El 14 de noviembre de 1994 recibí una llamada urgente de Raymond Jost desde Montreal. Me pedía que vaya a Canadá para un acto muy importante, la pre-inauguración de la Biosfera, un museo interactivo dedicado al río San Lorenzo y al agua, que había sido construido, reciclando la famosa esfera de Fuller.

El Secretariado Internacional del Agua, del que yo era vicepresidente en ese entonces, tiene su sede en Montreal y como organismo que trabaja en la problemática del agua, fue uno de los importantes invitados a aquella pre-inauguración.

En Montreal todo estuvo perfecto,
asistimos al evento de la Biósfera, nos maravillamos con una serie de
actividades interactivas y exposiciones previstas para difundir y propiciar el
debate sobre cuestiones ambientales relacionadas con el agua, el cambio
climático, el desarrollo sostenible y el consumo responsable.


La función contemporánea de la esfera
de Fuller como museo del agua y el ambiente, entró en operación en junio de
1995.
En el acto de pre-inauguración al
que asistí, explicaron que se estaban dando los toques finales a los acabados
de la construcción y al montaje de los sofisticados sistemas técnicos de punta
de ese museo verde, su operación apunta a la conservación de la energía y la
preservación de los recursos.
Actualmente la biosfera recibe
alrededor de 300.000 visitantes por año. En el discurso de la pre-inauguración
la ministra Copps declaró que era la primera vez que se podía ofrecer al
público de Canadá y del mundo entero, un instrumento de educación y de acción
ambiental tan innovador.
Por su parte el alcalde Bourque
proclamó la intención del gobierno local que él dirigía, de hacer de Montreal
la “capital norteamericana del ambiente” y una ciudad referente en cuidado y
gestión ambiental.
Aprovechando la presencia de los
colegas del Secretariado del Agua para ese acto en Montreal, Raymond había
previsto una reunión del Consejo de Administración con la participación de Houria Tazi Sadeq de Marruecos, Bunker Roy de la India y Mario Vásconez de Ecuador.

Para esa charla utilicé los
gráficos y textos de un “dosier” de prensa que repartieron a los asistentes a
esa pre-inauguración y proyecté a los alumnos un video que filmé durante ese
interesante evento.

A la salida me propuso que preparara un artículo sobre lo que fue el tema de mi exposición, para publicarlo en la revista TRAMA que dirigía junto a su esposo, el también arquitecto, Rolando Moya.
Le agradecí y ofrecía escribir
algo corto para que pudiera ser publicado en la revista.
El artículo apareció en el número
66 de Trama que salió de imprenta en octubre
de 1995.

En el artículo hice una breve referencia
sobre la historia y las características de la conocida “Esfera de Fuller”:
“El símbolo de
lo EXPO 67 de Montreal, la famosa esfera de Buckminster Fuller construido en la
isla de Santa Elena en el río San Lorenzo y considerada un hito de la arquitectura
contemporánea, tendrá una nueva vida
gracias una iniciativa conjunta del Ministerio del Ambiente de Canadá y de la
ciudad de Montreal.
Esta
estructura tubular gigantesca (62.8 m. de alto, 76.2 m. de diámetro y 189.724
m3 de volumen) fue originalmente el Pabellón de Estados Unidos en la exposición
Universal de 1967. Casi treinta años después, miles visitantes del mundo entero
tendrán la oportunidad de visitarla nuevamente con igual o mayor interés al que
despertara cuando fue inaugurada para su propósito original.
La esfera,
esté constituida por una estructura tridimensional de tubos de acero unidos por
nudos conectores también metálicos. La precisión y pureza de su diseño resultan
realmente extraordinarias.
Originalmente
estuvo recubierta de acrílico transparente, frontera casi imperceptible entre el
interior y el exterior. Un ingenioso dispositivo de motores accionados por
energía solar permitía controlar la temperatura interior.
En 1967 un
incendio destruyó la corteza de acrílico del edificio y éste permaneció
abandonado hasta 1992 cuando se propuso darle un nuevo uso pues la estructura
tubular había permanecido intacta en todos esos años.
Con esa
acertada decisión se inició un proceso gracias al cual, el domo geodésico de
Fuller dio origen a la Biósfera, proyecto con el que se dio continuidad al
pensamiento de ese arquitecto visionario, ahora como en el ámbito museológico”.


Visionario
ecológista de vanguardia, estimaba que debíamos aprender a administrar el
planeta de manera diferente, siendo más respetuosos con el equilibrio
fundamental de los ecosistemas. Estimaba que la supervivencia de la humanidad
sería difícil si no cesábamos de derrochar nuestros recursos naturales. Fuller
hablaba de interrelaciones, de sinergia, de funciones integradas.
El triángulo
constituía paro él, la forma perfecta, un esquema matemático natural que
acoplado a otros triángulos podía llegar a! máximo de eficacia con el minino de
esfuerzo.


La cala, el
subsuelo del edificio, alberga los servicios de acceso y recepción de los
visitantes. El puente constituye un sitio interactivo y animado, de intercambio
y comunicación, es el corazón de ese organismo vivo. El puesto de vigía es un
sitio de observación abierto al horizonte, al exterior. En él se articula uno
de los principales objetivos del proyecto, la observación y vigilancia del gran
ecosistema del río San Lorenzo y los Grandes Lagos. El carácter original del
proyecto radicaba en la relación de transparencia interior-exterior.
El nuevo
concepto de la Biosfera ha respetado esa vocación tan particular. De casi
cualquier sitio del interior se puede observar el exterior y el río San Lorenzo.”

“La esfera se
implanta sobre un espejo de agua en el que se refleja la estructura. En el
interior se ha previsto un jardín de agua que trasmite la idea de un lugar
mágico. Las salas de exposición y las instalaciones complementarias se
desarrollan en 1134 m2.
En la sala “descubrimientos”
se recibe a los visitantes con cuatro satélites equipados con instalaciones
multimedia de punta, que relatan el origen acuático de la vida, la historia de las
civilizaciones y su nexo con el agua. Allí se encuentra igualmente el “teatro
del agua”, una gruta que posibilita la
expresión de científicos, poetas, pensadores y artistas.
La sala “visiones”
ofrece una vista panorámica sobre el río San Lorenzo. Con sus instrumentos
tecnológicos permite a los visitantes, documentarse sobre la vida de los
ecosistemas de ese río y de los Grandes Lagos.
La sala “conexiones”
ubicada en el centro de la Biosfera es un lugar de encuentro donde los
visitantes pueden -gracias a las más avanzadas técnicas de información- generar
y tomar contacto con diversas experiencias e intercambios interactivos.
La sala “exposiciones
temporales” de 427 m2 está prevista para recibir diverso tipo de eventos sobre
el agua, su conservación y el desarrollo sostenible. Los servicios educativos
disponen de una sala adecuada para grupos y un centro de documentación
accesible al público. Los servicios complementarios incluyen una tienda, áreas
de reposo y cafetería.
Hace poco
escribí -en relación al tema de los desechos sólidos, tan omnipresentes en las
culturas contemporáneas- que la famosa regla de las cuatro "R"
(“Reducir”, “Reutilizar”, “Reciclar” y “Recuperar”) deberían en realidad ser
cinco. Para mí, falta una “R” muy importante en los tiempos actuales:
“Reparar”... y preguntaba a mis colegas y amigos si habían notado que ahora
nada se repara... todo de desecha... aun si muchas cosas todavía son
reparables...
Mi colega
Ana Karina Hidalgo sugería que se debería considerar una “R” extra: “Repensar” (antes
de comprar, usar y desechar) y mi amigo Diego Carrión contribuyó con una “R”
adicional: “Rechazar” (antes de aceptar
envases, productos, envolturas, publicidad u objetos, innecesarios).
La
arquitectura contemporánea también ha caído en este grave problema de los
tiempos actuales; también la arquitectura se desecha.
Creo que la decisión política del
Ministerio del Ambiente de Canadá y de la ciudad de Montreal, así como la
propuesta de Gauthier, resultaron el mejor homenaje que se podía rendir a ese gran
visionario y ecologista que fue Richard Fuller.
La Biosfera como propuesta de
“una nueva vida a la Esfera de Fuller” -publicado en TRAMA hace 17 años- es una
extraordinaria muestra de que la
arquitectura puede evadir su aparente condición de “desechable”: puede
“recuperarse”, “reciclarse”, “reutilizarse” de forma responsable. Por supuesto,
también debería poder “repararse” y se debería claro, “repensar”, “reducir” y
“rechazar” la aparente condición de “desechable” que se ha dado actualmente a
la arquitectura, no siempre porque esté obsoleta o inadecuada, sino por los
intereses de inversionistas y especuladores que priorizan sus ganancias y no
les importa ver como “basura” a algo que en realidad no lo es.
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