Como ya he relatado en 1979 con mi esposa Marie Thérèse decidimos que debíamos hacer un esfuerzo y emprender un viaje a Francia para que ella pudiera preséntame a sus papás y a sus hermanos. Así que en septiembre de ese año saltamos el océano y viajamos desde México a tierras galas para conocer a la familia política.

Recorrimos los castillos del Loira y varias hermosas ciudades de esa zona del país y todas las tardes, instalábamos nuestra “Estafette” en un camping diferente para pasar la noche.
Ya he relatado que yo nunca había practicado el ciclismo, pero como todo en la vida tiene solución, aprendí a montar en bicicleta en ese viaje. Gracias a ello las visitas a los pequeños pueblos y los recorridos por hermosos senderos y caminitos rurales de la campiña francesa pudieron ser, aun más maravillosos.
A más de los castillos de la región del Loira tuvimos la oportunidad de visitar ciudades espléndidas con una herencia arquitectónica medieval y de siglos posteriores, realmente extraordinarias. Conocimos “Tours” (capital de la “Touraine”, reputada por sus vinos y por la perfección del francés que allí se habla), “Angers” (antigua capital de la región de “Anjou”, puerto fluvial a orillas del río “Maine”, catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO) y luego enfilamos hacia “Nantes” (capital del departamento del Loira-Atlántico, que era considerada parte de Bretaña, actualmente es el centro de una activa conurbación de más de 800.000 habitantes).


En este puerto son reconocidos un sinnúmero de atractivos patrimoniales: la Muralla de la ciudad, la Puerta Prisión y la Puerta de San Vicente de la ciudad amurallada, clasificadas como monumentos históricos, la Catedral de San Pedro y el Castillo Gaillard, actualmente museo de la historia de la ciudad.


Después de horneada adquiere una consistencia ligeramente hojaldrada y normalmente se la come caliente. Una verdadera delicia

De “Carnac” cruzamos la península Bretona de sur a norte en dirección a “Dinard” un importante destino turístico, muy visitado por sectores acomodados de Inglaterra sobre todo en el siglo XIX. En esa época la ciudad vivió un período de auge económico y urbanístico, convirtiéndose en una de las estaciones balnearias más conocidas de Europa. Se dice que su nombre proviene de Din (colina / fortificación) y Art (Arturo), la colina del Rey Arturo uno de los nombre más connotados de la mitología bretona. De todas formas entre realidades y leyendas, este puerto es realmente extraordinario muchos pintores y fotógrafos han inmortalizado las célebres casetas en lona azul con rayas blancas que en el verano pueblan la playa de l'Écluse y hasta ahora, sigue siendo un importante lugar de veraneo.
Marie Thérèse tenía mucho interés de poder hacerme conocer la región del “Cap Frhel” del que ella tiene muchísimos recuerdos pues en su época de estudiante fue, varios años seguidos, guía de una colonia vacacional ubicada en las inmediaciones. Efectivamente es una zona singular, de una belleza agreste, dura, de vientos penetrantes y paisajes marinos tallados en roca, con grandes acantilados y vegetación baja que resiste estoicamente aquel clima extremo. Son paisajes semejantes a los que normalmente se ven en las costas de Escocia, de Gales o de Irlanda.
El “Cap Fréhel” es uno de los lugares más impresionantes de Bretaña; situado sobre un agreste acantilado a más 70 metros sobre el mar, se llega a este lugar por un atractivo sendero poblado de pequeñas plantas conocidas como “bruyèrs”; es impactante caminar entre esas breñas, con una sensación permanente de miedo al acercarse al filo del abismo, pues el rugir del viento y el chocar del mar contra las rocas, dan una sensación de que en cualquier momento, uno puede ser absorbido hacia las profundidades.
Debido al peligro que los farallones rocosos, los islotes y rocas del lecho marino presentaban para la navegación, en el extremo del “Cap Fréhel” existía un antiguo faro de granito que fue construido por Luis XIV en 1701; sin embargo fue destruido por las tropas alemanas en 1944 y luego de la guerra debió ser reconstruido. El faro actual es visible a más de 100 kilómetros en las noches despejadas. En días claros desde allí pueden distinguirse las islas anglo-normandas de Jersey.
En “Dinard” pudimos deleitarnos de la célebre sidra bretona, esa bebida de bajo contenido alcohólico elaborada con jugo fermentado de manzanas, que se sirve acompañando otra especialidad de la región: las conocidas “crêpes de sarrasin”, tanto de sal (queso, champiñones, jamón…) cuanto de dulce (mantequilla y azúcar, chocolate, miel o mermeladas de distintas frutas…).
Allí pude enterarme que el “trigo sarraceno” o “alforfón” del que se hacen esas famosas “crêpes”, no es un cereal sino la semilla de una planta herbácea originaria del Asia Central. En Europa lo consumían solo los campesinos más humildes pues era considera alimento para el ganado. Sin embargo en Bretaña ese prejuicio se ha revertido y ahora ese plato forma parte de una de las especialidades culinarias locales.
Desde “Dinard” fuimos a “Saint-Malo” una de las ciudades más conocidas y visitadas de Bretaña, atrae a más de doscientos mil turistas cada verano. Este puerto (de recreo, de pesca y de comercio) es también un punto importante de llegada de viajeros, pues funciona como terminal de los ferries que la conectan con varias ciudades de Inglaterra y un importante centro económico regional. A nivel turístico, es muy visitado por su importante puerto y la belleza de su centro histórico amurallado con una fortificación hecha en piedra que data del siglo XIII.
Saint-Malo tiene una de las mayores concentraciones de restaurantes de mariscos de Francia. Son muy reconocidas sobre todo sus ostras provenientes de la cercana aldea de “Cancale”. Por supuesto no lanzamos a probar un plato de aquella deliciosa especialidad de esos mares de aguas heladas.

Las sirven en un lecho de hielo picado y de algas marinas y se las come sólo con limón, acompañándolas de un buen vino blanco.
De “Saint-Malo” emprendimos rumbo hacia el Monte “Saint-Michel”, la puerta de Normandía, donde tuvimos la suerte de encontrar un cuarto libre en un pequeño hotel y nos quedamos a pasar allí la noche

Cuando llegamos a este lugar de arquitectura prodigiosa, no podía creerlo.
El monte Saint-Michel es uno de los sitios turísticos más visitados de Francia. Cada año más de tres millones de turistas recorren sus callejuelas y sus murallas. La mayoría de sus numerosos edificios, religiosos y civiles, están catalogados como monumentos patrimoniales; el conjunto está catalogado como Monumento Nacional y desde 1979 la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad.

El final de este hermoso recorrido antes de iniciar el camino de regreso a casa de mis suegros, fue el puerto de “Honfleur”, situado en el estuario del río Sena a pocos kilómetros de famoso “Puente de Normandía” que lleva hacia el puerto de “Le Havre”.

Nuestra pequeña “Estafette” respondió muy bien jamás nos dio problemas mecánicos y nos acompaño en ese maravillo periplo por tierras galas. El hecho de hacer turismo de esa forma, acampando en los diferentes lugares también fue para mí, una novedad; llegar a lugares calmos, seguros y cordiales con paisajes hermosos, deliciosa comida, mejores vinos y disfrutar, en pareja, de esos pueblitos y monumentos de una singular belleza llenan el espíritu y hacen amar más la vida. Tuvimos suerte, iniciamos nuestra vida matrimonial de una manera realmente extraordinaria.
Me impresiona tu capacidad de descripción, tan viva y cálida, y tu capacidad para recordar tantos detalles con fino humor y sensibilidad. Espero seguir disfrutando con tus relatos. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarCésar