domingo, 25 de diciembre de 2011

Ecuador 30: Un cementerio en el Parque Metropolitano Guangüiltagua

Como ya he relatado desde diciembre de 2006 el Consorcio “CIUDAD-Ecogestión” tomó a su cargo la administración integral del Parque Metropolitano Guangüiltagua tras ganar un concurso convocado por el “Municipio Metropolitano” y la Corporación “Vida para Quito”.

Cuando ya teníamos más de dos años en esas tareas, en marzo de 2009 recibí un correo electrónico de mi amigo Rómulo Moya Director de TRAMA.

El texto, muy escueto, decía lo siguiente:

De: Rómulo Moya Peralta, arq. [mailto:editor@trama.ec]
Enviado el: lunes, 23 de marzo de 2009 8:45
Para: "Arq. Mario Vásconez"
Asunto: una pregunta

Querido Mario: caminando ayer por el parque encontré este lugar extraño. Me pareció algo muy raro… ¿Qué es?
Un abrazo

Rómulo

La misiva venía acompañada por tres fotos




El asunto por supuesto me llenó de curiosidad y de inmediato me reuní con mi equipo, llamé a Rómulo para preguntarle detalles sobre la ubicación de ese misterioso descubrimiento y con esa información, nos trasladamos al lugar con varios de nuestros guardabosques, para poder observar en “vivo y en directo” ese extraño lugar. 

El Parque Metropolitano tiene casi 600 hectáreas, así que necesitábamos indicaciones precisas sobre la ubicación de este espacio lleno de tumbas. Las indicaciones de Rómulo nos condujeron al sitio con relativa facilidad. Se trataba de un terreno de más o menos unos cien metros cuadrados, situado en una pendiente hacia el costado sur del Parque, en las proximidades del barrio Bellavista.

El predio se hallaba en medio del bosque de eucaliptos, cercado por una valla rústica hecha con retoños y ramas de esos árboles y conformado por varias plataformas a manera de graderío, siguiendo el declive de la ladera.

En cada plataforma de máximo cincuenta centímetros de ancho, había una sucesión de pequeñas tumbas; cada una, identificada con una cruz de madera. Varias de las cruces tenían una protección de hojalata como las que se aprecian en los cementerios de los pequeños pueblos y en las cruces o en la lápidas ubicadas debajo de ellas se podían visualizar fechas, letras y palabras entrecortadas -la mayoría, ilegibles o in-entendibles-.
En varias tumbas alguien había colocado flores, muchas de ellas se veían todavía frescas, y en otras se había plantado geranios, dalias o margaritas.

Era un ordenado cementerio, humilde pero bien mantenido, con más de cuarenta o cincuenta tumbas, dispuestas en ocho o diez terrazas.

Lo curioso era que la dimensión de las plataformas y la separación entre tumba y tumba evidenciaban que no podía tratarse de un cementerio normal. Todo era como a escala reducida.

Extrañados, recorrimos el sitio, estábamos en medio de un “mini cementerio” por demás curioso e inexplicable.

Alguien sugirió que podía tratarse de un cementerio canino. Sin embargo el número de tumbas era excesivo. No podíamos imaginar alguien que hubiera enterrado más de medio centenar de canes dándose el trabajo de hacer una cruz e incluso una lápida para cada animalito.

Alguna otra persona lanzó la hipótesis de que podía tratarse de un cementerio de niños. Sin embargo los guardabosques que nos acompañaban, muchos de ellos que habían nacido y se habían criado en el parque…juraron y re-juraron que jamás habían visto u oído hablar de ese cementerio tan particular.

Ellos trabajaban en el parque desde hacía más de veinte años y jamás se enteraron de la existencia de ese camposanto. Si se  trataba  de un cementerio infantil no pudo llenarse de un día para el otro. Si el cementerio se hubiese habilitado en ese espacio para enterrar niños chicos o recién nacidos habría operado por varios años y ellos, de alguna forma se habrían enterado….

La cosa comenzaba a ser algo preocupante.

Otra persona insinuó que podía ser un sitio para enterrar fetos… tal vez los frutos de abortos clandestinos realizados por alguien en las inmediaciones del parque…

Eso ya nos asustó un poco más y decidimos que debíamos buscar a la policía antes de seguir con las investigaciones. No podíamos, por ningún motivo, profanar las tumbas sin la presencia de la autoridad… No teníamos la menor idea de lo que podíamos encontrar en ellas.

Fuimos pues a buscar a los policías del PAI de Bellavista.

Les comentamos el extraño descubrimiento y luego de escucharnos los detalles del caso y, sobre todo, las hipótesis de que podía tratarse de un lugar de entierro de actividades “non santas” decidieron desplegar un operativo al lugar de los hechos.

En el PAI no se encontraba ese momento ningún oficial a cargo, así que decidimos pasar por la sede de la policía montada que se halla en el mismo sector, junto al acceso sur del parque, para que el oficial responsable de ese cuartel pudiera acompañarnos en las indagaciones en el terreno.

Una vez que relatamos los hechos, una subteniente y varios de sus subalternos, se sumaron al periplo, supongo que como fruto de sus responsabilidades policiales pero también como consecuencia de una natural curiosidad ante las misteriosas evidencias que les describimos con lujo de detalles.

Lo curioso fue que, una vez en el sitio y luego de recorrer y observar el pequeño cementerio, ninguno de los policías quería tomar la decisión de “profanar” las tumbas… ni la subteniente ni los sargentos se atrevían a excavar o a autorizar la excavación de las tumbas.

Alguien sugirió excavar una… para ver “qué mismo había”… antes de ir en busca de un comisario y de “alborotar –aún más- el gallinero”.

Colectivamente decidimos proceder de esa manera.

El “gordo” Juan Carlos Cajamarca, encargado del vivero que teníamos en el parque, fue a buscar una pala, se armó de valor y comenzó a mover, cuidadosa y lentamente la tierra de una de las tumbas…

Unos veinte centímetros bajo la superficie, la herramienta golpeó en algo duro. Delicadamente volvió a clavar el instrumento y nuevamente se escuchó un ruido seco, sordo, como de madera…

La escena era casi cinematográfica, cuando los piratas cavan para encontrar un tesoro y la pala golpea en el cofre enterrado.

En este caso las circunstancias tenían el componente medio macabro y aterrorizador de estar cavando en una tumba.

Juan Carlos, siguió sacando la tierra con cuidado y, poco a poco, fue haciéndose visible un pequeño ataúd blanco.

Todos nos quedamos lívidos y como petrificados… nadie hablaba…

Dirigió la vista a todos los presentes como pidiendo autorización para continuar… vana pretensión… nadie abrió la boca… todos la teníamos reseca…

Limpió con la pala los contornos del pequeño féretro y lo fue moviendo hasta que pudo sacarlo a la superficie con ayuda de la misma herramienta.

Era un perfecto ataúd de unos veinte centímetros de largo por cuatro o cinco de ancho… no se trataba de una caja rectangular, tenía un extremo más estrecho  y una parte más ancha  como acontece en los ataúdes verdaderos para poder acomodar los pies del un lado y los hombros y la cabeza del difunto, del otro.

Parecía hecho de madera contrachapada o de aglomerado y tenía una pequeña cruz negra, pintada en la tapa.

Juan Carlos preguntó. – ¿lo abro?...

No sé quién respondió afirmativamente… pero, con la misma pala, con cuidado y una gran dosis de miedo, que todos compartíamos, logró que la tapa de abriera… no estaba clavada sólo embonaba con precisión, cubriendo la parte inferior del minúsculo ataúd… así que, saltó sin dificultad.

Una vez abierto, pudimos observar el contenido… era un pequeño bulto cilíndrico conformado por un trapo viejo, usado y sucio, de color marrón… una especie de tamal o de taco de aspecto misterioso.

Los ojos de todos los presentes seguían abiertos desmesuradamente y las miradas se fijaban con miedo en el pequeño envoltorio.

El gordo y Oscar Legña se armaron de valor y la sacaron del ataúd con ayuda de una ramita… no se atrevieron a tocar con las manos ese aterrador objeto…

Con las mismas ramitas fueron desenvolviendo de a poco el trapo y a cada vuelta, los presentes se iban agachando y acercando, con los ojos bien abiertos, como para no perderse detalle alguno, de lo que podía salir de entre sus pliegues.

Finalmente la tela, ya totalmente desplegada sobre la tierra removida, dejó ver el contenido del féretro.

No era un feto ni el cadáver de un ser viviente de ningún tipo. El envoltorio escondía dos objetos inanimados: un recorte de periódico y un copo de algodón limpio, seco, sin señas de haber absorbido sustancia alguna.

Todos observaban el entierro con ojos de incertidumbre, de duda o de perplejidad aunque ya no de pánico.

Decidimos abrir una segunda tumba…

El resultado de esa excavación fue casi idéntico al de la primera: sólo que en esta vez el trapo que envolvía el contenido era blanco y que de su interior salió no sólo el recorte de periódico y el algodón, sino también una moneda de diez centavos de dólar.

Enseguida comenzaron a lanzarse toda clase de suposiciones, hipótesis  y acertijos.

Alguien decía que podía ser un entierro realizado por algún culto demoníaco.

Otros suponían que era un “encargo” de “magia negra” para hacer daño a alguien.

Algún colega -más terreno- sugirió que se trataba de una “instalación artísticas”, posiblemente de estudiantes de  alguna de las facultades de arte de cualquier de las universidades de Quito.

No faltó quien elucubró que podía tratarse de un trabajo académico pero de una escuela de fotografía…

Se escuchó a otra persona relatar que “había oído” que en el parque se reunían los miembros de una secta esotérica que adoraban “a la luna” y que posiblemente el cementerio era una ofrenda a su “divinidad”.

Las elucubraciones fueron más allá y se llegó a afirmar que como las elecciones estaban próximas, posiblemente era efectivamente un acto de “magia tenebrosa” contra Correa y los miembros de “Alianza País” encargado por Lucio Gutiérrez y las huestes de “Sociedad Patriótica” que tenían una central de campaña “por allí cerca”… para que les vaya mal en las elecciones a sus rivales…

Otro de los presentes  corroboró tal hipótesis al descubrir que en una de las lápidas se podía leer SRI, siglas del Servicio de Rentas Internas…el organismo público encargado de la recaudación de los impuestos.

Nunca pudimos saber el verdadero origen de este singular cementerio.

Los policías sugirieron que saquemos las cruces y las quememos. El personal del vivero quedó encargado de retirar la cerca e incinerarla… y luego… de echar tierra y extenderla para borrar las terrazas, restableciendo el perfil natural de la loma…

Nunca supe si los demás ataúdes fueron desenterrados o si nadie se atrevió a hacerlo…

Ahora los retoños del bosque de eucalipto y el chaparro, las chilcas y las cabuyas nuevamente pueblan ese espacio como si nada hubiera acontecido en esos pagos.

Así fue nuestro paso por el Parque Guangüiltagua, lleno de sorpresas y novedades, pero, finalmente fue una muy interesante experiencia… y esta sorpresa que he relatado, la de los ataúdes… fue una experiencia particular, muy especial, entre otras muchas. 


Quienes deseen ver otras fotos del Parque pueden visitar el sitio:

2 comentarios:

  1. que interesante historia mario. lastima no saber quien construyo el cementerio y que pretendían con ello.

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  2. Wooooo.Me parece increíble. Sin embargo mi conclusión es que puede tratarse de una terapia psicológica donde se entierran las experiencias malas que se ha tenido a lo largo de vida y querer encontrar un fin para algo que dañó parte de tu existencia es algo natural.
    Les tengo una pregunta. Si se hubiera tratado de un cementerio canino ¿lo hubieran dejado?
    Saludos desde el norte de Quito.

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