domingo, 7 de junio de 2015

Japón 3: Mi primera visita al Japón



Como he contado en relatos anteriores, he tenido la ocasión de visitar el Japón en tres ocasiones.

En uno de esos relatos que titulé “Un viaje loco: De Londres a Estrasburgo con escala en Tokio” reseñaba que a fines de octubre de 2011, viajé a Europa para participar en una reunión que se llevaría a cabo en Londres y luego en otra, en Estrasburgo. 

Entre las dos reuniones yo había previsto visitar a mis hijas en Francia, en la región de Borgoña donde ellas viven. Al llegar a su casa, Manuela, quien trabaja como azafata en Air France, me comentó que esa noche salía para el Japón y me propuso: - papá, ¿no quieres venir conmigo a Tokio?... reservó un sitio para mí por internet y en la noche emprendimos el viaje. Fue así que pude disfrutar con ella, tres días deliciosos en Tokio.

En otro relato que titulé “El Foro Mundial del agua en Kioto”, conté que en marzo de 2003, tuve la oportunidad de visitar el Japón para participar en el Tercer Foro Mundial y en la Asamblea Mundial de Sabios del Agua. Realicé ese viaje acompañando a una chica de Cotacachi, que fue invitada al Japón como “embajadora” de América Latina para participar en el “Foro Mundial de los Jóvenes y el agua”.

Pero esta vez quiero relatar mi primer viaje al Japón en 1998.

Viajé con mi esposa Marie Thérèse y nuestro amigo Jean Louis Esquerré, para asistir al Seminario Superior de Mahikari -arte de imposición de la mano- que iba a desarrollarse en Takayama. 

Antes de emprender el periplo, me acerqué a la embajada japonesa en Quito y pedí información sobre el procedimiento para solicitar una visa de turista. Me entregaron una lista de dos páginas de requisitos que en el poco tiempo que me quedaba, me iba a ser absolutamente difícil de cumplir.

Opté por una alternativa mucho más simple. Como mi mujer es francesa, yo tenía derecho a solicitar un pasaporte europeo. Nunca lo había hecho pero tenía avanzados los papeles, así que pregunté qué me faltaba para obtener el pasaporte. Descubrí que los trámites eran mucho más sencillos que la enorme montaña de documentación que me pedían los japoneses. Me embarqué pues, en ese viaje al Japón, como el primer ecuatoriano que iba a cursar el seminario superior de Mahikari, aunque amparado por un pasaporte francés. 

El seminario de Mahikari tendría lugar en la última semana de octubre; sin embargo como los viajes -de ida y regreso- tomaban casi dos días y todos los participantes estábamos interesados en hacer algo de turismo, los organizadores previeron un tour de quince días, desde el 21 de octubre al 05 de noviembre para cumplir holgadamente, con los desplazamientos, el seminario y las visitas.

Las personas que iban a viajar desde el Perú sumaban una numerosa delegación, así que para poder hacer uso de una interesante tarifa de grupo, los viajeros ecuatorianos debimos darnos cita en Lima.

El 19 de octubre los tres salimos desde Quito. En Lima nos alojamos en un pequeño hotel no lejos del Dojo de Mahikari para poder asistir a una serie de charlas y preparativos previos al viaje y desde allí, junto con el grupo de peruanos y bolivianos, nos embarcamos en un bus hacia el aeropuerto, para tomar el avión que nos levaría a Tokio con una escala previa en Los Ángeles.

Como responsable del numeroso grupo peruano-boliviano-ecuatoriano, iba nuestro amigo Norman Marrou (Marrou-Doshi), quién años atrás había sido responsable del local de Mahikari en Quito. También nos acompañaron, una sonriente orientadora llamada Brenner-Doshi y dos jóvenes pre-orientadoras Cheserina y Maritza. 

Salimos de Lima muy temprano en la mañana del 21 de octubre y llegamos a Los Ángeles a primera hora de la tarde. En esa escala debíamos cambiar de compañía aérea; habíamos llegado con LAN-Chile y teníamos reservaciones en Japan-Airlines para el vuelo transcontinental. Quienes teníamos visa americana pudimos pasar sin problema la migración, luego debíamos recoger el equipaje y pasar la aduana para registrarnos en el mostrador de la compañía japonesa. Tuvimos sin embargo que esperar un largo tiempo, pues nuestras maletas no salían por la banda de entrega de equipaje. Cuando por fin nos las entregaron constatamos que a todas las habían perforado en varios sitios con un fino taladro (supongo que buscando material prohibido en un posible doble fondo). Cuando reclamamos este problema a las autoridades del aeropuerto, nos pidieron disculpas y nos solicitaron llenar un formulario para que nos repararan las maletas; sin embargo, nos dijeron, éstas tendrían que quedarse ahí para efectos del trámite y del arreglo. Cuando les preguntamos qué íbamos a hacer con la ropa y nuestras pertenecías, su sugerencia fue comprar otras maletas y recuperar las reparadas un par de días después… Optamos claro, por callarnos y seguir viaje con nuestras  maletas, adornadas ahora con al menos seis huequitos cada una…

En la sala de espera nos volvimos a topar el momento de embarcar, con todos quienes no tenían visa y habían tenido que bregar, no solo con el lío de las maletas, sino también con un largo interrogatorio y confinamiento con custodia policial hasta el momento del embarque, a pesar de encontrase solo en tránsito en aquel aeropuerto. 

En la sala de espera descubrimos que en el avión de JAPAN viajaría con nosotros un gran grupo de mexicanos y una aún más numerosa delegación de alegres brasileros. 

Llegamos a Tokio el día 22 y de inmediato nos trasladamos en dos buses a nuestro alojamiento previsto en el gigantesco Hotel Keio Plaza. 

Una vez instalados en nuestra habitación en el piso 35, nos sorprendieron una serie de detalles del confort en ese tipo de hoteles. 

Los inodoros tienen un aro de material blando, cuya temperatura puede graduarse a voluntad. Un comando situado a un costado de ese aparato sanitario permite hacer uso de pequeñas duchas -tipo bidet- para el aseo personal; la presión del agua, su dirección, la forma de aspersión y su temperatura puede graduarse también desde ese tablero electrónico. Otro detalle maravilloso es un recuadro en el espejo de la sala de baño que no se empaña con el vapor de la ducha; permite con ello, que una persona se afeite, se peine o se maquille sin tener que batallar con la humedad del espejo. 

El 23 de octubre en la mañana hicimos un recorrido en bus para observar en medio de las montañas, desde un mirador acristalado, Atami Motomitamaza, la residencia y lugar de trabajo de Oshienushi-Sama, sucesora de Sukuinushi-Sama fundador de Mahikari. 

Allí tuve la enorme responsabilidad de hacer de guía para una emotiva entonación colectiva de Amatsu-Norigoto realizada simultáneamente por más de 150 kumites brasileros, mexicanos, peruanos, bolivianos y ecuatorianos.

En la tarde tomamos el tren en la estación de ferrocarriles de Yokohama para dirigirnos a la ciudad de Kioto. Los trenes que unen Tokio con Yokohama, Nagoya y Kioto se llaman “Shinkansen-Hikari” o “Tren-Luz”. Pueden halar hasta 16 vagones de veinticinco metros de largo, por tanto hay trenes que llegan a tener cuatrocientos metros de punta a punta.

Los trenes salen cada 12 minutos y apenas se detienen dos o tres minutos en el andén. Los pasajeros debíamos ubicarnos en un sitio preciso y no perder tiempo alguno en subir con premura a nuestro respectivo vagón. 

En los boletos aunque todo estaba escrito en japonés, en el borde inferior se debía leer el número del vagón, el número de la puerta por la que debíamos subir luego de colocarnos en la línea respectiva y el número de cada asiento.

En un primer momento nos molestamos con la actitud autoritaria, casi de comandante militar, con la que una colega brasilera exigía a los retrasados -que avanzaran- o a los despistados -que se ubicaran en su respectiva fila en el andén de la estación-. Después nos enteramos que en un viaje anterior al Japón ella perdió el tren, luego de que éste llegara, abriera sus puertas y volviera a cerrarlas, mientras ella estaba comprando una botella de agua. Con lágrimas en los ojos, nos relató cómo sufrió carros y carretas, perdida, sola y sin hablar una palabra de japonés para poder explicar su situación u orientarse en medio de un mundo y una cultura desconocidos.

En el camino pudimos observar una vista magnífica del monte Fuji y numerosas viviendas, algunas de ellas con su pequeña parcela de arroz; todo pedazo de tierra por mínimo que sea es cultivado en ese país, nada se desperdicia. 

Cuando llegamos a Kioto, nos alojamos en el bello Hotel Miyako.


Allí pasamos las noches del 23 y el 24  de octubre para poder conocer la ciudad y sus atractivos históricos.


Kioto es una de las ciudades más importantes del Japón y hasta 1868 fue la capital del imperio. Actualmente cuenta con un millón y medio de habitantes y durante la guerra fue la única ciudad que no fue bombardeada; por ello conserva un rico patrimonio histórico, artístico y arquitectónico.

Kioto se considera el centro cultural del Japón, y tiene algunos de los templos budistas, santuarios sintoístas, palacios y jardines más famosos del país. El primer día durante nuestra estancia en esa ciudad tuvimos la ocasión de visitar y admirar algunos de esos monumentos:



Conocimos el templo de Kiyomizu-dera (templo del agua pura) uno de los templos budistas más importante de la antigua Kioto. En el edificio principal destaca su enorme baranda, sostenida por cientos de pilares de madera que sobresale en medio de la colina. Desde allí se puede disfrutar de impresionantes vistas de toda la ciudad.

Nuestros guías nos enseñaron también el templo Tō-ji, un templo budista Shingon; entre sus principales edificios destacan la pagoda de las 5 historias, la pagoda del Tō-ji (con la torre de madera más alta de Japón);  el Kodo (salón de lectura) y el Kondo (sala principal).

Luego visitamos el templo de Ryōan-ji (templo del dragón pacífico) es uno de los templos Zen más representativos de la ciudad. Alberga uno de los jardines secos (karesansui) más famosos del mundo, es un jardín rectangular contemplativo, del siglo XV, frente al edificio principal del conjunto arquitectónico. En su sencilla composición se utiliza sólo arena blanca rastrillada que imita las olas del mar, unas pocas rocas, musgo y líquenes. 


El segundo día visitamos a pie el casco antiguo de Kioto llamado Guion y pudimos recorrer sus estrechas calles y admirar sus viejas edificaciones de madera; este conjunto fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1994. 


Después del almuerzo tuvimos la oportunidad de visitar el templo Ōbaku-san Manpuku-ji localizado en Uji,  sede principal de la organización japonesa Zen, denominada Ōbaku. El templo cuenta con un fabuloso gyoban (gong en forma de pez, esculpido en madera) que los monjes hacen sonar cada hora.

Al final de la tarde fuimos al Dojo de Mahikari de Kioto, donde fuimos recibidos por los directivos y los kumites con gran amabilidad.



Nuestro hotel tenía una gran oferta de bares y restaurantes de comida internacional, mediterránea, francesa, china y -por supuesto- japonesa. Para el desayuno, el Hotel Miyako ofrecía a los huéspedes una opción tipo-bufete: bebidas calientes, frutas, panes, mermeladas, jugos, huevos, jamón, tocino, cereales, yogurt, etc. y otra opción típicamente japonesa: sopa de miso, algas nori, pescado ahumado o la parrilla, tortilla japonesa dulce (tamagoyaki), encurtidos de cebolla y rábano, te y arroz.

Mi esposa no pudo dejar su costumbre de sentarse a desayunar a la europea pero Juan y yo nos dimos a la tarea de probar los desayunos japoneses en todos los hoteles en los que estuvimos alojados en aquel viaje.   
  
El día 25 muy temprano tomamos un tren convencional en la estación de ferrocarriles de Kioto para dirigirnos a Matsue.

Matsue es la capital de la prefectura de Shimane al oeste de la isla de Honshu. Tiene una población cercana a los 200.000 habitantes y se ubica a orillas del lago Shinji. Al llegar a la estación nos esperaban varios buses para un recorrido programado muy completo.

Comenzamos con la visita más importante en ese lugar: el gran santuario de Izumo uno de los templos sintoístas más antiguo e importante del Japón ubicado en Taisha, a 30 kilómetros de Matsue.

Este santuario construido todo en madera, está dedicado a Ōkuninushi-no-mikoto, figura legendaria a quien se atribuye la creación de la agricultura, las medicinas y el matrimonio.



En los magníficos jardines del templo se pueden ver interesantes esculturas como la de Ōkuninushi-no-mikoto haciendo imposición de la mano a un pequeño conejo en medio de pinos centenarios.

Otra cosa muy particular de este reciento es la tradición de escribir diversas plegarias en pequeños papeles blancos que los peregrinos atan luego a las ramas de los árboles más cercanos al pabellón principal para pedir protecciones y orientaciones en relación a temas variados como la salud, el amor y las cosechas.

Miles de fieles y turistas visitan diariamente este recinto sobrecogedor y dejan la huella de sus peticiones. Los árboles adquieren el aspecto de estar cubiertos de nieve por la cantidad de papelitos a ellos amarrados.

Al medio día hicimos una parada en una concurrida feria agrícola organizada con ocasión de la vendimia.  

Yo no tenía la menor idea de que el Japón tenía una importante producción vinícola. Pero parece que luego de la guerra, el país dio inicio a una pequeña producción de vino que actualmente se ha desarrollado de forma importante. Existen más de 50 bodegas que ofrecen al mercado vinos tintos, rosados y blancos; estos últimos se producen sobre todo con una variedad de uva blanca llamada koshu que, aunque es de origen europeo, sólo se encuentra ahora en el Japón, donde se la cultiva desde hace 900 años.

Pudimos visitar esa importante feria en el camino a Matsue y deleitarnos con todo tipo de vinos, secos y dulces. Los productores presentan las diversas opciones en grandes poncheras provistas de cucharones y pequeños vasos de degustación. Los visitantes se acercan a esos recipientes y prueban a voluntad, todo lo que quieran. Los compradores, comerciantes o clientes particulares pueden así conocer los diferentes productos y hacer sus pedidos. Quien desee comprar algunas cajas o botellas, también puede seleccionar los vinos de su elección en las repletas estanterías de ese reciento ferial.  

La feria de los vinos se complementa con una feria de productos agrícolas: frutas, verduras, conservas, plantas y flores y una muy surtida oferta de comidas típicas. Con Juanito y Marrou-Doshi no pudimos dejar de probar, no sólo los vinos, sino también algunas de las extrañas y deliciosas ofertas gastronómicas de ese lugar. 

Salimos de allí hacia un restaurante que ofrecía un asado típico japonés (conocido como teppanyaki). Cada mesa dispone de una parrilla redonda donde los comensales asan pequeños trozos de carne y diversos vegetales que pueden comerse con salsa de soya y una variedad de encurtidos de cebolla, pepinillos y rábanos, todo acompañado por un bol de arroz, que no puede faltar en la comida japonesa.

En este plato se utiliza carne de la raza wagyu conocida también como raza negra japonesa. Esta carne se caracteriza por su aspecto marmoleado debido a la combinación de grasa en las fibras musculares, lo que genera un sabor muy especial al ser asada. La más célebre es la llamada ternera de Kobe, considerada la más cara y apetecida del mundo.

A la tarde pudimos conocer el Castillo de Matsue, conocido también como “castillo negro”, uno de los doce castillos medievales de Japón que conservan su estructura original de madera. El castillo tiene una estructura compleja, construido en forma de sólida torre, pensada para resistir ataques enemigos en caso de guerra, pero al mismo tiempo con finos detalles que le dan majestuosidad y solemnidad.

Cerca de ese lugar visitamos la casa de Lafcadio Hearn, periodista, traductor, orientalista y escritor greco-irlandés que dio a conocer la cultura japonesa en Occidente. Hearn enseñó en Matsue y su casa es ahora un museo dedicado a su vida y un lugar turístico en la ciudad.

A la noche luego de esas interesantes experiencias nos alojamos en el hermoso Hotel Ichibata donde pasamos la noche del 25 de octubre.


Ese hotel ofrece habitaciones amobladas al estilo occidental pero también cuartos con esteras de tatami sobre las que se duerme en una especie de enorme bosa de dormir blanca, acolchada, almidonada y olorosa. Una verdadera delicia y una experiencia inigualable.

Las esteras tatami son típicas de las casas japonesas. Tradicionalmente se hacen con tejido de paja recubiertas con una tela oscura. Las esteras siempre presentan el mismo tamaño (90 cm por 180 cm por 5 cm) y constituyen el módulo del que derivan las medidas de las habitaciones de la arquitectura tradicional japonesa. 

En la noche asistimos a una cena típica japonesa, con mesas bajas individuales y cojines sobre los que los comensales pueden sentarse una vez que se han sacado sus zapatos. Los platos son presentados en bandejas individuales y todo viene en pequeñas porciones. La comida incluye la famosa sopa de miso (misoshiru), pescado crudo en lonjas (sashimi) y diversos vegetales, carnes, mariscos y peces: asados, hervidos o al vapor; ensaladas con aliño agridulce, encurtidos y el infaltable bol de arroz. La comida se acompaña con una pequeña jarra con té caliente que se lo bebe en un vaso de cerámica con tapa.

Al día siguiente 26 de octubre, muy temprano en la mañana emprendimos el camino a Takayama en tres buses.



El grupo de latinoamericanos, pudo disfrutar de increíbles paisajes de montaña, parajes casi deshabitados poblados de magníficos bosques de coníferas y bellos ríos de agua transparente. De tanto en tanto nos deteníamos para estirar las piernas y poder contemplar la vista desde organizados miradores provistos de baños y tiendas de recuerdos. Para amenizar el viaje una guía en cada bus entonaba diversas canciones por medio de un karaoke. 

Antes del medio día llegamos a Takayama, ciudad donde se encuentra la sede principal de Mahikari y en donde tendría lugar el seminario que nos había hecho atravesar el océano en esa oportunidad.

Takayama tiene una población de casi cien mil habitantes y es un popular centro turístico debido a que conserva un barrio tradicional a orillas del río con numerosas construcciones muy antiguas (viviendas y comercios) edificadas en madera. La tradición dice que Takayama cubría los tributos del emperador con trabajo de sus carpinteros, hábiles y experimentados ya que la región es rica en maderas finas, lo que dio origen al desarrollo de ese tipo de artesanía.

Al llegar tuvimos la oportunidad de presenciar un espectáculo de música y un magnífico espectáculo organizado por Mahikari con grupos de tambores, una banda de música de los jóvenes de Mahikari-Tai y un colorido desfile de las delegaciones (de las diversas ciudades japonesas y de todos los lugares del mundo) que habían llegado para participar en el seminario.


Teníamos reservación en el confortable hotel Associa. Allí nos alojamos los dos días previos al seminario (26 y 27 de octubre), los cuatro días del evento (entre el 28 y el 31 de octubre) y los días posteriores al mismo (01 y 02 de noviembre). Para entonces ya se habían sumado a nuestro grupo las delegaciones de Venezuela, Colombia y Chile. Por ello el número de latinoamericanos allí alojados era muy importante.

En la tarde del día 26 fuimos todos a conocer el Hikaru Shinden erigido en memoria del maestro Kotama Okada (Sukuinushi-Sama); este edificio tiene forma de pirámide de inspiración mesoamericana y se encuentra en un lugar privilegiado en medio de las montañas de la región.

En la noche luego de una jornada realmente agotadora, pudimos relajarnos y disfrutar de las instalaciones del Ofuro o baño termal japonés que ofrecía nuestro hotel a sus huéspedes; fuimos allá con Juan y Marrou-Doshi y más tarde Marie Thérése también se dio un salto por allí en compañía de Brenner-Doshi, Cheserina y Maritza para sacarse la fatiga del día.

Al día siguiente el 27 de octubre fuimos a familiarizarnos con la sede de Mahikari, en donde tendría lugar el Seminario y a recibir instrucciones sobre la organización del evento.

El edificio es sobrecogedor y lleno de detalles de la historia del Japón y de las diversas culturas. En sus jardines hay maravillosos árboles con follaje de diversos tonos y fuentes que reproducen monumentos del mundo, como por ejemplo el muro de piedra con cabezas de serpiente emplumada que tuve la oportunidad de visitar en las ruinas de Teotihuacan en México. 

Desde la colina donde se implanta el edificio, hay una vista hermosísima de Takayama y de los bosques y montañas circundantes. Algunas cumbres estaban ya nevadas en esa época del año.

Al día siguiente muy temprano salimos hacia la sede de Mahikari para iniciar el seminario. Allí  todo, hasta el más mínimo detalle, estaba perfectamente organizado para recibir a los cientos de participantes. El profesor dictaba el curso en japonés pero los asistentes disponíamos de traducción simultánea al castellano, portugués, francés, inglés, koreano y chino.

Fueron cuatro días de una intensidad formidable. A veces era muy duro seguir todos los temas tratados por la complejidad y profundidad pero también por el problema de la traducción. Muchos participantes se echaban un sueñito puesto que el ritmo de la exposición era realmente frenético. Iniciábamos a las 08h00 en punto, a las 10h00 hacíamos una pausa para movernos un poco y poder tomar un refrigerio y reiniciábamos a las 10h30 hasta las 12h30. Al medio día teníamos hora y media para almorzar y caminar por los jardines y espacios exteriores y reiniciábamos a las 14h00 hasta las 18h30, con una pausa de media hora a las 16h00.

Luego de esas jornadas a un ritmo tan intenso, salíamos realmente agotados pero generalmente preferíamos regresar caminando al hotel para disfrutar de los detalles y los paisajes del territorio rural que separaba aquel reciento, tanto de la ciudad como de nuestro hotel.

Varias de esas noches, luego de un buen baño y de un agradable descanso, salíamos con mi mujer, Juanito y Marrou-Doshi a caminar por el pueblo de Takayama, a tomarnos una cerveza local -Sapporo o Asahí- y a comer en un sushi-bar de autoservicio que descubrimos no lejos del hotel. 

Ese lugar era fantástico los platos de sushis y sashimis circulaban por una banda transportadora y los clientes podían escogerlos a su antojo. Frente a cada sitio había una llave dispensadora de agua caliente para poder prepararse diferentes tipos de té y recipientes con palillos, sobres con salsa de soya, salsa teriyaki, salsa unagi (de anguila), jengibre encurtido y el famoso condimento picante llamado wasabi.

Cada comensal podía comer a gusto, cuánto quisiera, al final se acercaba con los platos vacíos a la caja y le sacaban la cuenta para poder pagar su consumo. El valor de cada plato era diferente según el color. Los dibujos de los platos de cinco o seis colores y sus precios estaban marcados en afiches dispuestos en sitios estratégicos para que cada persona pudiera controlar su presupuesto.

Al finalizar las enseñanzas del cuarto día, participamos en una muy bien organizada y emotiva ceremonia y pudimos hacernos una foto de grupo en las escalinatas de ese recinto que nos había acogido con los brazos abiertos durante la realización del seminario.


Juanito, Marie Thérèse y yo, nos pusimos a propósito, en la última fila del grupo para poder ubicarnos fácilmente en esa fotografía en medio de semejante multitud de asistentes.


Permanecimos en Takayama un par de días más para que todos pudieran realizar sus compras, visitar la ciudad y conocer a voluntad sus alrededores.

Nosotros aprovechamos esas dos jornadas para visitar una serie de tienditas y restaurantes típicamente japoneses en la zona vieja de la ciudad. Pudimos conocer sus callejuelas y pasajes peatonales y los mercados populares de productos agrícolas y artesanías.


Visitamos locales comerciales muy típicos como el más sofisticado almacén de productos de soya; allí se encuentran salsas de diversos tipos que se expenden por frascos, por galones o por barriles; y es factible comprar paquetes de diversas presentaciones y tamaños de miso (pasta de soya fermentada, salada y aromatizada) usada como base de la tradicional sopa de misoshiru.  Miso en japonés significa sabor o condimento fuente.


También pudimos conocer un almacén de expendio de té donde apreciamos sus múltiples variedades, aromas, colores, sabores y presentaciones.   
 
El 02 de noviembre nos internamos con mi mujer en unas callecitas cercanas al río donde encontramos pequeños restaurantes populares, típicamente japoneses; estaban tan escondidos que era imposible que fuesen visitados por turistas, entramos allí y pedimos al azar unas sopas que resultaron sensacionales, caldo de misoshiru, con gruesos fideos, algas marinas, extraños vegetales y huevos crudos de codorniz que se vierten en la sopa hirviente para cocinarlos al vapor. Todo acompañado de una rica cerveza.



Dejamos Takayama el 03 de noviembre, para dirigirnos por tren hacia Nagoya. Nuestro pequeño tren regional, atravesaba una hermosa región boscosa llena de pequeños lagos y  riachuelos que el tren iba bordeando en un lento traquetear. Era evidente que el paisaje había cambiado con la llegada del otoño. Fue un recorrido inolvidable en medio de árboles de múltiples colores: verdes, ocres, naranjas, rojos y amarillos. 

Llegamos a Nagoya al caer la tarde. Esa ciudad que alberga a más de dos millones de habitantes, es la capital japonesa de la industria automovilística y de gran parte de la industria pesada de ese país. 


Nos alojamos en el lujoso hotel Kanko en donde pasamos la noche para emprender al día siguiente, el 04 de noviembre, el camino hacia Tokio en el tren bala. 


Atrás quedaban la calma y la serenidad de Mahikari, de Takayama y de la bucólica línea férrea del día anterior. Volvíamos nuevamente a la velocidad del transporte, a las grandes construcciones, al vértigo y la premura, del Japón cosmopolita.

La última noche la pasamos nuevamente en el enorme hotel Keio Plaza.


Desde la ventana de nuestra habitación, antes de salir para el aeropuerto, pude captar una escena mañanera del Tokio contemporáneo: cientos de jóvenes oficinistas, hombre y mujeres, que saliendo de las estaciones de metro o de tren, se dirigían presurosos a sus lugares de trabajo en las docenas de gigantescas torres de oficinas, vecinas a nuestro hotel, para iniciar su rutina y sus labores cotidianas.

Salimos de Narita el 05 de noviembre pero esta vez llegamos a Los Ángeles y luego a Lima, el mismo día, a pesar de haber pasado por aeropuertos y en aviones por más de 24 horas.

Los tres ecuatorianos permanecimos en el aeropuerto de Lima y al día siguiente tomamos el primer vuelo a Quito. Llegamos agotados pero con una enorme paz espiritual, ese viaje fue realmente una experiencia única.     

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