viernes, 15 de julio de 2011

Ecuador 4: Pachijal


Según una reciente noticia de prensa, las autoridades municipales y de la provincia de Pichincha, periodistas, biólogos, organizaciones de conservación y dirigentes comunitarios recorrieron las microcuencas de los ríos Pachijal, Mashpi, Guaycuyacu y Saguangal, en el nor-occidente del Distrito Metropolitano de Quito, que serán declaradas por el Concejo Metropolitano como áreas naturales protegidas.

La noticia hace referencia a las declaraciones de mi buen amigo Juan Manuel Carrión, reconocido ornitólogo y connotado artista, quien mantiene que la conservación de estos ecosistemas permitirá que la vida siga sustentándose en esta zona, parte del Chocó andino, que cuenta con bosques tropicales y subtropicales que mantienen  todavía condiciones casi intactas; pues casi no han sido intervenidos ni explotados. 

Su biodiversidad es enorme, allí habitan miles de especies vegetales y animales: osos de anteojos,  pumas, ardillas, tucanes, armadillos y muchos tipos de insectos, particularmente una gran variedad de  mariposas.      

Según la información, los pobladores plantearon sus necesidades más importantes: el mejoramiento de la vía principal de acceso, la implementación de sistemas de comunicación celular, obras de agua potable, energía eléctrica, ejecución de escuelas y un sinnúmero de equipamientos comunitarios de los que ahora carecen.

Las autoridades han anunciado que el próximo paso será la formulación de un plan integral de manejo ambiental, la creación de unidades de protección de los bosques y los ríos, la implementación de actividades sustentables de reforestación y actividades turísticas que ayuden a los cerca de tres mil habitantes de la zona.

Esta noticia me ha llenado de alegría pues hace muchos años tuve la oportunidad de recorrer la zona y conocer la realidad que la noticia refiere, tanto en relación al entorno natural cuanto a las necesidades, carencias y requerimientos de la gente.

En 1996 yo colaboraba, escribiendo crónicas de viajes, con una publicación llamada AQUADOR, un informativo cultural y turístico de cobertura nacional, que dirigía Liliana de Dávila. 

En el ejemplar de noviembre de ese año escribí, luego de una visita a Pachijal, un corto artículo que titulé “Pachijal, andanzas por el Nor-occidente de Pichincha”, lo reproduzco ahora pues considero que resulta interesante que quince años más tarde se puedan ir haciendo realidad los retos de preservar esos ecosistemas y promover el turismo para apoyar la economía de sus habitantes, relegados y excluidos por tantos años.

“PACHIJAL: Andanzas por el Nor-occidente de Pichincha”

“Alberto Garzón es el prototipo de esas personas -en franco proceso de extinción- apasionadas por la vida del campo.  Conoce con exactitud el nombre de cuanto árbol asoma en el camino; sabe de sus propiedades curativas, el tamaño que alcanzará al llegar a la edad adulta, la calidad y color de su madera y, por supuesto sus posibles usos y malusos; sabe de las propiedades y peligros de las plantas, habla con los animales y los pájaros y éstos, por supuesto, le responden con afecto.

Alberto vive intensamente el mundo rural.  Para ir al pueblo cruza en balsa el río Pachijal auto-impulsándose por medio de un cabo atado a una y otra orilla. 

Sus jornadas diarias se inician muy temprano y son casi siempre colmadas de actividades y sorpresas; camina por bosques y potreros, cruza riachuelos y quebradas; varias veces al día sube y baja, baja y sube la arrugada geografía del Nor-occidente en las exuberantes proximidades del río; debe verificar que los toretes no se hayan desbarrancado, que la vaca recién parida no haya perdido a su cría en el monte, que el toro barroso (del mismo color que el de la canción pero más grande) no haya saltado la cerca y que las terneras no se hayan  metido al potrero nuevo porque la hierba tierna las puede atorzonar.

Enlaza, ata y desata con asombrosa facilidad a todos estos bóvidos blancos de orejas grandes y mirada bondadosa, les inyecta un producto contra los parásitos y de paso observa si no tienen síntomas de aftosa en los cascos o en la lengua o si no han asomado -de nuevo- gusanos o garrapatas en su lustrosa piel.


Al atardecer alimenta a los peces con guayaba madura en un remanso cristalino del río; observa a las nutrias lavarse los bigotes luego de una apetitosa cena de cangrejos y se da un chapuzón para sacar la sana fatiga del día. Fresco y contento al caer la noche se dirige a la hamaca, abraza su guitarra y canta viejos pasillos y boleros bajo la luz tenue y titilante de luciérnagas y cucuyos.

Alberto ha estado vinculado al campo toda su vida. Sólo ha sido infeliz cuando ha tenido que vivir en la ciudad (cuando ejerció su profesión de técnico dental en Bogotá o cuando puso un negocio de fotocopiadoras en Quito); incluso se siente mal cuando pasa más de tres días entre edificios y cemento, defendiéndose de la agresividad del ruido y la contaminación.

Re-vive cuando regresa al campo, cuando comparte los minutos y las horas con los animales y las plantas; cuando vuelve a sentir el olor cálido de la tierra mojada, el fresco desplazamiento de la brisa entre los árboles y el ruido tenue y el resplandor del río frente a su casa.

Pachijal es un pueblito -uno de tantos- perdido entre montañas y esperanzas. Sus habitantes esperan que se cumplan las ofertas -tantas veces reiteradas como incumplidas- de mejorar los caminos y los puentes, de poner a funcionar las escuelas y los subcentros médicos..... Mientras tanto,  esperan.

Vale la pena visitar esta zona cercana y a la vez distante, muestrario de toda la gama de verdes, santuario de flores inimaginables y de todas las aves del mundo. 
Es una experiencia inigualable.”

Octubre/96



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