algunos vuelos locales y para conexiones cercanas hacia Brasil, Uruguay, Chile y Paraguay.

Para viajar a Montevideo debí siempre tomar un vuelo de PLUNA, aerolínea uruguaya que según supe, quebró en 2012. El vuelo entre Aeroparque y el Aeropuerto Internacional de Carrasco en Uruguay era verdaderamente corto, de apenas 40 minutos.

El Aeropuerto de Carrasco está ubicado en el departamento de Canelones y sirve a la ciudad de Montevideo y su zona metropolitana. En realidad se llama Aeropuerto Internacional “General Cesáreo L. Berisso”, pero nadie lo conoce por ese nombre (otra constatación de mi observación sobre el nombre de los aeropuertos).

En mi primer viaje a Montevideo a fines de 1987 para participar en una reunión del Comité de Organización del Coloquio CIUDAGUA tuve que salir un jueves de Quito y desembarqué en Carrasco el viernes un poco antes del medio día. Los colegas de la FMCU que venían desde París iban a llegar el sábado en la mañana y los demás miembros de REDES lo harían entre el sábado en la tarde y el domingo para reunirnos desde el lunes en la Intendencia de Montevideo. 

Al llegar al aeropuerto de la capital uruguaya estuvo esperándome un curioso personaje llamado Carlos A. Oraggioni, según rezaba su tarjeta de visita (que además señalaba que el hombre era “Representante de la FMCU”). En realidad, me enteré luego, había sido contratado por Jean Marie Tetart como asistente local de todo tipo de asuntos inherentes a la organización logística de CIUDAGUA-88.

Oragionni era un tipo bajito, redondo, siempre sudoroso y muy hablador. Jugaba a que “se las sabía todas”, a que siempre “estaba adelante en la jugada”, a que era amigo “de todo el mundo”  y a que era el “hombre de confianza” de Jean Marie.

Me recogió haciéndome pasar por la sala VIP y me guió para pasar sin obstáculos los filtros de migración y aduanas. No perdió ocasión -claro- de sacar a relucir el hecho de que “todo” había sido posible merced a sus múltiples contactos y a que conocía “a tales y a tales personas”, cuyos nombres no significaban nada para mí y que además me tenían sin cuidado…; pero él alardeaba de sus palancas en todas las dependencias y entidades del municipio y del gobierno.

Al salir al parqueadero me invito a subir a un viejo Ford Impala color celeste y blanco, uno de esos gigantescos buques de dos puertas y ocho cilindros que ya casi no se veían en otras ciudades del mundo.

Llegamos a Montevideo y como era la hora de almorzar, me propuso ir al célebre Mercado del Puerto que alberga ahora a decenas de puestos parrilleros donde se puede saborear las delicias de un típico asado uruguayo.

Encontramos una mesa y un par de sillas libres en uno de los restaurantes que comparten tanto el techo del antiguo mercado, como el humo de las parrillas que se mezclan con el delicioso aroma de bifes, chuletas, pollos, chorizos, morcillas, chinchulines, tripas gordas y queso parrillero.

Desde que estacionamos en las inmediaciones del antiguo mercado se me hacía agua la boca al observar las provocativas carnes a la brasa y al sentir los aromas que salía de todas esas barbacoas, flamantes, humeantes, olorosas y crujientes.

Oragionni pidió un “completo para dos” y una botella de Jhonny Walker.

Me pareció tan rara esta combinación que me atreví a consultarle si eso era usual en Uruguay y si no era más común beber vino con el asado o al menos cerveza… pero ¡whisky!...

Me respondió que el vino local era malo y el importado era caro… añadiendo luego: - ¡“el whisky, también”!...  - “pero éste, paga la FMCU“, dijo…  y con un guiño, cerró la discusión.

Comimos como romanos… el asado estuvo sensacional y disfruté de todas las piezas que nos iban sirviendo, siempre jugosas, calentitas y crocantes… de la parrilla al plato…

Lo único malo fue acompañar esas delicias con alcohol fuerte… Al salir estábamos totalmente chispos… Sobre todo Oragionni -quien dio cuenta del contenido de la botella con más sed que generosidad-. Cuando tomamos el carro, estaba tambaleante e incoherente. No sé cómo logró conducir su gigantesco Impala hasta mi hotel.

Cuando me dejó, me registré, tomé la llave y subí a la habitación sintiéndome realmente enfermo… Me desvestí y caí en la cama como golpeado por un formidable garrotazo… dormí de un tirón hasta media mañana del sábado y cuando me desperté me manejaba un terrible dolor de cabeza y un formidable “chuchaqui”…

Ese malestar general “del día siguiente”, luego de una jornada de excesos, es conocido en el Ecuador como “chuchaqui”, pero es igual a la “resaca” (de Argentina, Uruguay o Perú), al “guayabo” (de Colombia), a la "Merluza" (de España), a la “cruda” (de México), al “hachazo” (de Chile), a la “goma” (de todos los países de América Central), al “ratón” (de Venezuela), al “Ch'aquí” (de Bolivia) y a la “gueule de bois” (de Francia).

Cuando logré ducharme y vestirme, bajé en busca de un reconfortante desayuno, pero la hora a la que éste se servía en el hotel, había pasado hace rato… Tuve que contentarme con un “expreso doble” bien cargado, para que me volviese al alma al cuerpo… y pensé en lo bien que me habría caído un platito de ceviche y una enorme cerveza helada… pero en esas latitudes el ceviche posiblemente era un manjar desconocido… Iba a salir en busca de una cerveza cuando vi desembarcar al equipo de FMCU en pleno: Daniel Faudry, Marcelo Nowersztern y Jean-Marie Tetart, acompañado éste último, por su esposa.

A pesar de la jornada del día anterior, Oragionni había estado puntual para buscarlos en el aeropuerto a la llegada de Air France. Los acababa de dejar en la puerta del hotel y desapareció de inmediato, luego de inventar alguna apresurada excusa… supongo que él también iría en busca de una cerveza…

Daniel y los esposos Tetart  prefirieron quedarse a descansar, así que yo salí con Marcelo a dar una vuelta por las inmediaciones del hotel… y buscar la tan anhelada cervecita helada.

Nos la tomamos en una típica cafetería de Montevideo acompañados de una docena de “panchos” 

En Argentina y Uruguay se llama “pancho” al sándwich de salchicha que en otras latitudes se conoce como “hot dog” o “perro caliente”. La palabra “pancho” es en realidad una contracción de los dos principales componentes de este bocadillo: “pan” y “chorizo”.

El mejor “pancho” es por supuesto, aquel que trae un crocante chorizo asado a la parrilla, pero también se lo prepara con salchicha tipo frankfurt o vienesa, hervida o frita, en un pan alargado blando. En general los “panchos” suelen acompañarse con algún aderezo tipo chimichurri o mostaza. Aunque ahora en las recientes versiones -aprendidas en las películas de Hollywood- se ha popularizado el acompañarlos con pepinillos encurtidos, mayonesa, kétchup, ensalada de col agria, cebollas y hasta con papas chips desmenuzadas…

En esa ocasión los “panchos” que me sacaron el chuchaqui tenían simplemente salchichas hervidas y pan… los acompañamos con mostaza fuerte y varios vasos de cerveza Norteña que sabía a gloria…

También fue formidable una agradable conversación sobre mil temas que pude mantener con Marcelo Nowersztern, una de muchas conversaciones y complicidades que hemos mantenido por años y por todo lado, en el mundo.

En la tarde dimos una vuelta por la ciudad vieja y regresamos al hotel para encontrarnos con los demás colegas pues, según me enteré, estábamos invitados a una cena que nos ofrecía la “intendencia” de Montevideo (que es como se conoce en el “Cono Sur” a lo que para nosotros sería el “gobierno local”, la “alcaldía”)…

Como a las siete y media de la noche, nos recogió  Carlos A. Oraggioni en su Impala celeste. Marcelo se acomodó en el asiento delantero de la derecha, junto al del conductor y en la banca posterior, un tanto apretados, nos ubicamos Daniel y yo -junto a las ventanas- y Jean Marie y su esposa -al centro-.

Los amigos de la “Intendencia” habían reservado la cena en un restaurante algo distante en las afueras de la ciudad, así que aunque el viaje nos resultó un poco incómodo a los pasajeros de la segunda fila, el trayecto se nos hizo breve pues pudimos conversar de muchos tópicos y conocer muchas cosas de la ciudad y del campo gracias a la lengua descarrilada de Oraggioni.

Al llegar ya nos esperaban nuestros anfitriones. Como aperitivo sirvieron whisky, vinos y refrescos, la comida estuvo muy buena y los vinos también... luego del postre y del café, volvieron a ofrecernos whisky… La conversación fue cordial y agradable…

Cuando decidimos que era hora de volver, noté que Oraggioni, al igual que el día anterior,  estaba tambaleante e incoherente. No sé cómo logró conducir su gigantesco Impala hasta el hotel.
En el trayecto de regreso nos acomodamos en los mismos puestos que a la ida.

Marcelo venía cabeceando en el asiento delantero; Daniel se durmió de inmediato y la esposa de Jean Marie se acomodó en el borde del asiento para dejarnos un poco más de espacio a su marido y a mí.

Ella estaba sentada al centro, con las rodillas hacia el espacio libre que quedaba entre los dos asientos delanteros.

La dama en cuestión era rubia, alta, de muy buen cuerpo y llevaba un vestido corto de verano  que ayudaba a evidenciar sus hombros bronceados y sus bien formadas piernas.

Al poco rato de haber iniciado el camino de regreso, noté que llamaba la atención de su esposo con gestos vehementes, pero sin abrir la boca…

Inmediatamente, tanto Jean Marie como yo, nos dimos cuenta de lo que acontecía.

El gordito Oraggioni -¡quién lo diría!-, estaba aprovechándose de la situación y de tanto en tanto, con manos furtivas, “como que no era con él”, acariciaba las rodillas de madame Tetart.

Jean Maríe hizo aquel gesto universal de silencio, llevando verticalmente el índice de su mano derecha a la boca… y poco apoco casi sin moverse fue alzando las dos piernas de su pantalón, desde el zapato hasta la mitad del muslo…

Inmediatamente luego de que Oraggioni  repitiera su movimiento furtivo en una de las rodillas de su esposa, Jean Maríe la ayudó a retirar las piernas de la posición en las que se encontraban y las sustituyó por las suyas, blancas y huesudas.

Al poco tiempo Oraggioni volvió a las andanzas… cada vez que su mano se posaba sobre una de las rodillas de Jean Marie acariciándola, éste movía la pierna acompañando el movimiento de la mano… como entrando en el juego, como acompañando las sensuales arremetidas de esos deditos regordetes… como accediendo… como entrando en un acuerdo libidinoso sin palabras…

Intercambiamos con Jean Marie una mirada risueña de complicidad y los tres fuimos riendo interiormente sin expresión externa alguna, por la jugada que le estaba haciendo al conductor.

Oraggioni tenía la ventanilla abierta y el codo izquierdo apoyado en el marco de la puerta, recibía complacido la agradable brisa de la noche. Se sentía Casanova conduciendo su góndola en los canales de Venecia a la par que acariciaba las rodillas de una dama en presencia del esposo…

Al llegar al hotel hizo un último audaz avance… como de despedida.

De improviso, Jean Marié prendió la luz de salón del Impala y, sosteniendo la mano del Don Juan contra su rodilla… afirmó pausadamente en español:

-       ¡Has venido acariciándome la pierna, toda la noche!...

Añadiendo de inmediato y con voz enérgica, una pregunta:

-       ¿Será que te gustan los hombres?...

A Oraggioni se le pasó la chuma, se puso más blanco que una hoja de papel, casi se ahoga al tragarse la lengua sin saber qué decir… los ojos le daban vueltas en una mezcla de pavor y vergüenza…

Como todos habíamos descendido del Impala, Jean Marie le soltó la mano, le dio una palmada en el hombro y le mandó a descansar con una cordial recomendación:

-    Ve a dormir… ¡La próxima vez, compórtate como un caballero!

Bajó del vehículo y comenzamos a reír a mandíbula batiente… Daniel y Marcelo se sumaron a la hilaridad colectiva cuando les explicamos la historia…

Oagigioni arrancó el Impala como alma que lleva el diablo…

Pensamos que no lo volveríamos a ver; pero al día siguiente se presentó a trabajar como si nada…

lunes, 28 de octubre de 2013

Uruguay 2: El Palacio Salvo



Como ya he relatado, a inicios de 1987, emprendí en CIUDAD la investigación titulada “Agua y saneamiento en los barrios populares de Quito” y como coordinador de REDES facilité otros estudios sobre la problemática del agua en otras cinco ciudades de nuestra región realizados por colegas de “REDES”.

Los Centros de Investigación que participaron en ese programa de investigación que fue auspiciado por la Federación Mundial de Ciudad Unidas (FMCU) fueron: CEDE y CIDER de Bogotá - Colombia; CEUR de Buenos Aires – Argentina; CIDAP de Lima – Perú; CEDEC de Sao Paulo – Brasil; SUR de Santiago – Chile y CIUDAD de Quito - Ecuador.

El Comité Científico de este interesante proceso estuvo conformado por Fernando Brunstein del CEUR (Buenos Aires); Luis Mauricio Cuervo del CIDER (Bogotá); Néstor Espinoza del CIDAP (Lima); Pedro Jacobi del CEDEC (Sao Paulo); Alfredo Rodríguez de SUR (Santiago); Mario Vásconez de CIUDAD (Quito); junto a Daniel Faudry y Marcelo Nowersztern de la FMCU (París).

Con los resultados de las investigaciones, organizamos con la FMCU un gigantesco coloquio llamado CIUDAGUA 88 - “Encuentro América Latina – Europa sobre el acceso de la población a los servicios de agua y saneamiento en las ciudades de América Latina”, al que invitamos a 350 personas, de 100 ciudades de 20 países de nuestra región, a más de numerosos invitados europeos.

La responsabilidad logística y organizativa del Coloquio -que tuvo lugar en Montevideo en agosto de 1988- estuvo a cargo de la FMCU, junto a diversas instituciones locales y la responsabilidad académica a cargo de los mencionados centros asociados a “REDES”.

El Comité de Organización de este gigantesco encuentro estuvo integrado por los miembros del Comité Científico ya nombrados y adicionalmente, por las siguientes personas: Jean-Marie Tetart (Secretario General adjunto de la FMCU); Jorge Caviglia (Presidente de Obras Sanitarias del Estado, Uruguay); Margot Agosta (Delegada de la Intendencia Municipal de Canelones) y Ana María Ruggia (delegada de la Intendencia Municipal de Montevideo).

Antes del Coloquio, los miembros del Comité de Organización nos reunimos en Montevideo en dos oportunidades, a fines de 1987 y a inicios de 1988. En esos talleres -de una semana de trabajo- pudimos avanzar en las tareas de coordinación y planificación y verificar los avances de la logística relativa a la puesta en marcha de esta enorme cita intercontinental. A través de este trabajo todos pudimos consolidar amistades y confianzas. Fue una maravillosa experiencia que nos unió y fortaleció.

Como he ofrecido, voy ahora a relatar un conjunto de anécdotas referidas a nuestra participación en CIUDAGUA 88.

La primera tiene que ver con el célebre Palacio Salvo, edifico símbolo de la capital uruguaya.


Al salir de una jornada de trabajo del Comité de Organización del Coloquio, Ana María Ruggia, arquitecta, delegada de la Intendencia Municipal de Montevideo a ese ente colegiado, nos acompañó y guió a una agradable visita por varios rincones de la ciudad.

Pudimos visitar la “Plaza Independencia” en el límite entre la “Ciudad Vieja” y la zona del actual centro, que antiguamente se conocía como “Ciudad Nueva”.

En esta plaza se levanta la gran estatua ecuestre del prócer José Gervasio Artigas obra del escultor italiano Angelo Zanelli.

Hacia el occidente, en la esquina de la avenida “18 de Julio” nos maravillamos ante la presencia de un extraño edificio ecléctico que según nos explicó Ana María, era conocido como el  “Palacio Salvo”.

Nos contó que el “Palacio Salvo” fue diseñado por el arquitecto italiano Mario Palanti bajo pedido de los empresarios Ángel, José y Lorenzo Salvo (de allí su nombre) y fue  inaugurado en octubre de 1928. En el momento de ser construido fue el edificio más alto de América del Sur… tenía 27 pisos, dos sótanos y 95 metros de altura sobre el nivel de la calle.

Originalmente albergaba 370 departamentos.

Para su edificación se emplearon materiales sofisticados y valiosos: los mármoles fueron importados de Italia, de las famosas canteras de Carrara, el granito para los arcos se trajo de Alemania, sus puertas y ventanas fueron confeccionadas con roble del Cáucaso y las cerraduras, bisagras y picaportes, de bronce bruñido, fueron importadas de Checoslovaquia.

Los salones del primer piso con ornamentación Art Decó fueron realizados por el célebre artista italiano Enrique Albertazzi,

Desde su inauguración se convirtió en un edificio emblemático de la ciudad y, al igual que los numerosos monumentos de bronce que se encuentran en toda la ciudad, esta obra fue fruto de la prosperidad y bonanza que caracterizaron a la economía uruguaya en los primeros años del siglo XX.

El “Palacio Salvo” sigue siendo actualmente uno de los principales hitos de atracción turística de Montevideo. Como anécdota, Ana María nos relató que el Palacio está ubicado en el lugar donde estuvo la  Confitería “La Giralda”, célebre porque allí se escucharon por primera vez los acordes de “La Cumparsita” el más famoso tango uruguayo.

Ana María nos contó que originalmente el Palacio fue construido para albergar un hotel, lo cual aconteció en unas pocas plantas y por muy poco tiempo (nunca fue ocupado en su totalidad para ese fin). En años posteriores el Palacio se transformó en edificio residencial y de oficinas.

Nos relató que ella misma (o una amiga suya, no recuerdo bien) había adquirido un departamento, con vista a la bahía y al puerto de Montevideo, en una de las plantas altas del Palacio. 

A Alfredo Rodríguez y a mí nos picó la curiosidad de conocer el Palacio por dentro y pedimos insistentemente a Ana María, que nos invitara a visitar aquel departamento. Creo que en el grupo estaban con nosotros Fernando Brunstein y Marcelo Nowersztern y si no me equivoco también  Luis Mauricio Cuervo y Pedro Jacobi.

Ana María no se hizo de rogar y estuvo de acuerdo en hacernos una visita guiada por las entrañas de celebre edificio. Nos enrumbamos hacia el portal y luego hacia el vestíbulo de acceso y las gradas del famoso “Palacio Salvo”.

A pesar del tiempo transcurrido desde sus años de bonanza, el Palacio conservaba su suntuosa decoración, los magníficos detalles con motivos geométricos y sus tallados con  exóticos animales como ranas, pulpos, hipocampos, cangrejos, estrellas de mar y quién sabe cuántas otras excentricidades de la fauna universal.

Resaltaban los materiales de primera calidad con los que fue edificado, aunque se veían ahora un tanto descuidados en su aseo y en su mantenimiento. La primera impresión fue de todas maneras impactante.

Tomamos un ascensor hacia el piso en el que se encontraba el departamento en la parte media de la torre.

Según nos explicó, el suyo era un departamento con la planta en forma de ele y ocupaba una cuarta parte del fuste de la torre. Había cuatro departamentos como el suyo en cada piso, distribuidos en el perímetro de la planta, dejando al centro la caja de escaleras, los ductos de instalaciones, los ascensores y los pasillos de circulación y acceso.

El departamento al que llegamos era francamente sensacional, muy bien decorado, con acabados y mobiliario contemporáneos y detalles de cuadros y objetos de arte de muy buena factura. 

No era muy grande en área, pero muy funcional y con una serie de propuestas creativas como el diseño de una gran pieza esquinera, destinada a cocina, en donde se había ubicado la estufa en medio del espacio para poder disfrutar al cocinar, de día o de noche, de la magnífica vista del puerto y la bahía de Montevideo. Para el efecto, en dos costados de esa habitación se habían dejado dos grandes ventanas cuadradas de un solo vidrio sin cortinas ni obstáculos visuales, el mar, las salidas del sol, el paso de los barcos y el vuelo de las aves marinas eran habitantes permanentes de ese espacio.

Elogiamos lo acogedor y el buen gusto de ese departamento… Ana María agradeció los comentarios y se mostró complacida de que nos hubiera gustado la visita… y en un arranque de efusividad nos propuso visitar un departamento que según ella era “realmente extraordinario”…

Nos pidió esperar unos minutos, mientras averiguaba si los propietarios nos permitían realizar esa visita, tomo el ascensor y desapareció de nuestra vista como por arte de magia.

Regresó al poco tiempo con una sonrisa de oreja a oreja… ¡Los propietarios estaban de acuerdo en recibirnos!...

Antes de dejar su departamento nos explicó que el departamento que íbamos a visitar ocupaba toda la planta de la parte más amplia y decorada de la torre del Palacio; en realidad era resultado de la adición de cuatro departamentos bastante más grandes que el de nuestra amiga, en las áreas sociales disponía de muchos mayor altura y se iluminaba por grandes ventanales en forma de arco de medio punto. La altura del entrepiso era tan alta que las torretas adjuntas, daban cabida a dos plantas habitables en cada una de ellas. Este departamento se expresaba como un voladizo en toda al fachada y constituía el inicio del remate de la edificación. Las torretas también sobresalían en la fachada como elementos abalconados coronadas de extraños domos con aspecto de cabeza de misil.

En aquel departamento vivían solo dos personas, un amigo de Ana María que era director no recuerdo si de la biblioteca nacional o del museo nacional de bellas artes y su anciana madre…

En esa enorme residencia destacaban un exquisito mobiliario, cuadros, objetos de arte y finos objetos de decoración, todo de origen europeo, de épocas pasadas… todo era un tanto anacrónico, sobrecargado, hasta kitch… sin embargo era evidente que casa pieza; cada sillón, cada aparador, cada mesa, cada jarrón, cada cuadro, cada reloj, era posiblemente insustituible y de extraordinario valor. 

El amigo de Ana María nos hizo una visita guiada con detalladas explicaciones de cada habitación, de su decoración y de su mobiliario. En la visita nos sorprendimos que, en dos distintas salas ubicadas en extremos opuestos de la torre la decoración incluía un fino piano de cola en cada una de ellos. Nuestro anfitrión un hombre delgado, de lentes, con un fino bigote y un traje a rayas muy bien cuidados nos explicó que tanto él como su madre tocaban el piano y de esa manera ambos podían sentarse a interpretar sus melodías favoritas, cada uno en su piano, sin molestarse mutuamente… 

En el recorrido nos hicimos merecedores a detalles sorprendentes de la historia de la ciudad y de la humanidad… nuestro anfitrión era un erudito y un gran conversador, apasionado de la historia universal y la de su país…

En la biblioteca las explicaciones fueron ardientes y pormenorizadas, esta caballero hablaba varios idiomas y era un lector apasionado de literatura inglesa, española, alemana, francesa y latinoamericana. Según nos contó sus padres era de origen judío y habían migrado al Uruguay entre las dos guerras, él había heredado de su padre la pasión por el arte y la lectura… así como esa formidable biblioteca que ocupaba dos amplias habitaciones esquineras de doble altura y una torreta completa de dos plantas, que se comunicaban por medio de una escalera de caracol de fina madera tallada, acorde con las hermosas estanterías que acogían miles de libros europeos antiguos que llegaron en barco (en la época en que se construía el Palacio Salvo) y otros tantos, adquiridos por este apasionado y culto lector en las décadas más recientes.

En todo el recorrido estuvimos acompañados por dos perras bóxer de piel atigrada que seguían a su amo con andar quedo y parsimonioso. Era increíble pero las dos parecían comprender todas las explicaciones llenas de detalles, que este soltero cincuentón nos iba proporcionando con impecable dicción y voz clara -tenue y enérgica a la vez-.

En una de los salones nos topamos con su madre, una señora de pelo blanco, bien arreglada, hasta coqueta en su apariencia a pesar de su edad; esta dama descansaba en un confortable sillón con sus piernas abrigadas por una cobija de cuadros. Nuestro guía nos presentó como “amigos de Ana María, la vecina del piso de abajo…”;  ella saludó de manera cordial aunque algo seca, más bien distante... solo se le iluminaron los ojos cuando escuchó que entre los visitantes extranjeros había un Brunstein, un Nowersztern y un Jacobi…

Crucé con Alfredo un par de palabras y de inmediato pedimos disculpas para retirarnos unos minutos… tomamos el ascensor y salimos disparados a la calle… íbamos en busca de un regalito para esta señora y su hijo y claro, también para Ana María, gestora de tan sensacional visita…

Casi en seguida dimos con una chocolatería y pedimos una selección de trufas surtidas, en dos cajitas de regalo, adornada cada una, con un fino lazo…

Volvimos a subir y entregamos a las dos damas su respectivo presente… con alguna frase de agradecimiento por la amable acogida que nos habían brindado…

¡Quedamos como reyes!..., total parecemos medio rústicos pero no somos tanto…

La visita continuó por la cocina… ésta a diferencia de las demás habitaciones que habíamos visitado no tenía nada de añeja ni disponía de muebles eclécticos ni piezas de museo… todo era moderno, el top del diseño utilitario contemporáneo, muebles empotrados, lavaplatos, electrodomésticos, grifería, tiraderas y agarraderas cromados y de acero niquelado mate.

Nuestro anfitrión nos enseñó el detalle de las ventanas… merced a un sofisticado sistema de herrajes, éstas se podían abrir hacia afuera o hacia adentro, o inclinarse hacia adentro para ventilar sin recibir el viento de forma directa… disponían de doble vidrio y entre uno y otro podía desplazarse una persiana de color blanco con todos los movimientos característicos de estos artilugios pero dentro de una caja hermética transparente que le permitían operar libre de la grasa, los olores y los vapores típicos de una cocina…

Nuestro guía nos comentó que como había adquirido los cuatro departamentos de ese piso para unificarlos en un solo departamento grande, usó uno de los corredores originales para ampliar allí la cocina, por eso aquel espacio era tan amplio y confortable… incluso nos conto un secreto: nos dijo que “un día encontró tirados en la vereda, los planos constructivos del “Palacio”...; nunca supo si “algún administrador o algún conserje del edificio decidió tirar esos rollos a la basura, por considerarlos papeles inútiles”… El los recogió por su gran valor histórico y claro, los conserva a buen recaudo, en su formidable biblioteca… Un día cuando iba a emprender la remodelación de la cocina, se puso a analizarlos y descubrió que lo ascensores nuevos (instalados en el edificio para sustituir a los originales que ya no daban más por el agotamiento de tantos años de uso) eran bastante más pequeños que los precedentes… en el ducto había por tanto, un espacio excedente… así que, no sólo se ganó el área del corredor para ampliar la cocina sino también el área  del ducto para la nevera de dos cuerpos y la lavadora y secadora de ropa…de esa forma esos aparatos no invadían el área útil del espacio.

Del otro costado del departamento hizo lo propio con los ductos de los otros dos ascensores y obtuvo un cuarto de escobas y artículos de limpieza y un trastero-bodega, tan útil en toda casa. 

Cuando salimos del “Palacio Salvo” estábamos como embrujados, habíamos podido cumplir nuestro deseo de visitar ese emblemático edificio por dentro y además habíamos tenido la oportunidad de familiarizarnos con la historia de esa edificación y con la historia de la ciudad y de sus habitantes… gracias a esa singular visita que nos brindó nuestra colega Ana María Ruggia. ¡Mil gracias nuevamente a la distancia!

Fue una experiencia realmente inolvidable.

Con quien no tuvimos la oportunidad de toparnos fue con el fantasma que según dicen deambula hasta ahora por los corredores, los ascensores y las gradas del Palacio. Todos coinciden en que es bueno y le llaman afectuosamente “don Pedro”… Se afirma que es uno de los hermanos Salvo pero nadie ha podido confirmar esa versión. ¿Cómo será?, ¿eh?...