viernes, 8 de junio de 2012

México 9: Un perro viajero: el famoso Basil en México


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. En agosto de 1979 decidimos, con Marie Thérèse, que íbamos a continuar la vida juntos, ella renunció a su trabajo en la Embajada de Francia en el Ecuador y se vino a México para comenzar nuestra aventura mexicana de pareja.

Pero no vino sola.

Cuando Marie Thérèse llegó a México, arrendamos un departamento en la calle Culiacán en la Colonia Hipódromo Condesa, no lejos del Zócalo y unas pocas semanas después llegó el famoso Basil.

Luego de una gira por varios países de América -creo que por el año 1975- en un viaje muy singular que realizó –desplazándose en bus- desde Nueva York hasta Bolivia años atrás, al final del cual vivió por algún tiempo en Quito y dio clases en la Alianza Francesa, Maité regresó a Francia. Allá vivió en Pau, en la región de los Pirineos, en una comunidad artesanal haciendo cerámica. Así conoció a Basil.

Basil era un bonachón pastor de los Pirineos, de pelo largo, mirada bondadosa, profundamente desobediente y con una serie de mañas que no logramos corregir en los casi quince años que vivió con nosotros. 

Basil tenía una pasión formidable por el agua, no había charco, piscina, laguna, acequia o pileta que pasara desapercibida para él. En el menor descuido de nuestra parte, Basil se lanzaba al agua. Los resultados siempre eran desastrosos y harto complicados. Si se revolcaba en un charco quedaba apestando a lana mojada. Si se metía en una fuente el resultado era el mismo… pero además –luego de salir del agua- se sacudía como un loco, salpicando a todos y a todo lo que estaba a su alrededor. En varias ocasiones tuvimos que salvarle la vida pues saltó a una piscina o a una acequia, sin medir que con el largo pelaje mojado le iba a resultar terriblemente difícil nadar y comenzaba a hundirse sin remedio. Lo propio acontecía en el mar… apenas llegábamos a la orilla, Basil se lanzaba a las olas con resultados desastrosos, se hundía y la marea le revolcaba en la playa… luego no solo olía a diantres sino que además dejaba un reguero de arena por donde pasaba.

En general era un perro sumamente tranquilo, pero en auto era inmanejable. Apenas veía a otro perro, a un gato, a una vaca e, incluso a un policía, se alocaba, ladraba como un endemoniado y saltaba de una ventana a otra como queriendo lanzarse del vehículo para buscar pelea; el riesgo de originar un accidente por todos eso excesos era, por supuesto, muy grande. En ocasiones Maité le tapaba los ojos cuando íbamos a cruzar a otro perro, para impedir que vea al otro animal desplazándose frente al auto… en aquellas ocasiones en las que  ella no era los suficientemente rápida y Basil comenzaba su circo de saltos y ladridos, había que abalanzarse sobre él y mantenerle aprisionado hasta que el otro viandante hubiese desaparecido de su campo visual.

Era un amante apasionado de la basura. Si un basurero no estaba bien tapado o si una bolsa con desechos quedaba a su alcance, Basil se ingeniaba para desparramar todo, ensuciar varios metros cuadrados a su alrededor y buscar huesos de pollo, cáscaras de queso, sobras de comida o cualquier otra cosa de su agrado. Para él no tenía ninguna importancia si se instalaba a roer sus tesoros en un patio de cemento, en el césped, en un reluciente parquet  encerado o en una alfombra recién lavada. Y qué decir de los pañales usados; Basil adoraba también esos exóticos sabores…

Le encantaba revolcarse en estiércol de vaca o de borrego. Los expertos dicen que los perros actúan así porque afloran sus viejos instintos de cazadores y camuflan su propio olor con olores característicos de otros animales y aún con el de sus mismas presas; eso podrá ser así, pero el resultado de un acto delictivo de esa índole, cuando se comparte un pequeño departamento con aquel predador de pacotilla es sencillamente terrible… Cuántas veces debimos lavar a Basil para sacarle aromas nauseabundos, sin importar la hora del día -o de la noche- y sin importar si teníamos -o no- prisa, pues no le podíamos dejar a que continuara esparciendo “su camuflaje odorífero” en muebles y alfombras.  

Otra impresionante característica de Basil era su habilidad innata para el robo. Al menor  descuido, entraba sigilosamente a la cocina y daba fin de quesos enteros, de paquetes de jamón recién abiertos, jugosos bistecs o pasteles recién sacados del horno. Adoraba robar ollas y sartenes donde se había preparado algo de su agrado para dejarlos relucientes con su rugosa lengua. Todos los platos y adminículos de cocina debían ser lavados de inmediato para evitar que él decidiera encargarse de limpiar todo primero.

Le encantaba armar pelea, cuando le sacábamos para que pudiera hacer sus necesidades, si por casualidad aparecía por allí algún otro perro, de cualquier raza o tamaño, con el dueño o sin él… Basil se lanzaba hacia el intruso; si era hembra, le olía, le daba vueltas por delante y por detrás y orinaba profusamente en todo árbol, en toda cerca, vehículo o bote de basura de los alrededores; si era macho el asunto se complicaba… se lanzaba de inmediato al ataque. Los resultados eran casi siempre deplorables… señoras encopetadas que nos mandaban a la porra por la revolcada que nuestro héroe había dado a su bien peinado “french poodle”, a su “chihuahua” o a su minúsculo “pomerano con abrigo rojo a cuadros”… señores que nos insultaban por la pelea entre iguales que Basil ocasionaba con callejeros de raza indefinida, orejudos “cocker”, manchados “dálmatas” o “chow chows” de lengua negra… y claro, si el agredido era un “pastor alemán”, un “gran danés” o un “dóberman”, el que pagaba las consecuencias era el propio Basil que regresaba herido, sangrante y magullado ante la mirada complacida de los propietarios de los canes más grandes.

Aprendimos a sacarle siempre con traílla y a retirarnos tranquilamente hacia otro sitio si veíamos por allí a algún otro perro, solo o con sus amos. Basil nunca aprendió sociabilidad canina y siempre nos metió en líos con sus ladridos, gruñidos y ataques imprevistos a todo otro ser del género “canis vulgaris”. En definitiva no soportaba a ningún otro perro. No pudimos quitarle aquella tara. Nunca supimos si lo hacía por defendernos o porque se creía el rey de la creación. Como dicen en México lo más seguro es que ¡quién sabe!....

Casa adentro en cambio, Basil era un sujeto adorable, tranquilo, solidario, acolitador y buen acompañante. Se tendía a nuestros pies (a los de Maité si estábamos allí los tres, o a los míos si ella estaba fuera)…permanecía allí hasta que nos cambiábamos de lugar o de habitación; si eso acontecía, él también se levantaba, nos seguía y volvía a acostarse en el nuevo lugar. A horas regulares pedía que le sacáramos para cumplir sus necesidades fisiológicas o que atendiéramos sus demandas de comida.

Tenía actitudes de afecto y de dulzura casi humanas… quizás fuera por eso que le pasábamos por alto sus otros comportamientos alocados y delincuenciales…

Un par de meses después de la llegada de Maité a los Pirineos franceses, Basil decidió adoptarla y dejó de ser un perro solitario de las montañas, sin rebaños de ovejas de que ocuparse, solterón y desocupado. Cuando con su proverbial testarudez decidió que su original dueño no era tal y que él se iba a pasar a vivir con Marie Thérèse, así lo hizo. Dejó de preocuparse por los otros humanos y por los demás perros y se convirtió en la sombre de mi mujer.

Cuando Maité dejó la zona de los Pirineos para venir por segunda vez al Ecuador, Basil ya era parte de su vida. Imposible pensar en dejarle. Aun sin empleo fijo en el Ecuador y sin enorme disponibilidad de recursos, Maité compró su pasaje de avión para Quito y pagó las vacunas, los permisos y el valor del envío del famoso Basil por carga aérea para que se reuniera con ella unas pocas semanas después de su salida hacia tierras ecuatorianas.

Alguna amiga de buena voluntad quedó encargada de enviar el peludo paquete en una jaula y después de un viaje larguísimo, no se por qué ruta, llegó al aeropuerto “Charles de Gaulle” y cruzó luego el Atlántico para desembarcar en el aeropuerto “Mariscal Sucre” de Quito.

¡De los Pirineos a los Andes, por Air France!… (se imaginarán por qué, yo siempre he sonreído cuando alguien dice “¡qué vida de perros!” para referirse a una existencia dura y complicada).

Cuando con Maité decidimos embarcarnos en aventuras matrimoniales en México, uno de los temas a resolver era el de Basil y el de otra perrita que ella había adoptado, llamada Ashca.

Ashca era una dulce pastora alemana que perteneció a dos buenos amigos, Jean-Yves e Isabelle Hulet. Ellos eran voluntarios de la cooperación belga y cuando terminaron su misión en el Ecuador regresaron a Bruselas, Marie Thérèse ocupó su departamento y se quedó con sus plantas y su perrita, así Basil tendría buena compañía durante el día mientras ella salía a trabajar.

Ashca era todo lo contrario de Basil, inteligente, atenta, obediente, respetuosa de la comida ajena, no se lanzaba al agua, ni armaba bronca con nadie.

Sin embargo, venir a México con dos perros, habría sido una locura…

Marie Thérèse escribió a los Hulet y ellos estuvieron totalmente de acuerdo en recuperar a su perrita.

Maité embarcó a Ashca hacia Bruselas y contribuyó al rencuentro de esa familia en el país de la cerveza. Cuando Jean-Yves e Isabelle vinieron a México en 1979, nos contaron que Ashca era feliz con ellos; se había adaptado sin problema a la vida en un departamento y supongo que aprendió a hablar flamenco de inmediato. (Cuando los visitamos años después en Bruselas, Ashca reconoció a Maité, le hizo muchas fiestas, pero inmediatamente fue a ponerse al lado de su dueño).

Unas pocas semanas después del viaje de Marie Thérèse a México, alguna otra amiga de buena voluntad quedó encargada de enviar el peludo paquete en una jaula y Basil emprendió su segundo largo viaje por avión… Se embarcó en el aeropuerto “Mariscal Sucre” de Quito y luego de varias horas de vuelo sobre Colombia y el Caribe, llegó al aeropuerto “Benito Juárez” de la capital mexicana.

¡Del Pichincha al Popocatéptl, por vía aérea!… (…repito lo dicho: “¿de qué vida de perros me hablan?”…

En esas épocas no había Internet, ni e-mails, ni escáner, ni DHL, así que la amiga solo pudo llamarnos para avisarnos la fecha y el vuelo por el que Basil iba a llegara México.

En la fecha prevista salimos para el aeropuerto sin ningún papel que amparara el retiro del “paquete”.

Basil iba a llegar en un vuelo nocturno de Ecuatoriana de Aviación que, si no me equivoco, llegaba coma a las ocho de la noche. Nos presentamos en las oficinas de la compañía con suficiente antelación, pero nos informaron que no tenían ninguna información previa sobre la “carga” antes de la llegada del vuelo. Tendríamos que esperar el arribo de la aeronave para poder obtener una copia de la “guía aérea” que nos serviría para cumplir todas las formalidades que exigían las “autoridades mexicanas” para el retiro de cualquier “envío” que hubiera llegado por vía aérea.

Fuimos a la zona de llegada de pasajeros pero una vez que todos salieron y nadie nos dio ninguna información sobre el animalito volvimos a las oficinas de “Ecuatoriana”… Tuvimos que esperar allí como una media hora y por fin cerca de las nueve y media llegó un funcionario con la documentación de la “carga” que había llegado en ese vuelo. Trataron de convencernos de regresar al día siguiente, pues todavía debían ordenar y registrar toda esa documentación; felizmente atendieron nuestro pedido de entregarnos los papeles esa noche pues nuestra “carga” era un perro que ya había estado encerrado en una estrecha jaula todo el día y no podíamos dejarle sin comida y agua un día más.

Nos enteramos que todo tipo de “carga” (incluyendo “equipajes no acompañados” y “animales vivos, no acompañados”) no ingresaba a la terminal de pasajeros sino que era trasladado de inmediato al edificio de la aduana situado en otro sector del aeropuerto.

Tomamos un taxi y nos dirigimos hacia esa dependencia de inmediato. Al llegar ya eran como las diez de la noche y teníamos miedo que las oficinas estuvieran cerradas. Sin embargo había atención nocturna para ciertos casos como el nuestro y luego de unos quince minutos de espera un malhumorado funcionario nos atendió en un viejo escritorio repleto de todo tipo de documentos y papeles.

Explicamos a este ciudadano que el animal motivo de los trámites estaría en México solo el tiempo que me faltaba para finalizar los estudios y que luego nos lo llevaríamos de regreso para el Ecuador. Nos recomendó llenar una forma para “internación temporal de la mercadería”. Nos prestó una vieja máquina de escribir y nos pusimos a rellenar un largo formulario (con copias celeste, amarilla, verde agua y rosada) en el que se detallaba pormenorizadamente el tipo de “carga” que deseábamos ingresar al país. Felizmente mucha de la información solicitada constaba en la guía cuya copia nos habían entregado en la aerolínea y pudimos llenar sin problema datos como el peso y las “dimensiones” del “envío”… también pudimos transcribir ciertos tecnicismos que constaban en ambos documentos; siguiendo lo que decía la guía, pusimos “animal vivo” en vez de “perro” en el formulario… en la casilla “descripción del contenido” pusimos “mascota doméstica”, como constaba en el papel de la aerolínea y “sin valor comercial” en el espacio previsto para “valor declarado”…

Cuando terminamos de llenar todas las casillas, firmamos en el original y en las copias de colores y adjuntamos fotocopias de mi pasaporte, de mi FM9, del pasaporte de Marie Thérèse que por suerte habíamos llevado con nosotros y de la guía de la compañía aérea.

El adormilado burócrata estampó varios sellos y trazó enérgicamente su firma en todos los papeles y sin inmutarse nos dijo que debíamos cancelar una cierta cantidad que no recuerdo…. Le dije que en el formulario mencionaba que ese trámite no tenía costo, pero me replicó -casi exigiéndome- que no tendría costo en horario normal, pero él nos había atendido en “horario nocturno”… Sin decir nada saqué el dinero y pagué, se quedó con la copia rosada y nos devolvió los demás papeles, instruyéndonos que teníamos que ir a la oficina del “vista aforador” para que estableciera el valor a pagar por la “internación temporal” de la carga. Intenté protestar explicándole que no se trataba de un bien comercial, sino de una mascota, pero me hizo entender que eso debería discutirlo con el “vista”…

Nos dirigimos a la puerta de la oficina de este otro funcionario pero nos topamos con la novedad de que estaba cerrada. Regresé a donde el primero y le informé ese particular para preguntarle qué debía hacer. Sin mirarme respondió entre dientes: –“a esta hora debe esta comiendo”… añadiendo -ya de salida- antes de cerrar la puerta y desaparecer por el pasillo: -“espérale, ya vendrá”…

Entre éstas y las otras, ya eran como las once de la noche…

Como de la nada, se materializó a nuestro lado un segundo personaje que, abriendo la puerta de la oficina junto a la cual nos encontrábamos esperando, nos invitó a pasar: -“Adelante”, dijo, añadiendo enseguida: - “En qué puedo ayudarles”…

Le expliqué la llegada de Basil, le mostré los papeles y le solicité que estableciera el “aforo” de aquella “internación temporal”, no sin antes mencionarle que no se trataba de una importación lucrativa… y le mostré la guía aérea y el formulario que habíamos rellenado en los que se señalaba “sin valor comercial” en las casillas correspondientes…

De inmediato argumentó que si habíamos traído desde otro país al animalito y además por vía aérea, debía ser un “ejemplar valioso”, de “pura raza”, que posiblemente se trataba de un “reproductor” y que sin duda podríamos lucrar con él, alquilándolo como semental durante el tiempo que iba a permanecer en México. Maité se metió en la conversación, explicó que Basil era su perro, que no pensaba hacer negocio con él, que lo había traído porque lo quería, que no por ser un perro podía haberlo abandonado… y, qué se yo, cuantos otros alegatos.

El tipo permanecía inmutable…

Se me prendió la chispa y tímidamente dije: -“pero, ¿supongo que habrá alguna manera de llegar a un acuerdo, verdad?...

Allí cambió la expresión del funcionario…

-“Pos claro, mano”, dijo… añadiendo: -“Ahí si… comenzamos a entendernos”…

-“Su amigo dijo que iba ir a comer”…, mencioné… -“¿Será posible que podemos invitarle la cena?”, pregunté…

-“Te acepto porque efectivamente no he cenado”, dijo…-“y mi amigo, tampoco”, añadió.

-“¿Cuanto será el valor de las dos cenas?”, pregunté…

Me dio una cifra y al ver que metía la mano en el bolsillo en busca del dinero, como arrepintiéndose, complementó su demanda: -“y le añades el doble por los gasto de aforo nocturno”…

-“De acuerdo”, dije y le presenté los papeles.

Marcó “sin coste” en la casilla respectiva, estampó su firma y un sello en el original y en las copias, desprendió la de color verde, la guardó en su escritorio, se enfundó el dinero y entregándonos la documentación nos dijo: -“Ahora deben pasar por la revisión de “sanidad animal”.

Cuando nos dimos cuenta, el hombre había desaparecido y la puerta donde se leía “Secretaría de Agricultura y Ganadería – Oficina de Sanidad Vegetal y Animal”, se encontraba, por supuesto, cerrada.

Ya no quedaba nadie en esas dependencias, recorrimos varios corredores y nos topamos con docenas de puertas cerradas. Llegamos por fin a una puerta que daba hacia el exterior; estaba abierta, salimos…y nos encontramos en una especie de patio de carga que comunicaba con la pista del aeropuerto y con varias bodegas -algunas cerradas y otras abiertas-. Nos dirigimos a una en la que había luz y se apreciaba alguna actividad y descubrimos a un grupo de trabajadores que desembarcaban cajas y paquetes de los típicos carritos de aeropuerto. Luego de saludar les consultamos si sabían dónde podía encontrar al funcionario de sanidad animal que estaba de turno. Señalaron un edificio anexo ubicado a cierta distancia, al otro lado del patio, que tenía también las luces prendidas y denotaba actividad en el interior. Nos encaminamos hacia allá  y entramos en una especie de sala en la que un grupo de personas, todos hombres, tomaban cerveza y veían un programa de lucha libre en la televisión.

Dejé a Maité en la puerta y me encaminé hacia el grupo, saludé y pregunté si por casualidad estaría por allí la persona encargada de “sanidad animal”. Un personaje chaparrito, barrigón, con un arrugado traje gris que apenas le cerraba, una camisa a punto de explotar, la corbata corrida y un cuello almidonado -que posiblemente fue blanco- abierto para dejar en libertad varios pliegues de su cuello húmedo y grasoso, se levantó y dijo: -“Soy yo… ¿qué se le ofrece?”…

Le expliqué la llegada de Basil, le mostré los papeles y le solicité que me habían dicho que debíamos someter al animal a una inspección de “sanidad” para poder retirarle de la aduana…

De inmediato comenzó a rezongar y a mencionar -en una interminable perorata- todo tipo de inconvenientes y problemas… Por último mencionó que no podía atendernos y que debíamos regresar al día siguiente…

Como yo ya había aprendido la lección, le repliqué de inmediato que el pobre animal ya no podría pasar otro día sin agua ni alimento y le mencioné que estábamos al tanto que para ese tipo de trámites debía haber una “tarifa especial nocturna”, y que no teníamos ningún problema en cancelarle de inmediato si tenía la amabilidad de ayudarnos… Regresó a ver al “vista” que también se encontraba en el grupo y éste le hizo una seña afirmativa con la cabeza…

El gordo dijo: –“de acuerdo” y se encaminó a la puerta…

Le seguimos a través del patio y se dirigió sin dudar hacia una bodega que se encontraba abierta y en plena actividad. A la entrada había una pequeña oficina en la que otro personaje revisaba una cantidad de papeles y los iba acomodando en pequeñas pilas sobre un minúsculo escritorio; daba la impresión que todo se tenía allí en equilibrio precario y que el rato menos pensado aquella papelería caería irremediablemente al piso acabando con el trabajo del día.

El inspector de sanidad entró en aquel reducido espacio, enseñó nuestra documentación y habló con su colega… luego de unos segundos salieron los dos, dirigiéndose sin decir palabra, hacia el interior del gran galpón. Se apilaban allí, centenares de cajas y bultos de todo tipo, en embalajes de madera, de cartón o forrados de plástico. Caminamos detrás de los dos personajes por diversos pasillos que daban acceso a esos grandes rimeros de la carga llegada de todos los confines del mundo.

Al poco tiempo llegamos al lugar donde se encontraba Basil; al oler y oír la voz de Maité comenzó a aullar y a llorar, raspando los barrotes de su jaula de forma desesperada. Abrimos la puerta que venía con unas cintas de seguridad de la aerolínea y el pobre animal salió de su cautiverio… temblaba y seguía llorando de la emoción…. Improvisé una traílla con mi cinturón y le pasé alrededor del cuello par evitar que fuera a marcar territorio en todos los bultos de la bodega.

Maité le abrazaba y trataba de tranquilizarlo hablándolo suavemente, pero los llantos y muestras de afección continuaron por varios minutos… preguntó si podía llevarlo al exterior para que orine y darle un poco de agua… uno de nuestros dos acompañantes hizo una señal afirmativa y sin esperar respuesta del otro, Maité tiro de mi cinturón y se llevó a Basil de la bodega.

Nos dirigimos a la oficina… allí el gordo de sanidad revisó la guía y los papeles anexos que incluían las vacunas y certificado veterinario de salud, con sellos y firmas del funcionario equivalente que había permitido la salida del animal de Quito, dijo algo así como: -“parece que todo está en regla”…y añadió. –“van a ser… (y mencionó una cifra en pesos)”…, añadiendo casi de inmediato: -“por tarifa nocturna, claro”… y enseguida: “aquí, el señor jefe de bodega, nos va a ayudar… para él, será una cantidad igual por la entrega de la mercadería en horario nocturno”….

Manifesté mi acuerdo con el planteamiento, saque el dinero y se los entregué. El gordo puso un sello y su firma en los papeles, desprendió la copia amarilla y envolvió en ella su dinero, guardó todo en el bolsillo de su chaqueta y abandonó de inmediato la oficina sin agradecer ni despedirse….

El jefe de la bodega, me hizo firmar y añadir la palabra “recibido” en el espacio que decía entrega-recepción, estampó un sello y también firmó a un costado. Se quedó con el original y todos los anexos y me entregó la copia celeste.

Doblé la jaula -que felizmente era plegable- y con cierta dificultad salí cargándola, en busca de mi mujer y de su mascota.

Como conocíamos el camino de regreso entramos nuevamente al edificio de la Aduana, recorrimos sus desiertos corredores y nos dirigimos a la puerta principal. Allí nos topamos con un adormilado guardia que se sorprendió al vernos… Nos costó trabajo convencerle que habíamos acabado recién ese momento, el trámite para recuperar a Basil (eran como las 12 y media de la noche). El hombre explicó que nadie le había dicho que todavía había atención a esa hora… y que no tenía autorización para dejarnos salir… le dije que también podríamos  recurrir a la “tarifa nocturna” pero que no pensábamos pasar la noche en la aduana… Finalmente, al sacar algo de dinero del bolsillo, el hombre accedió y nos dejó salir, no sin antes retirarnos el papel celeste, único comprobante de nuestra aventura nocturna en ese edificio… -“para mi descargo”, dijo… y se guardó el papel, junto con el dinero.

Salimos de la Aduana y nos encontramos en un parqueadero exterior desierto… al fondo se veían un cerramiento de malla y una puerta cerrada… ninguna luz y por supuesto ningún movimiento y menos aún la presencia de un taxi.

Volví a la puerta del edificio, estaba ya cerrada… golpeé con vigor y luego de unos minutos se presentó el guardia con cara de pocos amigos… le expliqué la situación y me dijo que no tenía forma de ayudarnos, no tenía la llave de la puerta, ni teléfono para llamar un taxi.

Se me ocurrió que la única solución era volver al patio donde habíamos recuperado a Basil para ver si alguna de esas personas disponía de un vehículo para llevarnos hasta un lugar seguro donde conseguir un taxi. Me costó otra “tarifa adicional” el volver a pasar con perro y jaula al interior de la Aduana, salimos al patio y me dirigí hacia la sala de la lucha libre… planteé la interrogante a los presentes pero nadie movió un dedo… ni siquiera me miraron cuando hice la pregunta…

Me dirigí al “vista” y al gordo de sanidad, mis “viejos conocidos”… ninguno de ellos podía ayudarnos… el “vista” fue el único que masculló  un imperceptible: -“nadie tiene coche”… y se enfrascó nuevamente en la tele…

Salí totalmente abatido… no sabía qué hacer…

Me dirigí hacia donde aguardaban Maité y Basil, junto a la jaula… en ese momento pasó a mi lado un pequeño tractor tirando de varios carritos de carga cuyo contenido había sido descargado en una de las bodegas. Hice señas al conductor para que se detuviese, me acerqué y le expliqué la situación en la que nos encontrábamos… Le propuse que nos llevara en su convoy hasta la terminal del aeropuerto para poder salir a tomar un taxi… 

Al principio argumentó que no podía… que eso era absolutamente prohibido, que si lo descubrían podía perder su trabajo… pero al final pudo más el ofrecimiento de una “tarifa nocturna” que saqué a relucir como fruto de mi experiencia en ese tipo de negociaciones…

Recorrimos una considerable distancia en el primer carrito de carga que él tiraba con su tractor, al principio de pie y luego agachados para no ser descubiertos, junto a Basil que sacaba la cabeza para recibir el aire fresco, sentado sobre su jaula plegada. Al acercarnos a la terminal pasamos por debajo de las alas de una considerable cantidad de gigantescos aviones de diversas compañías… el tipo nos dejó en una zona de penumbra, advirtiéndonos de no hacer ruido o salir, hasta que él se hubiera alejado.

Ya allí nos vimos en una situación dramática… si nos descubrían no teníamos forma de probar qué hacíamos en esa zona restringida ni cómo habíamos llegado allí…

Tampoco podíamos entrar a la terminal por una puerta cualquiera como si desembarcáramos de un avión pues no teníamos ningún papel -ni nuestro ni del perro-, además éste y la jaula nos hacían perfectamente identificables como sujetos extraños y sospechosos…  De otra parte ninguna puerta estaba abierta a esas horas de la noche…

¿Qué hacer?

Llegamos caminando hasta la zona donde los cargadores recibían las maletas de las bandas móviles que salen de los mostradores de las diversas aerolíneas, para colocarlas en los carritos que sirven para conducirlas al respectivo avión. Subí por una de esas bandas y llegué, a una pequeña abertura que estaba abierta, me asomé por ella -desplazando una suerte de cortina conformada por elementos verticales de caucho color negro- y vi una serie de mostradores y luego una sala vacía del otro lado… no había nadie a la vista… Bajé nuevamente me eché la jaula al hombro  e hice señas a Maié de seguirme con Basil…

Salimos de forma solapada, primero tras el mostrador y luego al vestíbulo de esa zona del aeropuerto… De inmediato comenzamos a caminar de forma segura y sin mirar atrás. Dos turistas con su perro y una jaula ya no llaman mayormente la atención en la zona de salida internacional… ¡Estábamos salvados!

Con toda confianza nos dirigimos hacia la zona de llegada internacional, saqué dos tiquetes para una combi -taxi colectivo-, pregunté si tenía que pagar algo por la jaula y el perro, la despachadora me preguntó si teníamos más equipaje, le respondí que no y me dijo que no era necesario pagar nada adicional, Basil podía incluirse en nuestra tarifa considerándolo como “nuestro equipaje”.

Llegamos a la casa como a las dos de la madrugada sin poder creer la loca aventura de esa noche.  
Basil vivió con nosotros todo el tiempo que permanecimos en México. Fue parte de todo tipo de aventuras.


Nos acompañó en diciembre de 1979 cuando recibimos en casa a nuestros amigos David Parra y su esposa Anita.

Le llevamos a Guadalajara con Patricio Valencia, su esposa Juanita y su hijo Alex cuando fuimos a visitar a nuestros amigos Joaquim Morales y su esposa Dominique, hermana de Patricio, que vivían en esa ciudad. Joaquín era director de la Alianza Francesa y tenían dos hijos pequeños, Joaquim y Fanette. Los tres niños jugaban con Basil… y Maité no le quitaba la vista de encima porque al menor descuido saltaba a la piscina u orinaba sobre el perejil que cultivaba Dominique en un rincón del jardín.     

Basil fue también parte de una expedición a Guanajuato con Patricio, Juanita y Alex junto con Alexis Mosquera y su esposa Rocío, cuando estos amigos vinieron a visitarnos en México en agosto de 1980. 

Maité esperaba a Manon y Rocío a su hijo Roberto.

Cuando dejamos el departamento de la calle Culiacán, nuestra amiga Bertha García nos dio posada en su departamento y nos trasladamos nuevamente, con todos nuestros aperos, al conjunto habitacional “El Altillo”, cerca de la UNAM.

Bertha tenía un gatito llamado “Negro” pero aun así, nos dio posada en su departamento. Los dos animales se hicieron íntimos y no tuvieron problemas de convivencia. El gato dormía en las patas de Basil e incluso se hicieron cómplices de ciertas fechorías: el gato aprendió a abrir la nevera y Basil hacía caer al piso su contenido; así, los dos malhechores, daban fin de quesos, jamones, restos de comida y de los saldos de las latas de comida para animales con las que se alimentaban…

Al acabar nuestra permanencia en México regresamos a Quito.

Basil hizo su tercer largo periplo por vía aérea… Vivió con nosotros y fue el juguete vivo de nuestras hijas: Manon, nacida en México y Manuela nacida en el Ecuador.

Ellas lo adoraban y él las trataba con enorme dulzura.

Siguió sin embargo, robando la comida, vaciando los basureros, ladrando a todo perro que pasara y desobedeciendo cualquier intento de disciplinar su comportamiento testarudo y arbitrario… 

Total era un perro “viajado”, se sentía bien amado y hacia todo lo que le daba la regalada gana…


1 comentario:

  1. Maravillosa remembranza del grandioso Basil. He de confesar que se me han derramado algunas lágrimas, pensando en que el tiempo no perdona y saber que algunos amigos se van antes. Gracias por amar a Basil y darle la importancia que merecía. Maravillosos relatos.

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