En enero de 2007 me llamó Alfonso Ortiz Crespo. El FONSAL había publicado un magnifico libro sobre los planos de Quito, fruto del trabajo del propio Alfonso, de Matthias Abram y de José Segovia. El lanzamiento de esa obra iba a realizarse el 25 de ese mes en la Capilla del Museo de la Ciudad y me pedía que hiciera la presentación del libro. Por supuesto acepté gustoso y preparé un texto del que he extraído lo más importante para este relato.
Como se suele hacer en ese tipo de actos, comencé saludando a las autoridades, a los autores del libro y al público presente…. de inmediato les anuncié que hablaría sobre “hierofanía, planos y tesoros”.
Ante las caras llenas de incertidumbre que evidenciaban casi todas las personas del auditorio, yo mismo pregunté: - “¿Hierofanía?...”
Y aclaré luego: -“Del griego hieros, sagrado… y faino, mostrar”.
Por supuesto la mayor parte del público seguía con ojos desmesuradamente abiertos y sin entender mayor cosa luego de mis afirmaciones; por tanto, aclaré:
- “La hierofanía es la revelación de lo sagrado: lo sagrado que se muestra”.
Y, como no logré algún tipo de reacción que mostrara que se me entendía… o algún gesto de complicidad, de comprensión o al menos, de compasión… (lo cual claro era mi intención preparada para captar la atención del público…); aproveché ese momento de duda para alzar la voz y… de forma enérgica, casi teatral, les tranquilicé:
- “¡Volveremos sobre esto. No debemos sentirnos tan perdidos!”.
Y luego entré de lleno al texto que había preparado.
“…no podemos sentirnos perdidos porque para navegar en Quito disponemos ahora de todos los mapas de nuestro mar urbano. En un solo volumen: mapas de lo que fuimos y varios de lo que somos, de lo que creíamos ser y el puerto al que arribamos, dibujos minuciosos de desvelos y retos. Algunos, de aquello que soñamos y otros que evidencian, a lo que hemos llegado. En un solo volumen: el pasado, el presente, crecimientos y cambios, realidades y sueños.
El plano que conduce al “tesoro perdido”, se cambió en este caso, por un arcón repleto de “un tesoro de planos”: doblones que nos hablan, joyas que nos recuerdan, espejos que reflejan esta ciudad magnífica, imágenes de calles, de nombres y de gentes, platones y jarrones de sus plazas y templos, collares y tejidos de casas y conventos; de spondylus y perlas, de maíz y de trigo, de paja, barro y tejas.
Este baúl de planos, este rico tesoro, que se presenta ahora a manera de libro, es legado palpable de una labor constante, minuciosa y discreta de Alfonso Ortiz Crespo, arquitecto e historiador de nuestra herencia histórica, junto a otros dos distinguidos colegas: Matthias Abram, filósofo y lingüista ecuatoriano, nacido casualmente en Italia porque la cigüeña extravió el plano para llegar a Quito y José Segovia, ingeniero conocedor de temas informáticos, preocupado por nuestro pasado y nuestra geografía.
No es casual que los tres se hayan topado en esta aventura de orientar el timón y llevarnos a puerto. Los tres se han vinculado por pasiones afines: coleccionan y saben de mapas y de planos, de trazos en tinta china y foto-interpretaciones, de soles y de brújulas, astrolabios, satélites.
Señoras y señores, no podemos sentirnos tan perdidos. Quito cuenta, a partir de hoy, con una obra magnífica que recoge lo más significativo de sus planos y mapas, editada conjuntamente, como una muestra de su pasión y compromiso por la cultura, por el FONSAL, el Fondo de Salvamento del Municipio de Quito y la Fundación / Editorial TRAMA.
Tengo que confesarles que yo creía haberme librado de los planos. Desde hace muchos años me he dedicado más bien a algo que podría llamarse la arquitectura escrita; (posiblemente, a más de una vieja amistad, eso también comparto con Alfonso). Por ello probablemente, me invitó a construir estas líneas, a edificar recuerdos, a levantar afectos a compartir utopías, con él y con ustedes; por supuesto, sin planos.
Sin embargo, los mapas me fascinan…como fascinante ha sido, para propios y extraños la formidable exposición del Museo de la Ciudad que dio origen al libro (aunque pensando bien, posiblemente fue, la concepción del libro, que permitió armar esa muestra magnífica). No es casual por lo tanto, que ésta se titulase “Tras el damero”.
El libro, “Damero” a secas, no es sólo apasionante por sus mapas y planos. Es interesantísimo por la información y explicaciones que recogen sus páginas. Cuando hojeen la obra comprenderán cuan acertada ha sido la decisión de publicarla.
Beneficiará no sólo a especialistas sino a estudiantes de todos los niveles y a un público más amplio interesado en conocer la evolución de Quito. Del Quito centro, de ese Quito del sur y aquel otro del norte; de la ciudad y la gente de esta unidad diversa, de casas y de calles, de vidas y de sueños; la historia de esta tierra expresada en sus mapas, desde cuando Quito era apenas nuestro actual Centro Histórico, hasta el de nuestros días que chorrea hacia los valles, los inunda y rebasa.
Resulta apasionante ver los planos de Quito y leer las eruditas e interesantes explicaciones que a éstos acompañan.
Desde aquel sencillo esquema anónimo de 1573 que representa un Quito de apenas 30 manzanas al pie de una línea ondulada que simula el Pichincha...
...al dibujo exquisito de Alcedo y Herrera, de 1734, en el que la ciudad dibujada -según nos cuenta Alfonso- en varas castellanas, se recuesta indolente en las faldas del monte.
...al dibujo exquisito de Alcedo y Herrera, de 1734, en el que la ciudad dibujada -según nos cuenta Alfonso- en varas castellanas, se recuesta indolente en las faldas del monte.
Apasionante resulta igualmente la historia del plano levantado en 1741 por Jean de Morainville, miembro de la Misión Geodésica que Francia envió a ésta, nuestra tierra. Ese plano fue publicado primero en “Relación del viaje a la América Meridional” de los marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa (Madrid, 1748) y luego de tres años, en el “Diario de viaje” de Charles Marie de La Condamine (Paris, 1751).
La Biblioteca Británica conserva un plano muy similar, anónimo, fechado en 1736, posiblemente un dibujo preliminar del plano de Moranville.
En años posteriores, otras publicaciones en diversos idiomas incluyeron planos basados, inspirados o copiados de aquel de la misión geodésica: el de 1725 del padre Juan Magnin; el de 1754 de Jean Francoise de la Harpe; el de 1763 de Marco Coltellini; el de 1757 de Juan Bautista Coleti; el de 1775 de Tomás López en “Principios geográficos aplicados a los mapas”; el de 1806 en “A voyage to South America” editado en Londres...
O el de 1810 de autor anónimo (se dice que perteneció a Juan Pío Montufar) que se basa en el de los geodésicos pero incorpora fachadas, detalles de tri-dimensionalidad y escenas cotidianas bellamente ilustradas; o el de 1840, también anónimo, editado en Paris; antecesor, éste último, de otro de 1858 que se reproduce en la “Geografía de la República del Ecuador” de Manuel Villavicencio, editado en Nueva York y el de 1866 en “Relaçao de uma viagem a Venezuela, Nova Granada e Ecuador” de Miguel Maria Lisboa, editado en Bruselas. En todos éstos las medidas se expresan en toesas –así nos cuenta Alfonso- a pesar de que se había generalizado ya, la utilización del metro.
En años posteriores, otras publicaciones en diversos idiomas incluyeron planos basados, inspirados o copiados de aquel de la misión geodésica: el de 1725 del padre Juan Magnin; el de 1754 de Jean Francoise de la Harpe; el de 1763 de Marco Coltellini; el de 1757 de Juan Bautista Coleti; el de 1775 de Tomás López en “Principios geográficos aplicados a los mapas”; el de 1806 en “A voyage to South America” editado en Londres...
O el de 1810 de autor anónimo (se dice que perteneció a Juan Pío Montufar) que se basa en el de los geodésicos pero incorpora fachadas, detalles de tri-dimensionalidad y escenas cotidianas bellamente ilustradas; o el de 1840, también anónimo, editado en Paris; antecesor, éste último, de otro de 1858 que se reproduce en la “Geografía de la República del Ecuador” de Manuel Villavicencio, editado en Nueva York y el de 1866 en “Relaçao de uma viagem a Venezuela, Nova Granada e Ecuador” de Miguel Maria Lisboa, editado en Bruselas. En todos éstos las medidas se expresan en toesas –así nos cuenta Alfonso- a pesar de que se había generalizado ya, la utilización del metro.
Bueno…no pienso seguir haciendo el resumen de la obra… ustedes tienen que adquirir el libro y apasionarse, como a mí me ha sucedido, con la lectura de los planos y los textos.
Tendría que referirme sin embargo, a otros planos posteriores, el de Gualberto Pérez, el de Antonio Gil, los innumerables planos realizados por el Municipio y sus empresas en distintos períodos y por supuesto a los muy técnicos y profesionales del IGM en los últimos años. Se debe reconocer también las contribuciones de la cooperación, particularmente del IRD. Muchos mapas de Quito nacen de esas interacciones.
Ahora voy a contarles dos relatos de Quito y de unos mapas anteriores al damero que están todavía por dibujarse.
El primero habla de que nuestro Quito alberga un conjunto de espacios con importancia simbólica o religiosa en los tiempos que corren pero que en otras épocas, fueron también espiritualmente importantes para nuestros ancestros: los parques de Chillogallo, Santa Anita, la Magdalena, el Panecillo, nuestra plaza mayor, el parque de San Juan detrás de la Basílica, el de la comuna de Santa Clara de San Millán y varios otros más. Si ustedes ubican esos puntos en un mapa y luego los unen de forma sucesiva, descubrirán que están todos en una línea recta. Esta línea para los entendidos, corresponde a una suerte de columna vertebral, de eje energético de la ciudad entera. No corre de norte sur, tiene más bien, una orientación algo transversal, suroeste-noreste.
Este eje energético corresponde a la calle de las Siete Cruces, actual García Moreno.
La calle Bolívar que une la plaza de Santo Domingo con la de San Francisco, atraviesa de forma perpendicular a este eje, marcando una cruz grande. Se dice que el damero español se acopló a ese trazado que correspondería a la Cruz del Sur expresada en el suelo. La hierofanía (volvemos a este tema) es la manifestación de una realidad trascendente en una realidad terrena; la expresión de lo sagrado en objetos profanos, la Cruz del Sur, sagrada, bien pudo reproducirse en nuestro territorio, para implantar y vincular templos y aposentos por medio de calzadas, en épocas prehispánicas.
El uso de esas calzadas para iniciar el damero habría originado nuestra actual traza urbana. Hierofanías sobrepuestas, mestizas, tan nuestras y a la vez, tan universales.
Ese plano está aún por dibujarse.
El segundo relato es más apasionante todavía. Se dice que las constelaciones sirvieron de referencia para orientar la construcción de muchos edificios prehispánicos. El trazado del Quito precolombino podría relacionarse con la constelación del Jaguar, Choquechinchay o felino relampagueante, cuya figura habría delimitado el lugar sagrado donde se situaban los templos principales. La figura del felino se habría extendido de noreste a suroeste, en una actitud de acecho, agazapándose sobre las estribaciones naturales del terreno, como si descansara sus patas hacia el este y mirara en dirección suroeste. Esta constelación coincide con la que nosotros conocemos como: Orión, que conforma la cabeza del felino y las Pléyades o Siete Hermanas que conformarían la cola.
Estuve investigando sobre el nombre Itchimbía. Uno de los posibles significados podría ser algo así como “el camino del jaguar que cubre, envuelve o cobija al jaguar”, “la deidad de las nubes que cubre a la deidad de la tierra”. Si la hierofanía es el hecho de volver visible lo sagrado, gracias al artificio de trazar sobre el suelo o en la geografía los elementos cósmicos, el concepto es bastante claro: el jaguar del cosmos que se refleja en el jaguar de la tierra, el Quito prehispánico. Y cito al poeta “….la brisa como húmeda seda amarilla en la piel desnuda, navegando bajo estrellas panteístas, hierofanía sobre hierofanía, luz sobre luz, contra la luminosa y caótica oscuridad”.
Ese plano está también por dibujarse…”.
El primero habla de que nuestro Quito alberga un conjunto de espacios con importancia simbólica o religiosa en los tiempos que corren pero que en otras épocas, fueron también espiritualmente importantes para nuestros ancestros: los parques de Chillogallo, Santa Anita, la Magdalena, el Panecillo, nuestra plaza mayor, el parque de San Juan detrás de la Basílica, el de la comuna de Santa Clara de San Millán y varios otros más. Si ustedes ubican esos puntos en un mapa y luego los unen de forma sucesiva, descubrirán que están todos en una línea recta. Esta línea para los entendidos, corresponde a una suerte de columna vertebral, de eje energético de la ciudad entera. No corre de norte sur, tiene más bien, una orientación algo transversal, suroeste-noreste.
Este eje energético corresponde a la calle de las Siete Cruces, actual García Moreno.
La calle Bolívar que une la plaza de Santo Domingo con la de San Francisco, atraviesa de forma perpendicular a este eje, marcando una cruz grande. Se dice que el damero español se acopló a ese trazado que correspondería a la Cruz del Sur expresada en el suelo. La hierofanía (volvemos a este tema) es la manifestación de una realidad trascendente en una realidad terrena; la expresión de lo sagrado en objetos profanos, la Cruz del Sur, sagrada, bien pudo reproducirse en nuestro territorio, para implantar y vincular templos y aposentos por medio de calzadas, en épocas prehispánicas.
El uso de esas calzadas para iniciar el damero habría originado nuestra actual traza urbana. Hierofanías sobrepuestas, mestizas, tan nuestras y a la vez, tan universales.
Ese plano está aún por dibujarse.
El segundo relato es más apasionante todavía. Se dice que las constelaciones sirvieron de referencia para orientar la construcción de muchos edificios prehispánicos. El trazado del Quito precolombino podría relacionarse con la constelación del Jaguar, Choquechinchay o felino relampagueante, cuya figura habría delimitado el lugar sagrado donde se situaban los templos principales. La figura del felino se habría extendido de noreste a suroeste, en una actitud de acecho, agazapándose sobre las estribaciones naturales del terreno, como si descansara sus patas hacia el este y mirara en dirección suroeste. Esta constelación coincide con la que nosotros conocemos como: Orión, que conforma la cabeza del felino y las Pléyades o Siete Hermanas que conformarían la cola.
Estuve investigando sobre el nombre Itchimbía. Uno de los posibles significados podría ser algo así como “el camino del jaguar que cubre, envuelve o cobija al jaguar”, “la deidad de las nubes que cubre a la deidad de la tierra”. Si la hierofanía es el hecho de volver visible lo sagrado, gracias al artificio de trazar sobre el suelo o en la geografía los elementos cósmicos, el concepto es bastante claro: el jaguar del cosmos que se refleja en el jaguar de la tierra, el Quito prehispánico. Y cito al poeta “….la brisa como húmeda seda amarilla en la piel desnuda, navegando bajo estrellas panteístas, hierofanía sobre hierofanía, luz sobre luz, contra la luminosa y caótica oscuridad”.
Ese plano está también por dibujarse…”.
Concluí agradeciendo -como corresponde- a Paco Moncayo Alcalde de Quito, a Carlos Pallares Director del FONSAL, a Rolando Moya, director de TRAMA y por supuesto, exterioricé un reconocimiento especial, lleno de gratitud, a los autores: Alfonso Ortiz Crespo, Matthias Abram y José Segovia.
Volvía a mi frase inicial:
-“…es claro que no debemos sentirnos perdidos”.
"Debemos sentirnos complacidos.Quito cuenta a partir de hoy con un libro magnífico que recoge lo más significativo de la historia conocida de nuestra ciudad expresada en sus planos; abre el camino para delinear otros planos de los que no hay evidencias pero que deberemos trazar para ir completando la historia. Las raíces históricas y culturales, así como los planos y la brújula crean identidad y orientan destinos, derroteros y emprendimientos para poder sentirnos así, cada vez menos perdidos.
"Debemos sentirnos complacidos.Quito cuenta a partir de hoy con un libro magnífico que recoge lo más significativo de la historia conocida de nuestra ciudad expresada en sus planos; abre el camino para delinear otros planos de los que no hay evidencias pero que deberemos trazar para ir completando la historia. Las raíces históricas y culturales, así como los planos y la brújula crean identidad y orientan destinos, derroteros y emprendimientos para poder sentirnos así, cada vez menos perdidos.
Si Quito es hierofanía de tiempos y de gentes, de culturas y dioses, el libro lo es también, representa, hace visible, nos muestra y nos revela nuestra ciudad sagrada. Nuestra ciudad tesoro”.
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