jueves, 24 de febrero de 2011

Kenia 1: La creación del Secretariado Internacional del Agua

En 1985, luego del Seminario “Transporte y Servicios Urbanos en América Latina”, un grupo de colegas de diversos países organizamos en Quito la “Red de Estudios de los Servicios Urbanos en América Latina” que bautizamos con el nombre de “REDES”.

En 1990 Oxfam-Quebéc organizó en Montreal el Foro Internacional “Las organizaciones no gubernamentales en interacción por el agua y el saneamiento”, evento en el que los participantes redactaron la famosa “Carta de Montreal, sobre agua potable y saneamiento” para contribuir con ese documento de reflexión y de referencia, a las actividades de cierre de la década Internacional del Agua. A ese evento, en el que participaron delegados de diversos países de todo el mundo, fue invitado mi amigo peruano Gustavo Riofrío Benavides, quién es uno de los firmantes de la Carta.

En ese mismo año, nos reunimos en Quito varios investigadores de “REDES” para conformar una estructura organizativa más clara y con responsabilidades compartidas. Nos planteamos una serie de metas y estructuramos un comité de coordinación; a mi me encargaron la coordinación del tema “agua y saneamiento y a Gustavo Riofrío la del tema “desechos sólidos”,

Con el fin de facilitar la aplicación concreta de los principios de la “Carta” varios de los colegas implicados en la organización del Foro de Montreal, decidieron reunirse un año después, para esbozar la estructura de una entidad que promoviera el diálogo entre los diversos actores implicados en la temática “del agua y el saneamiento” y promovieron una reunión en Nairobi, para discutir puntos de vista y alternativas en relación a ese reto. De esa iniciativa nació lo que posteriormente fue el Secretariado Internacional del Agua – SIA.

A esa reunión fue invitado Gustavo, quien de manera excesivamente amable, a más de  profesional y seria, se excusó de asistir, mencionando que en nuestra región era yo, el encargado del tema “agua y saneamiento” y les proporcionó mi dirección y teléfono para que pudiesen contactarme y cursarme la invitación respectiva.

Así pues en abril de 1991 desembarqué en Kenia provisto de una visa otorgada por el consulado británico en Quito y la representación de mis colegas latinoamericanos de “REDES”.

Quien nos recibió y condujo todo el proceso de dialogo en Nairobi, fue Raymond Jost que un año atrás había colaborado en el comité organizador del Foro de Montreal. Este personaje alto y corpulento con una personalidad cautivante me pareció al principio absolutamente audaz, pues proponía crear un organismo, una ONG internacional, para promover acciones de concientización, información, comunicación y dialogo entre actores en el mundo del agua y el saneamiento, para lo cual nos quería involucrar a los presentes. Un organismo que tendría una misión un tanto ambigua, objetivos y metas de difícil realización pues no estaban clarificadas en absoluto las respuestas a interrogantes básica tales como: ¿para qué?, ¿por qué? y, menos aún, ¿cómo? y ¿con qué recursos?.

Esta iniciativa para muchos colegas africanos y asiáticos era absolutamente sospechosa y poco clara; primero, por provenir de un sujeto llegado del “norte”, que hablaba sólo francés, que jamás había hecho un proyecto de irrigación o de fosas sépticas “en el terreno” y, segundo, porque quería “respuestas inmediatas” a las preguntas: ¿con quiénes? y ¿cuándo?.

¿Con quiénes?, pues con nosotros, los “chinos”, “negros” e “indios” llegados de quien sabe dónde y que -parecía incuestionable- “debíamos colaborar” como impulsores de la propuesta… ¿Cuándo?, ¡ese instante!... la premura era tal que parecía como que no teníamos tiempo para perder, ¡teníamos que suscribir un documento constitutivo en esa semana…!

Las discusiones eran interminables, algunos colegas europeos apoyaban a Raymond, los tercer mundistas cerraban filas en una suerte de oposición, casi de boicot. Las tensiones se acentuaban, el aire, ya denso y cálido de Nairobi, se hizo cada vez más pesado, casi era factible rebanarlo con cuchillo, tan denso se lo sentía. Supongo que las diferencias culturales no favorecían en absoluto el debate y menos, algún tipo de concertación. Se sentía una cierta visión etnocéntrica -de lado y lado- y una muy difícil voluntad y nula capacidad de entender a “los otros”.

Felizmente en la tarde y la noche, luego de que las sesiones se cerraban sin resultados… la luna, los grillos y luciérnagas, -y un par de cervezas, claro- evacuaban tensiones y reinstalaban la calma. En grupos pequeños era más fácil hablar, conocerse, compartir experiencias, contar chistes y anécdotas y de a apoco, se sembraba complicidad y confianza.

Interrogado por algún preguntón de entre nosotros, Raymond nos relató que era francés, alsaciano, que había emigrado joven a  Montreal y allí terminó la carrera de sicología e hizo un posgrado en sicología social y comunicación. Tuvo varios empleos y llegó a ser una suerte  de viceministro-asesor, ligado al tema de la juventud y específicamente de los niños de la calle y la delincuencia juvenil, en lo que podría ser en nuestros países un “Ministerio de Asuntos Sociales”.

Nos contó varias historias que parecen de cuento. En mi caso me golpearon tanto que cambiaron radicalmente mi forma de percibir al personaje, de esa molesta sensación de desconfianza, a una suerte de complicidad, admiración y confianza total; que, en años posteriores pude ir complementando merced a todo lo que hemos emprendido juntos, al comprobar la creatividad de sus iniciativas y la seriedad en su trabajo. Esa complicidad, admiración y confianza total han perdurado como sustento de una gran amistad hasta la fecha.

Uno de los relatos fue el siguiente: Raymond había recibido el encargo del gabinete ministerial  de organizar un programa de rehabilitación para jóvenes con problemas. Le dieron el mandato, un magro presupuesto y casi ningún colaborador. Así pues, a su propia cuanta y riesgo, giró un cheque por la totalidad de su presupuesto del año y compró centenares de metros de cable, varios miles de bombillas eléctricas, un generador a diesel y contrató decenas de electricistas. Con ellos iluminó una noche el gran puente metálico que cruza el San Lorenzo en la autopista  que une Montreal y Ottawa.


Con la complicidad de la prensa, la radio y la televisión, comenzó a explicar el nombre que en gigantescas letras luminosas se prendía y apagaba en el gigantesco puente: “Cap Espoir”, “Cabo Esperanza”, “Esperaza para los jóvenes con discapacidades”. Habló ante los medios de la importancia de un programa en el que en vez de recluirlos, se pudiese verdaderamente ayudar a salir adelante a los jóvenes delincuentes y a los centenares de muchachos y chicas que padecían de alguna deficiencia en el cuerpo, la mente o el espíritu.

Nos explicó que los québécoises no son diferentes de los demás norteamericanos; en general muy dados, a hacer generosas donaciones si una causa les parece interesante. Como resultado de la “luminosa acción de comunicación colectiva”, Raymond salió con el presupuesto que le habían otorgado multiplicado por diez. Todos los amigos le felicitaban por el éxito del emprendimiento. Ahora, le decían, - “podrás comprar una casa, en medio de un bosque, y establecer allí, ya no un programa, sino un centro de rehabilitación para los jóvenes…“.

Raymond cogió la plata y efectivamente comenzó a buscar en el periódico la mejor forma de invertir las ganancias de  su alocada idea. Al poco tiempo encontró lo que buscaba. ¡Compró un  velero! Si, un barco velero de tres mástiles…. lo bautizó con el nombre marino de  “Cap Espoir”, “Esperaza para los jóvenes con discapacidades”, y comenzó a recorrer el mundo con ellos a bordo. 

Aquel que había perdido un brazo y se sentía el ser más miserable del mundo por ese hecho, ayudaba al otro que sentía lo mismo, porque había perdido las dos piernas; y éste cuando, a pesar de esa circunstancia, recuperaban todas las ganas “por vivir”, ayudaba a la chica que había sido violada; y ella, al pequeño delincuente que robaba porque no era amado por sus padres; o el niño de la calle, que había aprendido a vivir de la basura, a la chica anoréxica que rechazaba la comida…y así, en una cadena interminable… de apoyo, de comprensión, de compañerismo, de crecimiento colectivo, de perdón, de borrar el pasado y enfrentar el futuro.

El programa llegó a ser tan importante que en pocos años tenia “su sede en el bosque”, tres veleros y dos avionetas en los que los jóvenes viajaban -tomados de la mano- hacia múltiples sueños y opciones de vida.

Llegó a ser tan prestigioso que en 1996 durante las celebraciones del centenario de la colocación de la Estatua de la Libertad en la bahía de Nueva York, el “Cap Espoir” fue invitado a echar anclas en “Staten Island”. Una delegación de jóvenes depositó allí una ofrenda de flores, tendiendo un puente de ternura entre ese importante símbolo de la libertad de los americanos y ese velero que les había devuelto la suya.

Supongo que los presentes en aquella reunión en Nairobi, debíamos tener los ojos abiertos enormemente, al escuchar incrédulos esta historia… pero pude sentir los míos y ver los ojos de todos, saliendo literalmente de su órbitas, cuando Raymond, abrió una carpeta y nos enseño, desplegándola, la primera página del “New York Times” del día de la celebración del centenario, en la que se veía una sola foto gigante, a color, de la Estatua y en su base anclado a las rocas el “Cap Espoir” con la velas recogidas y las bandera de Quebec y de Alsacia, ondeando al viento.

Raymond tuvo que renunciar de su cargo años más tarde, cuando en una ocasión le pidieron el “organigrama funcional” del organismo… él envió un gráfico en el que los niños estaban arriba, los funcionarios y políticos abajo…y todavía más abajo, en niveles inferiores, el ministro y el consejo de ministros.

Nos contó que luego se dedicó a la comunicación para acciones dirigidas a conglomerados y en eso estaba cuando fue enganchado para co-organizar el Foro de Montreal. Allí descubrió que, en el mundo del agua, las necesidades, las carencias y los requerimientos de solución, eran enormes… y quienes debían hacer algo se enfrascaban en su discurso, técnico, económico o político y en la practica, hacían poco o casi nada.

Viniendo de un país donde el agua abunda y las carencias sociales no son necesariamente extremas, Raymond pudo tomar conciencia que en donde la situación era dramática, era en los países y en las comunidades carenciadas de todos los demás continentes. Trabajó con verdadera pasión en la estructuración de la Carta de Montreal y en su difusión; y comenzó a inventar el concepto de un organismo que actúe en la gestión del conocimiento y de la información, en la sensibilización y en el establecimiento de lazos entre las necesidades de la gente y quienes toman las decisiones, proporcionan los recursos o ejecutan las acciones. Allí nació la idea de crear, lo que luego fue el Secretariado Internacional del  Agua, cuyos propósitos estaba tratando de trasmitírnoslos en esos días, con tan poca comprensión y apoyo de nuestra parte.

Creo que jugué un rol importante, tendiendo puentes entre las utopías de este soñador y el pragmatismo y desconfianza de mis colegas de los países “en vías de desarrollo”. Pienso que uno de los problemas era la presencia en esa reunión de ONGs, redes y asociaciones, sobre todo africanas y asiáticas, muy vinculadas al trabajo comunitario y de terreno, incluso técnico; pero, no necesariamente, al mundo de la construcción de políticas, la comunicación y el debate participativo entre actores que en América Latina, estaba ya tan avanzado.

Hablé y concerté con muchos y respaldé la idea de Raymond, tanto en los grupos de trabajo cuanto en los debates plenarios. Traté de interpretar la importancia de un ente que haga cabildeo y comunicación y sirva de nexo, entre los que actúan “con la gente” y los que “toman decisiones”, supuestamente, “para la gente”.

No fue fácil, ayudaron una serie de ejemplos y, nuestra propia experiencia, en América Latina. El rol de las ONGs como organismos que pueden propiciar el diálogo, desarrollar experiencias  que pueden ser generalizables y transformarse en políticas públicas, les pareció novedoso y rescatable. Descubrí que sobre todo en África, las ONGs hacen proyectos como una opción a un Estado inexistente o de una extrema debilidad. Las ONGs dan soluciones pero no conversan, no proponen, no suman ni multiplican.

Finalmente las posiciones extremas se fueron atenuando y pudimos llegar a acuerdos. Esbozamos entre todos, objetivos y estructura. No todos se juntaron a la propuesta pero la mayoría de los presentes decidimos crear un organismo con la visión que allí se estructuró. La idea se concretó meses más tarde y en agosto de 1991, en Montreal, suscribimos la constitución del Secretariado Internacional del Agua al amparo de las leyes canadienses.

En Nairobi le dije a Raymond que le iba a apoyar, no porque su propuesta fuese totalmente lógica o porque allí estuviesen todos los que debían estar, ni porque representásemos a nadie,  sino por una suerte de intuición… porque me parecía que los creadores, los soñadores, los generadores de ideas efervescentes merecen apoyo de los demás… porque juntos podemos hacer más y porque me parecía un tipo confiable. Fue un reto importante, una apuesta de locos, pero los impresionantes logros e iniciativas desarrolladas por este colectivo hasta ahora, muestran que Raymond tenía razón y que los que nos sumamos a su idea, nos jugamos por algo que valió la pena. 

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