martes, 29 de mayo de 2012

México 8: Soroche en el Popocatépetl


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. Viajé a ese país para cursar una maestría en “investigación y docencia”, en la Escuela de Arquitectura de la UNAM. Durante el primer año viví con la familia Escandón: Jorge, Emma, Jorge Alberto y María Belén, compartimos con ellos un departamento en la Avenida Universidad 1900, en el “Conjunto Altillo-Universidad”, Colonia Copilco, al sur del D.F., no lejos de la UNAM.

En agosto de 1979 con Marie Thérèse, la novia que había dejado en Quito, decidimos que íbamos a continuar la vida juntos, ella renunció a su trabajo en la Embajada de Francia en el Ecuador y se vino a México para comenzar nuestra aventura mexicana de pareja. Cuando Marie Thérèse llegó, arrendamos un departamento en la calle Culiacán en la Colonia Hipódromo Condesa, al centro del D. F., no lejos del Zócalo.

En diciembre de ese año fuimos a visitar a los Escandón para darles un abrazo por las fiestas de navidad; cuando llegamos a su departamento descubrimos que también estaba de visita nuestro amigo Vicente Pólit. 

“Viche” Pólit había sido compañero de Emma en la escuela de Sociología de la Universidad Central de Quito y ahora eran compañeros en la maestría que ambos cursaban en la Flacso.

Estábamos charlando de diversos temas y disfrutando de un café con empanadas de queso que no convidó Emma, cuando los niños nos contaron que Jorge les había regalado por navidad una linda tienda de campaña para ocho personas.

No acabaron de contar la buena nueva cuando “Viche” casi saltando sobre la silla y gesticulando de manera enérgica y expresiva, nos propuso hacer un viaje para pasar el fin de año en los bosques de pino que rodean las faldas del volcán Popocatépetl.

-“¡Se imaginan!”, dijo… -“¡”Podremos ver el último atardecer de la década en el Popo!”…, añadiendo casi a gritos -¡”Qué maravilla”!...

Casi enseguida salió disparado hacia su departamento que también estaba en “El Altillo” y regreso en cinco minutos con libros y planos para mostrarnos fotos a color del “Popo” y  del  “Iztaccíhuatl” los dos magníficos volcanes nevados ubicados al suroriente de la ciudad de México.

Nos enseñó fotografías y nos habló del Parque Nacional “Izta-Popo-Zoquiapan”, reserva natural protegida ubicada en la Sierra Nevada, en la que se hallan estos dos volcanes mexicanos. Nos enteramos que se podían visitar, recorrer y acampar en las laderas de los volcanes… en medio de ese gigantesco parque de más de 19000 hectáreas, cubierto de bosques de coníferas y lleno de hermosas caídas de agua, barrancas y desfiladeros.

Viche sacó luego un mapa y nos enseñó como llegar hasta allí. Sabía qué buses debíamos tomar, el costo del pasaje y dónde tomarlos… nos explicó que deberíamos dirigirnos a Chalco y luego a Amecameca, para desde allí poder internarnos en el Parque. Nos habló de tiempos y distancias, trazó un plan de desplazamiento lleno de detalles, enumeró todo lo que podríamos ver y todo lo que podríamos comer…, en fin…, estaba tan emocionado que nos transfirió a todos su entusiasmo… decidimos que aceptábamos su propuesta y que iríamos en grupo a pasar el fin de año en las faldas del “Popo” en la carpa amarilla de los Escandón.  


Llegado el día previsto, el 30 de diciembre de 1979 nos reunimos todos en el Altillo con nuestras mochilas y provisiones; todos muy bien abrigados. Los implicados en aquel viaje fuimos: Jorge, Emma y María Belén (no recuerdo por qué no nos acompañó Jorge Alberto), Vicente Pólit (el promotor de aquel desplazamiento), Marie Thérèse y yo.

Tomamos  primero un camión (como llaman en México a los autobuses) hasta la parada más próxima del tranvía que, según el plan detallado que había preparado Vicente Polít, debía conducirnos a la Estación Terminal de Xochimilco. Una vez allí nos desplazamos a la estación de camiones para tomar un bus hasta Chalco.

Chalco es una ciudad del estado de México cuya población bordea actualmente los 300.000 habitantes; se ubica a 2240 msnm y su nombre completo era Chalco-Atenco. Las dos palabras son de origen náhuatl. Chalco viene los vocablos “chāl-li” (o “xāl-li”) = "arena" y "-co" desinencia que se usa para expresar “lugar de”; la palabra Clalco significa por tanto, "lugar arenoso". Atenco en cambio, vienen  de las voces “ā-tl” = "agua" y “tēn-tli” = "borde u orilla" y “-co”, "lugar de"). Desde antes de la conquista, aquel poblado se localizaba a orillas del gran lago del mismo nombre. Por ello el significado completo de "Chalco-Atenco", es: "lugar arenoso en la orilla o borde del agua". Actualmente su nombre oficial es “Chalco de Díaz Covarrubia”.

Llegamos a Chalco y averiguamos por el autobús que teníamos que tomar para dirigirnos a Amecameca. Nos informaron que el próximo pasaría en una hora más, así que tuvimos la oportunidad de dar una vuelta por el “zócalo” (como llaman en México a la plaza principal de cualquier ciudad o poblado) y vistamos la iglesia principal del pueblo, la Parroquia de Santiago Apóstol, una de las primeras iglesias fundadas en la zona por los misioneros franciscanos. Su construcción data del siglo XVI y se realizó en estilo barroco.

Tomamos luego un bus hacia Amecameca, cabecera del municipio del mismo nombre. El poblado pertenece también al estado de México y se halla a 2.420 msnm; verdaderamente a los pies de  los dos volcanes: el  Iztaccíhuatl y el Popocatépetl.

La palabra Amecameca, que originalmente fue “Amaquemecan”, proviene del idioma náhuatl y estaría conformada, por los vocablos “amatl”, que quiere decir “árbol de papel”; “queme”, que se interpreta como “señal o característica” y “can” que se traduce como “lugar”.

El Amate o amatl (en náhuatl) es un árbol del género Ficus. Las culturas del altiplano de México recolectaban la corteza de este árbol, la maceraban y elaboraban láminas delgadas, semejante al papel, que eran usadas para escritura, pinturas o para elaborar adornos. A estas láminas actualmente se las conoce como “papel amate”.

“Amaquemecan” significaría por tanto: “lugar caracterizado por estar cubierto de árboles de papel”.

Su población es de alrededor de 50.000 habitantes y sus principales actividades económicas son la agricultura, la ganadería y el comercio; aunque en las últimas décadas se han desarrollado de manera importante una serie de servicios para el turismo, en particular para quienes buscan ascender al Popocatépetl o al Iztaccíhuatl y recorrer el parque nacional en el que se ubican estos volcanes.

Tuvimos que esperar un largo tiempo en el “zócalo” de aquel poblado en espera de un microbús de la línea que hacía el servicio de traslado de los turistas desde la ciudad hasta el acceso al parque nacional. Nadie nos aseguró con precisión una hora de salida de ese medio de transporte, así que no armamos de paciencia y esperamos sin movernos en el lugar indicado por algún vecino comedido. No queríamos correr el riesgo de perder el turno así que nos instalamos en una banca del parque con todo nuestro equipaje para estar listos a la llegada de la primera unidad que pudiese llevarnos a  nuestro destino.

Por esa razón no vimos de lejos y no pudimos darnos una escapadita para poder visitar la iglesia principal del pueblo, el “Templo de la virgen de la Asunción”, construida por los dominicos entre 1554 a 1562 en estilo manierista.

Cuando por fin llegó nuestro transporte instalamos nuestros bártulos en el techo y copamos los asientos de la unidad. Se trataba de un viejo bus como los que daban el servicio urbano en Quito, allá por la década de los años cincuenta, a los que conocíamos como “paperos”; ancho, desvencijado y ruidoso, cuyos incómodos asientos de madera habían sido sustituidos por sillas de plástico rígido, todavía más incomodas. Cuando se llenó de turistas -que al igual que nosotros iban hacia el parque nacional- y de campesinos que se dirigían hacia sus casas con todo tipo de compras que habían adquirido en el poblado, el ayudante colgado de la puerta gritó con energía: –“órale”, y el conductor -un viejo mostachudo con cara de sueño-, pisó el embrague y jaló hacia atrás la palanca de cambios, haciéndola chirrear… el viejo autobús dio un par de saldos, un quejido metálico e inició el recorrido hacia el parque “Izta-Popo-Zoquiapan”, destino al que queríamos llegar antes de la caída de la noche.

El Popocatépetl, nombre del nevado a cuyas faldas pensábamos pasar el fin de semana, es un volcán activo localizado en el centro de México a unos 55 km al sureste del D.F. (el “Distrito Federal”, como se conoce a la capital del país). El nombre del volcán de origen náhuatl, significa: “”montaña o monte que humea”. Todos los pobladores de México lo conocen como “Popo” y se caracteriza por la forma cónica simétrica de su cumbre, casi siempre cubierta de nieve.

El “Popo” y el otro volcán de esta zona, el Iztaccíhuatl, o “Mujer Blanca” se encuentran separados por un zona boscosa muy bella, un paso montañoso conocido como el “Paso de Cortés”. El “Popo” y el “Izta” tienen glaciares perennes en la parte alma de su cima. El “Popo” es el segundo volcán más alto de México, con una altura máxima de 5458 metros sobre el nivel del mar, superado sólo por el “Pico de Orizaba” que llega a los 5610 metros, mientras que el Iztaccíhuatl es la tercera cumbre, con una altura de 5284 msnm.

El Parque Nacional “Izta-Popo-Zoquiapan” es parte de la Sierra Nevada y está cubierto por extensos bosques de coníferas que se preservaron como “parque nacional” desde 1935. El parque cubre un territorio protegido de 19.400 hectáreas y es el hábitat de numerosas especies como ardillas, zorros, coyotes, gatos de monte, conejos y roedores, algunos de ellos en peligro de extinción como el teporingo y el ratón de los volcanes.

La Universidad de Chapingo tiene allí una estación forestal experimental para la enseñanza, investigación, conservación, difusión y manejo sustentable de los recursos naturales.

Sus magnificas áreas boscosas constituyen un sitio ideal para realizar paseos por el campo, senderismo, campamentos y admirar el paisaje. Al llegar a los bosques, comprendimos el porqué de la insistencia de Viche Polit para llevarnos a ese extraordinario lugar. El parque en las faldas del “Popo” es un sitio sencillamente magnífico.

Al llegar al lugar que nos apreció más adecuado para acampar, luego de un largo ascenso por encantadores rincones del bosque, nos sentarnos a descansar para recuperarnos de la fatiga de la caminata y el ascenso, cargados como estábamos de todos nuestros aperos: carpa, hamacas y mochilas con bolsas de dormir, provisiones, ropa de recambio y todo tipo de cacharros de cocina y aseo.

Armamos la carpa y colocamos las hamacas en varios árboles cercanos y salimos a dar una vuelta por los alrededores antes de hacer un fueguito e iniciar nuestras labores culinarias.

Emma y Maria Thérèse  prepararon una reconfortante sopita de legumbres con la ayuda de todos nosotros e hicieron hervir agua para poder cocinar un par de papas con cáscara y un huevo duro por cráneo… y pusimos luego un paquete de choricillos sobre las brazas para comerlos con pan a manera de emparedados.

Cena deliciosa pero muy salada.

Luego, a la luz de la fogata… y gracias al entusiasmo que nos trasmitió el transparente contenido de una botella de tequila que había llevado escondida entre su ropas, don Viche Polit, cantamos hasta no sé que horas de la noche.

Cuando las lumbres se apagaron y ya no quedaban choricillos, tequila, ni canciones sin haber sido entonadas, decidimos pasar a la carpa para enfrentar la primera noche en las faldas del “Popo”.

María Belén dormía desde hace un par de horas, pero cuando los demás entramos en la carpa, Vicente se durmió de inmediato y no paró de roncar en toda la noche.  A las dos parejas nos fue más difícil conciliar el sueño por los bramidos de nuestros co-habitante y por la sed que nos produjeron aquellos embutidos, más la sopa, las papas y los huevos, aderezados con sal, limón y tequila.

Los cuatro, Jorge, Emma, Maité y yo, no paramos de gatear por la carpa en busca de alguna bebida que nos calmara la sed. Desgraciadamente teníamos sólo un poco de agua que apuramos casi de inmediato y… nada más: ni refrescos, ni leche, ni jugos, ni ninguna otra cosa para la endiablada y desgarradora sed que se iba incrementando cada vez con más intensidad.

Ya en la madrugada, Emma recordó que en Amecameca habíamos comprado mandarinas. Comenzamos nuevamente a gatear para buscar debajo de todas las pertenencias las dichosas mandarinas…. Luego de largos minutos de infructuosa búsqueda que rayaba casi en la desesperación… por fin… descubrimos que Vicente estaba usando como almohada la funda llena de esas frutas. Sacamos el paquete con todo cuidado para no despertarlo y comenzamos a saciar nuestra sed con los dulces gajos de aquellos cítricos que nos supieron verdaderamente a gloria. Supongo que sólo las personas extraviadas en el desierto que llegan a clavar la cabeza en las deliciosas aguas de un oasis, deben experimentar el alivio y la paz que aquellas mandarinas lograron trasmitir a nuestras atormentadas gargantas y a nuestro cuerpo entero.

Entre los cuatro dimos fin de todo el paquete, no sé cuantas mandarinas habremos consumido por persona, pero para el día siguiente no dejamos ninguna.

Calmada la desesperante sed, pudimos por fin cerrar los ojos y comenzar a descansar luego de aquella desesperante experiencia.   

Un poco antes del amanecer, la sopa, el tequila y las mandarinas hicieron su efecto y me desperté apremiado por la vejiga que estaba reclamando por liberarse de su contenido para reposar también ella en total tranquilidad.

Salí de la carpa, me alejé unos metros y procedí… bajo el cobijo tranquilizador de un enorme árbol de pino. Al salir al exterior me abrigué con bufanda y con un poncho de alpaca pero, al regresar a la carpa, sentí un vientecillo gélido que se colaba por debajo de esa prenda hacia mi espalda.   

Al amanecer, traté de incorporarme pero sentí que me faltaban las fuerzas, volaba en fiebre y respiraba con dificultad. Todas las imágenes se desvanecían y me tambaleaba como borracho. Tenía mareo, dolor de cabeza y náusea.

Salí de la carpa y vomité…luego volví al interior y me acosté preso de un total agotamiento.

Vicente, concluyo que tenía soroche. Yo que nací en Quito a 2800 msnm, enfermo de soroche a los 3000 metros, me parecía increíble. Nunca había tenido “mal de altura” en el Ecuador, ni siquiera en alturas superiores y ahora me encontraba allí semi-moribundo  en una altura apenas superior a la de mi casa natal.

El Soroche es la denominación con la que en el Ecuador conocemos al denominado “mal agudo de montaña”; llamado vulgarmente también “mal de altura”, “mal de páramo” o “apunamiento”. Comienza a manifestarse sobre los 2400 metros y es la dificultad de adaptación del organismo a la falta de oxígeno de las alturas. Los síntomas normalmente desaparecen al descender a cotas más bajas.

Luego de beber un té bien caliente y bastante azúcar para devolverme la energía, comencé a sentirme algo mejor; sin embargo tenía un dolor de cabeza que no menguaba y tenía los pies extremadamente fríos, casi helados.

Nosotros habíamos previsto salir de excursión en aquel segundo día de campamento y no quise privar a mis compañeros de ese placer… les pedí que me dejaran en la carpa abrigado y que fueran a recorrer los senderos de la montaña como fue la intención original. Marie Thérèse decidió quedarse a acompañarme y lo propio hizo Emma.

Jorge, Vicente y María Belén salieron de excursión por aquellas inmensidades boscosas. 

Mientras tanto, mis dos “geishas” -como se autocalificaron las dos damas- se ocupaban del “enfermito”… me tenían bien provisto de bebidas calientes y con paños de agua caliente me daban masajes en los pies y en la espalda…. Hacia el medio día me encontraba mejor y en la tarde luego de un frugal almuerzo ya me encontraba totalmente recuperado.

Había superado un soroche en el Popocatépetl.

En la tarde descansamos en las inmediaciones del campamento y al atardecer salimos hacia una elevación no muy distante para ver la puesta del sol.

Al acercarnos a esa pequeña colina el cielo se despejó y apareció el volcán en todo su esplendor… Íbamos a poder ver “el último atardecer de la década con la presencia protectora del Popo como telón de fondo”… como nos había prometido don Vicente Pólit…

Sólo nos quedaba exclamar como él, casi a gritos “¡Qué maravilla!”...

Y así fue, vimos la caída del sol en medio de ese bosque de pinos, con el Popo al fondo observándonos tranquilo… (pues… supongo, debe haber estado algo preocupado de haberme causado involuntariamente aquel soroche, sus laderas son normalmente acogedoras y cordiales, pero ¿a quién se le ocurre abusar del chorizo y tequila en esos páramos?). 


En la noche volvimos a hacer un acogedor fuego y recibimos al año 1980 con alegría, besos y abrazos… sopita de vegetales y mucho afecto, pero sin excesos.


 Al día siguiente teníamos caminos largos por recorrer -a pie y en buses viejos- y teníamos que regresar a México en buenas condiciones para continuar la brega. Se iniciaba una nueva década que traería importantes cambios para todos. Bendiciones de las montañas, supongo.  

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