Como ya he relatado en agosto de 1979 yo vivía en México. Estudiaba en la Escuela de Arquitectura de la UNAM en el programa de posgrado de Autogobierno. Mi esposa Marie Thérése había venido a juntarse a mi aventura mexicana y a iniciar nuestra aventura como pareja, unos pocos meses antes.
Tomada esa seria decisión decidimos que debíamos hacer un esfuerzo y emprender un viaje a Francia para que ella pudiera preséntame a sus papás y a sus hermanos. Así que en septiembre de ese año saltamos el océano y viajamos a tierras galas para conocer a la familia política.
Mis suegros me adoptaron de inmediato y luego de pasar unos días con ellos en su casa en “Vauciennes” nos pusimos de acuerdo para programar de la mejor manera las casi seis semanas que íbamos a permanecer en Francia, de manera que pudiésemos pasar unos días con la familia pero también hacer algo de turismo, sobre todo en consideración a que ese era mi primer viaje a Europa.
Programamos las cosas para que pudiéramos conocer la mayor cantidad de regiones, ciudades y atractivos turísticos sin largos desplazamientos y sin gastar mucho en trenes o en hoteles, teniendo como centro de operaciones “Vauciennes”. De esa forma luego de cada periplo, podíamos regresar allá, dando la posibilidad a mis suegros de tener unos días en casa a su hija y al “nuevo”.

Mi suegro nos prestó su carro y al llegar fuimos muy bien recibidos por la familia. Nos quedamos dos o tres días y pudimos conocer varias de hermosas ciudades de la región, “Arras” con sus magníficas plazas y “Douai” con su célebre Torre del Reloj o “Beffroi”.
Algo que me impresionó muchísimo fueron los escenarios de las dos guerras mundiales, las trincheras, los “blockhouses”, los gigantescos cementerios, franceses, alemanes, ingleses, americanos, canadienses… y los monumentos en cada pequeño pueblo o ciudad con una inscripción siempre presente: el nombre del pueblo y la frase “a sus hijos, caídos por la patria” y luego dos lista de nombres,1914-18 y 1939-45, en ocasiones enormes para un minúsculo pueblito.



En las inmediaciones conocimos la ciudad y el célebre “Château· de Fontainebleau y la enorme “Forêt” del mismo nombre; ese bosque de veinte y cinco mil hectáreas, un verdadero santuario natural, recibe cada año más de 13 millones de visitantes y es célebre en el mundo por haber inspirado a artistas pintores impresionistas, fotógrafos, escritores y poetas.

En otra salida pasamos unos días en el centro de Francia en la región de l`Allier, donde mi suegro tenía una pequeña casa de campo cerca de Paray-le-Frésil. Desde allí hicimos deliciosos paseos por bosques llenos de estanques y lagunas y visitamos la ciudad de “Moulins”, donde años después vivió por un tiempo mi hija Manon cuando estudiaba en “Clermont –Ferrand”.
El gran desplazamiento lo emprendimos en la tercera semana luego de nuestra llegada a Francia. Decidimos visitar los castillos del Loira, los célebres “châteaux de la Loire” y luego una parte de Bretaña y la región de Normandía, viaje ese que relataré en otra ocasión.

Mi cuñado nos prestó material de camping: colchones inflables, bolsas de dormir, sillas plegables, una pequeña mesa, cocineta a gas, vajilla y trastos de cocina, linternas, botiquín y no se cuantos cacharros adicionales. Mis suegros nos prestaron sus bicicletas, que atamos a la parte posterior de la “estafette” y emprendimos así la vuelta a Francia.
Visitamos la ciudad de Le Mans, conocida por las carreras de autos y luego Orleáns, célebre por su famosa catedral de estilo gótico, catalogada como una de las más bellas de Francia.
Luego, en varios días recorrimos el Loira visitando sus célebres castillos que en su mayoría tienen sus orígenes en la Edad Media, muchos conservan vestigios arquitectónicas importantes de esa época. Sin embargo buena parte fueron edificados en la época del renacimiento (siglos XV y XVI) y algunos, los más antiguos, fueron reconstruidos y adaptados en ese periodo. En total son cuarenta y dos y se ubican en las riberas del río Loira o en algunos de sus afluentes.

Para realizar estas visitas, hicimos una detallada programación; previendo desplazamientos no muy largos para que la jornada diaria no resultara demasiado agotadora; visita de máximo dos castillos por día, uno en la mañana y otro en la tarde y recorrido, al medio día, por alguna de la atractivas ciudades cercanas para poder almorzar y descansar. En la tarde buscábamos un camping para instalarnos con nuestra “Estafette” para pasar la noche.

En muchos de estos sitios se disponía de pequeños micro-mercados donde se conseguía frutas, verduras, embutidos, vinos, agua, refrescos, golosinas y artículos de aseo de primera necesidad.
Muchos estaban equipados también con lavadoras y secadoras para la ropa, así que quienes se lanzan a una aventura turística de varias semanas en carpa o en casa rodante, tienen todas las facilidades para disfrutar de esa opción, con todo confort y sin pasar ningún tipo de penurias.
Nosotros comprábamos el pan y sus acompañantes para el desayuno y la cena, en alguna tienda cercana y disfrutábamos de esas comidas confortablemente sentados junto a nuestra “estafetta”; a pesar de que estaba comenzando el otoño, el clima era todavía muy agradable, comíamos al aire libre, escuchando música en una pequeña grabadora que nos prestó también Michele.
En ocasiones salíamos también a visitar el centro histórico de la ciudad o pueblito más cercano y a disfrutar de una comida en algún restaurante. Allí siempre había ofertas y opciones para todos los gustos y para todos los bolsillos. Esos desplazamientos lo hacíamos en bicicleta, pues el vehículo quedaba “anclado” en el sitio asignado y con toda la logística armada esperando nuestro regreso.
Cuando iniciamos nuestro recorrido y salimos con todo el equipo en la “estafette”, nadie, ni suegros, ni cuñados, ni la joven pareja en luna de miel, se preocupó de un pequeño detalle: yo nunca había montado en bicicleta. Eso en Francia es casi imposible pues el ciclismo es el deporte nacional, mucha gente se desplaza en bicicleta, la gente en pueblos y ciudades -sin importar la edad- va a trabajar, a clases o a hacer compras en bicicleta, es frecuente ver a viejitos, hombre y mujeres que circulan en ese medio de transporte, con sus “baguettes” bajo el brazo, en fin… era inconcebible que alguien no hubiese jamás usado ese aparato…


Pero, para eso también, hubo solución: adosarme a la vereda para que el pie tuviese apoyo o saltar del aparato como si se tratase de un caballo; total, en equitación si tenía experiencia y a esa edad, agilidad no me faltaba.
Ya convertido en experto en estas mañas para subir y bajar del “caballito de metal”, las visitas a los pueblos y los recorridos por hermosos senderos y caminitos rurales de la campiña francesa, dejaron de ser un problema y las bicicletas contribuyeron a que podamos disfrutar aun más de ese maravilloso viaje.
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