Ya que he comenzado a escribir sobre las
extraordinarias cosas de Mahikari, ahí va una más que viví en Foz de Iguazú.

Hace algún tiempo, a mediados del año 2000 asistí a un seminario en Canadá, en la ciudad de Montreal.

Alguno de los amigos sabía que yo practicaba el arte de Mahikari y me pidió algunas explicaciones sobre esta práctica.
Luego de algunas ideas básicas yo propuse a los presentes si les interesaba recibir una “dosis” de energía que en japonés, se suele decir recibir “okiyome”.
Todos aceptaron y mientras la conversación seguía en la sala yo iba recibiendo uno a uno a estos colegas para trasmitirles okiyome.
La última en venir fue la actual compañera de mi amigo, el dueño de casa; una joven mujer de origen asiático. Mi amigo se había separado de su primera esposa años atrás y conoció a esta muchacha en el curso de un trabajo en alguno de los países de esa región del mundo; formaban una muy linda pareja; habían decidido casarse, tener familia y seguir trabajando por allá; estaban en Canadá solo hasta que él pudiese obtener su divorcio para así poder formalizar su relación.
Al recibir okiyome esta chica comenzó casi de inmediato a llorar con gemidos casi inaudibles pero enternecedores; lloraba sin gritos ni exageración, pero con suspiros profundos y gruesos lagrimones que denotaban una profunda pena… casi al mismo tiempo se fue doblando sobre si misma hasta adquirir una posición fetal… hacía con la boca un gesto como el de un bebe lactando, pero al mismo tiempo cerraba los ojos con fuerza -como con miedo- y hacía con sus manos y sus dedos -plegados y entreabiertos hacia abajo- un gesto especial como las patitas de un pajarito que no quiere caer -o volar- aferrándose con fuerza a una rama inexistente.
Durante los diez minutos que tardé en trasmitirle el okiyome, el lastimero llanto y los gestos en boca, ojos y manos se mantuvieron inalterados. Al finalizar, dejó de llorar, me agradeció y me dijo que se sentía muy aliviada. Yo -no se si por lo emotivo de esa situación especial o por algo inexplicable que me impulsó a hacerlo- le pregunté (tan de improviso que yo mismo me admiré de mi pregunta) si ella no había tenido algún aborto.
Debo mencionar que yo nunca pregunto cosas personales al trasmitir okiyome… y no entro en detalles que pueden parecer curiosidad o irrespeto a quien lo recibe. En esta ocasión la pregunta me salió de lo más profundo del alma. Ella palideció y volvió a sollozar. Me dijo que me iba a contar algo que había sido por años su secreto más íntimo, algo que no había contado a nadie, ni siquiera a mi amigo… su actual compañero. Me relató que hace años, siendo ella muy joven, había venido a estudiar su carrera universitaria en los Estados Unidos, allí conoció a un muchacho con quien tuvo relaciones sentimentales y quedó encinta. El no quiso saber nada de un niño… ella no podía regresar a su país y a su familia con un bebé en los brazos y tomó la decisión que la atormentaba hasta ahora…
Yo no sabía qué decirle… le recomendé que tratara de “hablar” con el pequeño… que tratara de explicarle el por qué ella tuvo que proceder así… y que le pida profundo perdón de manera sincera… Me agradeció y me dijo que al haber hablado sentía que se había liberado de un gran peso, que iba a conversar con mi amigo para que le ayude en esto de pedir perdón… pues estaban desde hace meses tratando de tener hijos; se habían hecho todos los exámenes… todo salía normal en esas pruebas, pero sin los resultados anhelados. Me dijo que posiblemente -por la vía sugerida- la cosa tendría un giro diferente y que entendía muy bien lo que le había explicado pues su familia practicaba el budismo.
Volví a ver a esta pareja unos seis meses después, en noviembre del año 2000, en el marco del V Foro Mundial sobre el Agua que se realizó en el sur del Brasil en la ciudad de Foz de Iguazú, cerca de las hermosas cataratas del mismo nombre.
Se habían casado, eran felices y solo les faltaba tener un hijo para rematar ese amor que les tenía todo el tiempo con las manos entrelazadas y los ojos llenos de miradas de ternura y compromiso mutuo.


Así lo hicimos y durante las dos primeras sesiones, la escena de Montreal se repitió casi de manera idéntica y dramática; con el llanto, la tristeza y los gestos de la boca, las manos y los ojos (que se cerraban con fuerza como en una escena de miedo o de terror).
Siempre -al terminar la transmisión de Okiyome- la chica recobraba la calma, me agradecía y me decía que se sentía muy aliviada.

La cuarta noche mi amiga recibió okiyome tranquila, con muestras de paz y tranquilidad en su rostro y sin que se produjeran las manifestaciones de las ocasiones anteriores.
En la quinta noche aconteció algo semejante. No hubo evidencias de los gestos habituales ni se produjeron los llantos ni los suspiros apesadumbrados como en otras ocasiones. Mi amiga no se movió en absoluto.
Sin embargo al finalizar la trasmisión y pedirle que abra lentamente los ojos… ella con viva emoción comenzó a relatarme que “había dado a luz”; o que -al menos- “había sentido que su cuerpo, su mente y su espíritu experimentaban todas las sensaciones y emociones que relatan las mujeres al describir la maravillosa experiencia del alumbramiento….”.
Cabe mencionar que todas las noches también daba okiyome al esposo. Esa noche no fue la excepción… al finalizar, ambos me abrazaron muy afectuosamente y nos despedimos pues yo debía tomar mi avión de regreso, temprano, al día siguiente.
Varios meses después volví a tener noticias de ellos. Me llamaron desde alguna ciudad de nombre impronunciable en algún país asiático.
Su saludo fue algo así como: -¿sabes que día es hoy?... Yo no entendía nada… ellos aclararon enseguida –hoy hace nueve meses tomaste el avión de regreso a Quito desde Foz de Iguazú-… te estamos llamando para decirte que ayer en la tarde nació nuestra pequeña hija…
Luego hubo llantos, agradecimientos entrecortados y pucheros en varios idiomas…a pesar de los precios de una llamada internacional desde un país distante….
Esa es la historia…ellos hicieron lo suyo y yo puse algo de buenas vibras, supongo que las cosas se “alinearon” como los planetas y todo aconteció como debía acontecer.
Asuntos inexplicables, con los que es mejor no meterse. Como decían las abuelitas, “¡por algo será!”… Mejor no buscar explicaciones… Lo más seguro es que quién sabe…
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