miércoles, 23 de mayo de 2012

México 7: La doble visa de Marie Thérèse


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981 a donde viajé con mi amigo Hernán Burbano para hacer un Posgrado en la UNAM. Durante el primer año compartimos un departamento con la familia Escandón: Jorge, Emma y sus hijos Jorge Alberto y María Belén.

En 1979, Marie Thérèse, la novia que había dejado en Quito, vino a visitarme en dos ocasiones. En agosto de ese año, decidimos que íbamos a continuar la vida juntos y ella tomó una decisión seria y complicada, renunció a su trabajo en la Embajada de Francia en el Ecuador y se vino a México para comenzar nuestra aventura mexicana de pareja.

Al venir a México ella ingresó con visa de turismo. Felizmente le dieron un permiso de estadía de seis meses de duración y luego, en enero de 1980, cuando fuimos a Los Ángeles para comprar un carro, al ingresar a México por la frontera de Mexicali, le volvieron a dar un permiso de estadía por un tiempo semejante, hasta fines de julio de ese año.

Desgraciadamente no pude legalizar los papeles del auto en la ciudad de México y tuvimos que volver a salir del país a las pocas semanas para hacer los trámites de importación del vehículo. Esta vez fuimos a Laredo que era la zona de frontera más próxima a la capital. Dejamos México e ingresamos a los Estados Unidos en la mañana y, desgraciadamente, en las instalaciones de control migratorio le retiraron su visa de seis meses. Al regresar en la tarde, sólo le otorgaron una renovación por tres; es decir sólo hasta fines de mayo.

Como habíamos abandonado el país apenas por unas pocas horas hasta lograr legalizar los papeles del vehículo, me dirigí al puesto fronterizo y busqué al policía que le había retirado el permiso de estadía en la mañana.

Creo que le caí bien y como todavía no había reportado esa salida/re-ingreso en el informe que debía redactar en su vieja máquina de escribir (en esa época la dotación de computadoras o de Internet en los puestos fronterizos, eran cosas de ciencia ficción), simplemente me devolvió el papel y emprendimos el camino a la ciudad de México con el permiso de estadía de seis meses en el bolsillo.

Sin embargo, en el camino nos dimos cuenta que también habíamos guardado el papel con el permiso de estadía de tres meses.

Unas pocas semanas luego de regresar a México, Marie Thérèse consiguió trabajo en la Alianza Francesa, como profesora externa, daba clases de francés a varios ejecutivos mexicanos de la Nestlé.

La Alianza le ofreció tramitar una “visa de trabajo” para que pudiera regularizar su situación laboral y su permanencia en territorio mexicano, así que llenó los formularios respectivos, entregó varias fotografías, copia de su pasaporte y copia del “permiso de estadía de turista” de tres meses. (Nos pareció que ésta era la más adecuada pues si por azar se cruzaba información, en algún lado podía aparecer la salida del país cuando fuimos a Laredo y era mejor comenzar los trámites con el permiso de estadía que le dieron al re-ingresar al país en esa ocasión).

La Alianza Francesa sin embargo a fines de mayo, cuando faltaban dos o tres días para que caducara ese permiso, informó a mi mujer que, finalmente, no habían iniciado el trámite para la obtención de la “visa de trabajo”, pues como “Maité” había comentado que en breve regresaríamos al Ecuador, no tenía sentido iniciar todo ese proceso para una actividad temporal y de corta duración.

Desolados no nos quedó otra alternativa que acogernos a la vigencia del otro permiso de estadía, aquel de seis meses que todavía teníamos en nuestro poder.

Ese permiso iba a vencer en julio pero ya en junio (un mes antes de ese plazo) nos dimos cuenta de que el proceso de graduación se hallaba en paños menores… así que vimos que la opción más adecuada era casarnos y de inmediato solicitar una visa de “acompañante de estudiante” en sustitución de aquel permiso que amparaba la permanencia de mi mujer en tierras mexicanas en calidad de “turista”.

Yo ya había averiguado el aspecto legal y como en mi caso los papeles estaban en regla y disponía de una visa de estudiante vigente en mi famoso FM-9, con el acta de matrimonio podía solicitar que se incorporara a mi cónyuge a aquel “formulario migratorio” y así los dos podríamos permanecer en el país hasta la finalización de mi posgrado.  

Así fue que el 09 de junio de 1980, como ya he relatado, convocamos a varios amigos unos en calidad de testigos y otros en calidad de invitados a nuestro matrimonio. El juez don Anatolio Galicia Sánchez ofició la ceremonia de matrimonio civil, nos felicitó y nos pidió suscribir el acta. Una vez que firmamos nosotros y los testigos, don Anatolio lo hizo en nombre de los Estados Unidos Mexicanos, certificando el acto. Cuando me entregó una copia del documento terminó nuestra vida de solteros y comenzó nuestro matrimonio en la ciudad de México.

Naturalmente registramos el acta de matrimonio en los consulados del Ecuador y de Francia, y entregamos luego, en la Secretaría de Gobernación, una carpeta con todos los papeles requeridos solicitando una visa de “acompañante de estudiante” para “Maité”. En esa carpeta a más de la solicitud que firmaba yo, se incluían copias de los dos pasaportes, copia de mi FM-9 (el formulario migratorio que me otorgaba el estatus legal de “estudiante”), copia del permiso de estadía de “turista” de Marie Thérèse (aquel que seguía vigente, es decir el de seis meses), tres fotografías de frente y tres de perfil de cada uno de nosotros, copia del acta de matrimonio y un formulario de datos estadísticos con la información y las firmas de los dos.

En julio caducó ese permiso de “turista” de mi mujer pero no nos preocupamos pues el trámite lo habíamos iniciado a mediados de junio, cuando todavía estaba vigente y teníamos un recibo que señalaba claramente que habíamos ingresado papeles para obtener una visa de “acompañante de estudiante”.

En agosto fui a la Secretaría de Gobernación para averiguar si había alguna novedad de nuestra solicitud y casi se me cae el alma al piso, cuando un funcionario de la oficina respectiva me informó que no solían entregar los resultados de forma personal, cualquier cosa me llegaría por correo a la dirección que yo debía haber registrado en esa dependencia.

Ese rato me di cuenta que cuando llegamos a México con Hernán, e inscribimos nuestros papeles en aquella Secretaría, nosotros todavía no teníamos una dirección fija, así que llenamos el casillero en el que constaba la palabra “Dirección”, con los datos del departamento de Carlos e Isabel Arcos, Avenida Universidad No. 1900, “Conjunto Altillo-Universidad, Bloque 04, Departamento 204, Colonia Copilco, México D.F.



Nosotros luego nos habíamos mudado con la familia Escandón dentro del mismo conjunto; nuestra segunda dirección fue: Avenida Universidad No. 1900, “Conjunto Altillo-Universidad”, Bloque 18, Departamento 103, Colonia Copilco, México D.F.; pero nunca notificamos ese cambio a la Secretaría de Gobernación (asunto que estaba claramente especificado en el FM-9 como una obligación de sus portadores)

Finalmente, cuando Marie Thérèse llegó para instalarse conmigo en México, arrendamos un departamento cuya dirección era: Calle Culiacán No. 39, entre Aguas Calientes y Tlaxcala, Dpto. 402, Colonia Hipódromo Condesa, México D.F. Esta tercera dirección tampoco la había notificado a la Secretaría de Gobernación.

Pensé que “tratar de corregir” esas arbitrariedades podían interferir con el trámite de la visa y opté más bien por presentarme en el primer departamento, aquel donde había vivido Carlos Arcos que ahora estaba en poder de terceras personas, luego de que los Arcos dejaran México definitivamente y regresaran al Ecuador un año atrás, para pedirles que me guardaran la correspondencia.

Me armé de valor y fui un sábado a golpear la puerta de ese departamento. Me atendió una pareja que al principio no entendía de qué venía a “platicarles”, pero cuando les expliqué el caso, amablemente me ofrecieron guardar cualquier “sobre” que llegara mi nombre, más aun si venía con el sello de la Secretaría de Gobernación. Les dejé mis datos y el número de mi teléfono y me despedí disculpándome por las molestias y agradeciéndoles por su amable disposición para ayudarme.

Pasaron los meses y no tuvimos ninguna respuesta. En septiembre se nos acabó la bonaza pues las mensualidades que nos llegaban de forma regular y oportuna gracias a las dos becas que me habían otorgado (una de la UNAM y otra de la OEA) se terminaron en aquel mes. Tuvimos que entregar el departamento de la calle Culiacán pues sin esos ingresos ya no podíamos seguir sufragando aquel gasto. 

Felizmente nuestra amiga Bertha García nos dio posada en su departamento y nos trasladamos nuevamente, con todos nuestros aperos, al Altillo.

Nuestra cuarta dirección en México fue: Avenida Universidad No. 1900, “Conjunto Altillo-Universidad”, Bloque 23, Departamento 204, Colonia Copilco, México D.F.; pero tampoco notificamos ese cambio a la Secretaría de Gobernación. La ventaja de estar nuevamente en el Altillo fue que eso me permitía pasar con más frecuencia por el viejo departamento de los Arcos para averiguar si no había llegado la tan esperada respuesta de esa Secretaría.

En noviembre nació nuestra hija Manon. Nuestra amiga Bertha siguió muy amablemente dándonos posada, con perro y guagua… en su casa nosotros dejamos la vida de joven pareja de recién casados para iniciar los retos y responsabilidades de jóvenes padres de familia. Sin embargo la respuesta a la solicitud de visa de Marie Thérèse seguía sin llegar.   

En diciembre puede comenzar los trámites para mi graduación, recibí mis notas y fue aprobada mi tesis. El 9 de enero de 1981 rendí el examen final de graduación ante el tribunal que me asignó la UNAM, fui aprobado e inicié de inmediato los trámites para legalizar y obtener la certificación y autentificación de firmas de mi título y de los otros papeles: notas, acta de grado y más, antes de retornar definitivamente al Ecuador, aunque la respuesta de Gobernación respecto a la solicitud de cambio de visa de mi mujer seguía sin llegar.  

A los pocos días de haberme graduado ya con tranquilidad y más tiempo, pasé por enésima vez por el antiguo departamento de Carlos Arcos para ver si por casualidad habría llegado el tan esperado “sobre” de la Secretaría  de Gobernación.

En esta ocasión tuve suerte. Ahí estaba un sobre a mi nombre que había llegado un par de días atrás. Me lo entregaron, agradecí y salí corriendo hacia nuestra morada para dar la buena noticia a mi mujer.

Al abrir el sobre casi se nos cae el alma al piso. Si bien el sobre estaba dirigido a mi nombre, en el interior encontramos un solo documento dirigido a Marie Thérèse; un escueto oficio  de la Secretaría de Gobernación, Dirección de Migrantes, Oficina de Visas, en el que se le conminaba a presentarse en esa dependencia en un plazo perentorio para explicar: «¿por qué en un mismo periodo había estado en posesión de dos permisos de estadía diferentes como turista, uno de seis meses, otorgado en la frontera de Mexicali, Baja California y otra de tres meses, concedido en la frontera de Nuevo Laredo, Tamaulipas?», lo cual constituía una violación  a las leyes de migración de los Estados Unidos Mexicanos . Se le pedía además, acercarse a explicar: «¿Por qué haciendo uso de esos dos permisos de estadía  había introducido dos diferentes trámites en esa dependencia: uno solicitando “visa de trabajo” y otro solicitando “visa de acompañante de estudiante”».

Nos quedamos helados.

Al principio no entendíamos qué había acontecido. Luego ya con más calma, fuimos atando cabos y todo nos quedó claro. La Alianza Francesa, a pesar de habernos informado que no iba a iniciar el trámite para la obtención de la “visa de trabajo” para mi mujer, por alguna razón si lo había hecho, adjuntando el permiso de estadía de “tres meses” y nosotros -al desconocer ese particular- iniciamos por nuestro lado, el trámite para la obtención de una visa de “acompañante de estudiante” con el permiso de estadía de seis meses.

Marie Thérèse llamó de inmediato a la Alianza Francesa y allí claro, le confirmaron que ellos efectivamente, por error, habían iniciado el trámite a pesar de haber decidido y habernos informado que no iban a hacerlo. Se ofrecieron a enviar una carta aclaratoria y a entregarnos otra con sus disculpas… pero ni siquiera aceptamos tal ofrecimiento, “el mal ya estaba hecho”, y no había nada que hacer. Tendríamos que ir a dar la cara y atenernos a las consecuencias…

No habrían pasado ni cinco minutos luego de habernos enterado de todas estas infaustas novedades cuando timbraron a la puerta. Era nuestro amigo Estuardo Gallegos, habíamos quedado en toparnos para ira ver una exposición de arte en el Palacio de Bellas Artes.

Lo primero que hicimos fue contarle nuestras desventuras. Estuardo nos dio ánimos y nos comentó que él también había entrado a México con visa “de turista” pensando que iba a ser fácil obtener una visa “de estudiante” para poder cursar la carrera de antropología en la ENA, pero tuvo infinidad de problemas. Logró arreglar sus papeles gracias a la intervención de un “tramitador” (como diríamos en el Ecuador) que trabajaba para una oficina de la iglesia católica que se encargaba de hacer todos los trámites y papeles requeridos para regularizar visas y permisos de estadía para misioneros y otros religiosos: frailes, curas y monjas que por alguna razón debían venir a residir a México. Esta oficina le había sido de grana utilidad a él para poder obtener su visa “de estudiante”, así que ofreció ponernos en contacto con un abogado que conocía en aquella dependencia religiosa, para que nos aconsejara o nos diera una mano en el “caso de Marie Thérèse”.

Fuimos con Estuardo a la exposición en el centro de la ciudad y al regreso pasamos por su casa para buscar el número telefónico del abogado en cuestión. Al regresar al departamento, lo primero que hice fue llamarlo para ver que podía hacer por nosotros. No logré contactarlo hasta bien entrada la noche, le saludé mencionándole que me había recomendado mi amigo y compatriota el padre Estuardo Gallegos a quien él había ayudado en para la obtención de un permiso de residencia temporal y visa de estudiante. Se acordaba perfectamente de mi amigo, escuchó con detenimiento el tema de la doble visa de mi mujer y de las dos solicitudes diferentes hechas ante la Secretaría de Gobernación por la Alianza Francesa y por nosotros, me hizo dos o tres preguntas aclaratorias, analizó la situación un momento y me dio una respuesta, que no era exactamente la que yo esperaba pero que nos dio alguna salida y mejoró los ánimos.

Comenzó diciéndome que para él - “el tema era algo complicado pero no extremadamente difícil”… para él,  - “el asunto, podría arreglarse sin enfrentar problemas mayores”… Creía que deberíamos explicar todos los pormenores a una señora (cuyo nombre ahora he olvidado) pero era algo así como la “Jefe de la Oficina de Visas, de la Dirección de Migrantes, de la Secretaría de Gobernación”…  Él tenía justamente una buena relación con ella pues era quien se encargaba del estudio de los papeles presentados para la regularización de la permanencia en el país de sus clientes, los religiosos de la “Iglesia Católica”.

Me aclaró, sin embargo que, desgraciadamente no podría encargarse profesionalmente de nuestro caso, pues él trabajaba sólo para aquella oficina (cuyo nombre también he olvidado) y se encargaba de los papeles y trámites de visa únicamente para religiosos.

Me mencionó que al día siguiente él debía ir por la Secretaría de Gobernación justamente para visitar a esa señora y amablemente se ofreció a presentármela para que yo pudiera explicarle el caso y pedirle que nos sugiriese alguna solución. Sobre todo, dijo – “Al plantearle con toda sinceridad el asunto, deberemos buscar que no establezca una sanción excesivamente enérgica y evitar, sobre todo, que la sanción incluya una multa”…

Quedamos en toparnos a las diez de la mañana, en la puerta del despacho de esta funcionaria, para entrar juntos y poder hacer las presentaciones del caso. Me dio las referencias de aquella dependencia, edificio, dirección, piso y número del despacho de mi potencial ángel salvador, le agradecí y le deseé buenas noches.

Antes de colgar, me dijo: -“Por cierto, sería buena idea que pueda llevar un pequeño presente, una caja de chocolates o algo semejante a esta dama”… Le dije que así lo haría, que me parecía una muy buen sugerencia…. volví a despedirme y colgué luego de pronunciar un sincero – “hasta mañana, muchas gracias”.

A la mañana siguiente, muy temprano me dirigí al centro, pasé antes por Sanborns y pedí la caja de chocolates más grande que tuviesen, me la envolvieron para regalo y la decoraron con un enorme lazo de cinta de color rojo.

Ya en la calle y todavía más al llegar al edificio en donde debía encontrarme con el abogado, me arrepentí mil veces por haber comprado una caja tan grande, del vistoso papel de regalo y más aun del gigantesco pompón rojo… me sentía el ser más miserable de la tierra, un vulgar coimero, un pide favores, un despreciable y vil arreglador de entuertos por método non santos… 

Al pasar por la puerta principal del edificio me parecía que era el centro de todas las miradas y creí percibir una pequeña sonrisa de mona lisa en el guardia que me pidió una credencial para permitirme pasar al piso en el que se encontraba el despacho de la futura propietaria de la enorme caja.

En el ascensor y luego en el corredor interminable que debí recorrer para llegara mi destino, las miradas de funcionarios y visitantes me iban haciendo sentir una verdadero extraterrestre en medio de la corte celestial. Todos me miraban y luego dirigían su mirada a la descomunal caja y al fosforescente lazo bermellón que no me atreví a arrancar y tirar al primer basurero que se hubiera cruzado en mi camino, por miedo a desgarrar el papel de regalo que cubría mi ostentoso presente.

Abrí la puerta del despacho al que me dirigía y me topé con una pequeña sala de espera, llena de gringuitos de ambos sexos, la mayoría jóvenes turistas mochileros y unos pocos personajes de otras latitudes con pinta de latinoamericanos que, esperaban supongo, para poder pasar a hablar con mi futura interlocutora, para arreglar también algún problema de visa vencida o de permiso de estadía caducado.

Un guardia mal encarado iba haciendo pasar por una puerta celosamente guardada con su cuerpo a cada uno de los pacientes visitantes en estricto orden de llegada.

Tomé asiento con la caja de chocolates sobre las rodillas y me dispuse a esperar al abogado… Pasaron casi cuarenta minutos de la hora a la que nos habíamos citado y el jurisconsulto brillaba por su ausencia….

Cuando llegó mi turno el guardia me pidió un papel que, supongo, debía haber solicitado en alguna otra dependencia previamente… y que yo, por supuesto, no tenía…

Me dijo que sin ese requisito no podía dejarme pasar… le expliqué que “mi abogado” estaba ocupándose de eso, esperanzado, en que el doctor llegase y pudiese hacerme pasar sin aquel dichoso papel… Pasaron otros veinte minutos y me convencí de que no iba a llegar nunca… Me sentía miserable por los chocolates y ahora además por haber hecho todo ese papelón para nada…

Traté de convencer al guardia de que me dejara entrar sin aquel papel paro se negó rotundamente.

En un momento me armé de valor y aprovechando que él abría la puerta para dejar pasar a otra persona que salía, les empujé a los dos y me colé por el medio, dispuesto a pedir de favor a la dama a quién había venido a ver, que escuchara mi caso y diera una solución al mismo…

Casi me desmayo cuando al pasar así, casi violentamente, descubrí que tras la puerta no estaba el despacho privado de una funcionaria como yo suponía… Al cruzar el umbral de aquella puerta mis ojos casi se salen de las órbitas, estaba en el extremo de un enorme salón interminable, lleno de escritorios en los que cientos de funcionarias trabajaban frente a sus máquinas de escribir, llenado papeles como en una descomunal y ruidosa sala de dactilógrafas de los años cincuenta. Al fondo del salón de más de cincuenta metros de largo, se veía a una mujer tras un escritorio más grande que los otros, parecía la jefa de todo aquel maremágnum….

Me dirigí con paso firme y decido hacia, ella, primero caminando y luego a la carrera, cuando me di cuenta de que el guardia -una vez que pudo reaccionar por mi audaz forma de entrar a aquel recinto- venía tras de mi, dispuesto a sacarme a empellones al pasillo. Los últimos metros fueron casi una competencia atlética, todo el personal me miraba y muchas personas se pusieron de píe para ver cómo un desconocido barbudo portador de un enorme paquete de regalo vencía en aquella improvisada carrera al guardia de la puerta al que todos conocían…   

Llegué jadeando al escritorio de la jefa y me dirigía a ella por su nombre… -“¡Doña fulana de tal, supongo”… - “Servidora”, respondió…

-“¡Le he traído unos chocolates!”, dije… entregándole la gran caja con el lazo carmesí… Casi al mismo instante, sentí la manota del guardia sobre mi hombro. 

Ella hizo un gesto con la mano como para detenerle y dirigiéndose a él, dijo: -“tranquilo, yo me ocupo”… le señaló la puerta del otro extremo del reciento... y, dirigiéndose a mí, me indicó un sillón situado frente a su escritorio diciéndome, al mismo tiempo: -“Por favor, tome asiento”...  

Luego de sentarme y respirar aliviado; ella retiró la caja de chocolates de su escritorio y la colocó en una pequeña masa lateral.

-“No debió molestarse”, me dijo…, añadiendo a continuación:-“¿En que puedo ayudarle?”

-“¡En mi país decimos, que lo dulce quita lo amargo!”, dije…; añadiendo luego: -“…y vengo a contarle una historia amarga”…  
-“No creo que sea tanto…”, me dijo… -“¡Platíquemela, por favor...!”

Le eché todo el rollo, me escuchó con mucha atención, le mostré los documentos que probaban mis aseveraciones y la carta recibida… Le conté que teníamos una hija mexicana, que estaba acabando la tesis y ya no teníamos plata… En fin…

Me dijo que me iba a ayudar. Que habría una sanción pero que no sería mayor. Me pidió que pusiera por escrito todo lo que le había relatado, en una comunicación dirigida a ella, me dijo que la dejara personalmente en manos de una señorita del piso inmediatamente inferior y que la respuesta me llegaría por escrito a la dirección donde residía.

Por supuesto no le dije nada de mis cambios de dirección no reportados y le agradecí enormemente por su amable disposición para ayudarme. Crucé nuevamente el gran espacio lleno de oficinistas y salí sin siquiera regresar a ver al guardia de la puerta.

Llegue a la calle y frente al Hemiciclo de Don Benito Juárez, suspiré con alivio, primero por haberme librado de los chocolates y luego por haber conseguido cumplir el objetivo de esa audaz misión, a pesar de no haber contado con la ayuda de aquel abogado cuenta-cuentos. Al día siguiente regresé con la versión escrita de los hechos y la dejé en la oficina que  se me había indicado, con copias de varios anexos que le daban sustento. Ahora solo me quedaba esperar la respuesta que llegaría en un “sobre oficial” a la vieja dirección de Carlos Arcos.

Alrededor del 19 de enero, diez u once días después de mi graduación, llegó la esperada respuesta… Efectivamente no establecieron una multa ni ninguna sanción muy complicada, sin embargo en esa comunicación se daba a mi mujer un plazo de cinco días para abandonar el país debido a su irregular situación migratoria.

Como ya he relatado los papeleos de legalización de mi titulo me iban a tomar varias semanas, y tenía que ocuparme de empacar muebles y enseres, vender o enviar a Quito mi auto, despachar todo por carga aérea, incluido nuestro perro “Basil”. Era evidente que ese momento yo no podía salir de México con mi familia, así que buscamos un pasaje para Marie Thérèse y para mi hija Manon que tenía tan solo tres meses de edad., llamé a mi hermano Jaime para que las buscara en el aeropuerto y les diera posada hasta mi legada.…

Viajaron y llegaron a Quito el 22 de enero, justo cuando se inició el conflicto de Paquisha. Maríe Thérèse cuenta que en esos días no paró de llorar pensando que, por la guerra, yo no podría entrar al país y seguiríamos separados. Felizmente el conflicto con el Perú terminó el 5 de febrero.

Mientras tanto recién el 11 de febrero obtuve las últimas firmas para registrar título y papeles en la Embajada del Ecuador en México y pude comenzar a planear el retorno. Empaqué nuestros cacharros en cajones de madera que yo mismo confeccioné en casa de Bertha, y despaché todo por avión a Quito, con “Basil” incluido. Hice los papeleos de exportación del vehículo y viajé a Acapulco para despacharlo por barco a Guayaquil. Todo en tiempo record.

No recuerdo si fue a fines de febrero o si a principios de marzo que dejé México definitivamente. Me embarqué de madrugada en un vuelo de “Ecuatoriana de Aviación” y llegué nuevamente a la patria para iniciar mis responsabilidades profesionales y familiares en terreno conocido. Aquí seguimos.

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