jueves, 12 de julio de 2012

Brasil 2: La cámara de video, Mahikari y ECO-92


Durante el mes de junio de 2012, se desarrolló en Brasil la cita mundial sobre “ambiente y desarrollo sostenible”, llamada “Río+20” en alusión al aniversario de la “Cumbre de la Tierra” (la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente y el desarrollo - UNCED), que se desarrolló en Río de Janeiro hace veinte años.

Eso me ha llevado a recordar una serie de eventos y experiencias que viví en esa ciudad brasilera hace dos décadas cuando participé en ese gran foro transcontinental que fue conocido también como “Eco-92”.

Como ya he relatado, en aquella ocasión viajamos a Río con mi amigo y colega de CIUDAD, Diego Carrión. Él iba a participar en las actividades organizadas por la Coalición Internacional del Hábitat (HIC) y yo en las que había previsto realizar el Secretariado Internacional del Agua (SIA) durante la “Cumbre de la Tierra”.

Los miembros del “Secretariado del Agua” nos habíamos propusimos tener un rol protagónico en “Eco-92”, tanto en el “foro alternativo” cuanto en la “conferencia oficial”; deseábamos llamar la atención de las autoridades pero también de los medios y de la población mundial sobre la importancia del agua para la preservación ambiental pero también para un desarrollo respetuoso de la vida.

Raymond Jost, cabeza del “Secretariado” nos propuso una idea que enseguida nos encantó: llegar a Río de Janeiro con un globo aerostático tripulado, con la forma de una gota de agua. El globo se elevaría en diversos lugares de la ciudad para sensibilizar a todos sobre la importancia del agua para el ambiente.

Días antes del viaje, mi mujer Marie Thérèse me regaló una cámara de video para poder registrar el lanzamiento del globo y los demás acontecimientos y vivencias de la “Cumbre de la Tierra”. En este relato trataré de resumir una serie de acontecimientos incomprensibles que me ocurrieron con esa cámara durante ese evento.

El 30 de mayo de 1992 viajamos a Río con Diego, Marie Thérèse nos llevó al aeropuerto y mientras hacíamos fila para registrarnos en la compañía aérea vi que con su mano derecha nos trasmitía “buenas energías” a nosotros y a la maleta en la que llevaba la cámara. Diego le preguntó qué era lo que hacía y ella le explicó que era para que nos fuera bien en el viaje y para que no me vayan  a robar la cámara, pues había leído que en Río, a pesar del cuidado de las autoridades, habían cientos de rateros esperando el desembarco de los ingenuos y despistados ecologistas, para despojarles de sus pertenencias.   

La inauguración del Foro de las ONG tuvo lugar la tarde del martes 02 de junio, en la playa Flamengo; fue una ceremonia muy emotiva en la que participaron miles de personas de todo el mundo que se congregaron allí de forma multitudinaria; el evento comenzó cuando toda esa gente dio la bienvenida a una embarcación, réplica de un barco vikingo, bautizada con el nombre de “Gaia” en honor de la diosa griega de la tierra y la naturaleza, luego vinieron los discursos y el lanzamiento de nuestro globo (bautizado como "la Gota de la Esperanza”) que fue uno de los actos más significativos de ese gigantesco carnaval.

Por supuesto registré todo el evento con mi cámara.

Otros colegas del SIA habían llegado a Rio y pudieron estar presentes en ese acto: Raymond Jost -nuestro Secretario General- y Lilia Ramos de Filipinas -nuestra presidente- estaban en el estrado, Regina Pacheco de Sao Paulo (a quien todos llamamos Biba), Gilles Hout de Canadá, Ibrahima Cheik-Diong de Senegal, Laurent Chabert d'Hières de Francia y yo estábamos en la playa. Todos dieron sus impresiones y expresaron sus saludos en diferentes lenguas frente a mi pequeña cámara.

El miércoles 03 todos los colegas del SIA subimos al “Morro de Urca” y al “Pan de Azúcar” para participar en los vuelos del globo. Este se pudo elevar -una y otra vez- en esos emblemáticos lugares como parte del objetivo de promover la importancia del tema del agua en ECO-92.

Todo ello también fue registrado en video y cuanto subí en el globo pude filmar también la magnífica vista de la ciudad y la bahía de Río.

En la tarde, Diego, Biba y yo, nos reunimos con otros amigos: Enrique Ortiz Secretario General del HIC, Alejandro Florián de Fedevivienda - Colombia, Etienne Henry del INRETS - Francia, Alfredo Rodríguez de SUR - Chile, Silvio Caccia Bava y Elizabeth Grimberg de POLIS - Brasil, entre otros.

En ese tipo de reuniones siempre asoman “los recuerdos” traídos de los diversos países… todos portadores de gran afecto y enorme amistad… varían tan sólo en su color, su contenido alcohólico y en ocasiones, en la forma de la botella…

Hidratando una amena conversación, dimos cuenta de tequilas, rones, aguardienticos, vinos de diversos colores, cachazas, piscos y singanis… No sobró nada y por supuesto, los resultados fueron desastrosos….

Cuando abandonamos el recinto donde nos habíamos refugiado para nuestras prácticas de comunicación etílica… descubrimos que ya había anochecido… Íbamos a trasladarnos a nuestros respectivos alojamientos cuando alguien propuso que diéramos una vuelta por el Parque Flamengo, sede del Foro de las ONG, donde esa noche iba a desarrollarse un acto muy singular, una “actividad ecuménica masiva” llamada “la vigilia de las religiones”…

Allí, en las diversas carpas-auditorio, representantes y fieles de todas las religiones y creencias del mundo, junto a centenares de otros sujetos, no creyentes, agnósticos, ateos y curiosos, iban a congregarse a orar por la vida. Todos, a través de sus plegarias, sus ritos, sus liturgias, sus oraciones, sus mantras, sus cánticos, su música, su conexión espiritual -tomándose de las manos o permaneciendo en silencio- iban a interactuar, compartiendo un sentimiento común: su deseo de lograr un planeta en el que los seres humanos, hombre y mujeres, de todas las razas, continentes y latitudes pudieran cohabitar con los otros seres vivos, en una comunión respetuosa con su hábitat y el ambiente, natural y construido… Miles de personas iban a expresar su anhelo de que la tierra, nuestro hogar común, pudiera ser saludable, armoniosa, próspera y sostenible.   

En esa noche mítica, una luna llena esplendorosa y millares de pequeñas velas blancas, iluminaban los diversos rincones del parque, las tiendas, los stands, las caminerías, sus intersecciones, sitios de convergencia, plazas, plazoletas, fuentes y lugares de encuentro….

Luego de ingresar recorrimos esos titilantes corredores arborizados y visitamos decenas de  espacios –cubiertos o al aire libre- donde practicantes de todo tipo de credos desarrollaban sus actividades de vínculo con la divinidad y el cosmos. En algún lugar nos cruzamos con una multitud de toda proveniencia que seguía al Dalai Lama… en otro sitio, Hare Krishnas, hombres y mujeres, rapados la cabeza y ataviados con sus túnicas de color naranja, entonaban dulces cánticos y saltaban acompañados de pequeños tambores… 

En otro lugar, decenas de bahianas, sacadas de algún libro de Jorge Amado, bailaban cadenciosamente al ritmo de tambores y de palmas que se juntaban de forma de forma lenta, acompasada, enérgica y sonora, siguiendo y generando la música. Sus largas faldas ondulantes, sus blusas y tocados, todos bellamente bordados e inmaculadamente blancos, seguían el cimbrear de caderas y cinturas de forma armoniosa y magnífica. El volumen, el peso, la estatura o la edad de esas mujeres no tenían ninguna importancia, todas seguían el compás con los pies y giraban de improviso con una agilidad de gacelas… Imposible dejar de seguir sus armoniosos movimientos sin impregnarse y comenzar a compartir esa forma distinta de oración, esa conexión de cuerpos y espíritus de origen africano tan brasilera ahora, tan formidablemente universal… ¡Extraordinaria!

Vimos grupos de oración y diversas formas de expresión espiritual de agrupaciones cristianas, judias, sintoístas, budistas y musulmanas…

En algunas carpas se celebraba simultáneamente misas católicas para numerosos fieles seglares, curas con traje de paisano, identificados sólo por una cadena y una pequeña cruz y monjas que hablaban todo tipo de lenguas, ataviadas con hábitos de diversos colores: azules, blancos, celestes, marrones, beige, e incluso negros a pesar del calor.           

En otras carpas, indígenas de la Amazonía, corpulentos africanos o maoríes tatuados, de abultado vientre, danzaban casi desnudos, en su espacio respectivo, al ritmo de atronadores tambores y de raros instrumentos de percusión de madera y bambú… en todos los casos, el ritual también absorbía de una forma casi mágica a propios y extraños… Era alucinante como ese frenesí llevaba a bailadores y a visitantes a una forma distinta de contacto con el mundo espiritual….  ¡Increíble!

Nuestro grupo, numeroso al inicio, se había ido dispersando por los diversos intereses de sus integrantes. Unos se quedaban más tiempo en un carpa -participando o curioseando de alguna ceremonia- otros, como embobados se quedaban contemplando cualquier extraño ritual, algunos se había sumado a gaiteros o bailadores, y no pocos meditaban con los ojos cerrados en un rincón apartado.

Estábamos recorriendo ese extraordinario lugar lleno de sensaciones tan sobrecogedoras, cuando Diego, Etienne, Biba y yo, llegamos al centro del parque, al lugar donde se erigía una gran escultura de metal, el símbolo del Foro de las ONG, una gigantesca esfera que era el planeta entero y un enorme árbol a la vez… paralelos y meridianos se confundían con vegetación, raíces y continentes metálicos para cobijar a los miles de participantes brasileros y a los centenares de visitantes llegados de los rincones más raros y alejados del planeta.

Nos dirigimos hacia ese lugar tan cargado de simbolismos, cuando dimos con dos o tres muchachas que alzaban uno de sus brazos con la mano abierta como queriendo topar la escultura.

A nosotros, “entonaditos como estábamos” por la ingesta de líquidos tan variados y de todos los colores, esa actitud nos pareció singularmente simpática y nos pusimos a imitarlas… Los cuatro alzamos el brazo y dirigimos la palma abierta, hacia ese descomunal balón de bronce.

Inmediatamente, todos, volvimos a bajar los brazos, lentamente… a mí, al menos, se me pasó el efecto del alcohol… sentimos una suerte de electricidad extraña que fluía de la bola hacia nuestros cuerpos a través de la palma de la mano y por el brazo extendido…

Nos acercamos, lenta y tímidamente hacia las muchachas y saludamos con un gesto de la cabeza, sin osar interrumpirlas pues nos dimos cuenta que al mismo tiempo que elevaban su mano, estaban entonando al unísono una suerte de oración incomprensible de forma rítmica y monocorde.

Luego de un rato de contemplarles extasiados y llenos  de curiosidad ellas terminaron su entonación y se dirigieron a nosotros. Las tres jóvenes, muy bonitas, eran todas, brasileras, cariocas. Les preguntamos que es lo que hacían y nos respondieron que estaban trasmitiendo energía a la escultura… Diego preguntó, si no era más bien al revés, si ellas no se estaban cargando de la energía de la bola, pues nosotros, habíamos sentido que nos llegaba una corriente desde ella, a través de nuestros brazos… Rieron de buena gana y nos explicaron que ellas y otras personas había estado trasmitiendo energía al globo terráqueo, durante todo el día, con el concepto de que siendo esa escultura el “símbolo del Foro” y el “centro del parque” todos los visitantes podrán recibir esa buena influencia al acercarse a aquel monumental globo de bronce. 

Nos preguntaron que de dónde veníamos y a qué nos dedicábamos… estábamos conversando alegremente cuando me fijé que una de ellas tenía en la solapa una pequeña estrella de seis puntas como la que tenía Marie Thérèse luego de haber asistido al seminario donde aprendió a trasmitir energía con la palma de la mano… Yo no recordaba el nombre pero, señalando la estrellita, les comenté que mi esposa también tenía una igual y que ella también hacia esas cosas con la mano… Volvieron  a reír, comentando lo pequeño que era el mundo pues, toparnos en Río con unas chicas que hacían lo mismo que había aprendido a hacer mi mujer al otro lado del continente, no dejaba de ser extraordinario.

Nos preguntaron si no deseábamos recibir su trasmisión energética y todos aceptamos, a excepción de Etienne que prefirió descansar porque no se sentía bien… nos sentamos en el borde de una fuente cercana y cada una de ellas se situó frena a cada uno de nosotros, nos pidieron permanecer con los ojos cerrados y comenzaron al unísono a recitar las mismas palabras que repetían cuando las encontramos con la mano extendida en dirección a la escultura.

Cuando terminaron la sesión nos sentíamos como en las nubes, con una especie de paz interior y un formidable bienestar en todo el cuerpo, se nos había pasado la chuma y al día siguiente amanecimos cargados de vitalidad y sin ningún tipo de estrago.

 Al despedirnos nos dieron un folleto de su agrupación llamada Sukyo Mahikari, yo lo guardé en la maleta de la cámara y nos despedimos deseándonos mutuamente suerte en nuestras acciones en el Foro.

Al día siguiente con mis colegas del SIA fuimos al Parque Flamengo para participar en una serie de reuniones. Al finalizar, como a las cinco de la tarde, salimos del Parque y tomamos un taxi con Raymond, Laurent, Gilles Huot y Daniel Allard. 

La idea era ir a tomar una cerveza a orillas del mar en una de las bellas playas de la ciudad; Raymond, sin embargo, nos pidió pasar antes por el Atlántico-Copacabana para dejar unos papeles que había ofrecido a alguna persona que estaba alojada en ese hotel.

Raymond ocupó el asiento contiguo al conductor y los demás, más delgados, nos acomodamos atrás uno sobre otro. Yo era el único que chapurreaba algo de portuñol, así que me encargué de dar las instrucciones al taxista. Le pedí pasar por aquel hotel y dejarnos luego en alguna terraza frente al mar para echarnos “uma cerveja, estupidamente gelada”.

A mitad del camino vimos que había una mesa disponible en un bar frente a la playa y decidimos que la cerveza era la prioridad numero uno, luego iríamos a dejar los benditos papeles al hotel. Pedimos al taxista que se detuviese y todos saltaron en dirección a la única mesa libre de aquel sitio. Yo, “el único que chapurreaba portuñol”, fui el encargado de arreglar las deudas con el taxista, le pagué la carrera, le di una propina, le agradecí y me bajé del taxi…

Dos segundos después, al llegar a la mesa donde me esperaban mis colegas, me di cuenta que había olvidado en el vehículo mi maleta azul (con la cámara de video, los casetes con las  filmaciones de los días previos, mi cámara de fotos, algo de documentos y quién sabe cuantas cosas más…). Felizmente mi pasaje de avión y mi pasaporte no estaban allí.

No pude disfrutar de la cerveza, me quedé en la mesa por cortesía con mis amigos pero me sentía realmente mal, agobiado y con una sensación amarga en la boca, mezcla de pesar, de rabia y de desconcierto ante un acontecimiento súbito, inesperado e inexplicable.

Fuimos caminando hasta el hotel y una vez que entregamos los papeles para el amigo de Raymond, se me ocurrió contarle al empleado que nos atendió en la recepción, la historia de mi cámara olvidada en el taxi, solicitándole que si por casualidad el taxista venía a entregar la cámara al hotel, le recibiera y nos llamara de inmediato.

Para el alojamiento de los miembros del Secretariado del Agua durante los quince días que permanecimos en Río, Raymond había alquilado dos departamentos amoblados; uno grande ubicado en la rua Oswaldo Cruz, que nos servía como centro de operaciones; allí dormían Raymond, Lilia, Gilles, Laurent, Ibrahima e Hilda Kiwasila de Tanzania y otro, más pequeño, situado a dos cuadras del anterior donde pernoctábamos Sanjit Bunker Roy de la India, Daniel Allard y Mildrey Villegas (del equipo del SIA de Montreal) y yo. Biba no se alojó con el grupo pues llegó a casa de una amiga.

El departamento pequeño donde yo dormía, no tenía teléfono, así que dejamos en el hotel mi nombre, la dirección y el número telefónico del departamento grande. Era lo único que podíamos hacer… no teníamos el número de la placa del auto, ni siquiera recordábamos la marca del vehículo… ni ninguna otra cosa que nos permitiera dar con el paradero del taxista.

Mis colegas fueron a cenar pero yo no tenía ánimos para salir en grupo. Me sentía mortificado y con rabia conmigo mismo por mi descuido… en fin…

A la mañana siguiente me levanté temprano y con mis compañeros de morada fuimos caminando hacia el departamento grande donde solíamos desayunar juntos. Al llegar, todos estaban ya en la mesa y conversaban animadamente. Algunos me hacían bromas y algo decían sobre mi cámara, pero yo seguía bastante molesto así que no les prestaba atención ni comprendía lo que me decían… De improviso… Raymond se inclinó y sacó algo que tenía entre sus pies debajo de la mesa.

Cuando vi la maleta azul, abrí los ojos y la boca desmesuradamente… ¡No entendía nada!...

Mi primera reacción de asombro, devino casi de inmediato en furor, pues pensé que el día anterior alguno de ellos había escondido la maleta, por jugarme una especie de broma de mal gusto y me habían hecho pasar momentos realmente desagradables…

Tardé varios minutos en comprender lo que había sucedido, al principio todos hablaban simultáneamente -en todos los idiomas- me felicitaban y me daban palmadas en la espalda pero yo seguía alelado sin poder entender toda esa algarabía.

Por fin la voz firma de Raymond se impuso sobre esa cacofonía y con total calma empezó a  contarme lo que había acontecido.

Como a la una y media de la madrugada -todos, a esa hora, dormían desde hacía rato- sonó el teléfono… Raymond descolgó pero no lograba entender nada, pues alguien del otro lado de la línea le hablaba a gran velocidad en portugués… Cuando oyó mencionar mi nombre, tuvo una excelente idea, despertó a la señora que hacia la limpieza quien, por casualidad, se encontraba allí esa noche (se le había hecho tarde y pidió permiso para dormir en la habitación que normalmente ocupaba, pues brindaba sus servicios a los propietarios del departamento). La señora respondió el teléfono, entendió de lo que se trataba la llamada y -despacio y por medio de señas- explicó a mis amigos que era alguien del Hotel Atlántico Copacabana que tenía al frente a un taxista que había ido allá para entregar una maleta con las cámaras y demás pertenencias.

Raymond pidió a la señora que le dijera al taxista de dejar la maleta en el hotel pero parece que allí no querían recibirla pues yo no era huésped, ni estaba allí registrado…No querían asumir responsabilidad alguna, en aquel enredo…

Volvió nuevamente a producirse un complicado diálogo con traducción improvisada del portugués al francés a través del lenguaje de señas… y Raymond le pidió a la señora que pidiera al taxista, traer la cámara hasta el departamento para recibirla y poder darle una gratificación por su amabilidad y todas sus molestias.

Como a las  dos de la mañana llegó el taxista, subió al departamento, verificó que se trataba de las mismas personas que habían utilizado sus servicios la tarde anterior (claro reconoció a Raymond, de inmediato… su corpulencia no habría podido pasar desapercibida)… entregó la maleta, no quiso recibir ninguna recompensa… se despidió de todos los presentes que permanecieron boquiabiertos un buen rato, tomo el ascensor y se perdió en los laberintos de esa gigantesca ciudad sin haber dejado su nombre ni ningún tipo de coordenadas para poder encontrarlo nuevamente.

Cuando Raymond me contó la historia no lo podía creer… yo seguía como atontado.

Como tratando de explicar lo inexplicable, les conté la trasmisión de energía que había hecho mi mujer a esa maleta en el aeropuerto de Quito…

Bunker Roy abrió la boca por primera vez, me pidió algo más de explicaciones sobre lo que Marie Thérèse había hecho, le dije que ella había hecho un curso dictado por unos japoneses que se llamaba algo así como Mahikari…

No me dejó continuar…, dijo: – ¡Ah, con razón...! Y, sin decir nada más, salió del departamento para dirigirse al Foro.

Recordé que en la maleta tenía el folleto de Mahikari que las chicas brasileras me habían dado la noche de la “vigilia de las religiones” y lo busqué para enseñárselo a los demás que no entendían -esta vez ellos- casi nada.

Abrí la maleta con cuidado y con una suerte de recelo por no saber con qué me podía topar allí. De inmediato me tranquilicé, estaba todo: la cámara de video, la cámara de fotos, los casetes con el filme del globo y dos o tres nuevos, un par de rollos fotográficos, mi libreta de direcciones, varias tarjetas de visita y papeles recibidos en los días anteriores, una credencial con mi foto, que me acreditaba como profesor de la Facultad de Arquitectura de la U. Central de Quito (olvidada allí por casualidad…) en fin… ¡nada faltaba!...

Bueno… en realidad algo había desaparecido…

Lo único que no encontré…lo único que se guardó el taxista, fue el folleto de Mahikari….

¡Inexplicable!...  

Todo esto fue desconcertante para todos…  y por supuesto mucho más para mi…

Y fue mucho más desconcertante cuando, ya entrado el día, fui hasta el hotel para agradecer al recepcionista por su llamada… su amabilidad me había permitido recuperar todas mis pertenencias…

En la recepción del hotel  pude enterarme de información adicional que vuelve a esta historia todavía más extraordinaria.

Parece que el taxista les comentó que cuando nos dejó en el bar, él no se dio cuenta que habíamos olvidado la maleta en su carro. Continuó laborando desde ese momento hasta la media noche. No recordaba cuántos pasajeros tomó en esas cinco o seis horas, pero calculaba que posiblemente fueron más de veinte. ¡Ninguno se aventuró a llevarse la maleta! Cuando llegó a su casa, la descubrió detrás de su asiento y, admirado, la abrió para revisar su contenido; al ver todo lo que allí había, se dio cuenta que no tenía forma de saber cuál de los pasajeros que había conducido en su taxi en esa tarde, era el propietario de esos equipos.

Encontró mi libreta de direcciones pero tampoco eso le decía nada, no dio con ninguna dirección, tarjeta  o nombre de hotel, que le diera alguna pista.

Siguió revisando el contenido y descubrió en uno de los compartimentos mi credencial de profesor universitario… al observar la foto pudo recordarme… ¡Yo era una de las personas que le había pedido que nos llevara al Hotel Atlántico en la playa de Copacabana!

Guardó todo nuevamente en la maleta, salió de su casa, arrancó el taxi y enfiló hacia Copacabana.

No tengo la menor idea de dónde podría vivir este buen samaritano en esa enormidad de ciudad pero, sin importar la hora, ni la distancia, se lanzó nuevamente a las calles de la urbe para dar con mi paradero.

Cuando llegó al hotel, como a la una de la madrugada y preguntó por mí, por supuesto le dijeron que no estaba alojado en el hotel… y que no me conocían...

Parece que el hombre insistió, hasta volverse casi fastidioso, argumentando que yo le había pedido que me llevara a ese hotel como a las cinco y media de la tarde del día anterior… pidió que revisaran nuevamente los registros pues podía tratarse de un error… ¡tampoco me encontraron!... hizo que me buscaran en la cafetería, en los restaurantes y en otras instalaciones públicas del hotel, con idéntico resultado, nadie daba razón de mi.

Sacó mi credencial para mostrar la foto a ver si alguien me había visto o me recordaba…

Estaba en esas discusiones cuando salió de algún recinto interior el empleado a quién yo había dejado mi nombre y el teléfono del departamento de mis amigos (según me contó, su jornada de trabajo había concluido a media noche y ya había entregado el turno a su remplazo) al escuchar la acalorada discusión de su colega con un conductor de taxi impertinente, se acercó a la recepción para ver cuál era el problema… el taxista le repitió la historia y mostrándole mi foto le dijo que yo era la persona a quién buscaba…

El hombre recordó al reconocerme, que efectivamente yo había pasado por el hotel por el asunto de una maleta olvidada en un taxi… buscó entre sus papeles y dio con mi nombre y número telefónico. El taxista hizo que me llamaran y así fue como logró devolver la maleta.

Así concluyó esta historia de cámaras y energías positivas en medio del barullo de Eco-92.


He ilustrado un relato anterior con fotos tomadas en los días posteriores con la cámara de fotos recuperada y guardo por supuesto, con mucho afecto, los videos (de mi participación en las discusiones y en la redacción del tratado del agua del que fui protagonista en el Foro) registrados con la cámara de video que se paseó toda una noche en un taxi por las calles de Río de Janeiro, para volver a mis manos de la forma tan singular que he relatado.

Esta fue mi primera experiencia con Mahikari. Luego he tenido otras, igualmente sorprendentes, pero ellas serán motivo de otros relatos.

2 comentarios:

  1. Que memoria... claro que fue marcante por la importancia material y simbolica del asunto. Pero yo no guardaba tan preciso recuerdo de la noche de las religiones. Talvez estuve yo, como comentas, bajo influencia de algun Tropico que del Mahikari. Sera esto de que me habla Celia, mi hija que esta de vuelta de Quito con excelente recuerdo de su carinosa acogida. Gracias y fuertes abrazos

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  2. Una memoria espantosa! Esta ha sido una de las cosas extraordinarias de la Eco 92. La noche de las religiones, las bahianas, Mahikari, la cámara de Mario. Una fiesta completa. Beso, Mario! Biba

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