martes, 29 de mayo de 2012

México 8: Soroche en el Popocatépetl


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. Viajé a ese país para cursar una maestría en “investigación y docencia”, en la Escuela de Arquitectura de la UNAM. Durante el primer año viví con la familia Escandón: Jorge, Emma, Jorge Alberto y María Belén, compartimos con ellos un departamento en la Avenida Universidad 1900, en el “Conjunto Altillo-Universidad”, Colonia Copilco, al sur del D.F., no lejos de la UNAM.

En agosto de 1979 con Marie Thérèse, la novia que había dejado en Quito, decidimos que íbamos a continuar la vida juntos, ella renunció a su trabajo en la Embajada de Francia en el Ecuador y se vino a México para comenzar nuestra aventura mexicana de pareja. Cuando Marie Thérèse llegó, arrendamos un departamento en la calle Culiacán en la Colonia Hipódromo Condesa, al centro del D. F., no lejos del Zócalo.

En diciembre de ese año fuimos a visitar a los Escandón para darles un abrazo por las fiestas de navidad; cuando llegamos a su departamento descubrimos que también estaba de visita nuestro amigo Vicente Pólit. 

“Viche” Pólit había sido compañero de Emma en la escuela de Sociología de la Universidad Central de Quito y ahora eran compañeros en la maestría que ambos cursaban en la Flacso.

Estábamos charlando de diversos temas y disfrutando de un café con empanadas de queso que no convidó Emma, cuando los niños nos contaron que Jorge les había regalado por navidad una linda tienda de campaña para ocho personas.

No acabaron de contar la buena nueva cuando “Viche” casi saltando sobre la silla y gesticulando de manera enérgica y expresiva, nos propuso hacer un viaje para pasar el fin de año en los bosques de pino que rodean las faldas del volcán Popocatépetl.

-“¡Se imaginan!”, dijo… -“¡”Podremos ver el último atardecer de la década en el Popo!”…, añadiendo casi a gritos -¡”Qué maravilla”!...

Casi enseguida salió disparado hacia su departamento que también estaba en “El Altillo” y regreso en cinco minutos con libros y planos para mostrarnos fotos a color del “Popo” y  del  “Iztaccíhuatl” los dos magníficos volcanes nevados ubicados al suroriente de la ciudad de México.

Nos enseñó fotografías y nos habló del Parque Nacional “Izta-Popo-Zoquiapan”, reserva natural protegida ubicada en la Sierra Nevada, en la que se hallan estos dos volcanes mexicanos. Nos enteramos que se podían visitar, recorrer y acampar en las laderas de los volcanes… en medio de ese gigantesco parque de más de 19000 hectáreas, cubierto de bosques de coníferas y lleno de hermosas caídas de agua, barrancas y desfiladeros.

Viche sacó luego un mapa y nos enseñó como llegar hasta allí. Sabía qué buses debíamos tomar, el costo del pasaje y dónde tomarlos… nos explicó que deberíamos dirigirnos a Chalco y luego a Amecameca, para desde allí poder internarnos en el Parque. Nos habló de tiempos y distancias, trazó un plan de desplazamiento lleno de detalles, enumeró todo lo que podríamos ver y todo lo que podríamos comer…, en fin…, estaba tan emocionado que nos transfirió a todos su entusiasmo… decidimos que aceptábamos su propuesta y que iríamos en grupo a pasar el fin de año en las faldas del “Popo” en la carpa amarilla de los Escandón.  


Llegado el día previsto, el 30 de diciembre de 1979 nos reunimos todos en el Altillo con nuestras mochilas y provisiones; todos muy bien abrigados. Los implicados en aquel viaje fuimos: Jorge, Emma y María Belén (no recuerdo por qué no nos acompañó Jorge Alberto), Vicente Pólit (el promotor de aquel desplazamiento), Marie Thérèse y yo.

Tomamos  primero un camión (como llaman en México a los autobuses) hasta la parada más próxima del tranvía que, según el plan detallado que había preparado Vicente Polít, debía conducirnos a la Estación Terminal de Xochimilco. Una vez allí nos desplazamos a la estación de camiones para tomar un bus hasta Chalco.

Chalco es una ciudad del estado de México cuya población bordea actualmente los 300.000 habitantes; se ubica a 2240 msnm y su nombre completo era Chalco-Atenco. Las dos palabras son de origen náhuatl. Chalco viene los vocablos “chāl-li” (o “xāl-li”) = "arena" y "-co" desinencia que se usa para expresar “lugar de”; la palabra Clalco significa por tanto, "lugar arenoso". Atenco en cambio, vienen  de las voces “ā-tl” = "agua" y “tēn-tli” = "borde u orilla" y “-co”, "lugar de"). Desde antes de la conquista, aquel poblado se localizaba a orillas del gran lago del mismo nombre. Por ello el significado completo de "Chalco-Atenco", es: "lugar arenoso en la orilla o borde del agua". Actualmente su nombre oficial es “Chalco de Díaz Covarrubia”.

Llegamos a Chalco y averiguamos por el autobús que teníamos que tomar para dirigirnos a Amecameca. Nos informaron que el próximo pasaría en una hora más, así que tuvimos la oportunidad de dar una vuelta por el “zócalo” (como llaman en México a la plaza principal de cualquier ciudad o poblado) y vistamos la iglesia principal del pueblo, la Parroquia de Santiago Apóstol, una de las primeras iglesias fundadas en la zona por los misioneros franciscanos. Su construcción data del siglo XVI y se realizó en estilo barroco.

Tomamos luego un bus hacia Amecameca, cabecera del municipio del mismo nombre. El poblado pertenece también al estado de México y se halla a 2.420 msnm; verdaderamente a los pies de  los dos volcanes: el  Iztaccíhuatl y el Popocatépetl.

La palabra Amecameca, que originalmente fue “Amaquemecan”, proviene del idioma náhuatl y estaría conformada, por los vocablos “amatl”, que quiere decir “árbol de papel”; “queme”, que se interpreta como “señal o característica” y “can” que se traduce como “lugar”.

El Amate o amatl (en náhuatl) es un árbol del género Ficus. Las culturas del altiplano de México recolectaban la corteza de este árbol, la maceraban y elaboraban láminas delgadas, semejante al papel, que eran usadas para escritura, pinturas o para elaborar adornos. A estas láminas actualmente se las conoce como “papel amate”.

“Amaquemecan” significaría por tanto: “lugar caracterizado por estar cubierto de árboles de papel”.

Su población es de alrededor de 50.000 habitantes y sus principales actividades económicas son la agricultura, la ganadería y el comercio; aunque en las últimas décadas se han desarrollado de manera importante una serie de servicios para el turismo, en particular para quienes buscan ascender al Popocatépetl o al Iztaccíhuatl y recorrer el parque nacional en el que se ubican estos volcanes.

Tuvimos que esperar un largo tiempo en el “zócalo” de aquel poblado en espera de un microbús de la línea que hacía el servicio de traslado de los turistas desde la ciudad hasta el acceso al parque nacional. Nadie nos aseguró con precisión una hora de salida de ese medio de transporte, así que no armamos de paciencia y esperamos sin movernos en el lugar indicado por algún vecino comedido. No queríamos correr el riesgo de perder el turno así que nos instalamos en una banca del parque con todo nuestro equipaje para estar listos a la llegada de la primera unidad que pudiese llevarnos a  nuestro destino.

Por esa razón no vimos de lejos y no pudimos darnos una escapadita para poder visitar la iglesia principal del pueblo, el “Templo de la virgen de la Asunción”, construida por los dominicos entre 1554 a 1562 en estilo manierista.

Cuando por fin llegó nuestro transporte instalamos nuestros bártulos en el techo y copamos los asientos de la unidad. Se trataba de un viejo bus como los que daban el servicio urbano en Quito, allá por la década de los años cincuenta, a los que conocíamos como “paperos”; ancho, desvencijado y ruidoso, cuyos incómodos asientos de madera habían sido sustituidos por sillas de plástico rígido, todavía más incomodas. Cuando se llenó de turistas -que al igual que nosotros iban hacia el parque nacional- y de campesinos que se dirigían hacia sus casas con todo tipo de compras que habían adquirido en el poblado, el ayudante colgado de la puerta gritó con energía: –“órale”, y el conductor -un viejo mostachudo con cara de sueño-, pisó el embrague y jaló hacia atrás la palanca de cambios, haciéndola chirrear… el viejo autobús dio un par de saldos, un quejido metálico e inició el recorrido hacia el parque “Izta-Popo-Zoquiapan”, destino al que queríamos llegar antes de la caída de la noche.

El Popocatépetl, nombre del nevado a cuyas faldas pensábamos pasar el fin de semana, es un volcán activo localizado en el centro de México a unos 55 km al sureste del D.F. (el “Distrito Federal”, como se conoce a la capital del país). El nombre del volcán de origen náhuatl, significa: “”montaña o monte que humea”. Todos los pobladores de México lo conocen como “Popo” y se caracteriza por la forma cónica simétrica de su cumbre, casi siempre cubierta de nieve.

El “Popo” y el otro volcán de esta zona, el Iztaccíhuatl, o “Mujer Blanca” se encuentran separados por un zona boscosa muy bella, un paso montañoso conocido como el “Paso de Cortés”. El “Popo” y el “Izta” tienen glaciares perennes en la parte alma de su cima. El “Popo” es el segundo volcán más alto de México, con una altura máxima de 5458 metros sobre el nivel del mar, superado sólo por el “Pico de Orizaba” que llega a los 5610 metros, mientras que el Iztaccíhuatl es la tercera cumbre, con una altura de 5284 msnm.

El Parque Nacional “Izta-Popo-Zoquiapan” es parte de la Sierra Nevada y está cubierto por extensos bosques de coníferas que se preservaron como “parque nacional” desde 1935. El parque cubre un territorio protegido de 19.400 hectáreas y es el hábitat de numerosas especies como ardillas, zorros, coyotes, gatos de monte, conejos y roedores, algunos de ellos en peligro de extinción como el teporingo y el ratón de los volcanes.

La Universidad de Chapingo tiene allí una estación forestal experimental para la enseñanza, investigación, conservación, difusión y manejo sustentable de los recursos naturales.

Sus magnificas áreas boscosas constituyen un sitio ideal para realizar paseos por el campo, senderismo, campamentos y admirar el paisaje. Al llegar a los bosques, comprendimos el porqué de la insistencia de Viche Polit para llevarnos a ese extraordinario lugar. El parque en las faldas del “Popo” es un sitio sencillamente magnífico.

Al llegar al lugar que nos apreció más adecuado para acampar, luego de un largo ascenso por encantadores rincones del bosque, nos sentarnos a descansar para recuperarnos de la fatiga de la caminata y el ascenso, cargados como estábamos de todos nuestros aperos: carpa, hamacas y mochilas con bolsas de dormir, provisiones, ropa de recambio y todo tipo de cacharros de cocina y aseo.

Armamos la carpa y colocamos las hamacas en varios árboles cercanos y salimos a dar una vuelta por los alrededores antes de hacer un fueguito e iniciar nuestras labores culinarias.

Emma y Maria Thérèse  prepararon una reconfortante sopita de legumbres con la ayuda de todos nosotros e hicieron hervir agua para poder cocinar un par de papas con cáscara y un huevo duro por cráneo… y pusimos luego un paquete de choricillos sobre las brazas para comerlos con pan a manera de emparedados.

Cena deliciosa pero muy salada.

Luego, a la luz de la fogata… y gracias al entusiasmo que nos trasmitió el transparente contenido de una botella de tequila que había llevado escondida entre su ropas, don Viche Polit, cantamos hasta no sé que horas de la noche.

Cuando las lumbres se apagaron y ya no quedaban choricillos, tequila, ni canciones sin haber sido entonadas, decidimos pasar a la carpa para enfrentar la primera noche en las faldas del “Popo”.

María Belén dormía desde hace un par de horas, pero cuando los demás entramos en la carpa, Vicente se durmió de inmediato y no paró de roncar en toda la noche.  A las dos parejas nos fue más difícil conciliar el sueño por los bramidos de nuestros co-habitante y por la sed que nos produjeron aquellos embutidos, más la sopa, las papas y los huevos, aderezados con sal, limón y tequila.

Los cuatro, Jorge, Emma, Maité y yo, no paramos de gatear por la carpa en busca de alguna bebida que nos calmara la sed. Desgraciadamente teníamos sólo un poco de agua que apuramos casi de inmediato y… nada más: ni refrescos, ni leche, ni jugos, ni ninguna otra cosa para la endiablada y desgarradora sed que se iba incrementando cada vez con más intensidad.

Ya en la madrugada, Emma recordó que en Amecameca habíamos comprado mandarinas. Comenzamos nuevamente a gatear para buscar debajo de todas las pertenencias las dichosas mandarinas…. Luego de largos minutos de infructuosa búsqueda que rayaba casi en la desesperación… por fin… descubrimos que Vicente estaba usando como almohada la funda llena de esas frutas. Sacamos el paquete con todo cuidado para no despertarlo y comenzamos a saciar nuestra sed con los dulces gajos de aquellos cítricos que nos supieron verdaderamente a gloria. Supongo que sólo las personas extraviadas en el desierto que llegan a clavar la cabeza en las deliciosas aguas de un oasis, deben experimentar el alivio y la paz que aquellas mandarinas lograron trasmitir a nuestras atormentadas gargantas y a nuestro cuerpo entero.

Entre los cuatro dimos fin de todo el paquete, no sé cuantas mandarinas habremos consumido por persona, pero para el día siguiente no dejamos ninguna.

Calmada la desesperante sed, pudimos por fin cerrar los ojos y comenzar a descansar luego de aquella desesperante experiencia.   

Un poco antes del amanecer, la sopa, el tequila y las mandarinas hicieron su efecto y me desperté apremiado por la vejiga que estaba reclamando por liberarse de su contenido para reposar también ella en total tranquilidad.

Salí de la carpa, me alejé unos metros y procedí… bajo el cobijo tranquilizador de un enorme árbol de pino. Al salir al exterior me abrigué con bufanda y con un poncho de alpaca pero, al regresar a la carpa, sentí un vientecillo gélido que se colaba por debajo de esa prenda hacia mi espalda.   

Al amanecer, traté de incorporarme pero sentí que me faltaban las fuerzas, volaba en fiebre y respiraba con dificultad. Todas las imágenes se desvanecían y me tambaleaba como borracho. Tenía mareo, dolor de cabeza y náusea.

Salí de la carpa y vomité…luego volví al interior y me acosté preso de un total agotamiento.

Vicente, concluyo que tenía soroche. Yo que nací en Quito a 2800 msnm, enfermo de soroche a los 3000 metros, me parecía increíble. Nunca había tenido “mal de altura” en el Ecuador, ni siquiera en alturas superiores y ahora me encontraba allí semi-moribundo  en una altura apenas superior a la de mi casa natal.

El Soroche es la denominación con la que en el Ecuador conocemos al denominado “mal agudo de montaña”; llamado vulgarmente también “mal de altura”, “mal de páramo” o “apunamiento”. Comienza a manifestarse sobre los 2400 metros y es la dificultad de adaptación del organismo a la falta de oxígeno de las alturas. Los síntomas normalmente desaparecen al descender a cotas más bajas.

Luego de beber un té bien caliente y bastante azúcar para devolverme la energía, comencé a sentirme algo mejor; sin embargo tenía un dolor de cabeza que no menguaba y tenía los pies extremadamente fríos, casi helados.

Nosotros habíamos previsto salir de excursión en aquel segundo día de campamento y no quise privar a mis compañeros de ese placer… les pedí que me dejaran en la carpa abrigado y que fueran a recorrer los senderos de la montaña como fue la intención original. Marie Thérèse decidió quedarse a acompañarme y lo propio hizo Emma.

Jorge, Vicente y María Belén salieron de excursión por aquellas inmensidades boscosas. 

Mientras tanto, mis dos “geishas” -como se autocalificaron las dos damas- se ocupaban del “enfermito”… me tenían bien provisto de bebidas calientes y con paños de agua caliente me daban masajes en los pies y en la espalda…. Hacia el medio día me encontraba mejor y en la tarde luego de un frugal almuerzo ya me encontraba totalmente recuperado.

Había superado un soroche en el Popocatépetl.

En la tarde descansamos en las inmediaciones del campamento y al atardecer salimos hacia una elevación no muy distante para ver la puesta del sol.

Al acercarnos a esa pequeña colina el cielo se despejó y apareció el volcán en todo su esplendor… Íbamos a poder ver “el último atardecer de la década con la presencia protectora del Popo como telón de fondo”… como nos había prometido don Vicente Pólit…

Sólo nos quedaba exclamar como él, casi a gritos “¡Qué maravilla!”...

Y así fue, vimos la caída del sol en medio de ese bosque de pinos, con el Popo al fondo observándonos tranquilo… (pues… supongo, debe haber estado algo preocupado de haberme causado involuntariamente aquel soroche, sus laderas son normalmente acogedoras y cordiales, pero ¿a quién se le ocurre abusar del chorizo y tequila en esos páramos?). 


En la noche volvimos a hacer un acogedor fuego y recibimos al año 1980 con alegría, besos y abrazos… sopita de vegetales y mucho afecto, pero sin excesos.


 Al día siguiente teníamos caminos largos por recorrer -a pie y en buses viejos- y teníamos que regresar a México en buenas condiciones para continuar la brega. Se iniciaba una nueva década que traería importantes cambios para todos. Bendiciones de las montañas, supongo.  

miércoles, 23 de mayo de 2012

México 7: La doble visa de Marie Thérèse


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981 a donde viajé con mi amigo Hernán Burbano para hacer un Posgrado en la UNAM. Durante el primer año compartimos un departamento con la familia Escandón: Jorge, Emma y sus hijos Jorge Alberto y María Belén.

En 1979, Marie Thérèse, la novia que había dejado en Quito, vino a visitarme en dos ocasiones. En agosto de ese año, decidimos que íbamos a continuar la vida juntos y ella tomó una decisión seria y complicada, renunció a su trabajo en la Embajada de Francia en el Ecuador y se vino a México para comenzar nuestra aventura mexicana de pareja.

Al venir a México ella ingresó con visa de turismo. Felizmente le dieron un permiso de estadía de seis meses de duración y luego, en enero de 1980, cuando fuimos a Los Ángeles para comprar un carro, al ingresar a México por la frontera de Mexicali, le volvieron a dar un permiso de estadía por un tiempo semejante, hasta fines de julio de ese año.

Desgraciadamente no pude legalizar los papeles del auto en la ciudad de México y tuvimos que volver a salir del país a las pocas semanas para hacer los trámites de importación del vehículo. Esta vez fuimos a Laredo que era la zona de frontera más próxima a la capital. Dejamos México e ingresamos a los Estados Unidos en la mañana y, desgraciadamente, en las instalaciones de control migratorio le retiraron su visa de seis meses. Al regresar en la tarde, sólo le otorgaron una renovación por tres; es decir sólo hasta fines de mayo.

Como habíamos abandonado el país apenas por unas pocas horas hasta lograr legalizar los papeles del vehículo, me dirigí al puesto fronterizo y busqué al policía que le había retirado el permiso de estadía en la mañana.

Creo que le caí bien y como todavía no había reportado esa salida/re-ingreso en el informe que debía redactar en su vieja máquina de escribir (en esa época la dotación de computadoras o de Internet en los puestos fronterizos, eran cosas de ciencia ficción), simplemente me devolvió el papel y emprendimos el camino a la ciudad de México con el permiso de estadía de seis meses en el bolsillo.

Sin embargo, en el camino nos dimos cuenta que también habíamos guardado el papel con el permiso de estadía de tres meses.

Unas pocas semanas luego de regresar a México, Marie Thérèse consiguió trabajo en la Alianza Francesa, como profesora externa, daba clases de francés a varios ejecutivos mexicanos de la Nestlé.

La Alianza le ofreció tramitar una “visa de trabajo” para que pudiera regularizar su situación laboral y su permanencia en territorio mexicano, así que llenó los formularios respectivos, entregó varias fotografías, copia de su pasaporte y copia del “permiso de estadía de turista” de tres meses. (Nos pareció que ésta era la más adecuada pues si por azar se cruzaba información, en algún lado podía aparecer la salida del país cuando fuimos a Laredo y era mejor comenzar los trámites con el permiso de estadía que le dieron al re-ingresar al país en esa ocasión).

La Alianza Francesa sin embargo a fines de mayo, cuando faltaban dos o tres días para que caducara ese permiso, informó a mi mujer que, finalmente, no habían iniciado el trámite para la obtención de la “visa de trabajo”, pues como “Maité” había comentado que en breve regresaríamos al Ecuador, no tenía sentido iniciar todo ese proceso para una actividad temporal y de corta duración.

Desolados no nos quedó otra alternativa que acogernos a la vigencia del otro permiso de estadía, aquel de seis meses que todavía teníamos en nuestro poder.

Ese permiso iba a vencer en julio pero ya en junio (un mes antes de ese plazo) nos dimos cuenta de que el proceso de graduación se hallaba en paños menores… así que vimos que la opción más adecuada era casarnos y de inmediato solicitar una visa de “acompañante de estudiante” en sustitución de aquel permiso que amparaba la permanencia de mi mujer en tierras mexicanas en calidad de “turista”.

Yo ya había averiguado el aspecto legal y como en mi caso los papeles estaban en regla y disponía de una visa de estudiante vigente en mi famoso FM-9, con el acta de matrimonio podía solicitar que se incorporara a mi cónyuge a aquel “formulario migratorio” y así los dos podríamos permanecer en el país hasta la finalización de mi posgrado.  

Así fue que el 09 de junio de 1980, como ya he relatado, convocamos a varios amigos unos en calidad de testigos y otros en calidad de invitados a nuestro matrimonio. El juez don Anatolio Galicia Sánchez ofició la ceremonia de matrimonio civil, nos felicitó y nos pidió suscribir el acta. Una vez que firmamos nosotros y los testigos, don Anatolio lo hizo en nombre de los Estados Unidos Mexicanos, certificando el acto. Cuando me entregó una copia del documento terminó nuestra vida de solteros y comenzó nuestro matrimonio en la ciudad de México.

Naturalmente registramos el acta de matrimonio en los consulados del Ecuador y de Francia, y entregamos luego, en la Secretaría de Gobernación, una carpeta con todos los papeles requeridos solicitando una visa de “acompañante de estudiante” para “Maité”. En esa carpeta a más de la solicitud que firmaba yo, se incluían copias de los dos pasaportes, copia de mi FM-9 (el formulario migratorio que me otorgaba el estatus legal de “estudiante”), copia del permiso de estadía de “turista” de Marie Thérèse (aquel que seguía vigente, es decir el de seis meses), tres fotografías de frente y tres de perfil de cada uno de nosotros, copia del acta de matrimonio y un formulario de datos estadísticos con la información y las firmas de los dos.

En julio caducó ese permiso de “turista” de mi mujer pero no nos preocupamos pues el trámite lo habíamos iniciado a mediados de junio, cuando todavía estaba vigente y teníamos un recibo que señalaba claramente que habíamos ingresado papeles para obtener una visa de “acompañante de estudiante”.

En agosto fui a la Secretaría de Gobernación para averiguar si había alguna novedad de nuestra solicitud y casi se me cae el alma al piso, cuando un funcionario de la oficina respectiva me informó que no solían entregar los resultados de forma personal, cualquier cosa me llegaría por correo a la dirección que yo debía haber registrado en esa dependencia.

Ese rato me di cuenta que cuando llegamos a México con Hernán, e inscribimos nuestros papeles en aquella Secretaría, nosotros todavía no teníamos una dirección fija, así que llenamos el casillero en el que constaba la palabra “Dirección”, con los datos del departamento de Carlos e Isabel Arcos, Avenida Universidad No. 1900, “Conjunto Altillo-Universidad, Bloque 04, Departamento 204, Colonia Copilco, México D.F.



Nosotros luego nos habíamos mudado con la familia Escandón dentro del mismo conjunto; nuestra segunda dirección fue: Avenida Universidad No. 1900, “Conjunto Altillo-Universidad”, Bloque 18, Departamento 103, Colonia Copilco, México D.F.; pero nunca notificamos ese cambio a la Secretaría de Gobernación (asunto que estaba claramente especificado en el FM-9 como una obligación de sus portadores)

Finalmente, cuando Marie Thérèse llegó para instalarse conmigo en México, arrendamos un departamento cuya dirección era: Calle Culiacán No. 39, entre Aguas Calientes y Tlaxcala, Dpto. 402, Colonia Hipódromo Condesa, México D.F. Esta tercera dirección tampoco la había notificado a la Secretaría de Gobernación.

Pensé que “tratar de corregir” esas arbitrariedades podían interferir con el trámite de la visa y opté más bien por presentarme en el primer departamento, aquel donde había vivido Carlos Arcos que ahora estaba en poder de terceras personas, luego de que los Arcos dejaran México definitivamente y regresaran al Ecuador un año atrás, para pedirles que me guardaran la correspondencia.

Me armé de valor y fui un sábado a golpear la puerta de ese departamento. Me atendió una pareja que al principio no entendía de qué venía a “platicarles”, pero cuando les expliqué el caso, amablemente me ofrecieron guardar cualquier “sobre” que llegara mi nombre, más aun si venía con el sello de la Secretaría de Gobernación. Les dejé mis datos y el número de mi teléfono y me despedí disculpándome por las molestias y agradeciéndoles por su amable disposición para ayudarme.

Pasaron los meses y no tuvimos ninguna respuesta. En septiembre se nos acabó la bonaza pues las mensualidades que nos llegaban de forma regular y oportuna gracias a las dos becas que me habían otorgado (una de la UNAM y otra de la OEA) se terminaron en aquel mes. Tuvimos que entregar el departamento de la calle Culiacán pues sin esos ingresos ya no podíamos seguir sufragando aquel gasto. 

Felizmente nuestra amiga Bertha García nos dio posada en su departamento y nos trasladamos nuevamente, con todos nuestros aperos, al Altillo.

Nuestra cuarta dirección en México fue: Avenida Universidad No. 1900, “Conjunto Altillo-Universidad”, Bloque 23, Departamento 204, Colonia Copilco, México D.F.; pero tampoco notificamos ese cambio a la Secretaría de Gobernación. La ventaja de estar nuevamente en el Altillo fue que eso me permitía pasar con más frecuencia por el viejo departamento de los Arcos para averiguar si no había llegado la tan esperada respuesta de esa Secretaría.

En noviembre nació nuestra hija Manon. Nuestra amiga Bertha siguió muy amablemente dándonos posada, con perro y guagua… en su casa nosotros dejamos la vida de joven pareja de recién casados para iniciar los retos y responsabilidades de jóvenes padres de familia. Sin embargo la respuesta a la solicitud de visa de Marie Thérèse seguía sin llegar.   

En diciembre puede comenzar los trámites para mi graduación, recibí mis notas y fue aprobada mi tesis. El 9 de enero de 1981 rendí el examen final de graduación ante el tribunal que me asignó la UNAM, fui aprobado e inicié de inmediato los trámites para legalizar y obtener la certificación y autentificación de firmas de mi título y de los otros papeles: notas, acta de grado y más, antes de retornar definitivamente al Ecuador, aunque la respuesta de Gobernación respecto a la solicitud de cambio de visa de mi mujer seguía sin llegar.  

A los pocos días de haberme graduado ya con tranquilidad y más tiempo, pasé por enésima vez por el antiguo departamento de Carlos Arcos para ver si por casualidad habría llegado el tan esperado “sobre” de la Secretaría  de Gobernación.

En esta ocasión tuve suerte. Ahí estaba un sobre a mi nombre que había llegado un par de días atrás. Me lo entregaron, agradecí y salí corriendo hacia nuestra morada para dar la buena noticia a mi mujer.

Al abrir el sobre casi se nos cae el alma al piso. Si bien el sobre estaba dirigido a mi nombre, en el interior encontramos un solo documento dirigido a Marie Thérèse; un escueto oficio  de la Secretaría de Gobernación, Dirección de Migrantes, Oficina de Visas, en el que se le conminaba a presentarse en esa dependencia en un plazo perentorio para explicar: «¿por qué en un mismo periodo había estado en posesión de dos permisos de estadía diferentes como turista, uno de seis meses, otorgado en la frontera de Mexicali, Baja California y otra de tres meses, concedido en la frontera de Nuevo Laredo, Tamaulipas?», lo cual constituía una violación  a las leyes de migración de los Estados Unidos Mexicanos . Se le pedía además, acercarse a explicar: «¿Por qué haciendo uso de esos dos permisos de estadía  había introducido dos diferentes trámites en esa dependencia: uno solicitando “visa de trabajo” y otro solicitando “visa de acompañante de estudiante”».

Nos quedamos helados.

Al principio no entendíamos qué había acontecido. Luego ya con más calma, fuimos atando cabos y todo nos quedó claro. La Alianza Francesa, a pesar de habernos informado que no iba a iniciar el trámite para la obtención de la “visa de trabajo” para mi mujer, por alguna razón si lo había hecho, adjuntando el permiso de estadía de “tres meses” y nosotros -al desconocer ese particular- iniciamos por nuestro lado, el trámite para la obtención de una visa de “acompañante de estudiante” con el permiso de estadía de seis meses.

Marie Thérèse llamó de inmediato a la Alianza Francesa y allí claro, le confirmaron que ellos efectivamente, por error, habían iniciado el trámite a pesar de haber decidido y habernos informado que no iban a hacerlo. Se ofrecieron a enviar una carta aclaratoria y a entregarnos otra con sus disculpas… pero ni siquiera aceptamos tal ofrecimiento, “el mal ya estaba hecho”, y no había nada que hacer. Tendríamos que ir a dar la cara y atenernos a las consecuencias…

No habrían pasado ni cinco minutos luego de habernos enterado de todas estas infaustas novedades cuando timbraron a la puerta. Era nuestro amigo Estuardo Gallegos, habíamos quedado en toparnos para ira ver una exposición de arte en el Palacio de Bellas Artes.

Lo primero que hicimos fue contarle nuestras desventuras. Estuardo nos dio ánimos y nos comentó que él también había entrado a México con visa “de turista” pensando que iba a ser fácil obtener una visa “de estudiante” para poder cursar la carrera de antropología en la ENA, pero tuvo infinidad de problemas. Logró arreglar sus papeles gracias a la intervención de un “tramitador” (como diríamos en el Ecuador) que trabajaba para una oficina de la iglesia católica que se encargaba de hacer todos los trámites y papeles requeridos para regularizar visas y permisos de estadía para misioneros y otros religiosos: frailes, curas y monjas que por alguna razón debían venir a residir a México. Esta oficina le había sido de grana utilidad a él para poder obtener su visa “de estudiante”, así que ofreció ponernos en contacto con un abogado que conocía en aquella dependencia religiosa, para que nos aconsejara o nos diera una mano en el “caso de Marie Thérèse”.

Fuimos con Estuardo a la exposición en el centro de la ciudad y al regreso pasamos por su casa para buscar el número telefónico del abogado en cuestión. Al regresar al departamento, lo primero que hice fue llamarlo para ver que podía hacer por nosotros. No logré contactarlo hasta bien entrada la noche, le saludé mencionándole que me había recomendado mi amigo y compatriota el padre Estuardo Gallegos a quien él había ayudado en para la obtención de un permiso de residencia temporal y visa de estudiante. Se acordaba perfectamente de mi amigo, escuchó con detenimiento el tema de la doble visa de mi mujer y de las dos solicitudes diferentes hechas ante la Secretaría de Gobernación por la Alianza Francesa y por nosotros, me hizo dos o tres preguntas aclaratorias, analizó la situación un momento y me dio una respuesta, que no era exactamente la que yo esperaba pero que nos dio alguna salida y mejoró los ánimos.

Comenzó diciéndome que para él - “el tema era algo complicado pero no extremadamente difícil”… para él,  - “el asunto, podría arreglarse sin enfrentar problemas mayores”… Creía que deberíamos explicar todos los pormenores a una señora (cuyo nombre ahora he olvidado) pero era algo así como la “Jefe de la Oficina de Visas, de la Dirección de Migrantes, de la Secretaría de Gobernación”…  Él tenía justamente una buena relación con ella pues era quien se encargaba del estudio de los papeles presentados para la regularización de la permanencia en el país de sus clientes, los religiosos de la “Iglesia Católica”.

Me aclaró, sin embargo que, desgraciadamente no podría encargarse profesionalmente de nuestro caso, pues él trabajaba sólo para aquella oficina (cuyo nombre también he olvidado) y se encargaba de los papeles y trámites de visa únicamente para religiosos.

Me mencionó que al día siguiente él debía ir por la Secretaría de Gobernación justamente para visitar a esa señora y amablemente se ofreció a presentármela para que yo pudiera explicarle el caso y pedirle que nos sugiriese alguna solución. Sobre todo, dijo – “Al plantearle con toda sinceridad el asunto, deberemos buscar que no establezca una sanción excesivamente enérgica y evitar, sobre todo, que la sanción incluya una multa”…

Quedamos en toparnos a las diez de la mañana, en la puerta del despacho de esta funcionaria, para entrar juntos y poder hacer las presentaciones del caso. Me dio las referencias de aquella dependencia, edificio, dirección, piso y número del despacho de mi potencial ángel salvador, le agradecí y le deseé buenas noches.

Antes de colgar, me dijo: -“Por cierto, sería buena idea que pueda llevar un pequeño presente, una caja de chocolates o algo semejante a esta dama”… Le dije que así lo haría, que me parecía una muy buen sugerencia…. volví a despedirme y colgué luego de pronunciar un sincero – “hasta mañana, muchas gracias”.

A la mañana siguiente, muy temprano me dirigí al centro, pasé antes por Sanborns y pedí la caja de chocolates más grande que tuviesen, me la envolvieron para regalo y la decoraron con un enorme lazo de cinta de color rojo.

Ya en la calle y todavía más al llegar al edificio en donde debía encontrarme con el abogado, me arrepentí mil veces por haber comprado una caja tan grande, del vistoso papel de regalo y más aun del gigantesco pompón rojo… me sentía el ser más miserable de la tierra, un vulgar coimero, un pide favores, un despreciable y vil arreglador de entuertos por método non santos… 

Al pasar por la puerta principal del edificio me parecía que era el centro de todas las miradas y creí percibir una pequeña sonrisa de mona lisa en el guardia que me pidió una credencial para permitirme pasar al piso en el que se encontraba el despacho de la futura propietaria de la enorme caja.

En el ascensor y luego en el corredor interminable que debí recorrer para llegara mi destino, las miradas de funcionarios y visitantes me iban haciendo sentir una verdadero extraterrestre en medio de la corte celestial. Todos me miraban y luego dirigían su mirada a la descomunal caja y al fosforescente lazo bermellón que no me atreví a arrancar y tirar al primer basurero que se hubiera cruzado en mi camino, por miedo a desgarrar el papel de regalo que cubría mi ostentoso presente.

Abrí la puerta del despacho al que me dirigía y me topé con una pequeña sala de espera, llena de gringuitos de ambos sexos, la mayoría jóvenes turistas mochileros y unos pocos personajes de otras latitudes con pinta de latinoamericanos que, esperaban supongo, para poder pasar a hablar con mi futura interlocutora, para arreglar también algún problema de visa vencida o de permiso de estadía caducado.

Un guardia mal encarado iba haciendo pasar por una puerta celosamente guardada con su cuerpo a cada uno de los pacientes visitantes en estricto orden de llegada.

Tomé asiento con la caja de chocolates sobre las rodillas y me dispuse a esperar al abogado… Pasaron casi cuarenta minutos de la hora a la que nos habíamos citado y el jurisconsulto brillaba por su ausencia….

Cuando llegó mi turno el guardia me pidió un papel que, supongo, debía haber solicitado en alguna otra dependencia previamente… y que yo, por supuesto, no tenía…

Me dijo que sin ese requisito no podía dejarme pasar… le expliqué que “mi abogado” estaba ocupándose de eso, esperanzado, en que el doctor llegase y pudiese hacerme pasar sin aquel dichoso papel… Pasaron otros veinte minutos y me convencí de que no iba a llegar nunca… Me sentía miserable por los chocolates y ahora además por haber hecho todo ese papelón para nada…

Traté de convencer al guardia de que me dejara entrar sin aquel papel paro se negó rotundamente.

En un momento me armé de valor y aprovechando que él abría la puerta para dejar pasar a otra persona que salía, les empujé a los dos y me colé por el medio, dispuesto a pedir de favor a la dama a quién había venido a ver, que escuchara mi caso y diera una solución al mismo…

Casi me desmayo cuando al pasar así, casi violentamente, descubrí que tras la puerta no estaba el despacho privado de una funcionaria como yo suponía… Al cruzar el umbral de aquella puerta mis ojos casi se salen de las órbitas, estaba en el extremo de un enorme salón interminable, lleno de escritorios en los que cientos de funcionarias trabajaban frente a sus máquinas de escribir, llenado papeles como en una descomunal y ruidosa sala de dactilógrafas de los años cincuenta. Al fondo del salón de más de cincuenta metros de largo, se veía a una mujer tras un escritorio más grande que los otros, parecía la jefa de todo aquel maremágnum….

Me dirigí con paso firme y decido hacia, ella, primero caminando y luego a la carrera, cuando me di cuenta de que el guardia -una vez que pudo reaccionar por mi audaz forma de entrar a aquel recinto- venía tras de mi, dispuesto a sacarme a empellones al pasillo. Los últimos metros fueron casi una competencia atlética, todo el personal me miraba y muchas personas se pusieron de píe para ver cómo un desconocido barbudo portador de un enorme paquete de regalo vencía en aquella improvisada carrera al guardia de la puerta al que todos conocían…   

Llegué jadeando al escritorio de la jefa y me dirigía a ella por su nombre… -“¡Doña fulana de tal, supongo”… - “Servidora”, respondió…

-“¡Le he traído unos chocolates!”, dije… entregándole la gran caja con el lazo carmesí… Casi al mismo instante, sentí la manota del guardia sobre mi hombro. 

Ella hizo un gesto con la mano como para detenerle y dirigiéndose a él, dijo: -“tranquilo, yo me ocupo”… le señaló la puerta del otro extremo del reciento... y, dirigiéndose a mí, me indicó un sillón situado frente a su escritorio diciéndome, al mismo tiempo: -“Por favor, tome asiento”...  

Luego de sentarme y respirar aliviado; ella retiró la caja de chocolates de su escritorio y la colocó en una pequeña masa lateral.

-“No debió molestarse”, me dijo…, añadiendo a continuación:-“¿En que puedo ayudarle?”

-“¡En mi país decimos, que lo dulce quita lo amargo!”, dije…; añadiendo luego: -“…y vengo a contarle una historia amarga”…  
-“No creo que sea tanto…”, me dijo… -“¡Platíquemela, por favor...!”

Le eché todo el rollo, me escuchó con mucha atención, le mostré los documentos que probaban mis aseveraciones y la carta recibida… Le conté que teníamos una hija mexicana, que estaba acabando la tesis y ya no teníamos plata… En fin…

Me dijo que me iba a ayudar. Que habría una sanción pero que no sería mayor. Me pidió que pusiera por escrito todo lo que le había relatado, en una comunicación dirigida a ella, me dijo que la dejara personalmente en manos de una señorita del piso inmediatamente inferior y que la respuesta me llegaría por escrito a la dirección donde residía.

Por supuesto no le dije nada de mis cambios de dirección no reportados y le agradecí enormemente por su amable disposición para ayudarme. Crucé nuevamente el gran espacio lleno de oficinistas y salí sin siquiera regresar a ver al guardia de la puerta.

Llegue a la calle y frente al Hemiciclo de Don Benito Juárez, suspiré con alivio, primero por haberme librado de los chocolates y luego por haber conseguido cumplir el objetivo de esa audaz misión, a pesar de no haber contado con la ayuda de aquel abogado cuenta-cuentos. Al día siguiente regresé con la versión escrita de los hechos y la dejé en la oficina que  se me había indicado, con copias de varios anexos que le daban sustento. Ahora solo me quedaba esperar la respuesta que llegaría en un “sobre oficial” a la vieja dirección de Carlos Arcos.

Alrededor del 19 de enero, diez u once días después de mi graduación, llegó la esperada respuesta… Efectivamente no establecieron una multa ni ninguna sanción muy complicada, sin embargo en esa comunicación se daba a mi mujer un plazo de cinco días para abandonar el país debido a su irregular situación migratoria.

Como ya he relatado los papeleos de legalización de mi titulo me iban a tomar varias semanas, y tenía que ocuparme de empacar muebles y enseres, vender o enviar a Quito mi auto, despachar todo por carga aérea, incluido nuestro perro “Basil”. Era evidente que ese momento yo no podía salir de México con mi familia, así que buscamos un pasaje para Marie Thérèse y para mi hija Manon que tenía tan solo tres meses de edad., llamé a mi hermano Jaime para que las buscara en el aeropuerto y les diera posada hasta mi legada.…

Viajaron y llegaron a Quito el 22 de enero, justo cuando se inició el conflicto de Paquisha. Maríe Thérèse cuenta que en esos días no paró de llorar pensando que, por la guerra, yo no podría entrar al país y seguiríamos separados. Felizmente el conflicto con el Perú terminó el 5 de febrero.

Mientras tanto recién el 11 de febrero obtuve las últimas firmas para registrar título y papeles en la Embajada del Ecuador en México y pude comenzar a planear el retorno. Empaqué nuestros cacharros en cajones de madera que yo mismo confeccioné en casa de Bertha, y despaché todo por avión a Quito, con “Basil” incluido. Hice los papeleos de exportación del vehículo y viajé a Acapulco para despacharlo por barco a Guayaquil. Todo en tiempo record.

No recuerdo si fue a fines de febrero o si a principios de marzo que dejé México definitivamente. Me embarqué de madrugada en un vuelo de “Ecuatoriana de Aviación” y llegué nuevamente a la patria para iniciar mis responsabilidades profesionales y familiares en terreno conocido. Aquí seguimos.

sábado, 19 de mayo de 2012

Ecuador 40: “Veinticinco años que son en realidad más de treinta y ahora, más de cuarenta”.


En junio de 2001 recibí una llamada de Ana Cristina Correa, hija de mi primo Pepe y de su esposa Liliana. Quería pedirme que preparara unas pocas palabras para la fiesta que ella, conjuntamente con sus hermanos, Antonio e Isabel, estaban organizando para celebrar los veinticinco años de matrimonio de sus padres.

Acepté con muchísimo gusto pues con mis primos Correa siempre hemos tenido una relación fraternal, particularmente con Pepe -quien tiene la misma edad que mi hermano Jaime- y con “Pollo” -que es de mi misma edad-.


“Pollo” en realidad  se llama Gustavo, pero eso sólo lo descubrió no se si en segundo o tercer año del Pensionando Borja No.2, los profesores se molestaban debido a que jamás respondía “presente”, cuando corrían lista al iniciar las clases; si el profesor llamaba, “Correa, Gustavo”, él simplemente lo ignoraba…en la casa siempre le llamaron “Pollo”, sus compañeros también, nosotros los primos y los amigos siempre le llamamos de esa manera y hasta ahora, todo el mundo le sigue llamando así.

Pepe, en cambio se llama José. En realidad tiene un nombre más largo, José Antonio, como el de la canción de Chabuca Granda. Pepe es colega mio… un título que ya no usa, así lo señala. En ese documento, se lee claramente: arquitecto José Correa… pero dejó la profesión hace ya varios años; ahora se dedica a la agricultura y anda incursionando en otras actividades empresariales con pasión y fervor.

En realidad somos primos en “segundo grado” (como se dice por acá, a los hijos de primos-hermanos). Quienes resultan “primas-hermanas” son nuestras respectivas madres; la mía ya fallecida era hija de mi abuela Agripina Chacón (a quien todos llamábamos “Pinita”) y su hermana, Lucía Chacón (a quien llamábamos “mamamita”) era madre de la mamá de los Correa.

La mamá de mis primos Correa se llama Lucía Holguín, pero nadie le conoce por ese nombre, todos los parientes y amigos le llamamos “Luchi” y sólo algunas gentes más ceremoniosas le dicen “Lucha”, al igual que su esposo, Alberto Correa, a quienes todos decíamos afectuosamente, “Beto”.

Pero volvamos al relato en cuestión…. Siempre tengo el problema de irme por la tangente y olvidar el eje central de cualquier historia….

Acepté la invitación de Ana Cristina, asistí a una linda comida que los hijos organizaron en honor de Pepe y Liliana por sus bodas de plata matrimoniales y como ofrecí, preparé un texto que transcribo a continuación pues como soy bastante guardoso lo había dejado en alguna carpeta y allí lo he encontrado al buscar otro documento que me hacía falta…

Es texto en cuestión, escrito casi once años atrás, decía lo siguiente:

Veinticinco años que son en realidad más de treinta

“Los Correa se acababan de mudar a la calle “Rubio de Arévalo”. De esto posiblemente han pasado más de treinta años (años más, años menos....). El Pepe que es dado a las precisiones nos dirá exactamente cuántos... pero a estas alturas del partido esos detalles comienzan a carecer de importancia.... y como acordándose de fechas exactas se sacan cuantas de las edades de las gentes mejor dejar que las imprecisiones sigan flotando en el ambiente.

(De todas formas.... si alguien quiere saber ¿hace cuántos años exactamente...? habría que considerar que el ñaño Ernesto nació en mil ochocientos ochenta y... ¡en fin todo eso es demasiado complicado...!)

El punto es que... como les decía.... hace poco más o menos treinta años, desde la ventana del cuarto de la Luchi y el Beto, el Pepe vio pasar a una niñita linda en bicicleta y sin más, declaró a los presentes que estaba enamorado.

Y desde ese momento la vida cambió para la niñita de la bicicleta... un galán rubicundo, algo pecoso, de pelo ensortijado apenas salido de la adolescencia comenzó -tesonero y pertinente- (como ha demostrado ser, en los años posteriores) a rondar día y noche la casa de la familia Lanfranco (como rápidamente se encargó de averiguar, se llamaba la susodicha).

Era una casa que se habría prestado a confusiones para cualquier galán medio despistado pues de sus puertas salían docenas de lindas muchachas que habían llegado a estas tierras como fruto del encuentro del corazón itálico del ingeniero Rino con el alma cuencanamente generosa de Vituca...

Pero, por más que salieran de esa casa niñas guapas por montones, Pepito no era un galán despistado... tenía los ojos fijos en una de esas muchachas... (saliera o no en bicicleta). Es más, creo que su dueña dejó de circular en dos ruedas por la calle “Rubio de Arévalo” para evitar encontrarse con el atormentado y atormentador enamorado...

Sin embargo, luego de que se guardó aquel vehículo en algún rincón de la casa paterna,  parece que también corrieron igual suerte las muñecas y otro tipo de nexos con una infancia que comenzaba a descuidarse día a día para ir dando paso a un nuevo interés relacionado con la juventud...

A la niñita de la bicicleta le comenzó a gustar lo novedoso y exótico del chiquillo plantado en la esquina al que comenzaban a crecerle musgos mientras -en la intemperie e inmóvil- esperaba un imperceptible ¡si!... Y cuando éste llegó por fin, de boca de esa muchachita fina y delicada que, como pudimos enterarnos más tarde, se llamaba Liliana, Pepito cambió su mirada de borrego enamorado por la sonrisa y la paz de quien se siente correspondido en los laberintos inexplicables del amor.

Al principio creíamos que la chica se llamaba Liliana Liliana Liliana, pues José repetía el nombre de esa forma... en series de tres). Luego nos enteramos que las dos repeticiones eran un añadido romántico y que nombre tan lindo -pronunciado una sola vez- correspondía a la persona igualmente maravillosa que hoy nos congrega junto al joven galán de aquellos años, hoy con poco pelo, algo de canas y una barriguita respetable convertido en claro espécimen de quien aún juega en la sub-cincuenta.

No se si todos los amores de esa época eran largos y maravillosos.... el cuento es que lo de Pepe y Liliana si ha sido un amor largo y maravilloso.

Bueno... no está por demás decir que en un primer momento, Liliana tenía que “acabar de criar” y “debía continuar estudiando” y Pepito también debía “graduarse del colegio” y “estudiar en la universidad”, eso tal vez fuese “largo” pero lo “maravilloso” es que todas esas tareas, esas metas y todos esos años, fueron hablados, planificados y trajinados de “a dos”... pues, cuando años atrás, don Pepe declaró que estaba enamorado y algunos meses después doña Liliana le dijo que “ella también lo estaba”... cuando tímidamente le dijo ¡si!,  ambos tenían razón... “habían estado enamorados” y ese enamoramiento dura más de treinta años.

De esa época recuerdo fiestas y paseos muy gratos a los que íbamos en jorga muchos de los presentes... La imagen cordial de esas andanzas es la de “los dos” “Pepe y Liliana” siempre cogidos de la mano, como lo están ahora. Y podemos recordar -por supuesto- cuando ambos declararon en sus casas “que estaban enamorados”. En un momento dado, la “mamamita” pellizcando levemente el muslo de Liliana comprobó su firmeza y al punto, sentenció: - ¡“mijita ya te puedes casar!.. (A Pepito ya le había dado años atrás su visto bueno...)

Con esas sugerencias, algo más tarde, tímidamente pero convencidos, dijeron “sí” ante la mirada bonachona y satisfecha de taita Dios y de su representante en estos humanos confines, de cuya boca había salido la pregunta...

Y se han amado, se han respetado, se han querido y acompañado en la salud y en la enfermedad, en los momentos de alegría y en aquellos de pesar, en las buenas y en las otras... por veinticinco años.

Fruto de ese amor que han sabido compartir a borbotones es que están con nosotros Ana Cristina, Antonio e Isabel. 

Pero ese amor compartido nos ha llegado a todos los demás... a la Luchi  y al Beto, a la Vituca, al Rino que nos ve complacido desde lo alto -como siempre nos vio- a hermanos y hermanas, a sobrinos, tíos y a todos los amigos que aquí nos congregamos como prueba palpable de que el amor, la bondad y generosidad de don Pepe y Liliana han caído en tierra fértil y estamos aquí... con ellos...

El cuento es que, lo de Pepe y Liliana ha sido un amor largo y maravilloso.... en ¡veinticinco años...! (que son en realidad más de treinta...)


Para dar seguimiento a este relato, tendríamos que agregar que en los once años transcurridos desde que lo escribí, algunas cosas han cambiado: Pepe y Liliana son ahora abuelos y Luchi y Vituca son dos adorables bisabuelas.

Al camino de Ana Cristina se han sumado su esposo John y sus hijos Joaquín y José Elías; al de Antonio su esposa María Elena y su hijo Juan Pablo y al de Isabel su esposo Marce.


Ahora no sólo el ingeniero Rino sino también el Beto, ven complacidos desde lo alto, la maravillosa prolongación de la familia… Deben gozar al ver que pusieron buenas semillas en tierra fértil y que todo sigue dando frutos… Mientras observan a todos sus retoños, deben echarse un par de copas de “negronis” en compañía de taita Dios; y, de seguro, deben tener una sonrisa beatífica que claro -no se sabe- posiblemente se deba a “todo lo vivido” o quizás, también a “todo lo bebido”…

En fin….

El cuento es que, lo de Pepe y Liliana sigue siendo un amor largo y maravilloso.... en estos treinta y cinco años... (que son en realidad, más de cuarenta...).