martes, 19 de abril de 2011

Francia 18: La vuelta a la Galia en Estafette (segunda parte)

Como ya he relatado en 1979 con mi esposa Marie Thérèse decidimos que debíamos hacer un esfuerzo y emprender un viaje a Francia para que ella pudiera preséntame a sus papás y a sus hermanos. Así que en septiembre de ese año saltamos el océano y viajamos desde México a tierras galas para conocer a la familia política.

Mi suegro nos prestó una vieja furgoneta Renault del conocido modelo “estafette”, mi cuñado Michel nos prestó material de camping y mis suegros, sus bicicletas para emprender bien equipados la vuelta a Francia.

Recorrimos los castillos del Loira y varias hermosas ciudades de esa zona del país y todas las tardes, instalábamos nuestra “Estafette” en un camping diferente para pasar la noche.

Ya he relatado que yo nunca había practicado el ciclismo, pero como todo en la vida tiene solución, aprendí a montar en bicicleta en ese viaje. Gracias a ello las visitas a los pequeños pueblos y los recorridos por hermosos senderos y caminitos rurales de la campiña francesa pudieron ser, aun más maravillosos.

A más de los castillos de la región del Loira tuvimos la oportunidad de visitar ciudades espléndidas con una herencia arquitectónica medieval y de siglos posteriores, realmente extraordinarias. Conocimos “Tours” (capital de la “Touraine”, reputada por sus vinos y por la perfección del francés que allí se habla), “Angers” (antigua capital de la región de “Anjou”, puerto fluvial a orillas del río “Maine”, catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO) y luego enfilamos hacia “Nantes” (capital del departamento del Loira-Atlántico, que era considerada parte de Bretaña, actualmente es el centro de una activa conurbación de más de 800.000 habitantes).

De “Nantes” nos dirigimos a “Vannes” en el sur de la Bretaña. Esa ciudad es un puerto situando en el estuario del rio Marle de cara al Golfo de Morbihan. “Vannes” posee un importante patrimonio arquitectónico de edificaciones con estructura de madera. Las más antiguas son siglo XV, aunque las más significativas fueron edificadas en el siglo XVI. Destacan todas por sus trabajados entramados y su decoración. En general la mayoría siguen siendo viviendas y en casi todas, en las plantas bajas, se han adecuado numerosos comercios y restaurantes.

Para mi fue sumamente impactante la visita a este pequeño puerto pues era mi primer contacto con el mar de una región fría. Ni en el Ecuador ni en México había podido recorrer un puerto donde la gente usa abrigos, gorros y bufandas. De otro lado me impresionó la limpieza y orden de las instalaciones portuarias, tanto de aquellas donde acodaban embarcaciones de faenas pesqueras cuanto de otras, donde se podían ver veleros de placer de todo tipo y tamaño. 

En este puerto son reconocidos un sinnúmero de atractivos patrimoniales: la Muralla de la ciudad, la Puerta Prisión y la Puerta de San Vicente de la ciudad amurallada, clasificadas como monumentos históricos, la Catedral de San Pedro y el Castillo Gaillard, actualmente museo de la historia de la ciudad.

Vannes es conocida también por la manufactura y expendio de artículos para marinos; son célebres sus “sacos bretones”, azules, negros y rayados así como  los “cabanes” o abrigos cortos de pura lana. Nosotros nos compramos un par de sacos y yo un “caban” modelo “Galion” como el que usan los capitanes de los barcos pesqueros, pues el frío y el viento de Bretaña para los que no estábamos preparados, comenzaron a golpearnos desde nuestra llegada a esas tierras. Ya con esos atuendos pudimos continuar nuestro periplo por tierras bretonas sin problemas térmicos.

En este puerto tuvimos la oportunidad de probar el célebre “kouign-amann”, tarta típica de Bretaña o “tarta de mantequilla”. Se dice que se inventó en un momento de escasez de harina, lo que explicaría que entre sus ingredientes se usa más mantequilla y azúcar que harina. 

Después de horneada adquiere una consistencia ligeramente hojaldrada y normalmente  se la come caliente. Una verdadera delicia

Aprovechando que estábamos en la zona fuimos a conocer los célebres “Alineamientos de menhires de Carnac”. Ese extraordinario conjunto megalítico está considerado como el monumento prehistórico más grande del mundo.

De “Carnac” cruzamos la península Bretona de sur a norte en dirección a “Dinard” un importante destino turístico, muy visitado por sectores acomodados de Inglaterra sobre todo en el siglo XIX. En esa época la ciudad vivió un período de auge económico y urbanístico, convirtiéndose en una de las estaciones balnearias más conocidas de  Europa. Se dice que su nombre proviene de Din (colina / fortificación) y  Art (Arturo), la colina del Rey Arturo uno de los nombre más connotados de la mitología bretona. De todas formas entre realidades y leyendas, este puerto es realmente extraordinario muchos pintores y fotógrafos han inmortalizado las célebres casetas en lona azul con rayas blancas que en el verano pueblan la playa de l'Écluse y hasta ahora, sigue siendo un importante lugar de veraneo.

Marie Thérèse tenía mucho interés de poder hacerme conocer la región del “Cap Frhel” del que ella tiene muchísimos recuerdos pues en su época de estudiante fue, varios años seguidos, guía de una colonia vacacional ubicada en las inmediaciones. Efectivamente es una zona singular, de una belleza agreste, dura, de vientos penetrantes y paisajes marinos tallados en roca, con grandes acantilados y vegetación baja que resiste estoicamente aquel clima extremo. Son paisajes semejantes a los que normalmente se ven en las costas de Escocia, de Gales o de Irlanda.

El “Cap Fréhel” es uno de los lugares más impresionantes de Bretaña; situado sobre un agreste acantilado a más 70 metros sobre el mar, se llega a este lugar por un atractivo sendero poblado de pequeñas plantas conocidas como “bruyèrs”; es impactante caminar entre esas breñas, con una sensación permanente de miedo al acercarse al filo del abismo, pues el rugir del viento y el chocar del mar contra las rocas, dan una sensación de que en cualquier momento, uno puede ser absorbido hacia las profundidades. 

Debido al peligro que los farallones rocosos, los islotes y rocas del lecho marino presentaban para la navegación, en el extremo del “Cap Fréhel” existía un antiguo faro de granito que fue construido por Luis XIV en 1701; sin embargo  fue destruido por las tropas alemanas en 1944 y luego de la guerra debió ser reconstruido. El faro actual es visible a más de 100 kilómetros en las noches despejadas. En días claros desde allí pueden distinguirse las islas anglo-normandas de Jersey.

En “Dinard” pudimos deleitarnos de la célebre sidra bretona, esa bebida de bajo contenido alcohólico elaborada con jugo fermentado de manzanas, que se sirve acompañando otra especialidad de la región: las conocidas “crêpes de sarrasin”, tanto de sal (queso, champiñones, jamón…) cuanto de dulce (mantequilla y azúcar, chocolate, miel o mermeladas de distintas frutas…).

Allí pude enterarme que el “trigo sarraceno” o “alforfón” del que se hacen esas famosas “crêpes”, no es un cereal sino la semilla de una planta herbácea originaria del Asia Central. En Europa lo consumían solo los campesinos más humildes pues era considera alimento para el ganado. Sin embargo en Bretaña ese prejuicio se ha revertido y ahora ese plato forma parte de una de las especialidades culinarias locales.

Desde “Dinard” fuimos a “Saint-Malo” una de las ciudades más  conocidas y visitadas de Bretaña, atrae a más de doscientos mil turistas cada verano. Este puerto (de recreo, de pesca y de comercio) es también un punto importante de llegada de viajeros, pues  funciona como terminal de los ferries que la conectan con varias ciudades de Inglaterra y un importante centro económico regional. A nivel turístico, es muy visitado por su importante puerto y la belleza de su centro histórico amurallado con una fortificación hecha en piedra que data del siglo XIII.

Saint-Malo tiene una de las mayores concentraciones de restaurantes de mariscos de Francia. Son muy reconocidas sobre todo sus ostras provenientes de la cercana aldea de “Cancale”. Por supuesto no lanzamos a probar un plato de aquella deliciosa especialidad de esos mares de aguas heladas.

Las ostras se venden por docenas o por medias docenas; su precio depende del calibre de los individuos. Una ostra No.3 pesa entre 66 y 85 gramos (peso que se logra en 3 o 4 años de crecimiento en el mar); una No.2 pesa entre 86 y 110 gramos (y se ha desarrollado en 4 años) y una No.1 pesa entre de 111 y 150 gramos (y ha vivido más de  4 años en el mar).

Las sirven en un lecho de hielo picado y de algas marinas y se las come sólo con limón, acompañándolas de un buen vino blanco.

De “Saint-Malo” emprendimos rumbo hacia el Monte “Saint-Michel”, la puerta de Normandía, donde tuvimos la suerte de encontrar un cuarto libre en un pequeño hotel y nos quedamos a pasar allí la noche

El Monte Saint-Michel es una ciudad-abadía situado sobre una isla rocosa en el estuario del río “Couesnon”. En mis años de estudiante de arquitectura, había leído algo sobre esta importante obra arquitectónica y alguna vez realicé un cuadro bastante bien logrado, a partir de una foto de este monumento, usando la técnica de un palito aguzado y tinta china, sobre cartulina para acuarela. 

Cuando llegamos a este lugar de arquitectura prodigiosa, no podía creerlo.

El monte Saint-Michel es uno de los sitios turísticos más visitados de Francia. Cada año más de tres millones de turistas recorren sus callejuelas y sus murallas. La mayoría de sus numerosos edificios, religiosos y civiles, están catalogados como monumentos patrimoniales; el conjunto está catalogado como Monumento Nacional y desde 1979 la UNESCO lo declaró Patrimonio de la Humanidad. 

Son célebres las grandes mareas en este lugar, pues en bajamar las aguas se retiran tanto que el islote y queda totalmente aislado en medio de  una inmensa playa de arene. Cuando sube la marea las olas recorren cientos de metros, en cada acometida hacia la tierra, tanto que pueden llegar a más velocidad que un caballo de carreras lanzado a todo galope. En tres o cuatro impulsos el agua cubre nuevamente la inmensa playa de arena y uno puede ver luego, un incremento formidable del nivel, sin evidencia aparente de oleaje. Años más tarde, cuando regresamos a ese sitio en 1991 con mis hijas y mi sobrina Gaby, presenciamos como el mar literalmente engullía un carro, cuyo propietario olvidó retirarlo antes de la subida de la marea, apenas en dos o tres llegadas de esas marejadas formidables. 

El final de este hermoso recorrido antes de iniciar el camino de regreso a casa de mis suegros, fue el puerto de “Honfleur”, situado en el estuario del río Sena a pocos kilómetros de famoso “Puente de Normandía” que lleva hacia el puerto de “Le Havre”.

“Honfleur” es un acogedor y bello puerto, lleno de veleros de todas formas y tamaños y magníficos pequeños restaurantes de comida del mar. La ciudad  tiene un rico patrimonio arquitectónico en el que destaca la iglesia de “Santa Catalina”, con una rara cúpula piramidal, muy conocida por ser el templo más grande de Francia construido en madera; sus edificaciones civiles son también muy atractivas. “Honfleur” ha sido inmortalizado por  artistas como Gustave Courbet y Claude Monet cuyas obras dieron origen a la llamada “école de Honfleur”, uno de los cimientos del impresionismo. Por todo ello, es un lugar muy importante como destino turístico a menos de tres horas de Paris.

Nuestra pequeña “Estafette” respondió muy bien jamás nos dio problemas mecánicos y nos acompaño en ese maravillo periplo por tierras galas. El hecho de hacer turismo de esa forma, acampando en los diferentes lugares también fue para mí, una novedad; llegar a lugares calmos, seguros y cordiales con paisajes hermosos, deliciosa comida, mejores vinos y disfrutar, en pareja, de esos pueblitos y monumentos de una singular belleza llenan el espíritu y hacen amar más la vida. Tuvimos suerte, iniciamos nuestra vida matrimonial de una manera realmente extraordinaria.



1 comentario:

  1. Me impresiona tu capacidad de descripción, tan viva y cálida, y tu capacidad para recordar tantos detalles con fino humor y sensibilidad. Espero seguir disfrutando con tus relatos. Un fuerte abrazo.

    César

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