jueves, 24 de enero de 2013

Estados Unidos 1: La compra del Ford Fairmond, Disneylandia y el colchón.


Como ya he relatado viví en México desde fines de 1978 hasta principios de 1981. Viajé a ese país para cursar una maestría en “investigación y docencia”, en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En julio de 1979 mi esposa Marie Thérèse vino a México para juntarse a mi aventura mexicana e iniciar nuestra aventura como pareja. En dos relatos anteriores conté cómo resolvimos el “problema habitacional” y en este relato voy a comentar sobre la forma cómo atacamos el “problema de la movilidad y el transporte”.


A fines de diciembre de 1979 mi hermano Jaime me mandó un dinero fruto de la venta de una camioneta Toyota que yo tenía en Quito. La idea era usar esos recursos para poder comprar un carro en México o en los Estados Unidos, pues en esa época había la posibilidad de comprar un vehículo allá e internarlo temporalmente a México (se lo podía vender luego a algún otro becario que pudiera renovar su “internación temporal” merced a su visa de estudiante). Varios amigos y conocidos habían recurrido a esa opción y compraron -a precio muy módico- un vehículo usado en los Estados Unidos…


Mis amigos Jean Claude Koster y Joaquim Morales que tenían trabajos temporales en México, (en gerencia hotelera el primero y como profesor de la Alianza Francesa el segundo) también habían adquirido un vehículo en el país vecino. Me recomendaron viajar a cualquier ciudad  fronteriza (El Paso, Laredo o Mexicali) y comprar una camioneta usada del tipo “station wagon”. Esos vehículos eran muy baratos pues tenían gran demanda en México por las facilidades que prestaban para llevar nueve pasajeros en sus tres filas de asientos. En el D.F. se las conocía como “mariacheras” porque podían acarrear un “mariachi entero” en sus butacas y todos los instrumentos en la parte posterior.


Viajar a cualquiera de las ciudades fronterizas era bastante complicado, largo y cansado. Había que viajar en bus, el recorrido tomaba dos o tres días y había que prever al menos dos noches de hotel si no se quería hacer el trayecto de más de 2.000 kilómetros de un solo tirón. Había que pasar la frontera en taxi, con todos los inconvenientes que eso podía conllevar para un ecuatoriano con visa de estudiante y una francesa con visa de turista, saliendo de México, ingresando a los Estados Unidos y regresando en carro (si lográbamos comprar uno)…Así que esa opción no me pareció ni la mejor ni la más fácil…


Decidimos más bien -luego de hacer sumas y restas- que podríamos viajar a Los Ángeles por avión, visitar a mi tía Fanny, la hermana de mi papá, que vivía allí y comprar un carro usado en California, para luego hacer la ruta a México por tierra (a pesar de que entre Los Ángeles y México D.F. hay algo más de  2.500 kilómetros.


Mi tía Fanny vivía en Los Ángeles desde 1950; migró a esa ciudad luego del terremoto de Ambato; allá se casó y tuvo cinco hijos: Frances, Robert, María, Susana y Elizabeth Lyman.


Con la decisión de viajar a Los Ángeles podríamos visitar a la tía y a la vez visitar -y en algunos casos “conocer” a mis primos-… así que la opción del periplo por California, nos pareció la más adecuada.


Llamé a mi tía para anunciarle esta inesperada visita, (huelga decir que estuvo encantada de recibirnos), saqué visa en la embajada americana en México, compré los pasajes más baratos que conseguí y el miércoles 16 de enero de 1980 desembarcamos en Los Ángeles como a las 11 de la noche en un avión de Aeroméxico.


Mi tía y mi prima María, la segunda de sus hijas, nos esperaban estoicamente en la llegada de vuelos internacionales. Nos recibieron con gran cariño y nos condujeron a su casa.


Esa noche conocí a Carlos (el segundo esposo de mi tía) y a Elizabeth la menor de mis primas. Yo no había vuelto a ver a mi tía desde su única visita al Ecuador hace mucho tiempo y ella quería tener noticias frescas de la familia, de sus amigos, del país, de Ambato su ciudad natal, en fin… de todo el mundo… Conversamos hasta la madrugada, nos acostamos tardísimo y dormimos casi hasta el mediodía del jueves.  

La tía nos despertó con un formidable desayuno con jugo de naranja, tocino, huevos fritos, salchichas, hotcakes, cereales de diverso tipo, leche entera, tostadas, mantequilla, mermeladas de todos los colores y un delicioso y humeante café… un copioso “brunch” como se suele llamar por allá a esa mezcla de breakfast (desayuno) y lunch (almuerzo)…


Por supuesto nos quedamos charlando en pijama hasta más de media tarde… luego nos dimos un duchazo y nos vestimos, pues en la noche después de sus trabajos, iban a venir a visitarnos Frances y Bob, mis primos… Bob era el único de mis primos que estaba casado en esa época… vino a vernos con su primera esposa de quién se divorció años más tarde y sus dos pequeños hijos: Jason nacido en 1974 y Alexis nacida en 1976… Más tarde llegó Frances… ella estaba soltera todavía pero ya en esa época ya trabajaba como asistente en una notaría de la que ella llegó a ser titular en años posteriores.


Fue muy grato conocer a estos primos de quienes siempre tuvimos referencias y vimos fotografías pero nunca habíamos conocido en persona. A María, en cambio si la conocimos de jóvenes, pues ella vino a vivir algo más de un año en el Ecuador, cuando ella tenía unos o catorce o quince años y yo dos o tres años más.


El viernes 18 la tía y Frances nos llevaron a “Disneyland” el famoso parque de atracciones creado por aquel genio que fue Walt Disney. Ese parque temático, ubicado en Anaheim, una pequeña región de California, abrió sus puertas en 1955; fue el primero de su tipo y su enorme éxito condujo luego a la apertura de “Disneyworld” en Orlando y “Disney-Paris” en Francia.


“Disneyland” ofrecía en esa época cinco diferentes áreas temáticas que recorrimos y disfrutamos durante todo el día:



-     “Main Street” (Calle Principal): una área diseñada con el fin de recrear imágenes y añoranzas de la historia americana… allí los visitantes podían toparse con desfiles, grupos musicales, bandas de música y los famosos personajes de Disney. Allí nos tomamos la clásica fotografía con el ratón Mickey.

-    “Adventureland” (La tierra de las aventuras): donde se podía visitar escenarios perfectos de la jungla y las culturas de Asia, África y América del sur, con sus animales salvajes y sus pueblos nativos, que recorrimos en balsas, barcos y canoas.


-   “Frontierland” (La tierra de la frontera): que aludía al viejo oeste y al espíritu pionero de los ancestros estadounidenses. Recorrimos esos escenarios en tren, en barco, en diligencia y en los carritos de las minas de oro... Fuimos atacados por filibusteros, vaqueros enmascarados y por pintarrajeadas pieles rojas…


-     “Fantasyland” (La tierra de la Fantasía): inspirada en el lema “Los sueños se vuelven realidad”, donde se podía tomar contacto con Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas, Pinocho...



-   “Tomorrowland” (La tierra del mañana): que posibilitaba el contacto con experiencias “futuristas”. Recuerdo que subimos a un juego, en esa época muy innovador, llamado “Space Mountain” (montaña espacial) que simulaba un vuelo espacial auténtico, en un recinto cerrado y a obscuras, en realidad era una impresionante montaña rusa, con musicalización y efectos de luz durante el  recorrido. Una experiencia de miedo… muy interesante. Las emociones eran tan fuertes que se advertía a quienes deseaban embarcarse “que esa experiencia no era recomendado para niños pequeños, adultos mayores, ni personas con problemas cardíacos”…


Disfrutamos como niños y quien más rio y gozó como un crio fue la tía Fanny a pesar de que en esa época tenía ya casi 60 años de edad. Nunca he visto a alguien reír de forma tan animada al recibir un chapuzón en las cascadas en el “lejano oeste” o al recibir un buen susto de horribles piratas o animales feroces (todos robots) que salían de repente de en medio de la vegetación, al atravesar selvas de mentira, muy bien ambientadas y representadas…  


El sábado 19 Fuimos con Frances a Burbank, una localidad cercana a Los Ángeles; ella había descubierto un anuncio que publicitaba un vehículo nuevo “Ford Fairmond”, “station wagon”, a un precio regalado, ¡3.999 dólares!, apenas más caro de lo que yo pensaba pagar por un carro usado de ese tipo.


Esa promoción era el enganche para atraer a los clientes, pues los vehículos que allí se vendían eran en realidad más caros. El vendedor todo engominado que nos atendió nos comunicó que el carro del anuncio no tenía ningún tipo de extras, ni aire acondicionado, ni vidrios eléctricos, ni alarma… tampoco tenía las clásicos decoraciones laterales de ese tipo de vehículo (paneles de algún material sintético que imita madera), ni tapacubos de lujo… además tenía un motor pequeño, de cuatro cilindros, 2.200 cm3 y trasmisión manual a diferencia de los otros modelos que eran automáticos, motor de seis cilindros y 3.600 cm3.


Así que, a toda costa, trató de vendernos un modelo más caro y lleno de aquellos detalles y accesorios… Casi se cae de oreja cuando le comunicamos que el carro que queríamos era  aquel modelo simple sin ningún lujo y mucho más barato que los otros que nos proponía…


Puso todo tipo de problemas, (era evidente que no quería vender el único carro de esas características que le permitían poner la publicidad en el periódico para atraer a los incautos y venderles otros  vehículos más caros).


Frances sacó a relucir sus dotes de jurista y le consultó si el modelo cuya foto y descripción se veía en el recorte de periódico que habíamos llevado con nosotros “era real o se trataba de un truco publicitario”… le contó que ella trabajaba con abogados y que “si lo que se estaba publicitando no era verídico, ellos se podían meter en un lío judicial muy complejo”… El tipo palideció y aseguró, nervioso, que si tenían ese carro… “al momento estaba en el taller de lavado pero podía tenérnoslo para la tarde…”


Supongo que tenía la secreta esperanza de que desapareciéramos y no volviéramos a asomar en la tarde…


Pero no fue así…


Fuimos a almorzar en los alrededores y a las tres nos plantamos nuevamente en aquel patio de vehículos…


Al vernos, el tipo volvió a palidecer y casi sin saludar mencionó que el carro estaba listo…


Apenas lo vi me pareció perfecto, no tenía  los horribles decorados de fórmica, excesivos cromados, ni tapacubos estrambóticos… era de un sobrio verde obscuro, con tapizado de color cuero, tres filas de asientos y la banca posterior rebatible.


El vendedor trató de vendernos todo tipo de extras, los paneles laterales, un tocacintas, aire acondicionado, alarma, cobertores de cuero… No acepté nada y le reiteré que quería el carro tal como estaba…


Luego vino el problema del pago y la matrícula. No podía mandar los papeles ni las placas a un país extranjero… en esos documentos debía constar una dirección de California…


Frances le dijo que eso no era un problema… Ella aceptaban que su dirección constara en los registros  y en los papeles y cuando los recibiera  en su casa junto con las placas, ella nos los enviaría a México por correo… (Huelga decir que procedimos así, y varias semanas después recibí todo en mi dirección de la capital mexicana).


El tema del pago del vehículo fue bastante más complicado… yo tenía una parte en efectivo y otra en cheques de viajero…  El tipo nos informó que no solían aceptar ese tipo de pago, consultándome si no tenía tarjeta de crédito o chequera de un banco local… Cuando le dije que no era el caso, sonrió triunfante… (Parecía que por fin había encontrado una excusa para no vendernos el carro)…


Frances tomó nuevamente las riendas del asunto y afirmó de forma categórica que pagaría la factura con su tarjeta de crédito… ella no tenía ningún inconveniente en que yo le dejara el efectivo y los cheques.


El tipo casi muere de infarto pero no tuvo más remedio que emitir la factura…


Salimos como las cinco con nuestro carro nuevo y seguimos a Frances por las calles y las autopistas de Los Ángeles hasta la casa de la tía.


Nos despedimos con un fuerte abrazo, había tenido la amabilidad de pasar todo el día con nosotros en esa negociación de automotores y nos había dado una gran mano para poder comprar el carro… Incluso me prestó algo de plata que me hizo falta, pues el pago de la matrícula y los papeles no estaban en mi presupuesto… así que el favor fue “con plata y persona” (como se dice por acá), pero le mandé un giro a nuestro regreso a México a más de una notita reiterándole nuestros agradecimientos.


El Domingo 20 almorzamos en casa de la tía con todos los primos. Ese día pudimos conocer a mi prima Susana a quién no habíamos visto en los días previos. Fue una muy animada conversación multilingüe pues si bien mis primas Francés y Maria hablaban español  perfectamente, los demás no lo hacen… y como mi mujer no hablaba inglés… tuvimos que   combinar idiomas y recurrir a la traducción para poder entendernos… a pesar de ese inconveniente… la reunión fue muy agradable y llena de afectos y rica comida.


Decidimos que el lunes 21 saldríamos de los Ángeles rumbo a San Diego y luego rumbo a la frontera, pensábamos pasar el puesto fronterizo en Mexicali y dormir allí para poder emprender la ruta hacia la ciudad de México el día martes.


La tía insistió en que almorzáramos con ella, argumentó a favor de esa propuesta, diciendo que había sobrado mucha comida del día anterior y que si nosotros no la comíamos, tendría que botarla… era evidente que no quería dejarnos partir…


Finalmente aceptamos, total estábamos apenas a cuatro horas de la frontera… podríamos dormir del lado americano y cruzar el puesto de control más bien en la mañana del día siguiente. Nos parecía más lógico y seguro y así podríamos compartir con la tía unas pocas horas más.


En la mañana estudiamos los mapas que habíamos comprado para poder planificar nuestros recorrido y al ver que teníamos que atravesar una gran zona de desierto pensé que sería bueno proveernos de un recipiente para llevar combustible extra para usarlo en caso de  emergencia y otro para llevar una reserva de agua que podría ser útil para el vehículo o para sus conductores.


Así que antes del almuerzo salimos con mi mujer a buscar dos tarros plásticos de dos galones de capacidad, en una tienda no muy distante. Al regresar, ya cerca de la casa de la tía, descubrimos sobre la vereda, junto a un poste, un colchón de resortes, de plaza y media, prácticamente nuevo, que alguien había tirado a la basura… 
Se me ocurrió que podía ser una buena idea, recuperar ese colchón y llevarlo en el auto, podía sernos útil para que uno de los dos descansara mientras el otro conducía o incluso, para dormir en el auto si en algún tramo del trayecto no encontrábamos un hotel donde pasar la noche.


Detuve el auto, abrí la compuerta posterior, plegué los asientos de la última fila y cargué el colchón. Cabía perfectamente.


Almorzamos con la tía y cuando bajamos nuestras cosas para ponerlas en el auto, ella vio el colchón… Nos preguntó que de dónde habíamos sacado ese objeto… cuando le conté que lo habíamos recogido en la calle… casi le da un soponcio… Me dijo que era un inconsciente, que podía estar infectado… que vaya a saber quién lo había usado… que podía tener todo tipo de gérmenes, bacterias, microbios, ácaros y cuántas otras cosas… Al ver que no pensaba hacerle caso y que insistí en llevar el colchón conmigo… corrió al interior de su casa y regresó con desinfectantes e insecticidas de todo tipo; fumigó al colchón por todo lado y nos dejó el auto con un olor a diantres que duró por varios días…


Al final pudimos partir  luego de agradecerle enormemente y reiterarle todo nuestro cariño.


Llegamos a la frontera al atardecer y buscamos alojamiento en un Holiday Inn en un pueblito llamado “Calexico”. En un folleto del hotel nos enteramos que ese asentamiento debe su nombre a la combinación de “California” y “México”, así como “Mexicali”, del otro lado de la frontera, combina las mismas palabras pero en diferente orden: primero “México” y luego “California”….


Antes de dormir volvimos a revisar nuestro itinerario. A primera hora de la mañana luego del desuno, nos dirigiríamos al paso fronterizo para iniciar nuestra aventura por las interminables carreteras que atraviesan el desierto del Altar.


Planeamos hacer recorridos más o menos similares en cuanto a tiempo y distancia, en jornadas de algo más de 400 kilómetros por día, viajando sólo con luz del sol, descansando al medio día y en las noches… no era cuestión de correr riesgos innecesarios… el objetivo era llegar sanos al Distrito Federal.. Queríamos evitara morir en un accidente, en un asalto o calcinados en el gigantesco desierto mexicano. 

 
Nuestras aventuras en la ruta Los ángeles - San Diego - Mexicali – Caborca – Guaymas - Los Mochis – Mazatlán – Guadalajara – México D. F., de más de 2.500 kilómetros, que recorrimos en una semana agotadora, entre el lunes 21 y el domingo 27 de enero de 1980, serán motivo de otro relato. 

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