martes, 26 de mayo de 2015

China 1: “Water and children” – “World´s Water Day” – Beijing



A principios de febrero de 1996 recibí una llamada del Centro de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos; querían proponerme que organizara un evento sobre el “Agua y los niños” como un aporte del Ecuador a la celebración del Día mundial del agua - 1996: Agua para ciudades sedientas.


Las actividades se debían planificar y ejecutar en máximo quince días para que los resultados pudiesen ser presentados en Beijing, el 22 de marzo.

UN-HABITAT se había propuesto desarrollar diversas actividades en todo el mundo debido a que los niños son el grupo más vulnerable ante inadecuadas condiciones de abastecimiento de agua y saneamiento. 

Es por ello que uno de los objetivos del evento previsto por el “Día Mundial del Agua” de aquel año, fue proveer a los niños de diferentes regiones del mundo de un foro para expresar su visión respecto al agua y las ciudades. 
En diez o doce días planifiqué las acciones que resultaban factibles en tan corto plazo, me propuse desarrollar el evento ‘El agua y los niños” en planteles municipales de nuestra ciudad. 


El evento fue inaugurado en el colegio Benalcázar el viernes 16 de Febrero, con la participación de 250 niños de la escuela Espejo y 400 jóvenes del colegió Benalcázar y el apoyo de varios de mis alumnos de arquitectura, como ya he contado en un relato anterior. 



Las actividades que me propuse realizar, tenían que ver con creatividad literaria y artística en relación al agua: anécdotas, pinturas, ensayos, poemas, micro cuentos y notas periodísticas.


En los días posteriores y en un tiempo verdaderamente récord hice la selección de los mejores trabajos, los publicamos en un libro titulado “El Agua y los Niños” - Un aporte del Ecuador al “Día mundial del agua”; y con la ayuda a mi hermano Jaime quien tradujo esos textos al inglés, pudimos imprimir el libro “Water and children”-A contribution of Ecuador to “World´s Water Day”.

El aporte de los niños de Quito, llegó a Beijing, impreso y en un bonito formato (en papel reciclado, como corresponde) antes del 22 de marzo, los amigos de UN-HABITAT quedaron tan agradecidos y complacidos por el esfuerzo y la calidad de los productos entregados que amablemente me invitaron a Beijing para ese evento mundial;  así pude poner los pies en China y conocer algo de ese extraordinario país. 

La oficina de UN-HABITAT me envió una carta formal de invitación avalada por el gobierno chino y pude también en tiempo record obtener una visa “good for one entry” y válida por 20 días, en la embajada de China en Quito.

Me enviaron un pasaje también con la celeridad del caso y luego de casi 24 horas de viaje desembarqué en el aeropuerto internacional de Beijing el 17 de marzo de 1996. 

Una amable funcionaria del gobierno chino acompañada por una simpática traductora me esperaban en el aeropuerto para ayudarme con las formalidades de migración y aduana y para conducirme luego al hotel donde estaban alojados todos los participantes del evento organizado por el día mundial del agua.

En el camino hacia el hotel pude darme cuenta que el país anfitrión había tomado realmente en serio la organización de esta conferencia internacional. En todos los pasos a desnivel que atravesaban la autopista que nos conducía del aeropuerto hacia el hotel se podían leer en chino y en otros diversos idiomas, frases alusivas al evento. 

Los participantes estábamos alojados en un gigantesco hotel que ocupaba varias manzanas. Se trataba en realidad de un complejo conformado por cuatro centros de convenciones y cuatro torres de hotel; con locales comerciales y todo tipo de facilidades y servicios, numerosos restaurantes, unos de comida local y otros de comidas de todos los confines del mundo, cafeterías, bares y salones de reuniones de todo tamaño y tipo de decoración. Este conjunto hotelero era tan extraordinariamente grande que en esos días albergaba sin inconvenientes no solo a nuestro macro evento sobre agua sino también una gigantesca convención mundial sobre agricultura sostenible y una reunión asiática de ingeniería civil, amén de una serie de otras reuniones y eventos menores. Todo era tan grande que casi nunca no cruzamos con los participantes en las otras conferencias. Cada una se desarrollaba y operaba independientemente, en las instalaciones de los pisos inferiores de la torre de hotel en la que estábamos alojados los participantes de cada evento.

Al llegar a la recepción, entregué mi pasaporte y me registré en el hotel, me entregaron la llave de mi habitación y antes de acompañar al botones que me iba a guiar hacia los ascensores, pregunté si se habían registrado otros participantes provenientes de Latinoamérica. La recepcionista que me atendió verificó en la computadora y me informó que en ese evento íbamos a contar con la presencia de dos personas del Perú, una de México y un colega de la Argentina. 

Así me enteré que iba a compartir esos días en Beijing con mi buen amigo Pedro Pírez, quien llegaría esa tarde desde Buenos Aires; también iba a toparme con Alberto Flores, ex director de CEPIS a quién tuve la oportunidad de conocer en Lima años atrás, cuando tuve a mi cargo la organización del Coloquio CIUDAGUA-88. Las otras latinoamericanas eran Marta Bryce, Asesora en Información Técnica de CEPIS y -según me enteré más tarde- esposa de Alberto y prima del renombrado escritor peruano Alfredo Bryce Echenique y Cristianne Chauvet, funcionaria de “Industrias del agua de la ciudad de México”.


Al día siguiente nos topamos en el desayuno y desde ese momento los cinco nos hicimos inseparables, en medio de una ciudad de proporciones descomunales donde se hablaba solo chino y de un evento igualmente enorme, en el que se hablaban todas las lenguas imaginables menos el castellano.

En la mañana salimos a caminar para familiarizarnos con los alrededores del hotel. Nos llamó la atención algo que se hizo evidente en años posteriores, China era un país que vivía un acelerado proceso de modernización y desarrollo. 

Pedro Pírez
En Beijing en esos años se comenzaban a ver centenares de carros de todo tipo en las calles pero sobre todo era increíble el número de personas que se movilizaba en bicicleta. Cuando nos deteníamos en cualquier intersección era asombroso el movimiento acompasado de miles de esos vehículos que llevaban a hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos a las escuelas, al trabajo, a los mercados y a todo tipo de actividades cotidianas. 


En cualquier local comercial o de comida y qué decir en las cercanías de las estaciones de transporte público, era común el ver centenares de bicicletas aparcadas esperando por sus dueños.


Otra cosa impactante era la cantidad de enormes rascacielos recién inaugurados o en proceso de construcción. Al medio día pudimos observar a millares de obreros con cascos amarillos, azules, rojos o verdes, dependiendo del edificio donde trabajaban, que se regaban en los alrededores para buscar un lugar donde comer. Por todo lado se veían grandes letreros que publicitaban los nuevos edificios que se estaban construyendo a ritmo frenético: hoteles, sedes de empresas de todo tipo, centros comerciales y de negocios, oficinas, centros deportivos, parques y plazas.

Se evidenciaba que todo cambiaba a pasos agigantados y a una velocidad sorprendente. Beijing estaba dejando de ser una ciudad de casitas de adobe para albergar en sus solares a lo más moderno de la arquitectura, materiales de avanzada y acabados de lujo. Junto a nuestro hotel por ejemplo, cuando no dirigíamos a tomar el bus, pude tomar una fotografía de una pequeña casita de teja que no tardaría en ser derrocada con la excusa de dar paso al progreso.  




Marta Bryce y Cristianne Chauvet 
En la tarde de nuestro primer día en la capital china los organizadores del evento nos llevaron a dar una vuelta por la ciudad y pudimos conocer la famosa Plaza de Tian'anmen, símbolo de la nueva República Popular China. 


Este descomunal espacio público fue construido en 1949 y es hasta ahora, una de las más grandes plazas del mundo, pues cubre un área de 440.000 m2, casi 4,5 hectáreas (880 m. de norte a sur y 500 m. de este a oeste). Esta plaza acogió las célebres protestas de Tian'anmen a favor de la democracia que finalizaron en junio de 1989 con la muerte de un número no determinado de manifestantes.


En las inmediaciones de la plaza pudimos visitar una serie de monumentos de diversas épocas, de gran importancia simbólica e histórica para el pueblo chino: la “Torre de Tian'anmen”,  el “Monumento a los Héroes del Pueblo”, el “Mausoleo de Mao” la “Puerta de Zhengyangmen”; la “Puerta Tian'anmen” con sus leones colosales y las magníficas estelas esculpidas en mármol. 


Vimos también los siete puentes que cruzan el “Río de las Aguas Doradas", como se llama al sistema de fosos interiores y exteriores de la Ciudad imperial y las célebres “tribunas populares” con capacidad de albergar a miles de espectadores para los desfiles y otras manifestaciones masivas, que se realizan en la plaza. 


En la noche asistimos a una representación de la ópera de Beijing, espectáculo de muy difícil comprensión para los espectadores de otras latitudes; en la ópera china se combina música, danza, acrobacias y sofisticados vestuarios y máscaras. Mediante gestos muy cercanos a la técnica de nuestros mimos, los actores representan a dioses y a personajes del mundo material. Los argumentos de las piezas de esta ópera son variados y complejos: intrigas,  hazañas y lucha por el poder. Según la explicación que pudimos leer al reverso de nuestra tarjeta de invitación, el color del vestuario de los actores tiene gran importancia simbólica: osadía, falsedad; valentía o frialdad de sentimientos. 


Algunas presentaciones pueden durar hasta seis horas, por ello en el intermedio los espectadores reciben un tentempié de delicadas masas y dulces para acompañar una taza de té verde. Creo que a pesar de lo novedoso del espectáculo, nos aburrimos como ostras, pues la música y los gestos resultaban cansones y monótonos para nuestra lectura occidental.


Alberto Flores, Marta Bryce y Cristianne Chauvet 
A la mañana siguiente los cinco latinoamericanos tomamos un taxi y nos lanzamos al descubrimiento del Palacio Imperial que habíamos avistado a la distancia en la visita del día anterior. 




Al enorme complejo que a los largo de muchos años llegó a ser el Palacio Imperial Chino, se le conoce también como la “Ciudad Prohibida”. Durante casi 500 años fue la residencia de los emperadores y de sus familias pero operaba también como centro ceremonial y sede de la corte. Actualmente alberga un magnífico museo.


El conjunto arquitectónico es conformado por 980 edificios, distribuidos en un territorio de 720.000 m² y está rodeada por una muralla de 7,9 m. de alto y un foso de agua de 6 metros de profundidad.


En 1987 fue declarado “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO y está considerado el mayor complejo arquitectónico antiguo, con estructura de madera, del mundo.


En la Ciudad Prohibida todo, desde su plan masa hasta el más ínfimo detalle, fue concebido de acuerdo a un complicado simbolismo y a principios filosóficos y religiosos; en el decorado y los colores de las columnas, los aleros, las vigas y los tejados se aprecian diseños  sofisticados y complejas combinaciones de colores, todo lleno de significados: el amarillo es el color del emperador; el negro se asocia con el agua, el rojo con el fuego y el verde con la madera y el crecimiento. 

Marta Bryce y Alberto Flores
Al medio día almorzamos en un pequeño restaurante donde era imposible la comunicación con meseros y cocineros; hicimos uso del lenguaje de señas y logramos que no trajeran algunos platos, casi todos extraños pero de buen sabor, en nada se parecían a la comida china de nuestros países que más bien es de origen cantonés con variaciones locales. Sin embargo, salimos bien librados del asunto alimenticio en ese tipo de restaurante cuyos menús estaban desprovistos de fotos como en el Japón y de nombres o descripciones de los platos en inglés u otro idioma cercano a nuestra cultura. 

Habíamos decidido visitar en la tarde algunos otros sitios de interés turístico y en un acto de extrema audacia tomamos el metro. Era invierno y todo el mundo entraba a los colmados vagones con abrigos, gorros, bufandas y guantes. El calor era insoportable y el hedor también pero lo más impactante de esa experiencia de convivencias con el pueblo chino era un penetrante olor a humo en los trenes y en las estaciones de ese medio de transporte colectivo. Más tarde alguien nos explicó que en las casas y en los lugares de trabajo se seguían usando braseros de carbón como medio de calefacción, de allí provenía el olor a ahumado que todos los pasajeros portaban en sus ropas y en su piel. Fue una interesante experiencia antropológica pero para el regreso al hotel optamos por tomar un taxi, pues la tarde ya había caído y en hora pico la aglomeración y los olores nos habrían resultado harto desagradables y hasta irresistibles.  

El 21 de marzo, la celebración del día mundial del agua incluía una serie de visitas y actos culturales en diversos espacios públicos de la ciudad de Beijing; entre otros, una enorme feria de exhibición de proyectos y realizaciones referidas al agua, al saneamiento y al cuidado del ambiente en las ciudades y regiones de ese descomunal país. 

Mario Vásconez
En uno de esos parques se presentaba también un conjunto de espectáculos y creaciones de niños y jóvenes en relación al tema del agua. Pudimos en esa oportunidad gozar con una pieza de teatro en la que tres perros gigantes uno negro y dos rojos, conducidos por dos actores cada uno, realizaban maromas, saltos y danzas siguiendo las instrucciones de su entrenador. Un actor portaba una enorme máscara sobre sus hombros y sus piernas daban vida a las patas delanteras de cada uno de esos canes descomunales, el segundo actor apoyado en la espalda del primero, seguía los movimientos de aquel y sus piernas danzaban para representar las patas posteriores de cada ejemplar perruno. Lindo espectáculo. Yo, por supuesto, no pude resistir la tentación de acariciar a los peritos y de hacerme una foto con ellos.    

El 22 de marzo, los anfitriones chinos habían previsto que la conmemoración del día mundial del agua se dividiría en dos sesiones plenarias: una que hacía relación al tema que me permitió realizar ese viaje, el agua y los niños, denominado “World Water Day – 1996 / Children’s event”, en el que niños y niñas de todas las regiones de China, entonaron canciones, recitaron poemas y presentaron pequeñas piezas de teatro en relación al agua. 
En ese evento pude distribuir la versión en inglés del folleto que lleve desde Quito: “Water and children” – A contribution of Ecuador to the “World´s Water Day”.


La segunda sesión plenaria constituyó el evento central de aquella celebración, denominada “International Observance of World Day for Water -1996” y tuvo lugar en un gigantesco auditorio del Gran Salón del Pueblo, ubicado a un costado de la Plaza de Tian'anmen.  


El evento fue inaugurado por importantes autoridades chinas y por Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, quien se refirió a la importancia del agua y el saneamiento para la salud y el bienestar de los pueblos; hizo especial hincapié en el tema central de la celebración de ese año: “Agua para ciudades sedientas”, pues la creciente crisis del agua que enfrentaban las ciudades en todo el mundo, amenazaban ya desde esos años, la sostenibilidad de su desarrollo económico y social.

El “Día mundial del agua” fue establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1993 y se celebra el 22 de marzo de cada año. Es un día para destacar la función esencial del agua y propiciar mejoras para la población mundial que sufre de problemas relacionados con el agua. Es un día para debatir sobre cómo se deben gestionar los recursos hídricos de cara al futuro. 

Como parte de la celebración del “Día mundial del agua”, HABITAT-ONU entrega cada año un premio especial a diversas personas e instituciones en reconocimiento al trabajo que han realizado en relación al abastecimiento de agua potable, al saneamiento y a la conservación de los  recursos hídricos.

En esa ocasión, entre otras personalidades del mundo, recibió ese galardón mi amigo Ranjith Wirasinha, quien entre 1991 y 2000, fue Director Ejecutivo del Consejo de Colaboración sobre Agua Potable y Saneamiento (WSSCC), entidad con la que pude colaborar por varios años como representante del Secretario Internacional del Agua, primero y de las ONG de América Latina, posteriormente. 

Otro de los homenajeados fue nuestro colega y amigo Alberto Flóres Muñoz quién había terminado sus funciones como Director del Centro Panamericano de Ingeniería Sanitaria y Ciencias del Ambiente - CEPIS en 1980. 
Cristianne Chauvet, Pedro Pírez, Marta Bryce, Alberto Flores M. y Mario Vásconez


Al final del acto, los cinco colegas latinoamericanos nos sacamos una fotografía con el homenajeado. Marta tuvo la amabilidad de enviarme una copia luego de su regreso a Lima acompañada de una amable nota.


Al día siguiente los cinco mosqueteros aprovechamos para realizar una visita al Palacio de Verano monumento que se encuentra en medio de un extenso parque de casi 300 hectáreas, a orillas del lago Kunming y fue construido en 1750. En la actualidad es un concurrido espacio público de recreación y turismo para los habitantes de Beijing y numerosos visitantes de todos los confines del mundo.


Este complejo se encuentra a 12 kilómetros del centro de la ciudad y está conformado por numerosos edificios de todo tipo: residencias, teatros y pagodas. Sin embargo también son muy conocidos sus puertas, muelles y otras diversas construcciones, entre otras el Gran Corredor, un pasillo techado de más de 750 metros de longitud que bordea el lago y el Puente de los diecisiete arcos, de  150 metros, que conduce a la isla de Nanhu en medio del lago. 

La estructura de madera de todas las edificaciones, son exquisitamente decoradas con armoniosos motivos multicolores y en sus plazas y en otros acogedores rincones se puede contemplar maravillosas piezas escultóricas de la cultura china. 


La unidad y armonía del conjunto es excepcional, pues los tejados rojos contrastan con el verde de la vegetación circundante y en el caso de del gran corredor y sus cuatro rotondas intermedias, las tejas verdes y las columnas rojas resaltan contra el ocre de las rocas de la orilla y el gris obscuro de las aguas del lago.



El penúltimo día de nuestra estancia en Beijing, aprovechamos para visitar la Gran Muralla China. En el hotel pedimos que nos escribieran en un papelito el lugar al que queríamos llegar y en otro, el nombre y dirección del hotel, para garantizar nuestro retorno -sanos y salvos- pues los taxistas no hablaban inglés y era prácticamente imposible comunicarnos ni siquiera por señas.  


La gran muralla es una antigua fortificación construida y reconstruida entre el siglo V A.C. y el siglo XVI D.C. para proteger la frontera norte del Imperio chino de los ataques de los nómadas de Mongolia y Manchuria.


Tiene 21.196 kilómetros de largo, pues se inicia en la frontera con Corea y concluye en el desierto de Gobi. En promedio, mide entre 6 y 7 metros de alto y entre 4 y 5 metros de ancho. En su apogeo, durante la dinastía Ming, fue custodiada por más de un millón de guerreros. 

Fue una excepcional experiencia el poder realizar esta visita y recorrer varios kilómetros de los interminable tramos y escalones de la muralla. Esta maravilla de la arquitectura fue designada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1987. 

Yo había escuchado aquella leyenda que menciona que ésta descomunal edificación sería la única obra humana que podría ser observada desde el espacio y aún desde la luna. Años más tarde pude leer en algún lado que esa aseveración no pasaba de ser un cuento. Una invención trasnochada que mucha gente escuchaba y luego repetía hasta que millares de personas juraban y re-juraban que era cierta. 

En mi caso lo que recuerdo de aquella visita son dos cosas mucho más terrenales y verídicas. Por una parte, un frío descomunal (en marzo estábamos en pleno invierno) y yo no tenía ropa adecuada para esa prueba, así que en una tienda junto al parqueadero donde nos depositó el taxi, tuve que comprar un magnífica casaca de invierno rellena de plumas de ganso que conservo hasta ahora y que he vuelto a usar en muy contadas ocasiones.

El otro asunto que recuerdo hasta hoy, es que en uno de los tantos resbalones sobre la nieve, por el esfuerzo realizado para no caerme, se reventó el elástico de mis calzoncillos. Tuve que seguir la visita, subir y bajar incontables escalones y recorrer interminables tramos de muralla con los calzoncillos tratando de dejar mi cintura, pasar por las rodillas y aparecer por las vastas de mis pantalones. No se imaginan lo desagradable que puede resultar hacer turismo con ese problemita a cuestas o -más bien- a rastras.

Al igual que aquel mito de que la muralla podía ser observada desde la luna, también mi periplo con los calzoncillos tratando de abandonarme en medio del helado paisaje, tuvo su versión mítica que ha dado la vuelta al mundo. 

Mi amigo Rodrigo Barreto confundió esta historia con otra que sucedió en Filipinas, de donde tuve que traer un par de camisas, una corbata y dos gigantescos calzoncillos de mi amigo Raymond Jost que mide dos metros de alto y dos de ancho. Él olvidó esas prendas en la habitación de hotel que compartimos en Manila y yo, solidario en extremo, las metí en mi maleta para devolvérselas la próxima ocasión que pudiéramos toparnos en algún raro rincón del planeta.

El asunto es que Rodrigo mezcló las dos historias y se encargó de contar a todo el mundo que en la visita a la muralla yo usaba los descomunales calzoncillos de Raymond y todos los apuros que debí soportar en aquella ocasión, se debieron a que éstos se me caían por tratarse de prendas de algodón de la talla xxxx-large. 


Sea como fuere, la incómoda visita a la muralla y los recuerdos de ese extraordinario viaje siguen presentes en mi memoria y he tratado de sintetizarlos en este texto luego de casi veinte años como un homenaje a Alberto y a Rodrigo quienes nos dejaron hace poco tiempo. Seguramente se habrán topado en Beijing, en la muralla china o en cualquier otro rincón de ésta o de cualquiera otra dimensión, donde puedan hacer algo en favor del ambiente y del bienestar de la gente. Los soñadores nunca descansan.

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