lunes, 1 de agosto de 2011

Turquía 2: El baño Turco


Como ya he relatado en 1996 viajamos con Diego Carrión a Turquía para participar en HABITAT II (la Segunda Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos) que tuvo lugar en Estambul del 3 al 14 de junio de ese año.

En CIUDAD habíamos organizado el gran evento “Al encuentro de una ciudad para la vida”, una iniciativa de Diego, que pudimos concretar gracias al apoyo de la Coalición Internacional del Hábitat (HIC), el Programa de Gestión Urbana (PGU-ALC),  la facultad de arquitectura de la Universidad Católica y otras instituciones nacionales e internacionales. Diego era parte del Comité Directivo del HIC, así que su pasaje y alojamiento fueron cubierto por esa organización y en mi caso por el Secretariado Internacional del Agua (SIA).

Nuestro común amigo Esteban Moscoso, en esa época director de Parques y Jardines del Municipio de Quito nos llamó antes del viaje para informarnos que el gobierno nacional no había nombrado una delegación oficial para asistir a esa Conferencia pero  había acreditado a varios personeros del Municipio de Quito y a varias funcionarios de la Asociación de Municipalidades del Ecuador como delegados al evento. Esteban nos mencionó que se había decidido también darnos esa delegación, también a nosotros.

Como conté en un relato anterior, con ese documento en el bolsillo, viajamos a Estambul en el mismo vuelo Esteban Moscoso, Alberto Montt, Cristina Peña, Diego Carrión y yo.

El hotel que habíamos reservado por Internet resultó una verdadera porquería. Estaba situado en una zona comercial de Estambul a la que llagaban contrabandistas griegos, búlgaros y rusos para hacerse de mercadería a bajo precio y llevarla a sus respectivos países en grandes bultos. Esos bultos se acumulaban todos los días en las habitaciones, los pasillos, en el vestíbulo y aun en la vereda del hotel, en espera de taxis, camionetas y buses de “falsas agencias de viaje” que a toda hora se cargaban con las “adquisiciones” de esos supuestos “turistas”.

La estructura del hotel era de metal y las paredes exteriores e interiores de una especie de prefabricado hecho con láminas onduladas de plástico de colores (como el Eternit translúcido que se utiliza para las cubiertas). Las puertas y las ventanas eran de aluminio y el asilamiento acústico casi inexistente. Una noche Diego y yo, que compartíamos la habitación, no pudimos pegar los ojos porque en un cuarto vecino unas gordas gigantescas -rusas o búlgaras-, no podría precisarlo, mantuvieron por horas una discusión acalorada que sólo dejamos de escuchar cuando abordaron un taxi y abandonaron el hotel.

En otra ocasión creímos que habíamos despertado en el paraíso terrenal, todo el hotel estaba invadido de trinos y gorjeos maravillosos. En los pasillos de nuestros piso, en los descansos de la grada y en el vestíbulo junto a la recepción, un búlgaro enorme y su esposa -un falsa rubia más grande que él- habían arrumado docenas y docenas de jaulas: llenas de jilgueros, canarios, alondras, periquitos australianos, cacatúas, zorzales y quién sabe qué otras variedades de aves para llevarlas en un furgón que ya estaban cargando cuando nos despertamos y seguían haciéndolo cuando dejamos el hotel para ir en busca de algún lugar donde desayunar antes de salir para la sede del evento.

El hotel era asqueroso, los huéspedes hablaban a gritos, fumaban en los cuartos y todo el día y la noche el edificio bullía de actividad, pero no tuvimos más opción que quedarnos allí; como el pago lo habíamos hecho por INTERNET, no quisieron por ninguna razón u amenaza devolvernos el dinero, además debido a la gran cantidad de participantes y de turistas que habían llegado a Estambul a ese gigantesco encuentro, conseguir alojamiento en otro lado fue prácticamente imposible.

Diego y yo no asistimos a la Conferencia Oficial. Todo el tiempo estuvimos presentes en el Foro de las ONGs que se desarrolló en el viejo edificio de la Universidad de Estambul. Ayudamos a montar la exposición “Al encuentro de una ciudad para la vida” que el HIC había logrado hacer llegar a Estambul luego de recorrer América Latina entera y de exhibirse en Sao Paulo, Montevideo, Buenos Aires, Lima y México. (Luego de HABITAT II fue a Holanda y a Bélgica y regresó a nuestro continente… le seguimos la pista hasta cuando llegó a San José desde Bogotá…después no tengo idea a dónde fue a parar ni cual fue su fin. Posiblemente debe estar confinada en alguna bodega desconocida en alguno de nuestros países).

Como anécdota debo indicar que en Estambul el discurso de inauguración de la muestra tuve que hacerlo yo en representación de Diego y de CIUDAD, pues él estaba en ese mismo momento participando como panelista, en una mesa redonda sobre el hábitat popular en América Latina.  

Enrique Ortiz, Secretario General del HIC, tuvo la amabilidad de cedernos ese honor, con el argumento de que nosotros en CIUDAD, habíamos sido los impulsores y realizadores de la iniciativa. La exhibición fue un verdadero éxito y tuvo una particularidad: aquellas organizaciones de diversos países de América Latina que no pudieron enviar sus experiencias a la exhibición de Quito, trajeron sus láminas hasta Estambul -en el formato rígido previsto- y las colgaron en la Universidad. Enrique contaba que luego de HABITAT II debió conseguir un cajón adicional para el embalaje de varias docenas de afiches incorporados en ese evento, que se sumaron al recorrido posterior por varias otras ciudades europeas y americanas.       

Una tarde, luego de las charlas y conferencias, nos dimos cita en un restaurante que alguien nos recomendó a orillas del Bósforo, al norte de los grandes puentes que unen la parte europea y la parta asiática de la ciudad.   

Llegamos en taxi, junto con varios amigos latinoamericanos y estábamos cenando y tomando unas deliciosas cervezas frente al mar cuando nos alcanzaron nuestros amigos Esteban Moscoso, Alberto Montt y Peter Claesson a quienes al medio día, les habíamos proporcionado la dirección de ese restaurante.

Los tres venías bien peinados, resplandecientes, rozagantes, con una mirada beatífica… hablaban de forma pausada…parecían volar… sólo les faltaban las alitas y el áurea para ser confundidos con querubines celestiales.

Nos contaron que habían ido esa tarde a los famosísimos baños turcos de las Cemberlitas. Contaron con lujo de detalles esa visita que calificaron como “extraordinaria y deliciosa”. Y, por supuesto, nos recomendaron ir allá. Los tres estaban dispuestos a repetir esa deliciosa experiencia al día siguiente, así que varios de los presentes nos anotamos para acompañarles a su segunda incursión al célebre Hamam de Estambul. 

Esa noche al regresar al hotel los tres angelitos se durmieron apenas subieron al taxi y fue difícil despertarlos al llegar a nuestro destino; tan agotados y relajados estaban.

Al día siguiente, al caer la noche con Diego Carrión y nuestros amigos Humberto Vargas de Bolivia, Carlos Guerrero, ecuatoriano, que vive en España y Alex Rosenfeld de Chile, fuimos con nuestros guías: Esteban y Alberto a las “Cemberlitas”.

El Hamam de Cemberlitas es uno de los más históricos baños turcos en Estambul. Según un folleto que nos proporcionaron al llegar, “el Hamam fue encargado por Nurbanu, esposa del Sultán Selim II, a un renombrado arquitecto  llamado Mimar Sinan para una fundación benéfica para los pobres”.

El edificio fue construido en 1584 y posteriormente pasó a ser usado como un Hamam, de uso público. Por su historia, su extraordinaria arquitectura y por hallarse en una atractiva zona turística (muy cerca del tradicional barrio de Sultanahmet y del “Gran Bazar”) el Hamam de las “Cemberlitas” es muy popular entre los turistas y visitantes pero también es muy visitado por escritores, intelectuales, fotógrafos y cineastas.

Las “Cemberlitas” es un baño turco con secciones separadas para hombres y mujeres. Las instalaciones son semejantes en ambo casos; ofrece a los visitantes diversas opciones que incluyen: “sauna y baño”, “sauna, baño y masaje”, “masaje de cabeza indio”, “reflexología” y “masaje integral con aceite”; (antes de ingresar nuestros “guías” nos aleccionaron que debíamos seleccionar la opción “sauna, baño y masaje”).

Una vez que pagamos por el servicio seleccionado, en la recepción nos entregaron un lienzo de algodón, de tela de cuadros de color rojo (en la pared, detrás de quién nos atendió, se veía un panel que informaba cómo usar y anudar esta tela: los hombres deben colocársela en la cintura, cubriendo el bajo vientre y las piernas y las mujeres alrededor del busto. Allí se aclaraba también que los masajistas son siempre: “hombre para los caballeros” y “mujeres para las damas”).

A más de esa tela, cada uno de nosotros, recibió también un par de sandalias de plástico y un juego de toallas: una grande, varias medianas para cubrirse la cabeza y los hombros y varias pequeñas para poder friccionarse brazos y piernas.  

Un amable joven nos proporcionó una canasta y nos condujo hasta los vestidores. Nos desnudamos, nos envolvimos en la tela de cuadros y dejamos la ropa y demás pertenencias en los casilleros numerados previstos para el efecto. Cada uno guardó su llave atada con un resorte a la muñeca. Nuestro guía nos informó que junto a los vestidores había un confortable bar provisto de mesitas y sillas donde cualquier persona podía disfrutar de refrescos, agua, limonada u otras bebidas frías o calientes para hidratarse y calmar la sed.

De inmediato nos guió al espacio principal del Hamam, una gran sala cubierta con un alto domo en el cual hay pequeñísimas perforaciones para dejar salir el vapor de forma controlada para que ambiente no se enfríe. 

La luz exterior -de la luna o de la ciudad-, se filtra por esos orificios y al penetrar en las nubes de vapor que inundan la sala, generan un ambiente extraordinario como si uno se encontrara observando una noche estrellada en medio de la neblina.

En el centro de ese recinto existe una enorme plataforma circular de mármol, ligeramente inclinada desde el centro hacia el perímetro. En esa plancha lisa y brillante que se calienta desde abajo uno se acuesta y comienza a sudar de inmediato como si se estuviera asando en un colosal sartén expuesto al fuego.

Esta zona, está rodeada de una columnata que alberga una suerte de galería circular -concéntrica a la sala- que comunica una serie de cabinas de baño privadas y varias pequeñas piscinas de agua helada en las que uno puede sumergirse, de tanto en tanto, para que el contraste térmico le libere de la sensación de calor excesivo que produce la plancha de mármol caliente y el vapor que la envuelve.
Luego de aquellas inmersiones, uno puede regresar cuantas veces desee al recinto principal, para seguir transpirando -sentado o recostado- en el mármol caliente.

Cuando Alberto nos relató esta experiencia, describió con entusiasmo y decidores gestos las sensaciones que uno allí puede sentir, pero lo mejor fue su descripción de lo que venía luego: según él, “un turco bigotudo, grande y fuerte; con unos brazos fornidos y unas manos enormes…se acerca a cada parroquiano y comienza a proporcionarle el resto del servicio contratado…”

Nosotros claro, no sabíamos en que consistía ese adicional servicio…pero efectivamente de algún lado hicieron su aparición varios “turcos bigotudos, grandes y fuertes”, uno para cada uno de nosotros. Todos venían con el torso desnudo y envueltos en telas de cuadros, semejantes a las que usábamos nosotros.

Cada uno llegó provisto de una suerte de funda de almohada de tela blanca. Sumergieron esos adminículos en unos lavatorios bajos de mármol, llenos con agua caliente en la que previamente disolvieron trozos de un jabón delicadamente perfumando. Al sacarla del agua, cada “funda” se transformaba en una especie de globo lleno de agua jabonosa que perdía su contenido líquido por el entramado del tejido hasta quedar casi vacío, en el trayecto entre los lavatorios y la plancha central de mármol… allí esperábamos los abismados clientes, con los ojos bien abiertos, tratando de imaginar el ¿para qué? de tal ritual. 

El respectivo bigotón se acerca a cada víctima y elevando los brazos, toma con una mano la boca de su “funda” y con los dedos de la otra -cerrados alrededor de la tela- va bajando como ordeñándola. El jabón contenido en ella, al pasar por los poros de la tela, genera una espuma muy especial, conformada por miles de micro burbujas. El “turco” cubre con esa espuma el cuerpo del “cliente” que se halla tendido boca arriba y comienza a darle un baño-masaje con la espuma jabonosa.

Con la ayuda de una pequeña toalla, lava y fricciona la cabeza, el cuello, el pecho, los brazos, las manos, los muslos, las rodillas, las piernas y los pies. Luego vuelve a cargar con agua caliente jabonosa la funda de tela blanca y repite la operación esta vez con la persona tendida boca abajo. Lava y fricciona la  nuca, el cuello, la espalda, las nalgas, las pantorrillas, las corvas, las canillas y los talones.

Uno sigue tendido en la plancha de mármol, transpirando como tapa de olla  luego de la fricción y por efecto del calor que viene de ese lecho caliente. El turco respectivo  conduce a cada persona al lavatorio, uno se sienta allí y puede asearse personalmente las partes púdicas mientras el bigotudo le enjuaga de la cabeza a los pies con agua tibia.

Después de un instante vuelve a conducir a su respectivo cliente a la gran plancha de mármol. Enjuaga el lugar eliminando los restos de las burbujas y hace tender a cada quien en su respectivo espacio para iniciar la sesión de masaje. Cada operario (que como ya nos había descrito Alberto, es un personaje “grande y fuerte” de “brazos enormes y manos gigantescas”) atrapa a su respectiva víctima y esta vez con un delicado aceite comienza a masajear con las yemas de los dedos: el cuero cabelludo, las orejas, los músculos del cuello, las manos, las falanges las falanginas y las falangetas. Luego, con las palmas de las manos, ataca los hombros, los brazos, los codos, los antebrazos y las muñecas. Continúa con los muslos, las rodillas y las piernas, sigue con los pies y se detiene en cada unos de sus componentes. Masajea con fuerza extraordinaria, músculos y articulaciones que uno nunca había sentido o conocido de su existencia.

Con el dedo pulgar también “grande y fuerte” separa fibras musculares en los brazos y en las piernas del “cliente” haciendo recorrer ese apéndice a los largo de sus músculos hasta hacerle gritar.

Luego, toma cualquiera de las extremidades y con la mano apretada en la parte más estrecha del brazo, el antebrazo, el muslo o la pantorrilla comienza a subir la tenaza hacia la sección más gruesa sin cambiar el diámetro del férreo circulo formado por los cuatro dedos de un lado y el pulgar por el otro. El aceite ayuda al desplazamiento de la mano pero a los músculos ya ablandados, no les queda otra opción que ceder el paso de la fuerte manaza y la dejan pasar como si fuesen hechos de gelatina.

Al final de la sesión el tipo vuelve con la funda de almohada llena de tibia espuma jabonosa y le da un nuevo baño a su respectivo “paciente”. Le envuelve en una gran toalla, le pone otra sobre los hombros y con una última, le cubre la cabeza haciendo con ella una especie de turbante.

Luego de esta sesión todos quedamos convertidos en unos verdaderos guiñapos, no podíamos tenernos de pie, apenas podíamos abrir los ojos y creíamos que íbamos a desmayarnos. Nuestros respectivos turcos, todos “grandes y fuertes”, salieron del recinto un momento, supongo que se fueron a lavar y a cambiar pues ellos también transpiraban como caballos de carreras, por el esfuerzo…

Regresaron al cabo de unos minutos bien peinados y olorosos con una tela seca alrededor de la cintura. 

Nos ayudaron a calzar nuestras sandalias y nos guiaron despacio hacia unas salitas de reposo donde nos dejaron advirtiéndonos de permanecer allí sin movernos al menos una media hora.

Nos mantuvimos allí semiadormecidos, con una sensación de paz y tranquilidad indescriptibles, no sentíamos ningún dolor en los músculos y nos embargaba una especie de deliciosos sopor como si no tuviésemos cuerpo. Poco a poco fuimos reaccionando y luego de un buen rato, pudimos vestirnos y salir de allí con cara de angelitos.  

Mientras nos recuperamos y cuando pudimos abrir los ojos, leímos alguna información colocada en una especie de cartelera en la pared. Allí explicaba que el Hamam nació justamente en la antigua Constantinopla, la actual ciudad de Estambul. En el siglo XVIII llegó a haber 150 Hamam en la ciudad pues los baños públicos tenían una gran importancia en la vida social.

El tratamiento que uno puede recibir en el Hamam combina cuatro elementos básicos: calor seco, calor húmedo, frío y masaje. Estos elementos estimulan y limpian el cuerpo además de mejorar la salud realizando una cura de desintoxicación y aportando (como pudimos comprobar) un gran efecto relajante.

Pudimos conocer que la sala para cambiarse se llama “Camekan”; la gran estancia de techo abovedado se llama “Hararet”, la plancha de mármol del centro se llama “Gobek Tasi y se calienta por medio de hornos situados en el subsuelo. Los turcos “grandes y fuertes” se llaman “Tellak” y la toalla o guante con el que te frotan, se denomina “Kese”.

La experiencia fue realmente formidable. Tanto que, luego de una linda gira que hicimos por la Capadocia en el primer fin de semana que pasamos en Turquía, regresamos en grupo a repetir el proceso del Hamam. 

Esta vez no nos acompañaron nuestros iniciales guías pero Diego, Tito, Carlos y yo fungimos de guías de nuestras colegas Cristina Peña y Olga Segovia, de Natalia -esposa de Tito- y de Janeth -esposa de Carlos- a quienes contamos la historia de los “turcos grandes y fuertes” y no quisieron regresar a casa sin pasar por la sección de las mujeres de las “Cebelitas” para poder recibir un masaje de manos de unas turcas (también “grandes y fuertes”).

De mi parte, prometo que el viaje a la Capadocia será motivo de otro relato.

2 comentarios:

  1. ¡Excelente relato, Marito, como siempre! Vaya recuerdos, y me he reído mucho con los detalles del hamam :-))) La verdad es que mi experiencia en la sección femenina no fue del todo agradable, la calificaría de extrema para haber sido mi primera vez, jeje... Además, ahora que estoy metida en el mundo de los masajes, me doy cuenta de lo importante que es el hecho de que un estilo de masaje no es adecuado para todo el mundo, al menos desde el punto de vista del Ayurveda.

    Un abrazote,
    Janeth

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  2. Hubo una tercera visita. Tarde y de regreso de la Capadocia Mario se enteró que no había ido a los baños turcos. Yo no quería ir, pues tenía que hace la maleta y levantarme muy temprano para viajar a Holanda donde debería exponer todo lo de Habitat II. Pero Mario es insistente. Llegamos cuando cerraba el local y fuimos los últimos en entrar. Mario se propuso --con mucha audacia-- para resolver no sé qué desperfecto eléctrico en la ya vacía sala de mujeres, así que la pudo conocer. Me pidió un masaje solicitandfo que no me duela mucho. Algo dolió. No ha sido el único viaje en el cual sin Mario no hubiera conocido algo del país que visito.

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