viernes, 15 de abril de 2011

España 4: Fallas Valencianas

En mayo de 1999 estuve en una reunión en casa de mi amigo Patricio Valencia que celebraba medio siglo de vida. Con esa oportunidad su esposa Juanita me pidió que dijera unas pocas palabras para recordar la vida y milagros del homenajeado.

Encontré unos borradores de las notas que hice para decir algo medio coherente en esa ocasión y voy ahora a tratar de ponerlas en blanco y negro para compartirlas, en medio de estos relatos y anécdotas de viajes y de encuentros.

En esa ocasión comencé a usar mis apuntes luego de leer en voz alta el encabezado: que decía precisamente: “Fallas valencianas” y, luego la aclaración hecha a los presentes: de que nunca había estado en Valencia… y que por tanto no había tenido la posibilidad de asistir a las famosas Fallas Valencianas. Conté que en cambio, había estado en varias “farras valencianas” en casa de estos amigos…

Luego desempolvé recuerdos de varios episodios que compartí con ese ciudadano de tan respetable edad… He tratado ahora de hilvanar en estas líneas, ese conjunto de vivencias.

Comencé afirmando categórico que: –“aproximadamente hace dieciocho mil doscientos cincuenta días…” añadiendo: –“los interesados en disponer de mayor precisión tendrían que conocer el número de años bisiestos transcurridos entre 1949 y 1999 y sumar igual número de días a la cifra antes mencionada… pero, dije: -“como éste es el reino del “más o menos”, hace… “poco más o menos dieciocho mil doscientos cincuenta días, vio la luz del sol en estas tierras sanfranciscanas un niño blanco, rubio, delgado, ¡muy delgado!, desnudo, con un enorme… nombre: si mal no recuerdo, Hugo René Patricio Valencia Debenais (se pronuncia Debené). Hijo de Pepé Hugo y Memé Ginnette”.

Patricio, Pat (para la familia), flaco (para algunos), Debené (para otros) se educó parcialmente en la Escuela Espejo (no sé si antes o después de una cierta permanencia en México)… allí (en la Escuela Espejo, no en México; o tal vez también en México) le decían, Valencia…

De esa época data mi primer recuerdo de este personaje -medio centenario- que allí nos tenía congregados. Debe haber sido por el año 58 que presencié un episodio en el que algún muchachito malcriado le llamó por su apellido con una cierta entonación de canción de Agustín Lara…y recibió una respuesta airada con la voz de trueno que Patricio utiliza para cantar las zambas argentinas que aprendió a entonar en años posteriores.

El segundo recuerdo de esos años escolares tiene que ver con el cumpleañero en brazos de un profesor que le llevaba a la enfermería, supongo que se cayó o tal vez, jugando fútbol, pudo haber recibido un certero puntapié en la canilla (que en el caso de Pat debe ser sumamente doloroso porque el pellejo debe machucarse contra el hueso). Fue la última vez que le vi en la escuela. Esa desaparición, supongo, tuvo que ver con el mencionado viaje a México y por el hecho de que, según me enteré años más tarde, hizo la secundaria en el Colegio Americano y no en el Benalcázar como todos los demás que egresábamos de la Espejo.

Lo volví a topar muchos años después. Posiblemente en 1973. Cursábamos ambos la Universidad...

Un día apareció en mi casa... llegó en compañía de mi hermano Jaime quién, a su vez, lo conoció por un amigo común, quién era compañero de trabajo de Pat en el Municipio. Llegó a mi casa, ya no recuerdo bien, por un asunto de unos planos que le pedían en la Facultad... en fin, poco importa...

Charlamos de mil cosas diferentes... era un apasionado de los libros de “Lobsang Rampa” y de los policiales... “Arthur Conan Doyle”, “Georges Simenon”, “Agatha Christie...” y de Tin-Tin que, como nos aclaró oportunamente haciendo valer sus raíces galas, se pronunciaba Tan-Tan... Tenía una magnífica colección de pipas y de anécdotas, conocía de todo y había hecho de todo… (Yo fumo pipa ahora… la primera que tuve, que conservo hasta hoy, me la regaló él).

En muchas ocasiones nos topamos en unas interminables y eruditas discusiones existencial-político-sentimentales, en casa de amigos, en el bar Silvia, en el café Royal o en el Imperio... consumimos varios hectolitros de un espantoso brebaje que manos oficiosas fabricaban artesanalmente, mezclando en una tinaja plástica: gaseosa de limón, azúcar, limones (que nadie se daba el trabajo de exprimir sino apenas de cortarlos en gruesos trozos) y Lima Dry (Lima Dri como le llamaba un buen amigo nuestro)... Cuando dejamos de consumir este aguardiente no muy bien destilado y, supongo, poco adecuado para la salud, la fábrica debió estar a punto de quebrar... éramos, estoy casi seguro, sus principales y más asiduos clientes....

Muchas de esas veladas interminablementedialogadas comenzaban o terminaban por música... Patricio era un conocedor erudito de las canciones de los Chachaleros y los Fronterizos, de Atahualpa Yupanqui y de Eduardo Falú... Y las cantaba bien... Hasta hoy resuenan en mis oídos, el eco que producían en las innumerables botellas vacías de Lima Dri... sus acordes, su rasgado enérgico, su voz de tenor y su clásico “adeeeennnnnnntro” al entonar la “López Pereira”, “Angélica”, “Paisajes de Catamarca”, “Engañera”, o “El arriero va...”.

Por esos años llegamos a ser compañeros en la Facultad de Arquitectura de Marquito y Raúl Vásquez... junto a ellos, iniciamos otra etapa deportiva y de bohemia... Jugábamos básquet.. (Marco era un formidable canastero... llegó a jugar en Liga... ), cantábamos y farreábamos... Raúl cantaba y tocaba muy bien la guitarra, Marco le acompañaba...y Patricio integró muy bien su voz a ese dueto llegado de la frontera.... (Sólo que no se hacían llamar “los fronterizos”…).  Yo integré el bulto a esas noches de bohemia pues, no tocaba ningún instrumento y mi voz no es como para sacarla de paseo... A las zambas, se añadieron una serie de pasillos y desconsolados boleros... “Julio Jaramillo”, “Alci Acosta”, “Alberto Ledesma”, “Leo Marini...” Pasábamos muy bien. Dábamos interminable serenos y arreglábamos el mundo en también interminables conversaciones noctámbulas. El consumo de Lima Dri permitió que las guitarras lucieran frondosas cabelleras verdes elaboradas con unos cordelitos de ese color que las botellas traían amarrado a su gollete... sin embargo eran años petroleros y poco a poco el ron y aún el whisky fueron substituyendo al aguardiente... Creo que eso permitió que continuemos todavía de pié.

Marco y Raúl vivían cerca de la Universidad, poco a poco nos fuimos instalando en su casa.... Recuerdo que nos reuníamos allí para realizar los trabajos de todo tipo que en las diferentes materias, unas aburridas y otras no tanto, nos mandaban en la Facultad... y en una suerte de reminiscencia de la infancia-no-superada, veíamos Bugs Bunny en las horas huecas…

Estabamos en tercer curso… Por esa época decidimos un día emprender una aventura por demás osada... creamos una empresa de diseño y construcción... Raúl tenía alguna experiencia porque dibujaba los proyectos de un primo y Patricio había ya construido el edificio de sus papás... Marco y yo no habíamos construido nada todavía pero teníamos buena voluntad... Nos instalamos en la oficina del papá de Patricio en la Av. Colombia...  Supongo que para los clientes del Dr. Valencia debe haber sido toda una incógnita el hallar en ese despacho jurídico, mesas de dibujo, escuadras y reglas paralelas...; casi tanto como para “nuestros clientes” el encontrar una “oficina de arquitectura” plagada de libros de derecho laboral y con un único título en la pared, el de un abogado...

Fueron años muy interesantes.. Construimos varias casas y realizamos proyectos de todo tipo... aprendimos mucho... fueron años alegres y también duros... Creo ahora, al hacer un balance, que nos dieron experiencia y nos permitieron compartir y soñar...

Entre tanto seguíamos estudiando... continuábamos haciendo las tareas en casa de los Vásquez... Molestábamos a Jorge “el abogado” que trataba de dormir para no atrasarse al día siguiente a su clase de derecho tributario… y nosotros no parábamos de hacer bulla con la topografía, la acústica, el urbanismo, los temibles proyectos... y la música con tantos entrañables amigos: el Negrito Romeo, Luchito Tamayo, Zabalita.

En esa época el resto de la familia de Marco y Raúl terminó de mudarse a Quito... llegaron el Ingeniero, su esposa doña Glorita, Albertito que en ese entonces era apenas un muchachito de escuela y Juanita...  ¡Ah Juanita!, ella acababa de graduarse en el colegio Tulcán y comenzó a estudiar “Diseño de Interiores” en un Instituto que se llamaba Tulpa o algo así... Patricio se mostró de inmediato muy agencioso por ayudar en las tares a la recién llegada... Se hacía el comedido... que por enseñarle “dibujo técnico”, que “perspectiva y sombras”, que el uso del “rapidógrafo”, que las “acuarelas”, que... los serenos, que “Zamba de mi Esperanza”…, que “quién sabe qué, más...”

Asistimos a su boda con un chuchaqui tremendo por las innumerables despedidas previas, y luego vimos aumentar la familia: Alex, Andrés, Margarita…  (quienes ahora también tienen familia)

Terminé recordando que todos finalmente, también nos fuimos casando, hemos tenido hijos… Muchos de esos jóvenes tenían ya -o se acercaban- a la edad que tuvimos en esos años bohemios, era increíble pero habían pasado ya 25 años desde esa época.

Ahora, casi cuarenta años después, la vida nos ha llevado por caminos diferentes, pero siempre hay confluencias… Nos encontramos -de tarde en tarde- con el mismo afecto, con la misma confianza, con la misma cordialidad… sin ningún tipo de “fallas”.

Concluí mis palabras abrazando al cumpleañero y claro, invité a los presentes a hacer lo propio y a disfrutar de la tremenda “farra valenciana” que nos ofrecían nuestros anfitriones esa noche.

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