lunes, 30 de mayo de 2011

Suecia 1: El problema de los enchufes y el fin de la viveza criolla…

En marzo de 2001 el Centro de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos – UN/HÁBITAT y el Ministerio de Finanzas de Suecia organizaron un Seminario Internacional en la ciudad sueca de Gävle como parte de los eventos previstos por la semana internacional de la vivienda. 

El tema del seminario fue:”Experiencias de financiamiento de operaciones habitacionales -en los  países desarrollados y en vías de desarrollo- y cómo esas experiencias pueden aportar a políticas para conseguir una vivienda adecuada para todos”. 

HÁBITAT me invitó a este seminario y ofrecí preparar una ponencia sobre el Programa “Paso a Paso” que CIUDAD estaba impulsando y comenzaba a mostrarse como una experiencia exitosa.

En realidad las lecciones aprendidas de esa experiencia, que han sido muchas y muy positivas, serían mucho más fácil estructurarlas hoy -luego de diez años de acción- pero ya en esa época despertaba interés y daba mucho que hablar.

Desembarqué en Estocolmo y tomé de inmediato un tren para Gävle.

Esta pequeña ciudad se encuentra situada cerca del mar Báltico junto a la desembocadura del río Dalälven, es la capital del condado de Gäyleborg y tiene una población cercana a  los noventa mil habitantes de los cuales, más de doce mil son estudiantes de la conocida “Universidad de Gävle” que recibe a numerosos estudiantes suecos y extranjeros de muchas proveniencias.

Gävle fue por mucho tiempo un pueblo pequeño con viviendas y edificaciones de madera, incluso con casas flotantes a la orilla del río. Por el tipo de materiales usados en sus construcciones, sufrió tres grandes incendios a lo largo de su historia. El último y mayor incendio tuvo lugar en 1869 y casi toda la ciudad fue arrasada por el fuego; sin embargo, su museo y biblioteca lograron salvarse y constituyen ahora parte de los atractivos del centro histórico, el barrio llamado Gamla Gefle (Gefle viejo).

Para detener la propagación de posibles incendios en el futuro, el pueblo adoptó un trazado urbano con calles rectas y anchas, grandes explanadas, generosas áreas verdes y bloques de edificios construidos con piedra y ladrillo.

Por todas estas circunstancias el seminario al que fui invitado se desarrolló precisamente en  Gävle pues esa ciudad en un muy buen ejemplo de la llamada “tercera vía sueca” para enfrentar el problema habitacional: las “cooperativas de vivienda en alquiler” que los suecos llaman "arrendamiento-propiedad". Esta alternativa es una opción intermedia, entre las tradicionales formas de tenencia de la vivienda: el alquiler y la propiedad individual.

En las “cooperativas de vivienda en alquiler” los edificios son propiedad de sus asociados pero éstos no pueden "comprar o vender" sus departamentos; disfrutan del derecho a alojarse “en arrendamiento” en su vivienda.

Cualquier ciudadano puede inscribirse en una cooperativa con una pequeña cuota de entrada y el pago de una cuota mensual  libre que se va acumulando en su "cuenta-vivienda” en la cooperativa. El monto de ahorro acumulado, le sirve como "puntuación" para tener prioridad en el acceso y elección de una vivienda. Esos aportes de los asociados permiten que las cooperativas puedan financiar, en parte, la construcción de las edificaciones de vivienda. Una vez adjudicada la vivienda, el cooperativista tiene derecho a permanecer allí el tiempo que desee –a condición de pagar cumplidamente su alquiler-. Además tiene derecho a participar en la gestión de la cooperativa.

En Suecia, con este sistema, casi cualquier persona puede optar por una vivienda en alquiler a un precio razonable. La “participación en la cooperativa” se puede vender o heredar y cuando el inquilino ya no necesita la vivienda, porque requiere una más amplia o en otra ubicación, puede recuperar el valor de su “participación en la cooperativa” -a valor real actualizado- con los rendimientos que ha generado la explotación de la cooperativa.

Estas "cuentas vivienda" que custodia la Cooperativa son una garantía para que todos sus miembros puedan llegara disponer de una vivienda y para evitar morosidad y mal uso o deterioro de las viviendas. Como las gestoras de cooperativas están agrupadas en grandes corporaciones, la movilidad para los inquilinos también está asegurada: pueden pasar de una a otra vivienda de la misma corporación sin grandes problemas.

Este sistema participativo ha sido muy útil para proveer de alojamiento adecuado a toda la población sin comprometer grandes recursos públicos, salvo los requeridos para la habilitación de suelo urbanizado y provisión de servicios básicos.

Fue muy interesante conocer estos detalles en las diversas charlas y visitas que las autoridades suecas de los ministerios de finanzas y de la vivienda habían previsto para difundir esta alternativa entre los participantes en el seminario al que fui invitado.

De nuestra región me acompañaron mi amigo mexicano Gustavo Romero Fernández de FOSOVI que presentó una ponencia sobre las “Experiencias de cofinanciación entre  organizaciones no gubernamentales - ONGs, organizaciones comunitarias - CBOs y el gobierno local en la ciudad de México” 
y el colega venezolano Jacobo Rubinstein de la Fundación “Vivienda Popular” que hizo una lectura regional referida al tema del “Financiamiento de la vivienda en América Latina”.


Antes de mi viaje a Suecia preparé dos ponencias; una conceptual sobre la problemática de la vivienda y otra, descriptiva e informativa, sobre lo que habíamos comenzando a impulsar en el interesante programa binacional llamado “Paso a Paso” que gracias a un financiamiento de la Unión Europea estábamos ejecutando dos ONGs andinas; DESCO en el Perú y CIUDAD en el Ecuador, merced a un convenio con varias ONGs europeas: Kate de Alemania, IEPALA y ASDE de España. 
Como el seminario se iba a desarrollar en inglés, contraté una persona que tradujo las ponencias a ese idioma. Sin embargo las traducciones me las entregó apenas el día anterior a mi viaje y sólo alcancé a terminar una presentación en Power Point de la primera. Decidí que la segunda podría concluirla en el hotel, pues mi exposición iba a tener lugar tan solo el tercer día del seminario. En CIUDAD ya nos habíamos modernizado lo suficiente para esas épocas y disponíamos de un computador portátil que llevé conmigo para poder concluir mi trabajo sin problema.

Sin embargo, al llegar al hotel descubrí con terror que los tomacorrientes suecos no coincidían con el enchufe de mi máquina.

En la actualidad los enchufes así como los tomacorrientes de pared se han estandarizado en la mayoría de los países europeos, sin embargo el Reino Unido mantiene un tipo de enchufe y tomacorriente diferente al resto de países de Europa. 

También hay problemas de estandarización en algunos países del Este, aunque son menores.

En la mayoría de los países de América Latina al igual que en los estados Unidos es frecuente el uso de los enchufes de dos patas planas 


En los últimos años, desde que se extendió en la región el uso de equipos electrónicos, se han hecho comunes también los enchufes con una pata adicional que sirve para la conexión a tierra. En Europa acontece lo propio pero las patas de estos adminículos son casi siempre de sección redonda.

En 2001 los enchufes y tomacorrientes variaban de un país a otro. Había de dos patas planas, de dos patas redondas, de tres patas planas, de tres redondas... en fin, un verdadero muestrario... En Suecia era común el uso de enchufes de tres patas -muy diferentes a los nuestros-, parecidos -aunque tampoco iguales- a los ingleses.

No tuve pues ninguna posibilidad de conectar mi computadora al tomacorriente en el hotel. 

Cuando vi que la batería estaba a punto de agotarse, guardé la información y salí en busca de algún almacén de insumos de electricidad para tratar de conseguir un adaptador. ¡Misión imposible! 



Recorrí varios supermercados, ferreterías y tiendas de artefactos eléctricos en el centro de Gävle tratando de encontrar el bendito adaptador y no fue posible conseguir nada que se le pareciera. 

Por más que explicaba a todos los vendedores el problema del enchufe de dos patas planas de mi computador y la necesidad de conectarlo al tomacorriente de la pared por medio de un simple adaptador, no conseguí ayuda alguna.

Al principio pensé que podía ser un problema de idioma, así que regresé al hotel y volví con el cargador y todos los cables del dichoso aparato, pero tampoco eso fue de gran ayuda. En Suecia no existen los “adaptadores” 

Surgió entonces ese foquito que se prende sobre la cabeza cuando comienza a desenrollarse de su letargo la “viveza criolla”.

Regresé a una de las ferreterías que ya había visitado anteriormente y, esta vez, sin preguntar nada a ningún dependiente, fui llenando un canasto con todo lo que iba a necesitar para solucionar mi problema: dos metros de "alambre gemelo”, un enchufe sueco de tres patas, un rollo de cinta aislante (de “taipe” como se diría por acá), una pequeña navaja y un destornillador.

Llegué a la caja con una sonrisa de oreja a oreja. La “viveza criolla” iba a triunfar sobre las “insuficiencias del mercado de insumos eléctricos” en ese “subdesarrollado país del primer mundo”, que ni siquiera había escuchado hablar de los adaptadores.

La cajera comenzó a pasar mis adquisiciones por el lector de códigos de barras, la máquina sacó la cuenta y ella me dijo muy amablemente: - “son tantas coronas” (el equivalente de unos veinte dólares)…

Cuando iba a pagar se acercó un supervisor y me preguntó de sopetón: - “¿Qué va usted a hacer con todas estas cosas?”…

Muy orgulloso de la solución que mi “viveza criolla” había encontrado para el problema de los enchufes no estandarizados y la inexistencia de objetos tan sencillos como los adaptadores en esos confines del mundo… le explique que iba a fabricarme un “enchufe sueco”, “entorchando” los alambres de mi "cable gemelo” a las patitas del enchufe de mi computador y que “por supuesto” usaría el “taipe” para forrar ese "invento” evitando el riesgo de un eventual cortocircuito.

El hombre abrió la boca y los ojos desmesuradamente y tomando la bolsa con mis “compras” me pidió que le acompañe para hablar con el ingeniero encargado de la “asesoría técnica al cliente”.

Seguí al dependiente hasta el segundo piso y me presenté ante un sueco de dos metros y de unos cincuenta años a quién también repetí con detalle, mi problema y la solución que había encontrado… (gracias a mi agudo ingenio, pensé…).

Este segundo personaje también quedó boquiabierto mientras me miraba con una admiración digna de mejor causa…

Luego de unos minutos atinó a preguntarme: -¿es usted ingeniero eléctrico, o electricista?”.

Ante mi respuesta negativa. El hombre me consultó si en mi país trabajaba en una empresa de electricidad o de instalaciones eléctricas.

Le respondí que no era así. Le expliqué que se me había ocurrido esa solución al no haber podido encontrar un adaptador en todas las ferreterías y tiendas de insumos de electricidad que había visitado.

Con mucha calma el hombre me explicó que lo que me proponía hacer no sólo era “sumamente peligroso” sino “absolutamente ilegal” pues transgredía diversas ordenanzas, varias regulaciones de seguridad, el código de prevención de incendios y, no sé cuantas, normas para el uso de artefactos eléctricos. Me dijo que por ser un turista no iba a denunciarme a las autoridades… pero que no me podía vender todo lo que estaba tratando de comprar, en salvaguarda de la seguridad ciudadana.

Puso un sello y una firma en el vale de caja y me pidió que le pida a la cajera la devolución de mi dinero.

No le discutí pero traté de pedir su consejo para que me ayudase a encontrar una solución al lío del enchufe americano en esas tierras nórdicas.

Abrí la maleta de la computadora y le mostré los cables, el cargador y el ya famoso enchufe americano de dos patas.

Me miró  un buen rato con cierta compasión y me preguntó si había ido a los almacenes de venta de computadores. Le dije que si había visitado dos o tres en busca de un adaptador pero que no tenían tal objeto…

Me dijo que por supuesto allí no conseguiría algo así, pero que en todas esas tiendas vendían el sistema completo (enchufe -sueco- de tres patas, cable, transformador/cargador y cable de conexión al computador)… Esta vez fui yo quien le quedó mirando con cara de bobo… la “viveza criolla” se replegó con el rabo entre las piernas y sólo atiné a preguntar: - y… ¿ese sistema no será muy caro?....

El tipo me contestó que seguramente no era caro, me preguntó la marca de la computadora y me dio la dirección de dos tiendas cercanas donde distribuían equipos de computación.

Fui caminando hasta la más próxima. Enseñe mi máquina y pregunté si tenían a la venta los cables. Me respondieron que si. 

El transformador/cargador y los cables venían en una presentación de fábrica de plástico transparente, sobre un cartón con la marca de mi equipo, la información técnica y las instrucciones de utilización. 

El vendedor verificó que el conector de entrada a la computadora era la misma que la de mi equipo y una vez comprobado ese pequeño detalle, me acompaño a la caja.  

Pagué por todo cinco veces menos que lo que iba a pagar por la canasta llena de insumos de “viveza criolla” que no pude comprar en la otra tienda.

Armado con mis “insumos de marca” (que incluía el enchufe sueco de tres patas), llegué al hotel y pude acabar en mi computador la presentación en Power Point para mi charla del día siguiente.
   
Ese computador cayó en desuso al poco tiempo… pero en CIUDAD tenemos todavía el transformador y los cables suecos… los guardamos pensando que en algún momento, yo mismo o alguno de nosotros, podía regresar a Suecia y… tal vez… podrían ser de utilidad. Ahora me he enterado que en ese país los enchufes se han estandarizado con los redondos muy usados en otros países europeos y esa precaución fue absolutamente innecesaria. (Otro golpe bajo a la “viveza criolla”…).

Al igual que Eduardo Galeano que escribió un delicioso artículo sobre este asunto, yo también soy de una generación en la que nada se botaba, todo se reparaba y tratábamos de ser inventivos para solucionar los problemas. En la actualidad hasta los helados y chupetes traen instrucciones para su uso, todo es desechable y cualquier aparato nuevo vale menos que los repuestos necesarios para repararlo. ¿Será que vivimos los últimos días de la “viveza criolla” que tantas veces nos sacó de apuros?

lunes, 2 de mayo de 2011

España 6: La vuelta a España en “Camping Car” Segunda Parte

Como ya he relatado, en 1989 viajamos a Europa con mi mujer y mis hijas para visitar a la familia y disfrutar de unos días de vacaciones tanto en Francia como en España.Alquilamos en Francia un “Camping Car” y emprendimos viaje al sur.

El vehículo tenía todas las comodidades posibles; a más de los asientos del conductor y el copiloto, contaba con asientos para cuatro personas alrededor de una mesa de comedor y dos puestos adicionales junto a una mesita auxiliar. Disponía de refrigerador, cocina, lavaplatos y baño completo. En la noche, esos espacios se transformaban, moviendo astutos mecanismos de manipulación muy simple, en dos camas matrimoniales y una pequeña cama auxiliar adicional.

El viaje en este vehículo fue una experiencia deliciosas, inolvidable para grandes y chicas.

En territorio francés hicimos varias paradas para visitar a queridos amigos.

La primera estación fue en Marigny-Laillé  donde estuvimos con Etienne Henry, su esposa Paca, sus hijos Celia y Manuel y coincidimos con Andrea y Carolina, hijas de Diego Carrión, que hacían un tour europeo en aquel año. Pasamos una tarde maravillosa en compañía de todos ellos.
  
Luego fuimos a Luigné, un pequeño poblado en la región de Anjou para visitar a nuestros amigos Jean Pierre y Evelyne Guillon y sus hijas Chloe y Albane que eran compañeras de clase y muy amigas de nuestras hijas.

Nuestro plan de recorrido incluía una rápida visita al país vasco francés y luego al país vasco español, para conocer los pequeños puertos y la serie de hermosos pueblos de esa zona. Pasamos por “Biarritz” y “Saint-Jean de Luz” y entramos a España por “Ondarroa” y “Lequeitio”.

Del país vasco español enfilamos hacia Castilla y León. Recorrimos una zona de pueblos casi fantasmas, sin niños y sin jóvenes, con casas muy pobres de piedra con mortero de tierra y techos de teja.

En esa zona visitamos el antiguo monasterio de Santo Domingo de Silos y un pequeño pueblo llamado Covarrubias. Parece ser que el primer Vásconez, llegó al actual territorio ecuatoriano en el siglo XVII provenía de ese pequeño poblado en la provincia de Burgos.

De la región de Burgos fuimos al sur, hacia Toledo, capital de la provincia del mismo nombre, conocida como la ciudad de las tres culturas, por haber estado poblada durante siglos por cristianos, judíos y árabes. Se la conoce también como "Ciudad Imperial", por haber sido la sede principal de la corte de Carlos I.

La ciudad está situada en la margen derecha del Tajo, en una colina que domina una curva del río conocida como el “Torno del Tajo”. La ciudad fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987 y fue el lugar de residencia del célebre pintor “Domenico Theotocopoulos” conocido como “El Greco” quien a los 36 años se estableció en Toledo, donde trabajó el resto de su vida.

La ciudad alberga decenas de magnificas obras de arquitectura civil y religiosa pero por la fama del maestro son muy visitados el “Museo de El Greco” que recrea el domicilio del artista y la iglesia de Santo Tomé, de estilo mudéjar, que alberga el famoso cuadro “El Entierro del Conde de Orgaz”.

Recorrimos Toledo todo un día. Mis hijas quedaron tan agotadas que a la mañana siguiente nos plantearon muy serias que no querían regresar a trotar calles, que preferían permanecer en el camping donde descubrieron, había una piscina, así que mi esposa se quedó con ellas y yo tomé un bus para terminar el recorrido por esa magnifica ciudad y sus tesoros. 

Ya he relatado que así conocí a Claude y Christine Finel; al regreso de Toledo coincidimos en el bus con esta pareja de alsacianos. Les invité a tomar una cerveza y pudimos conversar de todo un poco. Al despedirnos esa noche intercambiamos direcciones y números de teléfono y nos comprometimos a tratar de visitarnos en la primera ocasión que fuese posible, ellos a nosotros en Ecuador y nosotros a ellos en Alsacia, propósito que pudimos cumplir dos años más tarde, en 1991.

De Toledo nos trasladamos a Segovia, capital de la provincia homónima situada en la confluencia de los ríos  Eresma y Clamores al pie de la sierra de Guadarrama.

En el casco antiguo se levantan numerosos edificios históricos -civiles y religiosos-; pero el acueducto es el símbolo de la ciudad. Se supone que data de fines del siglo I o principios del II. Esta singular obra es la más importante construcción de ingeniería civil romana en España, tiene más de 800 metros de largo, está soportada en más de 170 arcos y su parte más alta mide casi 30 metros. La ciudad vieja y el célebre acueducto de Segovia fueron declarados Patrimonio de la Humanidad hace algunos años.

De Segovia partimos para visitar Salamanca. Esta hermosa ciudad, capital de la provincia del mismo nombre;  tiene una población de 150.000 habitantes y está situada junto al río Tormes. En 1988, también fue declarada Patrimonio de la humanidad por la UNESCO. 

La ciudad es la sede de la famosa Universidad de Salamanca, la institución de educación superior más antigua de España. Fue fundada en 1218 y hasta ahora es una de las universidades más prestigiosas  y respetables de Europa, de ahí la célebre frase: “Quod natura non dat, Salamantica non praestat”, (“Cuando la naturaleza no da, Salamanca no presta”); que en lengua de nuestra tierra, se traduciría por: “un mushpa, por que más que asista a Salamanca, seguirá siempre mushpa”.

Con mis hijas reímos mucho buscando en la fachada de la Universidad la rana tallada sobre una de muchas calaveras que la decoran.

La famosa ranita es por sí misma uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Según la leyenda, el estudiante que no la logra ver, no logra aprobar el curso. Dicen que simbolizaba la lujuria y era un recuerdo a los estudiantes de que debían centrar sus esfuerzos en estudiar y no en entregarse a otras actividades… (por más tentadoras que ellas fueren…).

En una pequeña fonda, en uno de los portales de esta famosa ciudad universitaria,  disfrutamos de su excelente gastronomía; -Salamanca es conocida por sus embutidos- como entrada pedimos una porción del afamado Jamón de Guijuelo, habitualmente llamado "Jamón de Salamanca". Pedimos luego platos diferentes para probar un poco de todo: la deliciosa “chanfaina” (arroz con trocitos de chorizo y de carne de cerdo) y el famoso “hornazo” (empanada rellena de carne, chorizo, jamón y huevos duros); un delicado plato de “ternera charra” y una porción de queso “arribés” de leche de oveja. Todo acompañado con un buen vino de la región. Por supuesto las hijas no comieron gran cosa y los restos los empacamos para poder cenar en la noche.

De Salamanca emprendimos viaje a Ávila, capital de la provincia de Castilla y León. Se la conoce como “Ávila de los Caballeros”, “Ávila del Rey” o “Ávila de los leales”. La ciudad es célebre por la gran muralla medieval de estilo románico, famosa por sus dimensiones colosales pero igualmente por ser una edificación completa en excelente estado de conservación.

La muralla de Ávila se inició en el año 1090 encierra un espacio urbano de 31 hectáreas al que se accede por nueve imponentes puertas. Tiene un perímetro de dos mil quinientos metros y está compuesta por 88 torres de planta semicircular; incluye 2.500 almenas. Su espesor medio es de tres metros y su altura promedia es de doce metros.

La ciudad alberga un gran número de iglesias románicas y góticas, de muy buena factura y una variedad de claustros y conventos; fue igualmente, declarada Patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO, en 1985.

Con mis hijas disfrutamos de las conocidas Yemas de Santa Teresa, dulce típico fabricado en diversas pastelerías de la ciudad también conocidas como “Yemas de Ávila”.

Nuestra siguiente escala fue Pamplona. Llegamos a esa ciudad luego de un agotador recorrido con el sol siempre encegueciéndome  mientras conducía pues la carretera, en esa época del año, se dirige hacia el poniente y, como estábamos todavía en verano, tuve el sol frente a mis ojos desde las cinco hasta las nueve de la noche.

Pamplona es la capital de Navarra, cuanta con una población cercana a los doscientos mil habitantes y su estructura urbana está atravesada por varios ríos: el Arga, el Elorz y el Sadar, lo que le da un sabor muy especial.

Su patrimonio histórico y monumental, así como diversas celebraciones que tienen lugar a lo largo del año, la convierten en un importante destino turístico nacional e internacional. Destaca la famosa fiesta de los Sanfermines del 6 al 14 de julio con sus célebres corridas. Cuando llegamos estas fiestas apenas habían concluido y todavía se veían saldos de las barreras que se disponen en las calles para canalizar a toros y corredores hacia la plaza y proteger de accidentes involuntarios a los numerosos espectadores.

Al llegar a Pamplona, recordé que allí vivía mi buen amigo César Viteri, con quien fuimos compañeros y amigos en la escuela y el colegio. En 1970 cuando comenzamos los estudios en la Universidad Central, él en la facultad de medicina y yo en arquitectura, el doctor José María Velasco Ibarra que fungía por quinta ocasión como presidente de la república, se declaró dictador como era su costumbre y, entre otros decretos urgentes, emitió uno cerrando “hasta nueva orden” nuestra casa de estudios.

Como consecuencia de ese hecho, algunos compañeros se fueron a recorrer el mundo, otros dejaron los estudios, otros como yo entramos a la Politécnica para “no perder el tiempo” (absurda decisión pero, así éramos, tontamente responsables) y otros como César hicieron maletas para seguir sus estudios fuera de los confines de la patria. 

Huelga decir que yo aprobé el pre-politécnico… pero apenas se volvió a abrir la Universidad Central, boté la regla de cálculo y volví al tablero de dibujo. Para mi el asunto era claro, lo mío era la arquitectura y no la ingeniería.

César en cambio, no regresó a “la Central” ni al país. Hizo toda su carrera de medicina en Pamplona en la Universidad de Navarra y luego, su especialidad en neurología en esa reputada casa de estudios. Trabaja desde joven en la Clínica Universitaria dependiente de esa Universidad y hoy es un prestigioso docente e investigador en temas de neurología.

Mientras estudiaba en Navarra, César había venido un par de veces a Quito para visitar la su familia y siempre tuvo la amabilidad de llamarme para encontramos, charlar y ponernos al día en nuestras mutuas experiencias académicas. Sin embargo en los últimos años no nos habíamos visto ni habíamos tenido contacto por carta, desde hacía un buen tiempo. 

Cuando llegamos a Pamplona, le dije a mi mujer, voy a llamar a César, nos detuvimos en un café y solicité la guía de teléfonos, no fue difícil dar con su nombre y conseguir el número telefónico de su casa.

Llamé del mismo sitio. Cuando respondió, traté de hacer una entonación española y pregunté si podía hablar con el doctor César Viteri Torres… no nos habíamos visto en al menos ocho años pero él de inmediato me reconoció: -¡Mario!, dijo, y añadió -¿de dónde estás llamando, estás en España? Cuando le respondí que no solo estaba en España, sino en Navarra y posiblemente a pocos minutos de su casa, me insistió en que fuera de inmediato para allá. Le comenté que estábamos en un “camping car” y que bastaría con que pudiésemos vernos y darnos un abrazo, pero que no queríamos molestar.

Me comentó que desgraciadamente Magdalena, su esposa y sus hijos no estaban en casa pues habían viajado para visitar a sus suegros, en cambio él tenía en casa a sus papás que habían venido a pasar unos días con ellos y estaban ya por regresar al Ecuador, la única opción de verlos sería, toparnos esa noche. Le dije que ya íbamos para allá pues sería un gran gusto poder saludar a don César ya doña Alicita a quienes tampoco había visto en muchos años. 

Me dio su dirección y las indicaciones de cómo llegar hasta allí y al poco tiempo estábamos ya sentados en su departamento compartiendo un buen vino y un montón de afectos y recuerdos.

Su mamá preparó una deliciosa comida y nos quedamos charlando hasta muy tarde. Luego bajamos a nuestro aposento rodante que habíamos aparcado en el estacionamiento de en frente y nos dispusimos a pasar allí el resto de la noche.

A la mañana siguiente César nos acompañó a conocer algunos lugares de los innumerables atractivos de Pamplona y desgraciadamente, antes del medio día, tuvimos que dejarle pues nos quedaba todavía un buen trayecto hasta la frontera y luego un largo camino hacia Paris, a donde debíamos llegar en dos días para devolver el vehículo sin penalidad alguna. 

Regresamos a Francia por Saint-Jean-Pied-de-Port pintoresco poblado atravesado por el río Nive, situado a unos ocho kilómetros de la frontera. La ciudad tiene menos de mil quinientos habitantes y es una de las etapas del famoso “Camino de Santiago”. La ruta parte de “le Puy-en-Velay” en Francia y se extiende hasta el paso de Roncesvalles y desde allí a “Santiago de Compostela” en España. Saint-Jean-Pied-de-Port también se encuentra en la “ruta de Nive”, una variante del “Camino de Santiago”, que es seguido por los peregrinos que parten de Bayona. 

Saint-Jean-Pied-de-Port es un pueblo por demás pintoresco, su casco antiguo fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Se entra a la ciudad por la puerta de “Saint-Jacques”, abierta en las murallas que datan del siglo XV. Del “Pont Neuf” (Puente Nuevo), se pueden admirar las antiguas casas, con sus balcones de madera, construidas sobre en río Nive. 

Es muy visitado el puente de “Notre Dame” que nace en el campanario de la iglesia del mismo nombre y permite el acceso a la “rue de la Citadelle” a través de una impresionante puerta de madera, muy bien conservada. La “rue de la Citadelle” es una calleja empinada bordeada de preciosas casas con fachadas de piedra de tonos grises o rosados y pintorescos macetones con flores multicolores.  En muchas de esas casas se brinda refugio a los peregrinos que recorren, todos los años, la célebre “Ruta de Santiago”. 

Fue muy lindo el poder recorrer esas viajas callejas y familiarizarse con esos históricos lugares.

Era imposible hacer nuestro viaje hacia Paris en una sola jornada pues debíamos recorrer más de  ochocientos kilómetros atravesando Bordeaux, Niort, Poitiers y Tours; así que decidimos romper el trayecto en dos tramos.


De Bordeaux nos dirigismo hacia el noreste, en dirección de Limoges y aprovechamos para visitar a nuestros amigos Arturo y Martine Nafarrate. Su hija Alexandra había sino muy amiga de Manuela cuando vivieron en Quito y queríamos conocer a su segunda hija, Olivia, que nació cuando Martine trabajaba en el liceo francés de Bogotá. 

Estos queridos amigos nos recibieron con afecto y nos hicieron conocer la ciudad de Limoges y varios pueblos de los alrededores. La pena fue que no pudimos quedarnos con ellos mucho tiempo por la premura en la entrega del vehículo.

Salimos al día siguiente a media mañana y llegamos a la casa de mi cuñado Michel; él estaba todavía casado con su primera esposa Anne Marie y vivían en la región de Mennecy, no lejos de Fontainebleau. Allí hicimos una limpieza general del “camping car”, por dentro y por fuera y Michel nos acompañó a devolverlo al final de la tarde como habíamos acordado en el contrato. 

Este viaje fue fantástico para todos nosotros. Siempre pensamos en repetirlo en algún otro lado del mundo, pero nunca se presentó la oportunidad. Como lecciones aprendidas, nos quedó claro que seleccionamos un vehículo demasiado grande, que resultaba lento en las vías rápidas, y difícil de operar en las pequeñas calles de las ciudades y pueblitos históricos. 

De otro lado, tampoco fue realmente necesario todo su equipamiento interior (cocineta, refrigeradora, baño) pues la mayoría de los sitios de camping brindan una serie de facilidades: acometida eléctrica y de agua para cada vehículo e instalaciones sanitarias (lavabos, excusados y duchas provistas con agua caliente). 

En muchos de estos sitios se dispone de pequeños micro-mercados, lavadoras y secadoras para la ropa, así que quienes se lanzan a una aventura turística en casa rodante, tienen todas las facilidades para disfrutar de esa opción, con todo confort y sin pasar ningún tipo de penurias.

De todas formas… como dice el dicho, “lo comido, lo bebido y lo bailado nadie nos podrá quitar”; ese viaje fue una maravillosa experiencia para toda la familia.