martes, 13 de septiembre de 2011

Ecuador 13: El Itchimbía “balcón del sol”

Debe haber sido a mediados de 1982. El Banco Central del Ecuador convocó a un concurso para el diseño de su Museo en un predio que había adquirido en el territorio del actual Parque Itchimbía. Para ser precisos ese proyecto se debía desarrollar en el terreno donde actualmente se ubica el Centro Cultural del Itchimbía.

El Banco Central hizo un convenio con el Colegio de Arquitectos – CAE y se convocó a un concurso nacional de propuestas arquitectónicas para ese Museo. Fue el único concurso convocado y promovido con una curiosa modalidad llamada  “de dos instancias”: en la primera los equipos de arquitectos y sus asociados, debían presentar propuestas a nivel de “idea general arquitectónica“ y en la segunda, seis finalistas que  serían escogidos por un jurado de primera instancia, deberían llevar esa “idea” a nivel de “anteproyecto arquitectónico”. Entre esos anteproyectos otro jurado escogería al propuesta ganadora y seleccionaría además un segundo y un tercer premio.

Entre los trabajos presentados en la primera instancia habían algunos, realmente serios y que demostraban que los miembros de esos equipos habían estudiado el tema y habían estructurado una propuesta rigurosa a nivel de “idea general arquitectónica“. Otros participantes, en cambio no lograron diferenciar lo que debió ser un conjunto de elementos conceptuales y fundamentos del diseño (que sirvan para dar sustento a una propuesta) de un simple “anteproyecto arquitectónico” expresado en plantas, cortes y fachadas.

El Jurado estuvo integrado por Hernán Crespo, Jaime Dávalos, Rodrigo Burbano de Lara, Hugo Galarza, Mauricio Bueno y Fernando Duque. Lamentablemente sus miembros no se atrevieron a tomar una decisión relativamente fácil: seleccionar los seis trabajos que mejor cumpliesen las bases del concurso, es decir las seis mejores “ideas generales”… aún, si al hacerlo, dejaban de lado “buenos anteproyectos”, debido a  que esa forma de expresión se debía utilizar sólo en la “segunda instancia” del concurso.

El jurado no tomó la decisión y el Banco Central y el Colegio de Arquitectos fueron dando largas al proceso hasta que se decidió anular el concurso porque el jurado no dio nunca un veredicto.

El CAE hizo luego una exposición de los trabajos y con ello se cerró un proceso que nunca llegó a completarse. No se seleccionó a los finalistas y por supuesto, nadie presentó las propuestas para la “segunda fase”.

En las conversaciones internas que terminaron filtrándose se supo que los jurados no se atrevieron a dar un veredicto porque entre los “anteproyectos” presentados “antes de hora” a la primera fase del concurso, “habían buenas propuestas” y entre los que habrían tenido que seleccionar porque si cumplían los requisitos para ser consideradas “ideas generales arquitectónicas” los jurados tenían la preocupación de que podían tratarse de trabajos de “colegas jóvenes” o “muy teóricas” y les había entrado el temor de que esos trabajos no necesariamente podían derivar hacia “buenos anteproyectos”… pues “posiblemente” sus autores no tendrían “la práctica” o “el oficio” que era indispensables para llevar “esas ideas” a  planos arquitectónicos y luego a planos constructivos, especificaciones técnicas y presupuesto, amén de coordinar las labores de otros técnicos e ingenieros, encargados de las estructuras, las instalaciones eléctricas, sanitarias y especiales.

Grave error. Por una indecisión sustentada en temores sin fundamento y prejuicios preestablecidos; nunca pudo proseguir el concurso y una obra arquitectónica que pudo tener gran trascendencia para Quito, se “pasmó” en mitad del proceso.

En la exposición que el CAE organizó posteriormente, se pudo verificar que entre los trabajos habían varios con mucha calidad, que muy bien pudieron haberse seleccionado; recuerdo por ejemplo el presentado por CONSULPLAN, equipo en el que estaban Juan Espinosa, Alberto Rosero, Cristian Córdova, Carlos Pallares y Guido Díaz y el del equipo en el que yo mismo participé que, a leguas de distancia, se veían como los mejores trabajos en esto que, a los jurados, les resultó difícil de leer, interpretar y decidir, las llamadas “ideas generales arquitectónicas”.

Yo, en ese momento joven arquitecto (acababa de regresar de México donde hice un postgrado en la UNAM), participé en un estupendo equipo coordinado por Mario Solís que fue decano y era profesor de proyectos y director de tesis en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Quito. El equipo estaba integrado además por Marco Vásquez, Bolívar Romero, Edgar Flores y Carlos Guerrero los cuatro, no recuerdo si recién graduados o todavía estudiantes de arquitectura en la Central.

Contamos con excelentes asesores: Guillermo Oleas en el tema estructural, Mario Morán en instalaciones… y sobre todo, Piedad Peñaherrera de Costales, quién fue nuestra profesora de antropología en la Facultad de Arquitectura, en los temas históricos y antropológicos.

Piedad fue contratada como docente de nuestra Facultad justamente por Mario Solís cuando él fue decano. Piedad siempre fue muy amable y afectuosa con Mario y conmigo e igualmente  con Bolo Romero (siempre preocupado por los temas de nuestros ancestros y sus manifestaciones culturales). Bolo fue alumno de Piedad y cuenta que con su asesoría, él y otros compañeros, hicieron trabajos muy serios de rescate de la identidad y recopilación de las costumbres y expresiones culturales de las comunidades de Imbabura y otras regiones de la Sierra central.  

Piedad nos dio valiosa información sobre la loma del Itchimbía y su función ancestral como “Inti-Huatana” (lugar ceremonial donde se busca “amarrar el sol” en el Inti-Raymi) y como “Pucará“ (otero, lugar sagrado de observación del sol y el firmamento).




En la concepción de la propuesta usamos muchos de los elementos que Piedad nos dio en sus generosas asesorías. 

La sucesión de salas previstas para el Museo y la integración secuencial de las mismas, estructuradas alrededor de un espacio central (la plaza del Inti-Huatana) a manera de espiral o caracol y de forma descendente, primero y ascendente después, siguiendo una concepción milenaria del tiempo/espacio en las culturas pre-hispánicas y pre-incásicas de Quito, surgieron de la sustentada información que ella nos fue proporcionando en varias visitas y conversaciones.

Para el acceso planteamos la “plaza del sol” con una columna simbólica de los cuatro elementos (tierra, fuego, aire y agua) y la integración de la edificación a la colina se lograba mediante volúmenes y elementos escalonados a manera de un gran pucará desde cuyas diversas terrazas era factible observar la ciudad y su entorno, el movimiento del sol y de los astros (balcón del sol). 

Todos esos criterios nos ayudaron a tener un sólido punto de partida pero, ya para el análisis de toda la información de otros temas y aspectos que debimos considerar para estructurar nuestra propuesta para el concurso, usamos una metodología de diseño desarrollado por Mario Solís, que básicamente proponía cruces dobles y triples de seis factores que condicionaban el diseño de cualquier objeto arquitectónico: la función o destino previsto del edificio, el medio (natural, construido y el contexto social  e histórico) en el que debía implantarse; los aspectos formales (tipológicos y de partido) adoptados para la propuesta; la factibilidad técnico-constructivo, las disponibilidades y límites económico-financieros y de tiempo y las características y condiciones del terreno donde debía construirse el proyecto.

El cruce de los diversos aspectos y particularidades de esas variables permitían establecer objetivos y metas de diseño; en definitiva una prefiguración conceptual de la edificación; tan clara, que el diseño propuesto habría podido ser ejecutado por otro equipo de arquitectos siguiendo simplemente  las “ideas fuerza” y el conjunto de recomendaciones que surgían como “premisas” y “decisiones” para el diseño, como consecuencia del análisis de las metas y objetivos previamente estructurados.

Nuestras “ideas generales arquitectónicas” se presentaron en láminas de gran formato, con precisiones comprensibles y muy claras: por escrito y por medio de numerosos cuadros, gráficos y esquemas, zonificaciones, diagramas de flujos, relaciones funcionales y esbozos de las soluciones técnicas y constructivas, de la organización funcional y espacial, de implantación y volumetrías, de accesibilidad y vistas, del partido simbólico y formal previsto; de las alternativas de seguridad e instalaciones especiales requeridas, etc.

Recuerdo que las grandes láminas rectangulares, las elaboramos en papel “calco” allí se dibujaron todos los cuadros y diagramas pero los textos los escribimos a máquina para pegarlos luego sobre las copias de las láminas. En esa tarea nos ayudó Sonia Solís que era una excelente mecanógrafa.

En la actualidad todo se dibuja y se escribe en la computadora, pero en esa época todo se debía dibujar con tinta china. Bolívar inventó una “plantilla” -cortando con hoja de afeitar- en una lámina de acrílico, una serie de flechas de diversos tamaños que nos servían para dibujar más rápido, la cantidad de diagramas y esquemas que tenía la propuesta. Dibujar flecha por flecha habría sido realimente un trabajo de hormiga.


Marco hizo unos esquemas a “mano alzada” de los paisajes que se veían desde el Itchimbía y de las vistas desde las calles de acceso, los transcribió más tarde a las láminas, dibujando con rapidógrafo directamente sobre el papel calco.

Fue una linda experiencia, un trabajo serio y documentado que no pudo seguir su curso de forma normal. Ese concurso dio origen a frustraciones, reclamos e inconformidades y finalmente llevó a la firma de un acta de anulación entre el CAE y el Banco Central.  Posiblemente el lío estuvo en las bases y en esto de haber previsto dos instancias, ¿quién sabe?....

Más de veinte años mas tarde, cuando el Municipio  y la Corporación “Vida para Quito” nos invitaron a presentar una propuesta para la gestión integral del Parque Itchimbía, concurso en el que decidimos participar conjuntamente el Centro de Investigaciones CIUDAD y la Fundación Ecogestión, recordé que tenía una serie de notas que había reunido, para el fallido concurso del Banco Central, como fruto de largas y amenas conversaciones con Piedad Peñaherrera de Costales.

En la propuesta que desarrollamos para este concurso usamos como centro de la propuesta para el parque Itchimbía, el concepto del “Inti-Huatana” (una gran plaza destinada a recuperar los conocimientos ancestrales sobre el sol y el cosmos.) y la función ancestral de esa loma como mirador de Quito; tanto que nuestra propuesta se tituló: “Itchimbía, balcón del sol”.

Piedad y Alfredo Costales en su libro “Los señores naturales de la Tierra” (Quito, Xerox, 1976) hacen referencia al carácter sagrado que tuvo el Itchimbía en épocas Quitu-Cara e Inca. Los autores mencionan que el Anac-Huarqui o Itchimbía era:

“…un lugar de permanencia del Inga, esto es, el Inti-Huatana y el Inga Chungana, lugares donde se amarraba y jugaba el sol durante el Inti Raymi, donde se producía el mushuc nina o el fuego nuevo. El Itchimbía Quitu-Cara debió ser reacondicionado para ese fin y en su amplia cara occidental debió labrarse adecuadamente aquel lugar sagrado. El Intihuatana y el Intichungana, respectivamente, tenían labrada en relieve la Serpiente o amaru, igual que el de Inga Pirca, un tanto alejado del centro ceremonial.”

Los esposos Costales mencionan lo siguiente en relación a los extraordinarios significados del Intiwatana (así se escribe en la convención contemporánea del Kiwcha):

“Sagrada, con estricto y profundo significado, mítico-religioso, biológico–físico y social fue la Yata Pajtá, casa templo, la montaña observadora erigida en homenaje al sol. Yata Pajtá o intihuatana para los cuzqueños, debido a que la topografía le permitió levantarse y crecer en condiciones de gran observatorio. Allí sus sabios miradores de estrellas, los que’laanu que miran hacia arriba, anudaban al sol y contabilizaban los años. Vigilaban y captaban la luz de la luna o la mujer desnuda y brillada en canales trabajados sobre pirámides.” Los sembradores de la Ciudad de Quito fueron señaladores de estrellas, poseedores de ojos que miran en la noche”.

En varios artículos contemporáneos se menciona que Itchimbia significaría "colina sagrada del sol radiante". (www.in-quito.com).

“La loma del Itchimbía, junto con otras elevaciones como El Panecillo, El Placer y San Juan, fue el límite de la primera ciudad española de Quito, fundada en 1534. Itchimbía significa “Colina Sagrada del Sol Radiante”, nombre que le fue dado por los Quitu-Caras, habitantes pre-incásicos de esta tierra, ya que el sol nace detrás de esta loma todos los días”. (www.sipiapa.org)

El Itchimbía…ese "cerro sagrado del sol radiante", fue una huaca natural para las culturas que prosperaron en el actual territorio de la capital ecuatoriana y coto de caza para los españoles que fundaron la ciudad colonial. En sus 54 hectáreas aún se pueden ver bosques poblados de 400 variedades de plantas y 40 especies de aves. Desde su cumbre se tiene una magnífica visión de los cuatro puntos cardinales de la capital ecuatoriana” (www.quechuanetwork.org).

La explicación para esta denominación de cerro sagrado relacionado con el sol radiante, podemos encontrarla en el estudio titulado “Elementos conceptuales para el diseño del Intiwatana del parque Itchimbía(CIUDAD, Quito, 2006) de mis colegas Bolívar Romero y Jorge García:

“…para la concepción Abya Yala el Intiwatana forma parte de un complejo sistema cosmogónico. Intiwatana se puede leer como In-ti-watana: ti (sol) inti (sol del medio día) wata (año) na (subfijo que representa potencial, “que sirve para”), watana (cuerda, soga, amarradero, atadero). El lugar que sirve para comprender, estudiar, medir, ubicar, leer, atrapar, atar, al sol. Intiwatana se traduce en general como el “lugar dónde se ata el sol”, el lugar desde el cual es posible determinar el inicio y termino de equinoccios y solsticios”.

“… no se trata de un simple lugar con una simple piedra, ni un simple reloj solar; se trata de un complejo observatorio astronómico que permite medir el ángulo de precesión de la tierra, con lo cual es posible determinar los solsticios y equinoccios… …está estrechamente relacionado con los ceques, alineación imaginaria de observatorios, templos, centros urbanos y ceremoniales”

“…constituía un centro ceremonial, no de adoración al sol sino de relación, de aprendizaje, de vinculación, de agradecimiento, de convivencialidad, de interculturalidad, de generación de ciencia. La relación que el ser humano andino estableció con el sistema solar y el cosmos es de una gran complejidad y ello define el tamaño, la forma, las proporciones, la posición y la carga energética del Intiwatana (que) está directamente relacionado con el estudio de las estaciones de año, de sus relaciones con las constelaciones y el cosmos en general, de sus implicaciones en la agricultura, agropecuaria, regadío, festividades, arquiastronomía, equilibrios dinámicos, entre otros aspectos.”

Carlos Milla Villena en su obra “Génesis de la cultura andina” (CAP, Perú 1983) plantea que: “…se trata de un lugar que permite el conocimiento exacto del movimiento de precesión del eje terrestre, del ángulo de inclinación del eje terráqueo, del “Ángulo Intersolsticial” que puede ser: “solar, estelar o plantario, según que las observaciones las hagamos diurnas con el sol o nocturnas con las estrellas o planetas en los días de los solsticios”.

Jorge García y Bolívar Romero señalan que la observación de la bóveda celeste, del sol, la luna y las constelaciones que se pueden observar desde el Ecuador, tenían un profundo significado e importancia para las culturas andinas, tanto para los quitu-caras como también para los incas…“…la observación del cielo y del cosmos, permitía conocer con precisión los períodos más adecuados para la preparación de terrenos, las siembras, las cosechas, la recuperación de suelos, la ubicación geográfica y cardinal de las diversas edificaciones…. A partir de esas observaciones fue posible el desarrollo de nociones claves de geometría y trigonometría, parte de los conocimientos ancestrales adquiridos por el ser humano andino”.

Carlos Milla recalca que “...la astronomía es la base de la Cultura Andina, sólo que se trata de la observación astronómica del hemisferio sur, que a diferencia del hemisferio norte, regido por una sola estrella, la Polar, este hemisferio se orienta en base a las cuatro estrellas de la cruz del sur que originan todo una cosmovisión dominada por el pensamiento colectivista”.

Tendrían relación con esta posible interpretación las palabras reseñadas en “Los señores naturales de la tierra”, en relación a Quito:

“Siembra humana, asentamiento situado bajo la corteza del firmamento, bajo la piel combada de sol. Llenura, hinchazón, aglomeración de gente bajo el sol. Piel, cuero combado a modo de tambor hacedor de lluvia; tambor guerrero o combativo cuya piel o firmamento cubría, protegía al nido entre montañas o habitación andina que avanza en peldaños al sol.”

En relación al Itchimbía como Fortaleza o Pukará, los antropólogos Costales mencionan:

“las fortalezas o pucarás cubrían grandes montañas o pequeños montículos y se encontraban debidamente protegidas por grandes cortes abismales que impedían a los ejércitos enemigos aproximarse al primer círculo de la edificación”.

Citan a Frank Salomón (“Los Señores Étnicos de Quito” Otavalo, s/f)… quien se esfuerza por determinar el “anillo de fortificaciones locales” de Quito …todos ellos pucarás o churos labrados aprovechados la forma natural de las montañas, eran construcciones del tipo quitu-cara en unos casos mejorados por los cuzqueños…Tanto quitu-caras  como cuzqueños se empeñaron en cerrar este círculo defensivo; …Formaban parte de aquel cerco de fortalezas militares para defender a Quito, por el sur el propio Yavirac , las estribaciones de Shilli-bulu y el Ungí-Urcu, por donde faldeaba el camino o calzada real; al oriente el Lumbisí, el Itchimbía, Guapulu y Guanguiltahua. La última de ellas tomó relieve tanto en la prehistoria como en la protohistoria ya que Cieza, Sarmiento, Montesinos y Cabello y Balboa la mencionan y en ella los propios cuzqueños se empeñaron en darle mayor solidez defensiva.

Los antropólogos Costales resaltan, sin embargo, que “…hay que diferenciar entre los pucarás de guerra con (otros)…..que no demuestran haber sido utilizados en combate” Los autores se refieren al pucará de Lulunbamba cuyos dispositivos hacen pensar que se trata de la gran pirámide del sol - Yata Pajtá, sobre la “pampa de la flor del maíz”. 

Esta diferenciación entre los pucarás también es señalado por otros autores: “Estos adoratorios solares… …no eran fortalezas o atalayas militares…. es cierto que los Puca-caras durante los conflictos… eran convertidos en fortalezas militares… …pero nunca fueron primordialmente fortalezas guerreras”

En el libro de los antropólogos Costales se señala:

en el conjunto de churos y pucarás, cuidadosamente labrados por los quitu-caras sobre la forma natural del cerro o la estribación (empleando la excavación y los muros de cantos rodados o las lajas superpuestas), no se han encontrado vestigios cuzqueños en su arquitectura;  al mejorarlos, los cuzqueños emplearon la misma técnica de sus creadores.  El caso de Yavirac es único por que además de los templos en la cima, labraron en los contornos el churo defensivo, tendiendo por auxiliares a los de Chilibulo, Unguy Urcu, Lumbisí, Guápulo y el Itchimbía taponando la entrada del valle de Panzaleo a Quito”.

En la propuesta que hicimos para el Concurso convocado por el Municipio y “Vida para Quito”, usamos todo estos conocimientos  y ciertos detalles de la propuesta que hicimos para el concurso del Banco Central, gracias a la  información que nos proporcionó generosamente Piedad Costales en persona y en sus libros.

Como elemento central de la propuesta planteamos el “Eje del sol”, este-oeste, (bajo el concepto de que el sol baña y da vida a la naturaleza y poco a poco va iluminando y dando vida a la ciudad de Quito). Ese eje se cruza con otro, sur-norte, que marca dos zonas en el parque: “la zona del entorno natural de Quito” (la parte oriental del parque) donde planteamos estructurar un área que vincule al visitante con la naturaleza y “la zona del entorno construido de Quito” (la parte occidental del parque) donde planteamos estructurar un área que permita vincular al visitante con la ciudad de Quito.

En la propuesta sugerimos construir el Inti-watana, el lugar “donde se amarra el sol”, o “del descanso del sol”, en el cruce del eje del sol y el lindero entre las dos áreas mencionadas y la gran plaza como sitio de convergencia y de encuentro.

Recuperamos el concepto de la plaza del Inti-Watana que habíamos previsto para el Itchimbía en el concurso del Museo del Banco Central. En ese lugar sería factible apreciar el recorrido del sol que baña a la ciudad y a su entorno natural; este lugar ceremonial y simbólico debía ser el “centro” del parque, constituir un espacio que pretenda alargar la permanencia del sol en el cenit, alargar el día y estirar las horas de luz.  

Luego de haber ganado el concurso el Consorcio CIUDAD-Ecogestión fue encargado de la gestión integral del parque Itchimbía desde mediados de enero de 2004, merced a un contrato suscrito con el Municipio y la Corporación “Vida para Quito“.

En el contrato nuestro Consorcio se comprometió  a administrar y operar el parque, sus infraestructuras e edificaciones; a encargarse de administrar el diseño, construcción, equipamiento y operación de otras obras de infraestructura, edificaciones y servicios que se previeran construir; a formular e implementar acciones, programas y proyectos de educación, capacitación, cultura y recreación y a manejar los servicios de seguridad, mantenimiento, jardinería y otros de atención al usuario.

El Consorcio se propuso recuperar la loma del Itchimbía como un hito urbano del Centro Histórico de Quito y convertirla en un parque publico dotado de infraestructura, equipamiento y servicios suficientes para hacer posible el desarrollo de actividades culturales, recreativas, turísticas y ambientales; que permita elevar la calidad de vida de los habitantes del Centro Histórico de Quito y de la ciudad, mediante la ejecución de programas y proyectos que propicien la seguridad, la participación ciudadana y la recuperación del concepto de “espacio público”.

En la zona occidental planteamos la construcción del “Balcón del sol”, recuperamos el concepto de la “plaza del sol” que habíamos previsto en el concurso del Museo del Banco Central;  buscábamos que este elemento construido -al que denominamos “Balcón del Itchimbía”- llegue a ser un “hito urbano” que caracterice al parque con tres puntos de vista abiertos al Panecillo y al centro histórico, al Pichincha y al Quito Moderno. 

La propuesta se complementaba con restaurantes y servicios que privilegien la actividad turística, potencien la función de capacitación del parque y fortalezcan la identidad y autoestima de los quiteños. Organizamos un concurso de proyectos para jóvenes arquitectos que fue ganado por Adrián Moreno y María Samaniego.

En la zona oriental planteamos la construcción del “Mirador de los volcanes”, un paseo natural que uniera varios miradores-asaderos y permitiera el vínculo del visitante con el Cayambe al norte, el Antisana al este y el Cotopaxi al sur; permitiera explicar tres destinos turísticos importantes  de la ciudad (“Otavalo y las rosas”, “la selva subtropical-húmeda” y ”la avenida de los volcanes”) y apuntalase a las actividades de capacitación en materia ambiental (allí pensábamos edificar la “Ruta del Quinde”, un mariposario, un aviario y un lugar para ver y estudiar diversos tipos de ranas y anfibios).

La propuesta se complementaba con lo que llamamos los ejes de los solsticios Esos ejes  cruzaban por el Inti-watana y marcaban la ubicación de puntos de observación y servicios, tanto en el “balcón” cuanto en el “mirador de los volcanes”. Desde el “centro” del parque, estos ejes definían áreas de actividad cultural y artística vinculados al ámbito natural (los sonidos de la naturaleza, las plantes y las aves) al este; y a la ciudad (las campanas y el bullicio de las actividades urbanas) hacia el occidente.

Durante nuestra gestión al frente del Parque Itchimbía se construyó la plaza del Inti-Watana y allí se hicieron numerosas celebraciones en las fechas de los solsticios y los equinoccios. 

Desgraciadamente el “Balcón del Itchimbía” y la “Ruta del Quinde” no pudieron hacerse realidad. En esta oportunidad los funcionarios de “Vida para Quito” (al igual que los jurados del Museo del Banco Central veinte años atrás) por temores sin fundamento e ideas y prejuicios preestablecidos impidieron que pudiéramos edificar esas obras.

Grave error. Por su indecisión y falta de apoyo no se hicieron esas obras arquitectónicas que pudieron tener gran trascendencia para Quito. Nuestra propuesta se “pasmó” en mitad del proceso. Así es la vida…

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