
Los involucrados en ese periplo habíamos venido desde Quito y compartíamos un desastroso hotel en Estambul: Cristina Peña (conocida por todos con el remoquete de “Ojos”), Peter Claesson, Esteban Moscoso, Alberto Montt, Diego Carrión y yo…
Como el evento tenía dos semanas de duración, antes de salir de Quito, habíamos previsto aprovechar el fin de semana intermedio y unos pocos días luego del cierre, para conocer algo de los maravillosos sitios turísticos que ofrece Turquía a más de su bella capital.
Para tal propósito decidimos arrendar una minivan y emprender un viaje turístico el primer fin de semana que íbamos a pasar en ese extraordinario país. La idea era salir muy temprano el sábado y regresar el lunes después del medio día, pues los foros y seminarios que nos interesaban, transcurrían más bien en las tardes y noches.
Alberto y Esteban participaron en una mesa sobre el espacio público y presentaron el libro “Arte para todos”, referido a la propuesta del Municipio de Quito de incluir esculturas contemporáneas en plazas y parques de la ciudad. Una vez concluido ese cometido, estos dos amigos tenían algo más de tiempo libre que el resto de nosotros; así que les encargamos la misión de conseguir el vehículo y hacer un plan de gira seleccionando muy bien los lugares y previendo una optimización del tiempo y los recorridos para poder conocer la mayor cantidad de sitios de interés en esos dos días y medio.
El jueves en la noche nos reunimos para conversar sobre su propuesta. El arriendo de una minivan no salía caro, a condición de incluir en el periplo a un mayor número de personas, para poder bajar la cuota que nos correspondería por el precio del alquiler del vehículo.
Durante la semana que habíamos pasado en Estambul mi amigo Carlos Guerrero, (conocido como Carlanga) era también parte del grupo; sin embargo no pudo venir con nosotros al paseo previsto para aquel fin de semana, pues su esposa Janeth iba a llegar desde España el sábado y él debía recogerla en el aeropuerto.
Buscamos otros amigos que pudiesen sumarse a la iniciativa y finalmente llenamos el cupo sin problema. A los seis “ecuatorianos” se sumaron Liliana Rainero, de Argentina, Humberto (Tito) Vargas, de Bolivia y su esposa Natalia a quien todos conocemos como “Niña”.
La propuesta de Alberto y Esteban era salir de Estambul el sábado muy temprano, enfilar hacia el sur por la costa europea de Turquía, bordeando el mar de Mármara, cruzar al lado asiático por el estrecho de los Dardanelos, visitar las ciudades de Troya, Pérgamo y Éfeso y llegar a la ciudad de İzmir para pasar la noche. El domingo la jornada se iniciaría también temprano, para recorrer por la península turca, hacía el noreste, en dirección a las magníficas formaciones de Pamukkale. Allí pasaríamos el resto del día y buscaríamos un hotel para la noche. El lunes en la mañana enfilaríamos hacia el norte para atravesar nuevamente el mar de Mármara esta vez por el estrecho del Bósforo y poder llegar a Estambul a media tarde, antes de una reunión que Diego y Tito tenían con los colegas del HIC y de una cena de trabajo a la que yo debía asistir algo más tarde, con los amigos del Secretariado Internacional del Agua.
Al escuchar los sitios que nos sugirieron nuestros amigos para la gira, casi daba escalofríos pensar que íbamos a tener la oportunidad de poner los pies en lugares de los que habíamos oído hablar en las clases de historia o por la lectura de la Ilíada y la Odisea. Recordé las clases de historia de Grecia con el Dr. Jorge Troya Mariño y la pasión con la que mi hermano Jaime nos contaba sobre las virtudes y flaquezas de los habitantes del Olimpo, las guerras interminables y las pruebas extraordinarias de dioses y semidioses con las que se familiarizó tras leer, muy joven, los libros de Homero y la Eneida de Virgilio.
Salimos como lo previsto el día sábado, antes de las ocho de la mañana. Yo conducía la minivan y mi copiloto era Alberto Montt quien se declaró una persona apasionado por los mapas. La parte más complicada fue encontrar la salida de la ciudad pero luego comenzamos a seguir un atormentado camino vecinal que bordeaba el mar de Mármara. Desde ese momento todo cambió. Nos olvidamos de inmediato del bullicio de la urbe y del evento, y empezamos a disfrutar de la tranquilidad y la belleza de esos paisajes sensacionales. Mientras el camino seguía por bosques y acantilados junto al mar, Alberto se comportaba como un excelente copiloto. Leía el plano con detenimiento y con mucha antelación, me informaba dónde debíamos cambiar de carretera o girar a la izquierda o a la derecha.
Otra cosa sorprendente era el buen uso que daba a su buena provisión de casetes que llevaba a todas partes en un largo estuche de cuero. En esa época no existían los MP3 ni los iPod. Alberto era capaz de conjugar de una forma extraordinaria el impacto que le originaba un determinado paisaje con el tipo de música apropiado para ese lugar, para ese momento del día, para la luminosidad o el clima y para esa circunstancia específica. Nunca se equivocó, jamás tuvimos que sugerirle que cambiara la música que seleccionaba de improvisto, ante un paisaje al que habíamos llegado. Pasábamos del jazz, a alegres vallenatos, de Vivaldi a añorantes boleros, de pegajosos merengues a Julio Jaramillo. Lo que él “ponía a sonar” siempre resultaba adecuado con el entorno, natural o urbano, un “maridaje” perfecto entre los paisajes, los kilómetros y la música.

Desde lo alto de unos escarpados acantilados, a los que se llega entre bosques de coníferas y laderas llenos de flores multicolores, es factible divisar las islas “Príncipe” y las de “Mármara” estas últimas, ricas en yacimientos de mármol, tanto que de ahí deriva el nombre del archipiélago y del propio mar pues la palabra “mármaros” significa mármol en griego.

El estrecho de los Dardanelos tuvo un papel estratégico en diversos períodos de la historia. La antigua ciudad de Troya estaba situada cerca de su entrada occidental; y su costa asiática fue el escenario de la famosa guerra de Troya. Posteriormente el ejército macedonio y el del Alejandro Magno cruzaron los Dardanelos para realizar sus invasiones y conquistas. El estrecho fue vital para la defensa de Constantinopla (actual Estambul) en el período bizantino. A partir del siglo XIV el estrecho fue controlado por Turquía. Durante la I Guerra Mundial tuvo lugar allí la batalla de los Dardanelos en la que las tropas aliadas intentaron, sin éxito, arrebatar su control al ejército turco.

Nuestra primera parada importante fue en Troya, ciudad histórica y legendaria, donde se desarrolló la famosa guerra descrita en “La Ilíada” y en “La Odisea”, de Homero, los más importantes poemas épicos de la antigüedad griega. El tema de esa guerra fue abordado por otros autores en épocas posteriores, en particular por Virgilio en “La Eneida”.
Según se nos explicó antes de iniciar la vista a las ruinas de la ciudad, en toda esa zona se asentaron importantes civilizaciones y culturas. Troya ocupó una posición estratégica para el control de la navegación tanto en el mar Egeo, cuanto en el de Mármara y su comunicación hacia el Negro.
Troya se desarrolló además, debido a las especiales condiciones del estrecho de los Dardanelos, en el que hay corrientes constante y vientos huracanados desde mayo hasta octubre, ello hacía que los barcos que en la antigüedad pretendían atravesar el estrecho de los Dardanelos debieran esperar condiciones favorables anclando durante largas temporadas, en el puerto de Troya. Ello explica la importancia que tuvo la ciudad en la antigüedad y el por qué de las guerras originadas en la necesidad de poseerla para el control militar de la navegación, las comunicaciones, el comercio y los territorios conquistados.


Las ruinas de Troya fueron descubiertas gracias a excavaciones realizadas en 1871 por un arqueólogo de apellido Schiemann y en 1998, la UNESCO declaró ese sitio arqueológico como patrimonio cultural de la Humanidad.
Uno de los detalles más interesantes de estas ruinas son las famosas "letrinas", alineadas -una junto a la otra- y sobre un complejo sistema de evacuación que usaba agua corriente. Nunca supimos si entre letrina y letrina hubo algún tipo de división para garantizar la privacidad del acto o si, por el contrario, el sentarse a usar estos aparatos sanitarios permitía una forma de socialización diferente.

Todo es cuestión de códigos culturales. Recordé "El fantasma de la libertad" de Buñuel.


Todo es cuestión de códigos culturales. Recordé "El fantasma de la libertad" de Buñuel.
Dejamos Troya (con la duda aun a cuestas y con aquellas preguntas existenciales, sin respuesta...) para dirigirnos hacia la antigua ciudad de Pérgamo.




Desde Pérgamo continuamos nuestro viaja hacia el sureste en dirección de la ciudad de Éfeso (conocida como Ephesus en latín). En medio de bromas decidimos que para nosotros la ciudad se llamaría Efesos pues nos resultaba difícil pronunciar el acento esdrújulo del nombre castellanizado.
Éfeso fue en la antigüedad una de las doce importantes ciudades jónicas que se desarrollaron a orillas del mar Egeo. Fue un importante centro religioso, cultural y comercial.


La ciudad prosperó durante el imperio romano; su riqueza se basaba en el comercio de toda la producción de la región y de productos y bienes que llegaban a través del mar en dirección de la Capadocia. Por ello toda su geografía estaba cruzada por caminos que facilitaban el intercambio comercial.

Ya en la era cristiana se dice que San Pablo (Pablo de Tarso) visitó Éfeso y estableció una iglesia cristiana cerca de la ciudad. Allí el santo escribió la célebre “Epístola a los efesios” que ha sido recogido en el “Nuevo Testamento”.

Sabíamos que los vestigios arqueológicos de Izmir eran menos interesantes que los de las otras ciudades que pudimos visitar ese día, pero nos dirigimos allá pues nuestra intención era encontrar un hotel para pasar allí la noche.
Izmir es el segundo puerto de Turquía y la tercera ciudad del país en cuanto a población (con cerca de cuatro millones de habitantes). Se halla localizada junto a la costa del mar Egeo, cerca del golfo de Esmirna a unos 450 kilómetros al sudeste de Estambul. Este conglomerado urbano es conocido como la “Perla del Egeo” y se la considera, la ciudad más “occidentalizada” de Turquía en términos de valores, estilo de vida y equidad de género.
En la noche comimos en un agradable restaurante con vista al mar, pero no fue fácil encontrar alojamiento. Creíamos que ese asunto sería relativamente simple, pero no fue así. Su condición de ciudad turística sumado al hecho de que cientos de visitantes que asistían a HABITAT II tuvieron la misma idea que nosotros y salieron el fin de semana a visitar la zona, hizo que nos topáramos con que todos los hoteles tuvieran una sobresaturación de pasajeros. Tuvimos que recorrer muchas calles en busca de un hotel que aceptara el desembarco simultáneo de tantos huéspedes, que tuviera un garaje para guardar nuestro carro y cuyas tarifas estuvieran al alcance de nuestras exiguas economías.
A la mañana siguiente, el domingo, muy temprano, luego del desayuno, emprendimos viaje hacia Pamukkale. Recuerdo que nos sorprendió que esa comida, si bien estaba incluida en la tarifa del hotel, no tenía las clásicas opciones de desayuno “continental” o “americano” que uno encuentra en cualquier otro lugar del mundo.

En este hotelito la alternativa era únicamente el desayuno turco que consiste en un plato de rodajas de tomates y pepinillos, olivas negras, queso tipo feta, huevo duro, pan de centeno, yogurt o cuajada, miel de abeja y te negro o te de manzana. Raro, pero muy bueno. Luego de ese día nos aficionamos a aquella opción y en muchos otros lugares siempre pedíamos “desayuno a la turca”.

En este hotelito la alternativa era únicamente el desayuno turco que consiste en un plato de rodajas de tomates y pepinillos, olivas negras, queso tipo feta, huevo duro, pan de centeno, yogurt o cuajada, miel de abeja y te negro o te de manzana. Raro, pero muy bueno. Luego de ese día nos aficionamos a aquella opción y en muchos otros lugares siempre pedíamos “desayuno a la turca”.
Para llegara a Pamukkale desde Izmir, debíamos alejarnos del mar e internarnos en la Península de Turquía, un tanto hacia el Sur y luego hacia el Este, hasta llegar al valle del río Menderes, un lugar de ensueño que disfruta de un clima primaveral la mayor parte del año.



Pamukkale es un paisaje alucinante. La presencia de estas piscinas soportadas por repisas de mármol -como derretido o derritiéndose- produce un efecto espectacular para el espectador y para el visitante ya que las aguas derramándose de una a otra, dan la apariencia de terrazas o cascadas congeladas o solidificadas. Los depósitos más recientes de carbonato de calcio evidencian un color blanco purísimo que se asemeja a un paisaje invernal.

Esta enorme formación natural tiene 2700 metros de longitud y 160 metros de alto. Puede ser divisado a gran distancia.

En la antigüedad, la antigua ciudad de Hierápolis estuvo construida en lo alto de esta formación natural. La belleza del lugar y las propiedades de sus fuentes, fueron descritas por el celebre arquitecto Vitruvio. Los griegos conocían las propiedades terapéuticas de sus aguas que eran atribuidas a dioses como Hygieia (diosa de la salud, la higiene y la sanación) y a Apolo (dios de la medicina y la sanación).
En nuestra época, en 1988, luego de siglos de abandono, Pamukkale fue declarado Patrimonio natural de la Humanidad por la UNESCO. Ello contribuyó a que las autoridades brindaran protección al sitio e impulsaran una serie de obres de preservación y mantenimiento.
Pamukkale es sin duda uno de los sitios más extraordinarios que he podido conocer en el mundo.
El lunes muy temprano en la mañana emprendimos el viaje hacia el norte. Teníamos que recorrer los 660 kilómetros que nos separaban de Estambul antes de la tarde, pues varios de nuestros colegas tenían actividades previstas en el evento
Llegamos, a la caída de la tarde, al “Estrecho del Bósforo” (también llamado “Estrecho de Estambul”) que separa la parte asiática de la actual capital turca (conocida como Anadolu) de la parte europea (que durante el Imperio Otomano correspondía a provincia de Rumelia).
Este estrecho conecta el mar de Mármara con el mar Negro. Tiene una longitud de 30 kilómetros y 3700 metros de ancho en la entrada del mar Negro. El estrecho es un canal angosto y complejo en forma de "s" con varios cabos y curvas pronunciadas, lo que dificulta la visibilidad en las curvas denominados “codos” del canal. Ello, sumado al fenómeno de las corrientes cambiantes hace que la navegación sea difícil y muy peligrosa.
A pesar de eso el Bósforo siempre ha tenido una gran importancia estratégica y comercial. Ese fue uno de los factores que influyeron en la decisión del Emperador romano Constantino I - El Grande de construir allí la nueva capital del Imperio (llamada Constantinopla en su honor).
La ciudad pasó a ser en 1453 la capital del Imperio Otomano tras un largo asedio a la ciudad bizantina. Posteriormente construyeron una sólida fortaleza en cada lado del estrecho.
En la historia reciente el control del Bósforo originó varias guerras y conflictos como la Guerra ruso-turca y el ataque de los Aliados en la Primera Guerra Mundial. En la actualidad varios tratados internacionales garantizan la libre navegación en esas aguas.
Las orillas del estrecho están densamente pobladas ya que la ciudad de Estambul, con una población de 11 millones de habitantes, se despliega en las dos orillas del estrecho.
La comunicación entre las dos orillas se ha hecho tradicionalmente y desde hace muchos años, por medio de navíos de todo tipo y tamaño, pero en los últimos años hay dos puentes sobre el estrecho: el puente “Boğaziçi”, de 1074 metros de largo, construido en 1973 y el puente “Fatih Sultan Mehmed” de 1014 metros inaugurado en 1988 que se encuentra casi a cinco kilómetros al norte del primero.
A uno de estos puentes logramos llegar, conduciendo a “rompe cincha” para que Diego y Tito no llegaran tarde a su reunión. Mientras lo atravesábamos tuvimos la visión excepcional de Estambul al anochecer.
Esa posiblemente también es una de las más entrañables imágenes que guardo en la memoria. Al ingresar al puente, Alberto presionó el botón para expulsar el casete que veníamos escuchando y puso otro, uno de Pavarotti, cantando alguna aria de ópera, para acompañar de forma adecuada, el ingreso de “nuestra nave” a la capital del Imperio Bizantino, del imperio Otomano y de la Turquía contemporánea, una de las ciudades más hermosas de la tierra.
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