Como relaté estuve en Alsacia por primera ocasión, por invitación de Claude y Christine Finel, amigos que conocí en España y luego nos visitaron en el Ecuador. En agosto de 1991 habíamos previsto viajar a Francia con mis hijas y mi sobrina Gaby, así que comunicamos a los Finel que les visitaríamos ese verano. Ellos respondieron amablemente manifestando que estaban encantados de esa visita y que nos esperaban para hacernos conocer los magníficos pueblos, la cultura, la gastronomía y los vinos de Alsacia.
Mi suegra nos prestó su carro, salimos un mañana muy temprano y enfilamos hacia el noreste para llegar a esa magnífica región de Francia, desde el sur.
Estábamos cruzando la región de los montes Jura en el departamento de Alta Saona, cuando alcancé a ver un letrero que marcaba el desvío hacia “Ronchamp”. Para ser absolutamente franco, yo no tenía idea que por allí se encontraba ese pueblo célebre por la famosa capilla diseñada por Le Corbusier. Le pregunté a mi mujer si el Ronchamp del letrero era el mismo del de la capilla. Al recibir su respuesta afirmativa, casi pierdo la cabeza.

Sin pensarlo dos veces me desvié del camino hacia la dirección que señalaba el letrero y tomé casi temblando, el camino de Ronchamp.
La capilla de “Notre Dame du Haut” (Nuestra señora de arriba), conocida simplemente con el nombre del pequeño pueblito donde se ubica es una de las creaciones más significativas de “Le Corbusier“, ese célebre arquitecto suizo-francés uno de los íconos, del llamado “Movimiento Moderno de la arquitectura” junto con el americano Frank Lloyd Wrigth, los alemanes Mies van der Rohe y Walter Gropius y el finlandés Alvar Aalto.
El verdadero nombre de Le Corbusier era Charles Édouard Jeanneret-Gris nació en Suiza en 1887 y falleció en la Costa Azul de Francia en 1965; fue como teórico de la arquitectura, diseñador e innovador, unos uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX.

Está considerado uno de los ejemplos más importantes y más significativos de la arquitectura moderna y, particularmente, una de las obras cumbres de la arquitectura religiosa moderna. Se la considera uno de las respuestas más claras a lo que se dio en llamar arquitectura-respuesta “al entorno” y “al sitio”.
Su autor mencionaba que, para delinear su propuesta, fue decisivo el hecho de que la obra iba a ser ubicada en lo alto de la colina, con un horizonte para observar y para que la capilla fuese vista desde los cuatro puntos cardinales. Le Corbusier detectó una relación casi sagrada de la colina con sus alrededores, las montañas del Jura que estarían presentes como un telón de fondo en su propuesta. La obra debería elevarse frente a un telón de paisaje y sobre un escenario elevado, dominando el paisaje.


Al llegar, el espectador queda maravillado por un conjunto monumental, de formas y volúmenes tan diferentes a las de la arquitectura religiosa convencional; tanto que, al toparse de repente con la capilla, uno queda casi sin aliento.

La planta de la iglesia es bastante sencilla, una nave central de líneas curvas, con entradas a los costados, un altar principal y tres pequeñas capillas debajo de las torres. La impresión es muy diferente a las otras iglesias y catedrales con hileras de columnas, arcos y bóvedas, Ronchamp parece no seguir una lógica geométrica regular ni una grilla de diseño ortogonal o en forma de damero.

Las emociones e impactos perceptivos se suceden a cada instante Las sensaciones y percepciones varían para cada visitante pues luces, sombras, penumbras e imágenes abstractas siguen los movimientos y los pasos -del cuerpo y del espíritu- dentro de esos espacios sorprendentes.


Mi mujer y mis hijas relatan que al recorrer ese edificio, sus exteriores y sus múltiples puntos de vista interiores, yo estaba en un nivel muy particular de éxtasis, no oía la preguntas, no daba respuestas, caminaba, casi corría, me detenía, alzaba a ver a lo alto, regresaba al suelo, tomaba fotos y dejaba de hacerlo… preso de un frenesí extremo que, ahora recuerdo –o creo recordar- era como si estuviese fuera de control, como si ver esas paredes o sentir esos efectos y esas sensaciones, no iba a ser nunca más, posible.
Extraña situación… algo parecido deben sentir las personas que descubren un tesoro, un planeta, una bacteria, una especie desconocida, o pasan la barrera de la vida y se topan con la luz del más allá...
Finalmente regresé al más acá.
Sólo al final de la tarde, logré tranquilizarme.
Nunca me había pasado algo parecido; ni en Macchu Picchu, ni en Teotihuacan, ni en Uxmal, Chichén Itzá o en las pirámides de Egipto.
Será que Le Corbusier logró acercar lo profano a lo divino de manera más contundente que otras realizaciones humanas. ¿Qué será?
Para mi todo eso fue mágico… Hasta ahora “no creo” haber podido visitar Ronchamp. Haber tenido la ocasión de ver-vivir esa leyenda-realidad de la arquitectura contemporánea.
este proximo mes de agosto tengo previsto visitar ronchamp , despues de su narracion voy con un aliciente extra .
ResponderEliminarEsos sintomas que comenta , (sindrome archiconocido)yo mismo los experimente en un pequeño pueblo de francia(salers)y desde entonces no lo volvi a sentir , quizas en ronchamp.....