Regresé a Kenia, en septiembre del 2002, once años después de mi primera visita. Mi amigo Graham Alabaster me escribió invitándome a una conferencia sobre “Agua y saneamiento” en el “Centro de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos - HABITAT”, que tiene su sede en Nairobi.
Graham es funcionario de HABITAT y había sido delegado como representante de ese organismo en el Consejo de Concertación sobre Agua Potable y Saneamiento (WSSCC) que estaba organizando el “Segundo Foro Mundial del Agua” en Marruecos. La conferencia de Nairobi era una Reunión Preparatoria organizada por HABITAT antes de esa cita mundial.


Las edificaciones transversales acogen las gradas, vestíbulos que se usan para exhibiciones temporales, salas de reuniones, espacios de cafetería y servicios higiénicos.
En uno de esos bloques nos reunimos en aquella reunión preparatoria a la que fui invitado. Al llegar allí el primer día y mientras nos desplazábamos para la sala que nos había sido asignada, me di cuenta que en uno de los corredores había una mesa cubierta con un mantel blanco en la que estaban un pequeño arreglo floral, un libro (como el que ponen galerías de arte o en los museos, para comentarios) y una fotografía en un pequeño marco. Me acerqué picado por al curiosidad para ver de que se trataba, y descubrí que era un libro de condolencias por un funcionario de HABITAT que había fallecido días atrás. Me iba a retirar cuando se me ocurrió darle un vistazo a la foto. Era mi amigo chileno Andrés Necochea. Había muerto hacía dos o tres días. El descubrimiento me impactó pues había estado con Andrés en Quito, no hacía mucho. Hice una breve oración por él y escribí una nota de pesar para su familia.
No lejos de la sede de HABITAT, se ubica el Museo Nacional de Nairobi. Como lo había visto al pasar, decidí visitarlo una de esas tardes. Fuimos con un grupo de colegas luego de la reunión. Está muy bien estructurado, cuenta con una gran colección de utensilios prehistóricos, una interesante sala de paleontología y una sección dedicada a la historia de Kenia. Sin embargo lo que más me atrajo fue la sección de pinturas de Joy Adamson.
En mi juventud me apasioné por la maravillosa fauna de Kenia, a través de la obra de Adamson.





En el museo se pueden observar también sus magníficas pinturas botánicas, posiblemente la mayor contribución de un europeo al registro de las especies vegetales de África. Antes de casase con George Adamson, Joy estuvo casada con Peter Bally, conocido botánico que estudiaba la flora nativa de Kenia y del África Oriental. Para los registros de su esposo, Joy realizó infinidad de bellas acuarelas y dibujos a lápiz y a tinta, de plantas y flores de la región.
Al finalizar la cita en HABITAT, tenía dos días en Nairobi antes de tomar el avión de regreso. Me propuse buscar alguna opción de hacer turismo y opté por conseguir un Tour a un parque natural, distinto de los que había visitado en mi primer viaje. En el hotel me dijeron que las opciones más baratas para ese tipo de recorridos se podían conseguir en el centro de Nairobi en una infinidad de pequeñas agencias locales. Fui pues, para allá y traté de informarme de opciones y precios tal como había hecho en mi primer viaje a Kenia.
Sin embargo en una década, las cosas eran muy diferentes, decenas de enganchadores se abalanzaban sobre un potencial cliente tratando de llevarlo a pequeños cuartuchos que fungían de oficinas de las “agencias de turismo”. Todos hablaban a la vez y proponían ofertas, mostrando unos grasosos plegables con las opciones de safaris y recorridos en minibuses, en globos, en vehículo de doble tracción y hasta en avionetas… Era imposible entenderse con nadie en particular, todos vociferaban tratando de convencerme.
Acepté ir con uno de ellos a la “agencia”, y luego fui con otros dos, a las suyas. En todos los casos los precios eran exorbitantes y cuando les mencionaba que en los plegables se señalaban otras cifras, siempre argumentaba que los folletos eran viejos y que ahora, los precios eran otros. Había que regatear. Yo creo que soy bueno para el regateo, comencé a hacerlo, pero vi que, de todas formas, los montos a los que se podía llegar eran muy altos; luego me puse a pensar que si la negociación era así, si las oficinas eran tan mugrientas, los vehículos debían seguramente ser peores y no me veía viajando solo, a algún lugar perdido de las sabanas africanas, para posiblemente quedar botado en medio de la nada, así que me dio profunda e infinita pereza de seguir en ese baile. Salí de la agencia di una vuelta a la manzana y atravesé una avenida hacia un gran expendio de artesanías que recordaba, había visitado en mi viaje anterior.
Compré un juego de bolitas hechas de piedra de color y de mármol, en un tablero circular de madera que, hasta hoy, tenemos en casa, y tomé un taxi de regreso al hotel. No quería seguir negociando ni discutiendo con vendedores gritones. Quería leer y descansar en mi confortable habitación. Así lo hice. En la noche cené y fumé un cigarro en total calma en medio de los agradables jardines del hotel.
Al día siguiente mi vuelo era en la noche así que, cerca del medio día, tome un taxi y pedí al conductor que me llevara a un restaurante donde se pudiera probar comida típica. Yo había escuchado que en Nairobi existían opciones para probar carnes de animales exóticos. Consulté al taxista sobre ese asunto y propuso llevarme a un sito que se llama “Carnivore”

La parte novedosa del asunto es una oferta también amplia de filetes, chuletas y costillas de: jirafa, cebra, ñu, avestruz, antílope, gacela, cocodrilo y quien sabe qué otros bichos raros.
En la publicidad del restaurante, se dice que es uno de los cincuenta mejores del mundo. No se si es para tanto, pero no deja de ser exótico poder comer todos esos animales; todos claro, son de criadero; antes parece que se servia carne de animales cazados en su hábitat y la oferta era todavía más amplia, pero regulaciones gubernamentales han prohibido en la actualidad ese tipo de menú.
En la publicidad del restaurante, se dice que es uno de los cincuenta mejores del mundo. No se si es para tanto, pero no deja de ser exótico poder comer todos esos animales; todos claro, son de criadero; antes parece que se servia carne de animales cazados en su hábitat y la oferta era todavía más amplia, pero regulaciones gubernamentales han prohibido en la actualidad ese tipo de menú.
Uno puede comer hasta al saciedad… cuando no se puede más, se eleva en el puesto una pequeña bandera que significa: –“hasta ahí llegué, no puedo más” y los meseros dejan de servirle.
Toda la carne es asada y presentada “en su punto” y todos los animalitos tienen buen sabor, las carnes más tiernas son tal vez la de cebra y de avestruz y algo más secas y hasta correosas, la de antílope y la de jirafa. El cocodrilo sabe a carne de pollo pero sus huesos son “difíciles de interpretar”.
El “Carnivore” es una experiencia novedosa y muy agradable, la comilona viene acompañada de música folclórica y un grupo de baile que presenta coreografías de las distintas regiones del país con su música y vestidos tradicionales. Yo acompañé todo con una cerveza, pero al sentarse en al mesa la casa ofrece un aperitivo de cortesía, el famoso “Dawa”. En la publicidad del restaurante explican que “Dawa” en suajili significa “medicina” o “pócima de salud”.
Es posible que gracias a esa “medicina”, no haya enfermado después del atracón y haya podido volver a casa, sano y salvo; contento de no haber caído en las garras de los cazadores de turistas y de haber podido vivir ese novedoso safari gastronómico.
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