lunes, 14 de mayo de 2012

México 6: Mi matrimonio en México


Como ya he relatado, viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. Viajé a ese país con mi amigo Hernán Burbano para cursar una maestría en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México.

México fue un corte fundamental en mi vida. Como ya lo dije, me alejé de la familia, de la novia, de los amigos, de Quito, del Ecuador, de la vida universitaria de pre-grado…, allá viví maravillosas experiencias, conocí un mundo diferente, enfrenté retos y responsabilidades y de alguna manera, dejé mi primera vida de joven-estudiante-arquitecto-recién-graduado y pasé a ser joven-arquitecto-recién-graduado-con posgrado comenzando a ser adulto.

Me fui con un “chimbuzo” de marino al hombro, con algo de ropa y un montón de sueños… y regresé casado (con la misma novia que dejé por acá), con una hija, un carro, muebles y enseres, un perro, una guitarra, la satisfacción de haber superado una meta, algo más de experiencia y un montón de responsabilidades.

Como conté también en un relato anterior, durante nuestro primer año en México, Hernán y yo, compartimos un departamento con la familia Escandón: Jorge, Emma y sus hijos Jorge Alberto y María Belén.

Vivíamos en el departamento 103 del bloque 18 de un conjunto llamado “Altillo Universidad”, al que todos conocíamos como “El Altillo”, integrado por veintiún edificios con la planta en forma de cruz y veinticuatro edificios rectangulares… cada uno de ellos tenía cuatro pisos y cuatro departamentos por planta. En total, en esa enorme “unidad habitacional” existían 336 departamentos de un tipo y 384 del otro.

Nuestro departamento disponía de dos habitaciones (dos recámaras, como llaman en México a los dormitorios), una de Jorge y Emma y otro que  compartiríamos Hernán y yo. Teníamos, además una sala, un comedor, una pequeña cocina, un cuarto de baño y un espacio previsto para sala de televisión donde estructuramos una habitación para Jorge Alberto y María Belén.

Durante ese primer año, la novia que había dejado en Quito vino a visitarme en dos ocasiones.

Cuando dejé Quito, a fines de 1978, Marie Thérèse era profesora de la Alianza Francesa y redondeaba sus ingresos como secretaria de una empresa de construcciones hidráulicas. A inicios de 1979 aplicó a una vacante en la Embajada de Francia en el Ecuador, rindió una serie de pruebas y ganó un concurso para laborar como asistente de la Agregada de Prensa de la Embajada. Era un cargo definitivo (con “nombramiento” y no “por contrato”, como diríamos por acá), con estabilidad, bien remunerado y sumamente interesante. 

Como ganaba bien y sus gastos no eran elevados no le fue difícil economizar unos centavos y a la primera ocasión que tuvo, vino a visitarme a México por unos pocos días a fines del mes de abril y la primera semana de mayo.

Esa visita no dejaba de ser complicada pues yo era prácticamente “hijo de familia” en casa de los “Escandones” y además compartía la habitación con Hernán.  El mobiliario de nuestro cuarto era muy elemental: dos pequeñas camas de una plaza, un par de mesas que cumplían las veces de escritorios, dos lámparas de arquitecto, un radio y una mesita baja que nos dejó de herencia Jaque Peñaherrera, cuando regresó al Ecuador

Hablé con Jorge, Emma y Hernán y con los niños, claro… les planteé el problema y todos muy amablemente decidieron recibir a Marie Thérèse buscando las mejores condiciones para su permanencia en el pequeño departamento.

Nosotros ya habíamos tenido algunos huéspedes. Cachito Burbano, hermano de Hernán, vino por unos días al poco tiempo de nuestra instalación en tierras mexicanas y lo recibimos en la banca de la sala. Lo propio aconteció con Erika Silva quién vivió con nosotros un par de semanas hasta cuando pudo conseguir departamento.

En esta ocasión la cosa era diferente porque naturalmente los tórtolos íbamos a requerir de cierta privacidad.

Jorge y Emma en un primer momento plantearon cedernos su dormitorio… pero yo no acepté tal ofrecimiento por nada del mundo… Ambos estaban estudiando muy duro, Jorge en el Colegio de México y Emma en la FLACSO y requerían de su espacio y de sus cosas… no cabía pensar en molestarlos. Llegamos a un acuerdo por el cual, la víctima iba a ser Hernán.

Con Marie Thérèse ocuparíamos el dormitorio que normalmente yo compartía con Hernán y él dormiría en la sala.

Carlos Arcos e Isabel nos prestaron un colchón de dos plazas, que colocamos sobre nuestras camas individuales, juntándolas a manera de cama matrimonial.  

Hice una cabecera virtual con una faja  de cintura de las indias totonacas que había comprado en mi viaje a la Sierra de Puebla y arrinconamos los escritorios. Problema resuelto. Ya tenía un nido para recibir a mi novia.

 











La familia Escandón recibió a Marie Thérèse con los brazos abiertos; compartimos agradables veladas y deliciosas comidas.

Hasta ahora mi mujer hace de vez en cuando unas chuletas de cerdo con salsa de piña, pasas y granos de choclo tierno que nos dio Emma, primero en el plato y luego, por escrito, cuando Marie Thérèse le pidió la receta.

A veces yo debía traducir "del español al español", pues si bien Marie Thérèse hablaba perfectamente ese idioma, pues vivó en España casi cinco años y luego sacó una licenciatura como profesora de español, en ocasiones no entendía el “español de Esmeraldas” usado por Emma.

-  “Maité, mi amor, alcánzame por favor, la tutumita que está guindada sobre el perol del arroz”… decía Emma

“Maité” abría la boca sin atinar a decir media palabra y con los ojos me pedía ayuda, como diciendo: - ¡Socorro!... ¿qué dice?...

En esta visita aprovechamos para visitar algo de México, que por cierto “Maité” ya conocía pues había llegado a México en un viaje muy singular que realizó –desplazándose en bus- desde Nueva York hasta Bolivia años atrás.

Visitamos el Centro de la ciudad, el Palacio de Bellas Artes, la Alameda, el Hemiciclo de Benito Juárez, la casa de los Azulejos, el Zócalo y nos pegamos unos deliciosos tacos en las inmediaciones de la Catedral.

Nos dimos una escapadita a Cuernavaca donde conocimos su bella Catedral, el magnífico museo que funciona en el antiguo Palacio de Hernán Cortés y los jardines de “Casa Borda” con su extraordinaria colección de plantas y árboles subtropicales que rodean la que fuera la casa de reposo del emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa doña Carlota.


Cuernavaca es la capital del estado de Morelos, se halla ubicada a 85 km al sur de la ciudad de México.

El nombre de la ciudad proviene del vocablo náhuatl Cuauhnáhuac que se estructuraría de cuauitl (árbol) y nahuac (junto); el nombre significaría por tanto: “lugar junto a los árboles". La palabra derivó en "Cuernavaca" debido a la dificultad de la pronunciación española del náhuatl original.

Hasta ahora guardamos una fotografía en blanco y negro que nos sacó un fotógrafo callejero con esas cámaras de cajón y fuelle que hacen equilibrio sobre un precario trípode de madera y que son tan típicos como los organilleros y los vendedores de frutas espolvoreadas con chile en polvo, en todos los parques de México. 

En esa foto se nos puede ver jovencitos y delgados y en mi caso con una frondosa cabellera y una gran barba en esa época obscura…  ahora se ha encanecido con los años… y del cabello ni hablar.

También fuimos a Taxco, ese antiguo centro minero ubicado en el estado de Guerrero. Taxco nos pareció una ciudad magnífica.


 
La palabra Taxco viene de la voz náhuatl “tlachtli” (juego de pelota) y “co” (lugar). El vocablo significaría por tanto “lugar del juego de pelota”. Es uno de los centros turísticos más importantes de México y por sus artesanías, bellezas naturales y arquitectónica es considerada una ciudad emblemática por la Secretaría de Turismo de México que la denomina “ciudad luz”.

Taxco es el centro minero más antiguo del continente, desde la colonia fue conocida por sus minas de plata y por la calidad de sus orfebres.


La ciudad de Taxco ha preservado gran parte de su magnífica arquitectura colonial en el que destaca el templo de Santa Prisca, una iglesia de más de 250 años de antigüedad, construida en el estilo barroco americano y numerosas edificaciones blancas y techos de teja roja, la mayoría adornadas con las bellas flores y la profusa vegetación que caracteriza a esa zona.

Yo coleccionaba en esa época fotos de campanas y logramos autorización para subir al campanario de la iglesia de Santa Prisca para fotografiar las campanas y por supuesto la magnífica vista que se tenía desde allí hacia el centro de la ciudad.

Nos alojamos en el pequeño hotel Meléndez en la misma calle que esa iglesia y pudimos aprovechar de numerosos restaurantes y pequeños bares que la ciudad ofrecía en esa zona para esparcimiento de turistas extranjeros y visitantes locales.

En agosto de ese año, decidimos que íbamos a continuar la vida juntos. Marie Thérèse tomó una decisión seria y complicada, renunció a su trabajo en la Embajada de Francia y se vino a México para comenzar juntos nuestra aventura mexicana de pareja. De eso han pasado más de treinta años… con los altos y bajos de toda relación conyugal, creo que hemos logrado salir adelante. Ahí seguimos…


Al venir a México ella ingresó con visa de turismo. Felizmente le dieron una visa de seis meses de duración y luego, en enero de 1980, cuando fuimos a Los Ángeles para comprar un carro, al ingresar a México por la frontera de Mexicali, le volvieron a dar un permiso de estadía por un tiempo semejante.

Desgraciadamente no pude legalizar los papeles del auto en la ciudad de México y tuvimos que volver a salir del país a las pocas semanas para hacer los trámites de importación definitiva del vehículo. Esta vez fuimos a Nuevo Laredo que era la zona de frontera más próxima a la capital. Dejamos México e ingresamos  a los Estados Unidos y claro, le retiraron su visa de seis meses. Al regresar sólo le otorgaron una renovación por tres.

Como sólo habíamos abandonado el país por unas pocas horas hasta lograr legalizar “la internación” del vehículo en el Consulado Mexicano de Laredo, al re-ingresar a México me detuve en el puesto fronterizo y busqué al policía que le había retirado la visa en la mañana.

En México esos diálogos se dan “entre hombres”, así que me acerqué solo yo para “platicar con él”…me preguntó señalado a Maité que esperaba pacientemente a la entrada… - “que onda, entonces… ¿ustedes andan juntos?”…

Recuerdo que le respondí: “- pos si, mano, ya sabes, no hubo cura ni firmas, pero ahí le hacemos…”

Le expliqué mi situación, yo estaba a punto de concluir mis estudios en la UNAM y en pocos meses más, íbamos a regresar al Ecuador, le comenté que la visa de seis meses de Marie Thérèse nos resultaba vital para no tener que volver a salir del país para renovarla, cosa que resultaría para nosotros extremadamente caro a esas alturas del partido, sobre todo porque mis becas iban a finalizar y se me venían los gastos de la tesis y de la graduación.

Creo que le caímos bien y como todavía no había reportado esa salida/re-ingreso en el informe que debía redactar en su vieja máquina de escribir (en esa época la dotación de computadoras o de Internet en los puestos fronterizos, eran cosas de ciencia ficción), simplemente me devolvió el papel y emprendimos el camino a la ciudad de México con la visa de seis meses en el bolsillo.

La visa iba a vencerse en julio y ya en junio (un mes antes de ese plazo) nos dimos cuenta de que el proceso de graduación se hallaba en paños menores…todavía me faltaba un buen tiempo para la entrega de la tesis y apenas estaban por iniciarse los complejos trámites y papeleos que debí enfrentar para la graduación y la legalización del título.   

Como ya habíamos avizorado, la opción para renovar la visa de Marie Thérèse era volver a salir del país, pero nuestra economía andaba casi en cero, además esperábamos nuestra primera hija y los pocos ahorros que habíamos logrado preservar, los íbamos a tener que destinar a ese importante acontecimiento, así que vimos que la opción más adecuada era casarnos y de inmediato solicitar una visa de “acompañante de estudiante” en sustitución de la de “turista” para amparar la permanencia de mi mujer en tierras mexicanas.

Yo ya había averiguado el aspecto legal y como en mi caso los papeles estaban en regla y disponía de una visa de estudiante vigente en mi famoso FM-9, con el acta de matrimonio podía solicitar que se incorporara a mi cónyuge a aquel “formulario migratorio” y así los dos podríamos permanecer en el país hasta la finalización de mi posgrado.  

Así fue que el 09 de junio de 1980, convocamos a varios amigos unos en calidad de testigos y otros en calidad de invitados a nuestro matrimonio.

Los testigos según consta en el acta de matrimonio fueron nuestras amigas Emma Calderón y Gloria Vintimilla y nuestros amigos Estuardo Gallegos y Cristian Calónico. Como verán ya desde esa época nos preocupábamos del equilibrio de genero.

Emma, esmeraldeña, y su esposo Jorge Escandón, pastuso auténtico (de Pasto, Nariño, Colombia), nos acogieron en su casa en “El Altillo” a mi amigo Hernán y a mí en nuestro primer año en México. Ella estaba estudiando una maestría en sociología en la Flacso y tuvo la bondad de faltar a clases para acompañarnos en este singular acontecimiento e Igual cosa hizo Jorge que estudiaba una maestría en Desarrollo Urbano en el Colegio de México, él también “se echó la pera” (como llamamos en el Ecuador al hecho de escaparse de clases) para poder asistir a nuestro matrimonio.

Gloria, cuencana, vivía también en “El Altillo”, en esa época estaba casada con Jaime Idrovo, geógrafo también cuencano que estudiaba una segunda maestría en la UNAM. Años atrás había hecho una maestría en geografía en esa universidad y ahora cursaba una en planificación territorial y desarrollo urbano. Gloria asistió a nuestro enlace en compañía de sus dos pequeños hijos, Daniel (ahora arquitecto) y Javier (ingeniero agrónomo). Jaime no pudo venir porque tenía exámenes ese día.  

Estuardo, riobambeño, cura católico, estudiaba la carrera de Antropología en la ENA (la famosa Escuela Nacional de Antropología de México), también accedió muy gentilmente a faltar a clases para poder acompañarnos en nuestro matrimonio. En la tarde, si bien no ofició una ceremonia religiosa propiamente dicha, le pedimos que nos diera una bendición. No recuerdo qué nos explicó al respecto, pero creo que terminó accediendo y nos bendijo a regañadientes. Creo que, como era de suponer, tenía buena mano o sus relaciones por “ahí, arriba” debían ser buenas… porque seguimos juntos y seguimos siendo permanentemente bendecidos… ¿cómo será?, ¿eh?... (En estas cosas la sabiduría popular en México dice: “…lo más seguro es que… ¿quién sabe?”).

Cristian Calónico, el único mexicano de los amigos presentes, era en esa época enamorado de Marilú Calisto, quiteña, querida amiga que nos acogió en su casa cuando Hernán y yo llegamos a México (ella que estudiaba diseño, también estuvo presente en nuestro matrimonio). Cristian estudiaba en esa época sociología en la UNAM pero luego hizo la carrera de cine en esa misma universidad. Años más tarde se hizo famoso por la película de la entrevista que logró hacer al “Comandante Marcos” en Chipas, luego del levantamiento zapatista. En un relato anterior, he contado de mi experiencia como presidente del jurado del III Festival “Agua y Cine” de Marsella, curiosamente Cristian fue presidente del jurado del I Festival “Agua y Cine” que tuvo lugar en México en 2006.

Los otros invitados a nuestra boda fueron Fernando Carrión, Jorge y Anita García,  arquitectos que estudiaban todos una maestría: en “Desarrollo Urbano”, en el Colegio de México, el primero y en “Investigación y docencia del Urbanismo, en la UNAM, los segundos. Hernán ya no estaba en México…como conté en algún relato anterior, estaba viviendo en Nicaragua siguiendo el llamado del amor.

Al llegar temprano, al Juzgado del Registro Civil que nos correspondía, pues en esa época vivíamos en el departamento 402 de la calle Culiacán No 39, delegación Cuauhtémoc, todos, contrayentes y testigos con los papeles correspondientes: pasaporte, formulario migratorio, visas vigentes, certificados, etc. etc., nos topamos con la novedad de que habían instituido una nueva norma, quienes deseaban contraer matrimonio debían presentar los resultados de un examen de sangre que mostrara que no eran portadores de enfermedades infecto-contagiosas ni enfermedades de trasmisión sexual (en esa época todavía no se hablaba del sida pero debíamos demostrar que no teníamos sífilis, hepatitis y quién sabe que otras enfermedades).

Nos dieron la dirección del Centro de Salud autorizado más próximo y salimos todos en tropel hacia ese sitio para que nos extrajeran a novio y novia una muestra de sangre y poder cumplir así, aquel requisito.

Primero nos hicieron llenar unos largos formularios y unas detalladas hojas de información estadística, 

Cuando por fin cumplimos ese cometido, nos extrajeron una gran cantidad de sangre a cada uno, en frasquitos de diferentes tamaños, con viejas jeringuillas de vidrio que junto a largas agujas de acero inoxidable se daban trampolines en un recipiente lleno de agua que hervía a borbotones para mantener todo perfectamente desinfectado (en esa época las jeringuillas desechables no existían o al menos, eran impensables en las entidades públicas de salud).

Cuando preguntamos en cuánto tiempo podríamos tener los resultados, casi nos da un patatús a todos, cuando nos dijeron que volviésemos al día siguiente para retirarlos.

Fuimos -también en masa- a rogar al director del Centro de Salud que autorizara la realización de los análisis y la emisión de los resultados ese mismo día con el argumento que los testigos no podrían faltar a clases dos días seguidos. Logramos convencerle y finalmente emitió la orden.

No se si realizaron los exámenes de nuestras muestras. Lo único cierto fue que nos hicieron esperar por casi tres horas. Cerca del medio día por fin llegaron unos papeles desde las dependencias interiores de aquel Centro de Salud. Me acerqué de inmediato a la persona que entregaba los resultados para informarme si los nuestros estaban en la pila de informes recién llegados.

Solo logré que de manera agria, me diera la disposición de ponerme a la fila a esperar mi turno. Fue llamando de uno en uno a muchas otras personas y nuestros exámenes no parecían estar entre los que habían llegado. Cuando sólo quedábamos nosotros, me fijé que allí estaban… pero la señora vestida con mandil azul, chaleco rosado y parapetada detrás de un enorme peinado lleno de laca, unos gruesos lentes y cara de pocos amigos, anunció que debìamos volver en la tarde, que ya era casi la hora de la comida.

Le explicamos que en el Registro Civil nos estaban esperando sólo hasta el medio día, que éramos extranjeros, que los testigos habían faltado a  clases… nada que hacer, explicó que los horarios son los horarios y que no podía hacer favores ni concesiones, conminándonos a abandonar esa dependencia y regresar en la tarde…

Se me ocurrió mover el bolsillo de mi pantalón para que tintinearan -al golpearse unas con otras- una gran cantidad de monedas que allí tenía… luego repetí la operación más enérgicamente y de forma más evidente… ella se detuvo y propuso que “podía tratar de ayudarnos” a condición de “poder pedir algo para comer” para evitar “tener que salir a ese menester…”    

Le dije que con mucho gusto podía dejarle algo “para el almuerzo”, saqué todas la monedas que tenía en el bolsillo y las dejé en un montoncito sobre su escritorio, no me di el trabajo de contar cuánto había… me entregó los certificados y salimos corriendo hacia el juzgado.

Llegamos cuando también estaba punto de cerrar, el juez nos había dicho que nos esperaría máximo hasta el medio día y llegamos cuando faltaban apenas cinco minutos  para esa hora.  

No le quedó más remedio que iniciar la ceremonia. Nos pidió a los novios y a los testigos alinearnos frente a una gran mesa  y comenzó el acto.

El matrimonio incluía la lectura de los nombres y generales de ley de los contrayentes (edad, ocupación, estado civil, lugar de nacimiento, nacionalidad y domicilio, así como el nombre, ocupación y domicilio de los respectivos padres). Nos pidió los pasaportes y un asistente que escribía esa información a máquina, en un formato impreso, verificó que todos lo consultado estuviese en regla.

Luego vino el turno de los testigos, a cada uno le pedía su identificación y una vez anotados sus nombres les iba consultando la edad, ocupación, parentesco con los contrayentes, estado civil y dirección del domicilio.

No sé en que momento una vez iniciada la ceremonia, pero luego de habernos consultado sobre nuestro deseo de contraer matrimonio y a los testigos sobre si conocían de algún impedimento para que lo hiciéramos, el juez procedió a dar lectura de un texto que se titula “Epístola de Melchor Ocampo”.

El presidente don Benito Juárez fue quién promulgó la Ley del Matrimonio Civil mediante un decreto presidencial en 1859.

El decreto de 31 artículos señalaba en su parte medular: “ 1.) El Matrimonio es un contrato Civil que se contrae lícita y válidamente ante la autoridad Civil. 2.) Para su validez bastará que los contrayentes, previas las formalidades que establece esta Ley se presenten ante aquella y expresen libremente la voluntad que tienen de unirse en matrimonio. 3.) El Matrimonio Civil no puede celebrarse más que por un solo hombre con una sola mujer. La bigamia y la poligamia continúan prohibidas sujetas a las mismas penas que les tienen señaladas las Leyes vigentes. 4.) Los que contraigan el Matrimonio gozan de todos los derechos y prerrogativas que las Leyes Civiles les conceden a los casados. El Matrimonio Civil es disoluble por sentencia de divorcio, dictada por un juez competente”.

Para la formalización ceremonial del matrimonio, en el decreto se incluyó la obligatoriedad de dar lectura de esa famosa epístola atribuida a Melchor Ocampo.

Ocampo fue un abogado, científico y político liberal. Durante el gobierno de Juárez fue ministro de Gobernación. De esta época son las famosas Leyes de Reforma, que separaron la Iglesia del Estado, de cuya redacción fue él uno de los principales autores. La Epístola de  Melchor Ocampo dice lo siguiente respecto al matrimonio:

“Este es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y suplir las imperfecciones del individuo, que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano. Este no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de los que es cada uno para sí. El hombre cuyas dotes sexuales, son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección; tratándola siempre como la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando por la sociedad, se le ha confiado. La mujer cuyas principales dotes son, la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y ternura, debe de dar y darán al marido obediencia, agrado asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe de dar a la persona que nos apoya y defiende y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca irritable y dura de sí mismo. El uno y el otro se deben y tendrán respeto, diferencia, fidelidad, confianza y ternura, y ambos procurarán que lo que el uno no esperaba del otro al unirse con él no vayan a desmentirse con la unión. Ambos deben prudenciar y atenuar sus faltas. Nunca se dirán injurias porque las injurias entre casados deshonran al que las vierte y prueba su falta de tino o de cordura en la elección, ni mucho menos maltratarán de obra porque es villano y cobarde abusar de la fuerza. Ambos deben prepararse con el estudio y amistosa mutua corrección de sus defectos a la suprema magistratura de padres de familia, para que cuando lleguen a serlo, sus hijos encuentren el buen ejemplo y una conducta digna de servirles de modelo. La doctrina que inspiren a estos tiernos y amados lazos de sus afectos hará suerte próspera o adversa; y la felicidad o desventura de los hijos será la recompensa o el castigo, la ventura o desdicha de los padres. La sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres, por el gran bien que le hacen dándole buenos y cumplidos ciudadanos y la misma censura y desprecia debidamente los que por el abandono, por mal entendido cariño, o por su mal ejemplo, corrompen el depósito sagrado que la naturaleza les confió concediéndoles tales hijos. Y por último cuando la sociedad ve que tales personas no merecían ser elevados a la dignidad de padres sino que sólo debían haber vivido sujetas a tutela, como incapaces de conducirse dignamente, se duele de haber consagrado con su autoridad, la unión de un hombre y una mujer que no han sabido ser libres y dirigirse por sí mismos hacia el bien".

Con voz queda y un ritmo endemoniadamente lento, monocorde, inexpresivo, casi sin cambio de entonación y sin trasmitir ni sentir emoción alguna, el juez don Anatolio Galicia Sánchez fue leyéndonos este texto para culminar la ceremonia.

“…la mujer cuyas principales dotes son, la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y ternura, debe de dar y darán al marido obediencia, agrado asistencia, consuelo… los fotógrafos que permanezcan quietos, que me distraen al momento de la lectura…” …

Se refería a Jorge y a Fernando que trataban de encontrar nuestro mejor ángulo para registrar este acontecimiento con sus cámaras de fotos.

Más adelante leía: …”la sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres… cuidado que los niños no me vayan a manchar el acta….

Se refería a Daniel y a Javier a quienes algún comedido les había comprado un helado para que aguantaran sin mayor escándalo la aburrida ceremonia… Sin embargo, era lógico, no podían permanecer quietos y deambulaban por el recinto con sus helados…

Terminada la lectura de la Epístola, el señor juez nos felicitó y nos pidió a todos pasar adelante para a suscribir el acta. A Marie Thérèse le hizo añadir “de Vásconez” luego de que ella firmara tan solo “M.T. Leon”.  
 
Emma y Gloria firmaron “de Escandón” y “de Idrovo” para que no las retara el señor juez.

Una vez que los testigos firmaron nos hizo pasar nuevamente a los contrayentes para estampar la huella digital del pulgar derecho en el acta de matrimonio; finalmente Don Anatolio firmó en nombre de los Estados Unidos Mexicanos, certificando el acto civil que ese momento culminaba. Me entregó una copia del acta, mencionándome que si requería otras copias para cualquier trámite debía solicitarlas por secretaría.


Salimos de aquel Juzgado del Registro Civil y procedimos a tomar varias fotografías de los contrayentes, los testigos e invitados, en la vereda de esa dependencia. 



Luego nos trasladamos a nuestro departamento, compramos comida china y un par de botellas de vino. Brindamos y comimos al apuro pues todos tenían que salir disparados para no perderse las clases de la tarde y la novia tenía que ir a trabajar (estaba dando clases de francés como profesora contratada por la Alianza Francesa de México para ejecutivos mexicanos de la Nestlé), había pedido permiso para ausentarse de las clases de la mañana, “sólo hasta contraer matrimonio” pero debía llegar a su trabajo antes de la cinco de la tarde.

Así culminó nuestro matrimonio en México.

Es curioso, en los últimos años hemos asistido a decenas de ceremonias con bellas novias ataviadas con vestidos largos, encorbatados novios, cientos de invitados cada quien más elegante y bien trajeado, buena comida, excelentes vinos y licores. Unos matrimonios perduran y otros no.

Para nuestro enlace Maité llevaba un sencillo traje gris y una blusa celeste y yo un pantalón de pana y un pullover blanco de lana; no tuvimos mayores gastos ni invitados pero las bendiciones de Estuardo todavía nos acompañan. Dios quiera que sigan siendo así de efectivas en los años que nos queden.


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