miércoles, 16 de febrero de 2011

Egipto 2: La danza del vientre


Durante la “III Conferencia Mundial sobre Transporte Urbano en los Países en Desarrollo” que tuvo lugar en El Cairo en 1986, a mis amigos Ettiene Henry y Oscar Figueroa, con quienes hicimos una increíble visita y recorrido en camello por las pirámides, se les ocurrió la brillante idea de que no podíamos regresar a nuestros países sin haber asistido a una de las célebres presentaciones de “danza del vientre” que se pueden observar en esta tierras del norte de África.

Analizamos varias opciones que nos dieron en el hotel donde estábamos alojados y las sugerencias y recomendaciones de colegas que ya habían visitado Egipto en alguna otra oportunidad y fuimos en busca de un lugar en donde pudiésemos disfrutar de este exótico espectáculo.

En el hotel nos advirtieron que en estos sitios son muy cuidadosos en cuanto a ciertas formalidades y que quienes desean ingresar deben presentarse con traje y corbata. Llegamos pues al hotel, luego de haber asistido a los debates y conferencias del evento, nos duchamos, nos cambiamos, perfumamos, encorbatamos y partimos hacia el esperado espectáculo. Fuimos en taxi con dos o tres personas más a un lujoso local, especializado en estas manifestaciones culturales, situado en alguna importante avenida de El Cairo.

El local era enorme, una suerte de anfiteatro con amplias graderías que se alejaban en círculos concéntricos de la pista de baile. Todos los niveles alojaban varias mesas  redondas bajas y bancas semicirculares con respaldos tapizados y confortables cojines que permitían que todos los espectadores pudiesen disfrutar del espectáculo sin que nada, ni nadie obstruyese la vista.

Nosotros llegamos relativamente temprano. Viendo a esta nutrida comitiva tan finamente ataviada y con una pinta de ricos funcionarios internacionales, un elegante personaje con traje negro y corbata de lazo, se acercó presto y con suma amabilidad nos guió a una mesa exclusiva, ubicada junto a la pista de baila, en al parta más baja del local.

Una vez que nos sentados nos explicó en correcto inglés que había un “cover” que incluía un plato de delicados bocadillos de especialidades egipcias y que adicionalmente, claro, debíamos pedir todos nuestras respectivas bebidas. Para el efecto pidió a un camarero igualmente elegante que nos pasara la carta y nos dejó seleccionar a nuestro gusto lo que íbamos a tomar.

Cuando vimos la carta casi nos caemos de la banca, el precio de las bebidas era  verdaderamente exorbitante. Constaban en la lujosa carta las mejores y más sofisticadas botellas de champagne francés, vinos tintos y blancos de diferentes cepas y nacionalidades, de cosechas que uno podría pensar que era imposible que  todavía existiesen a la venta, whisky escocés de doce, treinta y cincuenta años algunos de marcas raras y otros más conocidas; en fin, todo bueno, pero absolutamente fuera del alcance de nuestros bolsillos.

Llamamos al camarero y le consultamos si sería factible ordenar “por copas”, amablemente nos respondió que esa era una opción válida, por supuesto… pero que, dado el número de personas de nuestra mesa, resultaba más conveniente hacer el pedido “por botella que por copas” y nos sugería ordenar dos botellas “de lo que nosotros deseásemos”.

Cuando descubrió que no éramos prósperos ejecutivos y que a pesar de las elegantes  corbatas no pasábamos de ser sino grupo de arrancados investigadores del transporte que  tratábamos de cubrir el mínimo exigido en el “cover” solicitando apenas un “media botellita” de Johnny Walker etiqueta negra… nos invitó de manera correcta pero totalmente fría a abandonar esa mesa exclusiva  y dirigirnos a la parte alta y más alejada de la sala.

Discutimos un poco sobre si debíamos quedarnos o no, pero finalmente ante el hecho de estar ya en ese local y ante las recomendaciones recibidas decidimos quedarnos, aceptamos la humillante degradación que, en vez de hacernos bajar nos hacia más bien subir, y nos trasladamos a los altos.

Debo decir que valió la pena. Disfrutamos de música de primera, fantásticas ejecuciones de danza y bellísimas bailarinas que hacían vibrar a la sala con extraordinarios contorneos de cinturas y caderas.

Pero el espectáculo iba más allá de eso. Contrariamente a los que podría creerse este tipo de espectáculo no es algo exclusivo para hombres. Vimos que en muchas mesas jóvenes recién casados, acompañados de sus familias y de sus invitados, disfrutaban del contorneo voluptuoso de las bailarinas y éstas, dependiendo de la generosidad de padres y padrinos, llegaban hasta la mesa de la pareja y desarrollaban un diálogo rítmico con los desposados, como mostrando a los novios técnicas y audacias y  buscando despertar en los desposados ideas de éxtasis y placeres reservadas para su noche nupcial.

La generosidad de las familias se hacía presente en distintos momentos con billetes doblados colocados por manos prestas en la cintura de las llamativas faldas o en los voluptuosos pantalones de cadera de las bailarinas, en sus coloridos corpiños o en unos curiosos cajoncitos que todos los instrumentos musicales presentaban como parte de su estructura. Cuando el donante se acercaba, el músico abría el cajoncito sin dejar de tocar el instrumento, el billete se depositaba ahí y luego el músico lo cerraba con un movimiento gracioso al compás de la música.

En las mesas más próximas a la pista, ocupadas por jeques o ricos personajes importantes de la comunidad local, las bailarinas recibían contribuciones más significativas. Billetes de alta denominación generalmente dólares, iban adornando las galas de las divas cuando éstas se acercaban, con cimbreantes movimientos de cadera, a las mesas de estos ricos espectadores. En esas mesas se consumía licores sofisticadísimos a raudales y desde todas, las risas y las palmadas llenaban de una explosión ensordecedora el ambiente. En dos ocasiones pudimos observar que estos acaudalados parroquianos pagaban a las bailarinas para que se acercasen a la mesa de una pareja de recién casados a ofrecerles sus armoniosos contorneos como regalo de bodas caído del cielo a último momento.

Nosotros pedimos la cuenta cuando notamos que una vez consumido el contenido del enorme platón de canapés y finalizada nuestra escasa provisión de alcohol, corríamos el riesgo de que se nos exigiera solicitar otra media botella para la que ya no teníamos un peso; pues para  pagar el consumo, reunimos hasta las monedas, guardando apenas lo suficiente para el taxi de regreso.

Así acabó nuestra noche en ese sofisticado centro de diversiones en El Cairo. Como dicen los antiguos: - “lo comido, lo bebido y lo bailado, nadie os podrá quitar”, en esta oportunidad no comimos muchos, bebimos poco, pagamos caro y no bailamos nada; pero ese baño de inmersión en las extraordinarias expresiones de una cultura tan diferente “nadie nos podrá quitar”.     

1 comentario:

  1. Son unas anécdotas muy divertidas... Y contadas con mucho sentido del humor. Espero las nuevas entregas y me uno a la legión de seguidores.
    Un abrazo.

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