viernes, 8 de abril de 2011

Francia 16 En Francia por primera vez…

En agosto de 1979 yo vivía en México. Estudiaba en la Escuela de Arquitectura de la UNAM en el programa de posgrado de Autogobierno. 

Mi esposa Marie Thérése había venido a juntarse a mi aventura mexicana y a iniciar nuestra aventura como pareja, unos pocos meses antes.

Tomada esa seria decisión decidimos que debíamos hacer un esfuerzo y emprender un periplo por Francia para que ella pudiera preséntame a su familia. Buscamos diversas opciones acordes a nuestras escuálidas economías y descubrimos que lo más económico al momento era un pasaje por Braniff, esa compañía texana con aviones de colores, que dejó de volar muy poco tiempo después.

Braniff ofrecía vuelos baratos de Dallas a Londres, con un sistema de último minuto, llamado “stand by”. El costo era ridículamente bajo, así que nos arriesgamos a tomar un vuelo de México a Dallas y una vez allí, someternos al azar de esta fórmula usada por estudiantes, por hippies y por viajeros apurados que debían trasladarse a última hora y por cualquier razón, de Estados Unidos al viejo continente.

Los potenciales pasajeros de este sistema se presentaban en el aeropuerto, se ponían en lista de espera y si el avión que iba a salir tenía plazas libres, los embarcaban. Si no había puestos, simplemente debían armarse de paciencia, tomar asiento nuevamente y esperar hasta la próxima llamada. Por supuesto había vuelos cada dos o tres horas, no era cuestión de regresar al día siguiente o luego de dos días.

Nosotros logramos embarcar a la segunda llamada en un vuelo que salía a media tarde. Llegamos a Londres en la madrugada del día siguiente y tuvimos que esperar hasta las nueve para poder informarnos de las opciones para cruzar el Canal de la Mancha, cuando los empleados de diversas compañías que ofrecían vuelos Londres - París comenzaran a atender.

Con terror nos enteramos que en Francia había una huelga de controladores aéreos y se habían anulado todos los vuelos a ese país. Nosotros ya habíamos anunciado a la familia de mi mujer que llegaríamos ese día. No sabíamos en qué compañía ni a qué hora, pero les anunciamos que llamaríamos antes de despegar. Así que no sabíamos qué hacer… las personas con las que buscábamos alguna salida no nos daban esperanzas de una solución inmediata. Según ellos la huelga podía durar varios días.

En medio del desesperado deambular por las instalaciones del aeropuerto, descubrimos, no sé cómo, que estaba próximo a despegar un pequeño avión a hélice de Londres a Francia. Averiguamos si no iba a la Costa Azul o los Alpes y al saber que viajaba sólo al otro lado del Canal, a "Pas-de-Calais" que, justo tenia dos puestos libres, saltamos en esa especie de licuadora con alas y luego de un vuelo ruidoso y ajetreado nos anunciaron a gritos que íbamos a aterrizar en un pequeño puerto llamado “Le Touquet”.

El nombre completo de ese pequeño puerto es “Le Touquet - Paris - Plage”; es, o más bien fue, una estación turística que tuvo sus días de gloria antes de la guerra. 

Cuando desembarcamos allí se notaba que fue un sitio vacacional de importancia en los años treinta y cuarenta, eso al menos evidenciaban sus edificaciones, hoteles y residencias particulares de veraneo, que cuarenta años más tarde, aunque bien mantenidos y pintados lucían ya bastante  “demodé”.

En “Le Touquet” había una pequeña “gare” de ferrocarril con servicio tan solo regional. Para poder trasladarnos a cualquier destino fuera de “Pas-de-Calais” debíamos tratar de llegar a una ciudad más importante para conectarnos a la red de ferrocarriles que cubrían las rutas nacionales.

Llamamos a mi suegro y nos sugirió que tomemos un tren a Paris, él podía venir a buscarnos a la “Gare du Nort”, aun si para ello, debía trasladarse más de 70 kilómetros  desde “Vauciennes”, donde vivía, hasta esa estación parisina.
Sin embargo esa opción no fue necesaria; descubrimos que había un tren que salía a  “Compiègne” y desde allí era posible hacer una conexión a “Crépy-en-Valois” que estaba a pocos kilómetros de la casa de mis suegros.

Cuando saltamos del tren en la Gare de “Crépy-en-Valois”, M. Maurice Leon nos estaba esperando. Me observó de arriba abajo con ojos escrutadores detrás de sus gruesos lentes de carey y me tendió la mano. - “Bienvenue”, me dijo… abrazó a su hija y añadió: -“Comment s´est passé le voyage?, Vous n´êtes pas trop fatigués”. Con mi mínimo nivel de francés respondí: - “Pas trop… Surtout, Je suis très content d`être en France et très heureux de vous rencontrer“.

Asunto resuelto. Creo que no le caí mal. Es más, desde ese día comenzamos a llevarnos muy bien. Mi mujer le molestaba diciéndole que esa tarde en la estación de “Crépy-en-Valois”, suspiró aliviado al verificar que su hija no le había traído un personaje con taparrabo o plumas en la nariz y que por añadidura -aunque sea “medio-medio”- podía comunicarse en francés.

Nos condujo a través de una hermosa región con paisajes llenos de vegetación y muchos árboles. Atravesamos la “Forêt de Compiégne”, el pequeño pueblo de Villers-Cotterêts y nos dirigimos hacia su casa ubicada cerca de “Vauciennes”.

 
Al llegar, salió a recibirnos la mamá de Marie Thérèse, mi suegra.

Madame "Maurice Leon", cuyo nombre de “jeune fille” era Yvette Dupont, nos recibió con besos y abrazos. Desde ese momento nos llevamos muy bien.

Estábamos agotados. Llevábamos viajando casi cuarenta y ocho horas. Así que luego de una breve conversación relatando el viaje y algo de nuestra vida en México y luego de haber tomado una tacita de “tisane”, nos retiramos a descansar.

A día siguiente nos despertamos muy tarde. Cuando comenzamos apenas a abrir los párpados, era como la una y media de la tarde, aunque para nosotros, con el cambio horario, eran apenas las seis y media de la mañana. No habíamos desayunado pero todos mis cuñados esperaban en la sala para saludar con su hermana y su cuñado ecuatoriano llegados de México y poder atacar el sensacional almuerzo que había preparado su mamá.

Mi suegro consideró que era una hora prudencial para despertarnos y puso a todo volumen un disco de marchas militares… ese momento terminamos de abrir los ojos; Marie Thérèse se levantó y fue al baño…Yo no encontré nada mejor que adaptarme a la ocasión, me enfundé mi impermeable color caqui de anchas solapas cruzadas y botones de cuero, cerré el cinturón, me calcé unas botas altas de mi mujer y a guisa de casco me coloque sobre la cabeza, un florero de cobre que había visto la noche anterior, en el descanso a la subida de las gradas.

Al ritmo de las marchas que seguían vibrando atronadoramente acompañadas de redobles de tambores y de cañonazos, saludé militarmente a suegros y cuñados que me veían atónitos desde la planta baja y comencé a descender las escaleras a paso de vencedores.

Levantaba alternadamente cada una de las piernas y mantenía manos y brazos extendidos, verticales y firmes, hacia abajo, con las palmas coladas a los muslos. La mirada al frente, casi tapada por el improvisado casco y el gesto austero, riguroso, sin el menor atisbo de una mínima sonrisa.

Todo iba bien hasta el descanso. Una de las botas que no me logré colocar bien pues mi mujer calza dos números menos que yo, se me salió del pié, pisé mal y resbalé hacia los atónitos espectadores.

Rodé las gradas y en vez de hacer una entrada triunfal llegué al seno de la familia, dándome trampolines y arrastrándome por los suelos.

No pudo irme mejor. Todos se abalanzaron a ayudarme. Todos reían y se turnaban para abrazarme. Cada cual se fue presentando y pude saludar e identificar a cada unos de mis cuñados y a sus parejas.

Cuando bajó Marie Thérèse, yo era ya íntimo de toda la familia. Procedimos de inmediata a dar cuenta del aperitivo, las entradas, los platos fuertes, los vinos, los quesos y los postres que tenía listos mi suegra. Todo me encantó. Me repetí de todo. Elogié los vinos y los quesos y les volví a caer bien.

Así entré a mi familia política y así transcurrió mi primer día en tierras galas.
  


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