Como he contado en relatos anteriores, he tenido la ocasión de visitar el Japón en tres ocasiones.

Entre las dos reuniones yo había
previsto visitar a mis hijas en Francia, en la región de Borgoña donde ellas
viven. Al llegar a su casa, Manuela, quien trabaja como azafata en Air France,
me comentó que esa noche salía para el Japón y me propuso: - papá, ¿no quieres
venir conmigo a Tokio?... reservó un sitio para mí por internet y en la noche
emprendimos el viaje. Fue así que pude disfrutar con ella, tres días deliciosos
en Tokio.

Pero esta vez quiero relatar mi primer
viaje al Japón en 1998.
Viajé con mi esposa Marie Thérèse y
nuestro amigo Jean Louis Esquerré, para asistir al Seminario Superior de Mahikari -arte de imposición de la mano-
que iba a desarrollarse en Takayama.
Antes de emprender el periplo, me
acerqué a la embajada japonesa en Quito y pedí información sobre el
procedimiento para solicitar una visa de turista. Me entregaron una lista de
dos páginas de requisitos que en el poco tiempo que me quedaba, me iba a ser
absolutamente difícil de cumplir.

El seminario de Mahikari tendría lugar
en la última semana de octubre; sin embargo como los viajes -de ida y regreso-
tomaban casi dos días y todos los participantes estábamos interesados en hacer
algo de turismo, los organizadores previeron un tour de quince días, desde el 21
de octubre al 05 de noviembre para cumplir holgadamente, con los
desplazamientos, el seminario y las visitas.
Las personas que iban a viajar desde
el Perú sumaban una numerosa delegación, así que para poder hacer uso de una
interesante tarifa de grupo, los viajeros ecuatorianos debimos darnos cita en
Lima.
El 19 de octubre los tres salimos
desde Quito. En Lima nos alojamos en un pequeño hotel no lejos del Dojo de
Mahikari para poder asistir a una serie de charlas y preparativos previos al
viaje y desde allí, junto con el grupo de peruanos y bolivianos, nos embarcamos
en un bus hacia el aeropuerto, para tomar el avión que nos levaría a Tokio con
una escala previa en Los Ángeles.


En la sala de espera nos volvimos a
topar el momento de embarcar, con todos quienes no tenían visa y habían tenido
que bregar, no solo con el lío de las maletas, sino también con un largo
interrogatorio y confinamiento con custodia policial hasta el momento del
embarque, a pesar de encontrase solo en tránsito en aquel aeropuerto.
En la sala de espera descubrimos que
en el avión de JAPAN viajaría con nosotros un gran grupo de mexicanos y una aún
más numerosa delegación de alegres brasileros.

Una vez instalados en nuestra
habitación en el piso 35, nos sorprendieron una serie de detalles del confort en
ese tipo de hoteles.


Allí tuve la enorme responsabilidad de
hacer de guía para una emotiva entonación colectiva de Amatsu-Norigoto realizada
simultáneamente por más de 150 kumites brasileros, mexicanos, peruanos,
bolivianos y ecuatorianos.

Los trenes salen cada 12 minutos y
apenas se detienen dos o tres minutos en el andén. Los pasajeros debíamos
ubicarnos en un sitio preciso y no perder tiempo alguno en subir con premura a
nuestro respectivo vagón.

En un primer momento nos molestamos
con la actitud autoritaria, casi de comandante militar, con la que una colega
brasilera exigía a los retrasados -que avanzaran- o a los despistados -que se
ubicaran en su respectiva fila en el andén de la estación-. Después nos
enteramos que en un viaje anterior al Japón ella perdió el tren, luego de que
éste llegara, abriera sus puertas y volviera a cerrarlas, mientras ella estaba
comprando una botella de agua. Con lágrimas en los ojos, nos relató cómo sufrió
carros y carretas, perdida, sola y sin hablar una palabra de japonés para poder
explicar su situación u orientarse en medio de un mundo y una cultura
desconocidos.

Cuando llegamos a Kioto, nos alojamos
en el bello Hotel Miyako.
Allí pasamos las noches del 23 y el 24 de octubre para poder conocer la ciudad y sus atractivos históricos.
Allí pasamos las noches del 23 y el 24 de octubre para poder conocer la ciudad y sus atractivos históricos.
Kioto es una de las ciudades más importantes
del Japón y hasta 1868 fue la capital del imperio. Actualmente cuenta con un
millón y medio de habitantes y durante la guerra fue la única ciudad que no fue
bombardeada; por ello conserva un rico patrimonio histórico, artístico y
arquitectónico.
Kioto se considera el centro cultural
del Japón, y tiene algunos de los templos budistas, santuarios sintoístas,
palacios y jardines más famosos del país. El primer día durante nuestra
estancia en esa ciudad tuvimos la ocasión de visitar y admirar algunos de esos
monumentos:

Nuestros guías nos enseñaron también
el templo Tō-ji, un templo budista Shingon; entre sus principales edificios destacan
la pagoda de las 5 historias, la pagoda del Tō-ji (con la torre de madera más
alta de Japón); el Kodo (salón de lectura)
y el Kondo (sala principal).

El segundo día visitamos a pie el
casco antiguo de Kioto llamado Guion y pudimos recorrer sus estrechas calles y
admirar sus viejas edificaciones de madera; este conjunto fue declarado
Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1994.

Al final de la tarde fuimos al Dojo de
Mahikari de Kioto, donde fuimos recibidos por los directivos y los kumites con
gran amabilidad.



Matsue es la capital de la prefectura
de Shimane al oeste de la isla de Honshu. Tiene una población cercana a los 200.000
habitantes y se ubica a orillas del lago Shinji. Al llegar a la estación nos
esperaban varios buses para un recorrido programado muy completo.
Comenzamos con la visita más
importante en ese lugar: el gran santuario de Izumo uno de los templos sintoístas
más antiguo e importante del Japón ubicado en Taisha, a 30 kilómetros de Matsue.

En los magníficos jardines del templo
se pueden ver interesantes esculturas como la de Ōkuninushi-no-mikoto haciendo imposición
de la mano a un pequeño conejo en medio de pinos centenarios.

Miles de fieles y turistas visitan
diariamente este recinto sobrecogedor y dejan la huella de sus peticiones. Los
árboles adquieren el aspecto de estar cubiertos de nieve por la cantidad de
papelitos a ellos amarrados.
Al medio día hicimos una parada en una
concurrida feria agrícola organizada con ocasión de la vendimia.



Salimos de allí hacia un restaurante
que ofrecía un asado típico japonés (conocido como teppanyaki). Cada mesa
dispone de una parrilla redonda donde los comensales asan pequeños trozos de
carne y diversos vegetales que pueden comerse con salsa de soya y una variedad
de encurtidos de cebolla, pepinillos y rábanos, todo acompañado por un bol de
arroz, que no puede faltar en la comida japonesa.

A la tarde pudimos conocer el Castillo
de Matsue, conocido también como “castillo negro”, uno de los doce castillos medievales
de Japón que conservan su estructura original de madera. El castillo tiene una
estructura compleja, construido en forma de sólida torre, pensada para resistir
ataques enemigos en caso de guerra, pero al mismo tiempo con finos detalles que
le dan majestuosidad y solemnidad.
Cerca de ese lugar visitamos la casa
de Lafcadio Hearn, periodista, traductor, orientalista y escritor greco-irlandés
que dio a conocer la cultura japonesa en Occidente. Hearn enseñó en Matsue y su
casa es ahora un museo dedicado a su vida y un lugar turístico en la ciudad.
A la noche luego de esas interesantes
experiencias nos alojamos en el hermoso Hotel Ichibata donde pasamos la noche
del 25 de octubre.
Ese hotel ofrece habitaciones
amobladas al estilo occidental pero también cuartos con esteras de tatami sobre
las que se duerme en una especie de enorme bosa de dormir blanca, acolchada, almidonada
y olorosa. Una verdadera delicia y una experiencia inigualable.
Las esteras tatami son típicas de las
casas japonesas. Tradicionalmente se hacen con tejido de paja recubiertas con
una tela oscura. Las esteras siempre presentan el mismo tamaño (90 cm por 180
cm por 5 cm) y constituyen el módulo del que derivan las medidas de las
habitaciones de la arquitectura tradicional japonesa.
En la noche asistimos a una cena
típica japonesa, con mesas bajas individuales y cojines sobre los que los
comensales pueden sentarse una vez que se han sacado sus zapatos. Los platos
son presentados en bandejas individuales y todo viene en pequeñas porciones. La
comida incluye la famosa sopa de miso (misoshiru), pescado crudo en lonjas
(sashimi) y diversos vegetales, carnes, mariscos y peces: asados, hervidos o al
vapor; ensaladas con aliño agridulce, encurtidos y el infaltable bol de arroz.
La comida se acompaña con una pequeña jarra con té caliente que se lo bebe en
un vaso de cerámica con tapa.
Al día siguiente 26 de octubre, muy
temprano en la mañana emprendimos el camino a Takayama en tres buses.
El grupo
de latinoamericanos, pudo disfrutar de increíbles paisajes de montaña, parajes
casi deshabitados poblados de magníficos bosques de coníferas y bellos ríos de
agua transparente. De tanto en tanto nos deteníamos para estirar las piernas y
poder contemplar la vista desde organizados miradores provistos de baños y
tiendas de recuerdos. Para amenizar el viaje una guía en cada bus entonaba
diversas canciones por medio de un karaoke.
Antes del medio día llegamos a
Takayama, ciudad donde se encuentra la sede principal de Mahikari y en donde
tendría lugar el seminario que nos había hecho atravesar el océano en esa
oportunidad.



En la tarde del día 26 fuimos todos a
conocer el Hikaru Shinden erigido en memoria del maestro Kotama Okada (Sukuinushi-Sama);
este edificio tiene forma de pirámide de inspiración mesoamericana y se
encuentra en un lugar privilegiado en medio de las montañas de la región.
En la noche luego de una jornada
realmente agotadora, pudimos relajarnos y disfrutar de las instalaciones del Ofuro
o baño termal japonés que ofrecía nuestro hotel a sus huéspedes; fuimos allá
con Juan y Marrou-Doshi y más tarde Marie Thérése también se dio un salto por
allí en compañía de Brenner-Doshi, Cheserina y Maritza para sacarse la fatiga
del día.



Al día siguiente muy temprano salimos hacia
la sede de Mahikari para iniciar el seminario. Allí todo, hasta el más mínimo detalle, estaba
perfectamente organizado para recibir a los cientos de participantes. El
profesor dictaba el curso en japonés pero los asistentes disponíamos de
traducción simultánea al castellano, portugués, francés, inglés, koreano y
chino.

Luego de esas jornadas a un ritmo tan
intenso, salíamos realmente agotados pero generalmente preferíamos regresar
caminando al hotel para disfrutar de los detalles y los paisajes del territorio
rural que separaba aquel reciento, tanto de la ciudad como de nuestro hotel.
Varias de esas noches, luego de un
buen baño y de un agradable descanso, salíamos con mi mujer, Juanito y
Marrou-Doshi a caminar por el pueblo de Takayama, a tomarnos una cerveza local -Sapporo
o Asahí- y a comer en un sushi-bar de autoservicio que descubrimos no lejos del
hotel.
Ese lugar era fantástico los platos de
sushis y sashimis circulaban por una banda transportadora y los clientes podían
escogerlos a su antojo. Frente a cada sitio había una llave dispensadora de
agua caliente para poder prepararse diferentes tipos de té y recipientes con
palillos, sobres con salsa de soya, salsa teriyaki, salsa unagi (de anguila), jengibre
encurtido y el famoso condimento picante llamado wasabi.

Al finalizar las enseñanzas del cuarto
día, participamos en una muy bien organizada y emotiva ceremonia y pudimos
hacernos una foto de grupo en las escalinatas de ese recinto que nos había
acogido con los brazos abiertos durante la realización del seminario.
Juanito, Marie Thérèse y yo, nos
pusimos a propósito, en la última fila del grupo para poder ubicarnos fácilmente
en esa fotografía en medio de semejante multitud de asistentes.
Permanecimos en Takayama un par de
días más para que todos pudieran realizar sus compras, visitar la ciudad y
conocer a voluntad sus alrededores.
Nosotros aprovechamos esas dos
jornadas para visitar una serie de tienditas y restaurantes típicamente
japoneses en la zona vieja de la ciudad. Pudimos conocer sus callejuelas y
pasajes peatonales y los mercados populares de productos agrícolas y
artesanías.
Visitamos locales comerciales muy
típicos como el más sofisticado almacén de productos de soya; allí se
encuentran salsas de diversos tipos que se expenden por frascos, por galones o
por barriles; y es factible comprar paquetes de diversas presentaciones y
tamaños de miso (pasta de soya fermentada, salada y aromatizada) usada como
base de la tradicional sopa de misoshiru.
Miso en japonés significa sabor o condimento fuente.
También pudimos conocer un almacén de
expendio de té donde apreciamos sus múltiples variedades, aromas, colores, sabores
y presentaciones.



Nos alojamos en el lujoso hotel Kanko en donde pasamos la noche para emprender al día siguiente, el 04 de noviembre, el camino hacia Tokio en el tren bala.
Atrás quedaban la calma y la serenidad
de Mahikari, de Takayama y de la bucólica línea férrea del día anterior.
Volvíamos nuevamente a la velocidad del transporte, a las grandes
construcciones, al vértigo y la premura, del Japón cosmopolita.
La última noche la pasamos nuevamente
en el enorme hotel Keio Plaza.

Salimos de Narita el 05 de noviembre pero
esta vez llegamos a Los Ángeles y luego a Lima, el mismo día, a pesar de haber
pasado por aeropuertos y en aviones por más de 24 horas.
Los tres ecuatorianos permanecimos en
el aeropuerto de Lima y al día siguiente tomamos el primer vuelo a Quito. Llegamos
agotados pero con una enorme paz espiritual, ese viaje fue realmente una
experiencia única.
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